Pío Baroja. Su visión de La Mancha vinícola

Inédito

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Don Pio Baroja está de actualidad. Hace poco tiempo se cumplió el centenario de su nacimiento (28 de Diciembre de 1972). Y se celebró con resonancia. 

Baroja es ya un clásico. Y además, por consecuencia, alguien con quien hay que contar en la historia de la literatura española. De ahí se sigue que lo que dijo en sus libros tiene un indudable valor. 

Últimamente leí su novela El árbol de la ciencia y vi que, en ella, por lo que respecta a La Mancha vinícola, hace referencias que a mí me parecen curiosas. El personaje central, Andrés Hurtado, es médico. Y le hace vivir, ejercer su profesión, en un pueblo manchego sin duda imaginario, Alcolea del Campo. 

Baroja tiene una enorme personalidad. Y veía todo a su modo. Las visiones barojianas son sombrías, pero agudas, penetrantes. Y, por supuesto, inolvidables. 

Don Pio usa poco el incienso del elogio. Cuando busca un escenario lo hace con una finalidad puramente literaria, artística. No es un escritor, se puede decir, turístico. Pero nos ayuda a ver la cara y el envés de las cosas. 

La obra, aunque publicada en 1911, está escenificada al final del siglo XIX. Conviene tener esto en cuenta. 

No creo que Baroja fuera un vinícola. Pero habla del vino. 

Veamos. Allí – en Tomelloso – todo el pueblo estaba agujereado por las cuevas para el vino y no crea usted que son modernas, no, sino antiguas. Allí ve usted tinajones grandes metidos en el suelo. Allí todo el vino que se hace es natural

Se refiere a una cueva: 

El mozo encendió un candil, y abrió la puerta que daba al corral. Dorotea, la niña y Andrés le siguieron. Bajaron a la cueva por una escalera desmoronada. El techo rezumaba humedad. Al final de la escalera se abría una bóveda que daba paso a una verdadera catacumba, húmeda, fría, larguísima, tortuosa. 

En el primer trozo de esta cueva había una serie de tinajones empotrados a medias en la pared; en el segundo, de techo más bajo se veían las tinajas de Colmenar, altas, enormes, en fila, y a su lado, las hechas en El Toboso, pequeñas, llenas de mugre, que parecían viejas gordas y grotescas. 

La luz del candil, al iluminar aquel antro, parecía agrandar y achicar alternativamente el vientre abultado de las vasijas. 

Se explicaba que la fantasía de la gente hubiese transformado en duendes aquellas ánforas vinarias, de las cuales, las ventrudas, abultadas tinajas tobosencas, parecían enanos y las altas y airosas, fabricadas en Colmenar, tenían aires de gigantes. Todavía en el fondo se abría un anchurón de doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la Sala de los Apóstoles.

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Días después comenzó la vendimia. Andrés se acercó al lagar, y al ver aquellos hombres sudando y agitándose en el rincón bajo el techo, le produjo una impresión desagradable. No creía que esta labor fuera tan penosa.

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Yo creo que La Mancha es la región española más barojiana. Conociendo la sobriedad y misteriosa belleza de sus pueblos se llega a esta creencia. 

Los que hemos correteado por La Mancha con amor y simpatía nos volvemos a emocionar al leer El árbol de la ciencia 

La Mancha

La Pámpana de Baco

Publicado en: La Pámpana de Baco. 15-5-1972

Vista por D. ALEJANDRO SELA

La Mancha es una región española que está en todas partes. Ella es el escenario de la obra más genial de Cervantes, el Quijote. Y como está en todas las bibliotecas del orbe, la Mancha tiene que sonar en todos los oídos…

Quizá ya lo habrá dicho alguien. Pero no importa. El Quijote es el primer libro turístico español. Que, por ser bueno, dice la verdad…

Yo siempre estuve persuadido de ello. He ido hace bastantes años por primera vez a la Mancha. Y después, he vuelto muchas veces.

El paisaje manchego es sobrio. Pero cuando se va a él secundado por el Quijote, resulta ser un manantial que no cesa… Un manantial de emociones. En la Mancha todo me «habla». Los caminos, las piedras, los molinos…

Pero lo que más me canta y encanta son los viñedos. Y su corolario inmediato, el vino. Al entrar por esas tierras, previamente, me hago in mente, manchego. Cojo la bota y mi bastón y vengan caminos, pueblos. Al ser curioso del vino hay que moverse, andar, ver, preguntar. Esta curiosidad mía estimo como un deporte completo.

Para comer conviene tener apetito. Y para saborear lo que se bebe conviene tener sed.

Siendo madrugador y andador y yo soy las dos cosas, el hambre y la sed vienen solas.

Para comer y beber hay que estar a punto…

Fue el mismo Cervantes quien dijo que la mejor salsa es el hambre. Y yo, por mi parte, añado: Para tener sed hay que andar y cansarse. Y, si fuere preciso, sudar…

En la Mancha, hoy, se puede comer y beber lo que se quiera. Pero a base de bien.

Yo presumo y creo que soy un hombre importante solamente por haber estado, en los últimos años, en estos sitios y precisamente tomando vinos: Manzanares, Villarrobledo, Socuéllamos, Tomelloso, Alcázar de San Juan, Valdepeñas, La Roda, Ossa de Montiel, Pedro Muñoz, El Toboso, Calzada de Calatrava, Herencia, Argamasilla de Alba, Puerto Lápice, Consuegra, La Solana, Mota del Cuervo, Belmonte, Villanueva de los Infantes, Montiel, Torre de Juan Abad, Miguelturra, Daimiel, Campo de Criptana, Munera. Y, para no cansar, añadiré el consabido etc., etc.

Los libros y revistas turísticas y de vinos me sirven para orientarme y darme pistas. Pero me gusta esforzarme, sobre el terreno, para hacerme una culturita vinícola peripatética. Es decir, al estilo de Aristóteles.

A través de las planicies manchegas

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Marzo-1972

por ALEJANDRO SELA

Estar en la Mancha y emocionarse es todo uno. En principio empecé a ir allí para tocar con la mano el espíritu cervantino o quizá, más el quijotesco. Por estas tierras, desde hacía mucho tiempo tenía “conocidos”. Don Quijote y Sancho. Y una mujer, princesa, con la que yo también había soñado… Dulcinea.

Al recorrer los caminos manchegos, más de cuatro veces me he fatigado y sudado de lo lindo. Pero para refrescarme y espiritualizarme siempre tenía a mano el vino, el mismo vino que Sancho llevaba en su bota. Y el que Don Quijote tomó, por un canuto, en la Venta. Y que le dieron las dos mozas de partido…

¡La Mancha! Sol, nobleza, valentía, amor… vino. Que es, en definitiva, todo junto, emoción.

Citemos algunos hitos del camino. El Toboso, Mota del Cuervo, Campo de Criptana, Tomelloso, Argamasilla de Alba, Almagro, Socuéllamos, Villarrobledo, Ruidera, Manzanares, Alcázar de San Juan, Puerto Lápice, Montiel, Villanueva de los Infantes, Belmonte, Valdepeñas…

Al paisaje manchego lo decoran: Molinos de viento, viñedos, trigales o barbechos, ovejas, pastores, ruinas de castillos, coloreadas perdices y un horizonte siempre abierto a la ilusión y a la esperanza. Y el agua plana, espejeante, de las lagunas de Ruidera….

Al vino, para saber lo que es, hay que darle ambiente. Y después de saborearlo, pensarlo.

En la Mancha hay mucho vino. Y, además muy barato. Mal asunto para el efecto psicológico. Y como, por otra parte, se vende en muchas tabernas de España, la gente, sin más, se cree que es un vino de albañiles.

Falta por demostrar, sin embargo, que los albañiles sean tontos. Pero hay más todavía. Después que los vinos de la Mancha salen de su tierra, nadie puede asegurar que sean auténticos hijos de María. Me refiero a la pureza…

Naturalmente, a mí me gustan ciertos vinos de la Mancha. Y mucho. Claro que no todos están Igualmente elaborados. Pero el “saboreador” del vino como el probador de cualquier cosa, debe ser en cierto modo, un investigador. Haciéndolo así siempre se puede decir “a mí no me la dan…”

Si se mira bien, en todas las regiones vinícolas hay sus fallos. Lo que la gente, en el lenguaje de la calle, llama “petardos”.

Señora, cuando su marido cobre una quiniela o herede a ese “tío de América”, con el que soñábamos todos, ponga en actividad sus lagrimales y suplíquele que la lleve a la Mancha.

¡Que tanto puede una mujer que llora!

Señorita, no sea tonta. Cuando se tiene por novio un “príncipe azul” – todos los maridos hemos sido el “príncipe azul” de mujeres resignadas – póngale como condición para dar el “sí” de boda que la lleve algún día a las lagunas de Ruidera. Allí se puede practicar el amor matrimonial sin… contaminación atmosférica. Para que se vea que no hablo a humo de pajas invito a mis lectoras a que prueben el vino “Don Quijote” de Daimiel. O el Guerola alambrado de Valdepeñas. Los dos, claretes, sin olvidar el blanco “Yuntero” de Manzanares.