SIN TÍTULO (La lancha varada)

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En la playa de Navia hubo, unos días, una lancha varada… Era vasca, de Bermeo. Tenía ojillos vivarachos, pero su nariz era alargada, como si fuera de un vasco de pura cepa. Que no otra cosa parece su tajamar… Y así se quedó, escorada, en el arenal. Hasta que vinieron las mareas de plenilunio…

La lancha vasca fue, durante el verano, una novedad para la gente playera. Se la tomó como un bicho raro que había que ver… Como ese cetáceo descomunal que viene, de los mares del norte, a morir, por lo que sea, a las playas del Cantábrico…

Se la ve inclinada, abatida y resignada ante la adversidad. Como esas fieras que van enjauladas en los circos y en los parques de recreo. No está en su elemento.

¡Ah, pero se recobrará! Cuando vuelva a flotar,- y ya ha vuelto – se mostrará orgullosa con la proa levantada como aquel que anda por la calle sin deber nada a nadie. Y echará por su chimenea un humo oscuro, negro, que se diluirá como azúcar en los aires. Y dejará por donde pase, una estela de espuma que se desvanecerá con la inmensidad del mar.

Sin título (Navia es campo)

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Navia es campo, sencillamente. Con sus prados, sus labrantíos. Según la época o según la estación, por los campos naviegos se ven trigales, nabales, maizales, patatales y, en fin, la biblia.

Todo da flores, todo da frutos. Y la continuidad está asegurada. Todo se reproduce.

Y, además en Navia, llueve y hace sol. El agua vivifica el paisaje. El sol lo entona, lo abrillanta, le da luz.

Y, si hace falta, aparece el arco iris que nos cubre y envuelve como un halo de santidad.

Todo ello nos da una idea aproximada de lo que puede ser

¡La gloria!

El alcoholismo

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Hace un año, aproximadamente, vi en un periódico diario un artículo sobre alcoholismo. Lo firmaba un médico. Decía que, en España, había un millón de alcohólicos. Pero reconocía que no había estadísticas. 

Semanas más tarde, en el mismo diario, un periodista en otro artículo decía que en España había millón y medio de alcohólicos. 

Después, meses después, en el referido diario otro médico escribía que en España había dos millones de alcohólicos. 

Ahora, con fecha uno de noviembre, una revista de difusión nacional dice lo siguiente: 

«Existe en España la escalofriante cifra de dos millones y medio de alcohólicos, cifra aproximada y calculada con una cierta benevolencia. Lo que supone que cerca de diez millones de personas están, directa o indirectamente afectadas por este problema». 

Otra revista femenina de estos días – noviembre de 1.972 – en otro artículo dice: «En nuestro país se registra la considerable cifra del millón y medio de alcohólicos…». 

En el supuesto de que uno de estos artículos diga la verdad, ya es suponer, los demás no la dicen. Y, si faltan a ella ¿Qué se pretende? ¿Es que se va a curar el alcoholismo español a base de afirmaciones demasiado frívolas? ¿Qué dirán los extranjeros que lean esto? ¿El fin justifica lo que se dice? No lo creo.

Los artículos referidos que hablan de alcoholismo no hacen referencias muy concretas en lo que se refiere a la bebida. Pero lo cierto es que las ilustraciones, las fotos que los ilustran, traen siempre botellas de vino. 

La primera revista mencionada, por ejemplo, ilustra el artículo con dos fotos de un pobre alcohólico y a su lado, en las fotos, sendas botellas de vino. 

La última revista ilustra su artículo con una gran foto de una señora bebiendo en porrón. Que tiene vino, claro. 

Así pues según esos señores o señoras escritores el alcoholismo procede del vino. Solamente. 

A mí me parece que hacer afirmaciones así, a la ligera, es escribir con mala uva. 

Si vino quiere decir alcoholismo, o al revés, habría que reconocer que el Gobierno Español fomenta el alcoholismo. En el año último, no olvidando lo que se produce en España, importó vino de Argelia.

Va siendo hora de que se nos diga la verdad. El que la sepa, claro. 

Convendría, además, que se especificara la clase de alcohol. Los que lo son del vino o los que lo son de anís o coñac. Y los que lo son de la coctelera o del whisky. Las nuevas generaciones, siempre más inexpertas, deben saber a lo que se exponen si beben. Pero en serio. 

Declaro, por mi honor, si se me cree que yo no conozco ningún alcohólico del vino. Y vivo inmerso en la vida social como cada hijo de vecino. ¿En qué región o regiones viven los dos millones y medio de alcohólicos? Admito que los haya. Pero ¿Cuántos?

Estamos a dos pasos de que se diga que el productor o el vendedor de vinos se dedica al tráfico de estupefacientes. O de drogas. 

Aclaro. Yo no vivo vinculado, ni directa ni indirectamente, a ningún negocio de vinos. Estudio vinos como amateur. Y bebo con prudencia lo que compro. Y creo que me hace bien. 

Por otra parte, como español, me interesa mucho que no haya alcoholismo. La salud nacional nos interesa a todos.

(*) Posiblemente publicado en “La pámpana de Baco” en 1972, según refiere el autor en el artículo “El vino y el alcoholismo”, publicado en 1973, en “La Semana Vitivinícola”.

Resumen de «Vino, amor y literatura»

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La obra está destinada a un público amplio. Y que se supone que quiera llegar a un conocimiento básico del vino. Por ello el libro comienza dando unas pinceladas del cultivo de la vid y de la elaboración del vino. Y con la técnica más sencilla. 

Se hace un breve análisis de obras capitales de la literatura española y que de un modo o de otro tratan del vino. Así, de Quevedo, poeta excelso del amor, genial hombre del humor, una de las cimas más altas de la literatura española. De Estebanillo González, obra de picaresca y con abundante lenguaje de germanía. Y la Celestina, obra dramática y filosófica, donde su autor Fernando de Rojas demuestra que el vino fue objeto de sus pensamientos muy meditados. Y otros autores. Y, al final, se copia una opinión de Juan Luis Vives, humanista universal, que figura en sus Diálogos, recomendando la prudencia y la moderación en la toma de los vinos. 

La obra va ilustrada con algunos óleos pintados por el autor. Y fotos tomadas por el mismo en sus múltiples viajes por territorio español. En todo caso se busca claridad, precisión y sencillez, fórmula estilística clásica. Alain, filósofo francés, decía que con el lenguaje común, de la calle, se debía hacer arte literario. Y, a tal efecto, se utiliza en la obra, en lo posible, un lenguaje familiar y de tertulia. Buscando siempre la verdad, la amenidad y el buen humor. 

La obra quiere ser imparcial estudiando vinos que sean buenos y no hayan tenido la difusión nacional o internacional que se merecen. 

Hay en el libro relatos de viajes por todas las provincias españolas comprobando, sobre el terreno, la autenticidad de lo que se dice. Y hablando siempre con técnicos en materia vinícola, y otras gentes. 

Se hacen apreciaciones sencillas para que cada cual, como aficionado, pueda llegar a formar juicio propio e independiente sobre los vinos que pruebe. Y se hacen observaciones sobre bouquet, color, amor, paisaje etc., etc. 

El autor, como amateur, ha viajado siempre por cuenta propia sin subvenciones ni becas. Y, así mismo se ha costeado la edición del libro con distribución y propaganda. 

Tampoco está el autor vinculado a ningún negocio de vinos. Ni directa, ni indirectamente. Vino, Amor y Literatura fue premiada por el Sindicato de la Vid, de Barcelona, en el mes de Diciembre de 1.971.

Vinos de España

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España se encuentra en óptimas condiciones para dar buenos vinos. Y los da. Dentro de ciertos límites tiene variedad de suelos y de climas. Desde Cádiz a Gerona, por una parte y desde Pontevedra a Murcia, por otra, se puede decir que no hay provincia que no de vino. De 8600 municipios, aproximadamente, que hay en España, unos 6000 lo producen. 

Influyen decididamente en la producción vitivinícola, en primer lugar, el sol. Y, después el suelo y cuidados esmerados. Los vinos españoles en general en los últimos años han mejorado a ojos vistas. Ello se debe principalmente al gran desarrollo del cooperativismo que, por tener más medios, dispone de mejores instrumentos de elaboración. Y, además, a que hay muchos más técnicos con plena conciencia de lo que deben hacer. 

Desde hace muchos años la gente de la calle tiene, sin que yo sepa por qué, jerarquizados los países que producen los mejores vinos. Y si esto pudo ser cierto en algún momento hay que reconocer que no puede dársela un valor eterno… Los países evolucionan. Hay que reconocerlo. 

La planta de la vid tiene categoría de arbusto – menos que árbol, en tamaño – y tiene su estructura externa muy retorcida y nudosa. Algo parecido al roble… Su raíz es muy ramificada en general. Y, con ella, claro, se alimenta. Por razón de la poda se la obliga a dar donde técnicamente convenga, cada año, nuevos brazos, llámense pámpanos o sarmientos. Y estos, a su vez, dan los racimos. Si yo tuviera que dar, por cuenta propia, una definición de esta planta, diría así. La vid, cepa, es una señora algo coqueta que usa pendientes – racimos – solo en el verano. Y que estos pendientes unas veces son de oro y otras de azabaches.

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Cada tomador tiene, en España, si quiere, vino hecho a la medida, Blanco, tinto o clarete. Y, por supuesto de la «fuerza» que desee. Ligero – en torno a los diez grados -, normal – de unos trece – fuerte – de algo así como diez y siete -. Y, además, en distinto estado “de vida” o crianzas: frescos – del año -, adolescentes – de dos o tres años -, y reservas – de cuatro o cinco años en adelante-.Y si a todo añadimos los precios, se puede decir: En España hay vinos para todos los bolsillos…            

La frase vinos corrientes puede ser y es con frecuencia equívoca. Vinos corrientes no quiere decir vinos malos. Vinos corrientes quiere decir solamente vinos no embotellados y, que, a veces, son muy buenos. 

El vino embotellado en cierto modo tiene asegurada la continuidad del sabor en las diversas cosechas. El vino corriente, menos.

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Demos una vuelta por España probando vinos. Apreciemos su calidad. Y, sobre esta base, cada uno debe ser juez de lo que bebe. El gusto lo estimo personalísimo. A uno le gustarán los vinos secos, a otro los abocados – ni dulces ni secos – y a otros, los más bien dulces. Hay quien los prefiere tintos de mucha capa, hay quien claretes. Y otros, blancos. Según. 

Situémonos en el centro de España. En Madrid. En esta provincia hay vinos muy respetables, dignos de toda consideración. Se puede ir en poco tiempo a Chinchón, Arganda del Rey y Colmenar de Oreja. Y, por otro lado, Navalcarnero, Villa del Prado, Aldea del Fresno y San Martín de Valdeiglesias. 

No lejos de estos lugares hay un pueblo, de Ávila, en la sierra, que cuenta con un vino importante. Es Cebreros. Entre otras, hay una bodega, Blázquez, que vale la pena conocer. 

La Mancha también está cerca de Madrid. Para ir a ella el camino es fácil, muchas rectas y pocas curvas, y nada de cuestas. Se puede uno detener, para empezar, en Mota del Cuervo. Y saliéndose de la carretera general, por Pedro Muñoz, se deben visitar Socuéllamos, Tomelloso, Argamasilla de Alba, Villarrobledo… O, hacia otra parte, Alcázar de San Juan, Daimiel, Manzanares, Valdepeñas… 

Por encima de Madrid, en el mapa, está Castilla. Los vinos de esta histórica tierra debieran tener más nombre del que tienen en el ámbito nacional. Los hay, no solo buenos, sino también sorprendentes. En Valbuena de Duero está el vino especialmente refinado, el tinto Vega-Sicilia. Y en Peñafiel, el Protos, de la Cooperativa del Duero. 

No se puede olvidar el Barrigón, clarete, de Cigales, a nueve kilómetros de Valladolid. En torno a Medina del Campo hay una serie de pueblos que producen unos vinos dignos de la mayor atención: Nava de Rey, Rueda, Pozaldez, La Seca… Casi todos son blancos y algunos, amontillados, realmente señoriales.

En Palencia dominan los claretes, equilibrados y sabrosos. Dueñas, Cevico de la Torre, Baños de Cerrato y Villamuriel los dan. Entre otros pueblos, claro. 

En León hay dos zonas. Una, importante, con su centro en Cacabelos y Ponferrada, cerca Galicia. Y otra, al sur, con centros productores tan señalados como Valdevimbre y Ardón. 

Al sur de la provincia de Burgos hay abundantes tierras vitícolas: Aranda de Duero, Gumiel de Hizán, Roa, La Horra… 

Galicia tiene varias partes productoras de buenos vinos. En Orense, Barco de Valdeorras, La Rúa Petín, al este. Y al sur Verín y Monterrey. Por el oeste Rivadavia con sus tintos y tostados. Estos últimos, dulces. 

En Pontevedra hay tres zonas productoras. El Condado, dentro de La Cañiza, con Arbo, Nieves, Salvatierra. Otra, muy notable, el Rosal, y en la costa, casi lindando con La Coruña, el Salnés, con su centro en Cambados. Aquí se producen Los Albariños, blancos, muy bien elaborados. A estos vinos se les da «lacón con grelos» y uno va que «arde». 

Los vinos de La Rioja, blancos y tintos, tienen múltiples devotos. Se elaboran con esmero y van a todas partes. Uno se va al puerto de Herrera y, desde allí, se puede contemplar el panorama riojano. La Rioja tiene dos monasterios que hay que ver. El de San Millán de la Cogolla, de agustinos, y el de Valvanera, de benedictinos, donde está la Virgen patrona de la Vendimia riojana. Pueblos: Labastida, Cenicero, Navarrete, Laguardia, Elciego, Haro… Y nombres que «suenan» en los restaurantes: Lopez Heredia, Marqués de Murrieta, Marqués de Riscal… 

Navarra también tiene «sus vinos”. Los pueblos que los producen son muchos. He aquí algunos: Felces, Olite, Tafalla, Estella, Lodosa…Recuerdo dos pueblos con vinos que «me van». Puente la Reina con su Sarria. Y Pamplona con Las Campanas. 

Zaragoza produce vinos por Borja, Magallón…, y buenos. Pero hay otra parte, fabulosa por su belleza y contenido, y que gira en torno à Cariñena. Pueblos colaboradores, que también dan nombre a la zona, son: Almonacid de la Sierra, Alpartir, Cosuenda, Aguarón, La Paniza… El paisaje, por aquí, es vitivinícola cien por cien. Visítese, en Cariñena, la Cooperativa San Valero y tómense las muestras de lo que allí hay. Pero, otras bodegas, también tienen lo suyo. 

Sigamos. Y acerquémonos a Tarragona. Y sabremos que los monjes de tres monasterios de esta provincia, allá por la Edad Media, sentaron cátedra como expertos vinicultores. Los de Scala Dei, Santes Creus y Poblet. El primero está hoy en ruinas, pero no los otros dos, que existen en su función puramente religiosa. El prior del primero, Scala Dei, dejó huella perenne. De ahí viene Priorato, nombre que tiene las más gratas resonancia vinícolas. En Tarragona hay vinos tintos, blancos y una modalidad especial de los dulces, los exquisitos rancios. Gandesa, Falset, Reus, Valls y otros puntos colman la medida de cualquier caminante por muy sediento que esté. 

Barcelona tiene también vinos muy sonados. Y con justicia. San Sadurní de Noya con múltiples marcas de champán. Y que todos conocemos. Sitges con su deliciosa y dulce Malvasía. Villafranca del Panadés, con sus tintos y blancos especiales. Y con su Museo del Vino para que «se vea». San Esteban de Sesrovires con su Masía Bach con hondo prestigio de calidades, en vino de mesa y en champán. Y, por último, Alella, con su excelente blanco – marfil -, sus tintos que son algo así como ejemplares. 

Gerona, rincón de España, para algunos no cuenta por importancia vitivinícola, pero lo cierto es que la tiene, y mucha. Dese el que pueda una vuelta por el Alto Ampurdán y verá cómo se cuidan sus viñedos y con cuanta delicadeza se elaboran sus vinos. He aquí algunos pueblos: Pont de Molins, San Clemente, Mollet, Capmany, Espolla, Garriguella… Y Perelada, con su castillo, donde se producen tintos, blancos y champán…non plus ultra. 

Saltemos a Extremadura. En Badajoz hay que contar con Almendralejo y la zona de Los Barros. Y, más arriba, Castuera, Don Benito y Medellín. En este último lugar hay una bodega que embotella, Castillo de Medellín, que conviene probar. 

Cáceres tiene muchos pueblos que producen vino. Pero embotella poco, Miajadas, Trujillo, Zorita, Cañamero, Montehermoso, Hervás, Logrosán. Pero hay un pueblo que no debe olvidarse, Montánchez. Y por dos «razones». Su jamón y su vino. El vino de Galán embotellado es algo más que especial. 

Toro, en Zamora, tiene su famoso tinto de Toro. Es un vino de mucha capa.

Bajemos a Andalucía. Córdoba tiene vinos bien hechos. En Montilla, centro principal, llaman a sus vinos los de la verdad. La razón es clara. El sol es fuerte. Y esto hace que las uvas maduren mucho. Y, al ser así, su dulzura es grande. Y cuanto más dulces, al fermentar el mosto, más alcohol. Se puede tomar nota, en la capital, de las casas Carbonell y Cruz Conde. En Montilla, de Alvear, Cobos, Pérez Barquero, Montulia…En Lucena, Víbora. Y en otros pueblos también hay, Aguilar de la Frontera, Doña Mencía, Cabra, Puente Genil… 

Estos vinos se pueden tomar de aperitivo o a cualquier hora, sueltos. Pero no conviene olvidar que pertenecen a la clase generosos. Esto quiere decir que son finos, secos y de fuerza. Los hay dulces también. Hijos, los más, de Pedro Ximénez, una cepa con solera. 

También la Pedro Ximénez y la Moscatel dan los vinos malagueños tan notables y de gran calidad. Los suelos pizarrosos – se dice – dan alimento a esas cepas. Vélez-Málaga es uno de los centros más productores. 

El nombre de Jerez está acuñado en la mente de todos. El vino que aquí se produce recorre los caminos del mundo, y representa a España cuando en alguna reunión se arma “jaleo». Tienen una larga historia. Son un legado árabe. Y que, poco a poco, han mejorado los cristianos. Jerez es un pueblo hondo y vistoso que nos brinda ocasiones para tomar. Su caballería refinada y la bravura de su tauromaquia nos dan «clima» para los sabores. Bajo la presidencia de San Ginés de la Jara, en las fiestas de la vendimia, los jerezanos echan la casa por la ventana… Domecq, González Byass, Palomino y Vergara… 

Cerca está Puerto de Santa María, que también figura en la denominación de origen «Jerez». Y donde están las casas Terry, & Osborne… 

Y Sanlúcar de Barrameda con su pálida manzanilla. Esta es un jerez hecho con levaduras oreadas por aires marinos. 

Jumilla y Yecla son grandes pueblos de la provincia de Murcia que producen unos vinos muy solicitados en el extranjero. En Jumilla hay casas que “dan la hora». Bleda, Savín... 

Villana, Pinoso y otros puntos de Alicante dan los vinos «fondillones» de los cuales solía hablar Azorín.

Valencia también está «surtida» de buenos vinos, tintos y blancos. Los nombres de Requena, Utiel, Cheste, Turís, Liria y Puebla del Duc no deben ser olvidados nunca. 

Otras provincias, con algunos pueblos, también cuentan a la hora de hacer el balance de los vinos españoles. Salamanca, Huesca, Teruel, Castellón, Huelva, Granada, Almería. Y Vizcaya con su chacolí, vino ligero y acidillo. 

Y, para finalizar, hagamos un epílogo que venga al caso. Luis Vives, humanista genial, dijo en su tiempo, a principios del siglo XVI: «Se debe beber, mas no desordenadamente. Come cuando tengas hambre y bebe cuando tengas sed, y el hambre y la sed te dirán cuándo, cuánto y hasta dónde». 

Y ahora veamos lo que dice un médico moderno, de hoy. Se trata de Morris E. Chafetz, profesor de la Universidad de Harvard y director del departamento de alcohólicos del Hospital General de Massachusetts. En su reciente libro LIQUOR THE SERVANT OF MAN, al final, se lee esto: «Yo bebo vino y ¡a mucha honra! Y no sólo bebo yo, sino también mi mujer y mis hijos. Amo la vida y me gusta el placer. Y no me refiero únicamente a los placeres físicos, sino a todos los placeres. Me gusta contemplar un bello paisaje, o una ciudad antigua, o el paso de las nubes por el cielo…»  Claro es que, para todo, tiene en cuenta la prudencia y el comedimiento.

Los vinos españoles

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Yo empecé a ser, por España, algo así como un turista intelectual. Visitaba catedrales, monasterios y museos. Únicamente. Pero, a la larga, esto solo, acabó por abrumarme. Las piedras de las catedrales españolas se me venían encima… Algo de esto le ocurrió a Don Pío Baroja. 

Y abrí los ojos. Y me di cuenta de que mi turismo debía ser algo más que eso. Creía y creo que para amenizar mis viajes conviene tener en cuenta no solo la historia sino, además, la vida. 

Y ésta, también, está en el campo. Me di cuenta, no sé cómo, de que en el campo español hay una «mina». Pero sin explotar turísticamente. Esa «mina» es el vino. 

Y me hice «minero». Y me lancé en «tumba abierta” por los caminos españoles para probar y conocer ese «metal precioso», el vino. 

Viajar, para mí, no es ni la felicidad ni la alegría. Es algo más complicado que todo eso. Es la vibración emotiva de conocer pueblos españoles. Y de curiosear en ellos y saborearlos. Y, en definitiva, tener que dejarlos… con pena. El turista, en cualquier caso, debe volver a su pueblo donde el deber le llama… 

Las vacaciones son una conquista de los tiempos. Pero creo que a esas vacaciones debe dárseles un contenido vital y humano. 

Turísticamente hablando yo soy un hombre de acción. Por eso no concibo las vacaciones de ese señor que se pasa un mes en una playa con la barriga al sol. O, en el mejor de los casos, cogiendo cangrejitos por las rocas costeras, y para que después nos venga con la monserga de que vivimos en la época de las prisas… 

Creo que todo ser humano debe tener, alternativamente, dos vidas. Una seria, limpia y honesta. En cuanto que somos miembros de la sociedad. Y presidida por ese Dios íntimo que nos gobierna. Y otra más flexible, elástica y humorística. La vida de las vacaciones. 

Para esta última, vida flexible, conviene tener un dios en broma al que podamos tutear. Para desempeñar este papel a las mil maravillas podemos servirnos de un dios clásico, de Baco. Pero con cuidado. De él debemos tomar lo bueno y desechar lo malo. Baco, en materia de libertades, se pasaba de la raya… 

Por los datos que tengo Baco no tenía oficio ni beneficio. Y se las «apañaba” para estar siempre presente en las fiestas pueblerinas alternando con bacantes, vestales, diosas y sacerdotisas. Lo que hoy, hablando en plata, podríamos llamar artistas de cabaret… 

Esto es demasiado. Baco era un «señorito», un hijo de «papa». Con su libreta de cheques y buena provisión de fondos. Esto, en los tiempos modernos, no sería tolerable. 

Pero Baco tenía una cosa buena. Bebía vino. Este es el buen camino. Siempre que se tenga freno «a las cuatro ruedas» para detenerse a tiempo. No. No conviene llegar al vicio aunque después pueda uno arrepentirse. 

El arrepentimiento es una idea hermosa. Pero presupone, necesariamente, la idea de pecado. Huyamos de los dos. 

El mapa que se adjunta no es un censo de pueblos vitivinícolas españoles. Hay más, muchos más. Es otra cosa. Apunta a la idea del turismo, dar de beber al sediento caminante. O, mejor, al que debiendo beber no bebe por ignorancia.  En vinos, España, como se verá, está perfectamente desarrollada…