Vinos de Valencia

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Enero-1973

Valencia fue conquistada, primero, por el Cid. Y después, definitivamente, por Jaime I de Aragón. Y se aprendió bien la lección.

Ahora, de conquistada pasó a conquistadora. Todo el que se deja “cae” por allí queda prendido en sus redes. Valencia, campo y urbe, es un encanto.

Mi último viaje, reciente, fue de curiosidad vinícola. Y, a tal efecto, estuve en varios pueblos. Primero en Ayora y Onteniente y, seguido, en Albaida y Puebla del Duc. Aquí, en este último lugar, en la Cooperativa Vinícola, sus rectores me recibieron con bombo y platillos. (No se olvide, Valencia es tierra de bandas de música). Y me obsequiaron con un blanco canela en rama.

Otro día estuve en Pedralba – “ciudad del vino” se titula – en Villar del Arzobispo – con una cooperativa llena de realidades y aspiraciones – en Casinos, Liria, Cheste, Chiva, Godelleta… Y en. Turís, con un vino especialísimo que titulan de baronía.

Y ya por último, al salir, en Requena, donde se celebra una sonada Fiesta de la Vendimia, y en Utiel. En todos estos sitios – y hay más – se producen tintos, claretes y blancos. Y, en algunas partes, moscateles.

Los vinos valencianos tienen un denominador común: su bondad. En limpieza, color y sabor no se puede pedir más. Claro que, en cuanto a esto, al sabor, cada localidad tiene sus matices. Pero muy sutiles. Abocados – la mayoría -, es decir, ni dulces ni secos. Yo llamaría a estos vinos de “comodín”, aptos para carnes y pescados. Y, más todavía, de señora y caballero… Y la relación calidad-precio es en todo ventajosa para el viajero.

No encontré vinos “gran reserva”, como suele decirse. Pero los vinicultores quieren llegar a ello.

Para ir de un pueblo a otro hay que pasar por el campo. Que, por cierto, está rebosante de belleza y amenidad. La variedad de cultivos da una multiplicidad colorista. Y el sol, claro, hace que todo brille. Viñedos, naranjales, olivares… Y los frutales de ciruelas, melocotones, albérchigos…

La Historia dejó sus huellas en la capital. En ella hubo moros y cristianos. Todo habla. La basílica de la Virgen de los Desamparados, la Lonja, la Generalidad, las torres de Serranos y de Cuarte. Y la catedral con su Micalet, que, por su altura, lo preside todo.

Las industrias fueron y son de lo, más delicado: cerámicas, sedas, abanicos…

La Albufera tiene su caza y su pesca. Y las barracas son reliquias que nos hacen ver el pasado desde el presente.

Las mujeres son dignas de atención. De ellas dijo el polaco Papielobo: “Son demasiado hermosas”. No creo; a mí me parece que están a punto.

Y los arrozales…

Bueno, del arroz dijo Juan Luis Vives que “nace en el agua y muere en el vino”.

De acuerdo.

ALEJANDRO SELA

Una vuelta por Valencia

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 5-8-1972

por D. ALEJANDRO SELA

VALENCIA, después de haber estado en ella tres veces en los últimos años, me bullía en el recuerdo. Parecía que, sicológicamente, tenía la necesidad de volver. Y dicho y hecho. En el mes de junio último allí me planté.

A veces, como le ocurría a Cervantes, me interesa más el camino que la posada. En este caso concreto no. Me interesaban las dos cosas.

Quería, en Valencia, “ver” con más detalle lo que conocía muy sumariamente: sus vinos. Ahora sé algo más.

Me puse en movimiento el 11 del indicado mes. Y habiendo pasado unos días en Madrid, me “colé” por La Mancha. Y me detuve en Socuéllamos, donde vi la Cooperativa Vinícola del Cristo de la Vega. Y, sin remedio, me asombré. Por todo. Y sus directores amablemente me explicaron lo que procedía. Pero esta visita merece un artículo solo, Que, Deo Volente, haré en alguna parte.

Entré en la provincia de Valencia por Utiel y Requena. Y bajé, según el mapa, por Cofrentes y Ayora. Aquí me detuve y, adquirí algún vino. Atravieso por una esquina de Albacete, por Almansa, para llegar a Onteniente lloviendo si Dios tenía agua. Pero, aclaro, a mí las lluvias no me molestan nada. No me impiden hacer lo que creo es mi deber. Con un paraguas las evito.

Paso por Albaida, ya con sol, y me paro especialmente en Puebla del Duc. En su cooperativa vinícola hice tertulia con alguno de sus miembros. Y salgo de allí, claro está, sabiendo más de lo que sabía. Y con el regalo de un vino blanco de subidos quilates. Y, además, un poco emocionado. El campo de los “ches”, por su amenidad y belleza, me da un “oxígeno” que me pone en franquía del, optimismo. Me encuentro realmente a gusto.

Atravieso Benigánim y Játiva y veo que los naranjales, como diría fray Luis de León,

“muestran en
esperanza el fruto cierto”.

En Valencia, capital, al día siguiente, gente amable me hace moverme de un lado para otro para aprisionar más emociones y más bellezas, y me llevan a la Albufera para detenerme especialmente en El Saler y el Palmar. Y, por supuesto para rematar el paseo a base de bien. Con paella de mariscos.

Otro día salgo de la capital a las seis de la mañana. Vuelvo a lo mío. Lo mío es el vino. Lentamente, con un sol de amanecer, clarísimo, me dejo “caer” en Villar del Arzobispo. En la cooperativa se trabaja de lo lindo. Y se elaboran vinos de variados tipos. Generosos, de mesa y dulces. Uno se anima realmente al ver que esta gente logra calidades… para mí inesperadas. Por buenas.

Vuelvo a Casinos y Liria, por donde había pasado anteriormente, y tomo las muestras de rigor. Y, sin saber cómo, atravesando viñedos, me encuentro en Pedralba. A la entrada hay un letrero que dice algo parecido a esto: “Pedralba, villa del vino”. Y lo es, voto a bríos. Hablo con algunas gentes y me entero…

Después me apeo en Cheste, villa limpísima, y con sus vinos de “primera división”. Y muy cerca, en Chiva, con idénticas sorpresas.

Cruzo la carretera de Madrid, paso por Godelleta y aparezco por Turís, en la cooperativa. Que es de verdad importante y me doy cuenta que allí todo el mundo, hombres y mujeres, trabajan a tope. Y bien. Compro vinos distintos y buenos. Uno se distingue especialmente. Es el que llaman de Baronía. Blanco y generoso.

No para aquí la cosa. Vuelvo a Requena y me detengo para tomar algo… Y en Utiel. Pero en Villargordo del Cabriel también paro y, mirando hacia atrás, me despido de Valencia. Y con cierta pena. Me consuela el pensar que llevo conmigo más de cien botellas de “espíritu valenciano”, materializado en… vino. No está mal.

Paso por Motilla del Palancar. Y en La Almarcha como. En Tarancón dejo la carretera general para cruzar por Ocaña. Pero a poco siento algo de sueño. Me detengo. En una cuneta, a la sombra de una acacia, hago mi “cama” con la gabardina. Y el pijama enrollado me va a servir de almohada. Y caigo en los brazos de Morfeo. Como un tronco.

Me despierta una pareja de la guardia civil rural. Hacía pocas horas que se cometiera un robo en la Caja de Ahorros de Cuenca. Y los atracadores huyeron en un coche azul. Y el mío es de este color…

Sigo. Y voy viendo a un lado y otro, viñedos. A la entrada de un pueblo leo en una tabla: Noblejas. En este lugar hay cooperativa vinícola y varias casas elaboradoras. Visito una, Avilés. Resulta que es importante y que elabora vinos propios, variados y buenos. Y que además embotella en mayor cuantía. Todo está mecanizado. El mercado de Madrid, cercano, lo devora todo. Llevo mi cupo de vinos. Y hablo con uno de los jefes de la casa. Y, por supuesto, nos entendemos cordialmente.

En Aranjuez me compro un periódico. Solamente. Y tomo la carretera de Toledo. Aquí, en el hotel Monterrey, al otro lado del Tajo, cerca de los cigarrales, duermo.

Pero me levanto a las cinco de la mañana y veo un amanecer con sol en la Ciudad Imperial. Me acuerdo de Carlos V, del Greco, de Garcilaso y gente de esa.

Al llegar a Valladolid pienso que la cabra tira al monte. Y me voy por Fuensaldaña y Mucientes para llegar a Cigales y, aprovisionándome, pongo en el coche el “completo” de carga vinícola. A la hora de comer, en León, me dan, entre otras cosas, truchas del Bernesga, regadas con vino de Valdevimbre.