La paz del campo

Inédito

Publicado en: Inédito

¡Oh, campo! 

¡Quien fuera poeta! Si yo lo fuera, ahora mismo, a la vista de esta escena se me abrirían las compuertas de la inspiración y diría maravillas… 

Evocaría a Teócrito, a Virgilio, a Horacio y a gente de esa. Hablaría de las abejas que van libando, de flor en flor, el néctar con el cual, en los panales, elaboran sus ricas mieles… Hablaría de tantas variedades como hay de pintados pajarillos que, con sus trinos, acogen tan simpáticamente la nacarada aurora que viene…

¡Quien fuera poeta! Con un carro de yerba y un par de vacas holandesas, si yo lo fuera, haría un poema en el cual pondría a la Naturaleza por las nubes… Y haría también un canto en octavas reales a la virtud del trabajo, que es lo que ahí se ve. Y etc., etc. 

Para mí desgracia y para desventura tuya, amable lectora, yo no soy poeta. La prueba está en que no tengo capa, ni chalina, ni melena… 

¡Ni musa!

Si yo tuviera musa, aunque no tuviera lo otro, yo creo que me las arreglaría para decir algo que tal. Aunque, la verdad, contagiado por los tiempos que corren, lo más probable es que no dijera nada. Ni pio. Abandonaríamos ella y yo, del brazo, las hermosuras del campo y nos iríamos al cine. 

Ella admiraría el arte de Don Gregory Peck.

Y yo, a regañadientes, lo reconozco, el de… ¡Sofía Loren!

«Las Geórgicas» de Virgilio

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 8-7-1972

por D. ALEJANDRO SELA

Príncipe de los poetas romanos. Fue el verdadero poeta, el vate, el adivino. Nació el año 70 antes de Jesucristo en Andes (Mantua). Su padre tenía una granja. Y en ella nació. De ahí su amor al campo. Este fue fundamentalmente la fuente de su inspiración. Después el emperador Octavio Augusto le dio una finca cerca de Nápoles. Y aquí, durante siete años, compuso Las Geórgicas. Vivió cincuenta y un años.

Además de Octavio, entre otros, en su época vivieron personajes importantes de los que fue amigo: Mecenas y el poeta Horacio.

Aparte de otras obras que escribió, sólo nos interesa ahora Las Geórgicas. Este es un verdadero poema del campo. Y que, se dice, lo hizo a instancias de Mecenas.

Virgilio estaba al tanto de lo que entonces se podía saber de agricultura. En él se aliaban, pues, técnica y poesía. Cuerpo y espíritu.

Las Geórgicas se divide en cuatro partes o libros. En el primero trata del laboreo del suelo, el segundo del cultivo de los árboles, el tercero sobre cría y reproducción de los animales y el cuarto sobre las abejas.

De este libro decía el doctor Marañón que era “tal vez el que más veces he leído”.

De momento sólo nos interesa el libro segundo. En él se habla del viñedo.

Y, al efecto, voy a reproducir trozos sueltos. Los uno a mi modo para evitar la fatiga que un libro tan antiguo pudiera producir de buenas a primeras. Y se verá, se asombrará el lector de lo que entonces se sabía ya del cultivo de la vid. Y con frases de un subido valor poético.

Y es a ti, ¡oh Baco!, a quien voy a cantar. Acude en mi ayuda, ¡oh dios de los lagares! En tu honor se carga de pámpanos el otoño… y espumea la vendimia en las cubas hasta los bordes llenas… Y desnudas tus piernas para mojarlas con las mías en el dulce mosto. Es un placer plantar a Baco sobre los Ismaros (montes de Tracia).

La viña que sale de semilla produce racimos mal conformados, botín por lo común para los pájaros. La vid debe reproducirse por sarmientos barbados.

Como asimismo hay tempraneros racimos de púrpura… Todavía queda la vid de Aminea, la que produce caldos de tanto cuerpo que el propio Tmolo y el mismo Fanas, rey de los viñedos, deben rendirle honores. Existe, además, la pequeña cepa, como enana, de abundante racimo y larga duración.

Las vides de Baco, por último, aman las colinas descubiertas.

Esas son las tierras que un día, ¡oh labrador!, te proveerán de viñas robustas y pródigas en un vino que correrá a raudales.

Semejante terreno será fértil en racimos, fértil en ese líquido que ofrecemos para las libaciones en cálices de oro.

Enlaces, ¡oh labrador!, los olmos con las viñas fecundas.

Sabido es que son mejores terrenos aquellos cuyo suelo está mejor preparado.

La viña, por ejemplo, antes de replantarla debes meditar si te conviene hacerlo en el llano. Y si te decides por asentar tus viñedos en el llano haz la plantación cerrada, seguro de que Baco no permanecerá inactivo.

Mas si se trata de suelo apezonado o muy en pendiente, sé más generoso con el número de cepas en el replanteo. De todos modos, en un caso y en otro, disponlas en tal orden que se corten con exactitud en ángulo recto las calles que han de repasarlas, formando así un conjunto simétrico. No de otro modo despliega sus cohortes la Legión en la guerra, cuando hace alto en un cerro desguarnecido.

Ahora oye estas advertencias: que no se vuelvan tus viñedos hasta el sol poniente. Y no plantes avellanos entre las cepas, ni despuntes las vides, ni rompas los sarmientos por su vértice (tanta es la ternura que Baco tiene para la tierra).

Guárdate de plantar entre las hileras de la vid olivos silvestres.

Es el momento mejor para plantar las viñas aquel de la primavera bermeja en que vuelve a nosotros el pájaro de blanco plumaje (la cigüeña), tan odiado por la culebra de numerosos pliegues.

Es entonces cuando el Padre todopoderoso, el éter, desciende en fecundantes lluvias hasta el seno de su regocijada esposa, y se une así a ella, dando la vida poderosamente a todos los seres.

Luego que están en su lugar las plantas hay que aporcarlas debidamente y remover la tierra y trabajarla con el arado, guiando bien los bueyes por entre las hileras.

Mas cuando haya tomado vuelo la viña y abrace los olmos con sus vigorosas ramas, entonces sí que será preciso, ¡oh labrador!, que: escamondes su cabellera y recortes sus brazos.

Ni el propio frío, ni la escarcha, ni el hielo, ni aun el estío mismo, que pesa tan gravemente sobre las tierras resecas, perjudica a la viña lo que ese ganado cuyo diente duro es veneno, y que deja en la cepa que roe la señal de una cicatriz.

Porque aparte el mal tiempo y la acción del sol, también búfalos y corzos causan graves perjuicios a las viñas, que son igualmente pasto sabroso para los corderos y las ávidas becerras.

Por ese delito es por lo que se inmola en todos los altares un macho cabrío a Baco.

Lo mismo hacen los aldeanos de Ansomia al divertirse con el recitado de groseros versos y el desbordar de risas desabridas; pónense horribles máscaras de corteza ahuecadas y te invocan luego a ti, ¡oh Baco!, en versos joviales,

A eso se debe que el viñedo empiece a cubrirse de frutos en abundancia, y así es como se ven colmadas las concavidades de los valles y los profundos de las enmarañadas gargantas. Vemos enseguida hacia dónde ha vuelto el dios la cabeza, y, conforme al rito, venimos a dedicar a Baco los debidos honores, según los cantos de nuestros padres, y a llevarle las bandejas y los panes consagrados.

También debe llevarse por los cuernos al macho cabrío ofrendado a la muerte, que estará un momento en pie cerca del altar y cuyas carnes colgaremos en los asadores de avellano… Otro trabajo que da aún que añadir a los cuidados que reclaman las viñas, y del que nunca debe prescindirse; me refiero a que tres o cuatro veces al año es preciso rasgar el seno de las tierras, destripar por completo los terrones con revés de las azadas y aligerar a todo el viñedo de su follaje.

Cuando el otoño despoja la viña de sus hojas, o el frío aquilón hizo caer de los árboles el adorno, es ocasión de que el celoso viñador se preocupe de lo que va a ser de sus vides al año siguiente.

Y es entonces necesario que con la hoz recurva, atributo de Saturno, acometa lo que quede de la viña, ya vendimiada y privada de hojas… Sé, ¡oh labrador!, el primero en cavar la tierra, el primero en quemar los sarmientos retirados de la plantación y el primero en disponer de los rodrigones bajo tu techo; pero sé el último en recolectar.

Mas aunque las viñas estén atadas y las cepas no necesiten ya la podadera y toda la plantación cante hasta el último límite el final de las penas, siempre tendrás trabajo, ¡oh labrador!, en atormentar todavía la tierra y en reducir los terrones a polvo y, así que esto haya acabado, en congraciarte con Júpiter para las uvas maduras.

¡Viva yo sin gloria, pero viva amando los ríos y los bosques! Los bosques dan al mismo tiempo sus madroños, y el otoño deja caer de los árboles frutos múltiples, cuando allá arriba en las cumbres y a pleno sol, acaba de morir la vendimia.