La ría del Eo. Acorde de amarillos

De vuelta del Eo, El Progreso de Asturias, Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 9-5-1959; De vuelta del Eo (1960); El Progreso de Asturias. 26-1-1961

 “El Progreso de Asturias” 26-1-1961. Presentación del libro “De vuelta del Eo”.-

Nuestro estimado amigo Alejandro Sela, magnífico escritor, publicó recientemente otro libro suyo con el título que antecede. A él hicimos referencia en números pasados. Hoy nos complacemos en ofrecer aquí una de las bellas narraciones que forman parte de dicho libro. «La Ría del Eo. Acorde de Amarillos», en la que se puede apreciar la belleza del estilo en describir esa hermosa parte de Asturias, que tiene admirable cantor en el entusiasta Juez de Navia, doctor Sela. He aquí este primer capítulo del libro, del cual prometemos, de vez en cuando, publicar otras de sus bellas páginas:

La ría del Eo es algo así como una mujer guapa. Quiero decir que, poco más o menos, a veces, sin proponérselo, es coqueta. O, lo que es casi igual, que ese instinto lo lleva en la masa de la sangre.

Pero tiene momentos o días en que se muestra con gran sencillez y naturalidad. Aparece tal como es, sin afectación.

Ocurre esto en el mes de febrero y en los comienzos de marzo, en la ante-primavera. Entonces está radiante de hermosura. Y se pone ingenuamente en sus verdaderos esplendores.

Hay en ella, por esos días, una luz y un brillo no usados en otro tiempo. Vista desde una altura dominante, las tierras que alcanza nuestra mirada están hechas de finísimos remiendos de cultivos y de pradería.

Y al azar, por un lado y por otro, alternando, se ven bosques de pinos y los caseríos de los pueblos.

Los trigos, donde los hay, apuntan breves y afilados como agujas y nos dejan ver todavía las líneas paralelas de los caballones.

Los prados empiezan a esmaltarse de esas florecillas blancas y amarillas que son las margaritas. Se notan, muy tenuemente, unas manchitas rosadas en los huertos. Poca cosa. Es la flor del pesegueiro.

Pero el color que domina en la ría es, sin duda, el amarillo. Este color lo tienen los nabales. Todos están en flor. Y ocupan un buen espacio en las tierras de labradío. En los montes también dominan, flotando en los verdes, los amarillos de la flor de los tojales. Hay riberas, las más, donde el corte de los montes, deja al desnudo el amarillo intenso de las tierras de barro.

Los tesones, en el bajamar, son del mismo color.

Las plantas y los brotes de los árboles todos prometen verdes jugosos. Pero es promesa sólo. Al nacer vienen teñidos con un amarillo tierno, delicado.

Las folgueiras secas de los montes son ocres tirando a la amarillez. Y de las tierras desnudas que esperan siembra, se puede decir lo mismo.

El sol luce. Y sus rayos, con polvo de oro, se posan como cendal sobre lo que se ve. Lo matizan todo.

Hay, pues, en la ría, durante unas semanas, un sostenido que tiene la pureza de lo dorado. Con un contrapunto líquido. Lengua de plata.

La ría del Eo, metida en la primavera y en el verano, tiene hermosura pero no tiene individualidad. Tiene el encanto y la belleza de todas las rías. Belleza de serie.

En estas estaciones se ve más solicitada. Es cuando se sabe más vista y mirada. Y ahí está lo malo. Porque en esas ocasiones abusa de la «pose». De los que yo presumo coqueteo… Se la ve más ida.

Pero ahora, al empezar marzo, es más complaciente, más seducible por el requiebro. A mí, al menos, se me «da» con más facilidad.

La distancia que hay entre los dos es más corta. La comunión más íntima. Nos hablamos en voz baja. Y a veces basta, para entendernos, el más leve susurro. Y cuando no, en silencio, como dijo el poeta.

que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada

Es ahora cuando la ría tiene una dulzura inagotable. Uno sale del invierno quebrantado y molido de tanto viento y de tanta humedad. Y tiene el deseo o anhelo de caricia y suavidad. Da halago hondo, calador. Y que llega al centro inasible de nuestro ser. Al alma.

Y que se traduce en sueño, o realidad, de amor…

Evocación marinera de la ría del Eo

De vuelta del Eo, Faro de Tapia

Publicado en: Faro de Tapia. 7-12-1957; Leído en Radio Luarca el 30-10-1957; De vuelta del Eo (1960)

La ría del Eo es, normalmente, plácida y tranquila.

En invierno, sin embargo, hay días crudos con vientos y chubascos que la azotan de lado a lado.

Los vendavales bajan de la montaña y producen fuertes oleajes que enturbian las aguas. Si coinciden con lluvias hay crecidas que arrastran lo que alcanzan a su paso: botes mal fondeados, troncos y ramas de árboles, animales muertos… Nunca, a pesar de todo, gracias a Dios, las riadas fueron de hecatombe…

Por otra parte, hay días de nordestes fuertes que vienen del mar y van hacia arriba. Como estos vientos se dan por rachas, con intermitencias, son, sin duda, más peligrosos para la navegación.

La ría del Eo, además, en el bajamar queda casi, al desnudo, descubierta. Y así, en algunas partes, exhibe lamas y lodos muy oscuros y, en otras, tesones de arenas amarillas que con la luz del sol parecen de oro…

En este estado, desde Castropol hacia arriba, queda un canalillo que permite la circulación de lanchas y botes muy malamente.

Por todas estas causas, y por otras, hay una técnica marinera de navegación. Hay que conocer las corrientes, hay que evitar las varadas. ¡Hay que saber!

Yo quiero hoy evocar, sencillamente, unos cuantos nombres de marineros que conocieron sus más recónditos secretos. A su lado nacieron, en ella vivieron, y, en sus riberas, murieron. Sus nombres sonaban mucho hace treinta años o poco más.

Todos ellos hicieron profesión sobre ella a base de remo o a base de vela. O, en algunas ocasiones, de botavara. Todavía sus nombres resuenan como un eco que no se desvanece.

A mí, especialmente, no se me olvidan. Cuando ellos eran hombres yo era un niño. Y entonces, para mí, a pesar de verlo, todo lo marinero tenía un algo de mito, de leyenda o de misterio envidiable.

A Puga, de Abres, lo recuerda, físicamente, de un modo vago. Pero oí hablar de él infinito. Los marineros de Abres eran casi todos pescadores en la ría. Bajaban con la marea en las tardes y pescaban casi siempre de noche, dando bogos con red en torno a los tesones.

Cientos y cientos de veces los vi pasar desde La Taraxe de Vilavedelle. Iban seis u ocho botes, algo separados, en línea, Sus remadores daban paladas apresuradas. Puga era uno de ellos, el de más nombre.

Los Revisos, de Vegadeo, eran tres hermanos. Los conocí. Eran fuertes y nobles. Tenían grandes lanchas que usaban para transportes. Arriaban arena de los tesones para la construcción, sal, maderas y, en fin, mercancías de todo género.

Primote era marinero de Castropol. Se dedicaba a la “barcaxe”, a pasar gente de Castropol a Ribadeo o a Figueras. Lo traté mucho. Era sencillo, servicial, sumamente atento.

De Figueras el marinero que más hondo recuerdo dejó en mi fue Lilao. Que bueno era Lilao. Este hombre llevaba gente, en su bote, desde Figueras a Castropol o a Ribadeo. Lilao usaba galochas, siempre lampas. Lilao era un hombre humilde, de lo más. Pero siempre reía, siempre…

En Ribadeo conocí un marinero, pescador típico, de poblada barba y que fumaba en pipa. Era el Altruán. Lo vi muchas veces coger su navío, era un bote de nada, y dejarse ir al son de la corriente hacia la boca de la barra, donde él pescaba. De lejos se veía como un punto negro flotando y meciéndose en las ondas que venían formadas de mar afuera. Siempre pescaba solo, como si fuera El Viejo de Hemingway.

Todos estos nombres que cito y otros más, por supuesto, se dieron en cuerpo y alma a la ría del Eo. Unas veces mojados, calados hasta los huesos, y otras, mal comidos, por la deshora.

Sus vidas se acompasaron al ritmo de las mareas. Y con ellas subían o bajaban en el bogar de su existencia.

Si la ría del Eo ha tenido héroes, esos son. Y no otros.

En las casas donde nacieron o vivieron no hay lápidas que los recuerden, no han sido todavía lapidados… Y, para su fortuna, no creo que lo sean nunca. Ni falta que hace.

Pero es preciso recordarlos. Sus vidas discurrieron libres de pasiones vanas y de ambiciones locas, justificándose en el temple de la dureza y de la honestidad.

Siempre como buenos, siempre como caballeros. Lo ideal.

Antes flotaban en sus lanchas sobre las ondas de la ría. Yo quiero que hoy floten sus nombres en las ondas de la radio que cruzan las nubes que tapan la misma ría del Eo.

¡Puga, Revisos, Primote, Lilao, Altruán…!