Un gigante de la espesura. El jabalí que mató «El Tapón»

Caza y Pesca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Caza y Pesca. Febrero-1957; Hacia la ría del Eo (1957)

José Antonio García Pastur, “El Tapón”, es un buen hombre, que vive en Seixas, lugar de sólo cuatro casas, escondido en el monte, entre pinos grandes, en la parroquia de Piñera, concejo de Castropol. Allí nació y allí vivió, salvo quince años – de los treinta y cinco a los cincuenta que estuvo ausente en Baracoa, Isla de Cuba -. Y allí vive… Tiene ahora setenta años. El bueno de “El Tapón”, el 18 de noviembre de 1954 mató de un tiro un jabalí que pesó 133 kilos ¡nada menos!

Yo, por razones que no hacen el caso, me enteré del acontecimiento un poco tarde. Pero siempre creí que este hecho transcendente debía ser divulgado. No creo que haya perdido actualidad. Tiene un indudable valor histórico…

Hace ya tiempo que deseaba acercarme a Seixas, ver a “El Tapón”, buen amigo, y oír de sus propios labios referir la hazaña. Hasta ahora no me fue posible.

Pero antes de seguir hay, que ponerse en clima, en ambiente…

En Castropol y pueblos circunvecinos hay – la hubo siempre, desde que yo tengo memoria – una peña de cazadores esforzados, notables… De niño recuerdo que la formaba don, Sabino, don Felipe, Antón de Riofelle, Fernando y José Manuel Piñeirúa, los hermanos Sanjurjo – Vicente, Pepe y Arturo – “El Tapón” y Pedro da Soma. De ellos viven – y que sea por muchos años – los cuatro últimos.

Yo llegué a tiempo, hace veintitantos años, para ser compañero de tan selectas “escopetas”. Pero sólo por dos temporadas.

Hoy pervive la peña de tanta solera. La integran: “El Tapón”, Félix Piñeirúa, Bustelo, Camilo, los Pedrones – Manuel y Felipe – e Ignacio de Vale. Este último, una buena pieza, pasó una docena de años dedicado al negocio de espumosísima leche en Buenos Aires. Y de allí trajo, en su corazón, recuerdos imborrables….

Los cazaderos más frecuentados por esta gente, en la ribera asturiana de la ría del Eo, son: El Mián, Axelán, Bouza Veya, Arguiol, Xonte y Buscabreiro.

Para ver a “El Tapón” me puse en comunicación con Piñeirúa y Bustelo. Había que andar, desde Vilavedelle, punto de mi partida, sus buenos cinco kilómetros, con una cuesta dura – la subida a Ríocaliente, por el pico de San Marcos – El camino es de maravilla, en buena parte bajo copas de pino…

Desde San Marcos se domina un vasto y encantador panorama: la totalidad de la ría del Eo. La tarde no era clara. Una bruma cenicienta borraba la nitidez en los perfiles de las cosas, Pero, así y todo, era grato ver aquello. Tenía un aspecto, por lo menos, asturianísimo…

Mucho se alegró “El Tapón” al vernos en Seixas, al otro lado de San Marcos, en una hondonada por donde va el río de la Berruga. Nos introdujo en su casa, y, en la sala, pasamos hora y media de charla amenísima. Y entonada con el sabor de un café “canela en rama…” Presente estaba, clavada en tablas, como un estandarte, la piel del jabalí objeto de mis averiguaciones. Era el decorado de la escena…

E! jabalí “cayó” así:  

El referido día 18 de noviembre de 1954 es decir, hace dos años, a las seis de la mañana, salieron a dar una batida Ignacio de Vale, Bustelo, «El Tapón», Piñeirúa y un invitado, Fermín, de Vegadeo. Llevaban sólo un perro, “El Navarro”, mastín de calidad.

Empezaron la cacería en Axelán, hacia las once. Bustelo, el montero, llevaba el can preso. Cuando pasaba por El Mián se dio cuenta que en el camino había pisadas de jabalí, e invitó a “El Navarro” que las siguiera. Este, rapidísimamente, cogió el rastro y se fue, como una bala, siguiéndolo hasta los montes de Arguiol. Allí, en una espesura, estaba el “cocho”. “El Navarro”, con decidido arrojo luchó media hora para sacarlo a campo libre, sin lograrlo. En esto llegó Bustelo seguido de Fermín. Fue necesario hacer unos disparos al aire…

Y el jabalí, sin ser visto, salió. Pero el perro le seguía. A 500 metros, más o menos, en otro intrincado brozal, volvió a hacerse fuerte. Y el perro, encendido, le acometía con denuedo. Piñeirúa, que vigilaba la armada de la Cancela del Castaño, e Ignacio, la del Campo del Chao, se dieron cuenta de lo que pasaba y bajaron al campo de combate… Ante la imposibilidad, por lo enmarañado del paraje, de hacer puntería, dispararon nuevamente al aire. Y el jabalí que “vuela”. Y no se sabía hacia donde…

Desilusión…

“El Tapón” estaba a bastante distancia en la armada del Regueiro da Galia. Hacia la una de la tarde, se sentía aburridísimo. No había oído nada. Estaba muerto de frío, con los pies helados. Pero…, ¡ay, amigo!

En esos momentos tuvo una visión fulgurante, que resultó ser realidad. A unos 25 metros de distancia se le plantó un jabalí “como un caballo”.

¡Pun!

Y de un tiro, que entró por el brazuelo o codillo, cayó redondo…

“El Tapón”, en trance de emoción delirante, instantáneamente perdió el frío, sudaba… Sacó del bolsillo una navaja y se propuso hacer la operación ritual: amputar al bicho los atributos del género… Pero al empezar a tajar el jabalí dio una fuerte sacudida, irguiéndose, que tiró al operador a tierra…

Volvió el bicho a acostarse. Pero “El Tapón”, ante la responsabilidad de lo que pudiera ocurrir, para asegurarse, le metió por la boca un par de tiros de gracia…

Y así murió, con un “habano” de dos cañones en la boca, el jabalí más grande que se mató por estas tierras desde que hay memoria.

Un cuarto de hora después apareció “El Navarro”, solo, sin latir, agotado y cubierto de sangre. Tenía en el cuello dos heridas considerables. Y una más, de 15 centímetros de largo, en el lomo…

¡“El Navarro”!

Dos horas después llegaron los compañeros de la cuadrilla. Venían desalentados, tristes. Creían que el jabalí se había ido… ¡Bah!

¡Estaba “El Tapón” en el Regueiro da Galia!

Se bajó el “cocho” del monte en una burra, que se resentía en sus patas con el peso de tanta carga.

Y al llegar a casa, lo primero que se hizo fue buscar al veterinario para que atendiera a “El Navarro”.

El jabalí muerto estuvo en Vegadeo y en Castropol.

Más hablamos en casa de “El Tapón”. Yo le recordé que hace años – más de quince – estuvimos en una farra juntos comiendo jabalí en Villagomil. Él cantaba entonces aquello de Iradier:

 Cuando salí de La Habana,
¡válgame Dios!
Una linda guachindanga,
que sí, señor.

Y miraba a Ignacio fijamente, que también estaba allí, a mi lado, con la pucha gacha…

Cuando salimos de Seixas caía la tarde… Seguían las brumas. Y, a pesar de todo, se veía Xonte, La Tomentosa, Castañeirúa, Cotapos… Y a la hondonada que tiene por vértice el río, se mostraba dominada por colores otoñales. La amarillez de las hojas del viduro y el castaño. Y los ocres de las de los robles, las folgueiras y las gancelas. Subsisten los verdes intensos de pinos, tojos y acebos.

Toda esta vegetación vive con verdaderas apreturas formando una masa espesa donde el jabalí puede campar a sus “anchas”.

Al despedirnos veo en la copa de un nogal algo raro. Me acerco y, asombrado, compruebo la realidad: Allí está la calavera del jabalí, sujeta con alambres, a la intemperie, con los colmillos enhiestos, algo así como de: ¡Aviso a los navegantes!

Es el blasón de un cazador de cuerpo entero. ¡“El Tapón”!

La Searila. Historia de un amor pleno, sublime

Hacia la ría del Eo

Publicado en: Hacia la ría del Eo (1957)

LUGAR DEL SUCEDIDO

Seares es un pueblecillo o aldea que pertenece al concejo de Castropol, en el occidente asturiano. Dista de la capital, Oviedo, poco mas de veintiocho leguas. Está enclavado en una hondonada que forman poblados montes de pinos, robles y castaños. La altura más elevada corresponde al pico de Lodos, desde el cual se domina un paisaje de incomparable belleza: el que forman la ría del Eo y sus pueblos ribereños, Ribadeo, Castropol y Vegadeo.

El pueblo o, mejor dicho, la parroquia de Seares, la habitan alcurniados labradores, solamente. Y que viven – han vivido siempre – en una paz idílica o virgiliana. Como se quiera.

Pero ha habido un tiempo de su historia en que esa paz se vio quebrantada por un acontecimiento altamente emotivo, conmovedor.

En un barrio de esa parroquia, el de Río de Seares, hay una casa, La Casoa, con traza de haber sido construida y vivida por gentes de condición social elevada. Hoy es una casa de labranza como cualquiera otra, pero está muy deteriorada. A simple vista, sin embargo, se nota su ranciedad y su abolengo de origen. Claro. En ella vivieron los Pérez Castropol, descendientes de un virrey en la isla de Cuba durante la época colonial. Antes de construir La Casoa, la casa solariega de estos señores estaba en Grandallana, el poblado más elevado de Seares. También se conserva y la ocupan pujantes labradores.

En las cercanías de esta última, casi al lado de la huerta, hay una ermita dedicada a Nuestra Señora de la O, fundada por la familia. Tiene un retablo y una lamparita llenos de sencillez y encanto

LOS DOS AMANTES

En La Casoa nació el 15 de Junio de 1814, una mujer, Rosa Pérez Castropol, que había de dar – y sigue dando – mucho que hablar. Primero, por su belleza, y después, por su desventura.

Tuvo esta mujer una vida breve, poco más de veintidós años. Fue repito, de delicada hermosura, bellísima. Y esto explica que, al aflorar a la vida, moviera las voluntades de los que la conocían a admirarla, a amarla y a quererla. Y, en especial, las de aquellos jóvenes de los pueblos circundantes que pudieran considerarse merecedores a ser aceptados al dulce y acongojado coloquio del amor. Resultó elegido, entre más, Don Antonio Cuervo y Fernández Reguero, también de estirpe hidalguesca. Nació éste el 10 de Diciembre de 1809 en la Galea de Vegadeo, parroquia entonces de Piantón.

NOVIAZGO Y BODA

Se hicieron novios muy jóvenes. Cuatro años antes de su boda ya estaba el idilio en marcha. Se conserva un poemita que lo acredita. Don Antonio, con ocasión de un viaje, se despide de ella y, entre otras cosas, dice

 Por esos ojos bellos 
por esa boca amable
mi sed es insaciable,
mi pecho siento arder.
Auséntome yo de ellos;
quien sabe si mi amiga
con nuevo amor se liga
¡Oh, cuanto es el temer!

El noviazgo era bien visto por ambas familias, la de ella y la de él. Había un remoto parentesco entre sí. Venían, allá en la lejanía de la ascendencia, de un tronco común.

Se casaron el 8 de mayo de 1835. La ceremonia se celebró en la capilla – hoy desmantelada – que hay dentro de La Casoa. El matrimonio no se inscribió en el Registro Parroquial hasta pasado algún tiempo. Pero por razones íntimas, puramente familiares. Y no políticas, como se sospechó.

La luna de miel no dejó traslucir nada al exterior, como no fuera lo que es presumible en ese estado de los amantes – todo el mundo lo sabía – que se habían casado por amor. Recogimiento íntimo, monadas recíprocas cargadas de ternura, paseos en serenos atardeceres en torno a la ensenada de Fondón y por las riberas de Vilavedelle, la espera del fruto deseado, proyectos, ilusiones. Vida, en suma.

Cuando se casaron Don Antonio tenia hechos los estudios de Derecho, pero no estaba habilitado todavía para el ejercicio de la abogacía. Era preciso, por lo visto, realizar una prueba de suficiencia ante la Audiencia. Él realizó el examen en la de Oviedo el 6 de Junio de 1836. Al día siguiente, el 7, le escribió una carta a su padre dándole cuenta, en forma bastante humorística, del buen resultado de la prueba. Estaba presente, le había acompañado en el viaje a Oviedo, su esposa Doña Rosa.

Pues bien, esta vida esperanzadora se vio turbada por las exigencias de deberes profesionales. Don Antonio tenía que ausentarse a La Coruña. Y allá se fue, y allí, en La Casoa, se quedó Doña Rosa al cuidado de sus padres. En el estado en que se hallaba nada mejor – entonces – que el hogar paterno para recibir lo que pudiera llegar…

En sazón llegó la enfermedad esperada, que tan dolorida y tan halagüeña es, a la vez, para la mujer. Y el fruto apetecido. Una niña. En la pila bautismal se le puso el nombre de Claudia Maria Rosa.

Doña Rosa quedó mal del trance del alumbramiento, se debilitó, se agotó… Su marido fue llamado a La Coruña en vista de la gravedad de lo que ocurría en la Casoa. Y con la mayor premura, a caballo, emprendió el camino hacia Rio de Seares. Caminos malos los de entonces, aunque fueran reales. Se dice, no lo duda nadie en la parroquia, que mató tres caballos, remudándolos, en el viaje. Un poco menos de treinta leguas.

MUERTE DE DOÑA ROSA Y DESESPERACIÓN DE DON ANTONIO

Entretanto que esto ocurría Doña Rosa se murió, quedándose en sus labios yertos, sin cumplir su destino, su último beso de amor…

Cuando llegó Don Antonio el cuerpo de su mujer ya estaba enterrado en el camposanto parroquial de Santa Cecilia de Seares. Se efectuó este enterramiento el día 1 de Noviembre de 1836.

El destino reservaba a este hombre esa prueba de dolor hondo y fatal. Ya no vería más a su Rosa…

No fue así, sin embargo. Hombre de leyes al cabo, el conocimiento de éstas se vio oscurecido por la arrolladora fuerza de su sentimiento. Y se fue a Seares, al cementerio. Y desenterró el cadáver de su mujer, le cortó algunos cabellos, y lloró, sin consuelo, en una escena que es, a no dudarlo, inefable…

A los pocos días los labradores de la vecindad, a altas horas de la noche, se sintieron sobrecogidos al oír la voz triste, doliente, de un hombre que cantaba penas, cosa inaudita en tan sosegados lugares. Era Don Antonio Cuervo que iba a la Barcia, donde está el cementerio, a cantar, anegada el alma de tortura, a los restos fríos del cuerpo donde antes anidaba su amor.

He aquí su cantar:

 Solitaria mansión del sepulcro,
 sólo en ti mi esperanza se encierra,
 que, perdido el amor, es la tierra
un abismo de mal para mí. 
 Negro abismo, que ahoga implacable
 en un mar de tristezas mi alma:
 que de Dios la piedad me dé calma,
 ¡ay, Searila! reuniéndome a ti. 
 ____
 ¡Cuántas veces gozosa, y conmigo
 embargada de amores suaves
 escuchaste el cantar de las aves
 en la dulce mañana de Abril! 
 Poco tiempo duró nuestra dicha,
 ¡y cuán pronto acabó mi fortuna!
 pues no quiero tampoco otra alguna
 ¡ay, Searila! viviendo sin ti. 
 ____
 Todavía afectado recuerdo
 cuando en nuestra desgracia decías,
 que en fatídicos sueños veías
 de una tumba la lápida abrir. 
 Del destino ¡oh, visión pavorosa!
 que alejabas de mí la alegría,
 se cumplió la fatal profecía,
 ¡ay, Searila, que vivo sin ti!
 ____
 En tus brazos morir ¡qué consuelo!
 conmovida otra tarde dijiste:
 infelice y siquiera me viste,
 espirando apartada de mí. 
 Niña aún, y tan sola muriendo,
 ¡cuán amargo al morir te habrá sido!
 no escuchar el acento querido
 ¡ay, Searila, anhelando por ti!
 ____
 De la vida en el último aliento
 tu tristísima voz me llamaba; 
 ¡desgraciado de mí! ¿dónde estaba
 que en tu angustia no pude acudir? 
 Por los campos buscando tu huella
 vanamente que ahora me empeño:
 que aturdido paréceme un sueño
 ¡ay, Searila, vivir yo sin ti!
 ____
 Sueño horrible que el alma devora
 que hasta el fondo taladra mi pecho,
 sin poderme yo ver satisfecho, 
 que apetezco cual nadie sufrir. 
 Lo apetezco; y la vida me agrada
 cuanto más me consumo y me mato,
 pues no quiero me acuses de ingrato
 ¡ay, Searila, si vivo sin ti!
 ____
 Que abomino de vida sin cielo
 donde ver de tu sol los fulgores,
 ni risueñas me alegran las flores,
 cuando el alma se siente morir. 
 Y alegrarme jamás yo no quiero,
 ni pagarle al amor más tributo
 que los ojos no ven sino luto,
 ¡ay, Searila, no viéndote a ti!
 ____
 Sola ahora y por todos dejada
 en el lóbrego hogar de la muerte,
 nadie hay, nadie que a él venga a verte,
 si no viene tu amante infeliz. 
 Soledad a tu lado es mi vida,
 que es sin ti toda vida el desierto,
 no respiro, mi ser está yerto, 
 ¡ay, Searila! si no es junto a ti.
 ____
 Caminando la pálida luna
 por la bóveda inmensa del cielo,
 que comprende parece mi duelo,
 no queriendo como antes lucir. 
 De la noche durante el silencio
 tu sepulcro rodeando acompaña, 
 y en tristeza profunda me baña
 ¡ay, Searila! velándote a ti.
 ____
 Mustia ahora la frente y doblada
 sobre el pie de la lápida fría,
 yo te espero ¡oh tremenda agonía!
 como al ángel que mira por mí. 
 Yo te llamo: el momento me acerca;
 que en el cielo felices y amantes
 las dos almas se junten como antes,
 ¡ay, Searila, pues muero por ti! 

Y así días y días, o mejor noches y noches, durante muchos meses, vagó por los montes de las proximidades pisando tojos, gancelas y folgueiras, y entre estas malezas se dormiría extenuado, con sólo la luz débil pero vibradora de las estrellas. En alguna ocasión se subía a la tapia del cementerio y, encaramado en ella, frente a la tumba, prometía a su inolvidable Searila fidelidad eterna…

VIDA ULTERIOR DE DON ANTONIO

Don Antonio vivió cinco años sumergido en dolor profundo, totalmente inhibido de la vida social. Por esa época compuso otro poema Horas tristes. De él copio sólo este verso en el que decía que pasaba.

horas de horror sin tregua y sin olvido.

En el año 1841, con cierta resignación, comenzó a actuar en la vida profesional y política. Quiso ser magistrado y no lo logró. Se lo designó agente fiscal, pero no aceptó. Poco después se le nombró secretario del Gobierno Civil de La Coruña, cuyo cargo desempeñó varios años. Tuvo en él una actuación brillante, nobilísima. Con ocasión de una epidemia del cólera, se estimó tan meritoria su actuación desde su puesto que el ayuntamiento de la Coruña le nombró hijo adoptivo.

Fue, más tarde, Fiscal de Marina en los tercios Navales del Norte.

El 28 de Diciembre de 1854 tomó posesión del cargo de Gobernador Civil de Zamora, para el que había sido designado por el Gobierno. El 18 de Julio de 1855 pasó a desempeñar la misma función en Lugo. Y más tarde los de Albacete, Teruel, Santander y Murcia. Cuando estaba nombrado para desempeñar el de Granada, en 1863, pidió el retiro que le fue concedido con una pensión de 7000 pesetas anuales. Y se le concedió, además como reconocimiento de los servicios prestados a la Patria, la Encomienda del Mérito Civil.

Desde entonces hasta la fecha de su muerte vivió en torno a la ría del Eo. En Vegadeo y Ribadeo. Y, por último, en Castropol donde murió el 2 de abril de 1890, a las tres de la tarde.

VALORACIÓN DE ESTE AMOR

El amor de Don Antonio Cuervo fue, sin duda, hace tiempo que lo vengo diciendo, de gran relieve. Concedo que durante el noviazgo y el matrimonio no tuviera, aún siendo apasionado, nada de particular. Pero a partir del fallecimiento de Doña Rosa es cuando adquiere los caracteres de la sublimidad. Y que le hacen ser digno de figurar como un hito en la historia del amor universal.

Hay muchas clases, muchas clasificaciones del amor: Quizá tantas como personas trataron la materia. Por vía de ejemplo citaré a Stendhal. Este autor distingue el amor pasión, el amor de buen tono, el amor físico y amor de vanidad. Esto figura en su libro tan conocido Del amor. Este hombre no sabía mucho del asunto, no podía saberlo. Nunca llegó a ser marido. Le faltó la prueba del fuego… para llegar a enterarse. A través de su vida, se sabe, tuvo ciertos “asuntillos”. La mayoría fallidos. Y, por consecuencia, sufrió mucho. En ese sufrimiento adquirió algunos conocimientos y, con ellos, escribió un libro…

Casanova fue amante notable. Pero su amor fue, más bien, amor de arriero o de mesón. Contenido espiritual es posible que no tuviera ninguno. El salió del paso, en sus empresas, como una fiera en el brozal de la selva….

El donjuanismo anda muy cerca de ser otro que tal…

Bueno. Dejando a un lado otros amores típicos que ha habido, por el mundo, yo veo ahora dos amores extremos, límites. Que son el amor udrí o de Bagdad y el amor de Don Antonio Cuervo, es decir, de la Searila.

El amor udrí, árabe, que pone de relieve muy claramente García Gómez en sus libros, es un amor puro, limpio, infecundo en lo biológico, y cuya esencia radica en la perpetuación del deseo. Amar, sólo amar, sin esperanza. Morir sin posesión.

El amor de La Searila está en el polo opuesto, al otro lado: Amor al uso en el noviazgo y en el matrimonio, y fecundo. Y extraordinario a partir de la muerte de uno de los dos amantes.,

El amor de Don Antonio Cuervo, en su viudez, fue un amor sin esperanza. Sin esperanza terrena, por supuesto. Y en esto tiene un punto de contacto con su opuesto, el amor udrí.

Aunque parezca paradójico creo que estos dos amores son los más viriles, los más elevadamente humanos. Los más refinados. Sólo el hombre puede amar así. “El gozar ese apetito, el padecer, es fineza” dijo Quevedo.

AMOR Y LOCURA

¿Fue Don Antonio un loco? ¡Qué iba a ser! hay que aclarar esto. El que ama con pasión auténtica se sale en cierto modo de la normalidad. Coloca el centro de su vida en el amor. Aunque no le impida, por otra parte, ser un ser sociable y hasta desarrollar una actividad seria. Pero esta “anormalidad” se da en el ser humano en variadísimas escalas. En unos la pasión es más intensa y en otros menos.

Comparemos. Quevedo amó a Lisi de un modo fantástico. Pero al mismo tiempo que le escribía unos sonetos incendiarios desempeñaba misiones políticas y diplomáticas en la corte y en especial al servicio del Duque de Osuna, donde la cordura y la discreción eran esenciales. Loco de amor y, al mismo tiempo, cuerdo, perfectamente cuerdo, en todo lo demás. .

Fernando de Herrera, beneficiado de la parroquia de San Andrés, de Sevilla, de su amor, doña Leonor de Millán, también dijo infinitas “locuras”.

Decía Quevedo:

 A los suspiros di la voz del canto 

Y Herrera:

 Oye la voz de mil suspiros llena  
y de mi mal sufrido el triste canto

Seamos generosos. Añadamos una opinión más, de un poeta moderno, Antonio Machado.

Se canta lo que se pierde

Don Antonio fue político, desempeñó cargos de alto honor y responsabilidad y jamás olvidó a doña Rosa. Muerta ¡la amaba más!

Téngase en cuenta, además, que Quevedo y Herrera «suspiraban» por haber recibido reiteradas calabazas. Y no más que por eso…

En suma, que la anormalidad del amor es la más normal de las enfermedades. Es un, como si dijéramos, sarampión glorioso. Quien a través de su vida no lo padece por desventurado puede considerarse. Más aún. Si el ser humano no viene a este mundo a amar, pregunto yo desde aquí ¿a qué viene?

EL POETA

¿Fue, a la vista del cantar de la Searila, don Antonio, un poeta? Pues sí, fue poeta. Claro que no un gran poeta. Si lo fuera, no había de estar a estas horas por descubrir. Poco después de la Searila escribió otro poema relativo al mismo tema Horas tristes y en su vejez El canto del cisne y el soneto a La Vejez que yo tengo a la vista impresos por aquellas fechas, cuando él vivía.

Pero acerca de la poesía, en esta ocasión, habría mucho que hablar. Es posible que a la forma de versificar de Don Antonio podrían ponérsele ciertos reparillos. Pero en la poesía hay algo más que palabras y gramática. Hay, no se olvide, sentimiento… Y éste, en La Searila, es oro de ley. Con La Searila se han emocionado muchos. Y basta…

No. perdón, no basta. Hay que añadir como coletilla estas palabras de Platón. “El amor es un poeta tan hábil que hace poeta a quien mejor le parece. Y lo es en efecto, aunque antes haya sido extraño a las musas, tan pronto como el amor le inspira”.

NADA DE ROMANTICISMO

En un artículo publicado en un semanario, Las Riberas del Eo, de Ribadeo, el 5 de octubre de 1951, califiqué de romántica esta historia de amor. Hoy, mejor pensado, creo que no hubo tal romanticismo. Romanticismo en el sentido de ser entonces moda amar así. Eso no. En esa época, por otra parte tan romántica, no era costumbre que los viudos lloraran de ese modo la muerte de sus mujeres. Este amor no tuvo antecedentes ni consiguientes. Honradamente hoy creo que Don Antonio Cuervo no fue un comediante. Fue, sencillamente, un hombre. Y su mujer, Doña Rosa, no solo una mujer hermosa, sino algo que dentro del matrimonio vale más, buena; buenísima. Tanto, que supo merecer de su marido una pasión de amor irrefrenable, grandiosa.

Esto en cuanto al fondo. Pero ni por la forma pueden calificarse de románticos los versos de la Searila. Véase:

¡Cuántas veces oculto en mi refugio
escapando a la gente y a mí mismo
baño con llanto el césped y mi pecho
con mis suspiros agitando el aire!
¡Cuantas veces a solas e inseguro,
anduve por oscuras soledades
buscando con la mente la Alegría
que me robó la muerte despiadada!
. . . . . .
¡Oh valle que han llenado mis suspiros!
¡Oh río que mi llanto ha desbordado!

¿Es acaso esto de algún poeta del siglo XIX? No. ¡Qué va! Es de Petrarca que vivió en siglo XIV. Este hombre también lloraba por su amada muerta.

¿Y estos?

Tengo una parte aquí de tus cabellos
Elisa, envueltos en un blanco paño
que nunca de mi seno se me apartan
decójolos, y de un dolor tamaño
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan

Estos son de Garcilaso, poeta que murió el 14 de octubre de 1536.

Lo peor que puede creerse de don Antonio Cuervo es que fue un imitador de Petrarca y de Garcilaso. Y entonces, por razón de la época, no puede decirse que fuera un romántico.

Apuremos aún más la cosa. Para mí, hay dos clases de romanticismo. Una, que se refiere a la vida y al arte, que comienza en Cadalso y termina, con quien sea, a mediados del siglo XIX. Y otra, general se puede decir, eterna, que sintetizó Rubén Darío en este verso.

Quien que es, no es romántico

No. Don Antonio no fue romántico de la primera clase. El romántico, y esto está a la altura de la más modesta fortuna intelectual, buscaba el dolor, como moda, para “recrearse en él”. Don Antonio no buscó ese dolor. El destino se lo puso de frente y no tuvo más remedio que aceptarlo. Los románticos, por otra parte, apuraban la vida y vivían poco. Don Antonio murió a los 81 años.

Larra, prototipo de romántico, y Don Antonio, ante la falta del amor asible, adoptaron posturas totalmente diferentes. Larra se pegó un tiro y Don Antonio aceptó la vida, con todas sus secuelas, durante una viudez que duró 54 años. Don Antonio era, antes que nada – y de esto hay pruebas indudables – católico, apostólico y romano. Esto, en una época de libertinajes ideológicos suponía mucho…

Ortega y Gasset ha dicho – y tomo la cita de Marañón -: “Un romántico es un hombre al que el corazón se le ha subido a la cabeza”. Ya conocemos la vida de Don Antonio Cuervo. Su cabeza fue despejada y su corazón no se movió del sitio donde había pacido…

AMOR MÁS ALLÁ DEL MATRIMONIO

Unamuno dijo: “¿Y no es acaso el acto de suprema unión lo que más supremamente separa?”.

Y León Hebreo: “Se ama tanto tiempo como se desea, y cesando el deseo, cesa también el amor” y que deseo y amor “ambos a dos viven y mueren juntamente”.

Miguel de Unamuno y León Hebreo… ¡cepos quedos! A don Antonio Cuervo eso no le va… Con él no rezan tales dogmas.

IRREVOCABILIDAD DEL AMOR

En el original de La Searila, autógrafo, que he tenido en mis manos, y en copias de imprenta de la época, al final, hay una nota que dice:

“Searila, nombre derivado de Seares, aldea de las riberas del Eo donde falleció en 1836 María Rosa Castropol al borde de cuya tumba nació la anterior composición, como ahora al borde de la suya le da el compositor la última mano no en el fondo de los conceptos; sino en tal cual giro o dicción más o menos poéticos – Antonio Cuervo – La Galea 19 de marzo de 1888”.

En esta nota encuentro yo el timbre de gloria del amor de Don Antonio. A los cincuenta y dos años de la muerte de Doña Rosa – y dos antes de la suya – se afirma en su amor, quiere irse al otro mundo amando…

Y en contraste, véase lo que a última hora dijo Petrarca:

Bien veo ahora como el mundo entero
serví de diversión; por cuya causa
siento grande vergüenza de mi mismo
De mi delirio es la vergüenza el fruto
y el arrepentimiento...

Y lo que dijo Quevedo:

“¡Ay, amor! ¡Quien pudiera desengañar al mundo de tu engaño!
En ti veo juntos cuántos males esparció nuestra miseria
en todo el resto de la naturaleza”.

Ya se ve. Los dos colosos de la poesía amatoria mundial en los últimos días de su vida, se retractaron de haber amado, se volvieron atrás…

Y don Antonio Cuervo, un poeta humilde nacido en la margen asturiana del Eo, al borde de su tumba, se siente orgulloso de haber amado… a una mujer.

¡Casi nada!

ÚLTIMOS AÑOS

Desde su retiro de la política, Don Antonio, – durante veintisiete años -, a pesar de sus riquezas, vivió una vida de recato, en verdadera humildad franciscana. Es notorio, lo sabe todavía la gente del Eo, que la capa con que se cubría en ese tiempo era siempre la misma, raída, agotada… Y no exteriorizando su dolor, sino, al revés, aprisionándolo y refugiándolo en lo más hondo de su ser, haciéndolo entrañablemente íntimo. Su gozo consistía en acariciar unos cabellos de mujer… Y añorar a ésta con gratitud: como si fuera un personaje de Dostoievski. Y diría: “María Rosa me ha dado, en la vida, un instante de dicha”

Acabó sus días, como si dijéramos, en la soledad de la belleza. Que no otra cosa es – belleza – la ría del Eo en cualquier tiempo. Vendavales, nordesías, lluvias, sol, nubes, cielo azul, apacibilidad, todo se conjuga a través del año, para dar un colorido variado, ameno, a un paisaje de por sí vigoroso, de gran calidad…

UN DIAMANTE EN EL ARENAL

Insisto. El amor de Don Antonio fue un amor sin par ni paralelo. Otros amores que perviven en la memoria del mundo y vencen al olvido son diferentes. Dante cantó con grandes dotes de poeta y de intelectual a Beatriz, la señora de Bardi, de la cual obtuvo de soltera, al pasar, un saludo quizá inocente. Petrarca, cultísimo, también cantó en sonetos y madrigales sublimes a Laura, la esposa de un señor. Macías, trovador gallego, amó y lloró a alguien que no fue suyo. Cadalso adoró a la actriz María Ignacia con pasión arrebatadora, que tampoco era su esposa. Herrera lloró a la condesa de Gelves, casada.

Garcilaso rimó con dolor de amor a Doña Isabel de Freyre, casada con el señor de Toro, alias el Gordo.

Quevedo amó durante veintidós años a Lisi y le hizo unos sonetos maravillosos. Pero el cojo inmortal tuvo que casarse con una señora mayor de cincuenta años, con hijos, la viuda de Cetina… Y no le hizo sonetos.

Espronceda cantó con dolor profundo a Teresa con la cual, en vida, se portó regularmente.

Bécquer, para muchas de sus rimas, se inspiró en el amor a Julia Espín, casada con un ingeniero.

Tampoco admite comparación el bien reciente de Ana Cecilia, la amada inmóvil. Este fue un amor turbio.

El que tiene un cierto parecido es el de Rodríguez de la Cámara. Allá por el siglo XV, en Galicia, este hombre vagó errante por los montes y lloró desesperadamente mal de amores. Pero lloraba no a su mujer, sino a una esquiva e ingrata como hay tantas.

Y otros amores, producto del genio de algunos escritores, aunque humanísimos, tales como los de Romeo y Don Quijote, no pueden parangonarse al real y tangible de la Searila.

A todos los poetas antedichos, como tales poetas, los pongo yo en los cuernos de la luna, pero en cuanto a hombres frente al problema del amor creo que fueron poquita cosa al lado de Don Antonio Cuervo. Este señor fue un triunfador aunque los laureles de tal triunfo le costaran tan caros.

Lo que singulariza este amor es su plenitud. Fue un amor perfecto hasta sus últimas consecuencias. Un amor más allá del sacramento del matrimonio. A los otros amadores inmortales les faltó la prueba de la unión legal para saber hasta dónde podían llegar en tanto como prometían…

Amor completo, con flor y fruto. Aunque después el huracán del infortunio lo arrasará todo. Sí. También Claudia María Rosa murió. Un año después de su madre.

Don Antonio llegó al paroxismo del dolor en cuestión de amores; llegó a la linde de la resistencia humana, sin duda. Más allá sólo está… la muerte. Infierno o cielo, lo que Dios quiso. Cielo, probablemente…

Rosa y Antonio fundieron su amor en el crisol del matrimonio. Y de él salió agrandado, sublimado. Alquitarado y purificado por el dolor fue, además, bello como la Searila misma, como una rosa…

Un amor así no puede, no debe quedar escondido en este rincón brumoso de las Asturias. Hay que sacarlo a la luz del mundo. Y ponerlo como paradigma de amor limpio, honesto y cabal.

Por eso yo creo, rectificando, que este amor no es romántico ni lírico ni cosas de esas. La gesta de la Searila, para mí, es la epopeya del amor español. Mientras no haya alguien que demuestre que hubo en España un amor más grande.

. . . . . .

FINAL

Don Antonio hizo trasladar en vida suya los restos de Doñas Rosa del cementerio de Seares al de Piantón. Él, a su vez y a su hora, fue enterrado también en este último cementerio. En Piantón, pues, están los restos de los dos.

Es inevitable. En este momento se me viene a la memoria un romance medieval. Aquel que se titula Amor más poderoso que la muerte. Se refiere a dos amantes que fueron enterrados en el mismo sitio. Dice

De ella nació un rosal blanco,
dél nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan...

La pintura de Álvaro Delgado

Hacia la ría del Eo

Publicado en: Hacia la ría del Eo (1957)

(Evocación de unas palabras de Ortega y Gasset)

El 10 de abril de 1932 atravesaba yo la plaza de la Escandalera, en Oviedo. Era por la mañana, hacia las once y media, en un día soleado y con viento ligero. En esos instantes, al final de la calle de Uría, doblando frente al café de la Paz, apareció un señor, acompañado de otros, no muy grueso, de mediana estatura y frente ancha. Calzaba zapatos negros y vestía traje marrón a rayas, abrigo gris y un sombrero flexible también gris con cinta negra. Era Don José Ortega y Gasset que iba hacia el Teatro Campoamor donde seguidamente pronunciaría un discurso.

Me fue posible oírlo, de pie, en el patio de butacas, debajo de un palco muy próximo al escenario. En diversas localidades se encontraba lo más representativo de la intelectualidad y la política de entonces en el Principado. El Teatro estaba de bote en bote

Dijo:

“Entre las castas peninsulares, los asturianos, juntamente con los castellanos, se caracterizan por el buen sentido, por tener la cabeza clara, abierta sin más a las cosas, sin prejuicios, sin manías, sin nieblas interpuestas que entenebrecen tanto y complican las relaciones del hombre con los problemas de la vida…

El asturiano va derecho a las cosas. Sois un pueblo de mente clara y lúcida pero no creáis por esto que vengo a halagaros ¿Por qué había de venir a halagaros si no vengo a pediros nada para mí? Todo lo contrario. Vengo a exigiros…

Asturias piensa bien pero padece desde hace años un grave defecto. ¿Cómo lo diría yo? ¿Cómo lo enunciaría? Tal vez diciendo que es inteligente pero no es transitiva. Quiero decir que no sale de sí misma al resto de España. No eleva ni impone su clara visión sobre la gran totalidad de la península. Vive reclusa en sí misma, entre los puertos marinos y los puertos serranos, absorta en su localismo, sin trascender de su pequeño dintorno, sin derramarse combatiente y entusiasta sobre la gran anchura de nuestra nación. Esto es lo que yo considero un defecto.

Lo hicisteis al comienzo de nuestra historia, habéis dejado de hacerlo y el hecho es tanto más extraño cuanto que individualmente el asturiano es sobremanera transitivo.

España necesita también de vuestro regionalismo, necesita de esa fuerza aunada a que antes me refería, porque tengo enorme fe en ese regionalismo asturiano, porque estoy seguro de que por anticipado habrá de poder asegurarse que será un regionalismo regulador, quiero decir, el regionalismo ejemplar, pauta exacta para todos los demás, el regionalismo que hay que oponer a aquellos otros sin claridad, lastrados de arcaísmos nacionalistas. Será vuestro regionalismo no del pasado, sino futurista; no de un pueblo que fue, sino de una región que hay que hacer en una nación que hay que hacer. Por lo tanto nada de trajes tradicionales, nada de folklore, nada de bable, nada de gaitas, sino una Asturias posible, y mejor, una Asturias como programa del porvenir, como una iniciante palpitación al fondo de la vida.

Tierra de Asturias, tierra profunda y traspuesta entre la cordillera venid a España. Id a España, combatiendo por vuestro sentido histórico, por vuestro problema, por llevar a la plenitud este admirable ser asturiano. Esto es lo que os pido, cabezas claras de Asturias…”

Copio a la letra los párrafos anteriores, que fueron, por cierto, unánimemente aplaudidos. Conservo el texto taquigráfico del discurso en un periódico de la época.

. . . . . .

En los últimos días, en Navia, viendo lienzos de Álvaro Delgado han tenido en mi particular eco las anteriores palabras de Ortega, que no olvido. Uno y otro son madrileños, castellanos.

No se trata de hacer comparaciones. Lo que interesa a mis fines en este caso es hacer resaltar como cada cual desde su plano intelectivo quiere ser verdadero y auténtico. Van de cara a la verdad aunque sorprenda y duela.

Delgado hizo dos retratos típicos asturianos. De algún modo hay que llamarlos. Un gaitero, Miguel de Andés, y una señorita, Marisa Suárez, ataviada de llanisca.

Este par de cuadros invitan a la meditación. En ninguno de ellos está dispuesto a hacer concesiones al pintoresquismo. De ningún modo. Son, antes que otra cosa, pintura. Pura plástica. Lo que Álvaro quiere realmente hacer. Con lo cual sus obras buscan un valor esencialmente artístico, universal. Y después, de paso, si se quiere, son cosa representativa asturiana. Pero ya en un ulterior término

La belleza de Marisa unida a la belleza de la pintura, por sí sola, son dos bellezas superpuestas, en conjunción. Presentes ambas al mirar el cuadro, no se excluyen, se ayudan para formar, en definitiva, una unidad de hermosura. En este cuadro, de Asturias, sólo se percibe un cierto aroma… Y basta.

Uno, en estos momentos, se acuerda de algunos cuadros de Eugenio Hermoso y Eduardo Chicharro, pongamos por caso. El regionalismo extremeño y el abulense están tan en primer término, tan marcados que las calidades de pintura, si existen, están en situación oscurecida o inalcanzable. Que es lo mismo.

Yo he visto en la I Bienal Hispanoamericana, en Madrid, un cuadro de un pintor asturiano de fama. Puro tipismo. Comedia… Regionalismo absorbente. Ante él no había más remedio que hacerse fuerte para no dejarse arrebatar por el vendaval del sentimentalismo…

. . . . . .

La pintura de Álvaro Delgado es fresca, lozana. Yo me la explico… muy sencillamente. Claro es que yo he hablado con él, a diario el verano pasado y lo que va de este. Y a través de la charla he destilado sus recuerdos y sus ilusiones. Quienes fueron sus maestros y quienes siguen siéndolo. Son admiraciones suyas, decididas, Giotto y Simone Martini, entre los primitivos italianos. Los españoles Zurbarán, Velázquez y Goya. Franceses modernos, Cézanne, el que más, Gauguin, Dufy… Y Van Gogh, y Modigliani. Y, como no, Picasso.

Delgado es un pintor que no acaba sus cuadros, no los agota, no aprisiona sus seres en una cárcel convencional… a pesar de ser un extraordinario dibujante. Los da por terminados, que no es igual. Espera que el contemplador ponga algo de su parte para perfeccionarlos. En este sentido sugiere… Quiere tender un pasadizo con el que mira. Quiere comunicarse.

Sus figuras tienen un no sé qué de buen tono. Con sus pinceles no hace nada que huela a sastrería ni a casas de modas. Y es que los tipos no están nunca vestidos con trajes de sarao… Ni, en el polo opuesto, cubiertos de harapos. Van como andan por la vida, en traje de diario, en sus afanes y en sus quehaceres. Con lo que se les ve más sueltos y, por consecuencia, más naturales. Más humanos, en fin.

Ocurre, además, que los retratos de Álvaro, al revés de lo que sucede con los de otros pintores, no parece que están hablando. ¿Para qué? Están siempre en su puesto, dentro del marco, calladitos, con gesto de humildad. Pero con empaque digno, ¡siempre! Que son a mi juicio, cualidades de auténtico señorío. No parece que están hablando… Pero hacen hablar a quien los ve. ¡Que es lo grande!

Todo esto me hace sospechar que Delgado se dirige a la “inmensa minoría” que dijo Juan Ramón. Y no a la “galería” ni al turista paparote de viaje de luna de miel… Son sus lienzos cosa de la época, del día, pese a quien pese. Respiran aires del siglo XX. Y, mirando al futuro, se puede decir que son ambiciosos. Van bonitamente buscando un acomodo en la historia, quien, en definitiva, dirá lo que haga al caso.

Dos palabras

Hacia la ría del Eo

Publicado en: Hacia la ría del Eo (1957)

(Introducción al libro)

Reúno aquí unos cuantos trabajitos que se me ocurrió hacer no sé cómo, en ratos de ocio, durante los últimos años.

Una vez más vuelvo a tratar el tema que tanto me apasiona: La Searila. Ahora, para formar juicios, parto de la historia. Y no de la leyenda… En fin, no es cosa de entretenerse. Al final se verá lo que hay del asunto…

En todo caso, las ideas que expongo las hilvané con cariño. Más todavía, con amor…

Es decir, sin lógica.

Y siendo así, es preciso que me justifique. Lo haré de la mano y por boca de un admirado amigo, Don Francisco de Quevedo

 y permitidme hacer cosas de loco 
que parezco muy mal, amante y cuerdo

Brindis

Hacia la ría del Eo

Publicado en: Hacia la ría del Eo (1957); (Leído en la cena homenaje que se dio a Delgado en el Hotel Mercedes el 8 de octubre de 1955)

Acuarelas de Álvaro Delgado, en vuestro honor levanto mi copa, brindo por vosotras.

Pero esto, más que brindis, es una despedida. Os vais. Vuestro padrecito Álvaro os embalará con cuidado y os iréis a Madrid. Y de Madrid, Dios sabe a dónde… Saldréis pronto, antes de lo que yo quisiera. Os cogí cariño. Al saber vuestra ida, no lo puedo evitar, me pongo triste…

Ya he dicho quién es vuestro padre. Y vuestra madre… vuestra madre… es Navia. Sois hijas de los desposorios de un artista con una villa asturiana.

Debo ser sincero y hablar claro. Os parecéis más a vuestra madre que a vuestro padre. De éste acreditáis el pulso firme, sereno y resuelto. Pero, de ella, sois su vivo retrato. Tenéis la faz sonriente, llena de hermosura y encanto. A donde quiera que vayáis, iréis pregonando su belleza.

Vuestra madre, como yo, tendrá pena. Las madres siempre sienten la ausencia de sus hijas. Pero este sentimiento, ese dolor, tiene una compensación íntima muy honda. Es el orgullo de saber que fueron fecundas, que alumbraron seres, que regalaron vida…

Sois muchas hermanas, fruto de un solo verano. Todas diferentes y, sin embargo, ¡qué parecidas!. Unas tiráis a verde aceitunado, otras a rosa, otras a azul… Pero en cualquier caso sois transparentes y brillantes. Parecéis novias en la mañana de su boda. Cuando se recibe el último beso que se da a la pureza y, a veces, a la inocencia…

¡Oh, playa de Navia, con tus casetitas a rayas de colores! Te vas y te quedas. Te quedas para sufrir, en invierno, los chubascos y los cierzos crueles del Cantábrico. Y te vas, porque Álvaro te lleva con encajes de la ola rota y espíritu de verano.

¡Quién fuera mujer! y tuviera una edad “curiosa”. Si yo lo fuera, me iría a la playa que pintó Álvaro. Me tumbaría en la arena y miraría, anhelante, el horizonte, por donde vendría, de fijo un barco con las blancas velas desplegadas.

Y el barco velero ¿qué traería? ¡qué iba a traer! En ese barco de vela vendría… mi amor…

Álvaro Delgado y yo, en Luarca

Eco de Luarca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Eco de Luarca. 14-10-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Yo no soy contrario a la idea del turismo, de ver pueblos. Me parece bien. Y, sin embargo, a veces nos gastamos los dineros en ver lo extraño y no conocemos lo propio. Esto es más frecuente de lo que parece.

Yo, que he vivido siempre relativamente cerca de Luarca, no la conocía. O por lo menos tenía de ella una idea parcial, equivocada. Ahora comprendo que Luarca está muy bien.

Hace días que la he visto viajero con Álvaro Delgado. Los dos estábamos especialmente invitados por Pablo Gutiérrez. Uno y otro me fueron, poco a poco, desvelando las bellezas de Luarca. Álvaro, con agudeza de artista. Y Pablo, con amor de hijo.

Delgado, joven y notable pintor ya, ha cogido en dos veranos, especial cariño a la zona asturiana que comienza en Luarca y va hasta Galicia. Y se mueve con enorme curiosidad pintando aquí y allá.

En este nuestro viaje no iba con la idea de pintar. Pero llevaba su máquina fotográfica, instrumento que domina. Y con él se muestra tan artista como de costumbre… Ya conocía Luarca en buena parte. De ella, el año pasado, pintó acuarelas. Y este, óleos.

Pinta, sobre todo, pueblos marinos. El mar le encanta. Peñas, barcas, puertos, aguas, cielo… Todo eso que forma la rugosa línea divisoria entre océano y continente. O, si se prefiere, la línea de combate entre lo sólido y lo líquido…

Vimos Luarca en una mañana deliciosa de comienzos de otoño. El sol más amarillo que de ordinario rociaba las cosas de mar y tierra, las cuales, a su vez, estaban bañadas por finísimos azules. El día era claro con nubes blancas, pero con el barómetro bajo. Había que ver aquello con el temor de que el turbón lo malograse. Con mirada acuciante…

El aspecto de Luarca en un día así, desde el Faro, tiene difícil paragón. El mar batía las rocas de la costa un poco así como de jugueteo…

 ¡Y el camposanto! Yo no sé cómo explicarlo. Lo que en otros pueblos impone cierto pavor, en Luarca no. Al contrario. Instantáneamente uno piensa que en sitios así la muerte puede tener un destello de ilusión…

Desde las alturas, o mejor dicho, subiendo a ellas, por la Carril, o así, se ven las pizarras renegridas de las casas del muelle. Y, sobre ellas, el musgo y el culantrillo. Las plantas de humedad, de sombra…

Luarca fue en principio un pueblo marinero. Basta verlo. Y lo sigue siendo. Claro que ahora se desenvuelven, además, otras importantes actividades que son necesarias para la vida. La afición al mar pasa de padres a hijos por razones, para mí, poco claras. La vida del mar es dura, es angustiosa, es, con frecuencia trágica. Pero ningún pueblo pesquero, a pesar de todo, deja de serlo…

Sobre el suelo de los muelles, secando, se veían redes extendidas. Con sus plomos, sus corchos y su color de corteza de pino. Y la brillantez de alguna escama de pescado que se quedó allí pegada… Y olor a pez, a alga, a marisco. Todo fundido.

Delgado me hace ver la playa sombreada por la enorme altura del acantilado. Y, en su pequeñez, el encanto y la intimidad del parque de la villa. Y la Atalaya vista desde el muelle como algo que parece que está a medio camino del cielo…

El río, torcido, parte a Luarca por gala en dos. Sus aguas, como las de la mayoría de los ríos asturianos, son claras, brillantes. Y sus corrientes nerviosas, apresuradas, llevan tras si nuestra mirada embobada por colores tan gratos. Y que resultan de la mezcla del plateado de las aguas con las sienas de los pedruscos. Cuando las aguas escasean, como ahora, sobre alguna de sus piedras hay esa gaviota confianzuda que va… a lo suyo.

En resumen, Luarca me parece un pueblo con solera… Y con un gran predominio de líneas curvas. En las carreteras, en algunas calles, en los muelles, en el río… Uno piensa en los pueblos nuevos con calles tiradas a cordel… tan sosos.

Y con fuertes contrastes. Luz en las alturas y en los muelles…, y sombras espesas en algunas calles. Vida de marineros… y vida de los que no lo son. Calles horizontales… y calles empinadas, algunas con escaleras. Palmeras del trópico… en clima brumoso. Villa baja, al nivel del mar… y villa alta.

  De contrastes. ¡Y qué remedio! 
La villa blanca...
¡Bañada por el río Negro!

Hay algunos pueblos que, por razones turísticas, tienen la teoría de las mujeres hermosas. Luarca no. Luarca tiene la teoría… y la práctica. Al lado de la regla, el ejemplo. Como dijo Balmes.

Yo he oído decir, en muchas ocasiones, que hombre soltero que va a Luarca a vivir, palma. Es decir, que se casa. ¡Bueno! Es lo mejor que puede pasar. La belleza de las mujeres de Luarca tiene la virtud de despertar el sentimiento del amor. Qué bien.

El papel del hombre en este caso no es un mal papel. Se muestra más perfecto en su ser. Más cabal. Da la medida de su género. Fue Quevedo quien dijo: “Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. Dichoso es el que halla tal ocasión, y sabio el que la goza…”

Tapia, pintada por Álvaro Delgado

Faro de Tapia, Hacia la ría del Eo

Publicado en: El Faro de Tapia. 7-9-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Yo, por lo que sea, tengo que andar de un lado para otro. En este ajetreo que me traigo he pasado por Tapia cientos, infinitas veces. Y en horas cuando los pueblos deben verse, cuando tienen algo que decir a quien los mira. En los amaneceres y en las caídas de la tarde. En esos momentos la película virgen que llevamos en el alma queda más gratamente impresionada.

Al mediodía los pueblos no despiertan curiosidad ninguna en mí. Los veo abotargados, con pesadez de digestión y somnolencia de siesta. De verdad, no me interesan.

Siempre me ha parecido Tapia, yendo o viniendo, desde la carretera, un pueblo castellano. Un pueblo de meseta metido de rondón en la costa asturiana. Una villa desnuda y limpia. Por su fondo no tiene la escenografía de una loma, una montaña o una arboleda. Solo se ve el horizonte infinito. Y es que en Tapia, para bien o para mal, los árboles no impiden ver el bosque…

Es chocante. En ocasiones pueblos castellanos me han parecido pueblos de costa. Las lejanías me dieron sensación de océano…

Tapia es color o fusión de colores. Principalmente. Los verdes no tienen categoría. En esto se diferencia de casi todos los pueblos asturianos. Verdes los hay, sin duda. Pero yo los veo apagados o, mejor, acoquinados. Otros colores dominan el cotarro. Los grises plateados, sobre todo. Y los azules y, con frecuencia, por las tardes, los dorados y los rosa…

El sol, en Tapia, como en toda esta zona, no puede brillar a cuerpo limpio sino de ralo en ralo. Las nubes se lo impiden. Ha de hacer milagros, casi a diario, para embutir sus rayos por las partes más flojas de las nubes. Y como estas se zarandean por el soplo de las nordesías, esos rayos de sol, si quieren llegar al suelo tienen que andar algo así como de bailoteo…

Es frecuente, y prueba lo que digo, ver, a través de prados, cultivos y hasta en el mar esas carreras de sombras nubosas que huyen… ellas sabrán a donde.

En esta villa, en el verano, el sol sale del mar y muere o, mejor dicho, se acuesta también en el mar. Yo no sé de ningún otro pueblo de por aquí que tenga esta beca. Y esto le obliga a que en las aguas del mismo riele. Unas veces lo hace con buena cara y otras no tanto. Cuando está de buen humor es la consabida ascua de oro. Y cuando no, por no permitírselo nieblas marinas, se le ve apagado, descolorido, con cara de galleta de maría…

El mar espejo de cielo, aproximadamente, a veces cabrillea. Se mueve. Y entonces es cuando se ven en lontananza, cabeceando esas lanchas que van “a todo trapo” como si siguieran a la taulía… En estos días no hay comodidad para el paseo costero. Pero son deliciosas para ver tras una cristalera.

He visto y sufrido en Tapia días crueles, durísimos. De paso, siempre. Fue en invierno. Días con vientos casi de galerna y chubascos fuertes. Las olas del mar, enormes, se parten la crisma contra las peñas. Y una espuma fría helada, cala y envuelve a Tapia de parte a parte. Nubes de plomo, por su color y su peso, amenazan derrumbarse y dejar a uno allí tendido, aniquilado, sin respiro.

Son días, en lo físico, de espanto. Son, seguramente, algo que la Naturaleza impone a los tapiegos como pago de un tributo, para disfrutar, en el verano, esas tardes apacibles, brillantes y con un leve polvillo de oro que se deja ver.

Y, sin embargo, esos días de tormenta no son feos. ¡Qué han de ser! Son algo más que bellos, son fantásticos. Son, quizá, sublimes. Para la vida práctica, para el trabajo, lo reconozco, son, una ganga. Pero…

Pues bien, todas esas situaciones que acabo de enumerar no son estables por su color. Son fugaces, huidizas.

Lo mejor de Tapia, para mí, es su luz. Otros verán otra cosa. No hay inconveniente. Su belleza, la que con gusto le reconozco, que es siempre nueva, sorprendente, se la manda Dios cada día. Le viene del cielo.

En este sentido me da la sensación de ser una primera actriz de ópera que tiene foco, de muchos colores, que la ilumina desde el “paraíso”…

A Álvaro Delgado también le ha llamado mucho la atención la luz de Tapia. Pero a mí me lleva cierta “ventajilla”. Él es pintor, un excelente pintor. Y, claro, le ha entrado un irrefrenable deseo de llevar a sus lienzos esas luces tapiegas. Ya está metido en harina. Tiene tres cuadros listos. Y hará más.

Delgado veranea en las cercanías, en Navia, donde lo pasa muy bien. Eso dice él. Este es el segundo verano que pasa con nosotros. El año pasado pintó acuarelas, principalmente. Y éste, oleos. Recorre nuestra costa, que le encanta, desde Luarca a Castropol de “paquete” en la moto de un común amigo, cuyo nombre me está vedado decir. Pero es igual. Todo el mundo sabe quién es.

Se ha dicho – y se dice – que es muy difícil pintar paisaje en Asturias. Pintar bien, se entiende. Delgado está haciendo denodados esfuerzos para aprisionar los ambientes lumínicos de situaciones tan movedizas. Y creo que está logrando frutos de la mejor calidad. Se explica. Álvaro Delgado no es solo pintor. Es, además, poeta, un gran lírico, y pone en sus lienzos, a través de las hebras de sus pinceles, no solo la pasta colorante, sino también una gracia y un misterio inefables. Esto es, arte. Con lo cual la realidad – y en este caso la realidad es Tapia – queda mejorada en tercio y quinto…

El carácter de sus gentes

Hacia la ría del Eo, Programas y folletos

Publicado en: Folleto turístico, Navia. Agosto-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Quizá sea fácil, después de poco trato, conocer el carácter de un individuo. Pero es indudable que el problema se dificulta mucho cuando se trata de precisar el de una colectividad o pueblo. En este caso hay que averiguar qué es lo que domina, si la gente buena o la mala. Determinar este predominio supone algún conocimiento filosófico o de sociología y haber viajado mucho. Como yo no me encuentro en este caso es claro que, al hablar de esto me encuentro metido en un brete. En general, el carácter de un pueblo se muestra al visitante según la situación de su bolsillo. Si lleva dinero en él, los pueblos son, normalmente, acogedores… Y si no, suelen mostrársele hoscos y duros. Esto es una verdad como un templo.

Es cierto que, con frecuencia, en los cafés o en los coches de línea, se oyen juicios sobre las bondades de los pueblos. Pero de esto que le dicen a uno no hay que fiarse mucho. Un juicio adverso puede estar motivado por circunstancias personalísimas. O, al revés, un juicio halagüeño.

Uno habla de un pueblo según le fue…o le va en él.

No se puede olvidar. También hay que tener en cuenta el carácter del que juzga. Hay quien quiere, al visitar un pueblo, que le dejen en paz, que no le den la lata. Y hay quien quiere que le den cháchara en cada esquina. A alguien, al preguntar por una calle, le gusta que le saquen el sombrero y lo lleven de la mano Y, por el contrario, hay a quien no le interesa esto, ni pregunta por calle ninguna.

A primera vista parece que yo me encuentro en muy buenas condiciones para apreciar el carácter de las gentes de Navia. Pero no creo que sea cierto. Si bien no soy nativo y, por tanto, debo verme libre de la pasión cegadora, por otra parte tampoco soy forastero, ya que, por mi residencia aquí, hace años que he dejado de serlo.

Yo he sido, en la juventud arrogante, visitante de Navia en días solemnes. Y siempre me dio, para pasarlo bien, buena acogida y trato cordial. Y por esta razón Navia siempre me tiró… Y a mis paisanos los de las riberas del Eo, les ocurre otro tanto.

Hoy, casi no hace falta decirlo, Navia se halla a la altura de los pueblos más adelantados.

Esta villa es comercial e industrial. Pero por tener mar y río también es veraniega. En estas calendas, por algo será, se ocupa toda. No queda una habitación vacía. Y esto, indirectamente, también quiere decir algo en favor de su vecindario.

En resumen, después de exponer las anteriores ideas deshilachadas creo que el carácter de las gentes de Navia es

¡Bastante bueno!

El río Navia es tan así…

Caza y Pesca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Caza y Pesca. Agosto-1956, pág. 491; Hacia la ría del Eo (1957); publicación parcial en el folleto literario Lugares y palabras. Navia: Río y literatura (2010)

El Navia es, de todos los ríos de España, uno de los más graves y serios. Esta gravedad y esta seriedad resultan del concurso de ciertas circunstancias que lo cualifican. Y que le hacen ser nada menos que un río importante…

Al comienzo del mundo o en la Era Cuaternaria, o cuando fuera, tuvo el Navia que realizar una labor titánica para formarse un cauce. Asombra contemplar, siguiendo su curso, la enorme cantidad de resistencias que tuvo que vencer entre tantas montañas para tener su lecho, por el cual se desliza y se va al mar.

Nace en Piedrafita de Cebrero, Sierra de Ancares, en la provincia de Lugo, muy cerca de la de León. Y su infancia es tierna y delicada como todo lo que es nuevo en la Naturaleza. Un poeta, Quevedo, describe así los primeros pasos de un río:

Torcido, desigual, blando y sonoro
te resbalas secreto entre las flores,
hurtando la corriente a los calores,
cano en la espuma y rubio con el oro.

Poco a poco, con ayuda de otros riachuelos y “regueiros”, se personaliza y coge fuerzas. El Cruzul, primero, y más adelante el Cancelada, el Ser, el Suarna, el Ibias….

En este su primer tramo, ya trabaja: cría truchas, mueve molinos de piedra y riega prados y vegas. En la Puebla de Navia de Suarna está la mejor muestra de esa labor fecunda. Y en el mismo trozo, además, se han encontrado, no ha mucho, pepitas de oro.

Entra en Asturias por un lugar difícil y angosto. Se rebela, siente la saudade, de su dulce madre, Galicia, y por el concejo de Nogueira vuelve a Lugo. Pero por poco tiempo. El destino le impone su rumbo hacia la brava Asturias. Y a ella se va, y en su mar, el Cantábrico, rinde sus despojos de vida.

Pero antes ha de cumplir como bueno. Después de Navia de Suarna el pueblo más notable que topa en su camino, es – ya en Asturias – Grandas de Salime. En este lugar los Ingenieros españoles, en los últimos años, le han hecho una presa. Allí, entre recias montañas, han acumulado hierro y cemento sin tasa. Este enorme muro condiciona, no su vida, sino sus fuerzas. Y éstas, con furia, mueven varios grupos de turbinas que producen copiosa energía eléctrica. Tal energía no es otra cosa que solo espíritu. Espíritu de río.

Y por unos hilos metálicos que hay tendidos sobre el suelo español, ese fluido se derrama en un noble y eminente quehacer patriótico. Mueve los motores de nuestras fábricas y en las tinieblas de la noche, nos ilumina, nos da luz….

Antes de realizar ése esfuerzo se para, se aquieta, acumula potencia y se muestra a los ribereños como un lago alargado, terso y apacible. Es la calma antes de la tempestad.

Este salto ya dio nombre y prestigio al río. De oídas, por lo menos, toda España le conoce.

Y después de esta colosal peripecia, no tiene todavía el descanso. Ha de bajar a Doiras, donde otro salto le espera. Ora presa y otro embalse espejeante de montañas ariscas.

Quince kilómetros antes del mar se encuentra otro saltito, una pura broma, un juego para quien ya tiene muchas horas de vuelo en eso de mover turbinas. Es el salto de Vivedro.

Desde Doiras hasta Porto – unos 30 kilómetros, escasamente – es también un venero de riqueza, pero no por sus fuerzas, sino por sus frutos. Este espacio corresponde a la zona salmonera que tan excelente rendimiento da.

En este río, por ahora, se hace difícil la pesca. El cauce, en sus márgenes, es abrupto, hosco. Se hace incómodo llegar a él. La carretera, es cierto, pasa cerca, si nos atenemos a la distancia de proyección. Pero con mucha diferencia de nivel. Los caminos o vericuetos, desde la carretera, bajan en formas zigzagueantes para suavizar las cuestas.

Quien quiera pescar en el Navia ha de ser un deportista completo. Ha de tener, no sólo buenos brazos para manejar la caña, sino también buenas piernas para andar los caminos que llevan a los pozos salmoneros. El pescador «snob» en este río poco tiene que hacer. El saber esto no puede ser un obstáculo para el pescador deportista, de vocación. Al revés, será un incentivo.

A la altura de Serandinas, tiene un trozo acotado en favor del turismo, que comprende cinco o seis pozos buenos. De ellos, el Córrago es el aureolado de más fama. Y con motivo.

En algunos puntos la floresta que forman árboles diversos – fresnos, robles, humeros  – vivificada por las aguas del río, casi cubre éste, y ello da lugar a que haya todavía pozos vírgenes a la lanzada del señuelo, sea éste pluma, cucharilla o devón.

El río, al llegar a la altura de Espousende, cambia de sexo, se hace ría. Y se dedica a “sus labores”. Riega las vegas de Porto y Coaña. Y da abundosas hierbas en los prados que pacen las vacas de Armental.

Poco después llega a Navia, villa a la que da nombre. A su lado pasa mansamente, sin hacer ruido. A lo más, se nota un rumor de corriente suave.

En este sitio dos puentes lo atraviesan, dándose la mano. Uno, el de la carretera Santander – La Coruña y otro nuevo, sin usar, que pertenece al futuro ferrocarril El Ferrol del Caudillo – Gijón. Y ya, hasta el mar – kilómetro y medio – tiene a los bordes la escollera, obra del hombre, que no tiene otro objeto que hacer viable la navegación al puerto. Muere el Navia en el Cantábrico, de mala gana. Se rinde enfurecido a su destino. Su boca, la barra, realmente estrecha, echa una espuma blanca, blanquísima. Como campo de nieve…

Gente buena. Braulio Ibáñez

Eco de Luarca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Eco de Luarca. 15-4-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Braulio Ibáñez vende calendarios. O, lo que es igual, almanaques. O, si se prefiere, “reportorios”. Todo viene a lo mismo. En el occidente de Asturias lo conocemos todos. Recorre los pueblos, uno a uno, especialmente los días de mercado, pregonando su mercancía.

El calendario Zaragozano
¡Y el gallego!

Braulio, que poco pasa de los cincuenta, es amigo mío. Nos conocimos, hace bastantes años, en la baca de la camioneta de Sánchez, el hidalgo del volante de por acá. Dentro no se cabía. Era un sábado, día de mercado en Vegadeo. Llovía y hacía un frío cruel. Quizá fuera por el mes de enero. Él iba arropado y protegido por una zamarra con las solapas levantadas. Y yo con el amparo bien menguado de una gabardina. Y así, al “calor” de un transitorio infortunio que nos unía, comenzamos a hablar de cosas de la vida…

Y, desde entonces, en la temporada invernal, nos vemos todos los años.

Hoy nos encontramos en el café Oriental, de Navia. Vino a saludarme al rincón donde yo dedico algún tiempo de las mañanas a la lectura… Le invito a tomar un “cortado”. Y se sienta.

– ¿Cómo marcha el negocio, amigo Braulio?

– ¡Bah! Regular. Hay mucha competencia. En algunas tiendas también se vende esto. En mi negocio de vendedor ambulante hay que moverse mucho para “ir tirando”.

– Dígame ¿qué artículos expende con su comercio?

– Mire. Dos calendarios: el zaragozano y el gallego. Y también dos clases de tacos: el de cantares y el del Corazón de Jesús. Nada más.

– ¿Quiénes son preferentemente sus clientes?

– Los labradores, la gente del campo. Los calendarios no solamente dicen con claridad el tiempo que va a venir, sino que traen con toda exactitud las fases de la luna. Y esto tiene mucho valor para los cultivos. Ya sabe usted que hacer las siembras en el menguante o en el creciente tiene su importancia. Y la corta de maderas lo mismo. Y la matanza del cerdo para que se sale. Y otro tanto hay que decir de ciertas operaciones en animales domésticos…

– ¿Y cree en eso que está diciendo?

Braulio se sonríe. Como si fuera un personaje de novela. Con sonrisa sardónica – Vea y lea – me dice.

Leo. “Creciente, en GÉMINIS, a las 5:13 h de la tarde. Habrá días tranquilos de escasos nublados, pero ambiente húmedo, con rocíos y alguna niebla, y otros anubarrados y de lluvia, temporal bonancible por algunos días propicio para los campos. «Bien – le digo – en vista de esto daré las órdenes en mi casa para que vayan plantando el cebollín… ¡Por si acaso!»

Braulio vuelve a reírse… Le ofrezco un cigarrillo de los míos, de los que la Tabacalera vende con el nombre de Ideales. Son rubios ¡por el lado de fuera! Pero no fuma. Braulio no tiene vicios pequeños.

– ¿Cuantos pueblos recorre en el ejercicio de su comercio?

– Bastantes. Luarca, Navia, Trevías, Vegadeo, Puente Nuevo y algunos más. Donde hay mercado no fallo. Y antes de que se reúna la gente para éste, suelo recorrer las calles de las villas voceando el artículo por si surge algún comprador.

– ¿Cuándo comienza la temporada de venta?

– El día trece de Diciembre, en la feria de santa Lucía, de Anleo.

– ¿Y cuándo termina?

– Suelo rematar la temporada en el mes de marzo, en uno de los mercados de Trevías.

– ¿Y dónde tiene su casa, donde vive?

– En Barres. Allí tengo mujer e hijos, dedicados a trabajos de labranza.

– Y a la que se dedicará usted al terminar la temporada comercial

– Pues no señor. Concluida esta temporada realizo trabajos a base de alambre. Hago bozales para el ganado, ratoneras, hueveras, etc., etc. Después dedico algún tiempo a obras de latonería y construyo moldes para empanadas y de repostería, farolillos de aceite y cosas de esas. Y en el verano me pongo una chaquetita blanca y con un carrito también blanco voy a vender helados por Tapia, Castropol, Vegadeo…

– ¡Caramba! Usted, en el fondo, es un pozo de ciencia. ¿Dónde aprendió tanta cosa?

– A hacer trabajos de latonería, en Madrid. Helados, en Valencia. Y lo del alambre, en Extremadura.

– Y además, por lo que se ve, ha viajado…

– Mucho. Nací en un pueblo de la provincia de Santander muy cerca de la linde con Asturias. A los ocho días ya me llevaron por el mundo ¡La vida…! Desde hace veintidós años, como le dije, vivo en Barres.

– ¡Estupendo!

Braulio Ibáñez guarda como un tesoro el patrimonio que es más preciado por la gente humilde: la honradez. Él sabe sortear los avatares de la vida como un caballero que va siempre por el buen camino…

En esta mañana de invierno se ha tomado a mi lado un café caliente. Y se fue, de nuevo, a la calle a hacer su pregón.

El calendario Zaragozano
¡Y el gallego!

No se sabe, ciertamente, la trascendencia e importancia que, en el orden cultural, tienen los calendarios o almanaques, en los hogares de estos pueblos. En ellos se lee, por viejos y nuevos. A veces a la luz de un leño llameante. Y se van enterando de esas gotitas de filosofía o máximas que dicen verdades como puños y que tan hondo calan en sensibilidades por gastar ¡Cuantos no habrán aprendido a requebrar a una mujer con cantares de Narciso Díaz Escobar! Y eso también es adquirir cultura…

Siempre se encuentra algo que le viene bien a uno. Yo ahora, arranco la hoja de un calendario de cantares y leo esto de Campoamor:

 Las niñas de las madres que amé tanto 
me besan ya como se besa a un santo

¡Gran verdad! Pero en el fondo es halagüeña. Lo que se pierde en hombría se gana en santidad. ¡Y no es poco!