Castilla y su vino

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 6-2-1971; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

YO no sé si a los demás les ocurre lo que me pasa a mí. Cuando llevo varios meses en el pueblo donde por gusto vivo, se produce en mi cuerpo y en mi espíritu una especie de intoxicación. Y me doy cuenta de que, en definitiva, debo salir de casa e irme por el mundo a respirar aires nuevos. Con unos cuantos días de ausencia recobro todos los equilibrios perdidos.

A mediados de diciembre último me encontraba en ese estado. Y decidí, después de cumplir ciertos trámites oficiales y familiares, dar una vuelta por Castilla. Y en Castilla hacer lo que me gusta: probar vinos.

El día 20 del mes citado, habiendo estado en Madrid poco tiempo, a las ocho de la mañana me encontraba en Segovia. Y resolví empezar allí el periplo vinícola. Salí solo y, después de pasar por Sepúlveda, a las once de la mañana me encontraba en Aranda de Duero. Aquí hay vino a espuertas.

Es domingo. Pero antes de nada creo que me conviene ver la Ventosilla, una finca por todos conceptos modelo y que hacía muchos años que no veía. Paso por Villalba de Duero y en ella, en la finca, me recibe su director don Alfonso Velasco y Fernández Nespral. Este señor me explica cosas de la industria agrícola que yo ignoraba y me colma de amabilidades.

Por ser domingo creo – y acierto – que los establecimientos comerciales del vino en Aranda están cerrados. No obstante, visito algunos bares y tabernas y me es posible comprar algunas botellas “de lo caro”. Y que a mí me parece baratísimo…

Al día siguiente ya es otra cosa. Todo está abierto y veo lo que me conviene. Consecuencia: que me llevo en el coche algo así como 40 botellas de vino de Aranda. De distintas casas.

A las diez de la mañana de tal día 21 ya estaba en La Horta, otro pueblecillo de la provincia de Burgos, con un vino “chipén”. Como ya estuve más veces allí y conozco al encargado de la cooperativa, paso unos minutos de charla y me despido levando 12 litros de clarete en dos pequeñas garrafas.

La mañana es soleada. Pero hay hielo en los sembrados. Bueno. Voy a mi aire. Y veo sobre un alcor un pueblo con casas muy apretadas. Es Roa. En este pueblo, lo oí hace años en alguna parte, murió el cardenal Cisneros. Pero también tiene cooperativa de vinos. Y meto en mi vehículo una caja de “mercancía”.

Hacia las once ya estoy en la Cooperativa del Duero, en Peñafiel. En esta casa ya estuve otras veces y tengo allí buenos amigos. Compro lo que procede de vinos corrientes y algunas botellas de “finolis” Protos. Pienso hay que vivir. El técnico de esta bodega ejemplar es don Teófilo Reyes. Como la juventud de ahora, el señor Reyes “sabe lo que quiere y sabe a donde va”. Y me invita a comer con ellos. Pero cortésmente no acepto. Tengo prisa.

Serían las doce cuando atravieso la ciudad de Valladolid. Paro en una calle para comprarme unos tirantes y tomar café. Solamente.

A la una menos cuarto estaba en un pueblo de mucha solera vitivinícola: Cigales. Aquí hay un clarete de “bandera”. No hace falta que diga que en estos lares hice varias operaciones de compraventa. Pero siendo yo el comprador.

Prosigo. Voy en la derrota de mi tierra, Asturias. Pero en Dueñas (Palencia) vuelvo a detenerme y a hacer de hormiguita previsora. En esta tierra hay un clarete magnífico.

En resumen, que los vinos de Castilla – y conozco de antemano otros muchos pueblos – saben a gloria. Claro que la gloria no la conozco de nada. Pero, ya me entienden, es un modo de hablar y de encarecer calidades.

Yo soy un hombre casado. Esto, en sí, no tiene nada de particular. ¡Hay tantos maridos!

Pero voy a lo mío. Decía el doctor Marañón que, entre marido y mujer, para conservar el amor debía haber, con frecuencia, una corriente de aire. Es decir una cierta separación.

Esto lo sabemos todos los casados no de un modo científico, pero si de un modo práctico. Por eso hay tantos maridos aficionados al fútbol y a los toros. Ellos se van a esos espectáculos y al final, a la salida, se reúnen con sus amigotes a comer mariscos y a beber lo suyo. Y, con frecuencia, a cenar. Y entre tanto sus respectivas esposas están en casa viendo la tele y haciendo labor de ganchillo.

Pero ocurre que a mí no me gustan ni el fútbol ni los toros. Y para lograr esa corriente de aire a que alude Marañón, he tenido que ingeniármelas para ser un marido cabal. Y de ahí viene el que yo sea aficionado a viajar solo y a probar vinos de las distintas regiones españolas.

Consciente de mis ignorancias y limitaciones yo no suelo dar consejos a nadie. Pero ahora, haciendo una excepción, me meto a ser asesor de señoras. Pero pidiendo las excusas que procedan.

Señora – en el supuesto de que me lea alguna señora -, si nota que en la hora de la comida su marido lee el periódico con anuncios y todo, o si hablando se pode pesado repitiendo siempre las mismas cosas, o si por cualquier circunstancia se mete en su hogar la monotonía y el aburrimiento, ponga a su esposo de patitas en la calle… Revitalice su amor.

Muy sencillo. Procure usted, señora, con sus ahorros hacer una “hucha” especial. Y una vez que vea en ella una cantidad de dinero considerable póngala en manos de su marido. Y oblíguelo a irse solo a pasar unos días por el Priorato. O por Cariñena. O a Jerez de la Frontera. O a La Mancha. O por las riberas del Duero. O por el Alto Ampurdán. O por donde sea.

Los maridos, después de una tournée de este tipo vuelven a su casa como malvas, mejorados en tercio y quinto. Yo lo sé. ¡Palabra!

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