La camioneta de Sánchez

Inédito

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Yo no sé si digo bien, o digo mal. Pero hay cosas, la verdad, que si no me inspiran cariño, despiertan mi admiración, que se le aproxima bastante. Muchas de las cosas que utilizo, que me rodean, me atraen fuertemente. Sin hablarme, me encuentro muy bien cerca de ellas. Me recrean y las recreo. No me sucede lo mismo con los hombres en general. Hay bastantes que me cansan, los encuentro impertinentes, me molestan. Responde ello, probablemente, a una manera de ser, de ver la vida… 

La Camioneta de Sánchez es una de esas cosas que me atraen, que me simpatizan. Y, como a mí, es posible que le ocurra a mucha gente. Es vehículo modesto, nada fachendoso, que se mueve casi a diario entre nosotros. Va de un lado para otro… Es algo vivo en nuestra tierra, entrañablemente unido a ella, donde parece que nació y se crió… 

Esta camioneta un día de mercado es un mundo cargado de humanidad llena de interés. Allí vamos, las mujeres y los hombres, cada uno con sus problemas, sus inquietudes, sus afanes… Gentes de diversa condición, todos a una, fundidos en la más cordial de las comunidades. Dentro se ven labradores, médicos, guardias civiles, abogados, alcaldes de barrio, procuradores, marineros, jueces, amas de casa, tratantes de esto y lo otro, sacerdotes, veterinarios, parejas de novios etc., etc. Y arriba, en la baca, sacos de cebollas, de repollos, patatas, pan, jamones, cestas nuevas, calderos relucientes embutidos unos en otros como si fueran barquillos… De todo. 

La gente que viaja en ella es, si así se puede decir, lo mejor de cada casa…No se da importancia ninguna, no presume. 

En el coche de línea es otro cantar. Allí se oye a ciertas gentes protestar del servicio y darse pisto de haber viajado en «colectivo», en «trolebús” y en «huahua» o en “esliping”. En la camioneta de Sánchez no ha lugar… si alguien lo hiciera no se le escucharía, no se le haría caso… ¡Bah! 

A la camioneta se le llama así y no es tal. Es un autocar confortable con todas las de la ley… No tiene letrero ninguno. No dice de donde viene ni a donde va. No lleva el nombre de su dueño. Nada y, sin embargo, la conocemos todos. 

Es capitán de esta «nave” Alfonso Sánchez, amigo mío y de todos, que vive en el Espin… De él ya he dicho en un periódico que es el hidalgo del volante de por acá. Lo repito. 

He hablado con Alfonso en la calle y en el café Martínez, de Navia.

– Dígame, Alfonso ¿cuándo comenzó su labor? 

– En el año 1955 con una Citroën de 25 asientos. Y para prestar servicios Navia-Vegadeo, los sábados, y Navia-Figueras, los miércoles, para acudir los viajeros, atravesando en lancha, a Ribadeo. 

– ¿Y la de ahora

– Fue comprada en Grado el año 1944 marca GMC. Tiene 21 caballos de fuerza, y de cabida de 28 a 30 plazas… Su matrícula VA-3478. 

– ¿Cuáles son los servicios que realiza? 

– Muchos. Además de los referidos a los mercados de Vegadeo y Ribadeo, a Oneta el 9 de Septiembre, el día antes a los Remedios de Porcía, el 10 del mismo mes a Trevias, feria anual, a Boal cada quince días, a la Atalaya de Puerto de Vega, verbenas, a la Braña el 15 de agosto, Navia-la Caridad el 29 de septiembre, San Miguel, a Villaoril el día antes, el 14 de septiembre al Cristo de Candás, a Santa Ana de Montarés, cerca de Cudillero, a Mondoñedo por San Lucas, el 18 de Octubre, a Santa Lucia de Anleo el 13 de diciembre, a Avilés por estudios, a Santiago de Compostela, a Covadonga… Y después, viajes que surgen, bodas, excursiones etc., etc. 

– ¿Y con las monjas de Navia también creo que sale? 

-Si, por cierto, con ellas y sus niñas hago viajes a Avilés, Gijón, Oviedo, Cangas del Narcea, playa de Peñarronda… 

Después del relato de tanto viaje yo realmente, me encuentro un poco mareado. Descansamos. Enciendo un pito, después de ofrecerle otro a Alfonso y pido un té. Alfonso no quiso tomar nada. Vuelvo a la carga. 

– ¿Cómo le fue con el coche durante la escasez de carburante? 

– Regular. Pero tuve que ponerle gasógeno. Fue por el año 45 y hasta el 46. Aquello era una lata. 

– ¿Y cuando la escasez de gomas? 

– Otro que tal. Esa penuria duró cinco años. Desde el 43 al 48.

– ¿Tuvo que interrumpir alguna vez el servicio? 

– Ya lo creo. Seis meses, durante el año 1948, por falta de gomas. 

– ¿Y cómo las consiguió?

– Con una tarjeta de Don Benito Castro. El me la ofreció.

– ¿Qué no conseguiría el bueno de Don Benito.

– Es verdad. 

– Una pregunta importante ¿Cuántos accidentes tuvo en tantos años y en tanto viaje? 

– En buena hora lo diga. Ninguno. Dios no me dejo nunca de su mano. 

– Lo creo. Pero también es cierto que Alfonso es un “volante” sensato y prudente. Tal como es preciso serlo para que Dios le ayude a uno. 

– Y de multas ¿qué? 

– He pagado alguna. Pero de poca monta.

– Alfonso, ¿usted tendrá muchos viajeros que le son fieles? 

– Y tantos. A la cabeza de todos está Don Ignacio Perillán.

– ¿Cuál es el más antiguo?

– Don Conrado Villar. 

– También es un caballero ¿Dígame algo curioso?

-Sí. Pues cuando paso por Cartavio tengo que tocar siempre la bocina. 

– Y ¿para qué

– Para que me oigan los señores de la familia de Castro. Si no toco, inmediatamente llaman por teléfono a Navia a ver si me pasó algo. Es por amistad y cariño.

– Sin duda. 

Ya está hecha la interviú, ya es acabada Hay que disculparme. Yo soy un periodista de poca altura. Mejor dicho, de cabotaje…

Parece que soy un hombre modesto. Pero no. Tengo mi orgullo. Oidlo:

¡Yo soy viajero en la camioneta de Sánchez!