Publicado en: La Semana Vitivinícola. Noviembre-1972
El pasado día 7 de octubre, en la mañana por casualidad, aparecí por la casa Domecq, de Jerez, para curiosear “lo suyo”, es decir, lo mío…
Me recibió don Francisco Pérez, uno de los jefes de relaciones públicas, quien amablemente me dijo que estaban ese día de fiesta y que se iba a celebrar, al mediodía, una comida en la bodega Liazanez, de la casa, en honor de la Asociación Internacional de Transportes Aéreos (I. A. T. A.). Y que yo debía incorporarme al grupo de los trescientos “aviadores” invitados y comer con ellos.
Acepté encantado. Y para justificarme ante los fueros de mi conciencia, porque yo sabía que no merecía tanto honor, recordé que era colaborador de LA SEMANA VITIVINÍCOLA y que, a lo menos, podía considerarme como un polizón distinguido. Y como además me pareció que, a su hora, iba tener buen apetito, no dude en creer que podría representar a la Revista con el máximo decoro. Y así fue en verdad.
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Figuraban como invitados, según la carta: por I. A. T. A. el señor Hommarskjold y otros señores, por IBERIA los señores Peñas y Valencia, y por HOWASA Mr. Petit y otros. Eran anfitriones: el marqués de Domecq, Board Directors, señor Vañó y Executive Directors.
Cuando llegaron todos los invitados, hacia las tres de la tarde, venidos de otros mundos, y, claro está, por avión, un enjambre de camareros los recibió en la puerta y en el patio de la bodega con sus bandejas repletas de néctar en sus copas y tapeo en sus platillos.
Yo estaba asombrado. Muchas señoras y señoritas vestían trajes de sus respectivos países. Por ejemplo, algunas vestían sari. Lo que me hizo sospechar que eran indias. Aquello parecía un “bollo” idiomático y una orgía colorística. Me acordé de la torre de Babel.
En las mesas, con albos manteles y los servicios procedentes, nos fuimos sentando un poco al albur. Decoraban el lugar la botería arrumbada a nuestras espaldas y las telas color azabache que las arañas jerezanas tejen en honor de los forasteros. La atmósfera estaba “contaminada” con levaduras de flor…
Algún tiempo después, durante la comida, me pareció que allí había gato encerrado. Era tal el número de mujeres hermosas que aquello me parecía una reunión convocada para elegir Miss Universo no un ágape de aviadores. Me tocó sentarme a una mesa contorneada por verdaderas bellezas y yo, humildemente, hacía de copero y les servía fino, oloroso y amontillado. Y obtuve, como premio, las más tiernas y encantadoras sonrisas.
He podido comprobar que el vino de Jerez, como la música, es un lenguaje universal. Con sendas copas de ese vino en las manos yo creo que podría entenderme con una checa. Y, siendo lícito, llevarla a la vicaría. Y declararle amor eterno. Y etcétera.
Si los señores que se reúnen en asambleas internacionales para resolver los grandes problemas mundiales tuvieran en sus manos unas copas de jerez, otro gallo le cantaría a la paz del mundo… Como no es así, hay que lamentarlo.
Alejandro Sela