LOS MONTES

Inédito

Publicado en: Inédito

El árbol en comunidad forma el monte o el bosque.

El bosque llama a los pájaros, los atrae. Hay vida vegetal y vida animal.

Las copas se juntan y buscan un paralelismo que lleva hacia el cielo.

Los rayos del sol atraviesan el follaje como pueden y se proyectan en el suelo en forma de manchas amarillas.

La abuela de Caperucita vivía en el bosque. Hoy vivimos en el bosque. Y hay misterio. Y habiendo misterio, no hace falta decirlo, hay poesía.

Al monte o al collado
do mana el agua pura

Hasta las fieras buscan el amparo y el cobijo en el monte.

Los poetas han exaltado y cantado al monte.

Del monte en la ladera
Por mi mano

En la primavera y en el otoño es una escala viva de color que halaga los sentidos. En la primavera apuntan los colores verdes y amarillos. En el otoño, los bosques, para morir, recurren a una escala de amarillos sorprendentes.

Si el bosque lo integran árboles diversos, hay una casi permanente sinfonía de color. Todo es matiz, o clímax de matices.

Caen las hojas. Se pegan unas a otras como escamas. Poco a poco, se van pudriendo y pegándose al suelo o a la tierra. Con ella se desposan. Se funden en la tierra misma. Y las de cada año van sucediéndose unas a otras. Pero entre tanto, el árbol crece y cuando empiezan a cubrirse de hojas, los pájaros van eligiendo la rama donde han de construir su hogar de crianza. Solo hogar de primavera. Los pajaritos aprenden a volar de rama en rama.

El árbol o el monte en el invierno se desviste y se queda con sus ramas mondas.

El bosque es poesía divina. Poesía insuperable. Poesía de Dios.

El bosque, cuando los vientos son fuertes, canta. Canta canciones poéticas, emocionadas. En él hay dolor. Las ramas se rozan unas con otras, se hieren, A veces, se parten. Pero el monte canta. Los árboles se doblan, cimbrean.

Las humedades del bosque son las humedades que más se conservan. El sol no puede apremiarlas a que se volatilicen.

Los bosques alegran el alma, y como alma la tenemos todos y como además, las almas en sustancia, son iguales. De ahí se sigue que el bosque es un bien común. A todos, si somos sensibles, nos alcanza en la misma medida. A todos nos inocula y vacuna su fluyente encanto, su penetrante poesía.

La vida es buena debido a las suscitaciones que nos vienen de fuera. Y esas suscitaciones las analizamos o no. Las percibimos con la conciencia o no las percibimos. Nuestro espíritu se amilana o se esponja. Y muchas veces no sabemos el por qué.

El bosque, con su alegría, con su fuerza, nos penetra súbitamente. Y siempre para bien. Nada malo nos puede venir del monte. Pero goces, sin embargo, infinitos. 

EL ÁRBOL (incompleto)

Inédito

Publicado en: Inédito

Quien haya plantado un árbol, lo haya visto crecer y vivir, sabe lo que es un árbol.

Quien lo haya hecho así, crea un afecto. Crea, más aún, un amor.

Y un amor, ya se sabe lo que es, algo que nos encadena y ata.

El amor del árbol es algo cargado de fidelidades y de correspondencias. Sin querer vivimos en el árbol. El árbol vive en nosotros. Hay, y perdonadme la licencia, una comunión de almas, Íntima, gozosa.

Cuando se ama un árbol vivimos en permanente deseo, en íntima zozobra. Quisiéramos verlo crecer en una vida apresurada, llena de perfecciones y de belleza. Quisiéramos que tuviera más primaveras y más otoños.

Como si fuera un hijo.

El árbol agradece como nadie los favores que se le hacen. Si se ve acosado y dominado por malas yerbas, se cría enclenque o se muere. Si le despejamos el espacio…

Don Gregorio y el árbol

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo, 23-4-1960.

Todos estamos de acuerdo. En el Dr. Marañón lo que sobresalía era su profunda humanidad. Llegó a dar la mayor dimensión humana. No se sabe, no sé yo, de nadie que haya ido más lejos. 

Su humanidad lo hacía comprender mejor a los hombres. Los hombres, es claro, lo comprendimos mejor a él. Se puede asegurar que estaba con todos, se entendía con todo el mundo. La fórmula de humanidad a que llegó es ejemplar. Y, por serlo, debe ponerse de relieve. 

Yo, con todas las imperfecciones que se me quieran poner, soy un tipo humano, Hay un aspecto, un sentimiento, que me identifica con él. Plenamente. No hablaré de las ventajas que me lleva, que son tantas. Diré, solamente, lo que nos une. 

Nos une, sencillamente, el árbol. El afecto al árbol, el pensar en él, ha ocupado buenos espacios de mi vida. Y cuando yo creía que estaba haciendo algo que no tenía mucho valor, en 1955, cuando se publicó su libro Efemérides y Comentarios, descubrí que Don Gregorio también pensaba en el árbol. Y que decía cosas que yo nunca oyera a otros. No hablaba del árbol como un maestro, como un sociólogo o como un técnico. No, nada de eso. Hablaba, como diría Shakespeare, como un hombre de este mundo. Sus palabras, al leerlas, las comprendí al instante. 

En toda su vida miró el árbol con mucha atención. Éste, de seguro, le decía cosas. Pero hay que convenir que el amor al árbol no es, no puede ser, producto de «flechazo». Ese amor es de elaboración lenta. Poco a poco, por lo que sea, nos penetra e invade. No creo, además, que este sentimiento muera. Si acaso, muere con el individuo. 

El árbol estuvo presente en toda su vida. “En su juventud y en su amor”, dijo. El día antes de su muerte, con su familia, fue a dar un paseo por la Casa de Campo madrileña. Ese día se despidió del árbol. Tenemos que creerlo así. 

Todas las semanas, sábados y domingos, se refugiaba a escribir en su cigarral de los Dolores, en Toledo. Su casa está rodeada por centenares de olivos. Si, en sus descansos, se asomaba a una ventana, veía olivos. 

Pero hay más. Tenemos que imaginarnos al Dr. Marañón con una azada en la mano haciendo un hoyo para plantar un árbol. Hay que hacerse a esta idea. González Rúa en una crónica dice: «Próximos a la mesa redonda de Don Álvaro de Luna, en el Cigarral, habían crecido unos cipreses que Marañón plantó por él mismo. Hablaba Don Gregorio de estos cipreses como si fueran criaturas suyas y señalaba con la mano noble y abacial en el aire tranquilo, el tamaño que tenían cuando los puso.» 

No hay duda. El ciprés es un árbol hermoso. En Italia abunda mucho. Los pintó, en Florencia, Corot. Y en Roma, en la villa Médicis, nuestro Velázquez. Marangoni dice que «es, quizá, el más admirable de nuestros árboles: sano, odorífero, recatado, elegante”. 

Dejémoslo. Al fin, hablar de Marañón: “Yo tenía aquel libro inmortal, tal vez el que más veces he leído, Las Geórgicas, del maestro del Dante”. Es decir, de Virgilio, poeta y hombre de campo. 

“La paz y el bienestar se simbolizan en el árbol. Porque los hombres criados a la sombra de los árboles tienen que ser más comprensivos, más dúctiles, más generosos que los que, aun siendo de condición excelente, reciben sobre su cabeza los rigores del cielo, a plomo, sin la sutil celosía de las hojas.”

“El árbol copudo que se alza frente a la casa familiar, o el grupo de árboles al borde del camino, o el frutal ópimo, el bosque lleno de misterios, llaman bajo su sombra a los que se aman ya, e inducen, con su paz, a los enemigos, a deponer su rencor.» 

“En España se habla mucho del odio al árbol. Quizá se exagera. Pero hay algo peor que el odio, el desconocimiento y el desprecio. Este desprecio al árbol es, creo yo, un pecado más que un error”. 

“Plantar un árbol, verle crecer, amarlo, supone atenerse, humilde y dichosamente al vasto ritmo de la vida, que está hecho de millones y millones de generaciones. Plantar árboles para nuestros nietos, árboles que no veremos fructificar, es una manifestación a la vez de heroísmo civil y confianza en Dios.”

En su libro Amiel habla del paisaje. Y en este se integra el árbol. Véase: “Cosa extraña: para ver el paisaje es necesario vivir dentro de uno mismo. En realidad sólo vemos en su inmensa plenitud la naturaleza que nos rodea, cuando somos capaces de percibirla mirándola allá en el fondo del yo como reflejada en el agua profunda y tranquila de un pozo”.

Nuestros árboles

Programas y folletos

Publicado en: Programa de las Fiestas de Navia. Agosto-1974

En el año en que estamos, 1974, se celebra en todas partes el Año Forestal Mundial. Era hora de que el mundo abriera los ojos a esa verdad de tanto bulto y tan necesaria como es el árbol.

Navia no puede estar ausente de esa fiesta, en su celebración. En Navia, en su municipio, hay varios millones de árboles forestales: pinos, eucaliptos, robles, chopos, abedules, alisos… Y, además, algunos miles de frutales.

Conviene no olvidar esto. Y no solo para conservarlos sino, también, para aumentarlos. Y, en todo caso, para cuidarlos con la máxima atención y el mejor esmero.

El árbol es, para todos, un pasado fructífero que la Naturaleza puso en nuestro suelo. Y debe ser un porvenir lleno de esperanzadas venturas.

El árbol representa mucho en todos los órdenes. En lo económico están a la vista los servicios que nos presta. Y nos acompaña en la intimidad, en el hogar, en forma de mueble. La química, por su parte, lo hace materia prima de múltiples bienes cada día más fecundos.

En lo espiritual las bondades del árbol son infinitas… Con pueblos, montañas y ríos forma el paisaje. Y el paisaje es alimento del alma. En el día y en la noche es el hogar de la pajarería. Y esta, sin duda, nos canta la alegría de vivir.

Y refresca el aire que respiramos. Lo purifica.

El Dr. Marañón fue toda su vida un enamorado del árbol. Él dijo todo lo que sigue:

“El árbol, en general, es una de mis más hondas preocupaciones nacionales. La paz y el bienestar se simbolizan en el árbol. Porque los hombres criados a la sombra de los árboles tienen que ser más comprensivos, más dúctiles, más generosos que los que aun siendo de condición excelente, reciben sobre su cabeza los rigores del cielo, a plomo, sin la sutil celosía de las hojas…

La llanura pelada dispersa a los hombres… El árbol, en cambio, el árbol copudo que se alza frente a la casa familiar, o el grupo de árboles al borde del camino, o el frutal opimo, o el bosque lleno de misterios, llaman bajo su sombra a los que aman ya, e inducen con su paz, a los enemigos, a deponer su rencor.

De cada árbol que se arranca puede nacer un anarquista. De cada árbol nuevo puede nacer una conversación eficaz y una amistad.”

ALEJANDRO SELA

Árboles y bosques

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 20-4-1974

“Yo no creo que la codicia esté en cortar árboles y venderlos. La codicia está en cortar y no plantar. Los árboles deben ser útiles al hombre”.

Soy, he sido toda la vida plantador, cultivador de árboles, Llevo más de cuarenta y cinco años en la faena.

Ahora vuelve a estar de moda hacer propaganda del árbol, ahora se ven más claras sus ventajas. Pero yo fui propagandista siempre y no se me hizo gran caso. En algún momento se me tuvo por un chalado o maniático forestal. ¿Cuántos, árboles he plantado? ¿35.000? ¿40.000? No lo recuerdo exactamente. Y todo con un patrimonio familiar de once montes, con una superficie total de poco más de seis hectáreas. No mucho.

Esta “manía” la llevo en la masa de la sangre, es heredada. Mi abuelo plantaba robles y nogales. Mi padre, castaños y pinos. Y yo eucaliptos, pinos, chopos, robles, fresnos y algún nogal.

Todo propietario de un terreno tiene siempre un rincón, una era, un patio o una linde amplia donde se puede plantar un árbol, dos, tres… Cuando no se puede plantar un bosque, se planta un árbol. Todo vale. Un pariente mío vendió hace diez años un eucalipto en 8.000 pesetas. Tenía treinta y ocho años.

La plantación no es un negocio apetitoso en principio. Los negociantes prefieren las empresas que dan un rendimiento inmediato o a corto plazo. Un árbol plantado hoy tarda años en dar dinero. Pero si se llega a tener una masa de monte, la venta, por entresaca, de los árboles, se puede hacer casi todos los años.

La plantación de árboles es la cosa más sencilla del mundo. Se hace un agujero en el suelo. Se pone un poco de abono – yo utilizo ceniza -. Se coloca la plantita en ese agujero y con la tierra se tapan esas raíces. Y ya está. Esto, en general. Pero el chopo se planta, por ejemplo, más sencillamente. Se coge una ramita de otro árbol, de un metro poco más o menos, se clava en el suelo y no hay más que hacer. Al cabo de diez o quince años será un árbol.

La ceniza es gran cosa como alimento de los árboles. Yo la compro en las panaderías. O la obtengo en la calefacción de la casa por combustión de carbón y tacos de madera mezclados.

Un eucalipto, por ejemplo, plantado sin ceniza, tarda en mis montes diez y siete años en ser vendible; con ceniza tarda siete u ocho solamente. La precipitación del crecimiento es sorprendente.

El árbol es un ser vivo. Necesita luz, aire que circule en su torno y limpieza del suelo, sobre todo en su infancia.

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Se dice que por la Edad Media, España, toda España, era un bosque. Y se cuenta y repite el caso de la ardilla. Una ardilla se subía a los árboles en los Pirineos y llegaba a Tarifa sin apearse. Iba saltando de copa en copa. Después los autores hablan de la codicia de los campesinos que lo fueron arrasando todo.

Hay que precisar. Yo no creo que la codicia esté en cortar árboles y venderlos. La codicia está en cortar y no plantar. Los árboles deben ser útiles al hombre. La frase que dice que los árboles mueren de pie puede tener un valor literario, pero no social ni económico. Un árbol que haya cumplido su ciclo vital debe ser sustituido por otro.

Tomás Borrás publicó con fecha 28-XII-1933, en A B C, un artículo titulado “España sin bosques”. Artículo, por cierto, premiado por la Asociación de Ingenieros de Montes. En él se dicen cosas como éstas: “El hombre comprende que el bosque es indispensable para la existencia, que sin el bosque la salud, la alegría y el trabajo son imposibles” “El árbol es la vida y el desierto vegetal la muerte.” “El árbol influye también en el alma de los hombres.”

Luis Calvo público también otro artículo en A B C, el 18-VI-1946, con el título “Afecto, delincuente”. Dice: “Recorremos los campos de España y se escuchan las viejas leyendas que dicen que todo fue bosque denso y hermoso como el robledal que cubrió el oprobio de las hijas del Cid.” “El que venga detrás, que arree.” “Si han desaparecido los bosques de España no es porque el español no ha conocido nunca el espíritu de la colmena, que es también espíritu forestal denso, dinámico y continuo, proyectado al beneficio de los que vienen detrás.” “Patriotismo es ir acrecentando la hijuela común, que no la estática adoración del pasado.”

El doctor Marañón, en el año 1954, dio una conferencia sobre árboles en Moyá (Barcelona). En ella, entre otras cosas, decía: “Plantar un árbol, verle crecer, amarlo, supone atenerse, humilde y dichosamente, al vasto ritmo de la vida, que está hecho de millones y millones de generaciones. Plantar árboles para nuestros nietos, árboles que no veremos fructificar, es una manifestación a la vez de heroísmo civil y confianza en Dios”. El doctor Marañón, me consta, con una azada hizo agujeros en su cigarral y plantó cipreses.

Voy, por primera vez, a revelar mi intimidad económica. Lo que en general la gente suele callar. Con el producto de la venta de árboles, hace veinte años, he podido hacerme una casa confortable y una huerta que tiene, en veinticinco áreas: 12 robles, 12 fresnos, 5 chopos, 4 nogales y muchos laureles y, además, algunos frutales: manzanos, perales y ciruelos… En nuestra huerta vive permanentemente una pandilla de mirlos. Y, por la primavera y el verano, una bandada de jilgueros. Unos y otros hacen sus nidos en esos árboles.

Con la venta de árboles me ha sido posible viajar y conocer repetidamente todas las provincias españolas. Y, en fin, satisfacer otras muchas necesidades. ¿Soy, pues, un hombre rico? No sé. Pero hay algo más seguro. Cuando se plantan árboles todos los años, como es mi caso, no hay manera de ser pobre. Imposible.

Yo siempre fui aficionado al dibujo. La estética del árbol, su plástica me interesa mucho. Por eso, cuando veo un árbol con especial estampa lo dibujo. Y así cientos de veces. Tengo la cabeza llena de esquemas de árboles perfectamente individualizados. Nunca he visto dos iguales.

Puedo, sin rebozo, decirlo. Los árboles son mis vidas paralelas, mis amigos y confidentes. Y, al mismo tiempo, mis hijos espirituales. Todos los días voy al monte. Todos los días los veo. A lo que me ayudó a vivir le debo cariño y gratitud.

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En mis viajes por España, viendo árboles me he emocionado muchas veces. No puedo olvidar los olivares y encinares de media España. Los alcornoques de Gerona y Extremadura, los pinos de Arenas de San Pedro (Ávila) y los de Riopar (Albacete), los árboles variados de la Merindad de Valdivieso (Burgos), los pinos de San Rafael y Navacerrada, los castaños de Béjar y Yuste, los chopos del río Carrión (Palencia) y del Najerilla (Logroño), las palmeras de Elche y Orihuela… Pero he de citar dos árboles inolvidables. El que hay en el parque de Soria, donde está hábilmente instalado en su copa el kiosco de la Banda Municipal, y el roble de la casa Codorniu, en San Sadurní de Noya. ¡Una joya!

El árbol y el monte

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 22-12-1957; De vuelta del Eo (1960)

Quien haya plantado un árbol y, además, lo haya visto crecer y vivir, sabe lo que es un árbol.

Quien lo haya hecho así, creó un afecto. Más aún, un amor.

Y el amor, ya se sabe, nos encadena y ata.

El amor al árbol es un amor cargado de fidelidades y correspondencias. Sin darnos cuenta vivimos en el árbol. Y el árbol, es claro, vive en nosotros. Hay, de hombre a árbol, y perdóneseme la licencia, una comunión de almas. Que es íntima, gozosa y pura.

Cuando se ama a un árbol vivimos en permanente deseo e inquietud, y en entrañable zozobra. Todo con gran sutilidad. Quisiéramos para él más primaveras y más otoños. Porque, en las primeras, el árbol ríe. Y en los segundos, llora.

En esas dos estaciones es cuando, de verdad, el árbol vive.

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Los árboles en comunidad forman el monte. O, según, el bosque.

Bosque o monte tienen una poderosa fuerza de atracción. En sus enramadas y en sus alturas habita la pajarería. Y en los suelos y en sus covachas las fieras y las alimañas. Arriba, lo alado y vistoso. Abajo, lo temible, lo que tiene nervio y garra.

En cualquier caso, por otra parte, en las espesuras boscosas, hay inagotables misterios, permanentes fluencias de no se sabe qué. Y que atrae tanto a los humanos. Por eso han sido tantos los poetas que los han cantado. Y muchos también los pintores, que los han pintado.

Cuando los árboles conviven sus ramajes se entrecruzan y su follaje se hermana. El sol, desde las alturas, cae sobre la fronda y quiere calar por ella sus rayos. Si lo logra, se proyectan estos en el suelo en forma de manchas amarillas. Hay, en los días soleados, un interior de bosque cargado de resonancias de interior de iglesia o de catedral.

Hay allí, sin duda, una honda espiritualidad.

Cuando los árboles empiezan a cubrirse de hojas, los pájaros eligen la rama en que han de apoyar su hogar de crianza. Que es sólo hogar de primavera. Y en las ramas de la vecindad, más tarde, sus hijos aprenderán a vivir. Es decir, a volar.

El árbol o, si se quiere, el bosque, en el otoño se desviste y queda con sus ramas mondas para pasar la invernada. Y el suelo en esa ocasión está cubierto, unas sobre otras, de las hojas desprendidas. Ellas poco a poco se van pudriendo y pegando a la tierra. Con esta se desposan. Y, en definitiva, con ella se funden. Y, así, un año y otro…

El bosque, cuando los vientos son fuertes, canta. Canta canciones tristes, emocionadas. A veces brama. Es que en él hay dolor. Las ramas se rozan unas con otras, se hieren. O, si acaso, se desgajan.

El monte, en la primavera o en el otoño, es una escuela viva de color que halaga los sentidos. En la primavera apuntan los delicados verdes y amarillos.

Y, en el otoño, las hojas, para morir, recorren una serie de gamas de amarillo. Si el bosque la integran árboles variados hay en toda la estación, una perceptible sinfonía de color. Todo es matiz o, mejor suma de matices.

En definitiva; los bosques alegran el alma, y alma la tenemos todos. Y, como además, en sustancia, son todas iguales, de ahí se sigue que el bosque es para todos un bien. A todos, si somos sensibles, nos penetra y alcanza en la misma medida. A todos nos inunda y baña su indecible encanto, su penetrante poesía.

La vida es buena debido a las suscitaciones que nos vienen de afuera, Suscitaciones que analizamos o no. Las percibimos con la conciencia o no las percibimos. Nuestro espíritu se amilana o se esponja ilusionado. Y muchas veces na sabemos por qué.

Cuando estamos contentos, puede ser debido: o que hemos visto una mujer hermosa, o que hemos contemplado un niño dormido. O, quien sabe, porque hemos pasado por las cercanías de un soto o una arboleda.

Creído esto, no nos sorprende que un poeta y santo quisiera llevar, en efusión de amor, a su Dios, a nuestro Dios

 Al monte o al collado,
do mana el agua pura

Alejandro Sela

Salutación a un fresno

Hacia la ría del Eo, LAR

Publicado en: Folleto divulgativo. Navia 1955; LAR. Agosto-1955; Hacia la ría del Eo (1957)

Folleto Fresno de las Aceñas. 1955

No temas, fresno de las Aceñas. He de cantarte. No hay más remedio. Soy humilde, lo sé. Pero ¡que importa! Los hombres valen más por lo que no se ve, que por lo que está a la vista. Y entre lo que no se ve, está el corazón.

Con él en la mano, voy a decirte algo.

No sé exactamente cuándo empezó la cosa. Hace años, de seguro. En un instante o en varios instantes diluidos, no sé cómo, me di cuenta de que estaba penetrado de una indudable atracción hacia ti. Algo había en mi alma dormido que se despertó al recuerdo de tu imagen. Y desde entonces vives un poco en mí. Y creo que tienes raíces, no solo en la tierra, sino también en mi espíritu. Algo nos une. No lo dudes.

Lo que siento hacia ti ¿es simpatía? ¿es admiración? ¿es amor? No sé nada. Mejor dicho, si lo sé. Es, las tres cosas. Unas veces en conjunto, a un tiempo, y otras aisladamente. Depende.

Nada espero de ti y… ¿Qué es esto? ¿Será posible? Pues sí, yo creo que es posible… el amor. Tu porte, tus ramajes, la coloración de tus finas hojas, pueden despertar una pasión. Ya lo creo.

Siendo así, no solo te admiro a ti, sino que también me admiro, al mismo tiempo, a mí mismo. El saber que yo puedo amarte solamente por ser bueno, sin que me mueva interés alguno, me deja un poco asombrado. Es estupendo.

Oh, fresno de las Aceñas ¡qué suerte!

Y aunque no me lo digas, me está pareciendo una cosa ¿Sabes qué? Que tú también a mi me amas. Sí, sí, créemelo. Y, además, en tu inmovilidad a mi presencia, me hablas. Te entiendo. Tú también eres un ser vivo, también sufres. Y basta. Ya lo dijo un poeta:

“…voz tiene en el silencio el sentimiento”. 

Ahí estás, ahí te veo, al borde de la ría de Navia, a dos pasos de la carretera. Aislado, solo. Ahí naciste y ahí vas a morir…

Quizá vivas bien. El lugar es entretenido. El paisaje que dominas es, sin duda, muy bello. No te quejes, no. Claro que en tu vida habrá alegría y tristezas. ¿Y en qué ser viviente no las hay?

Acuarela del Fresno de las Aceñas (1955), de Álvaro Delgado

Sufrirás lo tuyo. Los vendavales otoñales te sacudirán de lo lindo y con harto dolor te dejarán herido al arrebatarte furiosamente alguna de tus ramas más queridas… Y no solo eso, el mismo otoño te desnuda y te quita el manto verdeamarillo que la primavera te había dado, y te quedas, para sufrir el invierno, en los puros huesos. Es así.

En el verano es otra cosa ¡Cómo vibran de emoción, fresno de las Aceñas, tus delicadas hojas cuando sientes las risas frescas y cristalinas de las mujeres de Navia que van, en bote, las tardes soleadas, a recrear su espíritu hacia la Isla, o a la vega de Coaña, o a las riberas de Porto!

¡Y qué me dices de los amaneceres con que la Naturaleza te regala cada día! Los rayos del sol después de remontar las cumbres de Panondres, hacia ti van para acariciarte y embellecerte ¡Caen sobre tu follaje como una bendición del cielo!

Oh, fresno de las Aceñas. Eres serio y discreto. Así lo pienso. No eres un narciso. Supongo que a pesar de pasar por tu lado las aguas tersas y limpias del Navia no le das mucha importancia al espejo que se te ofrece para mirarte. En ti, la tonta vanidad no existe ¡Quiá!

A. Sela y el Fresno

La sombra que ofreces con tu fronda no creo que la aproveche nadie. Los enamorados no te hacen mucho caso. No les sirves. Tienes la copa muy alta.

Tampoco es posible que se acomoden a tus plantas, para cobijarse alguna noche, los gitanos. En la ladera en que te asientas, no puede sostenerse de pie un carromato. Si te ves privado de estas glorias, no es para desesperarse. No te aflijas. En tu vida también hay compensaciones.

Fíjate. En tu altura sobre el rio estás ahí como emperador en tribuna. Ante ti desfilan tus vasallos o, mejor tus soldados. Me refiero a los salmones que, todas las primaveras, pasan ante ti marcando el paso hacia las alturas del rio, donde realizan lo más noble de su destino: la freza. Pues bien, si el salmón es considerado como el rey de los peces y al pasar te rinde honores, es claro que tú eres emperador de reyes. ¡Y eso sí que es un carguito!

Ya me voy, me despido. Una vez más te significo mi admiración o, como dije, mi amor. Ante ti me descubro, saco la boina y te saludo ¡Buenos días!

Leído esto, me doy cuenta de que no expreso cabalmente lo que siento. No hay palabras para expresar con rigor los sentimientos hondos. También lo dijo Quevedo:

“Cuando de corazón se quiere, solo con el corazón
se habla”