San Benito era de los nuestros…

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 21/28-10-1972

por D. ALEJANDRO SELA

San Benito Nació en Nursia – hoy Norcia -, en Italia. Hijo de familia acomodada, se fue a Roma a estudiar. Nació, se supone, hacia el año 480 de la Era Cristiana. Su biógrafo primero fue San Gregorio Magno, el cual vivió, siendo Papa, medio siglo después de aquél. Se cree que San Benito recibió alguna instrucción jurídica.

Durante algunos años vivió en soledad, es una cueva, en Subiaco. Y después, con discípulos, se dedicó a la fundación de monasterios. El principal, matriz, fue el de Montecasino. En este elaboró después de hondas meditaciones, la Regla, famosa norma que rige desde entonces la comunidad benedictina.

San Benito murió, se cree, el 21 de marzo del año 547. Y fue enterrado allí, en Montecasino, al lado de una hermana suya, Escolástica, también santa.

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Cuando hace años tuve conocimiento de la Regla, quedé asombrado. Se trata, para mi gusto y el de muchos, de un documento impresionante, por su contenido y… por todo. Por su rigor moral, por su sentido comunitario, por su valor jurídico y, también, por su importancia literaria. La he leído muchas veces. Más tarde, en viajes por España, he visitado bastantes monasterios benedictinos. Ahora recuerdo los siguientes: Montserrat (Barcelona), Valvanera (Logroño) y Silos (Burgos), de hábito negro, y que cumplen la Regla de pe a pa. Y otros, de hábito blanco, que también la cumplen con ligeras modificaciones adjetivas – no substantivas – hechas por San Bernardo de Claraval, San Bruno y otros. Son blancos los de Porta Coeli (Valencia), Cóbreces (Santander), San Pedro de Cardeña y la Cartuja de Miradores (Burgos), San Isidro de Dueñas (Palencia) y Poblet y Santes Creus (Tarragona). Hablar con los monjes de San Benito es una delicia. Son de lo mejor. Su misión en este mundo es rezar y trabajar. Ora et labora es su lema.

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Copio el capítulo XL de la Regla de San Benito, bajo el epígrafe “De la tasa de la bebida”.- Cada cual tiene de Dios un don particular, uno de una manera y otro de otra; por eso, con algún escrúpulo, fijamos para otros la medida del sustento; sin embargo, considerando la flaqueza de los débiles, creemos que basta a cada cual una hemina de vino al día. Pero aquellos a quienes Dios da el poder de abstenerse, sepan que tendrán especial galardón.

“Mas si la necesidad del lugar, o el trabajo, o el calor del estío exigieren más, esté ello a la discreción del superior, procurando que jamás se dé lugar a la saciedad o a la embriaguez”. Aunque leemos que el vino es absolutamente impropio de monjes, sin embargo, como en nuestro tiempo no se les puede convencer de ello, convengamos siquiera en no beber hasta la saciedad, sino con moderación, porque el vino hace apostatar aun a los sabios.

“No obstante, donde las condiciones del lugar no permitan adquirir siquiera la sobredicha medida, sido mucho menos o nada absolutamente, bendigan a Dios los que allí viven y no murmuren; les advertimos esto sobre todo, que eviten a todo trance la murmuración”.

Dom Odilon M. Cunill, comentador de la Regia, dice: “En la medida de vino fijada por San Benito se tiene a la vista la capacidad de los débiles. Admite, sin embargo, el hecho de que mientras unos beben, otros se abstengan de ello. Los que por una razón cualquiera desean beber vino, pueden hacerlo: la Regla les ampara”.

La hemina romana equivalía a 0,27 litros. “Pero – añade dom Cunill -, Según A. Lentini, biógrafo de San Benito, la medida a que éste se refiere – el santo – equivaldría a bastante más. Como en general para toda clase de alimentos, San Benito se muestra condescendiente en aumentar la medida de vino si las circunstancias lo reclaman y el abad lo estima conveniente”.

Los monjes de los monasterios de Poblet y Santes Creus, durante siglos fueron vitivinicultores. Todavía se pueden ver hoy las bodegas donde elaboraban sus caldos. Y el monasterio de Scala Dei, en ruinas, en el Priorato, también se distinguió por sus vinos.

Y por si fuera poco, el inventor o descubridor del vino de champaña fue un benedictino, Dom Perignon, mayordomo del monasterio d’Hautvillier (Francia) allá por los últimos años del siglo XVII y comienzos del XVIII.

«Las Geórgicas» de Virgilio

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 8-7-1972

por D. ALEJANDRO SELA

Príncipe de los poetas romanos. Fue el verdadero poeta, el vate, el adivino. Nació el año 70 antes de Jesucristo en Andes (Mantua). Su padre tenía una granja. Y en ella nació. De ahí su amor al campo. Este fue fundamentalmente la fuente de su inspiración. Después el emperador Octavio Augusto le dio una finca cerca de Nápoles. Y aquí, durante siete años, compuso Las Geórgicas. Vivió cincuenta y un años.

Además de Octavio, entre otros, en su época vivieron personajes importantes de los que fue amigo: Mecenas y el poeta Horacio.

Aparte de otras obras que escribió, sólo nos interesa ahora Las Geórgicas. Este es un verdadero poema del campo. Y que, se dice, lo hizo a instancias de Mecenas.

Virgilio estaba al tanto de lo que entonces se podía saber de agricultura. En él se aliaban, pues, técnica y poesía. Cuerpo y espíritu.

Las Geórgicas se divide en cuatro partes o libros. En el primero trata del laboreo del suelo, el segundo del cultivo de los árboles, el tercero sobre cría y reproducción de los animales y el cuarto sobre las abejas.

De este libro decía el doctor Marañón que era “tal vez el que más veces he leído”.

De momento sólo nos interesa el libro segundo. En él se habla del viñedo.

Y, al efecto, voy a reproducir trozos sueltos. Los uno a mi modo para evitar la fatiga que un libro tan antiguo pudiera producir de buenas a primeras. Y se verá, se asombrará el lector de lo que entonces se sabía ya del cultivo de la vid. Y con frases de un subido valor poético.

Y es a ti, ¡oh Baco!, a quien voy a cantar. Acude en mi ayuda, ¡oh dios de los lagares! En tu honor se carga de pámpanos el otoño… y espumea la vendimia en las cubas hasta los bordes llenas… Y desnudas tus piernas para mojarlas con las mías en el dulce mosto. Es un placer plantar a Baco sobre los Ismaros (montes de Tracia).

La viña que sale de semilla produce racimos mal conformados, botín por lo común para los pájaros. La vid debe reproducirse por sarmientos barbados.

Como asimismo hay tempraneros racimos de púrpura… Todavía queda la vid de Aminea, la que produce caldos de tanto cuerpo que el propio Tmolo y el mismo Fanas, rey de los viñedos, deben rendirle honores. Existe, además, la pequeña cepa, como enana, de abundante racimo y larga duración.

Las vides de Baco, por último, aman las colinas descubiertas.

Esas son las tierras que un día, ¡oh labrador!, te proveerán de viñas robustas y pródigas en un vino que correrá a raudales.

Semejante terreno será fértil en racimos, fértil en ese líquido que ofrecemos para las libaciones en cálices de oro.

Enlaces, ¡oh labrador!, los olmos con las viñas fecundas.

Sabido es que son mejores terrenos aquellos cuyo suelo está mejor preparado.

La viña, por ejemplo, antes de replantarla debes meditar si te conviene hacerlo en el llano. Y si te decides por asentar tus viñedos en el llano haz la plantación cerrada, seguro de que Baco no permanecerá inactivo.

Mas si se trata de suelo apezonado o muy en pendiente, sé más generoso con el número de cepas en el replanteo. De todos modos, en un caso y en otro, disponlas en tal orden que se corten con exactitud en ángulo recto las calles que han de repasarlas, formando así un conjunto simétrico. No de otro modo despliega sus cohortes la Legión en la guerra, cuando hace alto en un cerro desguarnecido.

Ahora oye estas advertencias: que no se vuelvan tus viñedos hasta el sol poniente. Y no plantes avellanos entre las cepas, ni despuntes las vides, ni rompas los sarmientos por su vértice (tanta es la ternura que Baco tiene para la tierra).

Guárdate de plantar entre las hileras de la vid olivos silvestres.

Es el momento mejor para plantar las viñas aquel de la primavera bermeja en que vuelve a nosotros el pájaro de blanco plumaje (la cigüeña), tan odiado por la culebra de numerosos pliegues.

Es entonces cuando el Padre todopoderoso, el éter, desciende en fecundantes lluvias hasta el seno de su regocijada esposa, y se une así a ella, dando la vida poderosamente a todos los seres.

Luego que están en su lugar las plantas hay que aporcarlas debidamente y remover la tierra y trabajarla con el arado, guiando bien los bueyes por entre las hileras.

Mas cuando haya tomado vuelo la viña y abrace los olmos con sus vigorosas ramas, entonces sí que será preciso, ¡oh labrador!, que: escamondes su cabellera y recortes sus brazos.

Ni el propio frío, ni la escarcha, ni el hielo, ni aun el estío mismo, que pesa tan gravemente sobre las tierras resecas, perjudica a la viña lo que ese ganado cuyo diente duro es veneno, y que deja en la cepa que roe la señal de una cicatriz.

Porque aparte el mal tiempo y la acción del sol, también búfalos y corzos causan graves perjuicios a las viñas, que son igualmente pasto sabroso para los corderos y las ávidas becerras.

Por ese delito es por lo que se inmola en todos los altares un macho cabrío a Baco.

Lo mismo hacen los aldeanos de Ansomia al divertirse con el recitado de groseros versos y el desbordar de risas desabridas; pónense horribles máscaras de corteza ahuecadas y te invocan luego a ti, ¡oh Baco!, en versos joviales,

A eso se debe que el viñedo empiece a cubrirse de frutos en abundancia, y así es como se ven colmadas las concavidades de los valles y los profundos de las enmarañadas gargantas. Vemos enseguida hacia dónde ha vuelto el dios la cabeza, y, conforme al rito, venimos a dedicar a Baco los debidos honores, según los cantos de nuestros padres, y a llevarle las bandejas y los panes consagrados.

También debe llevarse por los cuernos al macho cabrío ofrendado a la muerte, que estará un momento en pie cerca del altar y cuyas carnes colgaremos en los asadores de avellano… Otro trabajo que da aún que añadir a los cuidados que reclaman las viñas, y del que nunca debe prescindirse; me refiero a que tres o cuatro veces al año es preciso rasgar el seno de las tierras, destripar por completo los terrones con revés de las azadas y aligerar a todo el viñedo de su follaje.

Cuando el otoño despoja la viña de sus hojas, o el frío aquilón hizo caer de los árboles el adorno, es ocasión de que el celoso viñador se preocupe de lo que va a ser de sus vides al año siguiente.

Y es entonces necesario que con la hoz recurva, atributo de Saturno, acometa lo que quede de la viña, ya vendimiada y privada de hojas… Sé, ¡oh labrador!, el primero en cavar la tierra, el primero en quemar los sarmientos retirados de la plantación y el primero en disponer de los rodrigones bajo tu techo; pero sé el último en recolectar.

Mas aunque las viñas estén atadas y las cepas no necesiten ya la podadera y toda la plantación cante hasta el último límite el final de las penas, siempre tendrás trabajo, ¡oh labrador!, en atormentar todavía la tierra y en reducir los terrones a polvo y, así que esto haya acabado, en congraciarte con Júpiter para las uvas maduras.

¡Viva yo sin gloria, pero viva amando los ríos y los bosques! Los bosques dan al mismo tiempo sus madroños, y el otoño deja caer de los árboles frutos múltiples, cuando allá arriba en las cumbres y a pleno sol, acaba de morir la vendimia.

Una vuelta por Valencia

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 5-8-1972

por D. ALEJANDRO SELA

VALENCIA, después de haber estado en ella tres veces en los últimos años, me bullía en el recuerdo. Parecía que, sicológicamente, tenía la necesidad de volver. Y dicho y hecho. En el mes de junio último allí me planté.

A veces, como le ocurría a Cervantes, me interesa más el camino que la posada. En este caso concreto no. Me interesaban las dos cosas.

Quería, en Valencia, “ver” con más detalle lo que conocía muy sumariamente: sus vinos. Ahora sé algo más.

Me puse en movimiento el 11 del indicado mes. Y habiendo pasado unos días en Madrid, me “colé” por La Mancha. Y me detuve en Socuéllamos, donde vi la Cooperativa Vinícola del Cristo de la Vega. Y, sin remedio, me asombré. Por todo. Y sus directores amablemente me explicaron lo que procedía. Pero esta visita merece un artículo solo, Que, Deo Volente, haré en alguna parte.

Entré en la provincia de Valencia por Utiel y Requena. Y bajé, según el mapa, por Cofrentes y Ayora. Aquí me detuve y, adquirí algún vino. Atravieso por una esquina de Albacete, por Almansa, para llegar a Onteniente lloviendo si Dios tenía agua. Pero, aclaro, a mí las lluvias no me molestan nada. No me impiden hacer lo que creo es mi deber. Con un paraguas las evito.

Paso por Albaida, ya con sol, y me paro especialmente en Puebla del Duc. En su cooperativa vinícola hice tertulia con alguno de sus miembros. Y salgo de allí, claro está, sabiendo más de lo que sabía. Y con el regalo de un vino blanco de subidos quilates. Y, además, un poco emocionado. El campo de los “ches”, por su amenidad y belleza, me da un “oxígeno” que me pone en franquía del, optimismo. Me encuentro realmente a gusto.

Atravieso Benigánim y Játiva y veo que los naranjales, como diría fray Luis de León,

“muestran en
esperanza el fruto cierto”.

En Valencia, capital, al día siguiente, gente amable me hace moverme de un lado para otro para aprisionar más emociones y más bellezas, y me llevan a la Albufera para detenerme especialmente en El Saler y el Palmar. Y, por supuesto para rematar el paseo a base de bien. Con paella de mariscos.

Otro día salgo de la capital a las seis de la mañana. Vuelvo a lo mío. Lo mío es el vino. Lentamente, con un sol de amanecer, clarísimo, me dejo “caer” en Villar del Arzobispo. En la cooperativa se trabaja de lo lindo. Y se elaboran vinos de variados tipos. Generosos, de mesa y dulces. Uno se anima realmente al ver que esta gente logra calidades… para mí inesperadas. Por buenas.

Vuelvo a Casinos y Liria, por donde había pasado anteriormente, y tomo las muestras de rigor. Y, sin saber cómo, atravesando viñedos, me encuentro en Pedralba. A la entrada hay un letrero que dice algo parecido a esto: “Pedralba, villa del vino”. Y lo es, voto a bríos. Hablo con algunas gentes y me entero…

Después me apeo en Cheste, villa limpísima, y con sus vinos de “primera división”. Y muy cerca, en Chiva, con idénticas sorpresas.

Cruzo la carretera de Madrid, paso por Godelleta y aparezco por Turís, en la cooperativa. Que es de verdad importante y me doy cuenta que allí todo el mundo, hombres y mujeres, trabajan a tope. Y bien. Compro vinos distintos y buenos. Uno se distingue especialmente. Es el que llaman de Baronía. Blanco y generoso.

No para aquí la cosa. Vuelvo a Requena y me detengo para tomar algo… Y en Utiel. Pero en Villargordo del Cabriel también paro y, mirando hacia atrás, me despido de Valencia. Y con cierta pena. Me consuela el pensar que llevo conmigo más de cien botellas de “espíritu valenciano”, materializado en… vino. No está mal.

Paso por Motilla del Palancar. Y en La Almarcha como. En Tarancón dejo la carretera general para cruzar por Ocaña. Pero a poco siento algo de sueño. Me detengo. En una cuneta, a la sombra de una acacia, hago mi “cama” con la gabardina. Y el pijama enrollado me va a servir de almohada. Y caigo en los brazos de Morfeo. Como un tronco.

Me despierta una pareja de la guardia civil rural. Hacía pocas horas que se cometiera un robo en la Caja de Ahorros de Cuenca. Y los atracadores huyeron en un coche azul. Y el mío es de este color…

Sigo. Y voy viendo a un lado y otro, viñedos. A la entrada de un pueblo leo en una tabla: Noblejas. En este lugar hay cooperativa vinícola y varias casas elaboradoras. Visito una, Avilés. Resulta que es importante y que elabora vinos propios, variados y buenos. Y que además embotella en mayor cuantía. Todo está mecanizado. El mercado de Madrid, cercano, lo devora todo. Llevo mi cupo de vinos. Y hablo con uno de los jefes de la casa. Y, por supuesto, nos entendemos cordialmente.

En Aranjuez me compro un periódico. Solamente. Y tomo la carretera de Toledo. Aquí, en el hotel Monterrey, al otro lado del Tajo, cerca de los cigarrales, duermo.

Pero me levanto a las cinco de la mañana y veo un amanecer con sol en la Ciudad Imperial. Me acuerdo de Carlos V, del Greco, de Garcilaso y gente de esa.

Al llegar a Valladolid pienso que la cabra tira al monte. Y me voy por Fuensaldaña y Mucientes para llegar a Cigales y, aprovisionándome, pongo en el coche el “completo” de carga vinícola. A la hora de comer, en León, me dan, entre otras cosas, truchas del Bernesga, regadas con vino de Valdevimbre.

Un viaje turístico-vinícola

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 29-4/6-5-1972

por ALEJANDRO SELA

Desde el 12 al 22, ambos inclusive, del pasado mes de febrero, me pareció conveniente para el cuerpo y para el espíritu dar lo que yo llamo “un voleo” vinícola. Un académico le llamaría a mi “voleo” un garbeo. Pero la verdad es que yo no tengo garbo ninguno.

Después de haber andado en coche bastante más de 1.000 km., lo cierto es que el día 14 del indicado mes amanecí en movimiento por varios pueblos del Alto Ampurdán, en Gerona. Muy a mi sabor estuve en Garriguella, Villamaniscle, Rabós, Espolla, San Clemente, Mollet… Y por último en Perelada. Aquí, en el castillo de Perelada, hay materia vinícola, bibliográfica y artística como para quedar desconcertado. Esto es el “acabose…”

Amanecer en un paisaje vitícola, salpicado de olivos, lo considero como un vivir deportivamente. Y si además, de algún modo, me hago con botellas de vinos de los pueblos, puedo después “descorchar” la deportividad cuando se me antoje. El Alto Ampurdán con su paisaje y sus vinos es algo serio.

A la hora de comer del mismo día, y gracias a las facilidades de una autopista, me fue posible almorzar en Alella, en la provincia de Barcelona. Alella es un pueblo empinado, a 15 km. de la capital, y que produce unos vinos de “alto copete”. Blanco – marfil le llaman -, clarete y tinto. Alella Vinícola – cooperativa – , con sus técnicos, marca la pauta a todos los vitivinicultores de la zona. Y así, sus vinos van de triunfo en triunfo.

Unos días en Barcelona hablando con unos y con otros me permitieron darme cuenta de cómo está el ambiente vinícola.

Otro día amanecí en San Esteban de Sesroviras. Y su paisaje es también, por sus viñedos, especialmente seductor. Aquí sólo visité la Masía Bach; su bodeguero señor Escudé me guio por bodegas y cavas, y una vez más quedé convencido de las altas calidades que se logran en los vinos catalanes. En la Masía Bach se producen espumosos y vinos de mesa.

Pasé a San Sadurní de Noya y Villa Franca del Panadés. Estos sitios me son muy familiares, los visité varias veces en otras ocasiones. Y en ellos compré lo que me gusta. Voy a tiro fijo.

En Sitges adquirí malvasías. A mí no me es posible conseguir sonrisas de mujer a cuerpo limpio y por tipo. Pero tengo un truco: las invito a una copa de malvasía. Y después, sin más, tengo las sonrisas que deseo…

Desde Sitges salté a Reus. Pero pasando antes por Vendrell y Valls. Por estos lugares los almendros, a mediados de febrero, ya estaban en flor. El paisaje, el campo todo, era algo así como una maravilla.

Reus es un centro vital. Especialmente en agricultura. En sus contornos hay avellanales, olivares. Y, por supuesto, viñedos. Los vinos de Reus son, por su composición y color, lo que yo llamaría vinos de caballero…

Y en Falset, que ya conocía, comprobé que está en la línea de ir siempre a más. Calidad, calidad y calidad. De la mano de un vecino y amigo, el señor Aguiló Bartolomé, me pude dar cuenta de que la Cooperativa Falsetense es ejemplar.

Un día, no recuerdo cuál, dejo Falset a las cinco de la mañana y paso por Alcañiz, Híjar, Belchite y Fuendetodos. Y para recalar en Cariñena a las nueve de la mañana. Y me llego en un momento a La Paniza para contemplar el “panorama”. Que es, por cierto, en torno a Cariñena, como dije otra vez, extraordinario.

En la Cooperativa San Valero, en Cariñena, hago mi acopio de vinos de todos los colores. Y con un sol espléndido bajo a La Almunia de Doña Godina para coger la carretera general…

Las uvas y el arte

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 23/30-10-1971

por ALEJANDRO SELA

La vendimia está ahí, todavía en muchos puntos del país. Ha venido con la puntualidad propia de una señorita con palabra de caballero.

Y con ella la inquietud, el trabajo y la alegría. Es decir, la emoción. Y no la felicidad.

La felicidad, creo yo, es una ilusión frívola. Algo así como un ideal de cupletista. Las gentes del campo español sin excepción, somos realistas. Y no soñamos nunca con quimeras.

La historia del arte, si se mira bien, tiene bastante contenido ampelográfico. Aunque ahora, hay que reconocerlo, está pasando un bache. Los pintores abstractos no pintan uvas ni racimos, ni siquiera artistas de cabaret. Y pintores de género ya no quedan. El género, como forma pictórica, no está de moda. Los pintores actuales no quieren saber nada con lo que se hace en el campo, con la agricultura profesional, con la escena del campo. Si queremos ver faenas laborales tenemos que volver la vista a Sorolla, Cecilio Pla y otros. En la actualidad sólo conozco uno, sencillamente bueno, extremeño, que pinta muchos viñedos en invierno. Es decir, sin uvas. Se trata de Ortega Muñoz.

Los músicos, sobre todo los líricos, fueron buenos “cultivadores” del campo. Recuérdese La alegría de la huerta, La rosa del azafrán, La pícara molinera, La del manojo de rosas… Y más. Pero tuvieron, así y todo, un lamentable olvido. No se escribió, hasta ahora, que yo sepa, una zarzuela que se titulara Las vendimiadoras. Sería un éxito. Esta zarzuela, que yo me imagino, tendría mujeres hermosas cantando el aria del otoño. Llevarían en brazos sarmientos con sus frutos. Y no tardaría en aparecer el coro de mozos, por que les gusta el verde, replicando al estilo de Marcos Redondo.

La vendimia no se concibe sin el sombrero de paja. Este es, supongo yo, para todos los que vendimian, su “carnet de identidad”. Lo llevan las mozas, los mozos… En algún lugar de España, lo he visto, se lo ponen los monjes trapenses cuando vendimian…

Jumilla

La Semana Vitivinícola

Publicado por: La semana Vitivinícola. 18/25-9-1971

por ALEJANDRO SELA

Al norte de la provincia de Murcia, enmarcada por varias sierras, hay una zona vitivinícola, amplia, luminosa, cargada de historia y espiritualidad. Su denominación y capitalidad, Jumilla.

Jumilla y sus vinos no estuvieron, dentro del ámbito nacional, a la altura de sus reales merecimientos. Pero ahora y en el futuro hay que contar, en primera línea, con ellos.

En Jumilla, partiendo de una materia prima excelente – cielo y suelo – se trabaja y se estudia hondamente para dar un máximo rendimiento y la mejor calidad. Su fuerza arranca ya de antiguo, de los abuelos, de los tatarabuelos… Allí hay varias soleras de sangre.

Hace pocas semanas estuve en Jumilla. Por segunda vez. Y me entero… definitivamente.

Moscú, Budapest, Yalta. En estos lugares, en concursos competitivos, con medallas de oro, reconocieron las altas calidades de estos vinos. El “100 x 100”, el “Pura Sangre”, el de la cooperativa, el “Bullanguero”…

Desde el extranjero nos “avisan” de lo que tenemos en España. En su tiempo, los románticos alemanes nos avisaron de que teníamos un Calderón de la Barca.

Estos vinos, además, ya hace tiempo, son solicitados por Alemania, Holanda, Suiza, Bélgica… Los solicitan países que hilan delgado en materias gustativas.

La cepa “Monastrell” es la madre del cordero.

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La vendimia se hace escalonadamente durante sesenta días. El clima da esta holgura. (Llueve unos 300 litros por metro cuadrado y año). Pero el Consejo Regulador marca el comienzo de esta vendimia.

Y aportan uva a la capitalidad otros municipios colindantes: Montealegre, Fuente Álamo, Tobarra, Hellín, Ontur, Albatana…

Un ejemplo entre muchos: La casa Carcelén. En ella se elabora a base de antiguas soleras. Su director actual – jefe de una cooperativa familiar – es un eslabón en una cadena histórico-genealógica.

En esta casa he visto una clarificadora mecánica que funciona con polvo de diatomeas. ¿Sabed ustedes lo que es esto? ¿Si? Pues yo no.

Contornean la zona jumillana, como dije, varias sierras. La de las Cabras, la Larga, la del Carche, la del Buey. Y más.

En lo espiritual el monasterio franciscano de Santa Ana lo preside todo. Y en él un Cristo de Salzillo.

Un castillo, en la altura, domina el pueblo. Y hay restos arqueológicos por aquí y por allá. Capiteles, cerámicas, armas. Y en estos restos, dibujos y grabados de racimos de uvas. Lo que nos indica claramente su ejecutoria de nobleza vitivinícola.

Pero esto no es todo. Hay lugares jumillanos con pinos. Y olivos y cereales. Y frutales: albaricoque y melocotón.

Vale la pena darse una vuelta por Jumilla. Es un trozo de España que tiene “ángel”.

El padre Feijoo y el vino

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 3-7-1971

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrónomo

El Padre Jerónimo Feijoo vivió ochenta y ocho años. Nació en Casdemiro (Orense) en 1676. Fue monje de la Orden de San Benito y, durante muchos años, catedrático de Teología de la Universidad de Oviedo.

El Padre Feijoo era fundamentalmente un hombre estudioso. Y después de estudiar, escribía de muchas cosas. Y, entre ellas, del vino.

Vamos a reproducir una de sus “Cartas Eruditas”. En ella resuelve una consulta que le fue formulada por alguien sobre la corrupción de los vinos.

Como se verá, da primero una explicación filosófica sobre el problema y, después, otra científica.

Creo que esto tiene interés, por lo menos, para la historia de la enología española.

Carta XX

Remedio preservador de los ribos fácilmente corruptibles

1º.- Muy señor mío: Las respuestas que doy con más gusto son las que pueden producir alguna utilidad sólida a los que me escriben; mucho más si el beneficio es capaz de extenderse a otros muchos. Y tal es el caso en que ahora me hallo respecto de V.md.

2º.- Pídeme V.md. algún remedio, si le alcanzo, para preservar la corrupción de los Vinos, que produce esse País (Valdeorras) cuya sustancia es de tan corta duración que nunca alcanza la de la cosecha de un año a las vendimias del año inmediata, perdiéndose enteramente a la entrada del Otoño. Duda V.md. si esto procede del influxo de el clima, que aunque oportuno para la producción, puede ser ofensivo para la conservación, u de la calidad intrínseca del Vino. Y resueltamente digo, que no es lo primero, porque lo mismo sucede al Vino de esse País, trasladado a este, aunque la traslación se haga en el Invierno, o Primavera. No sólo lo he oído muchas veces, mas yo mismo lo experimenté, que nunca se conserva esse Vino, sino hasta el mes de Septiembre; siendo assi, que otros muchos Vinos, que se conducen de varias partes, Provincias y Reinos, se conservan felizmente, exceptuando una u otra desgracia casual. Ya la verdad, pocos Países habrá en nuestra Península más conmodos, que este, para la conservación de los Vinos; porque a excepción de las Montañas altas, muy raro se hallará, en que sea tan benigno el calor del Estío. Assi es cierto, señor mío, que solo el Vino de Valdeorras se pierde en Oviedo, y se pierde al mismo tiempo, que en el País a donde nace.

3º.- Resta, pues, que esto sólo dependa de la calidad intrínseca del Vino. ¿Pero que qualidad será esta? ¿Qué nombre le daremos? Ciertamente no es alguna de aquellas que se manifiestan al examen del sentido, pues ninguna de estas se reconoce en él, en que no convenga con otros Vinos, que no están sujetos a esta desgracia. Pero sea lo que fuere de qualidades en el sentido Aristotélico; es mucho más racional atribuir este efecto a los Elementos de que consta el Vino, dosis y textura de ellos. Ciertamente en todas las obras de el Arte, su mucha o poca duración pende únicamente de los materiales de que se compone, o de su proporcionada quantidad, y de su coherencia o respectiva colocación. ¿Porque no hemos de discurrir en las obras de la Naturaleza lo mismo, siendo esto mucho más inteligible? Clamen lo que quisieren los que se llaman Philósofos Aristotélicos contra los Modernos, porque atribuyen todos los efectos sensibles, que se observan en las cosas inanimadas, al mecanismo de la materia. No se le puede negar a este modo de philosofar una gran ventaja sobre el suyo, y es, que señala por causa una cosa, que sin duda existe, pues en toda sustancia material hay evidentemente tal, o tal textura, composición, y mecanismo, quando al contrario son muchos los que niegan la existencia a las Qualidades Aristotélicas.

4.º.- Posible es, que el buen Philósofo, viendo hacer analysis de esse Vino, u otro semejante, por un hábil Chimista, llegase a conocer específicamente el principio de que proviene su breve duración. Pero ciertamente no lo es el que V.md. sospecha; esto es, que esté muy cargado de partes sulphureas. Bien lexos de esso, jugo yo, que no por la copia, sino por la inopia de ellas es tan perecedero. Lo primero, porque ninguna seña da el Vino di esse País, ni al olfato, ni al gusto de ser muy sulphureo, antes de lo contrario. Lo segundo porque apenas se hallará Vino en el mundo, que mejor, y mas tiempo se conserve, que el de la Isla de Tenerife, el cual no puede dudarse de que abunde rucho de partes sulfhureas, constando por experiencias irrefragables que el Territorio de aquella Isla tiene en sus entrañas infinito azufre, lo que demuestran los muchos terremotos, que ha padecido, y gran número de Volcanes, que se abrieron en consecuencia de ellos. No dudo, que también se conserven, quanto se quiera, los preciosos Vinos de Nápoles, que nacen al pie de aquella portentosa minera de Azufre; que esto es, el Vesuvio.

5º.- Lo tercero, porque la precaución de que se usa en Francia, para preservar de la corrupción de los Vinos muy sujetos a ella, es sahumar los toneles con candelillas de azufre. Esto he leído, no en uno solo, sino en tres libros Franceses. Y ve aquí V.md. el remedio, que yo puedo darle para conservar su Vino, sin que quede, ni en mi cabeza, ni en mi librería otra receta para esse fin. Ignoro las dosis de que se debe usar respectivamente a la capacidad del Tonel. Pero essa podrá llegar a conocerse por experiencia, tentando diferentes dosis en distintos Toneles. Lo que juzgo es, que el que las dosis sea algo crecida, no tendrá otro inconveniente, que el participar algún olor de azufre al licor.

6º.- Como V.md. logre el beneficio propuesto, discurro, que poco, o nada se le dará por saber philosoficamente, en que consiste, que este se logre por medio de azufre. Sin embargo, por que a mi me cuesta poco el escribirlo y a V md. menos el leerlo, le diré, que el azufre consta de dos sustancias diversas. Una es la oleosa, y inflamable, otra es un ácido fuerte. En esto convienen todos los Chimistas. No la primera pues, sino la segunda, es la que preserva de corrupción al Vino, introduciéndose por los poros del Tonel, como especifica el Expertisimo Chimista Monsieur Homberg, de la Real Academia de Ciencias (Historia de la Academia de el año 1705) y antes había probado lo mismo Mons. Mariotte, de la misma Academia, con una experiencia curiosa. Echó tres gotas de aceyte de tártaro en medio vaso de un bello Vino clarete. Al momento mudo este de color, se puso turbado, tirando a amarillo, como el Vino corrompido. Vertió después en él dos, o tres gotas del espíritu ácido de azufre. Sin dilación recobró el Vino su diafanidad v hermoso color.

7º.- Se me olvidó arriba otra noticia, que sirve tambien a comprobar la utilidad de el sahumerio de azufre en los Toneles; y es, que siendo yo oyente de Philosofia en el Colegio de San Benito de Lérez, distante un quarto de legua de la Villa de Pontevedra, extrahian los Ingleses mucho Vino de Galicia, que embarcaban en aquel puerto para conducirle a Inglaterra; y oí entonces, como cosa notoria, que observaban constante mente la práctica de sahumar con azufre todos los Toneles en que lo conducian; lo que no veo pudiese producir otra utilidad que la de asegurar su conservación.

Dios quiera que esta receta sea más útil a V.md. para conservar su Vino, que lo serán por lo común las de los médicos para conservar su salud: lo que yo deseo a V.md. muy feliz, & c.

A. S.

Los vinos gallegos

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 29-5-1971; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

EN los primeros días de junio del pasado año de 1970, me pareció conveniente ir a la Feria del Campo, en Madrid. En ella había mucho que “ver”. Me refiero a vinos. Pero, a la vuelta, me detuve en Medina del Campo, Rueda, Pozáldez, Matapozuelos y La Seca (Valladolid) y en La Bañeza (León). Cuando se prueban los vinos de estos lugares se puede ir por otros pueblos de España con la cabeza muy alta. Resisten con el máximo decoro cualquier comparación.

Cuando salía de La Bañeza resuelvo irme a Galicia para respirar sus aires, beber sus vinos y ver sus mujeres. Y lo logro.

Entro en Galicia por El Barco de Valdeorras. Y me detengo especialmente en La Rúa Petin. Y empiezo a asombrarme. La cooperativa vinícola de La Rúa es fenomenal. Por todo. Y el personal encargado de ella me recibe con los brazos abiertos a la cordialidad. Y me da a probar su blanco y su tinto. Como llego a la hora del aperitivo entono el estómago. Entro, pues, en Galicia con buen pie.

Desde allí salgo disparado hacia Verín. En esta ruta subo y bajo muchas cuestas con las curvas correspondientes. Y paso por dos pueblos, Viana del Bollo y La Gudiña, que vale la pena ver.

Cuando llego a Verín, después de las tres de la tarde, llevo el apetito desbocado. Y como de lo mejor que tiene Galicia o caldiño, cabrito asado y todo salpicado con un tinto de Monterrey. Salgo de allí, hacia Orense, “bien puesto”. Pero llueve. Cuando se viaja por Galicia y llueve hay que acordarse de Rosalía de Castro.

“Chove miudiño,
miudiño chove
……………………”

Me las arreglo para pasar por Rivadavia y hacer “provisión de vinos”. Más tarde, no mucho, entro por La Cañiza para meterme en otra zona de vinos, El Condado. Y me detengo en Arbo, Sela y Salvatierra. Por allí anda o Miño que nos separa de Portugal. Y más tarde aparezco por Puenteareas, Porriño y Bayona. En este último lugar, ya de noche, duermo. Y muy bien. Duermo en un castillo almenado que hay n’a veiriña d’o mar.

Al amanecer salgo de Bayona. Y el sol, en aquellos momentos, también sale. Y me ilumina con caricias y radiante a través de los pueblos que voy viendo. Y que son Vigo, Redondela, Pontevedra, Combarro, Sanjenjo… Cuando llego a Cambados alguien me dice que está allí el general De Gaulle. Pero no le busco ni me busca… Es difícil que dos hombres orgullosos, cada uno a su estilo, lleguen a encontrarse. Les sucede algo parecido a lo que se dice de las líneas paralelas… En Cambados sólo tuve tiempo para ir a misa – era domingo – a la iglesia parroquial y comprar unas botellas de Albariño. Este vino, con razón, es famoso. El Albariño es una especie de oro embotellado en verde.

Serían las once de la mañana cuando ya me encuentro en Villagarcía y compruebo que es verdad lo que dice la canción “que es puerto de mar”.

Y, a las doce y media, tropiezo en Santiago con mi viejo amigo, el Apóstol. Santiago es, se puede decir, soportador de abrazos. Y, además, allí busco o santo d’os croques, le doy unas cabezadas para adquirir una inteligencia que noto que me falta hace años…

Hacia las dos de la tarde, en Lugo, como “lacón con grelos”.

Los vinos gallegos en general, siendo buenos, para mi gusto son un poco ácidos. La música del país es deliciosa, las mujeres son melosas y el paisaje es de égloga. Sólo hay un negocio posible. Casarse con una gallega y quedarse a vivir allí. Pero conviene saber, según tengo entendido, que para conquistar una gallega no hace falta usar las frases corrientes como “cielo mío”, “vida mía”. Basta manejar con habilidad una sola palabra. ¡Encantiño!

Vinos y color

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 22-5-1971; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

El color es, antes que otra cosa, una fuerza psicológica, espiritual. Sin pensarlo demasiado vamos a las cosas, hacia las cosas, por su color. Este nos detiene o deja en suspenso… Es frecuente que nuestra alma quede prendida en los colores. Del mismo modo que la lana de las ovejas queda prendida, por el roce, en las zarzas de los caminos.

El color, claro, está en las formas. Forma discreta y color seductor, a veces nos engullen. Color y forma nos embrujan. Pero el embrujo es seducción del arte.

Pero el color se descompone, o suele descomponerse, en tonos y matices. Verde esmeralda, verde veronés, verde vejiga… De lo que no tiene color se puede decir que “no se ve”, o, si se ve, no interesa. La mirada o, si acaso, la vista se desentienden del objeto.

Los colores, por otra parte, pueden combinarse. Y entonces se logra a lo mejor un conjunto armónico. Y si es armónico es musical. Y siendo musical es artístico

El arte, cuando lo es de verdad, nos “lleva de calle”.

Pío Baroja decía que una mesa bien puesta es el producto de una civilización y de una cultura. Blancos manteles, una vajilla refinada, cubiertos de plata, límpida cristalería, un local confortable y luz suavizada dan, con el color del vino o vinos, una idea de totalidad. Nada falta.

. . . . . .

En sentido próximo o remoto, todo lo que se relaciona con el vino tiene color. El viñedo, como es natural, tiene sus primaveras y sus otoños. El suelo o tierra, donde el viñedo se asienta, puede ser ocre, pardo, siena, rojizo… Y sus tonos pueden variar según sea verano o invierno.

La cepa, en todas partes, “tira” a un color chocolate. Las hojas, en su ciclo vital, son de coloraciones cambiantes: verde amarillo, verde claro, verde intenso… Y en el otoño van desde un verde agotado de verano, pasando por una escala de ocres y amarillos, hasta, según los casos, llegar, como ocurre en la garnacha tintorera, a un color vino rojo.

La vendimia también tiene su “color”. Y las uvas. Y las vendimiadoras…

Sí, todo lo que se relaciona con el vino tiene color. Y el vino mismo.

En éste hay que partir de los tipos conocidos: tinto, blanco, clarete.

El tinto se nos ofrece: tinto puro, de mucha capa, ojo de gallo o aloque, morado, cobrizo…

El blanco no es nunca tal. Es amarillo, pajizo, ámbar, caramelo, pálido…

Y el clarete. O rosado. Y que se logra mezclando, al pisarlas, uvas de distinto color.

. . . . . .

La mesa está servida. Y es entonces cuando el vino, con su color, se perfila para ser lo que debe ser. El vino es el violín del concierto.

No me es posible hablar como técnico de nada. Y sí como un simple ser humano que se detiene a menudo aquí y allá… para curiosear. Y todo, naturalmente, sin perjuicio de tercero.

Yo “trabajo” solo. No me es posible darme cuenta exacta de lo que como o de lo que bebo en un banquete oficial o de homenaje a alguien. La atención se me va hacia lo no importante. El barullo, las más de las veces, me emborracha. Y el vino no.

Cuando en un restaurante como y bebo en soledad, tengo el juicio libre. Nada ni nadie me coacciona. Elijo el menú y el vino. Me adapto a un ritmo de velocidad que me “va”.

Y gradúo la satisfacción de mis necesidades según el apetito y la sed que tuviere. Domino la situación.

La mesa, con lo que sostiene, me está “hablando”. Y además veo la plata de un pez, el oro de un asado y el carmín de un vino. Y si a todo esto el cocinero le dio el sainete que viene al caso, uno va por la vida en esos momentos sobre ruedas.

Las formas y, sobre todo, los colores contribuyen no poco a darme una plenitud esencialmente humana.

Algo de esto le ocurría a Quevedo. He aquí una pista para pensar que era así:

“Si en vidrio bebes, por ver
los vinos blancos y rojos,
para que el color los ojos
beban antes de beber”.

Castilla y su vino

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 6-2-1971; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

YO no sé si a los demás les ocurre lo que me pasa a mí. Cuando llevo varios meses en el pueblo donde por gusto vivo, se produce en mi cuerpo y en mi espíritu una especie de intoxicación. Y me doy cuenta de que, en definitiva, debo salir de casa e irme por el mundo a respirar aires nuevos. Con unos cuantos días de ausencia recobro todos los equilibrios perdidos.

A mediados de diciembre último me encontraba en ese estado. Y decidí, después de cumplir ciertos trámites oficiales y familiares, dar una vuelta por Castilla. Y en Castilla hacer lo que me gusta: probar vinos.

El día 20 del mes citado, habiendo estado en Madrid poco tiempo, a las ocho de la mañana me encontraba en Segovia. Y resolví empezar allí el periplo vinícola. Salí solo y, después de pasar por Sepúlveda, a las once de la mañana me encontraba en Aranda de Duero. Aquí hay vino a espuertas.

Es domingo. Pero antes de nada creo que me conviene ver la Ventosilla, una finca por todos conceptos modelo y que hacía muchos años que no veía. Paso por Villalba de Duero y en ella, en la finca, me recibe su director don Alfonso Velasco y Fernández Nespral. Este señor me explica cosas de la industria agrícola que yo ignoraba y me colma de amabilidades.

Por ser domingo creo – y acierto – que los establecimientos comerciales del vino en Aranda están cerrados. No obstante, visito algunos bares y tabernas y me es posible comprar algunas botellas “de lo caro”. Y que a mí me parece baratísimo…

Al día siguiente ya es otra cosa. Todo está abierto y veo lo que me conviene. Consecuencia: que me llevo en el coche algo así como 40 botellas de vino de Aranda. De distintas casas.

A las diez de la mañana de tal día 21 ya estaba en La Horta, otro pueblecillo de la provincia de Burgos, con un vino “chipén”. Como ya estuve más veces allí y conozco al encargado de la cooperativa, paso unos minutos de charla y me despido levando 12 litros de clarete en dos pequeñas garrafas.

La mañana es soleada. Pero hay hielo en los sembrados. Bueno. Voy a mi aire. Y veo sobre un alcor un pueblo con casas muy apretadas. Es Roa. En este pueblo, lo oí hace años en alguna parte, murió el cardenal Cisneros. Pero también tiene cooperativa de vinos. Y meto en mi vehículo una caja de “mercancía”.

Hacia las once ya estoy en la Cooperativa del Duero, en Peñafiel. En esta casa ya estuve otras veces y tengo allí buenos amigos. Compro lo que procede de vinos corrientes y algunas botellas de “finolis” Protos. Pienso hay que vivir. El técnico de esta bodega ejemplar es don Teófilo Reyes. Como la juventud de ahora, el señor Reyes “sabe lo que quiere y sabe a donde va”. Y me invita a comer con ellos. Pero cortésmente no acepto. Tengo prisa.

Serían las doce cuando atravieso la ciudad de Valladolid. Paro en una calle para comprarme unos tirantes y tomar café. Solamente.

A la una menos cuarto estaba en un pueblo de mucha solera vitivinícola: Cigales. Aquí hay un clarete de “bandera”. No hace falta que diga que en estos lares hice varias operaciones de compraventa. Pero siendo yo el comprador.

Prosigo. Voy en la derrota de mi tierra, Asturias. Pero en Dueñas (Palencia) vuelvo a detenerme y a hacer de hormiguita previsora. En esta tierra hay un clarete magnífico.

En resumen, que los vinos de Castilla – y conozco de antemano otros muchos pueblos – saben a gloria. Claro que la gloria no la conozco de nada. Pero, ya me entienden, es un modo de hablar y de encarecer calidades.

Yo soy un hombre casado. Esto, en sí, no tiene nada de particular. ¡Hay tantos maridos!

Pero voy a lo mío. Decía el doctor Marañón que, entre marido y mujer, para conservar el amor debía haber, con frecuencia, una corriente de aire. Es decir una cierta separación.

Esto lo sabemos todos los casados no de un modo científico, pero si de un modo práctico. Por eso hay tantos maridos aficionados al fútbol y a los toros. Ellos se van a esos espectáculos y al final, a la salida, se reúnen con sus amigotes a comer mariscos y a beber lo suyo. Y, con frecuencia, a cenar. Y entre tanto sus respectivas esposas están en casa viendo la tele y haciendo labor de ganchillo.

Pero ocurre que a mí no me gustan ni el fútbol ni los toros. Y para lograr esa corriente de aire a que alude Marañón, he tenido que ingeniármelas para ser un marido cabal. Y de ahí viene el que yo sea aficionado a viajar solo y a probar vinos de las distintas regiones españolas.

Consciente de mis ignorancias y limitaciones yo no suelo dar consejos a nadie. Pero ahora, haciendo una excepción, me meto a ser asesor de señoras. Pero pidiendo las excusas que procedan.

Señora – en el supuesto de que me lea alguna señora -, si nota que en la hora de la comida su marido lee el periódico con anuncios y todo, o si hablando se pode pesado repitiendo siempre las mismas cosas, o si por cualquier circunstancia se mete en su hogar la monotonía y el aburrimiento, ponga a su esposo de patitas en la calle… Revitalice su amor.

Muy sencillo. Procure usted, señora, con sus ahorros hacer una “hucha” especial. Y una vez que vea en ella una cantidad de dinero considerable póngala en manos de su marido. Y oblíguelo a irse solo a pasar unos días por el Priorato. O por Cariñena. O a Jerez de la Frontera. O a La Mancha. O por las riberas del Duero. O por el Alto Ampurdán. O por donde sea.

Los maridos, después de una tournée de este tipo vuelven a su casa como malvas, mejorados en tercio y quinto. Yo lo sé. ¡Palabra!