Amor de domingo

De vuelta del Eo, Las Riberas del Eo

Publicado en: ¿Las Riberas del Eo. 30-8-1959?; De vuelta del Eo (1960)

El amor, en nuestra tierra asturiana, las tardes de domingo baja a la carretera y en ella se pasea.

Cuando se viaja y va a alguna parte en esos atardeceres domingueros, nuestro vehículo no avanza a la velocidad normal. Ha de ir con precaución. El amor, el hombre y la mujer en pareja, lo tropezamos a cada paso. Es que al lado de la carretera están los salones de baile. Y al baile siempre va el amor.

En el verano no hay tal cosa. Y, si la hay, se nota mucho menos. Las romerías y fiestas de aldea atraen a las parejas. Y las carreteras quedan libres. O reducidas a su propio menester: ser lugar de paso.

El chofer, en las tardes de domingo, debe ir “por su derecha” y con sumo cuidado.

Los tórtolos, en arrobamiento amatorio, se creen muchas veces que la carretera es de ellos. Suya

No es esto una censura, ni una advertencia policíaca. No quiero que pase del reconocimiento de un puro hecho. Uno también ha tenido sus momentos en que se creía, a los efectos del amor, un poco ingeniero de Obras Públicas. Hay que recordar lo que dijo una personalidad eminente: comprender es perdonar.

Pero es evidente que los domingos la carretera está menos despejada. Hay que ir con cautela. Necesariamente.

Es de día todavía. Mirando a un lado o a otro, se ve una parejita al arrimo de una pared de cierre de una finca que la resguarda del nordés, por afilado, cortante. Y si luce el sol, se supone que aquel coloquio sea una delicia.

Es de noche y llueve. El faro o los faros, nos hacen columbrar en la lejanía, un paraguas. Cuando creemos que bajo su copa se cobija un solo ser, no hay tal. Son dos. Milagros del amor.

Al ver todo esto, uno, cuando se está de vuelta de muchas cosas, echa automáticamente mano del fichero de la memoria. Y se dice: antes esto no era precisamente así.

No había salones de baile al lado de la carretera. No es que no hubiera bailes. Los había. Pero de otro modo. Los bailes se hacían en las casas particulares, en las salas. Y con luz de quinqué o de carburo. Eran más reducidos. Casi por invitación. Tenían, evidentemente, un carácter más familiar. Recuérdense nada más, los que se hacían en las casas de labranza cuando se deshojaba el maíz.

Todo cambia, todo evoluciona. Las músicas ya no son las mismas. Antes había acordeonistas que tocaban, como si dijéramos, “por un pedazo de pan”. A uno no se le borra de la memoria aquel acordeonista que hacía caer su cabeza sobre el canto del teclado, para estar en permanente vigilancia de la afinación.

Donde van aquellas bandas de música con ejecutantes de bigotes, verticales y serios como palos de teléfono ¿Dónde, por favor?

Hoy se baila al compás de la orquesta de unos señores uniformados, con trajes de colores vistosos, muy elegantes.

Y no sólo bailan las parejas. Bailan y gesticulan los músicos, bailan los instrumentos y, puestos a bailar, yo creo que bailan las copas de los servicios que hay sobre las mesas.

E! baile ahora es más febril, loco, de delirio. Vivimos bajo el signo del chachachá y según nos anuncian, del rock-and-roll.

Bueno.

Al anochecido, al viajar nos llama la atención ese salón de baile que hay a la orilla de la carretera. A través de las cristaleras, lo vemos repleto de una masa apretada de parejas que bailan al son de una música que nosotros, naturalmente, no oímos. Y aquello nos parece absurdo, pero no lo es. No percibimos el ritmo sonoro.

También se ve un hombre en mangas de camisa que sirve copas a unos mozos que se ríen y jaranean. Alguien paga una ronda.

Y, al fondo, los estantes de botellería que se reflejan en los espejos, para darnos la sensación de que allí, campea la abundancia y la esplendidez, Todo bajo la envoltura de la luz eléctrica que brilla.

Bienaventurados los que bailan porque de ellos será algún día, el reino de la peripecia y de las responsabilidades.

Sí, pero, después,

¡Que les quiten lo bailado!

Alejandro Sela

Los cuatro músicos

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 16-8-1959, pág. 33

(Cuento de tradición oral)

Una vez era un amo que tenía un burro ya viejo que no le prestaba servicio. En vista de ello, acordó llevarlo al bosque para darle muerte. Al saber esto, el animal se marchó de casa para vivir algunos días más. Iba por un camino y se encontró un perro. Y le dijo:

– Compañero ¿qué haces? Te veo triste.

– Sí, en verdad lo estoy. Soy ya viejo y como no puedo correr tras las liebres, mi amo me quiere matar. Yo cuando lo supe, decidí irme por el mundo para alargar la vida.

– Pues a mí me ocurre otro tanto. Soy viejo y no puedo llevar cargas. Y mi amo pensó lo mismo que el tuyo. Vente, vámonos juntos, y haremos una orquesta.

Y se fueron juntos. Al poco tiempo encontraron un pobre gato sentado en una piedra y dando maullidos.

– Gato, que te pasa ¿por qué maúllas? dijo uno.

– Pues como soy viejo y no tengo dientes para cazar ratones, mi amo me quería ahogar. Y yo, al saberlo, me marché de casa con la esperanza de vivir más.

– A nosotros, que también somos viejos, nos pasó lo mismo – dijo el asno. Vente con nosotros y entre los tres haremos una orquesta.

Y el gato se unió a ellos. Iban andando los tres amigos, cuando se encontraron un gallo que cantaba con toda la fuerza de sus pulmones. El asno le habló así:

– Buenos días, amigo. ¿Cómo cantas de esa manera?

– Es que mañana es domingo y mi amo le dijo a la criada que me tenía que matar para ponerme con arroz. Ahora canto así para despedirme de la vida…

– No lo tomes de esa manera. A nosotros nos pasó algo parecido y nos vamos por el mundo. Vente con nosotros y haremos una orquesta.

Y los cuatro se fueron andando, andando… hacia el bosque. Y tan cansados iban y tan hambrientos que acordaron descansar un poco. Pero se quedaron dormidos. A medianoche despertaron y vieron una luz allá lejos. El asno, que todo lo dirigía, dijo:

– Si os parece bien, vamos hacia la luz a ver de qué se trata. Tal vez las gentes que allí viven, nos den algo de comer.

-Sí, dijeron los otros a una.

Y se pusieron en camino. Llegaron a una casa grande. Por una ventana de la cocina vieron la luz y cuando estaban discutiendo, dijo el burro:

– Yo, como soy el mayor, voy a subirme con los pies delanteros hasta la cerradura de la puerta y mirar por el agujero lo que hay dentro.

Así lo hizo. Y vio que dentro había una mesa llena de los mejores manjares y siete ladrones en torno a ella, estaban comiendo con apetito y mucha alegría. Y les explicó a sus amigos lo que veía.

– Que feliz sería yo si pudiera comer algo de eso – dijo el perro.

– Y yo, dijo el gato.

– Y yo, añadió el gallo.

El burro se quedó pensando como harían para hacerse los dueños de aquel festín. Vamos a hacer de esta manera:

– Yo me pongo con los pies en la pared y sobre mis hombros el perro, sobre el perro, el gato y sobre el gato, el gallo y cuando yo diga a la una, a las dos y a las tres, romperemos todos a cantar y si los ladrones se marchan, nos haremos los amos de todo. ¿Preparados? A la una, a las dos, a las tres…

Y se pusieron todos a cantar. El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo daba su quiquiriquí fuerte y agudo. Los ladrones, que formaban una banda, al oír aquella sinfonía inesperada, escaparon como alma que lleva el diablo. Los cuatro músicos entonces, entraron en la casa y comieron de todo, hasta que se hartaron. Después de bien comidos y bien bebidos, apagaron las luces y cada uno se fue a su puesto. El burro a la cuadra, el perro detrás de la puerta de entrada, el gato junto al hogar y el gallo se subió a una viga. Pasados unos momentos, todo se quedó en silencio. Los ladrones no se habían ido lejos, así y todo, y al ver el silencio que reinaba, dijo el jefe:

– Si os parece bien, yo voy a la casa para saber que era aquello que tanto miedo nos dio.

– Eso está bien, dijeron sus camaradas.

Y se fue. Entró en la casa y se dirigió a la cocina. Al ver los ojos del gato, creyendo que eran brasas, puso una cerilla en uno para encenderla. El gato se le tiró a la cara y lo arañó lo más que pudo. Al salir por la puerta, el perro le clavó los colmillos en una pierna. Al pasar por la cuadra, el burro le dio una coz mayúscula. Entretanto, como empezaba a amanecer, el gallo lanzaba su quiquiriquí.

Cuando llegó el pobre ladrón, todo asustado, al lugar donde estaban sus compañeros, les explico:

No quiero saber nada más de esa casa que tiene una bruja que me arañó, y en la puerta un hombre con un cuchillo que me lo clavó en un pie. Al pasar por el establo un caballo que me soltó un par de coces y en el tejado había un juez que decía: ¡Traédmelo aquí, traédmelo aquí!

Y los cuatro animales vivieron contentos muchos años. Y los ladrones tuvieron que ayunar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

SELA

Nuestra fiesta

Programas y folletos

Publicado en: Programa de las Fiestas de San Roque. 2-8-1959; De vuelta del Eo (1960).

Hace tiempo que lo he notado.

Los pueblos de alcurnia, con hondas raíces metidas en el pasado, tienen generalmente dos partes: La alta y la baja. Sólo dos pueblos citaré, los más importantes en la historia de la civilización. Atenas y París:

La parte alta de Atenas se llama la Acrópolis. Lo de París, Montmartre. En Montmartre está el templo del Sagrado Corazón, en lo cristiano, y todo lo demás. En la Acrópolis ateniense el Partenón, en lo pagano, y lo que le cuelga.

Esto porte alta de los pueblos es lo más significativo, la que les da nombre ante el mundo. Es, en definitiva, lo privilegiado ante los ojos de la Divinidad. Los barrios altos viven en las nubes o, si se prefiere, las nubes viven en ellos. Y están, además, un poquitín más cerco del cielo…

Navia como los pueblos grandes, tiene también su parte alta y su parte baja. La alta es el barrio de San Roque. Desde donde se ve y domina todo. Y en él está, por otra parte, la capilla del santo. En lo espiritual, como cristianos, los vecinos nos agrupamos en su torno.

No de ahora, de antiguo, Son Roque, el santo de Montpellier, con su perro, nos preside. Él marca la pauta…

Por todo lo dicho, se comprende que los vecinos de este barrio seamos un poco soñadores. Somos hormigas en lo estrictamente indispensable para ir tirando. Por lo demás, tenemos mucho de cigarras.

Cantaremos mejor o peor, pero cantamos.

Ahora vamos a hacer fiesta porque nuestro natural nos inclina a derramar alegría. Es lo que queremos dar…

Esto que el lector amable tiene en las manos es una invitación. Una cordial invitación.

Y con palabras elevadas salidas del corazón, pero inevitablemente metalizadas por el moderno altavoz, en nombre del barrio os digo: Venid.

¡Os tocaremos la gaita!

Sela

La raposa y el lobo

De vuelta del Eo, Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 18-7-1959; De vuelta del Eo (1960)

(Cuento de tradición oral)

La raposa iba. El lobo venía. En un cruce de caminos se encontraron. Pero allí cerca, en un abertal, vieron un cordero que pacía. Amigablemente, sin alterarse, discutieron sus respectivos derechos al lanudo animal. Como lo vieron a un tiempo, acordaron comérselo entre los dos. Le echaron mano y se lo llevaron

– Bueno, dijo la raposa, yo ahora no tengo hambre. Y mañana no me es posible comerlo tampoco. He de ir a un bautizo. Enterrémoslo para comerlo juntos pasado mañana. ¿Qué te parece?

– De acuerdo – dijo el lobo.

Y cavaron una fosa para enterrar al inocente. Pero tuvieron cuidado, al taparlo, de dejar el rabo fuera.

Al día siguiente la raposa, sola, volvió al lugar donde estaba el cordero. Lo desenterró. Y comió hasta fartucarse. Todavía quedaba mucho. Y lo enterró nuevamente.

El día convenido se encontraron. Y dijo el lobo:

– Fuiste al bautizo, raposa.

– Si.

– Y como le pusiste al bautizado.

– “Empezose”. Hoy no puedo comer cordero tampoco, tengo otro bautizo. Dejémoslo para mañana.

– Está bien, repuso el lobo.

Pero al día siguiente lo raposa volvió a hacer la faena del día anterior. Comió cordero y dejó un poco. Luego encontró al lobo, que preguntó:

– Fuiste al bautizo, raposa.

– Sí.

– Y como le pusiste al recién nacido.

– “Mediose”.

– Vamos ahora a comer el cordero.

– No, no puede ser. Tengo otro bautizo.

– Muy bien. Hasta mañana.

La raposa inmediatamente volvió a las andadas. Comió lo que quedaba del cordero, Pero dejó el rabo… Y lo clavó en el suelo.

Vuelven a encontrarse raposa y lobo. Dijo éste:

– Fuiste al bautizo, raposa.

– Si.

– Y cómo le pusiste al bautizado. .

– “Acabose”.

Bien. Vamos ahora a comer el cordero.

– Vamos.

 Y fueron.

Al llegar al sitio donde estaba, dijo la raposa:

– Empiezas a comer tú. Tiras el rabo y arrancas el cordero del suelo.

Cuando el lobo iba a tirar del rabo, la raposa escapó corriendo y se subió a una peña. El lobo cogió el rabo y tiró. Tan fuerte que se cayó de espaldas. La raposa se reía.

Ahora no sé, pero hace años todavía estaba en la peña riéndose.

Yo la vi.

El erizo y la liebre

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 11-7-1959

(Cuento de tradición oral)

Una liebre y un erizo se encontraron. Éste hacía tiempo que estaba picado por la fama de corredora que aquella tenía en toda la vecindad. Pero en un arranque de audacia le dijo:

– Liebre, te apuesto cinco duros a que corro más que tú. Vamos una carrera.

La liebre abrió los ojos desorbitadamente, al principio: Pero después se reía encorvando sus bigotes, esos bigotes finos y largos que tienen todas las liebres, y dejaba ver sus dientes blancos como espuma de leche. Le contestó:

– No hay inconveniente. Acepto la carrera ¿Cuándo la celebramos?

– Mañana, si te parece.

– Bien.

Se fueron cada uno a su casa. El erizo habló con su esposa, la eriza, de esta manera:

– Óyeme querida mía, hoy hice una apuesta con una liebre a que corro más que ella.

– ¿Estás loco?

– No, hermosa mía. Fíjate. Tú me ayudarás. Nos vamos al monte. Donde comienza la carrera me pongo yo, y donde termina te pones tú. Yo hago que salgo corriendo al empezar, pero me quedo escondido entre unas matas. Tú, en el lugar de la llegada, también estás entre unas matas. Cuando la liebre llegue corriendo, tú te levantas y dices: “Ya estoy aquí”. ¿Entiendes?

– Sí, sí. Muy bien.

Al día siguiente la eriza se fue al lugar señalado. Se escondió entre las matas. Poco después llegaron su marido y la liebre al sitio donde empezaba la carrera. Se saludaron muy cortésmente, cual corresponde a gente de finura.

– ¿Empezamos?

– Empezamos. A la una, a las dos, a las tres…

El erizo se escondió. La liebre se lanzó a toda velocidad. Pero un poco antes de llegar, la eriza salió de su escondite, y dijo:

– ¡Ya estoy aquí!

La liebre se quedó con dos palmos de narices. Le parecía imposible. Y dijo:

– Otra vez. Vamos a repetir en sentido contrario.

– Me parece bien – añadió la eriza.

A la una, a las dos y… a las tres.

La eriza se escondió. La liebre salió como un rayo. Un poco antes de llegar el erizo salió de las matas, y voceó:

– ¡Ya estoy aquí!

Y añadió:

– Dame los cinco duros.

– Toma. Pero ¿me concedes la revancha?

– Ya lo creo.

A la una, a las dos y a las tres…

Pero cuando la liebre llegó al otro lado cayó muerta, reventada.

Entonces se reunieron el erizo y la eriza y se marcharon del brazo.

Y fueron felices.

Y comieron perdices.

Y a mí no me dieron.

La hormiguita y el ratón

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. Julio-1959

(Cuento de tradición oral)

La Hormiguita era muy buena y hacendosa. Un día barriendo su casita se encontró una moneda de oro. Y se dijo: Si compro avellanas, todo son cáscaras; si nueces, cáscaras. Si compro manzanas, todo son pellejos; si peras, lo mismo. Resolvió, al fin, comprarse cintas de colores para ponerse guapa.

Yo con ellas, se puso en la puerta de su casa, muy contenta.

Y pasó un ratón. Dijo:

– Hormiguita, que guapa estás ¿Te quieres casar conmigo?

– Sí, quiero.

Y se casaron.

De vuelta de la boda ella se puso a trabajar. Puso en el fuego lo olla para hacer el caldo. Y metió en ella el tocino.

– Bueno, le dijo a su marido, ahora voy al mercado pero, cuidado, que no se te ocurra ir a la olla a comer el tocino. ¿Me entiendes ratoncito mío?

La hormiguita se marchó. Pero el ratón no pudo resistir la tentación. Y se fue a la olla. Y, como era de suponer, cayó dentro. Y, desde ella, gritaba…

Pasó un pajarito. Lo oyó. Y como no podía salvarlo cortó el pico. Se fue volando y encontró unas palomas. Dijeron éstas:

– Que has tenido pajarín que cortaste tu piquín.

– Ratón Pellado cayó en la olla y Hormiguita Martínez suspira y llora, y yo como pajarín corté el piquín.

– Pues nosotros como palomitas cortaremos nuestras alitas.

Y se fueron al palomar. Éste dijo:

– Que ha pasado palomitas, que cortasteis vuestras alitas.

– Que Ratón Pellado cayó en la olla y Hormiguita Martinez suspira y llora, el pajarín cortó el piquín y nosotras como palomitas, cortamos nuestras alitas.

– Pues yo como palomar, me echaré a rodar.

Y se fue rodando. Llegó a las fuentes. Y estas dijeron:

– Que ocurrió palomar que te echaste a rodar.

– Que Ratón Pellado cayó en la olla y Hormiguita Martínez suspira y llora, el pajarín cortó el piquín, las palomitas cortaron sus alitas y yo como palomar, me eché a rodar.

– Pues nosotros como fuentes secaremos nuestras corrientes.

Y las secaron.

Vinieron las hijas del rey con sus cantaros de plata a buscar agua. Al ver que las fuentes no la echaban, dijeron:

– Que os pasó, fuentes que secasteis vuestras corrientes.

– Que Ratón Pellado cayó en la olla y Hormiguita Martínez suspira y llora, el pajarín cortó el piquín, las palomitas cortaron sus alitas, el palomar se echó a rodar, y nosotras como fuentes secamos nuestras corrientes.

– Pues nosotras como hijas del rey cambiaremos nuestros mantos blancos por mantos negros.

Se fueron. Su padre, el rey, al verlas así, dijo:

– Que os pasó, hijas mías, que así venís.

– Que Ratón Pellado cayó en la olla y Hormiguita Martínez suspira y llora, el pajarín cortó el piquín, las palomitas cortaron sus alitas, el palomar se echó a rodar, las fuentes secaron sus corrientes y nosotras como hijas vuestras, cambiamos los mantos blancos por mantos negros.

– Pues yo como rey quitaré los calzones y echaré a correr.

Y así lo hizo…

Navia, julio 1959.

La raposa

De vuelta del Eo, Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 30-5-1959; De vuelta del Eo (1960)

(Cuento de tradición oral)

Una vez era una raposa que vivía en el monte. Y en él tenía también a su familia. La componían, con ella, el raposón y tres raposines.

Vivían en una ladera de ese monte, en una cueva que estaba disimulada a la entrada por una espesura de tojos y helechos. En las inmediaciones había un prado pequeño y, en la orilla de éste, un roble corpulento. En los días de fiesta el raposón, la raposa y los raposines jugaban a la sombra del roble, en el prado.

Un día, al amanecer, la raposa despertó al raposón y a los raposines, y les dijo:

– Tengo mucha hambre y según imagino, vosotros también la tendréis. Voy al pueblo o buscar gallinas y pollitos para comer hoy.

– Muy bien – dijeron todos a coro.

Salió la raposa al camino y se dirigió al pueblo. Iba muy contenta. Tanto que se sabe que iba cantando. Lará, lará, lará… Al llegar el pueblo vio una casa buena, de labrador rico, y con una huerta grande. Y se dijo: “En esta casa debe haber buenas gallinas y pollitos bien gordos. Voy a llamar a la puerta”.

– ¡Pun, pun!

– ¿Quién llama? – dijo una voz fuerte, de hombre, desde dentro.

– Soy yo, la raposa.

– ¿Y qué milagro, señora raposa? ¿Qué quería? – contestó el señor, abriendo la puerta.

–  Mire usted buen hombre, tengo mucha hambre, mucha. A ver si hay manera de que me dé unas gallinas y algún pollito de los que tiene por la huerta.

– Con mucho gusto. Pero hoy no va o poder ser. Están sueltos y no los puedo coger, tal y cual, tumba y tamba. Vuelva mañana señora raposa, por favor. Y se los tendré todos metidos en un saco ¿Qué tal?

– ¡Oh, muy bien! Mañana mismo ¿eh? Hasta mañana señor.

Y se fue al monte triste pero al mismo tiempo ilusionada. Como tenía hambre iba comiendo moras de las zarzas de los caminos. Al llegar a la cueva contó a los suyos, que eran el raposón y los raposines, lo que había pasado. Todos se resignaron con la esperanza del mañana venturoso. Y como era ya tarde, enseguida de durmieron.

Vino el nuevo día. La raposa como el día anterior, se despertó bostezando. Y con más hambre que nunca.

– Bueno – les dijo a los miembros de su familia – . Ahora me voy a buscar lo prometido. Hoy comeremos todos, hasta hartarnos, gallinas y pollitos. Seremos felices.

La raposa se fue. El raposón y sus hijos como iban a comer comida de fiesta se fueron a jugar al prado. Los rayos del sol penetraban por entre las ramas del roble y el lugar, con aquella luz brillante, era ameno, de maravilla.

La raposa bajaba por el camino hacia el pueblo con los ojos que le brillaban de alegría. Y con el rabo, espantaba las moscas que querían acercársele. ¡Ah! ¡Es nada comer gallinas y pollitos!

Muy bien. Llegó a la casa del labrador rico. Se acercó a la puerta. Y llamó.

– ¡Pum, pum!

– ¿Quién llama? – dijo la misma voz del día anterior.

– Oh, no me conoce. Soy la raposa que vengo a buscar lo que me ofreció usted ayer.

 – ¡Oh, qué alegría! – dijo el hombre. Tengo las gallinas y los pollitos metidos en un saco. Voy a buscarlo.

Vino pronto. Y entregó a la raposa un gran saco con algo que se movía dentro

La raposa cogió el saco y lo olfateó. Y dijo:

– Huéleme a can, pero pollos serán…

– Nada, señora raposa. No sea usted desconfiada. Ahí va lo mejor y más florido de mi gallinero ¡Quiquiriqui!

– Y la raposa se reía de gusto. Y con el saco al hombro se fue. E iba haciendo con la lengua, relamiéndose: Melerau melerau. Melerau melerau…

Pero tenía tanta hambre, tanta hambre, que en el medio del monte quiso comer si quiera una gallina para reponer fuerzas. Y no se le ocurrió otra cosa que abrir el saco.

¡Qué susto, Dios mío! Que ojos de espanto se le pusieron a la raposa al ver aquello. Porque amigos míos, en el saco no iban gallinas y pollitos. No iban, no. Iban media docena de perros fieros, melenudos y con unos dientes como colmillos de jabalí. Al ver la raposa, saltaron del saco afuera como tigres.

Guá, guá, guá. Guá, guá, guá. Guá, guá…

Y la raposa dio un salto y escapó corriendo, corriendo, monte arriba. Los perros la siguieron de cerca. Alguno llegó a morderle el rabo.

Decía la raposa toda agitada:

 Arriba piernas
arriba zancas
que en este mundo
no hay más que trampas

Navia, mayo 1959

Apicultura

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 23-5-1959 y 2

Ya me ocurrió varias veces. Pero hace tiempo. Y en el estío, en la fuerza del calor.

Se me ha preguntado.

-¿Vio usted, por casualidad, pasar por aquí un enjambre?

Y yo lo había visto pasar o no.

Ocurre que los enjambres, en ocasiones, se escapan volando de la colmena. Por dos razones. Por reproducción. O por incomodidad.

En este último caso el escape es  total. El enjambre con todas sus unidades se va a la ventura. A otro colmenar. O a fijar su residencia en la copo de un árbol.

 Cuando es por reproducción, el fenómeno se explica así: La abeja reina ha tenido una hija privilegiada, que podemos llamar princesa. Y que quiere ser, a su vez reina. Y como en la colmena hay mucho personal, en torno a ella se agrupan una parte de obreras y zánganos y se van… Con todo el equipo.

Cuando el enjambre se posa en un árbol, como su vuelo no es lejano, el dueño va a por él. Lo recoge. De este modo. Pone la colmena muy cercana al enjambre. Y lo tapa todo con una sábana blanca. Después manipula humos, quemando paja, para que las abejas no se salgan de la cobertura. Y espera una, dos horas… y ya está.

El enjambre recogido en la colmena, se lleva a donde sea.

Según nos dicen los libros, la familia de un enjambre se compone: De una abeja reina, que es grande, patriarcal y hermosa. De un número indefinido de abejas obreras. Y también de un crecido número de abejas zánganos.

Los zánganos, en su existencia, no hacen nada. Comen y se dan buena vida. De ellos, uno, sin que se sepa cual, quizá el más valiente, tiene un elevado destino. Conquistar a la reina. Y lo hará en vuelo. A la luz del sol. Después se dice muere. Su triunfo lo paga caro.

Las obreras son las abejas que vemos en la calle, es decir, en nuestros huertos y en nuestros jardines. En la primavera y en el verano nos topamos con ellas por cualquier lado. Y, a fuerza de verlas a diario no les damos importancia. Pero ellas a nosotros tampoco nos la dan. Van a lo suyo. Recoger néctar, ese jugo azucarado que tienen casi todas las flores. Y con el que después, en la comunidad  de la colmena, harán su miel.

La obrera es la cenicienta de todo el enjambre. Hija de reina no será madre de nadie. Los zánganos ni las miran, pican muy alto. Todos sueñan con prodigar su atención y sus ternuras a la reina.

¡Pobre obrera! Para ella no hay amor. Nada. Ni por equivocación

Es hija de reina y de zángano. Por su madre pertenece a una noble estirpe. Sin embargo, por la de su padre no debe darse importancia ninguna…

De sol a sol, la obrera, en los días buenos, se va por el mundo. Y, como dije, la encontramos en todas partes. Va, en su labor callada, de flor en flor…

En esta tierra asturiana nuestra, había antes muchas más abejas que hay ahora. Poco a poco los colmenares se ven menguados. No hay interés en las gentes.

En la costa, en las proximidades del mar, la abeja tiene poco que hacer, vive mal. Pero no sucede así en las montañas y en los valles que hay entre ellas.

Aún hoy se ven colmenares por los montes, resguardados del norte, cara al sol en su poniente y en su mediodía. Esos colmenares están formados por colmenas que en muchos sitios se llaman “trovos” que es un trozo de árbol horadado.

En algunos puntos el colmenar está en una ladera protegida por una pared circular. Entonces se llaman “cortines”.

Hay una creencia tradicional. No se ha perdido, A los “cortines” se les llama con frecuencia “cortines de rey”. Se dice que fueron constituidos esos colmenares por el rey mismo, o por su mandato, para acreditar su dominio sobre el suelo nacional, o si se quiere su soberanía.

La ría del Eo. Acorde de amarillos

De vuelta del Eo, El Progreso de Asturias, Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 9-5-1959; De vuelta del Eo (1960); El Progreso de Asturias. 26-1-1961

 “El Progreso de Asturias” 26-1-1961. Presentación del libro “De vuelta del Eo”.-

Nuestro estimado amigo Alejandro Sela, magnífico escritor, publicó recientemente otro libro suyo con el título que antecede. A él hicimos referencia en números pasados. Hoy nos complacemos en ofrecer aquí una de las bellas narraciones que forman parte de dicho libro. «La Ría del Eo. Acorde de Amarillos», en la que se puede apreciar la belleza del estilo en describir esa hermosa parte de Asturias, que tiene admirable cantor en el entusiasta Juez de Navia, doctor Sela. He aquí este primer capítulo del libro, del cual prometemos, de vez en cuando, publicar otras de sus bellas páginas:

La ría del Eo es algo así como una mujer guapa. Quiero decir que, poco más o menos, a veces, sin proponérselo, es coqueta. O, lo que es casi igual, que ese instinto lo lleva en la masa de la sangre.

Pero tiene momentos o días en que se muestra con gran sencillez y naturalidad. Aparece tal como es, sin afectación.

Ocurre esto en el mes de febrero y en los comienzos de marzo, en la ante-primavera. Entonces está radiante de hermosura. Y se pone ingenuamente en sus verdaderos esplendores.

Hay en ella, por esos días, una luz y un brillo no usados en otro tiempo. Vista desde una altura dominante, las tierras que alcanza nuestra mirada están hechas de finísimos remiendos de cultivos y de pradería.

Y al azar, por un lado y por otro, alternando, se ven bosques de pinos y los caseríos de los pueblos.

Los trigos, donde los hay, apuntan breves y afilados como agujas y nos dejan ver todavía las líneas paralelas de los caballones.

Los prados empiezan a esmaltarse de esas florecillas blancas y amarillas que son las margaritas. Se notan, muy tenuemente, unas manchitas rosadas en los huertos. Poca cosa. Es la flor del pesegueiro.

Pero el color que domina en la ría es, sin duda, el amarillo. Este color lo tienen los nabales. Todos están en flor. Y ocupan un buen espacio en las tierras de labradío. En los montes también dominan, flotando en los verdes, los amarillos de la flor de los tojales. Hay riberas, las más, donde el corte de los montes, deja al desnudo el amarillo intenso de las tierras de barro.

Los tesones, en el bajamar, son del mismo color.

Las plantas y los brotes de los árboles todos prometen verdes jugosos. Pero es promesa sólo. Al nacer vienen teñidos con un amarillo tierno, delicado.

Las folgueiras secas de los montes son ocres tirando a la amarillez. Y de las tierras desnudas que esperan siembra, se puede decir lo mismo.

El sol luce. Y sus rayos, con polvo de oro, se posan como cendal sobre lo que se ve. Lo matizan todo.

Hay, pues, en la ría, durante unas semanas, un sostenido que tiene la pureza de lo dorado. Con un contrapunto líquido. Lengua de plata.

La ría del Eo, metida en la primavera y en el verano, tiene hermosura pero no tiene individualidad. Tiene el encanto y la belleza de todas las rías. Belleza de serie.

En estas estaciones se ve más solicitada. Es cuando se sabe más vista y mirada. Y ahí está lo malo. Porque en esas ocasiones abusa de la «pose». De los que yo presumo coqueteo… Se la ve más ida.

Pero ahora, al empezar marzo, es más complaciente, más seducible por el requiebro. A mí, al menos, se me «da» con más facilidad.

La distancia que hay entre los dos es más corta. La comunión más íntima. Nos hablamos en voz baja. Y a veces basta, para entendernos, el más leve susurro. Y cuando no, en silencio, como dijo el poeta.

que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada

Es ahora cuando la ría tiene una dulzura inagotable. Uno sale del invierno quebrantado y molido de tanto viento y de tanta humedad. Y tiene el deseo o anhelo de caricia y suavidad. Da halago hondo, calador. Y que llega al centro inasible de nuestro ser. Al alma.

Y que se traduce en sueño, o realidad, de amor…

Bosquejo histórico de la Agricultura

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 3-5-1959, pág. 7; (Cuartillas leídas por ALEJANDRO SELA a los alumnos del primer curso del Instituto Laboral de Navia con ocasión de la Fiesta del Libro)

Hagamos historia. Nada más natural que el que estudia agricultura y ganadería conozca la historia de una y de otra. ¿Cómo se llegó a los sistemas de cultivo que hoy tienen los agricultores? ¿Por qué se cuida y explota la ganadería?

Hablemos de esto un poco. Demos unas pinceladas sobre estos temas. En unos minutos, no vamos a enseñar nada. Solamente pretendemos excitar la curiosidad a pensar. Más adelante, a través de los cursos del Bachillerato Laboral, con estudio, se irán viendo las cosas más claras. Con el ejercicio de la inteligencia y con la madurez de la edad, se irá poniendo en claro la solución de estos problemas. Pero, hay que ir lentamente familiarizándose con los asuntos. Hablemos pues, de lo nuestro, de la agricultura. 

La agricultura es tan vieja como la Humanidad. En el Génesis ya se habla de que Adán y sus sucesores eran, a su modo, agricultores y pastores. En Asia está, según la historia, la cuna de la agricultura. Y en Asia salió a flote la civilización. Por un lado se extendieron los conocimientos agrícolas hacia China y el Japón. Y por otro, desde Asia, pasaron los conocimientos de la agricultura a Egipto. La feracidad de las orillas del Nilo atrajo a los labradores. Desde Egipto, como mancha de aceite, se extendieron esos conocimientos a Grecia y Roma. Grecia y Roma fueron, en la antigüedad, pueblos muy cultos. En todas las ramas del saber. De ahí pasaron los conocimientos agrícolas al resto de Europa, y claro está, a España.

El principio el cultivo casi puede decirse que no existía. El hombre se aprovechaba de los frutos que la naturaleza daba buenamente. Mejor dicho, la mujer hacía la recolección, como si dijéramos. El hombre, entretanto, cazaba y pescaba. Era preciso, allegar todos los recursos alimenticios indispensables para poder vivir.

Poco a poco, a través de los siglos, la Tierra se iba poblando. Había cada vez más gente, se comía más, aumentaban las necesidades. El ser humano tuvo que ingeniárselas para sacar de la tierra más Productos. Entonces apareció lo que verdaderamente llamaremos cultivo. Se descubrió que había unas plantas muy alimenticias, muy ricas en fuentes de energía vital, que sembrándolas daban resultado. Aparecieron los cereales, el trigo, el centeno, la avena. Se vio que esos granos machacados, molidos y cocidos, alimentaban. No hace falta que lo diga, apareció el pan. El pan ha sido y es el alimento fundamental del hombre. Pero…, ya lo sabéis, no sólo de pan vive el hombre. Había que proseguir la conquista de la naturaleza. Había que buscar más plantas aprovechables. La civilización avanzaba…

Los fenicios, lo sabemos todos, eran comerciantes. La agricultura no les interesaba. Andaban los más, embarcados por el Mediterráneo, vendiendo y cambiando los productos que otros pueblos producían.

Los cartagineses, por ejemplo, tuvieron en gran estima la agricultura. A Magón, un cartaginés, le llamó Columela, “el padre agricultura”. Magón escribió cuarenta libros sobre la ciencia agrícola. Hesíodo celebra la agricultura como “el secreto de la felicidad”. En la época de Alejandro Magno, se escribe poesía sobre la agricultura. O sea, que la agricultura era muy considerada. En Roma, Virgilio, en sus Geórgicas, poetizó también el cultivo de los campos.

Dediquemos unas palabras a Virgilio. Virgilio era de un pueblo italiano llamado Andes. Nació setenta años antes de Jesucristo y murió diecinueve antes de ese nacimiento. Vivió pues, cincuenta y un años. Virgilio era un hombre muy inteligente y estudioso. Empezó estudiando gramática y matemáticas en Milán. Siguió adquiriendo conocimientos. Su padre le dejó en herencia una granja, es decir, un caserío. Y se dedicó a cultivar la tierra. Y a observar. Hacía estudios para obtener cada año mejores cosechas. Y como sabía escribir con arte, anotó en las Geórgicas lo que aprendía. En las Geórgicas habla del cultivo de la tierra, del cuidado de los árboles, sobre todo de la vid, que era entonces, una gran riqueza, y de la agricultura y de la ganadería y, por último, de la apicultura, es decir, del cuidado de las abejas que producían la miel el azúcar de entonces. Las Geórgicas y otros libros de Virgilio, como las Bucólicas y la Eneida todavía hoy después de dos mil años se leen. Son libros hechos por un sabio poeta y agricultor.

Demos un salto a la historia. Avancemos mil quinientos años. En el siglo XV, en España, en Talavera de la Reina, nació otro escritor de agricultura, Gabriel Alonso de Herrera. Fue Sacerdote y Capellán del Cardenal Cisneros. Os dais cuenta de que estamos hablando de los tiempos de los Reyes Católicos. Ese Sacerdote, Herrera, escribió un libro muy importante titulado Agricultura General. En este libro recogió lo que se sabía de agricultura entonces en España. Fue un libro muy leído por los que querían saber cosas.

Abandonemos este terreno de los tratadistas antiguos. Hubo muchos, sin duda menos importantes.

Volvamos a recoger el hilo de la historia. Hablaba yo antes, de los primeros tiempos de la agricultura. Hablaba de cartagineses, griegos y romanos. Pues bien, en esos primeros tiempos de la agricultura, el hombre se fue dando cuenta de que necesitaba herramientas para trabajar la tierra. Primero eran herramientas hechas de piedra y de madera, y después de bronce y de hierro, según se iban descubriendo esos duros metales. Aparece el hacha, la azada, el rastrillo, el arado, y esos instrumentos sencillos que todos conocemos y que se ven hoy en todas las casas de los labradores.

Separémonos un poco. Digamos algunas palabras acerca del instrumento más importante de la agricultura. Me refiero al arado. Todavía se ve en los campos asturianos el arado romano que, como sabemos, es de madera. Tiene un palo central por el cual tira la yunta, el timón, una reja de hierro, y dos agarraderas, para llevarlo derecho en el trabajo. Este arado de madera, con pequeñas variantes, trabajó la tierra por lo menos treinta siglos. Hoy desde el siglo diez y nueve, el siglo pasado, ese arado romano se va arrinconando. Se ha inventado, después de grandes estudios, el arado de vertedera, todo de hierro. Ese arado que vemos en los campos cuando vamos de paseo, que ya tienen todos los agricultores. Recordadlo. La vertedera, esa pieza curvada que voltea la tierra hizo una revolución en los cultivos, aumentó enormemente la producción del campo. Recordadlo, repito, algún día os explicarán esto con detalle.

Otra máquina importante: La trilladora. En los tiempos antiguos, se separaba el trigo de la paja, pisando las espigas con caballerías. Después, hasta hace poco, golpeándolas con palos. Ya veis, el trabajo que hoy en una hora hace una trilladora, se tardaba antes varios días en realizarlo. Recordad la trilladora.

Tenemos que hacer un zig-zag en la historia. Volvemos a los primeros tiempos. En principio el hombre se dio cuenta de que las tierras no daban las mismas cosechas todos los años. El cultivo las empobrecía. El ser humano se dio cuenta, a su vez, de que había que alimentarla. Aparecieron los abonos. El primer conocimiento se tuvo del abono natural el estiércol. Todos sabemos lo que es. Más adelante aparecieron los guanos. Los guanos productos de excrementos de aves y las aves mismas podridas, aparecieron primero en las costas americanas del Pacífico. Islas de Chile y Perú. Muy importante. Después se descubren minas de abono, como el Nitrato de Chile, por ejemplo. Más cercano, en el siglo XIX los descubrimientos científicos dieron lugar a la aparición de los abonos químicos: Superfosfato de cal, Sulfato amónico, Potasa, etc., etc.

No olvidemos que estamos en un Instituto de Modalidad Agrícola Ganadera. En estos primeros tiempos de que tanto hablo, agricultura y ganadería se unieron. La agricultura necesitaba de la ganadería para que le diera abono, es decir, estiércoles, y animales que tiraran del arado y de los carros de transporte. Los animales se sostenían con lo que sobraba de los frutos que aprovechaba el hombre. Paja de cereales, forrajes, hierbas. Los animales daban también frutos alimenticios al hombre: Leche, carne, etc., etc.

 Mencionemos un hecho histórico notable que influyó en los destinos de la agricultura. El Descubrimiento de América. Colón y sus ayudantes españoles descubrieron un Nuevo Mundo. De allí trajeron semillas de patatas y maíz, por ejemplo. El tubérculo y ese cereal no se conocían en Europa. Piénsese por un momento nada más hasta qué punto ese hecho histórico repercutió en la economía asturiana. La patata y el maíz como todos vemos son fundamentales en nuestra agricultura. Por otra parte la cala de azúcar es la principal riqueza agrícola de la Isla de Cuba. Pues bien, la caña de azúcar se llevó de Andalucía de España, a América.

En fin, ahora situémonos en el siglo XIX. Este siglo merced al desarrollo de las ciencias aplicadas es el siglo de la verdadera revolución de la agricultura. La Química sobre todo dio un empuje enorme a la producción del campo. Y la mecánica aplicada también. Algún día os dirán con detalle vuestros maestros el porqué de esto. Paciencia.

En este siglo se empieza a estudiar la agricultura como profesión científica. Se crean los cuerpos de Ingenieros Agrónomos y Peritos Agrícolas como estudiosos del campo y de sus realizaciones prácticas. El cuerpo de Veterinarios como técnicos de la Patología y la Zootecnia. Se crea además en las Universidades la carrera de Ciencias Naturales donde se forman lo que pudiéramos llamar técnicos de laboratorio.

Bueno. Ahora estamos a mediados del siglo XIX. El Estado Español desde hace veinte años, creó docenas de Institutos Laborales en los pueblos del territorio nacional o permitió su creación a la iniciativa privada. Estoy hablando a alumnos de un Instituto. El Gobierno español prevee las necesidades de la sociedad futura. El campo español necesita producir más y el agricultor debe saber aplicar los conocimientos científicos con método y sistema. Es preciso laborar con sentido no sólo por las necesidades presentes sino también por las futuras previsibles. A vosotros estudiantes laborales se os encomienda una misión trascendente para vuestro destino individual y de la familia del campo español.

Y ahora a estudiar, señores. Suerte.