Toma de vinos

Inédito

Publicado en: Inédito.

Escrito en: 1972 (probablemente, según la alusión que hace en el artículo, a la reciente muerte de Gulbenkian).

Clarifiquemos ideas, si puede ser. Beber vino es, en la vida, en la mayoría de los casos, un acto accesorio. Bebemos en el bar o en el restaurante cuando, acompañados, hablamos de negocios. Y bebemos cuando estamos, si tenemos esa fortuna, al lado de alguna mujer hermosa. En ambos casos lo importante no es el vino… 

Hay mucha gente que no bebe en soledad. O no suele hacerlo. O no quiere adquirir esa costumbre. 

Imaginemos, por un momento, que tomar vino es un acto principal, aislado, y no social. Y entonces debemos prestarle la máxima atención. 

En el beber intervienen estos momentos: En primer lugar la apreciación del color del vino; en segundo, el olfato después; el sabor. Y, por último, los efectos. Por el color el vino nos «llama». Por el olor nos «seduce». Por el paladeo lo » gustamos». Y por los efectos nos da… «la vida».

Lo que, en francés, se llama bouquet es, en castellano, aroma. Y no más que eso. A veces se usa ese vocablo galo sin la debida precisión. La culpa está en una razón fonológica, de sonido. Parece que bouquet tiene algo que ver con la boca. Y la realidad es que no. 

El paladeo es un acto posterior a la apreciación del bouquet – aroma – y anterior a los efectos. Por el paladeo el vino se aproxima o aprisiona contra la lengua, donde están, precisamente, las papilas gustativas. En la boca le damos «pasaporte» para seguir su camino… Aun siendo el mismo vino no siempre sabe igual. Depende en muchos casos, de la hora en que se tome. No sabe lo mismo en la maña que en la tarde. 

Y tampoco sabe igual cuando se toma solo, o en la comida. En este último caso la boca tiene, en vigor, sensaciones de las viandas que ingerimos. Y el vino al llegar a este lugar lleva también su carga gustativa. En ese momento es cuando se produce un roce o mezcla de sabores que se resuelven en matices variadísimos. En este momento, decimos, está en su cenit. 

En esta razón, preferentemente, se funda la distinción de vinos de aperitivo y vinos de mesa. Los de aperitivo, generosos, se toman por lo general solos. Y los de mesa, por supuesto, con la comida. Estos son, normalmente, menos alcohólicos que aquellos. La diferencia es importante. 

El vino nos produce efectos sensibles durante dos o tres horas seguidas a la toma. Y nos lleva a una situación anímica ¿Alegría? ¿Euforia? ¿Melancolía? En realidad en estas situaciones influye la cantidad que se ingiera y su graduación. Pero, además, habitualmente, el vino a la larga, configura nuestro estado permanente.

Tomar vino – beber – es una operación de ensayo personalísimo. Y con vinos diferentes en graduación y en edad. Y una vez que uno encontró su fórmula… ya está.  Gulbenkian, famoso gastrónomo internacional, fallecido hace unos meses, decía: “El número ideal para disfrutar de un almuerzo es un solo comensal y un buen camarero». Es decir que llevaba las sensaciones gustativas al pensamiento. Para Gulbenkian el comer y el beber eran actos intelectuales primordiales. Y, por serlo, esencialmente humanos. No se puede repicar y estar en la procesión.

Los vinos de Cáceres

Inédito

Publicado en: Inédito

Los vinos de Cáceres son, para mí, una realidad…Y una esperanza.

En Montánchez, hace dos meses, una tarde apacible, hablando con unas mujeres algo más que encantadoras, probé el único vino de marca que allí se elabora: El de las Bodegas Galán. Vale la pena ir a Montánchez. El vino en su aroma, sabor y efectos da una medida muy digna de atención. Para mí fue sorprendente. 

Y, además, aproveché la oportunidad de estar allí para comprarme un jamón. De este jamón, al fin y al cabo extremeño, no hay nada que decir. Está dicho todo. Con el de Jabugo (Huelva) y Trevélez (Granada) forma el trío de la jamonería española. Un trío de ases. 

Montánchez es un pueblo de montaña. Y, en su cima, tiene un castillo. Roquero, por supuesto. 

Pueblos circundantes de Montánchez lo son: Alcuescar, Arroyomolinos, Torre de Santa María, Salvatierra, Valdemorales, Valdefuentes, Almoharín… 

Bien. Las cepas que más se cultivan por estos lares son la Borba, la Cayetana y Pedro Ximénez. La primera, La Borba, da uvas de piel muy fina y de sabor dulce. Se cree que es la mejor. 

Se vendimia a través de octubre. Y los mostos fermentan con casca. (Galán sin ella). Pero lo más notable en los vinos de la zona es la aparición por julio y agosto de una nata blanca sobre la superficie de los caldos. Revuelven estos en tal ocasión con un palo. Y así – dicen – el vino es mejor. 

Según me dice un bodeguero estas natas – serán levaduras de flor – las vio en su tiempo, Don Juan Marcilla, y quedó maravillado. Pero no me dijo más. 

Circulé por muchos pueblos de la provincia de Cáceres y probé vinos realmente buenos pero sin marca. Citaré algunos: Jarandilla, Jaraíz de la Vera, Plasencia, Montehermoso, Coria, Logrosan, Trujillo, Miajadas, Zorita, Berzocana… En todas partes le dan a uno lo que imprecisamente se llana vino del país. 

Cáceres, está claro, necesita que el Estado le eche una mano para poner esto a punto, para su estudio y orientación. Como sea. La materia prima, excelente, está esperando. 

Se me dijo en Montánchez que recientemente se constituyó una sociedad limitada con el nombre de Galán y Berrocal. Ella va a emprender una labor profunda para elaborar vinos de las mejores calidades. Esperemos.

Yo, al llegar a la provincia de Cáceres, me encontraba realmente acoquinado. Recordando lecturas históricas me daba cuenta que allí vivieron los romanos y que dejaron obras maravillosas. (El puente de Alcántara tiene más de setenta metros de altura). Y que en las mismas tierras nacieron heroicos conquistadores que llevaron por el mundo civilización, religión y cultura. 

Y yo, hasta ahora, no hice nada de particular. Soy un ser gris. Pero después de tomar unos vasos de vino de Cáceres se me elevó la moral y me dije, recordando a Cervantes: de los hombres se hacen los obispos y no de las piedras. Pienso que todavía estoy a tiempo para hacer una obra romana o para conquistar un país de infieles…  Cuidado, después de probar los vinos cacereños no se puede decir: De esta agua no beberé

Don Gregorio y el árbol

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo, 23-4-1960.

Todos estamos de acuerdo. En el Dr. Marañón lo que sobresalía era su profunda humanidad. Llegó a dar la mayor dimensión humana. No se sabe, no sé yo, de nadie que haya ido más lejos. 

Su humanidad lo hacía comprender mejor a los hombres. Los hombres, es claro, lo comprendimos mejor a él. Se puede asegurar que estaba con todos, se entendía con todo el mundo. La fórmula de humanidad a que llegó es ejemplar. Y, por serlo, debe ponerse de relieve. 

Yo, con todas las imperfecciones que se me quieran poner, soy un tipo humano, Hay un aspecto, un sentimiento, que me identifica con él. Plenamente. No hablaré de las ventajas que me lleva, que son tantas. Diré, solamente, lo que nos une. 

Nos une, sencillamente, el árbol. El afecto al árbol, el pensar en él, ha ocupado buenos espacios de mi vida. Y cuando yo creía que estaba haciendo algo que no tenía mucho valor, en 1955, cuando se publicó su libro Efemérides y Comentarios, descubrí que Don Gregorio también pensaba en el árbol. Y que decía cosas que yo nunca oyera a otros. No hablaba del árbol como un maestro, como un sociólogo o como un técnico. No, nada de eso. Hablaba, como diría Shakespeare, como un hombre de este mundo. Sus palabras, al leerlas, las comprendí al instante. 

En toda su vida miró el árbol con mucha atención. Éste, de seguro, le decía cosas. Pero hay que convenir que el amor al árbol no es, no puede ser, producto de «flechazo». Ese amor es de elaboración lenta. Poco a poco, por lo que sea, nos penetra e invade. No creo, además, que este sentimiento muera. Si acaso, muere con el individuo. 

El árbol estuvo presente en toda su vida. “En su juventud y en su amor”, dijo. El día antes de su muerte, con su familia, fue a dar un paseo por la Casa de Campo madrileña. Ese día se despidió del árbol. Tenemos que creerlo así. 

Todas las semanas, sábados y domingos, se refugiaba a escribir en su cigarral de los Dolores, en Toledo. Su casa está rodeada por centenares de olivos. Si, en sus descansos, se asomaba a una ventana, veía olivos. 

Pero hay más. Tenemos que imaginarnos al Dr. Marañón con una azada en la mano haciendo un hoyo para plantar un árbol. Hay que hacerse a esta idea. González Rúa en una crónica dice: «Próximos a la mesa redonda de Don Álvaro de Luna, en el Cigarral, habían crecido unos cipreses que Marañón plantó por él mismo. Hablaba Don Gregorio de estos cipreses como si fueran criaturas suyas y señalaba con la mano noble y abacial en el aire tranquilo, el tamaño que tenían cuando los puso.» 

No hay duda. El ciprés es un árbol hermoso. En Italia abunda mucho. Los pintó, en Florencia, Corot. Y en Roma, en la villa Médicis, nuestro Velázquez. Marangoni dice que «es, quizá, el más admirable de nuestros árboles: sano, odorífero, recatado, elegante”. 

Dejémoslo. Al fin, hablar de Marañón: “Yo tenía aquel libro inmortal, tal vez el que más veces he leído, Las Geórgicas, del maestro del Dante”. Es decir, de Virgilio, poeta y hombre de campo. 

“La paz y el bienestar se simbolizan en el árbol. Porque los hombres criados a la sombra de los árboles tienen que ser más comprensivos, más dúctiles, más generosos que los que, aun siendo de condición excelente, reciben sobre su cabeza los rigores del cielo, a plomo, sin la sutil celosía de las hojas.”

“El árbol copudo que se alza frente a la casa familiar, o el grupo de árboles al borde del camino, o el frutal ópimo, el bosque lleno de misterios, llaman bajo su sombra a los que se aman ya, e inducen, con su paz, a los enemigos, a deponer su rencor.» 

“En España se habla mucho del odio al árbol. Quizá se exagera. Pero hay algo peor que el odio, el desconocimiento y el desprecio. Este desprecio al árbol es, creo yo, un pecado más que un error”. 

“Plantar un árbol, verle crecer, amarlo, supone atenerse, humilde y dichosamente al vasto ritmo de la vida, que está hecho de millones y millones de generaciones. Plantar árboles para nuestros nietos, árboles que no veremos fructificar, es una manifestación a la vez de heroísmo civil y confianza en Dios.”

En su libro Amiel habla del paisaje. Y en este se integra el árbol. Véase: “Cosa extraña: para ver el paisaje es necesario vivir dentro de uno mismo. En realidad sólo vemos en su inmensa plenitud la naturaleza que nos rodea, cuando somos capaces de percibirla mirándola allá en el fondo del yo como reflejada en el agua profunda y tranquila de un pozo”.

La camioneta de Sánchez

Inédito

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Yo no sé si digo bien, o digo mal. Pero hay cosas, la verdad, que si no me inspiran cariño, despiertan mi admiración, que se le aproxima bastante. Muchas de las cosas que utilizo, que me rodean, me atraen fuertemente. Sin hablarme, me encuentro muy bien cerca de ellas. Me recrean y las recreo. No me sucede lo mismo con los hombres en general. Hay bastantes que me cansan, los encuentro impertinentes, me molestan. Responde ello, probablemente, a una manera de ser, de ver la vida… 

La Camioneta de Sánchez es una de esas cosas que me atraen, que me simpatizan. Y, como a mí, es posible que le ocurra a mucha gente. Es vehículo modesto, nada fachendoso, que se mueve casi a diario entre nosotros. Va de un lado para otro… Es algo vivo en nuestra tierra, entrañablemente unido a ella, donde parece que nació y se crió… 

Esta camioneta un día de mercado es un mundo cargado de humanidad llena de interés. Allí vamos, las mujeres y los hombres, cada uno con sus problemas, sus inquietudes, sus afanes… Gentes de diversa condición, todos a una, fundidos en la más cordial de las comunidades. Dentro se ven labradores, médicos, guardias civiles, abogados, alcaldes de barrio, procuradores, marineros, jueces, amas de casa, tratantes de esto y lo otro, sacerdotes, veterinarios, parejas de novios etc., etc. Y arriba, en la baca, sacos de cebollas, de repollos, patatas, pan, jamones, cestas nuevas, calderos relucientes embutidos unos en otros como si fueran barquillos… De todo. 

La gente que viaja en ella es, si así se puede decir, lo mejor de cada casa…No se da importancia ninguna, no presume. 

En el coche de línea es otro cantar. Allí se oye a ciertas gentes protestar del servicio y darse pisto de haber viajado en «colectivo», en «trolebús” y en «huahua» o en “esliping”. En la camioneta de Sánchez no ha lugar… si alguien lo hiciera no se le escucharía, no se le haría caso… ¡Bah! 

A la camioneta se le llama así y no es tal. Es un autocar confortable con todas las de la ley… No tiene letrero ninguno. No dice de donde viene ni a donde va. No lleva el nombre de su dueño. Nada y, sin embargo, la conocemos todos. 

Es capitán de esta «nave” Alfonso Sánchez, amigo mío y de todos, que vive en el Espin… De él ya he dicho en un periódico que es el hidalgo del volante de por acá. Lo repito. 

He hablado con Alfonso en la calle y en el café Martínez, de Navia.

– Dígame, Alfonso ¿cuándo comenzó su labor? 

– En el año 1955 con una Citroën de 25 asientos. Y para prestar servicios Navia-Vegadeo, los sábados, y Navia-Figueras, los miércoles, para acudir los viajeros, atravesando en lancha, a Ribadeo. 

– ¿Y la de ahora

– Fue comprada en Grado el año 1944 marca GMC. Tiene 21 caballos de fuerza, y de cabida de 28 a 30 plazas… Su matrícula VA-3478. 

– ¿Cuáles son los servicios que realiza? 

– Muchos. Además de los referidos a los mercados de Vegadeo y Ribadeo, a Oneta el 9 de Septiembre, el día antes a los Remedios de Porcía, el 10 del mismo mes a Trevias, feria anual, a Boal cada quince días, a la Atalaya de Puerto de Vega, verbenas, a la Braña el 15 de agosto, Navia-la Caridad el 29 de septiembre, San Miguel, a Villaoril el día antes, el 14 de septiembre al Cristo de Candás, a Santa Ana de Montarés, cerca de Cudillero, a Mondoñedo por San Lucas, el 18 de Octubre, a Santa Lucia de Anleo el 13 de diciembre, a Avilés por estudios, a Santiago de Compostela, a Covadonga… Y después, viajes que surgen, bodas, excursiones etc., etc. 

– ¿Y con las monjas de Navia también creo que sale? 

-Si, por cierto, con ellas y sus niñas hago viajes a Avilés, Gijón, Oviedo, Cangas del Narcea, playa de Peñarronda… 

Después del relato de tanto viaje yo realmente, me encuentro un poco mareado. Descansamos. Enciendo un pito, después de ofrecerle otro a Alfonso y pido un té. Alfonso no quiso tomar nada. Vuelvo a la carga. 

– ¿Cómo le fue con el coche durante la escasez de carburante? 

– Regular. Pero tuve que ponerle gasógeno. Fue por el año 45 y hasta el 46. Aquello era una lata. 

– ¿Y cuando la escasez de gomas? 

– Otro que tal. Esa penuria duró cinco años. Desde el 43 al 48.

– ¿Tuvo que interrumpir alguna vez el servicio? 

– Ya lo creo. Seis meses, durante el año 1948, por falta de gomas. 

– ¿Y cómo las consiguió?

– Con una tarjeta de Don Benito Castro. El me la ofreció.

– ¿Qué no conseguiría el bueno de Don Benito.

– Es verdad. 

– Una pregunta importante ¿Cuántos accidentes tuvo en tantos años y en tanto viaje? 

– En buena hora lo diga. Ninguno. Dios no me dejo nunca de su mano. 

– Lo creo. Pero también es cierto que Alfonso es un “volante” sensato y prudente. Tal como es preciso serlo para que Dios le ayude a uno. 

– Y de multas ¿qué? 

– He pagado alguna. Pero de poca monta.

– Alfonso, ¿usted tendrá muchos viajeros que le son fieles? 

– Y tantos. A la cabeza de todos está Don Ignacio Perillán.

– ¿Cuál es el más antiguo?

– Don Conrado Villar. 

– También es un caballero ¿Dígame algo curioso?

-Sí. Pues cuando paso por Cartavio tengo que tocar siempre la bocina. 

– Y ¿para qué

– Para que me oigan los señores de la familia de Castro. Si no toco, inmediatamente llaman por teléfono a Navia a ver si me pasó algo. Es por amistad y cariño.

– Sin duda. 

Ya está hecha la interviú, ya es acabada Hay que disculparme. Yo soy un periodista de poca altura. Mejor dicho, de cabotaje…

Parece que soy un hombre modesto. Pero no. Tengo mi orgullo. Oidlo:

¡Yo soy viajero en la camioneta de Sánchez!

José María

Inédito

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Una madre tenía un hijo que se llamaba José María. Un día le dijo:

– Hijo mío, vete a la feria y compra un burro de orejas afiladas. 

Y José María se fue. Al llegar a la feria preguntó si alguien vendía un burro de orejas afiladas. Un hombre se le acercó y le dijo que tenía uno en esas condiciones y que lo vendía. Concertaron el trato. Pero, en realidad, no era un burro, era una liebre, José María era tan inocente que no sabía distinguir bien. El vendedor le dijo, como advertencia: 

– Si lo echas en el monte, irá para el prado, si lo echas en el prado, irá para el monte 

– Comprendido. 

Y José María se fue hacia su casa, pero antes de llegar dejó el burro de orejas afiladas en el prado. Al llegar, su madre le preguntó:

– Compraste el burro de orejas afiladas.

– Sí, madre.

– Y donde está.

– Lo dejé en el prado. 

– Ah, tonto, se te habrá escapado. Vete a buscarlo. Si lo encuentras, bien, tráelo. Si se fue del monte lo buscas y dices: Buscarás y no hallarás, buscarás y no hallarás… 

Ocurrió lo último. José María iba por el monte diciendo: Buscarás y no hallarás, buscarás y no hallarás. Y se encontró un hombre que pescaba en un río. Este se enfadó y le dio una paliza.

– Eso no se dice sabes.

– Pues cómo he de decir, mi señor, para encontrar el burro de orejas afiladas.

– Veinticinco en una cambada, veinticinco en una cambada… 

Y esto iba diciendo por el camino y se encontró con un entierro. A uno de los familiares del muerto le pareció mal la frase que decía José María y le dio unos palos. 

– Pues cómo he de decir… 

– Paternóster por su alma, paternóster por su alma… 

Y siguió andando. Y se encontró con una boda. Al novio le pareció mal lo que el hombre decía: Paternóster por su alma… y le dio otra camada de palos.

– Pues cómo he de decir, mi señor.

– Duerma con ella quien la lleva, duerma con ella quien la lleva… 

Y así decía y se encontró con un hombre que llevaba una cerda al reproductor, Naturalmente, a este hombre le pareció mal lo que oía. Y lo dio una paliza más a José Maria.

– Pues cómo he de decir, mi señor.

– Buenas tajadas coma de ella, buenas tajadas coma de ella… 

Siguió camino y se encontró con un hombre acurrucado detrás de unas zarzas haciendo algo muy personal que es excusado decir. 

Y José María iba diciendo lo que se le había mandado: Buenas tajadas coma de ella, buenas tajadas coma de ella. La paliza en este caso fue de aúpa.

– Pues cómo he de decir, mi señor.

– Que la corriente del rio que la lleve, que la corriente del rio que la lleve. 

Y se encontró un hombre enfadado. Acababa de echar ceniza en un prado para abonar. Y el río, crecido, se la llevaba toda. Nueva paliza.

– Pues cómo he de decir, mi señor.

– Que seco se le vea, que seco se le vea… 

Y se encontró un hombre haciendo algo muy personal, de pie, de cara a una pared y de espaldas al campo.

Y José María iba diciendo:  Que seco se le vea, que seco se le vea, que seco se le vea…

Fecit patrie

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Señores: 

Vamos a decir alguna cosa con ribetes de filosofía. Vale la pena. Ya va cayendo algo pesado hablar tanto de mujeres… La consideración en que os tengo como colectividad por un lado, y el afecto como individualidades, por otro, me obligan a mucho. Gracias anticipadas por vuestra atención. 

La vida es una cosa seria. Y, para mí, como para vosotros, cada día me trae una sorpresa. 

Uno de los primeros días del pasado julio, no recuerdo bien cual, apareció por Navia una respetable familia en cierto modo inédita. Esa fue la sorpresa. 

Esa familia a la que aludo la preside y es jefe de ella el Excmo. Sr. Don Eduardo Vargas y otras yerbas… medicinales. Le trato de Excmo. porque es nuestro anfitrión. Nada de coba. Esto es una fórmula personal mía para expresar sincera gratitud. 

No hace muchas semanas, aquí mismo celebramos otro cumpleaños. El de su dignísima consorte. Entonces no comimos cebolla, pero lo parece. Siempre que se repite algo hay que hacer alusión a la cebolla. 

Esta familia vino a Navia con la sana intención de encontrar sol. Craso error. Todo el mundo se equivoca. Ellos han debido irse a Rusia, sacar pasaje en un “espuni”, y entonces sí que pudieran dar con un sol de rayos… 

Otro error notorio. El Excmo. Sr. ha venido a Navia, además, con la más pura intención de pescar.  Y no logró su objetivo. Claro. Utilizó la “Diana” para ello, cuando la realidad es que hasta los estudiantes de reválida de cuarto saben que la “Diana” es cazadora desde los más remotos tiempos mitológicos. 

Ta ta ta ta ta ta ta… 

Yo creo que la Diana es un ser imperfecto o, mejor, lisiado. Algo así como a esos seres que les faltan las piernas y van metidos en un carretón. Y, como sabéis piden limosna en Villaoril.

Ta ta ta ta ta ta…

Total que yo creo que a la “Diana” le faltan unos miembros llamados ruedas. Y, con ellas desempeñar un buen papel yéndose por los montes y los sembrados, llevando a Ramón el cabo como patrón y cazando perdices a la quebrada. 

He hablado de los errores. Ahora quisiera decir algo de los aciertos. El Excmo. Sr. Vargas es un sol ¡Cuidado! Al decir que es un sol, no quiero decir que sea redondo. Quiero decir que su cabeza despide los rayos suficientes para que así se crea.

La Sra. de Vargas también debe ser un sol. Al menos para su marido. Yo creo que este en sus tiempos de noviazgo se lo habrá dicho: Sol mío. Esto es lo que siempre se dicen los novios originales y conscientes del deber. No creo que el Excmo. Sr. Vargas haya faltado a lo decretado. 

En síntesis, que el matrimonio Vargas, por su unidad, es el sol mismo. Así no hay manera de encontrarlo. Todo se demuestra sabiendo que han proyectado sobre nosotros rayos de cordialidad y el intensísimo calor de su afecto.

Ta ta ta ta ta ta…

¡Tataratá!

La paz del campo

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¡Oh, campo! 

¡Quien fuera poeta! Si yo lo fuera, ahora mismo, a la vista de esta escena se me abrirían las compuertas de la inspiración y diría maravillas… 

Evocaría a Teócrito, a Virgilio, a Horacio y a gente de esa. Hablaría de las abejas que van libando, de flor en flor, el néctar con el cual, en los panales, elaboran sus ricas mieles… Hablaría de tantas variedades como hay de pintados pajarillos que, con sus trinos, acogen tan simpáticamente la nacarada aurora que viene…

¡Quien fuera poeta! Con un carro de yerba y un par de vacas holandesas, si yo lo fuera, haría un poema en el cual pondría a la Naturaleza por las nubes… Y haría también un canto en octavas reales a la virtud del trabajo, que es lo que ahí se ve. Y etc., etc. 

Para mí desgracia y para desventura tuya, amable lectora, yo no soy poeta. La prueba está en que no tengo capa, ni chalina, ni melena… 

¡Ni musa!

Si yo tuviera musa, aunque no tuviera lo otro, yo creo que me las arreglaría para decir algo que tal. Aunque, la verdad, contagiado por los tiempos que corren, lo más probable es que no dijera nada. Ni pio. Abandonaríamos ella y yo, del brazo, las hermosuras del campo y nos iríamos al cine. 

Ella admiraría el arte de Don Gregory Peck.

Y yo, a regañadientes, lo reconozco, el de… ¡Sofía Loren!

El R. P. Emilio Martín S. I.

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En la Semana Santa última vino a Navia en misión religiosa el R. P. Emilio Martín S. I., que en ocho días, conquistó los corazones de todos los vecinos. Es un religioso virtuosísimo, trabajador inagotable y de una cultura muy poco común.

Esto sorprende porque, además, el R. P. es joven. Al llegar a Navia, en aquella ocasión, desplegó una doble actuación. La religiosa, que atiende con competencia y exacta puntualidad. Y otra, de tipo cultural, pudiéramos decir.

Vive este R. P. en Salamanca, y es profesor de Literatura y Arte en Colegio de San Estanislao, de la Orden a que pertenece. Vive pues en esa Salamanca que tanta tradición cultural, y a quien llamaban los antiguos la “Atenas castellana”. Y Unamuno, el angustiado Unamuno, por la gran cantidad de iglesias que tiene, “soto de torres».

En esa Semana Santa, en horas libres de su sagrado ministerio, nos hablaba de literatura y, sobre todo, de Arte. En el Colegio de las Hermanas Dominicas dio una conferencia, con proyecciones, sobre Arte Antiguo. Tuvo un gran éxito.

En el tiempo transcurrido desde la Semana Santa hasta ahora no tuvo cortados los hilos del afecto. Nos escribió algunas cartas. Siempre rebosantes de amor a Asturias y a Navia.

Pues bien, el R. P. Emilio Martin S. I. está de nuevo con nosotros. Vino a predicar el novenario de la Inmaculada Concepción. Lo hizo en oraciones magistrales. El tema tratado es hondo y delicado. Puso las excelsitudes de la Virgen María como ejemplo que debe imitar en todo la mujer.

El R. P., además de lo que hemos dicho, es un teólogo y un poeta. Es un verdadero artista. La alianza de la más fervorosa unción religiosa con la poesía da los mejores frutos en el púlpito. La Iglesia de Navia estuvo, en este novenario, excepcionalmente concurrida.

Pero no fue sólo esto. El R.P. Emilio Martin S.I nos dio varias conferencias sobre Arte, con admirables y numerosas proyecciones en color. Cinco, en total. Dos en el salón de sesiones del Ayuntamiento y tres en el cine Campoamor. Y siempre con los locales repletos de oyentes. Los temas tratados fueron: La Virgen María en la Pintura, Paris, Versalles, Pintura Holandesa y Pintores modernos. En todo caso, partía el R. P. del conocimiento directo de los temas que trataba. Ha pasado largas temporadas en Roma y otras poblaciones italianas, en Holanda y en Francia, especialmente en Paris.

Quiero aprovechar esta oportunidad para reproducir unas palabras de S. S. el Papa Pio XII acerca del Arte y la Religión dichas con ocasión de una visita que le hizo un grupo de artistas. Vale la pena. Dijo S. S.: “El Pontífice Romano, heredero de cultura universal, nunca dejó de alabar el arte y de rodearse de sus obras y hacerlo colaborador suyo dentro de los debidos límites de su misión divina, conservando y alabando su destino, que como es conducir el espíritu a Dios. Hay entre Arte y Religión una afinidad intrínseca. La función de cualquier arte consiste, en efecto, en romper el recinto angosto y angustioso en que se halla el hombre y abrir su espíritu al arte. El hombre está mejor preparado cuanto más santo es para hablar el lenguaje del arte y entender sus armonías y transmitir sus anhelos. De tal modo, los maestros del Arte cristiano se convirtieron en intérpretes no solo de la belleza, sino también de la bondad de Dios, valedor y redentor. Maravilloso intercambio de servicio entre el Cristianismo y el Arte. De la Fe sacaron la sublime inspiración. A la Fe condujeron a las almas cuando durante siglos comunicaron y difundieron las verdades contenidas en los libros santos, verdades inaccesibles, por lo menos directamente, para el pueblo humilde. Con razón fueron llamadas biblias del pueblo las obras maestras del Arte. Ellas comunican su íntimo sentido y su emoción con una eficacia, un lirismo y un ardor que tal vez no tiene las más fervorosas predicaciones.”

Esto dijo S. S. el Papa.

Navia ha vivido, pues, gracias al R. P. Emilio Martin S. I. una semana cargada de honda espiritualidad. Religión y Arte. Todo tratado con los más depurados conceptos y con las más sana emoción humana.

Pío Baroja. Su visión de La Mancha vinícola

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Don Pio Baroja está de actualidad. Hace poco tiempo se cumplió el centenario de su nacimiento (28 de Diciembre de 1972). Y se celebró con resonancia. 

Baroja es ya un clásico. Y además, por consecuencia, alguien con quien hay que contar en la historia de la literatura española. De ahí se sigue que lo que dijo en sus libros tiene un indudable valor. 

Últimamente leí su novela El árbol de la ciencia y vi que, en ella, por lo que respecta a La Mancha vinícola, hace referencias que a mí me parecen curiosas. El personaje central, Andrés Hurtado, es médico. Y le hace vivir, ejercer su profesión, en un pueblo manchego sin duda imaginario, Alcolea del Campo. 

Baroja tiene una enorme personalidad. Y veía todo a su modo. Las visiones barojianas son sombrías, pero agudas, penetrantes. Y, por supuesto, inolvidables. 

Don Pio usa poco el incienso del elogio. Cuando busca un escenario lo hace con una finalidad puramente literaria, artística. No es un escritor, se puede decir, turístico. Pero nos ayuda a ver la cara y el envés de las cosas. 

La obra, aunque publicada en 1911, está escenificada al final del siglo XIX. Conviene tener esto en cuenta. 

No creo que Baroja fuera un vinícola. Pero habla del vino. 

Veamos. Allí – en Tomelloso – todo el pueblo estaba agujereado por las cuevas para el vino y no crea usted que son modernas, no, sino antiguas. Allí ve usted tinajones grandes metidos en el suelo. Allí todo el vino que se hace es natural

Se refiere a una cueva: 

El mozo encendió un candil, y abrió la puerta que daba al corral. Dorotea, la niña y Andrés le siguieron. Bajaron a la cueva por una escalera desmoronada. El techo rezumaba humedad. Al final de la escalera se abría una bóveda que daba paso a una verdadera catacumba, húmeda, fría, larguísima, tortuosa. 

En el primer trozo de esta cueva había una serie de tinajones empotrados a medias en la pared; en el segundo, de techo más bajo se veían las tinajas de Colmenar, altas, enormes, en fila, y a su lado, las hechas en El Toboso, pequeñas, llenas de mugre, que parecían viejas gordas y grotescas. 

La luz del candil, al iluminar aquel antro, parecía agrandar y achicar alternativamente el vientre abultado de las vasijas. 

Se explicaba que la fantasía de la gente hubiese transformado en duendes aquellas ánforas vinarias, de las cuales, las ventrudas, abultadas tinajas tobosencas, parecían enanos y las altas y airosas, fabricadas en Colmenar, tenían aires de gigantes. Todavía en el fondo se abría un anchurón de doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la Sala de los Apóstoles.

. . . . . .

Días después comenzó la vendimia. Andrés se acercó al lagar, y al ver aquellos hombres sudando y agitándose en el rincón bajo el techo, le produjo una impresión desagradable. No creía que esta labor fuera tan penosa.

. . . . . .

Yo creo que La Mancha es la región española más barojiana. Conociendo la sobriedad y misteriosa belleza de sus pueblos se llega a esta creencia. 

Los que hemos correteado por La Mancha con amor y simpatía nos volvemos a emocionar al leer El árbol de la ciencia 

El vino. Bebida del hombre moderno y deportivo

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por el Dr. Debuigne 

Comunicación leída, en el mes de mayo de 1968, en IV Congreso Internacional de la Federación de Hermandades Báquicas, en Niza y San Remo. Se publicó en La Semana Vitivinícola, con fecha 19-26 de Octubre de 1968. Con las debidas licencias de la Subdirección de ésta revista valenciana hacemos este respetuoso extracto: 

Dijo Hipócrates: «El vino es cosa apropiada al hombre si, sano o enfermo, lo administra con sabiduría.» 

Símbolo religioso, fuente de inspiración artística, alimento precioso de múltiples virtudes, el vino ha ocupado siempre un lugar destacado en la alimentación humana. 

He aquí lo que el Eclesiastés, en su tiempo, dijo: “Ve y come de buena gana tu pan y bebe con alegría tu vino”. Hoy, más que nunca, el hombre afectado de la fatiga, el nerviosismo, la angustia de vivir, necesita de esta bebida estimulante, tónica y dispensadora de euforia. 

No es el vino una simple dilución de alcohol en agua. En el vino el alcohol está íntimamente ligado a un complejo vivo. 

Hay que tener en cuenta: no sobrepasar los límites cotidianos generalmente admitidos por los autores y confirmados por los trabajos de laboratorio (si el corazón lo quiere, nada nos impide seguir el sabio consejo de Hipócrates: “Beber hasta la alegría una o dos veces al año”). Estos límites cotidianos son, en general, los aconsejados por el profesor Tremolières en el último congreso sobre el alcoholismo: un litro de vino de 10º para el hombre y tres cuartos de litro para la mujer, tratándose de individuos de buena salud y equilibradamente alimentados, 

El aporte de calorías, variable de un vino a otro, es especialmente apreciable cuando se trata de tonificar a un anciano, un convaleciente o un adulto fatigado. 

Alimento de primera necesidad en otros tiempos, el vino sigue siendo en nuestros días, además de alimento, una bebida indispensable para los organismos maltratados por la vida actual, puesto que da el tono necesario para resistir a las agresiones de todas clases. 

No es por azar que la sabia naturaleza ha previsto el poner en el vino precisamente las vitaminas que permitan luchar contra la fatiga, esta plaga del siglo en que se supone que la máquina está llamada a realizar el trabajo del hombre… 

La vitamina C, cuya acción es innegable sobre el tono vital, la resistencia a la fatiga y la buena forma física. Por lo cual el deportista consume de dos a tres veces más vitamina C que un individuo sedentario. 

La vitamina B1, produce, por su parte, euforia muscular, atenuación de la fatiga, recuperación más rápida. También está en el vino. Lavollay y Sevestre atribuyen además la acción tonificante del vino a su contenido en vitamina P. 

Andross ha demostrado que con la vitamina B3, también en el vino, la productividad aumentaba en cierto grupo de obreros.

El tanino contribuye también a la acción tonificante del vino. 

Pero desde siempre, el hombre ha buscado no sólo estimulantes sino también reconfortantes en su sistema de alimentación. El hombre de hoy, ante los problemas que le asaltan, vive a menudo en una atmósfera de angustia deprimente en medio de la cual se debate. Tiene necesidad de tranquilizarse para poder soportar el vivir demasiado bien… viviendo tan mal. Sir Alexander Fleming no olvidaba esta virtud del vino cuando dijo: «La penicilina cura al hombre pero el buen vino le hace feliz». 

No se nota la necesidad de métodos enojosos, de «sillones-relax» especiales y caros. El mejor descanso, la mejor relajación ¿no son los que encontramos en la mesa, en la euforia de los buenos platos y de los buenos vinos? Además, cuando la preocupación y el enervamiento o el cansancio de la vida actual convierten al hombre en el mayor enemigo del hombre, esta euforia hace nacer contactos más calurosos, más comunicativos, y devuelve a la sociedad su verdadera cara, amiga y optimista, que nunca debió perder. 

Excelente estimulante del apetito, el vino pone en condiciones de digerir lo que se ha comido en abundancia. El vino aumenta singularmente la secreción salival y la del jugo gástrico y contiene, además, diastasas análogas a las de nuestros jugos digestivos. Su tanino excita las fibras lisas de todo el aparato digestivo. Gracias a su poder bactericida lucha bien contra las infecciones (colibacilosis, por ejemplo). 

Con la elevación del nivel de vida la ración alimenticia se ha enriquecido notablemente en prótidos nobles de origen animal: carnes, pescados, quesos. El vino realiza, ante todo, una armonía gastronómica perfecta con estos prótidos, más, sobre todo, se ha constatado que ayuda poderosamente a la digestión. 

El vino es, incluso, según Genevois, la única de todas las bebidas que permite una digestión fácil de los prótidos gracias a su acidez tónica y a su débil, presión osmótica. 

Por lo que respeta a los que quieren conservar la línea, dice Debuigne: bastará elegir vinos blancos leves y secos, un poco ácidos, poco alcoholizados, que aportarán pocas calorías y favorecen la diuresis. 

El vino lo definió Pasteur, «la más sana e higiénica de las bebidas». Y que esta bebida amiga del hombre permanece a un precio económico, con relación a las bebidas sintéticas e incluso con el agua del buen Dios, que se encierra en las botellas de agua mineral. 

El vino conviene también al hombre de nuestro tiempo, puesto que acabamos de ver que responde precisamente tanto a sus necesidades como a sus deseos. Y es, de la misma forma, la bebida del deportista. 

Los últimos trabajos de dietética deportiva están de acuerdo sobre el hecho de que la alimentación del atleta debe ser simplemente la alimentación ideal de un hombre ordinario que haya de hacer esfuerzos musculares. 

Si los aperitivos, los digestivos, deben ser excluidos de los menús del atleta, es ridículo condenar al vino al mismo ostracismo, este buen vino que los especialistas del deporte están lejos de prohibir en consumo razonable. 

Así, Boigey, cuyas obras sobre la cura por medio del ejercicio han adquirido autoridad notable declara que «el vino natural es la más loable de las bebidas alcoholizadas, que encierra una maravillosa complejidad de sustancias útiles bien equilibradas e irremplazables.» 

El Dr.Mathieu, médico olímpico, miembro del Comité olímpico francés, declara: «En un sujeto normal, si la cantidad de vino no pasa de medio litro por comida, o sea un litro por día, el alcohol es enteramente quemado por el organismo y el vino es así una excelente bebida alimenticia.» 

Todas las otras bebidas distintas del vino presentan inconvenientes. El consumo habitual de las sodas, aguas gaseadas y con alto porcentaje de mineralización son desaconsejables en dietética deportiva. Los zumos de frutas son quizá mal tolerados (zumos agrios especialmente). La cerveza tiene tendencia a producir pesadez y provoca fenómenos de flatulencia. La sidra tiene una acción laxativa irritante para el intestino y entraña quizá ciertas molestias gástricas. El café y el té en grandes cantidades producen insomnio. No hablemos de la leche, que muchos adultos no toleran, pero que ciertos deportistas se empeñan en beber a la americana, olvidando que la leche es un alimento, no una bebida.

Preciosas sales minerales están presentes en el vino y precisamente bajo la forma de sales orgánicas que es la única forma asimilable. Dos ejemplos. La eliminación de las toxinas de la fatiga exige el azufre. El entrenamiento intensivo exige el hierro. Pues bien, tanto el azufre como el hierro están presentes en el vino… 

Por otra parte, el siquismo del atleta es muy particular. Su voluntad tiende a flaquear ante las pruebas que ha de vencer y lo convierte a menudo en un ser frágil y vulnerable. 

El vino, como bebida tónica y euforizante, es del todo indicada para darle buena moral durante los largos y duros períodos de entrenamiento. 

Observemos de pasada que el deportista – como todo el que trabaja con esfuerzo físico – que produce un alto gasto muscular, tiene una ventilación muscular acelerada que le permite eliminar el alcohol más fácilmente que el sedentario. 

No recomienda Debuigne a los deportistas, sin embargo, los vinos de mucho cuerpo y mucho bouquet. 

Pero – añade – si el vino puede y debe formar parte del régimen habitual de entrenamiento del deportista amante del mismo, debe ser suprimido de la comida que precede a la competición e inmediatamente antes de cualquier ejercicio físico. En efecto, los trabajos del Instituto Regional de Educación Física de Toulouse han demostrado que la ingestión de alcohol antes del esfuerzo es contraria a un proceso fisiológico de adaptación del organismo al ejercicio físico. 

En última instancia, el vino permite todavía a cada uno, deportista o no, a través de la admirable gama de sus variedades, encontrar la calidad que más le cuadra. Así, el inquieto encontrará el «bueno para la salud», el gastrónomo el «bueno para el gusto», el triste el «bueno para la alegría» y el snob el «bueno para alternar».  Concluye el Dr. Debuigne diciendo: Si el vino no existiera, habría que inventarlo...