Feliz año

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 19/26-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

HAY una época del año de subido valor emotivo y de particular interés de intimidad. Se sitúa en la última decena de diciembre. En ella están la Navidad primero y la Nochevieja después.

En esos días los miembros de las familias llevan o llevamos a los hogares, como las abejas, las máximas dulzuras.

Los que somos golosos de la buena fruta y de las confituras lo pasamos “bomba”. Entre las frutas está la uva. Y entre las confituras – yo las califico así – las pasas. Uvas de Almería o de donde sea. Y las pasas de Málaga, Denia…

Yo soy fiel a una tradición. Siempre, todos los años, me tomo en Nochevieja las doce uvas de la suerte al compás de las campanadas de un reloj. Y así, si hay algún día venturoso a través del año en mi vida, a las uvas se lo debo. Enlazo el efecto con la causa. Me parece natural.

La vitivinicultura ha sido siempre bien mirada por la Iglesia católica. Recuérdense los diferentes pasajes de la Biblia que hablan del vino y el uso diario que los sacerdotes hacen del mismo.

Por su parte, los creadores del estilo barroco o churrigueresco han elevado las uvas, casi divinizándolas, a los altares. Las columnas salomónicas de ese estilo están contorneadas con sarmientos de vid con sus frutos dorados. Y nosotros, cuando se da el caso, al hacer nuestras prácticas religiosas, en determinados templos, nos postramos de hinojos teniendo delante santos y racimos de uvas.

Somos muchos los que hacemos de este fruto un alimento preferido, en tanto lo hay, claro. Y entre personajes importantes de la literatura española tenemos excelentes “compañeros”. En el Quijote se lee lo siguiente: “Levantóse, en fin, el señor gobernador, y por orden del doctor Pedro Recio le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas”.

Es de notar la avidez y el cómo saboreaban las uvas Lazarillo de Tormes y su amo ciego. Copio del delicioso libro: “Acaesció que llegando a un lugar que llaman Almorox (Toledo) al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador les dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel tornábase mosto y lo que a él se llegaba.

Acordó de hacer un banquete, así por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dixo:

“ – Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hagas dél tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos y desta suerte no habrá engaño.

“Hecho así el concierto comenzamos, mas luego al segundo lance el traidor mudó el propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debía hacer lo mesmo. Como vio que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, más aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dixo:

“- Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que te has comido las uvas tres a tres.

“- No comí – dixe yo -, mas ¿por qué sospecháis eso?

“Respondió el sagacísimo ciego:

– ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que yo las comí tres aires y tú callabas.

Samaniego, que no en balde era de una región de uvas, La Guardia (Álava), nos dejó una fábula, la de «La zorra y las uvas», que es ejemplar. Veamos su final:

 “Al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas,
miró, saltó y anduvo en probaturas,
pero vio el imposible ya de fijo,
y entonces fue cuando la zorra dijo:
“No las quiero comer, no están maduras”.
No por esto te muestres impaciente
si se te frustra, Fabio, algún intento.
Aplica bien el cuento
y di: “No están maduras”, frescamente”.

Ahora veo claramente la eficacia pedagógica de esta fábula que los maestros de mi tiempo enseñaban a los niños. Somos muchos los hombres decididamente admiradores del amor y de sus causas. No me extraña nada que amigos míos, maridos, cuando ven mujeres hermosas digan, con honda pena por supuesto, como una raposa cualquiera:

– ¡No están maduras!

Quevedo

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 12-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

VUELVO sobre el tema Quevedo, poeta, y el vino. Pero creo que conviene hacer algunas precisiones sobre el estado de la cuestión “poesía”. Y sólo para algunos posibles lectores. Para otros no hace falta.

La poesía, antes que ser razón, es misterio. Y siendo misterio es encanto. Y por ser encanto es emoción. La poesía no es, no debe ser, para tener calidad, absolutamente clara y razonable. Tiene que ser otra cosa. Claridad y obscuridad mezcladas le van bien. Algo así como una mujer que dice que no con la boca y, sin embargo, al mismo tiempo, dice que con la mirada. Se dan casos.

Guillermo de Torre, crítico literario enterado, cita opiniones que te confirman en el criterio expuesto. Por ejemplo, el poeta inglés T. S. Eliot, premio Nobel, fallecido hace pocos años, decía que no estaba seguro de haber entendido todos los pasajes de un Shakespeare, sin dejar por ello de admirarle menos. Jaques Maritain acertaba a delimitar algo muy obvio: la diferencia entre el sentido poético y el sentido lógico. Más todavía, Herber Read exaltaba sin atenuantes la obscuridad como valor poético.

Ortega y Gasset y Baroja tuvieron una vez una discusión. Ortega decía que la gente lee lo que entiende. Y, por el contrario, Baroja opinaba que la gente lee, con más frecuencia, lo que no entiende.

En la vida diaria, corriente, estamos rodeados de muchas cosas que no entendemos con claridad y las aceptamos sin inconveniente. En diversas ocasiones he oído a maridos, más bien antiguos maridos, decir algo parecido a esto:

– A mi mujer no hay quien la entienda.

Y era verdad. Pero esos maridos no se dan cuenta de lo que no se entiende en las mujeres tiene todo el encanto de lo misterioso. Y que es este “no entender” lo que les ata más a ellas.

Quevedo, uno de los más altos y al mismo tiempo uno de los más hondos poetas de la historia literaria española, se sirvió del vino para darnos las más bellas imágenes en el arte de la poesía.

De ésta, de la poesía, dijo Cervantes, entre otras cosas: “Ella es hecha de una alquimia de tal virtud que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo, de inestimable precio”.

Y ahora, sin explicaciones, voy a reproducir cinco sonetos de Quevedo donde el vino juega un papel importante. A mí me parecen estupendos, pero cada uno debe arreglárselas como pueda para sacarles su jugo emocional.

Castiga a los glotones y bebedores que con los desórdenes suyos aceleran la enfermedad y la vejez

 Que los años por ti vueles tan leves
pides a Dios, que el rostro sus pisadas
no sienta, y que, las greñas bien peinadas,
no pase corva la vejez sus nieves.

Esto le pides y, borracho, bebes
las vendimias en tazas coronadas;
y para el vientre tuyo, las manadas
que Apulia pasta son bocados breves.

A Dios le pides lo que tú te quitas;
la enfermedad y la vejez te tragas,
y estar de ellas exento solicitas.

Pero en rugosa piel las deudas pagas
de las embriagueces que vomitas,
y en la salud que, comilón, estragas.

Al rey Baltasar, cuando profanó en el convite los vasos sagrados del templo

De los misterios a los brindis llevas,
¡oh Baltasar! los vasos más divinos,
y de los sacrificios a los vinos
en que injurias de Dios profano bebas.

Que a disfamar los cálices te atrevas,
que vinieron del templo peregrinos,
juntando a ceremonias desatinos
en la vajilla de blasfemias nuevas.

Después de haber, sacrílego, bebido
toda la edad de Baco en urna santa,
mojado el seso y húmedo el sentido,

ver una mano en la pared te espanta,
habiendo tu garganta merecido
(no que escribas) que corte tu garganta.

Médico que, para el mal que no quita, receta muchos

  La losa en sortijón pronosticada,
y por boca una sala de viuda,
la habla entre ventosas y entre ayuda,
con el denle a cenar poquito o nada.

La mula en el zaguán tumba enfrenada,
y por julio, un arrópenle si suda;
no beba vino, menos agua cruda;
la hembra, ni por sueños ni pintada.

Haz la cuenta conmigo, dotorcillo,
para guitarme un mal, ¿me das mil males?
¿Estudias medicina o Peralvillo?

Desta cura me pides ocho reales;
yo quiero hembra, y vino, y tabardillo,
y gasten tu salud los hospitales.

Otro soneto

 Estos son los obreros de rapiña,
que, viniendo a la viña los postreros
 trabajan menos, ganan más dineros
y aprisionan al dueño de la viña.

Al padre de la viña se le aliña
gentil vendimia en estos jornaleros,
pues el vino le encierran en sus cueros,
podan el pago y roban la campiña.

Ya que a la viña del Señor no vienen,
al señor de la vida has agarrado,
menos puras las almas que las cubas.

Y por miedo que al Profeta tienen,
al revés de la viña del pecado,
siendo Labrusca, se hacen unas uvas.

Gabacho, tendero de zorra continua

 Esta cantina revestida en faz;
esta vendimia en hábito soez;
este pellejo, que con media nuez
queda con una cuba taz a taz;

esta uva, que nunca ha sido agraz,
el que una vez bebe otra vez;
esta, que dejan a sorbos pez con pez
las bodegas de Ocaña y Santorcaz;

este, de quien Panarra fue aprendiz,
que es pulgón de la vina su testuz,
pantasma de las botas su nariz,

es mona que a los jarros hace el buz,
es zorra que al vender se vuelve miz,
es racimo mirándola a la luz.

(…y añade estos dos sonetos en el capítulo del libro, “Vino, Amor y Literatura”)

Bebe vino precioso con mosquitos dentro

  Tudescos moscos de los sorbos finos
caspa de las azumbres más sabrosas
que porque el fuego tiene mariposas
queréis que el mosto tenga marivinos.

Aves luquetes, átomos mezquinos,
motas borrachas, pájaras vinosas,
pelusas de los vinos envidiosas,
abejas de la miel de los tocinos,

liendres de la vendimia, yo os admito
en mi gaznate, pues tenéis por soga
al nieto de la vid, licor bendito.

Toma en el trago hacia mi nuez la boga,
que, bebiéndoos a todos, me desquito
del vino que bebisteis y os ahoga.

Prefiere la hartura y sosiego mendigo a la inquietud magnífica de los poderosos

  Mejor me sabe en un cantón la sopa
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico, que se engulle todo el mapa,
muchos años de vino en ancha copa.

Bendita fue de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa;
más quiere menos sastre que más capa;
que hay ladrones de seda, no de estopa.

Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien me sepa;
somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.

Más descansa quien mira que quien trepa;
regüeldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a fortuna, yo a la cepa.

Tiempo de uvas y vino nuevo. La vendimia

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 24-10-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

LAS UVAS DE LA BELLA, DE CUANDO CIRO BAYO VENDIMIABA PARA PAGARSE SU VUELTA A ESPAÑA

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

La vendimia es una faena de recolección de frutos. Los que hemos nacido en hogar agrícola sabemos de las emociones a que da lugar la recogida de frutos pendientes. Alegría y temor conjuntamente. Alegría al ver culminados los esfuerzos de tantas labores y operaciones realizadas en los cultivos. Y temor porque, a última hora, con demasiada frecuencia, viene “el tío Paco” con la rebaja de esas alegrías. El tiempo, con sus impertinencias, actúa de aguafiestas. Y, sobre todo, las lluvias. Los frutos del campo, cualesquiera que sean, quedan notoriamente perjudicados cuando se recolectan con humedades.

A pesar de todo, los agricultores españoles, por razones profundamente sicológicas y por herencia, en las faenas de recogida de frutos se “sueltan el pelo” y se dedican al musiqueo y al bailoteo.

No me es posible olvidar mi infancia y juventud en las esfoyazas o esfoyois – deshojado del maíz en los hogares asturianos – acabada la recogida. Aquí suena la gaita, el tambor y, a veces, el acordeón. Y con todas las consecuencias que esto trae consigo.

Pero la operación recolectora más española, más nacional, es la vendimia. Hay viñedos en casi toda España. Y en cada región le dan a la “manivela de la alegría” con su estilo peculiar.

Hay que reconocer, sin embargo, que en los últimos tiempos las fiestas de la vendimia tienen una apariencia unificada. En la recogida de la uva y su pisado, el vitivinicultor español se siente decididamente partidario de la monarquía electiva y nos da unas reinas con sus damas de honor que quitan el hipo… Y con ello nos hacen ver encantadoras primaveras en el otoño. A mí, particularmente, no me molestaría nada ser rey consorte en este tipo de monarquía.

En el pasado año – última decena de octubre – he visto la vendimia en Cebreros. Por casualidad. Yo iba hacia Andalucía – Huelva y Córdoba – para hacer lo que me gusta, probar vinos “sobre el terreno”. Al detenerme en Cebreros, sentado sobre una roca granítica, en medio de un paisaje de sierra, velazqueño, lo pasé muy bien. Vi los carros castellanos con sus mulas y los cestillos altos, color caoba, rebosantes de racimos. Pero el color dorado lo cubría todo: el sol de la tarde, las hojas de la vid y los sombreros de las vendimiadoras.

Más adelante, en ruta, un poco antes de legar a Torrijos me ocurrió un hecho altamente emotivo. Casi anochecía. Un tractor llevaba un remolque cargado de vendimiadoras. Y éstas, al verme adelantar y sin saber quién era, claro, me ofrecieron racimos de uvas tintas. A pocos metros de distancia detuve el coche, aparqué en forma y me fui hacia el remolque a buscar el regalo tan espontáneamente ofrecido. Acepté dos racimos hermosos. Quise, para corresponder, darles algún dinero y que después, en Torrijos, se compraran unos bombones. Pero con la máxima energía rechazaron mi pretendido regalo.

Las vendimiadoras de Torrijos, representantes sin duda de todas las vendimiadoras de España, me hicieron el más estupendo homenaje que se puede hacer “al vinícola desconocido”.

Después, en Manzanares, donde hice noche, cené los dos racimos de uvas dulcísimas. Que así me gustan.

He de referirme ahora a un vendimiador curiosísimo. Se trata de don Ciro Bayo, íntimo amigo de don Pío Baroja. Don Ciro, abogado y escritor singular, a comienzos de siglo hizo un viaje por media España, a pie y sin dinero. Salió de Madrid, bajó hasta Sevilla y se fue después por todo el Levante hasta Barcelona. Para sostenerse, durante algunos días del camino se dedicaba a trabajar a jornal para algún agricultor en las más variadas faenas. En cuanto reunía algunas pesetas proseguía el viaje. Y así todo el camino.

Cuando llegó a la provincia de Castellón, en “una aldea cuyo nombre no hace al caso – dice -, pero que desde ella en días serenos se ven las islas Columbretes, así llamadas por que se columbran desde la costa castellonense”, se hizo vendimiador. “Como los demás jornaleros, habían de trabajar de sol a sol, descontando dos horas al mediodía, por tres pesetas de jornal, una hogaza para todo el día, dos comidas diarias y vino a discreción”.

Acabada la vendimia, que fue a los tres días de mi contrata, quise echar el resto y ayudé a la pisa. Allá en el lagar, con otros compañeros, bailé diabólica danza, atabaleando, pisando y estrujando montones de uvas con los pies. Los próvidos racimos se reducen a escobajos, en tanto que el mosto, saliendo por un canal, se vierte en las tinajas donde ha de fermentar, hasta que una mano industriosa lo envase después vinificado”.

Todo esto lo dice don Ciro en su libro Lazarillo Español, obra premiada por la Real Academia Española.

Pepitas

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 12-9-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

La uva no es materia madre para hacer el vino. Es materia “prima”.

______

El que toma mucho vino de pasto corre el riesgo de sentirse… “vaca”.

______

En Sevilla y otros pueblos andaluces, por Semana Santa, el vino es el carburante de ese “motor” que se llama costalero.

______

En la provincia de Cádiz se produce y se bebe mucho vino.

Es para apagar la sed que produce tanta…sal.

______

Los vinos “enyesados” ocultan, tal vez, alguna lesión.

______

El vino de San Martín es un vino de bastante capa. ¡Falta le hace!

______

En una ocasión, sin saber cómo ni por qué, me encontraba en un pueblo de Cuenca que se llama Arrancacepas.

– ¿Y hay allí viñedos? – preguntará el lector.

– ¡Ya no!

______

El vino andaluz de “rayas” es un vino pedagógico, para principiantes.

¡Es un vino de palotes!

______

El vino tostado de Ribadavia es dulce y con un aroma delicioso. Debiera ser el vino de moda en las playas.

Si las mujeres van a ellas a tostarse por fuera. ¿Por qué no se deciden a hacerlo también por dentro?

______

He podido comprobar que a las mujeres les gusta con preferencia el vino de aguja.

Ellas, las pobres, ¡siempre tan laboriosas!

______

Las levaduras, en la formación del vino, actúan como los atletas por relevos. Primero las apiculadas. Después la elípticas. Y éstas, por fin, ceden los trastos a la levadura Pasteur.

______

Copio de Ortega y Gasset: “La felicidad – decía Marimée – es como una gana de dormir”.

La historia de la literatura española está llena de personajes que tienen ganas de dormir y se duermen después de haber bebido vino. Citemos uno solamente, Sancho Panza. Éste, en diversas ocasiones, después de apurar la bota, se duerme como un bendito.

No se pierde nada con imitar a Sancho.

ALEJANDRO SELA

Gil Blas de Santillana

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 22-8-1970

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

El autor de esta novela picaresca es Lesage. Su traductor del francés, el Padre Isla. Se ha hablado mucho, hubo dimes y diretes, acerca de su auténtica paternidad. Que si Lesage se apropió de un texto hecho por otro, que si tal o que si cual. No entramos a dilucidar este asunto. No nos interesa.

La novela narra hechos ocurridos entre fines del siglo XVI y la primera mitad del XVII. Pero fue escrita al comienzo del siglo XVIII. Se escenifica por tierras españolas. Solamente. Y como está frecuentemente salpicada de referencias al vino, por eso le hemos metido el diente para subrayar o poner de relieve lo que de él se dice, pero en parte únicamente. La novela es amena, clara, interesante. Da para leer unos días. Y para pensar y soñar. Lo ideal como lectura.

Más de cien citas del vino he encontrado en ella. Gil Blas sabía leer. Y era o es muy delicado en sus expresiones. La frase “exquisitos vinos” la repite, según mis notas, más de doce veces. Pero usa, además, otras calificaciones: delicado, bueno, rico, sabroso, excelente, néctar… Y cuando el vino que toma no le gusta, le llama detestable, mediano… En una palabra, Gil Blas sabe por dónde se anda.

Creo que la verdadera historia del vino es pañol está en las obras literarias. Y por eso me meto con gusto en algunas de las para poner a flote lo que vale la pena que es conocido por todos. Se nota, lo noto yo, la sensibilidad del beber a través de los tiempos.

Gil Blas sale de Oviedo, su pueblo natal, y en un mesón de Peñaflor la hospedera, natural de Castropol, le sirve. Y aparece el gorrón, el pícaro aprovechado. Gil Blas pica y le invita a comer. Y el “fresco” bebía frecuentemente brindando unas veces a mi salud y otras a la de mi padre y de mi madre, no hartándose de celebrar su fortuna en ser padres de tal hijo. Al mismo tiempo echaba vino en mi vaso, incitándome a que le correspondiese. En efecto, no correspondía yo mal a sus repetidos brindis.

. . . . . .

Gil Blas, en sus andanzas, cae prisionero en una cueva de ladrones, donde hay de todo. Uno de ellos lleva a Gil a una bodega, donde vi una infinidad de botellas y grandes vasijas de barro bien tapadas llenas todas de exquisitos vinos. Los bandoleros se sientan a comer con mucho apetito. Convinieron todos en que parecía yo como nacido para ser copero cuyo.

Uno de los ladrones: Era hijo de un rico vecino de Madrid y le pusieron sus padres un preceptor que era bachiller de Alcalá. Este bachiller era inclinado a las mujeres, al juego y a la taberna. Y así salió el discípulo…

. . . . . .

Más adelante, huido de la cueva de los ladrones, se detiene a comer en alguna parte: Sentéme a una asquerosa mesa donde comí un pedazo de pan con un cuarteto de queso y bebí algunos tragos de un detestable vino que me trajeron.

. . . . . .

En Valladolid Gil Blas se coloca de criado con un tal doctor Sangredo. Y éste preguntaba a sus clientes:

– ¿Y bebe usted vino?

– Sí, señor, pero aguado.

– Justamente – continuó el médico – La vejez anticipada siempre es fruto de la intemperancia. Si usted hubiera bebido sólo agua clara toda su vida…

Define este doctor la vejez diciendo que era una tisis natural que nos deseca y consume. Fundado en esta definición lamentaba la ignorancia de los que llaman al vino leche de los viejos.

Este dictamen médico se encuentra en el primer tercio de la novela. Pero pasado el tiempo, después de varios años de aventuras, hacia la tercera parte del libro, Gil Blas vuelve a Valladolid y visita a su antiguo amo, ya jubilado, al que encuentra tomando agua… con vino.

Dice Gil Blas, al verlo, ¡Le he cogido a usted en el garito! Y añade: Encontróse el doctor algo atarugado con esta réplica.

. . . . . .

El hijo del barbero yo nos entramos los dos en una taberna. Presentáronnos un vino bueno, el cual me pareció mejor de lo que era por la gran gana que tenía de beberle.

. . . . . .

Bebimos perfectamente y después nos retiramos cada uno a su casa, en buen estado ambos; quiero decir moros van, moros vienen…

. . . . . .

Acompañó este exquisito guisado con vino que, según él decía, el rey no lo bebía mejor.

. . . . . .

Comenzamos entonces a roer nuestros rebojos y las preciadas reliquias de la liebre, alternando con tan frecuentes topetadas a la bota que en poco tiempo la dejamos enteramente pez con pez, sin que en este tiempo desplegase los labios ninguno de los tres.

. . . . . .

Si no estáis convidados os quiero llevar a una casita de los cielos, donde beberéis un vinito de los dioses.

. . . . . .

Cuando se sirvieron los postres les pusimos muchas botellas de los mejores vinos de España.

. . . . . .

Nosotros bebimos a discreción, ni más ni menos que nuestros amos, y todos estábamos bien compuestos cuando salimos de casa del señor Gregorio.

. . . . . .

Se refiere a los que alternaban con actrices. Nosotros vivimos y bebemos todos los días con ellas.

. . . . . .

Tratóse entonces si marcharíamos en aquel mismo punto o nos detendríamos primero a dar un tiento a la bota llena de exquisito vino que el día anterior había traído de Cuenca. Certifico la calificación. Yo he tomado vino de Cuenca en Tarancón, en Belmonte y en Mota del Cuervo.

. . . . . .

Bajamos al hondo de la cueva como el día anterior y pusimos a refrescar las botellas de vino en uno de los arroyuelos… Y después mandó traer las botellas que habíamos puesto a refrescar y comenzó a vaciarlas todas, ayudándole sus gentes y repitiendo a nuestra salud muchos brindis por irrisión.

. . . . . .

Empezaba a faltarnos el pan y nuestra bota se había convertido en un cuerpo sin alma.

. . . . . .

Soy del parecer que renovemos nuestras provisiones, y así, marcho con este fin a Chelva, que es una linda villa… Dicho esto cargó en el caballo la bota y las alforjas.

Volvió de Chelva con muchas cosas. No sólo traía la bota llena de exquisito vino y atestadas las alforjas de carnes asadas

. . . . . .

Pero como no vale nada el vino de esta posada, si usted gusta, en acabando de comer iremos a cierta parte en donde he regalar a usted con una botella más seco de Lucena y un exquisito moscatel de Fuencarral. Por esta vez es preciso correr el gallo; suplico a usted no me niegue este gusto.

. . . . . .

¡Hola! ¡Hola! Prudente capellán de monjas, vaya usted a refrescar ese exquisito vino de Lucena con que me ha convidado.

. . . . . .

¿Los poetas? ¡Perdone usted! – me respondió – Sería lástima dar a beber vuestro vino a semejantes sujetos; yo sé hacer mejor uso de él.

. . . . . .

A ningún borracho que ha dejado el vino se le debe fiar la llave de la bodega.

. . . . . .

GiI Blas era amigo del gobernador de Valencia. Y hasta tal punto que éste le debía el cargo a aquel. Este gobernador se muestra agradecido y le dice: Y pues estás determinado a vivir en el campo, le doy una pequeña quinta que tenemos cerca de Liria, distante cuatro leguas de Valencia.

Lo que me gusta mucho es que tendremos allí – en Liria – caza, vino de Benicarló y excelente moscatel.

. . . . . .

A cada bocado que comimos, mis lacayos de nueva fecha nos presentaban unos grandes vasos que llenaban hasta el borde de un vino rico de La Mancha.

. . . . . .

Bebimos abundantemente – en Liria – vino de Lucena otros muchos excelentes.

El lector se habrá dado cuenta. Se cita tres veces el vino de Lucena. Como yo estuve en este pueblo hace pocos meses, doy fe de que siguen siendo en estos tiempos excelentes los vinos de este hermoso lugar cordobés.

. . . . . .

Como dije al principio, hay en el Gil Blas de Santillana aproximadamente cien citas directas referentes al vino. Vale la pena que el curioso lector que no lo haya leído lo haga. Y verá las frases engarzadas en una prosa jugosa y sumamente entretenida.

Quevedo, poeta del vino

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 15-8-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

Envío.- A Don José María de Soroa y Pineda, madrileño como Quevedo y maestro mío en la Moncloa. EL AUTOR

La Torre de Juan Abad es un pueblecillo de La Mancha, abierto, encantador, en la provincia de Ciudad Real. Hace pocos años estuve allí. Entré por la carretera de Montiel y Almedina. Y salí por la de Cózar y Villanueva de los Infantes.

Yo fui a la Torre como peregrino. Admiro a don Francisco de Quevedo como fenomenal amador… de lo que hay que amar.

La Torre de Juan Abad perteneció en su totalidad en censo, en señorío, al ilustre cojo. Lo había heredado de su madre. Y allí solía pasar lo que ahora llamamos vacaciones.

Quevedo, en su poesía, nos explica, en profundidad, lo que ocurre en nuestro espíritu, las reacciones que en este se dan cuando en los avatares de la vida las mujeres le dicen a uno que sí o que no. Y siempre a requerimientos nuestros, claro.

En los últimos tiempos mi admiración por Quevedo, no debilitada en ningún momento, ha subido, si cabe, todavía más. Ahora, para mí, sigue siendo el gran poeta del amor. Y el mejor poeta del vino. No lo dudo.

Quevedo era extraordinariamente inteligente. Y un gran trabajador. Estudiaba mientras comía, en el coche cuando viajaba. Y casi casi se puede decir que estudiaba cuando dormía. Nació en Madrid en el año 1580 y murió en Villanueva de los Infantes en septiembre de 1645.

En su tiempo La Torre tenía viñedos. Ahora también.

Quevedo fue el gran español del humor, de positiva gracia. Y con unan “chispa” profunda y desconcertante.

El vino, como idea, le fluía a la punta de la pluma. Naturalmente.

Él bebía. En una carta al duque de Medinaceli, dice: “…y admirándose de que yo como y bebo…”.

Blanco de sus saetas lo fueron muchas veces los taberneros.

Sueño del Juicio Final.- En este juicio “iba sudando un tabernero de congoja, tanto que, cansado, se dejaba caer a cada paso, y a mí me pareció que le dijo el demonio:

– Harto es que sudéis el agua no nos la vendáis por vino”.

En el mismo Sueño: “En esto dieron con muchos taberneros en el puesto, y fueron acusados de que habían muerto cantidad de sed a traición vendiendo agua por vino. Estos venían confiados de que habían dado a un hospital siempre vino puro para las misas; pero no les valió, ni a los sastres decir que habían vestido jesuses, y así todos fueron despachados como siempre se esperaba”.

En el Alguacil Endemoniado se dice: “Y un aguador que dijo haber vendido agua fría, fue llevado con los taberneros”.

Se refiere a los taberneros de la Torre de Juan Abad:

  Los taberneros de acá
no son nada llovedizos,
y así hallarán antes polvo
que humedades en el vino.

En una jácara se lee:

  Fue tabernero en Sevilla; 
as sedes se lo perdonen
pues midió lluvias morenas
con apellido de aloque.

En otra jácara:

  Porque después de las copas
andan muy bien las espadas,
que con agua fría pendencia
será prudencia de ranas.

El príncipe de Gales viene a España. En su honor se celebra en Madrid una fiesta de toros. Pero hace mal tiempo y llueve:

 Floris, la fiesta pasada
tan rica de caballeros,
si la hicieran taberneros
no saliera más aguada.

En el Sueño del Infierno: “Un demonio le pregunta a Mahoma, que acaba de llegar:

– Picarón -dice-, ¿por qué vedaste el vino a los tuyos?

Y respondió que porque si tras las borracheras que les dije en mi Alcorán les permitiera las del vino, todos fueran borrachos.

En el Buscón Pablo habla de su padre: “Dicen que era de muy buena cepa y, según él bebía, es cosa para creer”.

Astrana Marín refiere que Quevedo dedicó una obrecilla al duque de Osuna, donde “tan elegantemente se canta al vino, a Eros…

He aquí una parte:

  Sobre estos mirtos tiernos
y sobre verde lodo,
beberé recostado
en apacibles ocios.

O bien:

Mezclemos con el vino diligentes
la rosa dedicada a los amores.

Se refiere a Lope de Vega:

 Sus “suavidades (llamaste)
de arrope”, y has acertado
que es mosto dulce, y él hizo
dulce el mosto con su canto.

Felipe IV, de quien era secretario Quevedo, viaja hacia Andalucía. Duermen en la Membrilla “donde el sueño se midió por azumbres, y hubo montería de jarros, donde los gaznates corrieron zorras: hubo pendencias y descuidos de ropas”. En fin, que en el beber se exageró la nota.

Quevedo viaja con mal tiempo: “Fue la lluvia prolija, y yo temía más el vino en el cochero que el agua en el camino”.

En su época, el famoso Juanelo, a modo de ingeniero, trata de subir el agua del Tajo a Toledo. Inventó un artificio. De él decía Quevedo:

  Flamenco dice que fue
 y sorbedor de lo puro;
muy mal con el agua estaba
que en tal trabajo le puso.

Romance:

Besárante como al jarro
borracho bebedor besa.

Otro romance:

Escurrida como azumbre
del vino caro de Yepes.

El vino de Yepes siempre fue famoso. Tirso de Molina lo cita en sus Cigarrales de Toledo.

El doctor Marañón lo daba a sus invitados en su Cigarral de Menores. Yo estuve en Yepes. Su vino es blanco, fresco, muy rico.

  Sed a sed los españoles
aguardaremos al Cid,
que a pie bebemos a Toro
y a caballo a San Martín.

Este San Martín es San Martín de Valdeiglesias, siempre célebre por sus vinos. Otros le llaman simplemente al vino de este pueblo vino del Santo. También lo conozco y vale la pena dar una vuelta por allí.

Otro romance:

  Ribadavia, mi garganta
la tengo ofrecida a ti
por el San Blas de sus secas
sin humedades del Sil.

Otro:

 Yo hablaba, mas no le oía
porque sin duda el jarabe
de Esquivias le habrá subido
a las regiones mentales.

Y otro:

  Cuatro mohosos ojuelos
moradores del cogote
cuyas niñas eran viejas
y cuyo llanto era arrope.

Canción:

Que el vino
y el amor andan en cueros.

Sí. Recuérdese a Cupido.

Otra canción:

Que en lo que toca a besos, comedido,
menos de los que das al jarro pido.

Y otra:

Mira que tan afecta al santo eres 
que a San Martín la sangre beber quieres.

Lira:

 Pensaba yo, cuitado,
que allí había de ser muy regalado
pues los padres teatinos
beben siempre decrépitos los vinos;
y tan buenos a veces
que se pueden beber hasta las heces.

Poema de Los sopones de Salamanca:

  Uva, si quieres subir
a la cabeza después,
hante de pisar los pies
que no hay medrar sin sufrir.

Poema de los borrachos:

  Echando chispas de vino
y con la sed borrascosa,
lanzando en ojos de Yepes
llamas del tinto de Coca,
salen de blanco de Toro
hechos retos de Zamora
venidas de Sahagún
las cubas, que no las hojas.
Mondoñedo, el de Jerez
tras Ganchoso el de Carmona
de su majestad de Baco.
… … … … … … …
sumideros del vino
temed sus tretas
que, apuntando a las tripas,
da en la cabeza.

Sátira a una borracha:

 Mariquilla dio en borracha;
y ya todos en la aldea
han dado ahora en decirla
Mari-cuela.
Que no ha de morir en agua
es el signo de su estrella
que uno a decirlo vino
de Lucena.
… … … … … …  
Nadie la tenga por santa
aunque arrobada la vea;
 que con un “Pedro Ximénez”
se la pega.

Pepitas

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 20-6-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol

El “sombrero” de los mostos a veces está en el fondo de la cuba. Es decir, en los pies.

______

Se dice en algunas partes: “La madre cría al vino”, Si es así, no queda otro remedio no queda otro remedio que reconocer que hay vinos de “mala madre”.

______

Las uvas, en el envero, viven como “señoritas de piso”.

______

Se cree que a ciertos turistas les gustaría ser, en Jerez, “clara de huevo”. ¡Y quedarse a “vivir” allí!

­­­­­______

Las abejas, en la colmena, tienen una reina. Y en las fiestas de las vendimias también hay otra reina.

Se trata de monarquías sin… soberano.

______

Los podadores son los “peluqueros” del viñedo.

La Celestina y el vino

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 25-4-1970/2-5-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

(Concurso Literario sobre el Vino)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol

La Celestina no era una distinguida señorita.

Cuando Rojas le hace salir a escena estaba viuda. Era, pues, una señora.

Su marido la amaba con todo cariño… El procuraba siempre tenerle en casa “un cuero lleno y otro vacío”, “Jamás me acosté – dice – sin comer una tostada en vino y dos docenas de sorbos, por amor de la madre, tras cada sopa”. Su marido cumplía, por supuesto, con su deber. Obras son amores.

Sin embargo, después, sola, “cuando todo cuelga de mí, en un jarrillo mal pegado me lo traen que no cabe dos azumbres”. (Cada azumbre llevaba algo más de dos litros.)

Otras veces, la pobre, tiene que ir a por él. “Seis veces al día tengo de salir, por mi pecado, con mis canas a cuestas, a le henchir a la taberna”. Esto le ocupa, naturalmente, tiempo. Y para evitar esta incomodidad dice: “Mas no muera yo muerte hasta que me vea con un cuero o tinaja de mis puertas adentro. Que en mi ánima no hay otra provisión, que, como dicen: pan y vino anda camino, que no mozo garrido”.

Todo esto se lo dice Celestina a Melibea. Y añade: “Así que donde no hay varón todo bien fallece; con mal está el uso cuando la barba no anda de suso”.

Analicemos. La Celestina, de lo dicho, se deduce que es una viuda que no olvida a su marido. Es una viuda enamorada… Y que cree que Melibea debe tener su varón para saber lo que es bueno… O, en otras palabras, que el mejor regalo que puede haber para una mujer es un marido. Por la experiencia que tengo creo que La Celestina está en lo cierto. Por esto sólo, y no es poco, esta señora me inspira una gran simpatía. (Por la parte que me toca, como varón y como marido, esta actitud me produce una indudable emoción. ¡Gracias, Celestina!)

El calor es vida. De día y de noche. En verano y en invierno. “Pues de noche en invierno no hay tal escallentador de cama”. “Que con dos jarrillos destos que beba cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche”. “Desto – de vino – aforro todos mis vestidos cuando viene la Navidad”. «Esto me calienta la sangre”. “Esto me hace andar siempre alegre”. “Esto me para fresca.” “De esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año”. “Que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días”. Se ve, para Celestina, que es más importante el beber que el comer. Naturalmente. El vino es un alimento.

“Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral”.

“Esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza”. “Pone color al descolorido”. “Coraje al cobarde”. “Al flojo diligencia”. “Conforta los cerebros”. “Saca el frío del estómago”. “Quita el hedor del hálito”. “Hace potentes los fríos”.

Sigamos. “Hace sufrir los afanes de las labranzas”. “A los cansados segadores hace sudar toda agua mala”. “Sana el romadizo y las muelas”.

Más. “Sostiénese sin heder en la mar, lo cual no hace el agua”. Claro, el agua en el mar, en los barcos, se pudre. Y el vino queda invicto.

“Más propiedades te diría dello que todos tenéis cabellos”. ¡Ya es saber!

“Así, que no sé quien no se goce en mentallo”. “No tiene sino una tacha: que lo bueno vale caro y lo malo hace daño”. “Así que con lo que sana el hígado enferma la bolsa”.

¿Se puede decir más y mejor en loa del vino?

“Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para eso poco que bebo. Una sola docena de veces a cada comida”. ¡Vaya! No está mal.

La Celestina sabía beber: “¿Pues vino? No me sobraba de lo mejor que se bebía en la ciudad, venido de diversas partes: de Mombiedro, de Luque, de Toro, de Madrigal, de San Martín y de otros muchos lugares, y tantos que, aunque tengo la diferencia de los gustos y sabor en la boca, no tengo la diversidad de sus tierras en la memoria”. Esto se llama beber con sentido. La Celestina bebía, sencillamente, con conocimiento de causa.

Oigamos ahora una confesión sorprendente: “Qué harto es que una vieja como yo, en oliendo cualquier vino, diga de donde es”. Esto es, a mi juicio, tener auténtica cultura de vinos. Es apreciar el bouquet. De verdad.

Celestina, hablando con Pármeno, hace un elogio de la mamá de éste, su amiga de antaño, fallecida. Habla: “En mi ánima, descubierta se iba hasta el cabo de la ciudad con jarro en la mano, que en todo el camino no oía peor de: Señora Claudina”.

Y osadas (ciertamente) que otra conocía peor el vino y cualquier mercadería”. “Cuando pensaba que no era llegada, era de vuelta”. “Allá la convidaban, según el amor que todos la tenían”. “Que jamás volvía sin ocho o diez gustaduras, un azumbre en el jarro y otro en el cuerpo”.

Así le fiaban dos o tres arrobas en veces, como sobre una taza de plata. Su palabra era prenda de oro en cuantos bodegones había”.

“Si íbamos por la calle, donde quiera que hubiésemos sed entrábamos en la primera taberna y luego mandaba echar media azumbre para mojar la boca”. “Más a mi cargo que no le quitaran la toca por ello, sino cuanto la rayaban en su taja”.

La Celestina, no hay duda, rendía culto a la amistad.

Pondré cabe mi este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo”. Y, en cierto modo, repite la idea: “Esto me sostiene continuo en mi ser”.

Ningún autor, que yo sepa, toma esto en consideración. Sobre esta idea básica pervive en los comentaristas el velo indiferente del silencio. Menéndez y Pelayo, Cejador, Azorín, Maeztu, etcétera.

Estos señores nos hablan de los efectos: de la actuación “profesional” y, en cierto modo, “social” de Celestina. Y olvidan las causas determinantes de una vida, de un ser. El vino es consustancial con la célebre viuda.

Sin vino la Celestina no sería un tipo humano de gran relieve. Sería una mujer vulgar, un ser sin iniciativas, una paria. El vino la hace mujer fuerte, temperamental y resolutiva.

Fernando de Rojas, autor de La Celestina, era natural de La Puebla de Montalbán y ejercía su profesión de abogado en Talavera de la Reina, ambos pueblos de la provincia de Toledo. Vivió, pues, en una zona vitivinícola. Sus ideas, las expuestas sobre el vino, tienen el enorme valor de ser originales. Sin antecedentes. La mayoría de las ideas filosóficas contenidas en La Celestina, según los expertos, están tomadas de autores griegos y latinos. Si bien, es cierto, tocadas por la mano genial de Rojas. De la verdad de las ideas vinícolas esos expertos no dicen ni pío… Y es que los “grandes” de la literatura española cuando han querido, por comisión u omisión, hacer el tonto, lo han logrado de un modo… perfecto. La Celestina se publicó, en edición conocida, en el año 1499.

Sigamos con el texto celestinesco: “Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar”. “Porque quien la miel trata, siempre se le pega dello”. Y añado yo: Dime con quién andan y te diré quién eres. La Celestina anda con vino. Ella es, pues, vino. ¡Y con certificado de origen!

El viñedo, paisaje

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 14-3-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol

El tema del paisaje me es muy grato. He vivido en él y en torno a él durante toda mi vida. Y esto lo digo desde la altura de una edad en cierto estado de madurez. El paisaje, el campo y la soledad han sido el ambiente de mi vida. Preferentemente.

El amor al paisaje es, aproximadamente, el amor a la libertad…

El hombre se ha afanado siempre en buscar la libertad en la vida social. Pero a mí me ha parecido que eso es algo así como buscar una aguja en un pajar.

El ser humano, en general, se ha lamentado en todo tiempo del estado de soledad. Y, por el contrario, ha dedicado sus mejores cantos a la libertad.

Siempre he creído que la libertad plena sólo es posible lograrla en la soledad.

La soledad no tuvo cantores. Bueno, sólo conozco uno, Nietzsche. Él dijo: “El valor de los hombres debe medirse por la cantidad de soledad que pueden soportar”. Si esta resistencia es una cualidad, yo la tengo.

La libertad se consigue, además, con libros. Lo dijo Vicente Espinel.

Desde niño tuve la intuición, dadas las debilidades de mi carácter, de que no podría ser nunca un conductor de pueblos. Ni faro piloto de ninguna empresa social sonada. Ahora puedo decirlo con seguridad, acerté.

Maeterlink dijo: “El sol del silencio madura los frutos del alma”.

Sánchez de Muniain opina que “el paisaje estimula toda la vida del espíritu”.

“El sentimiento hacia la naturaleza – anota Azorín – es cosa del siglo XIX. Ha nacido con el romanticismo poco a poco… Ha surgido el yo frente al mundo; el hombre se ha sentido dueño de sí, consciente de sí, frente a la naturaleza. Por primera vez, el romanticismo trae al arte esa naturaleza, en sí misma, no como accesorio…” Es, pues, ahora, el paisaje, un valor substantivo.

En los últimos tiempos, todos lo vemos, hay una fuerte inclinación de irse las familias al campo y al paisaje. Esto se manifiesta en las vacaciones y en los fines de semana. Pero ello es, en el presente, más que un valor positivo un valor negativo. Se va al campo para escapar al horror de la ciudad, para evitar su insalubridad y sus ruidos. Con el tiempo este valor negativo se hará positivo, de seguro. Se verá que es un verdadero encanto la soledad sonora, la música callada, como dijo el poeta.

Yo he experimentado, según las épocas, las sensaciones de toda clase de paisajes posibles en España. De mar, de río, de montaña, de valle, de llanura, de bosque… Y en ellos he hecho mis deportes, casi siempre solo y sin reloj.

He sido cazador y pescador. Estos deportes son honestamente interesados, pero se practican necesariamente en el paisaje. El cazador y el pescador vuelven a su casa, a su hogar, normalmente, el cazador con el trofeo colgado de su cinturón y el pescador con su cestillo de mano.

En los últimos años mis preferencias vocacionales se inclinaron decididamente por un tipo de paisaje que, por no vivir nunca en él, realmente no conocía. Me refiero al paisaje con viñas.

Yo he descubierto, para mí, un paisaje que me satisface plenamente. En él me muevo con la mayor desenvoltura. Desde hace algún tiempo he estado en las principales zonas vitícolas y vinícolas españolas. Y he hecho mis íntimas valoraciones para entender. Ortega y Gasset ha dicho: “La comparación es el instrumento ineludible de la comprensión”.

En mis viajes me he dado cuenta de una cosa quizá lamentable. El agricultor español no “ve” nunca su propio paisaje. Le quiere entrañablemente como hijo, pero de ahí no sale. El error es disculpable. Ve la tierra como instrumento de su profesión, dominado por una idea fundamentalmente económica.

En casi todas las regiones se creen que tienen lo mejor de España y así se lo dicen a la gente. Pero uno, por su parte, se forma sus propios juicios. Se puede afirmar que todos los paisajes de viñedos españoles son estupendos, realmente encantadores. Pero no mejores. Creo que cada uno tiene su particular seducción. Y que se deriva no sólo de los viñedos en sí, sino de los varios elementos secundarios que los conforman.

Al paisaje de los viñedos cordobeses le ayudan decididamente los olivos, las ondulaciones del terreno, la blancura de las casas, el sol… Lucena, Montilla, Aguilar, Moriles… Sentado en la cuneta de una carretera, al borde de un olivar, pude darme cuenta de los tallos contorsionados de ese árbol bíblico. Y que los andaluces, de esas contorsiones, han sacado sus propios bailes, llenos, algunos, de un misterio agitanado. Del mismo modo, los griegos, de los troncos de sus propios árboles, sacaron la columna…

En Jerez, a sus viñedos, hay que saborear su sainete asociándolos a la belleza del caballo cartujano, del toro y del cante. Y a sus pintadas ferias. Todo, maravilla de maravillas.

En el mes de abril último pude disfrutar del paisaje de Liria, enhebrando con el viñedo las sensaciones de la música, los aromas del azahar y tal cual olivo que se veía. Sí, bajo la capa de un sol de oro.

En un amanecer de primavera, en San Sadurní de Noya, con luces en estado de transición, con el sol casi apuntando, uno se da idea de lo que se puede lograr asociando la obra de Dios con la mano del hombre. Pisar estos paisajes, pulcros, limpios, parece una herejía…

Valdepeñas, Manzanares, Daimiel… La Mancha. Aquí se disfruta de la comodidad de la llanura, de los amplios horizontes, de las visiones ilimitadas. Uno, en este paisaje, se siente hombre valiente, justo, desfacedor de entuertos y amparador de viudas…

Peñafiel y Vega Sicilia, en las márgenes del Duero, nos dan la carga espiritual del viñedo asociado al chopo. Este, por su delgadez, apunta hacia el cielo. Y nos hace volar con la imaginación.

Vilella Baja – Priorato – nos hace pensar en el monasterio de Scala Dei, con su enjambre, en otro tiempo, de religiosos rezadores. Y a San Benito, el santo que en su Regla permite a sus monjes que tomen en cada comida una hemina de vino.

Villena, Monóvar y Yecla, con sus sierras grises. Y Jumilla, con su monasterio de Santa Ana, de franciscanos, con un viacrucis entre pinos. Y donde se puede saborear con un vino de altura un maravilloso silencio.

En Santander he descubierto, inesperadamente, un pequeño majuelo, delante de la iglesia de Santa María de Lebeña, monumento nacional, con un fondo de postes y picachos. Y todo ello envuelto en el algodón de unas nieblas.

Sí, señoras y señores, no acabaríamos nunca. Ved, además, viñedos-paisaje en Cariñena, Gandesa, Utiel, Málaga, el Condado de Niebla, León, Reguera, Alto Ampurdán, Alella, Toro, Almendralejo, Barco de Valdeorras, Sitges, Denia, Granada, Rueda, Cebreros, Arganda, La Roda, Félix, Puente Genil, Yepes…

La visión del paisaje en principio exige estudio, atención y pensamiento. Marangoni dijo que sería necesario escribir un libro titulado Para ver la naturaleza. Don Gregorio Marañón escribió: “Cosa extraña: para ver el paisaje es necesario vivir dentro de uno mismo. En realidad solo vemos en su plenitud la naturaleza que nos rodea cuando somos capaces de percibirla mirándola allá en el hondo del yo como reflejada en el agua profunda y tranquila de un Pozo”.

El viñedo, paisaje, es para mí tremendamente seductor. Y, por esto, siempre adquiero, después de verlo, unas botellitas de vino de la zona y las traigo a mi tierra. Más adelante, pasado el tiempo, en la intimidad con gentes de mi afecto, me resulta muy grato abrir una botella y tomar dos vasos o dos copas, según la clase. Y rememorar en el acto aquellos lugares donde el vino se produjo. Y hablar de ellos y contar las cosas que el recuerdo me sugiere. El vino así sabe muchísimo mejor. Es conveniente poner imaginación en los actos íntimamente solemnes – abrir una botella de vino es un acto solemne – y hacer poesía casera cuando hay una causa eficiente.

Es claro, yo salgo por España a cargar las baterías. ¿Cuáles baterías? Las del cuerpo… y las del alma.

En los sitios de los buenos viñedos hay también mujeres estupendas, por su simpatía y su belleza. Y los recuerdos de haberlas visto también tienen su emoción.

El hombre soltero o viudo siempre ve en la mujer no comprometida una ligera esperanza… Y el hombre casado ve, en todo caso, la ruta del cercado ajeno. Y esto atrae lo suyo…

Los hombres casados, especialmente, pueden evocar en la soledad las mujeres hermosas que se encuentran por los caminos. Y ejercitar ese honesto derecho que todo marido puede ejercitar:

¡El derecho a suspirar!

El vino y el amor

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 17-1-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

¿Qué es el amor? El amor es una cosa muy complicada, profunda, enorme. Es, sin duda, el rey de las pasiones, el amo. Esto desde un punto de vista especulativo. Pero desde el punto de vista práctico es la cosa más sencilla del Mundo. Se ve en la vida de la calle. Nunca falta un roto para un descosido.

Quevedo, en un soneto definitorio y maravilloso, dijo:

“El amor es en todo contradictorio de sí mismo.” 

¿Qué quiere decir con esto? Pues quiere decir, hablando en plata, que unos llegan al amor por el camino de la humildad. Y otros, sin embargo, por el camino del orgullo. ¡Cualquiera sabe!

¿Qué es lo que despierta el amor? ¿La inteligencia del hombre? ¿O el instinto de la mujer? ¿O es, por el contrario, el instinto del hombre y la inteligencia de la mujer?

Kant, a estos efectos, dice que la mujer a los catorce o a los quince años ya sabe lo que quiere. Y que el hombre hasta los treinta no sabe nada de nada. En mi opinión, esto está muy cerca de ser cierto.

Otros dicen que el amor es un episodio en la vida de los hombres. Y que en la mujer es la vida.

¿Influye el vino en el amor? Y si influye, ¿de qué modo; en más o en menos?

Se puede uno enamorar por flechazo, automáticamente. O se puede enamorar sin darse cuenta, por convivencia más o menos próxima.

¿Influye el vino en el flechazo? ¿Predispone a uno, lo inclina al amor? ¿O no? Yo creo que sí, que a los hombres por lo menos les “ayuda”.

El hombre enamorado frente a la mujer amada es muy poca cosa. Es tímido, se acoquina. Teme ser torpe. No sabe empezar. Piensa que, por no saber hablar, va a perder las posibilidades del triunfo.

Un vaso o dos de blanco, tinto o rosado, según, puede ponernos a punto para decidirse al asalto de esa fortaleza, frágil unas veces, diamantina otras, que es la mujer. El vino nos pone en las óptimas condiciones para ver la vida como la veía el Bosco: El jardín de las delicias.

El flechazo marca el comienzo. Después, con un poco de vino, el amor va sobre ruedas.

Cuando se llega al amor por convivencia, el vino obra como conservador, ya no se pierde…

He aquí lo que dice, en un par de versos, el libro árabe El collar de la paloma, del vino y del amor:

“Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino
mientras que el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.”

En este libro del siglo XI de Ibm Hazm, ya se dice una gran verdad. Un hombre y una mujer enamorados se bastan. Nada de “carabinas” masculinas o femeninas. Sin embargo, Ibm Hazm admite como tercero un vaso de vino. Un vaso de vino para ella y otro vaso de vino para él. El vino es un tercero estupendo. Es la “carabina” ideal.

Gil Blas de Santillana dice: “El amor hace en los enamorados el mismo efecto que el vino en los borrachos”. No lo creo. Son dos cosas diferentes. Que haya un cierto parecido es posible. En realidad, meras apariencias.

En el amor hay que decir o no alguna vez. En la borrachera nada. El amor es siempre bilateral. La borrachera es unilateral. En el amor hay que decir: te amo. En la borrachera no hace falta.

Cuando uno se encuentra “tarumba” por haber bebido demasiado no debe arrimarse a ninguna mujer. En ese estado se encuentra uno atontado y adormilado. Las mujeres quieren siempre a su lado hombres vivos… despiertos.

Algunos autores prestigiosos, por lo que sea, asocian el vino a la mujer y al amor.

García Figueras, en una conferencia sobre el vino y los árabes, dijo “… por eso el vino es uno de los temas de su poesía, generalmente asociado a la mujer y al amor”.

Molina y Cobos, en su folleto El vino de la verdad: Montilla y Moriles, dicen: “Del mismo modo la mujer logra su exultante eclosión de hermosuras en ese decenio esplendoroso e irrepetible que va de los veinticinco a los treinta y cinco años. Pero tratándose de Montilla y Moriles y de la mujer equivalente, nuestra devoción rebasa casi siempre los rígidos cánones arquetípicos y tiene márgenes más flexibles y generosos, pues ya se sabe que el inefable binomio vino-mujer es rebelde a racionales domesticidades algebraicas».

Castroviejo arrancó del folklore gallego esta encantadora estrofa:

  “Si queres tratarme ben
dame viño do Riveiro,
pan trigo de Ribadavia,
nenas do cban de Amoeiro.”

Hay una zarzuela española, creo que es Marina, en la que se dice:

“El vino hará olvidar las penas del amor...» 

Esto no pasa de ser una tontería. El mejor recuerdo que tengo de las historias de mis amores es precisamente eso, las penas.

Emborracharse con vino para olvidar penas de amor es lo más lamentable, lo más triste. El vino y el amor deben tratarse con mucho respeto. Deben vitalizarse recíprocamente. Son dos cosas buenas que no debe confundirse. El vino no debe utilizarse para olvidar nada, por otra parte, yo creo que deben dársele más altos destinos.

Al amor, si le quitamos las penas, queda prácticamente reducido a cero… Amiel cuando probó el alpiste del amor, por consumación, quedó plenamente decepcionado… Dijo, según el doctor Marañón: “Estoy estupefacto de la insignificancia de este placer, sobre el que se ha armado tanto Ruido”. (Téngase en cuenta que Amiel no era un cualquiera, era catedrático.)

Así como hay gentes que presumen de coleccionar sellos de correos, yo presumo de coleccionar penas de amor.

Sthendal, a quien también se le “daban” mal las mujeres, coleccionaba, sin remedio, penas de amor.

Don Juan Tenorio, el pobrecillo, era idiota. Y es que no conocía el “no” del amor.

Yo en penas de amor tengo verdaderos “tesoros”. Si pudiera ponerlas en un álbum como una colección cualquiera, otro gallo me cantara… en las “sociedades femeninas”.

En fin. Que el amor, para mí, es una fuerza de gravedad que actúa en sentido paralelo al suelo que pisanos.

Y que para darle un movimiento uniformemente acelerado hay que ayudarle con…

¡Un par de vasos de vino!

ALEJANDRO SELA