¿Cómo se enjuicia un vino?

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 15/22-12-1973

por ALEJANDRO SELA

Desde mi situación de amateur me interesa el conocimiento de los vinos. Y los juicios que sobre ellos se dan. Me gustaría ver claro… San Agustín dijo que “Pitágoras, no atreviéndose a llamarse sabio, respondió que era filósofo, es decir, amigo de la sabiduría”. Yo, con toda la humildad que se quiera, busco lo mismo. Pero concretando la idea: busco la sabiduría… del vino.

Para la satisfacción de mis gustos y necesidades me considero experto en vinos españoles. Tomo lo que quiero. O lo que me gusta. O lo que puedo. Pero esto no puede interesar a nadie. Es más, creo que no tengo derecho a revelar mi intimidad. Si lo hiciera, por otra parte, se vería que, en cuanto a gustos, no soy muy ortodoxo. Creo sinceramente que en España hay, por lo menos, una docena de vinos estupendos – referidos a distintos lugares – y no sabría decir cual me gusta más. Las verdades tradicionales o los gustos de otros, en principio, no me sirven. Lo acuñado lo detesto. Y hago, porque puedo, de mi capa un sayo. Pero en cuanto escritor que trata de eliminar la verdad subjetiva y buscar otra más impersonal y amplia, es otra cosa. Aquí hay que recorrer un camino intrincado.

El hombre, en general, tiende a enamorarse de sí mismo y, sobre todo, de lo que sabe o cree saber. Y pontifica, o pontificamos, más de la cuenta. Todos, en más o en menos y por humanos, participamos un poco del espíritu de Lola Flores. O, si se prefiere, de Rosa Morena…

El que quiere enjuiciar un vino se encuentra, de buenas a primeras, con la publicidad. Aparentemente parece un obstáculo. No lo es. La publicidad es lícita y noble. Todos sabemos lo que quiere y lo que busca, No usa máscara. Por la publicidad he descubierto caminos muy interesantes.

Se oyen, por la calle o por otros sitios, juicios temerarios o inconscientes sobre los vinos. Y que son producto del atolondramiento más que de la reflexión o del estudio, Se pueden saber cosas y no saber decirlas. Se puede ser escaso o nulo en sensibilidad gustativa. Hay, además, el “farolero”, el que se las da de experto. ¿Cómo, desde fuera, se puede comprobar esto? Queda todavía por citar el sospechoso que se aprovecha de su supuesta independencia para lanzar desde la prensa, la radio o la televisión opiniones o gustos personales que no tienen importancia ninguna, para arrimar el ascua a la sardina… que le conviene.

Obscurece nuestras visiones la profesionalidad, lo que se llama espíritu de clase. En todas las profesiones, de un modo o de otro, se da. Por este espíritu queremos dar a entender que somos… lo que no somos, o que hacemos… lo que no hacemos. Es poca cosa ver el mundo desde el ángulo estrecho de nuestra profesión. Viajando por España, en quince o más regiones he oído decir: “Aquí tenemos el mejor vino español”. Esto es ingenuo. Y disculpable. Depende de la formación cultural de quien lo dice.

A mí me interesa conocer los vinos españoles. No me es posible “casarme” con el vino de un solo punto regional.

En los últimos tiempos se ve que hay vinos españoles que están sacando medallas de oro por el extranjero. Pero muchos de estos vinos no aparecen en las cartas de los restaurantes. Ignoro las causas. ¿Son comerciales? Bueno, el comercio es lícito, pero lo es también el que cada cual, si quiere, vaya por los pueblos o por las regiones a comprobar la verdad en la medida de lo humanamente posible.

Me parece aventurado e injusto, en principio, enjuiciar los vinos por regiones o por pueblos. E incluso por casas. Y sin hacer los distingos que procedan. En todas las regiones, hay vinos buenos, o por lo menos bien hechos, y vinos menos buenos. Todo depende del esmero en su elaboración. Se encuentra uno por cada pueblo vinícola con docenas de bodegueros o cooperativas que pagan sus impuestos y trabajan honestamente buscando una meta comercial lícita. Y hacen vinos selectos o más corrientes. O lo que sea. Es más, hay casas importantes que producen vinos de muy distintos precios, lo que nos autoriza a ver distintas calidades.

Partiendo de óptima materia prima se puede decir que la bondad de un vino está en razón directa del coste de producción. A más coste mejor calidad. Con muy pocas excepciones.

Creo, por consecuencia, que decir que los vinos de tal región son buenos, o son malos, es, sencillamente, no decir nada.

Desde el punto de vista personal hay que tener en cuenta la soberanía del individuo frente a las cosas. Cada cual tiene sus razones. No es vino bueno el que nos produce acidez de estómago. O el que, por otras causas, nos cae pesado. O el que, tomándolo con prudencia, nos marea. Dígase lo que se diga.

No conviene olvidar, por otra parte, al elegir el vino que hemos de tomar a diario, la calidad-precio. Debe adaptarse a nuestras posibilidades económicas. No es vino bueno el que, siéndolo de verdad, nos resulta caro.

Comencé con una interrogante, el título. Y ahora formulo otra: ¿Quién es el que puede declararse árbitro del buen gusto en cuanto a vinos y decir cuál es el mejor entre los buenos?

El vino y el alcoholismo

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 17-11-1973

El año pasado 1972 publiqué, un artículo en La Pámpana de Baco, de, Socuéllamos, hablando del alcoholismo. Vuelvo al tema. Pero concretando más y, en parte, ampliando lo dicho.

Dentro del mismo año 1972 se publicó en la revista Garbo un artículo firmado, diciendo que en España había 2.500.000 alcohólicos. Por las mismas fechas se publicó otro, también firmado, en la revista Teresa, en el que se refería que en España había 1.500.000 alcohólicos, Otro artículo más salió en el diario La Nueva España, de Oviedo, esta vez suscrito por un médico. Si bien, en éste se reconocía que no había estadísticas. Daba un millón de alcohólicos,

En todo caso los artículos que se publican contra el alcoholismo van siempre ilustrados, en fotos, con sendas botellas, de vino, No se olvide que, según se dice, una expresión gráfica ilustra mil veces más que un texto escrito.

Reciente está la campaña de Televisión Española contra el alcoholismo. Va, o iba, ilustrada con… una botella de vino. Por cierto, hace días un médico decía por la misma TVE que en España había 400.000 alcohólicos.

Hará unos tres o cuatro años se publicó, firmado por un escritor, en el diario A B C, de Madrid, un artículo de propaganda del vino con el título de “Un buen trago a su memoria” – se refería a Hemingway -. Este artículo fue premiado por el Sindicato de la Vid, de Barcelona. Ahora, hace unas semanas, este mismo escritor vuelve a escribir otro artículo en A B C con el siguiente título: “La droga legalizada”. Y sobrepuesto al tal título una espectacular fotografía de un pobre hombre que bebe vino con un porrón en la mano derecha… y otro… en la izquierda. Este título, como comprenderá cualquiera, es capcioso. Todas las drogas están legalizadas. En las farmacias se venden estupefacientes, drogas, con arreglo a la Ley…

Es curioso. No hace mucho tiempo leí en una noticia de agencia publicada en un periódico, que decía aproximadamente: “Paris. Grave problema. Se ha comprobado que en Francia hay 400.000 alcohólicos”. Y también es curioso saber que los franceses toman per capita 120 litros de vino al año. Y que cada español, por el mismo concepto, toma unos 65 litros.

Parece, pues, que con arreglo a lo dicho, el alcoholismo procede del vino, sin remedio. Y únicamente quedan fuera los enfermos por abuso de todas las otras bebidas abrumadoramente alcohólicas.

Decididamente, España es diferente,

ALEJANDRO SELA

Saber beber

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 20/27-10-1973

Por ALEJANDRO SELA

Escribir de algo es, o debe ser, decir lo que se siente. O lo que se cree. Pero la faena literaria es harto difícil. Siempre he creído que escribir es una operación circense: “Viajar” en la cuerda floja con un paraguas abierto en la mano derecha. Y que desde esta cuerda floja se puede uno caer hacia la izquierda, vulgaridad. O a la derecha, pedantería. No caer, “viajar” hasta el final, es el cabal equilibrio, el dominio de la situación.

Al dar una opinión corre uno el riesgo de recibir, de rebote, la contraopinión, es decir, la crítica. El que escribe no sabe lo que hace… Necesita enterarse por el eco que producen sus ideas en el lector, o en los lectores.

Claro que sólo hay una crítica con valor. La que, con argumentos lógicos, destruye nuestra obra y, en su lugar, hace otra mejor.

Hacer las cosas con amor es exponerse a ir más allá de lo justo. El amor es una pasión. Pero escribir sin amor, es decir, sin pasión, se expone uno a no decir nada… Sin amor falta la fuerza, el vigor.

La verdad de las cosas creo que no puede venir de un solo hombre. La verdad subjetiva debe ser depurada y superada. La verdad social, la que flota en el ambiente, la que es asimilada por todos, debe ser el producto o resultante de múltiples opiniones.

Pensemos en esto: ¿Sabe usted, lector, beber? ¿Sé yo? Sin afirmar ni negar nada, hay que reconocer que el tema es sugerente. Charlemos. Y, si puede ser, clarifiquemos ideas.

El vino, cuando después de salir de la bodega está en el comercio humano, en la calle, es objeto de críticas. El vino de tal pueblo es bueno. El vino de tal casa es malo. Y cosas así.

Beber vino es, en la vida, en la mayoría de los casos, un acto accesorio. Bebemos en el bar o en el restaurante cuando, acompañados, hablamos de negocios. Y bebemos cuando estamos, si tenemos esa fortuna, al lado de una mujer hermosa. En ambos casos lo importante no es el vino…

Hay mucha gente que no bebe en soledad. O no suele hacerlo. O no quiere adquirir esa costumbre.

Imaginemos, por un momento, que tomar vino es un acto principal, sustantivo, aislado, y no social. Y entonces debemos prestarle la máxima atención.

En el beber intervienen estos momentos: En primer lugar la apreciación del color del vino; en segundo, el olfato; después, el sabor. Y, por último, los efectos. Por el color el vino nos “llama”. Por el olor nos “seduce”. Por el paladeo lo “gustamos”. Y por los efectos nos da… ¡la vida!

Los técnicos y observadores franceses Vedel, Charle, Charnay y Tourmeau, a una sola voz, dicen: “El conjunto de caracteres olfativos es tradicionalmente conocido con el nombre de bouquet”. Y distinguen tres niveles: 1.º El bouquet primario que es el conjunto de aromas específicos de una cepa dada… 2.º El bouquet secundario que corresponde al conjunto de substancias odorantes elaboradas en el curso de la fermentación alcohólica… y, 3.º El bouquet terciario que es la resultante de fenómenos de oxirreducción y esterificación en el curso de su envejecimiento…

En España me da la impresión de que mucha gente usa con notable imprecisión la palabra bouquet. Por una razón fonológica, de sonido, parece que bouquet tiene algo que ver con boca…

La lengua nos hace conocer los cuatro sabores fundamentales: lo amargo, lo dulce, lo ácido y lo salado. Todos los demás sabores son combinaciones de éstos.

Hacer vino, en principio, es una técnica. Y beberlo un arte que está enlazado con nuestra fisiología y nuestra sicología. Pero un arte curiosísimo, un arte que no puede ser juzgado eficazmente por el lado de fuera. Bebemos para estar bien. Las artes son juzgadas por la sociedad que nos rodea. Si bebemos bien no se nota. Sólo si bebemos mal o demasiado la gente opina.

El paladeo es un acto posterior a la apreciación del bouquet y anterior a los efectos. Por el paladeo, el vino se aproxima o aprisiona contra la lengua, donde están, como decimos, las papilas gustativas. En la boca le damos el “pasaporte” para seguir su camino… Aun siendo el mismo vino, no siempre sabe igual. Depende, en muchos casos, de la hora en que se tome. No sabe lo mismo en la mañana que en la tarde.

Y tampoco sabe igual cuando se toma solo, o en la comida. En este último caso, la boca tiene rigorosas sensaciones gustativas de las viandas que ingerimos. Y el vino al llegar a este lugar, lleva su carga sápida. En ese momento es cuando se produce el roce o mezcla de sabores que se resuelven en matices variadísimos. En este instante la emoción gustativa está en su cenit.

El vino nos produce efectos sensibles durante tres o cuatro horas seguidas a la toma. Y nos lleva a una situación anímica. ¿Alegría? ¿Placer? ¿Euforia? ¿Optimismo? En realidad, en estas situaciones, influye la cantidad que se beba. Y, por supuesto, su graduación alcohólica. Pero, además, el vino que se toma habitualmente, a la larga, configura nuestro estado permanente.

Comer y beber son actos intelectuales. En la cabeza, en la mente, están los recuerdos de lo que hemos comido y bebido, bueno o malo, en nuestra vida. La lengua percibe las sensaciones gustativas y las envía automáticamente al cerebro que es quien enjuicia. El paladar, en sí, no representa nada. Es un soporte físico en que se apoya la lengua para recoger los sabores. Cuando decimos, al comer o al beber, que “paladeamos” algo no hacemos más que literatura.

¿Se puede comer bien, o beber, y al mismo tiempo hacer tertulia con nuestras amistades? ¿Se puede repicar y estar en la procesión? Hay opiniones variadas.

Vila Sanjuán escribe: “Dijo Epicuro que, en la mesa, es preferible proveerse de buenas compañías que de sabrosos manjares, y que más vale una buena sentencia que un buen bocado.”

Luján y Perucho opinan: “La gastronomía es un arte que nos procura un placer, pero un placer solitario es un placer triste y aburrido, lo cual nos indica que debemos compartirlo.”

Y sin embargo, Gulbenkian, famoso gastrónomo internacional, fallecido no ha mucho, decía: “El número ideal para disfrutar de un almuerzo es un solo comensal y un buen camarero”. Es decir, que las sensaciones de cada sorbo o de cada bocado las llevaba al pensamiento sin tener a su lado, eminentes sabios ni mujeres hermosas. Para Gulbenkian el comer y beber eran puros actos intelectuales.

En cualquier caso, no se debe olvidar a Sócrates. Este dijo: “Conócete a ti mismo”. Y otro filósofo, Pitágoras, precisó: “El hombre es la medida de todas las cosas”.

Vinos de Valencia

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Enero-1973

Valencia fue conquistada, primero, por el Cid. Y después, definitivamente, por Jaime I de Aragón. Y se aprendió bien la lección.

Ahora, de conquistada pasó a conquistadora. Todo el que se deja “cae” por allí queda prendido en sus redes. Valencia, campo y urbe, es un encanto.

Mi último viaje, reciente, fue de curiosidad vinícola. Y, a tal efecto, estuve en varios pueblos. Primero en Ayora y Onteniente y, seguido, en Albaida y Puebla del Duc. Aquí, en este último lugar, en la Cooperativa Vinícola, sus rectores me recibieron con bombo y platillos. (No se olvide, Valencia es tierra de bandas de música). Y me obsequiaron con un blanco canela en rama.

Otro día estuve en Pedralba – “ciudad del vino” se titula – en Villar del Arzobispo – con una cooperativa llena de realidades y aspiraciones – en Casinos, Liria, Cheste, Chiva, Godelleta… Y en. Turís, con un vino especialísimo que titulan de baronía.

Y ya por último, al salir, en Requena, donde se celebra una sonada Fiesta de la Vendimia, y en Utiel. En todos estos sitios – y hay más – se producen tintos, claretes y blancos. Y, en algunas partes, moscateles.

Los vinos valencianos tienen un denominador común: su bondad. En limpieza, color y sabor no se puede pedir más. Claro que, en cuanto a esto, al sabor, cada localidad tiene sus matices. Pero muy sutiles. Abocados – la mayoría -, es decir, ni dulces ni secos. Yo llamaría a estos vinos de “comodín”, aptos para carnes y pescados. Y, más todavía, de señora y caballero… Y la relación calidad-precio es en todo ventajosa para el viajero.

No encontré vinos “gran reserva”, como suele decirse. Pero los vinicultores quieren llegar a ello.

Para ir de un pueblo a otro hay que pasar por el campo. Que, por cierto, está rebosante de belleza y amenidad. La variedad de cultivos da una multiplicidad colorista. Y el sol, claro, hace que todo brille. Viñedos, naranjales, olivares… Y los frutales de ciruelas, melocotones, albérchigos…

La Historia dejó sus huellas en la capital. En ella hubo moros y cristianos. Todo habla. La basílica de la Virgen de los Desamparados, la Lonja, la Generalidad, las torres de Serranos y de Cuarte. Y la catedral con su Micalet, que, por su altura, lo preside todo.

Las industrias fueron y son de lo, más delicado: cerámicas, sedas, abanicos…

La Albufera tiene su caza y su pesca. Y las barracas son reliquias que nos hacen ver el pasado desde el presente.

Las mujeres son dignas de atención. De ellas dijo el polaco Papielobo: “Son demasiado hermosas”. No creo; a mí me parece que están a punto.

Y los arrozales…

Bueno, del arroz dijo Juan Luis Vives que “nace en el agua y muere en el vino”.

De acuerdo.

ALEJANDRO SELA

Libros del vino

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 16/23-12-1972

Por ALEJANDRO SELA

Estamos dentro del Año Internacional del Libro. Y casi a su final. Yo me creía que este tema, el del libro vinícola, iba a ser tratado por alguien especialmente dotado. Pero no vi nada en la prensa ni en las revistas.

A mí me interesa el conocimiento bibliográfico. Y sospecho que alguien más tenga este interés. Ya que no me es posible hacer un trabajo perfilado, valgan estas notas por lo menos como un recuerdo emocionado.

En España somos pobres en libros vinícolas: Hay pocos. Pero conviene aclarar. Se pueden distinguir dos tipos de libros. Los puramente técnicos y los que están destinados al gran público. Libros técnicos hay. Y algunos buenos. Pero éstos tienen, por fuerza, unas posibilidades de difusión muy limitada. Los compran los estudiantes que quieren hacer profesión del conocimiento del vino. Y alguna gente más.

Pero debe haber otros libros que tengan una difusión en cierto modo ilimitada. Son los que se escriben con un lenguaje común para que se enteren todos aquellos que, sin preparación especial, quieren saber lo que es el vino.

Este, el vino, es algo que llega a todas partes, a los lugares más íntimos de la vida social. Bodas, bautizos, homenajes… Del vino hacen uso los más encopetados intelectuales y los más humildes trabajadores. En ninguna fiesta, religiosa o profana, falta el vino.

Pero la gente, en general, no se entera. Bebe vino por hábito, por costumbre, sin sentir curiosidad por saber de verdad lo que ingiere. Y, claro, no piensa.

Los libros nos ayudan a pensar. No sólo nos traen ideas nuevas, sino que nos sirven para descubrir las propias. El pensamiento, creo yo, es la fuente de todas las venturas.

El libro claro, eficiente, hecho por autores solventes, es algo así como una joya. Se guarda, se mira. Y hasta puede suceder, porque se conserva, que se relea…

Las revistas vinícolas, aun siendo buenas, son necesariamente esclavas de una actualidad que las arrolla. Y el lector de las mismas, por lo que veo, no suele coleccionarlas. La revista es complemento del libro.

A mí me gustaría mucho leer libros monográficos de los variados vinos españoles, libros que trataran la historia, costumbres y folklore de cada región vinícola… Pero no se escriben. Hay, sin embargo, una excepción: Jerez de la Frontera. Jerez y su zona tienen una bibliografía muy interesante. Sentado en una butaca, en la paz de una biblioteca, se puede hacer uno “culto” en vinos jerezanos. Claro que, además, debe tenerse una botella al lado para comprobar… la verdad de las teorías.

Cada provincia vinícola española debiera tener, por lo menos, un par de libros. Cada región debe estar envuelta en un halo cultural vinícola.

Recorriendo nuestros pueblos productores he visto que los profesionales del vino, los agricultores, están dominados por una idea: la comercialización. Lo comprendo, me parece natural. El comercio es vida. Pero también creo que forma parte de esa vida el que la gente sepa de una vez lo que es el vino. En la calle y en los cafés se habla de vinos. Pero no todo el que habla de ellos los conoce. Hay mucho cuento…

Los intelectuales españoles no escriben libros de vinos. Es cierto que en diversas ocasiones pronuncian palabras de simpatía por el líquido elemento. Pero simpatía, sin más, no puede decirse que sea conocimiento. Hace ya años – 1929 – un novelista hizo excepción a esta regla. Joaquín Belda publicó un libro de los vinos españoles. Y particularmente importante.

Ortega y Gasset dijo repetidamente: “Un problema cósmico es el vino”. Es decir, que se dio cuenta de su enjundia. Pero, por lo que sea, no lo estudió.

En los últimos años se editó en Bélgica un libro que se titula “Connaissance du vin”. Esto en sí no tiene nada de particular. Lo que a mí me llama la atención es que su autor Constant Bourquin es… filósofo. Nada menos.

Necesitamos libros monográficos de los grandes vinos españoles. Muchos libros.

Yo fui de aviación

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. Noviembre-1972

El pasado día 7 de octubre, en la mañana por casualidad, aparecí por la casa Domecq, de Jerez, para curiosear “lo suyo”, es decir, lo mío…

Me recibió don Francisco Pérez, uno de los jefes de relaciones públicas, quien amablemente me dijo que estaban ese día de fiesta y que se iba a celebrar, al mediodía, una comida en la bodega Liazanez, de la casa, en honor de la Asociación Internacional de Transportes Aéreos (I. A. T. A.). Y que yo debía incorporarme al grupo de los trescientos “aviadores” invitados y comer con ellos.

Acepté encantado. Y para justificarme ante los fueros de mi conciencia, porque yo sabía que no merecía tanto honor, recordé que era colaborador de LA SEMANA VITIVINÍCOLA y que, a lo menos, podía considerarme como un polizón distinguido. Y como además me pareció que, a su hora, iba tener buen apetito, no dude en creer que podría representar a la Revista con el máximo decoro. Y así fue en verdad.

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Figuraban como invitados, según la carta: por I. A. T. A. el señor Hommarskjold y otros señores, por IBERIA los señores Peñas y Valencia, y por HOWASA Mr. Petit y otros. Eran anfitriones: el marqués de Domecq, Board Directors, señor Vañó y Executive Directors.

Cuando llegaron todos los invitados, hacia las tres de la tarde, venidos de otros mundos, y, claro está, por avión, un enjambre de camareros los recibió en la puerta y en el patio de la bodega con sus bandejas repletas de néctar en sus copas y tapeo en sus platillos.

Yo estaba asombrado. Muchas señoras y señoritas vestían trajes de sus respectivos países. Por ejemplo, algunas vestían sari. Lo que me hizo sospechar que eran indias. Aquello parecía un “bollo” idiomático y una orgía colorística. Me acordé de la torre de Babel.

En las mesas, con albos manteles y los servicios procedentes, nos fuimos sentando un poco al albur. Decoraban el lugar la botería arrumbada a nuestras espaldas y las telas color azabache que las arañas jerezanas tejen en honor de los forasteros. La atmósfera estaba “contaminada” con levaduras de flor…

Algún tiempo después, durante la comida, me pareció que allí había gato encerrado. Era tal el número de mujeres hermosas que aquello me parecía una reunión convocada para elegir Miss Universo no un ágape de aviadores. Me tocó sentarme a una mesa contorneada por verdaderas bellezas y yo, humildemente, hacía de copero y les servía fino, oloroso y amontillado. Y obtuve, como premio, las más tiernas y encantadoras sonrisas.

He podido comprobar que el vino de Jerez, como la música, es un lenguaje universal. Con sendas copas de ese vino en las manos yo creo que podría entenderme con una checa. Y, siendo lícito, llevarla a la vicaría. Y declararle amor eterno. Y etcétera.

Si los señores que se reúnen en asambleas internacionales para resolver los grandes problemas mundiales tuvieran en sus manos unas copas de jerez, otro gallo le cantaría a la paz del mundo… Como no es así, hay que lamentarlo.

Alejandro Sela

San Benito era de los nuestros…

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 21/28-10-1972

por D. ALEJANDRO SELA

San Benito Nació en Nursia – hoy Norcia -, en Italia. Hijo de familia acomodada, se fue a Roma a estudiar. Nació, se supone, hacia el año 480 de la Era Cristiana. Su biógrafo primero fue San Gregorio Magno, el cual vivió, siendo Papa, medio siglo después de aquél. Se cree que San Benito recibió alguna instrucción jurídica.

Durante algunos años vivió en soledad, es una cueva, en Subiaco. Y después, con discípulos, se dedicó a la fundación de monasterios. El principal, matriz, fue el de Montecasino. En este elaboró después de hondas meditaciones, la Regla, famosa norma que rige desde entonces la comunidad benedictina.

San Benito murió, se cree, el 21 de marzo del año 547. Y fue enterrado allí, en Montecasino, al lado de una hermana suya, Escolástica, también santa.

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Cuando hace años tuve conocimiento de la Regla, quedé asombrado. Se trata, para mi gusto y el de muchos, de un documento impresionante, por su contenido y… por todo. Por su rigor moral, por su sentido comunitario, por su valor jurídico y, también, por su importancia literaria. La he leído muchas veces. Más tarde, en viajes por España, he visitado bastantes monasterios benedictinos. Ahora recuerdo los siguientes: Montserrat (Barcelona), Valvanera (Logroño) y Silos (Burgos), de hábito negro, y que cumplen la Regla de pe a pa. Y otros, de hábito blanco, que también la cumplen con ligeras modificaciones adjetivas – no substantivas – hechas por San Bernardo de Claraval, San Bruno y otros. Son blancos los de Porta Coeli (Valencia), Cóbreces (Santander), San Pedro de Cardeña y la Cartuja de Miradores (Burgos), San Isidro de Dueñas (Palencia) y Poblet y Santes Creus (Tarragona). Hablar con los monjes de San Benito es una delicia. Son de lo mejor. Su misión en este mundo es rezar y trabajar. Ora et labora es su lema.

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Copio el capítulo XL de la Regla de San Benito, bajo el epígrafe “De la tasa de la bebida”.- Cada cual tiene de Dios un don particular, uno de una manera y otro de otra; por eso, con algún escrúpulo, fijamos para otros la medida del sustento; sin embargo, considerando la flaqueza de los débiles, creemos que basta a cada cual una hemina de vino al día. Pero aquellos a quienes Dios da el poder de abstenerse, sepan que tendrán especial galardón.

“Mas si la necesidad del lugar, o el trabajo, o el calor del estío exigieren más, esté ello a la discreción del superior, procurando que jamás se dé lugar a la saciedad o a la embriaguez”. Aunque leemos que el vino es absolutamente impropio de monjes, sin embargo, como en nuestro tiempo no se les puede convencer de ello, convengamos siquiera en no beber hasta la saciedad, sino con moderación, porque el vino hace apostatar aun a los sabios.

“No obstante, donde las condiciones del lugar no permitan adquirir siquiera la sobredicha medida, sido mucho menos o nada absolutamente, bendigan a Dios los que allí viven y no murmuren; les advertimos esto sobre todo, que eviten a todo trance la murmuración”.

Dom Odilon M. Cunill, comentador de la Regia, dice: “En la medida de vino fijada por San Benito se tiene a la vista la capacidad de los débiles. Admite, sin embargo, el hecho de que mientras unos beben, otros se abstengan de ello. Los que por una razón cualquiera desean beber vino, pueden hacerlo: la Regla les ampara”.

La hemina romana equivalía a 0,27 litros. “Pero – añade dom Cunill -, Según A. Lentini, biógrafo de San Benito, la medida a que éste se refiere – el santo – equivaldría a bastante más. Como en general para toda clase de alimentos, San Benito se muestra condescendiente en aumentar la medida de vino si las circunstancias lo reclaman y el abad lo estima conveniente”.

Los monjes de los monasterios de Poblet y Santes Creus, durante siglos fueron vitivinicultores. Todavía se pueden ver hoy las bodegas donde elaboraban sus caldos. Y el monasterio de Scala Dei, en ruinas, en el Priorato, también se distinguió por sus vinos.

Y por si fuera poco, el inventor o descubridor del vino de champaña fue un benedictino, Dom Perignon, mayordomo del monasterio d’Hautvillier (Francia) allá por los últimos años del siglo XVII y comienzos del XVIII.

«Las Geórgicas» de Virgilio

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 8-7-1972

por D. ALEJANDRO SELA

Príncipe de los poetas romanos. Fue el verdadero poeta, el vate, el adivino. Nació el año 70 antes de Jesucristo en Andes (Mantua). Su padre tenía una granja. Y en ella nació. De ahí su amor al campo. Este fue fundamentalmente la fuente de su inspiración. Después el emperador Octavio Augusto le dio una finca cerca de Nápoles. Y aquí, durante siete años, compuso Las Geórgicas. Vivió cincuenta y un años.

Además de Octavio, entre otros, en su época vivieron personajes importantes de los que fue amigo: Mecenas y el poeta Horacio.

Aparte de otras obras que escribió, sólo nos interesa ahora Las Geórgicas. Este es un verdadero poema del campo. Y que, se dice, lo hizo a instancias de Mecenas.

Virgilio estaba al tanto de lo que entonces se podía saber de agricultura. En él se aliaban, pues, técnica y poesía. Cuerpo y espíritu.

Las Geórgicas se divide en cuatro partes o libros. En el primero trata del laboreo del suelo, el segundo del cultivo de los árboles, el tercero sobre cría y reproducción de los animales y el cuarto sobre las abejas.

De este libro decía el doctor Marañón que era “tal vez el que más veces he leído”.

De momento sólo nos interesa el libro segundo. En él se habla del viñedo.

Y, al efecto, voy a reproducir trozos sueltos. Los uno a mi modo para evitar la fatiga que un libro tan antiguo pudiera producir de buenas a primeras. Y se verá, se asombrará el lector de lo que entonces se sabía ya del cultivo de la vid. Y con frases de un subido valor poético.

Y es a ti, ¡oh Baco!, a quien voy a cantar. Acude en mi ayuda, ¡oh dios de los lagares! En tu honor se carga de pámpanos el otoño… y espumea la vendimia en las cubas hasta los bordes llenas… Y desnudas tus piernas para mojarlas con las mías en el dulce mosto. Es un placer plantar a Baco sobre los Ismaros (montes de Tracia).

La viña que sale de semilla produce racimos mal conformados, botín por lo común para los pájaros. La vid debe reproducirse por sarmientos barbados.

Como asimismo hay tempraneros racimos de púrpura… Todavía queda la vid de Aminea, la que produce caldos de tanto cuerpo que el propio Tmolo y el mismo Fanas, rey de los viñedos, deben rendirle honores. Existe, además, la pequeña cepa, como enana, de abundante racimo y larga duración.

Las vides de Baco, por último, aman las colinas descubiertas.

Esas son las tierras que un día, ¡oh labrador!, te proveerán de viñas robustas y pródigas en un vino que correrá a raudales.

Semejante terreno será fértil en racimos, fértil en ese líquido que ofrecemos para las libaciones en cálices de oro.

Enlaces, ¡oh labrador!, los olmos con las viñas fecundas.

Sabido es que son mejores terrenos aquellos cuyo suelo está mejor preparado.

La viña, por ejemplo, antes de replantarla debes meditar si te conviene hacerlo en el llano. Y si te decides por asentar tus viñedos en el llano haz la plantación cerrada, seguro de que Baco no permanecerá inactivo.

Mas si se trata de suelo apezonado o muy en pendiente, sé más generoso con el número de cepas en el replanteo. De todos modos, en un caso y en otro, disponlas en tal orden que se corten con exactitud en ángulo recto las calles que han de repasarlas, formando así un conjunto simétrico. No de otro modo despliega sus cohortes la Legión en la guerra, cuando hace alto en un cerro desguarnecido.

Ahora oye estas advertencias: que no se vuelvan tus viñedos hasta el sol poniente. Y no plantes avellanos entre las cepas, ni despuntes las vides, ni rompas los sarmientos por su vértice (tanta es la ternura que Baco tiene para la tierra).

Guárdate de plantar entre las hileras de la vid olivos silvestres.

Es el momento mejor para plantar las viñas aquel de la primavera bermeja en que vuelve a nosotros el pájaro de blanco plumaje (la cigüeña), tan odiado por la culebra de numerosos pliegues.

Es entonces cuando el Padre todopoderoso, el éter, desciende en fecundantes lluvias hasta el seno de su regocijada esposa, y se une así a ella, dando la vida poderosamente a todos los seres.

Luego que están en su lugar las plantas hay que aporcarlas debidamente y remover la tierra y trabajarla con el arado, guiando bien los bueyes por entre las hileras.

Mas cuando haya tomado vuelo la viña y abrace los olmos con sus vigorosas ramas, entonces sí que será preciso, ¡oh labrador!, que: escamondes su cabellera y recortes sus brazos.

Ni el propio frío, ni la escarcha, ni el hielo, ni aun el estío mismo, que pesa tan gravemente sobre las tierras resecas, perjudica a la viña lo que ese ganado cuyo diente duro es veneno, y que deja en la cepa que roe la señal de una cicatriz.

Porque aparte el mal tiempo y la acción del sol, también búfalos y corzos causan graves perjuicios a las viñas, que son igualmente pasto sabroso para los corderos y las ávidas becerras.

Por ese delito es por lo que se inmola en todos los altares un macho cabrío a Baco.

Lo mismo hacen los aldeanos de Ansomia al divertirse con el recitado de groseros versos y el desbordar de risas desabridas; pónense horribles máscaras de corteza ahuecadas y te invocan luego a ti, ¡oh Baco!, en versos joviales,

A eso se debe que el viñedo empiece a cubrirse de frutos en abundancia, y así es como se ven colmadas las concavidades de los valles y los profundos de las enmarañadas gargantas. Vemos enseguida hacia dónde ha vuelto el dios la cabeza, y, conforme al rito, venimos a dedicar a Baco los debidos honores, según los cantos de nuestros padres, y a llevarle las bandejas y los panes consagrados.

También debe llevarse por los cuernos al macho cabrío ofrendado a la muerte, que estará un momento en pie cerca del altar y cuyas carnes colgaremos en los asadores de avellano… Otro trabajo que da aún que añadir a los cuidados que reclaman las viñas, y del que nunca debe prescindirse; me refiero a que tres o cuatro veces al año es preciso rasgar el seno de las tierras, destripar por completo los terrones con revés de las azadas y aligerar a todo el viñedo de su follaje.

Cuando el otoño despoja la viña de sus hojas, o el frío aquilón hizo caer de los árboles el adorno, es ocasión de que el celoso viñador se preocupe de lo que va a ser de sus vides al año siguiente.

Y es entonces necesario que con la hoz recurva, atributo de Saturno, acometa lo que quede de la viña, ya vendimiada y privada de hojas… Sé, ¡oh labrador!, el primero en cavar la tierra, el primero en quemar los sarmientos retirados de la plantación y el primero en disponer de los rodrigones bajo tu techo; pero sé el último en recolectar.

Mas aunque las viñas estén atadas y las cepas no necesiten ya la podadera y toda la plantación cante hasta el último límite el final de las penas, siempre tendrás trabajo, ¡oh labrador!, en atormentar todavía la tierra y en reducir los terrones a polvo y, así que esto haya acabado, en congraciarte con Júpiter para las uvas maduras.

¡Viva yo sin gloria, pero viva amando los ríos y los bosques! Los bosques dan al mismo tiempo sus madroños, y el otoño deja caer de los árboles frutos múltiples, cuando allá arriba en las cumbres y a pleno sol, acaba de morir la vendimia.

Una vuelta por Valencia

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 5-8-1972

por D. ALEJANDRO SELA

VALENCIA, después de haber estado en ella tres veces en los últimos años, me bullía en el recuerdo. Parecía que, sicológicamente, tenía la necesidad de volver. Y dicho y hecho. En el mes de junio último allí me planté.

A veces, como le ocurría a Cervantes, me interesa más el camino que la posada. En este caso concreto no. Me interesaban las dos cosas.

Quería, en Valencia, “ver” con más detalle lo que conocía muy sumariamente: sus vinos. Ahora sé algo más.

Me puse en movimiento el 11 del indicado mes. Y habiendo pasado unos días en Madrid, me “colé” por La Mancha. Y me detuve en Socuéllamos, donde vi la Cooperativa Vinícola del Cristo de la Vega. Y, sin remedio, me asombré. Por todo. Y sus directores amablemente me explicaron lo que procedía. Pero esta visita merece un artículo solo, Que, Deo Volente, haré en alguna parte.

Entré en la provincia de Valencia por Utiel y Requena. Y bajé, según el mapa, por Cofrentes y Ayora. Aquí me detuve y, adquirí algún vino. Atravieso por una esquina de Albacete, por Almansa, para llegar a Onteniente lloviendo si Dios tenía agua. Pero, aclaro, a mí las lluvias no me molestan nada. No me impiden hacer lo que creo es mi deber. Con un paraguas las evito.

Paso por Albaida, ya con sol, y me paro especialmente en Puebla del Duc. En su cooperativa vinícola hice tertulia con alguno de sus miembros. Y salgo de allí, claro está, sabiendo más de lo que sabía. Y con el regalo de un vino blanco de subidos quilates. Y, además, un poco emocionado. El campo de los “ches”, por su amenidad y belleza, me da un “oxígeno” que me pone en franquía del, optimismo. Me encuentro realmente a gusto.

Atravieso Benigánim y Játiva y veo que los naranjales, como diría fray Luis de León,

“muestran en
esperanza el fruto cierto”.

En Valencia, capital, al día siguiente, gente amable me hace moverme de un lado para otro para aprisionar más emociones y más bellezas, y me llevan a la Albufera para detenerme especialmente en El Saler y el Palmar. Y, por supuesto para rematar el paseo a base de bien. Con paella de mariscos.

Otro día salgo de la capital a las seis de la mañana. Vuelvo a lo mío. Lo mío es el vino. Lentamente, con un sol de amanecer, clarísimo, me dejo “caer” en Villar del Arzobispo. En la cooperativa se trabaja de lo lindo. Y se elaboran vinos de variados tipos. Generosos, de mesa y dulces. Uno se anima realmente al ver que esta gente logra calidades… para mí inesperadas. Por buenas.

Vuelvo a Casinos y Liria, por donde había pasado anteriormente, y tomo las muestras de rigor. Y, sin saber cómo, atravesando viñedos, me encuentro en Pedralba. A la entrada hay un letrero que dice algo parecido a esto: “Pedralba, villa del vino”. Y lo es, voto a bríos. Hablo con algunas gentes y me entero…

Después me apeo en Cheste, villa limpísima, y con sus vinos de “primera división”. Y muy cerca, en Chiva, con idénticas sorpresas.

Cruzo la carretera de Madrid, paso por Godelleta y aparezco por Turís, en la cooperativa. Que es de verdad importante y me doy cuenta que allí todo el mundo, hombres y mujeres, trabajan a tope. Y bien. Compro vinos distintos y buenos. Uno se distingue especialmente. Es el que llaman de Baronía. Blanco y generoso.

No para aquí la cosa. Vuelvo a Requena y me detengo para tomar algo… Y en Utiel. Pero en Villargordo del Cabriel también paro y, mirando hacia atrás, me despido de Valencia. Y con cierta pena. Me consuela el pensar que llevo conmigo más de cien botellas de “espíritu valenciano”, materializado en… vino. No está mal.

Paso por Motilla del Palancar. Y en La Almarcha como. En Tarancón dejo la carretera general para cruzar por Ocaña. Pero a poco siento algo de sueño. Me detengo. En una cuneta, a la sombra de una acacia, hago mi “cama” con la gabardina. Y el pijama enrollado me va a servir de almohada. Y caigo en los brazos de Morfeo. Como un tronco.

Me despierta una pareja de la guardia civil rural. Hacía pocas horas que se cometiera un robo en la Caja de Ahorros de Cuenca. Y los atracadores huyeron en un coche azul. Y el mío es de este color…

Sigo. Y voy viendo a un lado y otro, viñedos. A la entrada de un pueblo leo en una tabla: Noblejas. En este lugar hay cooperativa vinícola y varias casas elaboradoras. Visito una, Avilés. Resulta que es importante y que elabora vinos propios, variados y buenos. Y que además embotella en mayor cuantía. Todo está mecanizado. El mercado de Madrid, cercano, lo devora todo. Llevo mi cupo de vinos. Y hablo con uno de los jefes de la casa. Y, por supuesto, nos entendemos cordialmente.

En Aranjuez me compro un periódico. Solamente. Y tomo la carretera de Toledo. Aquí, en el hotel Monterrey, al otro lado del Tajo, cerca de los cigarrales, duermo.

Pero me levanto a las cinco de la mañana y veo un amanecer con sol en la Ciudad Imperial. Me acuerdo de Carlos V, del Greco, de Garcilaso y gente de esa.

Al llegar a Valladolid pienso que la cabra tira al monte. Y me voy por Fuensaldaña y Mucientes para llegar a Cigales y, aprovisionándome, pongo en el coche el “completo” de carga vinícola. A la hora de comer, en León, me dan, entre otras cosas, truchas del Bernesga, regadas con vino de Valdevimbre.

¡Perelada!

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Junio-1972

por D. ALEJANDRO SELA

Yo he sido siempre devoto de los buenos libros, curioso del arte e inclinado a beber, cuando procede, vino. Y, aunque parezca mentira, me fue siempre posible hacer compatibles esos afanes.

La palabra vino se asocia con demasiada frecuencia a la idea de taberna. Y a sus posibles secuelas: vicio y borrachera… Pero hoy me es posible a mí asociar el vino y el arte. Cuando se tiene un fuerte punto de apoyo para decir una verdad, da gusto. Mi verdad en este caso es esta: el castillo de Perelada y su contenido son algo asombroso.

Este es un centro vitivinícola fundamentalmente. Pero lo curioso es que lo accesorio se confunde con lo principal. Los vinos de – mesa y champán – son buenos, especialmente selectos. Y elaborados con el máximo cuidado. Pero la envoltura o, mejor, su “hábitat” es soberbio y absorbente.

(Si alguna vez alguna lectora o lector tiene que pasar por ese “trago” que se llama luna de miel no debe ir a Perelada. La “pareja” corre el peligro de quedarse sola en medio de la calle y en lamentable abandono. Cuando se tiene una vocación intelectual, artística y vinícola a un tiempo, le hace a uno olvidarse de todo. En determinados casos. Incluso, claro está, de eso que a veces llevamos a nuestro lado y que dimos en llamarle “amor eterno.)

Para situarse conviene, al llegar al Alto Ampurdán (Gerona), dar una vuelta por él y ambientarse lo más posible. Véase Garriguella, Villamaniscle, Rabós, Espolla, San Clemente, Mollet… Con sus viñedos y sus olivos. Para recalar, por fin, en el castillo de Perelada.

En este lugar se debe solamente oír y callar. Gente competente y amable le dice a uno: “En este sitio, sobre ruinas ibéricas y romanas, en el siglo XII los carmelitas hicieron un convento. Y se pusieron a plantar viñas y hacer vino… En el siglo XIV se hizo el castillo que está a la vista. Los carmelitas, por lo que sea, se fueron. Pero desde el referido siglo XII hasta hoy no se interrumpió la elaboración de vinos en sus cavas”.

Acto seguido le llevan a uno a ver lo que, sin hipérbole, se puede llamar un museo completo de todo. Libros incunables en profusión, códices, tapices de Bruselas, cueros cordobeses repujados, arcones góticos, pinturas y esculturas de maestros, vidrios de Venecia, de Murano… Azulejos y cerámicas. A uno le entran por los oídos palabras con resonancias artísticas. Clichy, Sant Gobain, Bohemia. En fin, la Biblia. Todo de calidad.

Lo que yo pudiera decir sería pálido ante la realidad. El hoy titular, o dueño, de este complejo artístico vinícola es un señor a quien no tengo el honor de conocer. Pero es inevitable que lo admire. A él indirectamente le debo el haber pasado la mañana del día 14 de febrero de 1972 rebosante de emociones.

Quedamos, pues, en que en el castillo de Perelada se produce un vino con ejecutoria de ocho siglos.

Se dice pronto.