Vinos de Valencia

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Enero-1973

Valencia fue conquistada, primero, por el Cid. Y después, definitivamente, por Jaime I de Aragón. Y se aprendió bien la lección.

Ahora, de conquistada pasó a conquistadora. Todo el que se deja “cae” por allí queda prendido en sus redes. Valencia, campo y urbe, es un encanto.

Mi último viaje, reciente, fue de curiosidad vinícola. Y, a tal efecto, estuve en varios pueblos. Primero en Ayora y Onteniente y, seguido, en Albaida y Puebla del Duc. Aquí, en este último lugar, en la Cooperativa Vinícola, sus rectores me recibieron con bombo y platillos. (No se olvide, Valencia es tierra de bandas de música). Y me obsequiaron con un blanco canela en rama.

Otro día estuve en Pedralba – “ciudad del vino” se titula – en Villar del Arzobispo – con una cooperativa llena de realidades y aspiraciones – en Casinos, Liria, Cheste, Chiva, Godelleta… Y en. Turís, con un vino especialísimo que titulan de baronía.

Y ya por último, al salir, en Requena, donde se celebra una sonada Fiesta de la Vendimia, y en Utiel. En todos estos sitios – y hay más – se producen tintos, claretes y blancos. Y, en algunas partes, moscateles.

Los vinos valencianos tienen un denominador común: su bondad. En limpieza, color y sabor no se puede pedir más. Claro que, en cuanto a esto, al sabor, cada localidad tiene sus matices. Pero muy sutiles. Abocados – la mayoría -, es decir, ni dulces ni secos. Yo llamaría a estos vinos de “comodín”, aptos para carnes y pescados. Y, más todavía, de señora y caballero… Y la relación calidad-precio es en todo ventajosa para el viajero.

No encontré vinos “gran reserva”, como suele decirse. Pero los vinicultores quieren llegar a ello.

Para ir de un pueblo a otro hay que pasar por el campo. Que, por cierto, está rebosante de belleza y amenidad. La variedad de cultivos da una multiplicidad colorista. Y el sol, claro, hace que todo brille. Viñedos, naranjales, olivares… Y los frutales de ciruelas, melocotones, albérchigos…

La Historia dejó sus huellas en la capital. En ella hubo moros y cristianos. Todo habla. La basílica de la Virgen de los Desamparados, la Lonja, la Generalidad, las torres de Serranos y de Cuarte. Y la catedral con su Micalet, que, por su altura, lo preside todo.

Las industrias fueron y son de lo, más delicado: cerámicas, sedas, abanicos…

La Albufera tiene su caza y su pesca. Y las barracas son reliquias que nos hacen ver el pasado desde el presente.

Las mujeres son dignas de atención. De ellas dijo el polaco Papielobo: “Son demasiado hermosas”. No creo; a mí me parece que están a punto.

Y los arrozales…

Bueno, del arroz dijo Juan Luis Vives que “nace en el agua y muere en el vino”.

De acuerdo.

ALEJANDRO SELA

Una vuelta por Valencia

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 5-8-1972

por D. ALEJANDRO SELA

VALENCIA, después de haber estado en ella tres veces en los últimos años, me bullía en el recuerdo. Parecía que, sicológicamente, tenía la necesidad de volver. Y dicho y hecho. En el mes de junio último allí me planté.

A veces, como le ocurría a Cervantes, me interesa más el camino que la posada. En este caso concreto no. Me interesaban las dos cosas.

Quería, en Valencia, “ver” con más detalle lo que conocía muy sumariamente: sus vinos. Ahora sé algo más.

Me puse en movimiento el 11 del indicado mes. Y habiendo pasado unos días en Madrid, me “colé” por La Mancha. Y me detuve en Socuéllamos, donde vi la Cooperativa Vinícola del Cristo de la Vega. Y, sin remedio, me asombré. Por todo. Y sus directores amablemente me explicaron lo que procedía. Pero esta visita merece un artículo solo, Que, Deo Volente, haré en alguna parte.

Entré en la provincia de Valencia por Utiel y Requena. Y bajé, según el mapa, por Cofrentes y Ayora. Aquí me detuve y, adquirí algún vino. Atravieso por una esquina de Albacete, por Almansa, para llegar a Onteniente lloviendo si Dios tenía agua. Pero, aclaro, a mí las lluvias no me molestan nada. No me impiden hacer lo que creo es mi deber. Con un paraguas las evito.

Paso por Albaida, ya con sol, y me paro especialmente en Puebla del Duc. En su cooperativa vinícola hice tertulia con alguno de sus miembros. Y salgo de allí, claro está, sabiendo más de lo que sabía. Y con el regalo de un vino blanco de subidos quilates. Y, además, un poco emocionado. El campo de los “ches”, por su amenidad y belleza, me da un “oxígeno” que me pone en franquía del, optimismo. Me encuentro realmente a gusto.

Atravieso Benigánim y Játiva y veo que los naranjales, como diría fray Luis de León,

“muestran en
esperanza el fruto cierto”.

En Valencia, capital, al día siguiente, gente amable me hace moverme de un lado para otro para aprisionar más emociones y más bellezas, y me llevan a la Albufera para detenerme especialmente en El Saler y el Palmar. Y, por supuesto para rematar el paseo a base de bien. Con paella de mariscos.

Otro día salgo de la capital a las seis de la mañana. Vuelvo a lo mío. Lo mío es el vino. Lentamente, con un sol de amanecer, clarísimo, me dejo “caer” en Villar del Arzobispo. En la cooperativa se trabaja de lo lindo. Y se elaboran vinos de variados tipos. Generosos, de mesa y dulces. Uno se anima realmente al ver que esta gente logra calidades… para mí inesperadas. Por buenas.

Vuelvo a Casinos y Liria, por donde había pasado anteriormente, y tomo las muestras de rigor. Y, sin saber cómo, atravesando viñedos, me encuentro en Pedralba. A la entrada hay un letrero que dice algo parecido a esto: “Pedralba, villa del vino”. Y lo es, voto a bríos. Hablo con algunas gentes y me entero…

Después me apeo en Cheste, villa limpísima, y con sus vinos de “primera división”. Y muy cerca, en Chiva, con idénticas sorpresas.

Cruzo la carretera de Madrid, paso por Godelleta y aparezco por Turís, en la cooperativa. Que es de verdad importante y me doy cuenta que allí todo el mundo, hombres y mujeres, trabajan a tope. Y bien. Compro vinos distintos y buenos. Uno se distingue especialmente. Es el que llaman de Baronía. Blanco y generoso.

No para aquí la cosa. Vuelvo a Requena y me detengo para tomar algo… Y en Utiel. Pero en Villargordo del Cabriel también paro y, mirando hacia atrás, me despido de Valencia. Y con cierta pena. Me consuela el pensar que llevo conmigo más de cien botellas de “espíritu valenciano”, materializado en… vino. No está mal.

Paso por Motilla del Palancar. Y en La Almarcha como. En Tarancón dejo la carretera general para cruzar por Ocaña. Pero a poco siento algo de sueño. Me detengo. En una cuneta, a la sombra de una acacia, hago mi “cama” con la gabardina. Y el pijama enrollado me va a servir de almohada. Y caigo en los brazos de Morfeo. Como un tronco.

Me despierta una pareja de la guardia civil rural. Hacía pocas horas que se cometiera un robo en la Caja de Ahorros de Cuenca. Y los atracadores huyeron en un coche azul. Y el mío es de este color…

Sigo. Y voy viendo a un lado y otro, viñedos. A la entrada de un pueblo leo en una tabla: Noblejas. En este lugar hay cooperativa vinícola y varias casas elaboradoras. Visito una, Avilés. Resulta que es importante y que elabora vinos propios, variados y buenos. Y que además embotella en mayor cuantía. Todo está mecanizado. El mercado de Madrid, cercano, lo devora todo. Llevo mi cupo de vinos. Y hablo con uno de los jefes de la casa. Y, por supuesto, nos entendemos cordialmente.

En Aranjuez me compro un periódico. Solamente. Y tomo la carretera de Toledo. Aquí, en el hotel Monterrey, al otro lado del Tajo, cerca de los cigarrales, duermo.

Pero me levanto a las cinco de la mañana y veo un amanecer con sol en la Ciudad Imperial. Me acuerdo de Carlos V, del Greco, de Garcilaso y gente de esa.

Al llegar a Valladolid pienso que la cabra tira al monte. Y me voy por Fuensaldaña y Mucientes para llegar a Cigales y, aprovisionándome, pongo en el coche el “completo” de carga vinícola. A la hora de comer, en León, me dan, entre otras cosas, truchas del Bernesga, regadas con vino de Valdevimbre.

Barcelona es bona

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Mayo-1972

Vista por D. ALEJANDRO SELA

He vuelto a Barcelona una vez más. La primera tuvo lugar, de chico, para ver la Exposición Internacional. Y otras veces, no hace mucho. En Barcelona, solo, me muevo con cierta desenvoltura. A tal punto que cuando voy por las Ramblas me da la impresión de que yo no soy yo. ¿Quién, pues? Ramón Berenguer IV. Sí, pero un Ramón Berenguer IV que tuvo que oír, quieras que no, “Mamy blue…”

En este último viaje mío fui a “otear” el horizonte vitivinícola de la provincia. Y salí colmado de satisfacciones. El centro de mi minicruzada era un hotel de las Ramblas.

Primero estuve en Alella – 15 kilómetros al Norte de la capital -. Aquí en Alella, pueblo empinado, hay vinos de todos los colores. Blanco, clarete y tinto. El blanco no es puro – me refiero al color – es marfileño. Y con el nombre de Marfil se le conoce.

Seguidamente me trasladé a San Esteve de Sesrovires. Más concretamente, a la masía Bach. ¿Y qué? Pues, sencillamente, quedé encantado. Esta masía tiene un aspecto puramente señorial. Pero en las entrañas de este “señorío” hay bodegas y cavas donde se trabaja duro para obtener vinos de mesa y espumosos – léase champán -, de delicadas finuras.

Después, otro día, me trasladé a San Sadurní de Noya. Aquí, esto se sabe, hay múltiples casas que hacen espumoso o torrente. Pero, no se olvide, la abundancia no va en mengua de la calidad. De eso, nada.

Más tarde atraco – en el supuesto de que yo sea un barco velero – en Villafranca del Panadés. Es la tercera vez que voy a este bello lugar para hacer acopio de “mis vinos”. El movimiento se demuestra andando.

Y ya, por último, me presento en Sitges. Aquí, donde también estuve más veces, se hace la malvasía. Señoras, señoritas, ¿saben ustedes lo que es esto? Pues un vino de postre donde la dulzura se frenó a tiempo para evitar el empalago. Ni más ni menos.

Estos pueblos que cito como vinícolas son los de más relieve. Pero hay otros muchos.

Estos vinos, todos, con sabores muy variados, se prestan a hacernos una vida ilusionada y real. Que no es poco.

Un día, hacia las nueve y media de la noche, al salir del hotel, veo que unas mujeres muy elegantes se apean de sus coches y entran en un lugar que dice teatro del Liceo. Veo la cartelera y leo: Hoy, “Boris Godunov”. Medito. Barcelona tiene mujeres hermosas, música excelsa y vinos estupendos. ¿Qué le falta?

Y yo, pobrecillo, Ramón Berenguer IV, sigo por las Ramblas. Los pajareros y las floristas me miran con compasión. Eso creo. Pero me anima una voz fina de señora que canta, por la radio, en una cafetería.

¡Soy rebelde! Bueno.

Un viaje turístico-vinícola

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 29-4/6-5-1972

por ALEJANDRO SELA

Desde el 12 al 22, ambos inclusive, del pasado mes de febrero, me pareció conveniente para el cuerpo y para el espíritu dar lo que yo llamo “un voleo” vinícola. Un académico le llamaría a mi “voleo” un garbeo. Pero la verdad es que yo no tengo garbo ninguno.

Después de haber andado en coche bastante más de 1.000 km., lo cierto es que el día 14 del indicado mes amanecí en movimiento por varios pueblos del Alto Ampurdán, en Gerona. Muy a mi sabor estuve en Garriguella, Villamaniscle, Rabós, Espolla, San Clemente, Mollet… Y por último en Perelada. Aquí, en el castillo de Perelada, hay materia vinícola, bibliográfica y artística como para quedar desconcertado. Esto es el “acabose…”

Amanecer en un paisaje vitícola, salpicado de olivos, lo considero como un vivir deportivamente. Y si además, de algún modo, me hago con botellas de vinos de los pueblos, puedo después “descorchar” la deportividad cuando se me antoje. El Alto Ampurdán con su paisaje y sus vinos es algo serio.

A la hora de comer del mismo día, y gracias a las facilidades de una autopista, me fue posible almorzar en Alella, en la provincia de Barcelona. Alella es un pueblo empinado, a 15 km. de la capital, y que produce unos vinos de “alto copete”. Blanco – marfil le llaman -, clarete y tinto. Alella Vinícola – cooperativa – , con sus técnicos, marca la pauta a todos los vitivinicultores de la zona. Y así, sus vinos van de triunfo en triunfo.

Unos días en Barcelona hablando con unos y con otros me permitieron darme cuenta de cómo está el ambiente vinícola.

Otro día amanecí en San Esteban de Sesroviras. Y su paisaje es también, por sus viñedos, especialmente seductor. Aquí sólo visité la Masía Bach; su bodeguero señor Escudé me guio por bodegas y cavas, y una vez más quedé convencido de las altas calidades que se logran en los vinos catalanes. En la Masía Bach se producen espumosos y vinos de mesa.

Pasé a San Sadurní de Noya y Villa Franca del Panadés. Estos sitios me son muy familiares, los visité varias veces en otras ocasiones. Y en ellos compré lo que me gusta. Voy a tiro fijo.

En Sitges adquirí malvasías. A mí no me es posible conseguir sonrisas de mujer a cuerpo limpio y por tipo. Pero tengo un truco: las invito a una copa de malvasía. Y después, sin más, tengo las sonrisas que deseo…

Desde Sitges salté a Reus. Pero pasando antes por Vendrell y Valls. Por estos lugares los almendros, a mediados de febrero, ya estaban en flor. El paisaje, el campo todo, era algo así como una maravilla.

Reus es un centro vital. Especialmente en agricultura. En sus contornos hay avellanales, olivares. Y, por supuesto, viñedos. Los vinos de Reus son, por su composición y color, lo que yo llamaría vinos de caballero…

Y en Falset, que ya conocía, comprobé que está en la línea de ir siempre a más. Calidad, calidad y calidad. De la mano de un vecino y amigo, el señor Aguiló Bartolomé, me pude dar cuenta de que la Cooperativa Falsetense es ejemplar.

Un día, no recuerdo cuál, dejo Falset a las cinco de la mañana y paso por Alcañiz, Híjar, Belchite y Fuendetodos. Y para recalar en Cariñena a las nueve de la mañana. Y me llego en un momento a La Paniza para contemplar el “panorama”. Que es, por cierto, en torno a Cariñena, como dije otra vez, extraordinario.

En la Cooperativa San Valero, en Cariñena, hago mi acopio de vinos de todos los colores. Y con un sol espléndido bajo a La Almunia de Doña Godina para coger la carretera general…

La Costa del Sol (sus vinos)

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Abril¿?-1972

por D. ALEJANDRO SELA

La Costa del Sol es un trozo de suelo español que tiene unos límites no bien precisados. Ni falta que hace. Se sabe cuál es su centro: Málaga. Se puede entrar en esa costa, o por San Roque (Cádiz) o bajando de Levante por Almuñécar (Granada).

Esta última entrada, cuando se va par allí a curiosear en vinos, creo que es la más idónea. Pero conviene empezar las cataduras en Albuñol (Granada). En este pueblo de falda de montaña hay un vino trigueño, un poco moruno más bien. Y muy rico. Se toman unos vasitos de “arrancadera”, y se deben llevar unos litros en las faltriqueras del coche. Por si acaso.

Al pasar por Motril y ver su campo ya se nota que el sol empieza a cumplir una misión especial. Se hace “confitero”. ¿Cómo? Todo lo que toca al acariciarlo lo reduce a dulzuras… Caña de azúcar en lo que queda de Granada y – ya en Málaga – Frigiliana, higos de miel por cualquier parte y uvas y vino. El centro vinícola por excelencia de la Costa del Sol es Vélez-Málaga. Y, en su torno, otros pueblos colaboran con uvas y mosto. Véase: Torrox, Competa, El Bosque, Canillas de Aceituna, Almáchar, Benamargosa, La Viñuela… El paisaje por allí no es de llanura, pero es encantador. La sierra de Almijara extiende sus laderas por esos lugares.

La Industria que se deriva del viñedo se desdobla: En pasa y en vino.

La pasa se logra, sencillamente, así: La uva, está en la cepa lo más posible. Después se cortan los racimos y se llevan a los patios o paseros. Y, extendidos por sus suelos, el sol hace su oficio: evapora el agua de la uva. Y nos da hechas las pasas. Estas, una vez empaquetadas, van a todas partes.

¿Y los vinos? La técnica de elaboración de los vinos de Málaga no es nada sencilla,

He aquí los tipos más señalados:

Málaga lágrima. Procede del mosto que se desprende de las uvas sin presión alguna. Su color es de oro y, en cuanto a sabor, muy delicado.

Málaga blanco dulce. Procede de la cepa Pedro Ximénez. Su olor es fino y profundo.

Málaga seco. De la cepa anterior. La sequedad no es absoluta, pero ¡vaya!

Málaga moscatel. Procede de la cepa que le da nombre, moscatel. Su color es ambarino,

Málaga color. También procede de la cepa Pedro Ximénez, pero con añadidos de uvas negras selectas. Es casi un Jarabe oscuro.

Todos estos vinos se obtienen de soleras – vinos especialmente envejecidos en barricas – y con una técnica de mezclas sumamente depurada. Y años, bastantes años, de reposo y madurez.

Con este conocimiento, por tal zona, volvemos a la costa. Y podemos ver inmediatamente las cuevas de Nerja – un cielo bajo tierra -. Y el mirador de Europa. De cara al mar, claro,

Hemos de ir a Málaga, capital, y ver lo que hay en La Alcazaba, Gibralfaro, la Caleta, el Limonar.

A uno – y ese uno soy yo – le llama la atención un monumento al Jazminero y otro al Cenachero – marengo – vendedor de “pescaíto”. Y otro monumento más. Este a Díaz de Escobar. Él fue quien dijo:

“Quise llegar a la gloria;
en el camino te hallé,
y al mirarte tan bonita
dije al punto: ‘Ya llegué’.”

Preguntando se va a Roma. Y preguntando se entera uno de que allí hubo, en lo popular, mujeres “cantaoras” ejemplares: La Chilanga, La Chirrina, La Brígida, La Repompa… Y en los caballeros, un nombre lo llena todo, Juan Breva.

En lo artístico no debe olvidarse que en Málaga hay tallas estupendas de Pedro de Mena y una Piedad fenomenal de los Pissanis. Y óleos de Ribera, de Zurbarán, Morales y Murillo.

En la costa se verán, si se quiere, Torremolinos, Fuengirola, Marbella, Estepona. Y en sus playas, como si estuvieran en un pasero, mujeres inglesas, suecas, alemanas, tendidas como racimos de uvas doradas… por el sol “confitero”.

Pero el turista debe ser un poco explorador y romper los moldes de un viaje especialmente calculado y separarse de la costa para conocer más vinos y más pueblos: Cartágina, Campillos, Archidona, Mijas, Gaucín, Casares… Ojén. (Recuerda quien lee aquello de ¡Una copita de Ojén!)

Pero hay dos pueblos muy señalados. Antequera, con su Alcazaba, la cueva de Menga y la Peña de los Enamorados. Y Ronda, donde se entera uno de que Pedro Romero fue el Cervantes de los taurinos. Y que, además, la plaza de toros tiene un pórtico barroco… todas esas sierras malagueñas con unos pueblecillos que parecen nevados, y no hay tal. Son así porque están siempre recién encalados… Viajando por estos sitios, si uno va en coche acompañado de una mujer guapa, tiene reiteradamente que advertirle: “Agárrate que hay curva”. Y en las mismas tierras serranas, donde vive la cabra hispánica, se alojó, en su tiempo, José María “El Tempranillo”, un bandolero español inolvidable que “respetaba a las mujeres, amparaba a los ancianos y socorría a los pobres”. Evidentemente, España es diferente. Murió “El Tempranillo”, a los 27 años, el 24 de septiembre de 1834, en la Alameda, al norte de la provincia malagueña. Y allí está enterrado.

A través de las planicies manchegas

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Marzo-1972

por ALEJANDRO SELA

Estar en la Mancha y emocionarse es todo uno. En principio empecé a ir allí para tocar con la mano el espíritu cervantino o quizá, más el quijotesco. Por estas tierras, desde hacía mucho tiempo tenía “conocidos”. Don Quijote y Sancho. Y una mujer, princesa, con la que yo también había soñado… Dulcinea.

Al recorrer los caminos manchegos, más de cuatro veces me he fatigado y sudado de lo lindo. Pero para refrescarme y espiritualizarme siempre tenía a mano el vino, el mismo vino que Sancho llevaba en su bota. Y el que Don Quijote tomó, por un canuto, en la Venta. Y que le dieron las dos mozas de partido…

¡La Mancha! Sol, nobleza, valentía, amor… vino. Que es, en definitiva, todo junto, emoción.

Citemos algunos hitos del camino. El Toboso, Mota del Cuervo, Campo de Criptana, Tomelloso, Argamasilla de Alba, Almagro, Socuéllamos, Villarrobledo, Ruidera, Manzanares, Alcázar de San Juan, Puerto Lápice, Montiel, Villanueva de los Infantes, Belmonte, Valdepeñas…

Al paisaje manchego lo decoran: Molinos de viento, viñedos, trigales o barbechos, ovejas, pastores, ruinas de castillos, coloreadas perdices y un horizonte siempre abierto a la ilusión y a la esperanza. Y el agua plana, espejeante, de las lagunas de Ruidera….

Al vino, para saber lo que es, hay que darle ambiente. Y después de saborearlo, pensarlo.

En la Mancha hay mucho vino. Y, además muy barato. Mal asunto para el efecto psicológico. Y como, por otra parte, se vende en muchas tabernas de España, la gente, sin más, se cree que es un vino de albañiles.

Falta por demostrar, sin embargo, que los albañiles sean tontos. Pero hay más todavía. Después que los vinos de la Mancha salen de su tierra, nadie puede asegurar que sean auténticos hijos de María. Me refiero a la pureza…

Naturalmente, a mí me gustan ciertos vinos de la Mancha. Y mucho. Claro que no todos están Igualmente elaborados. Pero el “saboreador” del vino como el probador de cualquier cosa, debe ser en cierto modo, un investigador. Haciéndolo así siempre se puede decir “a mí no me la dan…”

Si se mira bien, en todas las regiones vinícolas hay sus fallos. Lo que la gente, en el lenguaje de la calle, llama “petardos”.

Señora, cuando su marido cobre una quiniela o herede a ese “tío de América”, con el que soñábamos todos, ponga en actividad sus lagrimales y suplíquele que la lleve a la Mancha.

¡Que tanto puede una mujer que llora!

Señorita, no sea tonta. Cuando se tiene por novio un “príncipe azul” – todos los maridos hemos sido el “príncipe azul” de mujeres resignadas – póngale como condición para dar el “sí” de boda que la lleve algún día a las lagunas de Ruidera. Allí se puede practicar el amor matrimonial sin… contaminación atmosférica. Para que se vea que no hablo a humo de pajas invito a mis lectoras a que prueben el vino “Don Quijote” de Daimiel. O el Guerola alambrado de Valdepeñas. Los dos, claretes, sin olvidar el blanco “Yuntero” de Manzanares.

Valladolid, o la espiritualidad

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Febrero-1972

por ALEJANDRO SELA

Valladolid, provincia que conozco bastante bien es, para mí siempre, incitadora de emociones. ¿De qué clase? De todas.

El punto de arranque, para quedar casi anonadado, está en el Museo de Escultura, Colegio de San Gregorio. Aquí, si se detiene uno un par de horas, se espiritualiza definitivamente. Viendo las “cosas” de Gregorio Fernández, Berruguete y Juan de Juni, el contemplador se eleva a lo más.

Yo, cuando estoy espiritualizado, puede decirse que soy “de aviación”. O un pájaro de plumajes poco vistosos.

Demos una vuelta, volando, para conocer los vinos de esta provincia, Como no hay montañas se puede volar sin temor.

Tres zonas hay especialmente señaladas vinícolamente hablando. Una, hacia el norte: Cigales, Mucientes, Fuensaldaña… Otra, al este: Peñafiel, Valbuena de Duero… Y la última más bien hacia el sur: Serrada, Pozáldez, La Seca, Dueñas, Nava de Rey…

La primera tiene fama por sus claretes. La segunda por sus tintos. Y la tercera por sus blancos. Son estos blancos de mesa y generosos.

En todos los lugares que cito hay casas que elaboran muy bien. Y logran estupendas calidades.

Los elementos fundamentales para obtener buenos vinos los hay en Valladolid. Sol, suelo y, en el vitivinicultor, voluntad de hacer las cosas bien.

Pero, lo sé, los vinos de estas tierras no están en todas partes. Me refiero a España. Ignoro las causas.

Yo, con toda la humildad que se quiera, me considero un explorador de vinos. Y, al hablar de ellos, quisiera que se me entendiera. Cuando, de viaje, se pasa por los lugares que cito, vale la pena detenerse a probar. Y, después, formarse su propio juicio. Que es, en definitiva, lo que cuenta.

Hay muchos pueblos españoles por los cuales no debe pasarse de largo… Si se beben los vinos que recomiendo, con la moderación que procede, el viaje acaba de espiritualizarse del todo. Creo que habrán oído hablar del espíritu del vino.

Si no se gusta de tomar el vino solo, puede acompañarse con corderillo asado de Peñafiel y queso y pan castellanos. ¿Solamente? Digo esto como ejemplo.

Pero, no se olvide, estamos volando. Y desde las alturas podemos ver chopos inhiestos como agujas y algunas masas de pinos de copa plana. Y, si es tiempo, trigales y amapolas…

Y dos castillos con mucha solera, de tal modo cuidados que parecen “del paquete”. Los de Medina del Campo y Torrelobatón. No se me olvida. En Valladolid hay unas castellanas como soles. Pero, cuidado, no quiero decir que sean redondas…

Cáceres y sus vinos

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Diciembre-1971

por ALEJANDRO SELA

En los primeros días de octubre último experimenté especiales emociones. Estuve pasando unos días por la provincia de Cáceres. Solamente. ¿Les parece poco?

Vamos por partes. Yo fui a esta provincia para ver “lo que se pesca” en asunto de vinos. Pero los resortes de la emoción se me soltaron ya en el camino, en Ávila, por Mombeltrán, con su castillo, y en Arenas de San Pedro, con su vegetación variada y sus pinos.

Después, al llegar a la provincia cacereña leo, en alguna parte, sobre tabla: Pantano de Rosarito. Y, encima, una flecha. Sorpresa. Doy mi palabra de honor de que éste es el primer pantano español que conozco con nombre de señora… El destino me tenía reservado a mí este descubrimiento.

Y seguidamente, entro en la Vera, Vera de Cáceres. Y la emoción se me desata… Aquí la belleza va del brazo de la utilidad como si tal cosa. Las tierras, onduladas, parecen volantes de la falda de “bailaora” gitana. Y son, efectivamente, pero volantes de una falda de la sierra de Gredos.

Y de vinos, ¿qué? Probé vinos en Plasencia, Trujillo, Zorita, Logrosán, Alcántara, Montehermoso, Moraleja, Miajadas… Y por este último lugar, me despisté para llegar a Medellín (Badajoz) y adquirir un vino especialmente jugoso y que lleva la etiqueta de Castillo de Medellín.

Y en Montánchez -otra vez en Cáceres -, especialmente, compré una caja de botellas en la bodega Galán. Y lo siento. Siento… no haber comprado más.

¿Qué emociones o sensaciones se experimentan después de tomar esos vinos? Hablo por mí. Me entraron unas ganas terribles de ser conquistador ¿Conquistador de qué? No me es posible ser sincero. Ustedes comprenderán… Soy marido. El que quiera sacar punta a mis ideas que las afile por cuenta propia.

En Cáceres todo es de primera mano, virgen. El sol, el color, el paisaje… Las encinas, las higueras, los olivos, los viñedos…

Es curioso. Dos de los más importante reyes españoles fueron a morir a Cáceres. Carlos V, en Yuste. Y Fernando el Católico, en Madrigalejo.

En Cáceres se puede dar satisfacción al cuerpo y al espíritu. Al cuerpo con truchas del Jerte, perdices a la moda de Alcántara y jamonín de Montánchez. Por ejemplo.

Y al espíritu… Téngase en cuenta que hay tres catedrales: Dos en Plasencia y una en Coria. Y dos obispos.

Y Guadalupe. ¡Guadalupe! Desde hace años yo me siento vinculado a la Virgen de este lugar como pecador nato. La primera vez que fui de romero iba pobre de gracias y rico de pecados. Recé algo, no mucho. Y salí como nuevo. Rico de gracias y pobre de pecados.

Pero, pobre de mí, las gracias se me acabaron pronto y los pecados aumentaron desmesuradamente. Y claro, tuve que volver a Guadalupe…

Perdón. Estoy terminando esta croniquilla y no dije nada de las mujeres cacereñas. Me arrepiento. Son especialmente guapas y seductoras. Pero cuando se ponen sus trajes típicos, las pobrecillas, por su peso, tienen que soportar algo así como “una tienda de tejidos”.

Se nota ahora, sin embargo, una cierta influencia de ideales ingleses ¿Ingleses? ¿En Cáceres? Sí, se nota el influjo aligerante de los ideales de Mary Quant. ¿Cómo?

¡Si están a la vista!

Los vinos de Jumilla

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Noviembre-1971

por ALEJANDRO SELA

A mediados de abril de 1948 alguien que me merecía confianza de susurro al oído:

-En Jumilla hay un vino muy bueno.

– ¿Dónde está Jumilla?

– En Murcia.

Pocos días después, en viaje, mi mujer y yo hacíamos noche en Villena. Aquí vimos un castillo y el monumento a un gaitero. (Yo, desde niño, y sin propósito de ofender a nadie, al que se dedica a la música de un modo o de otro, le llamo gaitero. Y a mí los que me conocen, por que toco mucho la bocina del coche, me llaman el gaitero de las carreteras. Bien. Al gaitero de Villena le llaman Chapí).

En Monóvar quise ver la casa de un señor a quien admiro, Azorín. Pero estaba cerrada.

El día 26 de tal mes y año entramos, en la mañana, en Jumilla. Y me compré dos docenas de botellas de vino de Asensio Carcelén, de Bleda y de Savín. Por razones que no hacen al caso no intenté ver ninguna bodega. Pero en Jumilla dormimos. Al probar los vinos quedé asombrado.

El pasado día 9 de octubre de este año, 1971, dormí, solo, en Valdepeñas, en el Motel El Hidalgo. En este Motel me di cuenta de que había una camarera impresionante. ¿Miss Europa? ¿Lady Universo?

Al día siguiente, antes de llegar a Alcaraz (Albacete), a las ocho de la mañana, tuve que detenerme varias veces. Las perdices, como aves de corral, andaban picoteando por la carretera. No quise hacerles daño.

¿Conocen ustedes, lectoras mías – siempre pienso que a mí no me leen los caballeros -, el paisaje tremendo e impresionante, de vegetación, que hay desde Alcaraz a Elche de la Sierra? ¿No, de verdad? Háganme caso, véanlo. Por esas tierras, más de sesenta kilómetros de carretera, lo que se ve no es humano. Es divino.

En Jumilla visito la bodega Carcelén. Don Juan, el jefe, me guía y me habla de los vinos del pueblo. Un Jumilla de la Cooperativa San Isidro sacó, en 1970, medalla de oro en Moscú. Y en Budapest, un Carcelén, Pura Sangre, no hace mucho, sacó otra medalla de oro. De las medallas de plata y cobre perdí la cuenta…

Así que los vinos de Jumilla, como las mujeres guapas, son de campeonato.

En Jumilla, que están en todo, hacen vinos de señora y de caballero.

En otras regiones vinícolas que tengo visto hacen los vinos como los hacia “su papá” y “su abuelito”. Pero en Jumilla no se duermen en los laureles. Con una veneración inmaculada a sus antecesores, procuran estar al día. Ir siempre a más.

Yo dije, hace poco, en alguna parte, y por razones vinícolas: Si yo fuera musulmán haría en Jumilla mi Meca.

Esto está que arde. ¿Por qué? Veo como cosa inmediata mi conversión

Señora o señorita, si cuando vayan ustedes a Jumilla ven en la plaza de la Constitución un moro descalzo, con los zapatos al lado, arrodillado y haciendo lo que hay que hacer frente al sol, por favor, no le pidan el carnet de identidad.

Ese moro soy yo.

¡Seguro!

La vendimia está ahí, todavía en muchos puntos del país. Ha venido con la puntualidad propia de una señorita con palabra de caballero.

Y con ella la inquietud, el trabajo y la alegría. Es decir, la emoción. Y no la felicidad.

La felicidad, creo yo, es una ilusión frívola. Algo así como un ideal de cupletista. Las gentes del campo español sin excepción, somos realistas. Y no soñamos nunca con quimeras.

La historia del arte, si se mira bien, tiene bastante contenido ampelográfico. Aunque ahora, hay que reconocerlo, está pasando un bache. Los pintores abstractos no pintan uvas ni racimos, ni siquiera artistas de cabaret. Y pintores de género ya no quedan. El género, como forma pictórica, no está de moda. Los pintores actuales no quieren saber nada con lo que se hace en el campo, con la agricultura profesional, con la escena del campo. Si queremos ver faenas laborales tenemos que volver la vista a Sorolla, Cecilio Pla y otros. En la actualidad sólo conozco uno, sencillamente bueno, extremeño, que pinta muchos viñedos en invierno. Es decir, sin uvas. Se trata de Ortega Muñoz.

Los músicos, sobre todo los líricos, fueron buenos “cultivadores” del campo. Recuérdese La alegría de la huerta, La rosa del azafrán, La pícara molinera, La del manojo de rosas… Y más. Pero tuvieron, así y todo, un lamentable olvido. No se escribió, hasta ahora, que yo sepa, una zarzuela que se titulara Las vendimiadoras. Sería un éxito. Esta zarzuela, que yo me imagino, tendría mujeres hermosas cantando el aria del otoño. Llevarían en brazos sarmientos con sus frutos. Y no tardaría en aparecer el coro de mozos, por que les gusta el verde, replicando al estilo de Marcos Redondo. La vendimia no se concibe sin el sombrero de paja. Este es, supongo yo, para todos los que vendimian, su “carnet de identidad”. Lo llevan las mozas, los mozos… En algún lugar de España, lo he visto, se lo ponen los monjes trapenses cuando vendimian…

Los vinos gallegos

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 29-5-1971; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

EN los primeros días de junio del pasado año de 1970, me pareció conveniente ir a la Feria del Campo, en Madrid. En ella había mucho que “ver”. Me refiero a vinos. Pero, a la vuelta, me detuve en Medina del Campo, Rueda, Pozáldez, Matapozuelos y La Seca (Valladolid) y en La Bañeza (León). Cuando se prueban los vinos de estos lugares se puede ir por otros pueblos de España con la cabeza muy alta. Resisten con el máximo decoro cualquier comparación.

Cuando salía de La Bañeza resuelvo irme a Galicia para respirar sus aires, beber sus vinos y ver sus mujeres. Y lo logro.

Entro en Galicia por El Barco de Valdeorras. Y me detengo especialmente en La Rúa Petin. Y empiezo a asombrarme. La cooperativa vinícola de La Rúa es fenomenal. Por todo. Y el personal encargado de ella me recibe con los brazos abiertos a la cordialidad. Y me da a probar su blanco y su tinto. Como llego a la hora del aperitivo entono el estómago. Entro, pues, en Galicia con buen pie.

Desde allí salgo disparado hacia Verín. En esta ruta subo y bajo muchas cuestas con las curvas correspondientes. Y paso por dos pueblos, Viana del Bollo y La Gudiña, que vale la pena ver.

Cuando llego a Verín, después de las tres de la tarde, llevo el apetito desbocado. Y como de lo mejor que tiene Galicia o caldiño, cabrito asado y todo salpicado con un tinto de Monterrey. Salgo de allí, hacia Orense, “bien puesto”. Pero llueve. Cuando se viaja por Galicia y llueve hay que acordarse de Rosalía de Castro.

“Chove miudiño,
miudiño chove
……………………”

Me las arreglo para pasar por Rivadavia y hacer “provisión de vinos”. Más tarde, no mucho, entro por La Cañiza para meterme en otra zona de vinos, El Condado. Y me detengo en Arbo, Sela y Salvatierra. Por allí anda o Miño que nos separa de Portugal. Y más tarde aparezco por Puenteareas, Porriño y Bayona. En este último lugar, ya de noche, duermo. Y muy bien. Duermo en un castillo almenado que hay n’a veiriña d’o mar.

Al amanecer salgo de Bayona. Y el sol, en aquellos momentos, también sale. Y me ilumina con caricias y radiante a través de los pueblos que voy viendo. Y que son Vigo, Redondela, Pontevedra, Combarro, Sanjenjo… Cuando llego a Cambados alguien me dice que está allí el general De Gaulle. Pero no le busco ni me busca… Es difícil que dos hombres orgullosos, cada uno a su estilo, lleguen a encontrarse. Les sucede algo parecido a lo que se dice de las líneas paralelas… En Cambados sólo tuve tiempo para ir a misa – era domingo – a la iglesia parroquial y comprar unas botellas de Albariño. Este vino, con razón, es famoso. El Albariño es una especie de oro embotellado en verde.

Serían las once de la mañana cuando ya me encuentro en Villagarcía y compruebo que es verdad lo que dice la canción “que es puerto de mar”.

Y, a las doce y media, tropiezo en Santiago con mi viejo amigo, el Apóstol. Santiago es, se puede decir, soportador de abrazos. Y, además, allí busco o santo d’os croques, le doy unas cabezadas para adquirir una inteligencia que noto que me falta hace años…

Hacia las dos de la tarde, en Lugo, como “lacón con grelos”.

Los vinos gallegos en general, siendo buenos, para mi gusto son un poco ácidos. La música del país es deliciosa, las mujeres son melosas y el paisaje es de égloga. Sólo hay un negocio posible. Casarse con una gallega y quedarse a vivir allí. Pero conviene saber, según tengo entendido, que para conquistar una gallega no hace falta usar las frases corrientes como “cielo mío”, “vida mía”. Basta manejar con habilidad una sola palabra. ¡Encantiño!