Publicado en: La Semana Vitivinícola. 15/22-12-1973
por ALEJANDRO SELA
Desde mi situación de amateur me interesa el conocimiento de los vinos. Y los juicios que sobre ellos se dan. Me gustaría ver claro… San Agustín dijo que “Pitágoras, no atreviéndose a llamarse sabio, respondió que era filósofo, es decir, amigo de la sabiduría”. Yo, con toda la humildad que se quiera, busco lo mismo. Pero concretando la idea: busco la sabiduría… del vino.
Para la satisfacción de mis gustos y necesidades me considero experto en vinos españoles. Tomo lo que quiero. O lo que me gusta. O lo que puedo. Pero esto no puede interesar a nadie. Es más, creo que no tengo derecho a revelar mi intimidad. Si lo hiciera, por otra parte, se vería que, en cuanto a gustos, no soy muy ortodoxo. Creo sinceramente que en España hay, por lo menos, una docena de vinos estupendos – referidos a distintos lugares – y no sabría decir cual me gusta más. Las verdades tradicionales o los gustos de otros, en principio, no me sirven. Lo acuñado lo detesto. Y hago, porque puedo, de mi capa un sayo. Pero en cuanto escritor que trata de eliminar la verdad subjetiva y buscar otra más impersonal y amplia, es otra cosa. Aquí hay que recorrer un camino intrincado.
El hombre, en general, tiende a enamorarse de sí mismo y, sobre todo, de lo que sabe o cree saber. Y pontifica, o pontificamos, más de la cuenta. Todos, en más o en menos y por humanos, participamos un poco del espíritu de Lola Flores. O, si se prefiere, de Rosa Morena…
El que quiere enjuiciar un vino se encuentra, de buenas a primeras, con la publicidad. Aparentemente parece un obstáculo. No lo es. La publicidad es lícita y noble. Todos sabemos lo que quiere y lo que busca, No usa máscara. Por la publicidad he descubierto caminos muy interesantes.
Se oyen, por la calle o por otros sitios, juicios temerarios o inconscientes sobre los vinos. Y que son producto del atolondramiento más que de la reflexión o del estudio, Se pueden saber cosas y no saber decirlas. Se puede ser escaso o nulo en sensibilidad gustativa. Hay, además, el “farolero”, el que se las da de experto. ¿Cómo, desde fuera, se puede comprobar esto? Queda todavía por citar el sospechoso que se aprovecha de su supuesta independencia para lanzar desde la prensa, la radio o la televisión opiniones o gustos personales que no tienen importancia ninguna, para arrimar el ascua a la sardina… que le conviene.
Obscurece nuestras visiones la profesionalidad, lo que se llama espíritu de clase. En todas las profesiones, de un modo o de otro, se da. Por este espíritu queremos dar a entender que somos… lo que no somos, o que hacemos… lo que no hacemos. Es poca cosa ver el mundo desde el ángulo estrecho de nuestra profesión. Viajando por España, en quince o más regiones he oído decir: “Aquí tenemos el mejor vino español”. Esto es ingenuo. Y disculpable. Depende de la formación cultural de quien lo dice.
A mí me interesa conocer los vinos españoles. No me es posible “casarme” con el vino de un solo punto regional.
En los últimos tiempos se ve que hay vinos españoles que están sacando medallas de oro por el extranjero. Pero muchos de estos vinos no aparecen en las cartas de los restaurantes. Ignoro las causas. ¿Son comerciales? Bueno, el comercio es lícito, pero lo es también el que cada cual, si quiere, vaya por los pueblos o por las regiones a comprobar la verdad en la medida de lo humanamente posible.
Me parece aventurado e injusto, en principio, enjuiciar los vinos por regiones o por pueblos. E incluso por casas. Y sin hacer los distingos que procedan. En todas las regiones, hay vinos buenos, o por lo menos bien hechos, y vinos menos buenos. Todo depende del esmero en su elaboración. Se encuentra uno por cada pueblo vinícola con docenas de bodegueros o cooperativas que pagan sus impuestos y trabajan honestamente buscando una meta comercial lícita. Y hacen vinos selectos o más corrientes. O lo que sea. Es más, hay casas importantes que producen vinos de muy distintos precios, lo que nos autoriza a ver distintas calidades.
Partiendo de óptima materia prima se puede decir que la bondad de un vino está en razón directa del coste de producción. A más coste mejor calidad. Con muy pocas excepciones.
Creo, por consecuencia, que decir que los vinos de tal región son buenos, o son malos, es, sencillamente, no decir nada.
Desde el punto de vista personal hay que tener en cuenta la soberanía del individuo frente a las cosas. Cada cual tiene sus razones. No es vino bueno el que nos produce acidez de estómago. O el que, por otras causas, nos cae pesado. O el que, tomándolo con prudencia, nos marea. Dígase lo que se diga.
No conviene olvidar, por otra parte, al elegir el vino que hemos de tomar a diario, la calidad-precio. Debe adaptarse a nuestras posibilidades económicas. No es vino bueno el que, siéndolo de verdad, nos resulta caro.
Comencé con una interrogante, el título. Y ahora formulo otra: ¿Quién es el que puede declararse árbitro del buen gusto en cuanto a vinos y decir cuál es el mejor entre los buenos?