El vino y el mar

Bajamar 70, Vino, amor y literatura

Publicado en: Bajamar 70, Tapia. 1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Para los artistas, dibujantes y pintores, la historia del vino parece clara. La hoja de parra, o de cepa, fue el primer “abrigo de señora”. O, si se prefiere, la primera “minifalda”. En el paraíso terrenal y lugares colindantes la hoja de vid fue la primera ¡y la última! moda.

Después, en la edad de las cavernas, por el frío, vino el vestirse con pieles de animal salvaje. Y, por último, con tejidos de Sabadell, Tarrasa y Barcelona. Aproximadamente.

Así, pues, en la época de nuestros primeros padres, ya existía el viñedo. Y por supuesto, su consecuencia, el vino. No hay más remedio que creerlo.

Noé llevó a su arca, además de animales, un sarmiento de vid. Después, en seco, lo plantó. E hizo la vendimia y el vino. Y, con éste, cogió el primer “enfile” de que nos habla la historia, los Libros Sagrados. El vino y sus efectos, la borrachera, tienen, pues, una brillante ejecutoria.

Noé fue el primer vitivinicultor y el primer patrón de barco de nombre conocido. Y el primer borracho.

¡Qué coincidencia!

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El vino es un líquido. Pero el mar también lo es. Este le ayuda a “vivir” a aquél. El agua salada, o sus vapores, dan sequedad a todo. En especial a las gargantas que respiran, como se respira en el mar, a los cuatro vientos.

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En todos los puertos hay “estaciones de servicio”, tabernas, en abundancia. Y el marino tiene siempre prisa en llegar a esos puertos para quitar la sed y “repostar”.

El marino usa, además, el insecticida del vino para matar el “gusanillo”. Y lo logra. Y esto lo hace en medio de un encantador “paisaje”. Son elementos de este “paisaje” el bocoy, la pipa, el barril, la damajuana, el pellejo, el jarro y el vaso… Y le da ambiente ese olorcillo de taberna que nos penetra con sólo abrir la puerta. ¿Qué allí no hay higiene? A la higiene de las tabernas… que le den morcilla. ¡Digo yo!

El marinero, en su sitio, o juega al tute o se coge la acordeón y canta

Chalanero, chalanero
qué llevas en la chalana.
Llevo rosas y claveles
y el corazón de una dama...

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En el vino se disuelven las amarguras de una soledad excesiva. Al marino, en viaje, le falta la mujer y los hijos. O la novia. Y si hace frío, además, el vino es su “aire acondicionado”.

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El vino ha sido siempre un premio a la culminación de un esfuerzo. Por eso un patrón de regatas decía a sus pupilos para animarlos:

– ¡Hala! ¡Hala! Que hay pelexo en tierra.

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El vino más marinero es el vino de bota. Tiene un ligero sabor a pez…

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El vino es como el juego de las siete y media. Si uno se pasa, se pierde.

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La vida, para que sea algo que tal, hay que calafatearla con vino.

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Cuando se bebe demasiado el hombre es un “cuero de vino”.

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Al último vaso que se toma en la taberna se le llama “la espuela”. Conviene, de vez en cuando, ser caballo. La vida es una carrera de obstáculos.

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A veces, a los marineros, por los efectos del vino se les ve un poco escorados.

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No siempre, pero en algún caso, los marineros entran en las tabernas de “arribada forzosa”.

Tienen la culpa “las malas compañías”.

¡Y que, a mí, no me parecen tan malas!

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Cuando se echa un barco al agua, se rompe en su casco una botella de champán. Que es vino.

¿No será esto un “aviso a los navegantes”?

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Botadura viene de bota…

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Los borrachos van por la calle de babor a estribor.

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Un barco, en alta mar, al garete, ha bebido “lo suyo”.

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El marino, en el barco, está en “bajamar”. Y sin embargo, en el puerto y en la taberna, en la “pleamar”.

¡Sin remedio!

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Al fuelle de la gaita le gustaría ser bota de vino…

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Hay marineros que, cuando se tercia, se “atracan” de vino.

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El marino quiere llegar a puerto para sacarse… la espina.

Cuando el marino empina el codo, si es de noche, ve las estrellas. ¡Hay que orientarse!

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Si un marinero entra en una taberna debe atar todos los cabos. Y salir con la cabeza levantada. Tal como corresponde a su dignidad.

No debe dejar ningún cabo suelto…

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Los marineros siempre están contentos cuando van al Barlovento.

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En los barcos hay una vela que se llama trinquete. Y un palo que recibe el mismo nombre.

Por eso los marineros, los pobrecillos, para “cumplir con su deber” tienen que trincar…

ALEJANDRO SELA