Publicado en: Eco de Luarca. 18-12-1955; Hacia la ría del Eo (1957)
Siempre que te veo, xata de la rifa, despiertas mi atención, me haces fijarme en ti. Y no dejo de emocionarme un poco. Porque no eres una xata más. Eres, cada año, la única. Por tus buenas partes, por tu belleza, te ves distinguida. Los hombres en algunas ocasiones, te engalanan con un collar de muchas campanillas al que van prendidas cintas de muchos colorines. Y te utilizan como señuelo para sacarse los cuartos unos a otros. ¡Cosas del mundo!
Los días de fiesta y los de mercado, con ese aspecto vistoso, te llevan a la villa y te pasean entre el bullicio de las gentes. Y los niños se acercan a ti con curiosidad. Parece como si quisieran estudiar la geografía en los mapas que forman las manchas de tus colores.
Un hombre va delante de ti. Te lleva y te guía con una cuerda. Y, por detrás, otro va tocando la gaita. En algún momento se te ve avergonzada y tristona. Tus negrísimos ojos reflejan melancolía. Es que, a lo mejor, te crees que el hombre que toca la gaita te la toca a ti. No te des por ofendida. No hay tal. El gaitero toca la gaita, porque le mandan, a los que compran boletos de la rifa. Y muchos lo merecen. ¡Claro que sí!
Eres, xata de la rifa, una realidad del campo. Pero para los que adquieren un numerito no pasas de ser una ilusión. Todos te desean y anhelan el ser dueños de tu belleza. ¡A ver!
Otras veces, se nota, vas ensimismada. Es cuando rememoras tu vida en familia al lado de tu madre y, saltarina y juguetona, buscabas la ubre sonrosada que te ofrecía por sus caños una leche pura y blanquísima. Y entonces era el dar cabezadas de impaciencia y el caerte, de gusto, la baba…
Ya eres mayor de edad. Pronto, después del sorteo, tomará un rumbo nuevo tu destino. Irás a un establo nuevo que todavía no conoces y vivirás en una aldea asturiana. Te esperan prados empinados, al abrigo de bravas montañas, y acotados por hileras de robles, castaños o mimbreras. O por paredes medio derruidas recubiertas por hiedras o zarzas con una cancela rústica a la entrada. Es igual.
A esos prados irás por caleyas, esmaltadas por gouños y con rodadas de carro. Y con polvo o con lodo, según el tiempo. Comerás yerbas frescas y lozanas y las flores que esas yerbas dan. ¡Y con qué contento!
Ya parece que veo por el prado, en torno tuyo, esos pajaritos de rabo largo que buscan para alimentarse los bichitos que con tu presencia salen espantados de sus cubiles. Después, anochecido, bajar al río de corrientes rugosas y transparentes para saciar la sed. Y ya de regreso, al calor del hogar, recostada en blanda cama, rumiar lo que traes en la panza con cara de hembra paciente y sufridora.
Pero llegará un día en que te sientas mal y sufras mucho. Y verás con ojos de espanto, a tu lado, tendida en el suelo, entre paja, la hermosura de una cría toda mojada que tu lamerás tiernamente para que se seque. Ella intentará levantarse, y, tambaleante, se arrodillará, pero al cabo dará con el hocico en el suelo. ¡Cómo te vas a reír de su inocente torpeza!
Pero de pronto cogerá fuerzas. Y de una embestida llegará a donde tiene que llegar. A la sonrosada fuente…