«Las Geórgicas» de Virgilio

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 8-7-1972

por D. ALEJANDRO SELA

Príncipe de los poetas romanos. Fue el verdadero poeta, el vate, el adivino. Nació el año 70 antes de Jesucristo en Andes (Mantua). Su padre tenía una granja. Y en ella nació. De ahí su amor al campo. Este fue fundamentalmente la fuente de su inspiración. Después el emperador Octavio Augusto le dio una finca cerca de Nápoles. Y aquí, durante siete años, compuso Las Geórgicas. Vivió cincuenta y un años.

Además de Octavio, entre otros, en su época vivieron personajes importantes de los que fue amigo: Mecenas y el poeta Horacio.

Aparte de otras obras que escribió, sólo nos interesa ahora Las Geórgicas. Este es un verdadero poema del campo. Y que, se dice, lo hizo a instancias de Mecenas.

Virgilio estaba al tanto de lo que entonces se podía saber de agricultura. En él se aliaban, pues, técnica y poesía. Cuerpo y espíritu.

Las Geórgicas se divide en cuatro partes o libros. En el primero trata del laboreo del suelo, el segundo del cultivo de los árboles, el tercero sobre cría y reproducción de los animales y el cuarto sobre las abejas.

De este libro decía el doctor Marañón que era “tal vez el que más veces he leído”.

De momento sólo nos interesa el libro segundo. En él se habla del viñedo.

Y, al efecto, voy a reproducir trozos sueltos. Los uno a mi modo para evitar la fatiga que un libro tan antiguo pudiera producir de buenas a primeras. Y se verá, se asombrará el lector de lo que entonces se sabía ya del cultivo de la vid. Y con frases de un subido valor poético.

Y es a ti, ¡oh Baco!, a quien voy a cantar. Acude en mi ayuda, ¡oh dios de los lagares! En tu honor se carga de pámpanos el otoño… y espumea la vendimia en las cubas hasta los bordes llenas… Y desnudas tus piernas para mojarlas con las mías en el dulce mosto. Es un placer plantar a Baco sobre los Ismaros (montes de Tracia).

La viña que sale de semilla produce racimos mal conformados, botín por lo común para los pájaros. La vid debe reproducirse por sarmientos barbados.

Como asimismo hay tempraneros racimos de púrpura… Todavía queda la vid de Aminea, la que produce caldos de tanto cuerpo que el propio Tmolo y el mismo Fanas, rey de los viñedos, deben rendirle honores. Existe, además, la pequeña cepa, como enana, de abundante racimo y larga duración.

Las vides de Baco, por último, aman las colinas descubiertas.

Esas son las tierras que un día, ¡oh labrador!, te proveerán de viñas robustas y pródigas en un vino que correrá a raudales.

Semejante terreno será fértil en racimos, fértil en ese líquido que ofrecemos para las libaciones en cálices de oro.

Enlaces, ¡oh labrador!, los olmos con las viñas fecundas.

Sabido es que son mejores terrenos aquellos cuyo suelo está mejor preparado.

La viña, por ejemplo, antes de replantarla debes meditar si te conviene hacerlo en el llano. Y si te decides por asentar tus viñedos en el llano haz la plantación cerrada, seguro de que Baco no permanecerá inactivo.

Mas si se trata de suelo apezonado o muy en pendiente, sé más generoso con el número de cepas en el replanteo. De todos modos, en un caso y en otro, disponlas en tal orden que se corten con exactitud en ángulo recto las calles que han de repasarlas, formando así un conjunto simétrico. No de otro modo despliega sus cohortes la Legión en la guerra, cuando hace alto en un cerro desguarnecido.

Ahora oye estas advertencias: que no se vuelvan tus viñedos hasta el sol poniente. Y no plantes avellanos entre las cepas, ni despuntes las vides, ni rompas los sarmientos por su vértice (tanta es la ternura que Baco tiene para la tierra).

Guárdate de plantar entre las hileras de la vid olivos silvestres.

Es el momento mejor para plantar las viñas aquel de la primavera bermeja en que vuelve a nosotros el pájaro de blanco plumaje (la cigüeña), tan odiado por la culebra de numerosos pliegues.

Es entonces cuando el Padre todopoderoso, el éter, desciende en fecundantes lluvias hasta el seno de su regocijada esposa, y se une así a ella, dando la vida poderosamente a todos los seres.

Luego que están en su lugar las plantas hay que aporcarlas debidamente y remover la tierra y trabajarla con el arado, guiando bien los bueyes por entre las hileras.

Mas cuando haya tomado vuelo la viña y abrace los olmos con sus vigorosas ramas, entonces sí que será preciso, ¡oh labrador!, que: escamondes su cabellera y recortes sus brazos.

Ni el propio frío, ni la escarcha, ni el hielo, ni aun el estío mismo, que pesa tan gravemente sobre las tierras resecas, perjudica a la viña lo que ese ganado cuyo diente duro es veneno, y que deja en la cepa que roe la señal de una cicatriz.

Porque aparte el mal tiempo y la acción del sol, también búfalos y corzos causan graves perjuicios a las viñas, que son igualmente pasto sabroso para los corderos y las ávidas becerras.

Por ese delito es por lo que se inmola en todos los altares un macho cabrío a Baco.

Lo mismo hacen los aldeanos de Ansomia al divertirse con el recitado de groseros versos y el desbordar de risas desabridas; pónense horribles máscaras de corteza ahuecadas y te invocan luego a ti, ¡oh Baco!, en versos joviales,

A eso se debe que el viñedo empiece a cubrirse de frutos en abundancia, y así es como se ven colmadas las concavidades de los valles y los profundos de las enmarañadas gargantas. Vemos enseguida hacia dónde ha vuelto el dios la cabeza, y, conforme al rito, venimos a dedicar a Baco los debidos honores, según los cantos de nuestros padres, y a llevarle las bandejas y los panes consagrados.

También debe llevarse por los cuernos al macho cabrío ofrendado a la muerte, que estará un momento en pie cerca del altar y cuyas carnes colgaremos en los asadores de avellano… Otro trabajo que da aún que añadir a los cuidados que reclaman las viñas, y del que nunca debe prescindirse; me refiero a que tres o cuatro veces al año es preciso rasgar el seno de las tierras, destripar por completo los terrones con revés de las azadas y aligerar a todo el viñedo de su follaje.

Cuando el otoño despoja la viña de sus hojas, o el frío aquilón hizo caer de los árboles el adorno, es ocasión de que el celoso viñador se preocupe de lo que va a ser de sus vides al año siguiente.

Y es entonces necesario que con la hoz recurva, atributo de Saturno, acometa lo que quede de la viña, ya vendimiada y privada de hojas… Sé, ¡oh labrador!, el primero en cavar la tierra, el primero en quemar los sarmientos retirados de la plantación y el primero en disponer de los rodrigones bajo tu techo; pero sé el último en recolectar.

Mas aunque las viñas estén atadas y las cepas no necesiten ya la podadera y toda la plantación cante hasta el último límite el final de las penas, siempre tendrás trabajo, ¡oh labrador!, en atormentar todavía la tierra y en reducir los terrones a polvo y, así que esto haya acabado, en congraciarte con Júpiter para las uvas maduras.

¡Viva yo sin gloria, pero viva amando los ríos y los bosques! Los bosques dan al mismo tiempo sus madroños, y el otoño deja caer de los árboles frutos múltiples, cuando allá arriba en las cumbres y a pleno sol, acaba de morir la vendimia.

Una vuelta por Valencia

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 5-8-1972

por D. ALEJANDRO SELA

VALENCIA, después de haber estado en ella tres veces en los últimos años, me bullía en el recuerdo. Parecía que, sicológicamente, tenía la necesidad de volver. Y dicho y hecho. En el mes de junio último allí me planté.

A veces, como le ocurría a Cervantes, me interesa más el camino que la posada. En este caso concreto no. Me interesaban las dos cosas.

Quería, en Valencia, “ver” con más detalle lo que conocía muy sumariamente: sus vinos. Ahora sé algo más.

Me puse en movimiento el 11 del indicado mes. Y habiendo pasado unos días en Madrid, me “colé” por La Mancha. Y me detuve en Socuéllamos, donde vi la Cooperativa Vinícola del Cristo de la Vega. Y, sin remedio, me asombré. Por todo. Y sus directores amablemente me explicaron lo que procedía. Pero esta visita merece un artículo solo, Que, Deo Volente, haré en alguna parte.

Entré en la provincia de Valencia por Utiel y Requena. Y bajé, según el mapa, por Cofrentes y Ayora. Aquí me detuve y, adquirí algún vino. Atravieso por una esquina de Albacete, por Almansa, para llegar a Onteniente lloviendo si Dios tenía agua. Pero, aclaro, a mí las lluvias no me molestan nada. No me impiden hacer lo que creo es mi deber. Con un paraguas las evito.

Paso por Albaida, ya con sol, y me paro especialmente en Puebla del Duc. En su cooperativa vinícola hice tertulia con alguno de sus miembros. Y salgo de allí, claro está, sabiendo más de lo que sabía. Y con el regalo de un vino blanco de subidos quilates. Y, además, un poco emocionado. El campo de los “ches”, por su amenidad y belleza, me da un “oxígeno” que me pone en franquía del, optimismo. Me encuentro realmente a gusto.

Atravieso Benigánim y Játiva y veo que los naranjales, como diría fray Luis de León,

“muestran en
esperanza el fruto cierto”.

En Valencia, capital, al día siguiente, gente amable me hace moverme de un lado para otro para aprisionar más emociones y más bellezas, y me llevan a la Albufera para detenerme especialmente en El Saler y el Palmar. Y, por supuesto para rematar el paseo a base de bien. Con paella de mariscos.

Otro día salgo de la capital a las seis de la mañana. Vuelvo a lo mío. Lo mío es el vino. Lentamente, con un sol de amanecer, clarísimo, me dejo “caer” en Villar del Arzobispo. En la cooperativa se trabaja de lo lindo. Y se elaboran vinos de variados tipos. Generosos, de mesa y dulces. Uno se anima realmente al ver que esta gente logra calidades… para mí inesperadas. Por buenas.

Vuelvo a Casinos y Liria, por donde había pasado anteriormente, y tomo las muestras de rigor. Y, sin saber cómo, atravesando viñedos, me encuentro en Pedralba. A la entrada hay un letrero que dice algo parecido a esto: “Pedralba, villa del vino”. Y lo es, voto a bríos. Hablo con algunas gentes y me entero…

Después me apeo en Cheste, villa limpísima, y con sus vinos de “primera división”. Y muy cerca, en Chiva, con idénticas sorpresas.

Cruzo la carretera de Madrid, paso por Godelleta y aparezco por Turís, en la cooperativa. Que es de verdad importante y me doy cuenta que allí todo el mundo, hombres y mujeres, trabajan a tope. Y bien. Compro vinos distintos y buenos. Uno se distingue especialmente. Es el que llaman de Baronía. Blanco y generoso.

No para aquí la cosa. Vuelvo a Requena y me detengo para tomar algo… Y en Utiel. Pero en Villargordo del Cabriel también paro y, mirando hacia atrás, me despido de Valencia. Y con cierta pena. Me consuela el pensar que llevo conmigo más de cien botellas de “espíritu valenciano”, materializado en… vino. No está mal.

Paso por Motilla del Palancar. Y en La Almarcha como. En Tarancón dejo la carretera general para cruzar por Ocaña. Pero a poco siento algo de sueño. Me detengo. En una cuneta, a la sombra de una acacia, hago mi “cama” con la gabardina. Y el pijama enrollado me va a servir de almohada. Y caigo en los brazos de Morfeo. Como un tronco.

Me despierta una pareja de la guardia civil rural. Hacía pocas horas que se cometiera un robo en la Caja de Ahorros de Cuenca. Y los atracadores huyeron en un coche azul. Y el mío es de este color…

Sigo. Y voy viendo a un lado y otro, viñedos. A la entrada de un pueblo leo en una tabla: Noblejas. En este lugar hay cooperativa vinícola y varias casas elaboradoras. Visito una, Avilés. Resulta que es importante y que elabora vinos propios, variados y buenos. Y que además embotella en mayor cuantía. Todo está mecanizado. El mercado de Madrid, cercano, lo devora todo. Llevo mi cupo de vinos. Y hablo con uno de los jefes de la casa. Y, por supuesto, nos entendemos cordialmente.

En Aranjuez me compro un periódico. Solamente. Y tomo la carretera de Toledo. Aquí, en el hotel Monterrey, al otro lado del Tajo, cerca de los cigarrales, duermo.

Pero me levanto a las cinco de la mañana y veo un amanecer con sol en la Ciudad Imperial. Me acuerdo de Carlos V, del Greco, de Garcilaso y gente de esa.

Al llegar a Valladolid pienso que la cabra tira al monte. Y me voy por Fuensaldaña y Mucientes para llegar a Cigales y, aprovisionándome, pongo en el coche el “completo” de carga vinícola. A la hora de comer, en León, me dan, entre otras cosas, truchas del Bernesga, regadas con vino de Valdevimbre.

¡Perelada!

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Junio-1972

por D. ALEJANDRO SELA

Yo he sido siempre devoto de los buenos libros, curioso del arte e inclinado a beber, cuando procede, vino. Y, aunque parezca mentira, me fue siempre posible hacer compatibles esos afanes.

La palabra vino se asocia con demasiada frecuencia a la idea de taberna. Y a sus posibles secuelas: vicio y borrachera… Pero hoy me es posible a mí asociar el vino y el arte. Cuando se tiene un fuerte punto de apoyo para decir una verdad, da gusto. Mi verdad en este caso es esta: el castillo de Perelada y su contenido son algo asombroso.

Este es un centro vitivinícola fundamentalmente. Pero lo curioso es que lo accesorio se confunde con lo principal. Los vinos de – mesa y champán – son buenos, especialmente selectos. Y elaborados con el máximo cuidado. Pero la envoltura o, mejor, su “hábitat” es soberbio y absorbente.

(Si alguna vez alguna lectora o lector tiene que pasar por ese “trago” que se llama luna de miel no debe ir a Perelada. La “pareja” corre el peligro de quedarse sola en medio de la calle y en lamentable abandono. Cuando se tiene una vocación intelectual, artística y vinícola a un tiempo, le hace a uno olvidarse de todo. En determinados casos. Incluso, claro está, de eso que a veces llevamos a nuestro lado y que dimos en llamarle “amor eterno.)

Para situarse conviene, al llegar al Alto Ampurdán (Gerona), dar una vuelta por él y ambientarse lo más posible. Véase Garriguella, Villamaniscle, Rabós, Espolla, San Clemente, Mollet… Con sus viñedos y sus olivos. Para recalar, por fin, en el castillo de Perelada.

En este lugar se debe solamente oír y callar. Gente competente y amable le dice a uno: “En este sitio, sobre ruinas ibéricas y romanas, en el siglo XII los carmelitas hicieron un convento. Y se pusieron a plantar viñas y hacer vino… En el siglo XIV se hizo el castillo que está a la vista. Los carmelitas, por lo que sea, se fueron. Pero desde el referido siglo XII hasta hoy no se interrumpió la elaboración de vinos en sus cavas”.

Acto seguido le llevan a uno a ver lo que, sin hipérbole, se puede llamar un museo completo de todo. Libros incunables en profusión, códices, tapices de Bruselas, cueros cordobeses repujados, arcones góticos, pinturas y esculturas de maestros, vidrios de Venecia, de Murano… Azulejos y cerámicas. A uno le entran por los oídos palabras con resonancias artísticas. Clichy, Sant Gobain, Bohemia. En fin, la Biblia. Todo de calidad.

Lo que yo pudiera decir sería pálido ante la realidad. El hoy titular, o dueño, de este complejo artístico vinícola es un señor a quien no tengo el honor de conocer. Pero es inevitable que lo admire. A él indirectamente le debo el haber pasado la mañana del día 14 de febrero de 1972 rebosante de emociones.

Quedamos, pues, en que en el castillo de Perelada se produce un vino con ejecutoria de ocho siglos.

Se dice pronto.

La Mancha

La Pámpana de Baco

Publicado en: La Pámpana de Baco. 15-5-1972

Vista por D. ALEJANDRO SELA

La Mancha es una región española que está en todas partes. Ella es el escenario de la obra más genial de Cervantes, el Quijote. Y como está en todas las bibliotecas del orbe, la Mancha tiene que sonar en todos los oídos…

Quizá ya lo habrá dicho alguien. Pero no importa. El Quijote es el primer libro turístico español. Que, por ser bueno, dice la verdad…

Yo siempre estuve persuadido de ello. He ido hace bastantes años por primera vez a la Mancha. Y después, he vuelto muchas veces.

El paisaje manchego es sobrio. Pero cuando se va a él secundado por el Quijote, resulta ser un manantial que no cesa… Un manantial de emociones. En la Mancha todo me «habla». Los caminos, las piedras, los molinos…

Pero lo que más me canta y encanta son los viñedos. Y su corolario inmediato, el vino. Al entrar por esas tierras, previamente, me hago in mente, manchego. Cojo la bota y mi bastón y vengan caminos, pueblos. Al ser curioso del vino hay que moverse, andar, ver, preguntar. Esta curiosidad mía estimo como un deporte completo.

Para comer conviene tener apetito. Y para saborear lo que se bebe conviene tener sed.

Siendo madrugador y andador y yo soy las dos cosas, el hambre y la sed vienen solas.

Para comer y beber hay que estar a punto…

Fue el mismo Cervantes quien dijo que la mejor salsa es el hambre. Y yo, por mi parte, añado: Para tener sed hay que andar y cansarse. Y, si fuere preciso, sudar…

En la Mancha, hoy, se puede comer y beber lo que se quiera. Pero a base de bien.

Yo presumo y creo que soy un hombre importante solamente por haber estado, en los últimos años, en estos sitios y precisamente tomando vinos: Manzanares, Villarrobledo, Socuéllamos, Tomelloso, Alcázar de San Juan, Valdepeñas, La Roda, Ossa de Montiel, Pedro Muñoz, El Toboso, Calzada de Calatrava, Herencia, Argamasilla de Alba, Puerto Lápice, Consuegra, La Solana, Mota del Cuervo, Belmonte, Villanueva de los Infantes, Montiel, Torre de Juan Abad, Miguelturra, Daimiel, Campo de Criptana, Munera. Y, para no cansar, añadiré el consabido etc., etc.

Los libros y revistas turísticas y de vinos me sirven para orientarme y darme pistas. Pero me gusta esforzarme, sobre el terreno, para hacerme una culturita vinícola peripatética. Es decir, al estilo de Aristóteles.

Barcelona es bona

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Mayo-1972

Vista por D. ALEJANDRO SELA

He vuelto a Barcelona una vez más. La primera tuvo lugar, de chico, para ver la Exposición Internacional. Y otras veces, no hace mucho. En Barcelona, solo, me muevo con cierta desenvoltura. A tal punto que cuando voy por las Ramblas me da la impresión de que yo no soy yo. ¿Quién, pues? Ramón Berenguer IV. Sí, pero un Ramón Berenguer IV que tuvo que oír, quieras que no, “Mamy blue…”

En este último viaje mío fui a “otear” el horizonte vitivinícola de la provincia. Y salí colmado de satisfacciones. El centro de mi minicruzada era un hotel de las Ramblas.

Primero estuve en Alella – 15 kilómetros al Norte de la capital -. Aquí en Alella, pueblo empinado, hay vinos de todos los colores. Blanco, clarete y tinto. El blanco no es puro – me refiero al color – es marfileño. Y con el nombre de Marfil se le conoce.

Seguidamente me trasladé a San Esteve de Sesrovires. Más concretamente, a la masía Bach. ¿Y qué? Pues, sencillamente, quedé encantado. Esta masía tiene un aspecto puramente señorial. Pero en las entrañas de este “señorío” hay bodegas y cavas donde se trabaja duro para obtener vinos de mesa y espumosos – léase champán -, de delicadas finuras.

Después, otro día, me trasladé a San Sadurní de Noya. Aquí, esto se sabe, hay múltiples casas que hacen espumoso o torrente. Pero, no se olvide, la abundancia no va en mengua de la calidad. De eso, nada.

Más tarde atraco – en el supuesto de que yo sea un barco velero – en Villafranca del Panadés. Es la tercera vez que voy a este bello lugar para hacer acopio de “mis vinos”. El movimiento se demuestra andando.

Y ya, por último, me presento en Sitges. Aquí, donde también estuve más veces, se hace la malvasía. Señoras, señoritas, ¿saben ustedes lo que es esto? Pues un vino de postre donde la dulzura se frenó a tiempo para evitar el empalago. Ni más ni menos.

Estos pueblos que cito como vinícolas son los de más relieve. Pero hay otros muchos.

Estos vinos, todos, con sabores muy variados, se prestan a hacernos una vida ilusionada y real. Que no es poco.

Un día, hacia las nueve y media de la noche, al salir del hotel, veo que unas mujeres muy elegantes se apean de sus coches y entran en un lugar que dice teatro del Liceo. Veo la cartelera y leo: Hoy, “Boris Godunov”. Medito. Barcelona tiene mujeres hermosas, música excelsa y vinos estupendos. ¿Qué le falta?

Y yo, pobrecillo, Ramón Berenguer IV, sigo por las Ramblas. Los pajareros y las floristas me miran con compasión. Eso creo. Pero me anima una voz fina de señora que canta, por la radio, en una cafetería.

¡Soy rebelde! Bueno.

Un viaje turístico-vinícola

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 29-4/6-5-1972

por ALEJANDRO SELA

Desde el 12 al 22, ambos inclusive, del pasado mes de febrero, me pareció conveniente para el cuerpo y para el espíritu dar lo que yo llamo “un voleo” vinícola. Un académico le llamaría a mi “voleo” un garbeo. Pero la verdad es que yo no tengo garbo ninguno.

Después de haber andado en coche bastante más de 1.000 km., lo cierto es que el día 14 del indicado mes amanecí en movimiento por varios pueblos del Alto Ampurdán, en Gerona. Muy a mi sabor estuve en Garriguella, Villamaniscle, Rabós, Espolla, San Clemente, Mollet… Y por último en Perelada. Aquí, en el castillo de Perelada, hay materia vinícola, bibliográfica y artística como para quedar desconcertado. Esto es el “acabose…”

Amanecer en un paisaje vitícola, salpicado de olivos, lo considero como un vivir deportivamente. Y si además, de algún modo, me hago con botellas de vinos de los pueblos, puedo después “descorchar” la deportividad cuando se me antoje. El Alto Ampurdán con su paisaje y sus vinos es algo serio.

A la hora de comer del mismo día, y gracias a las facilidades de una autopista, me fue posible almorzar en Alella, en la provincia de Barcelona. Alella es un pueblo empinado, a 15 km. de la capital, y que produce unos vinos de “alto copete”. Blanco – marfil le llaman -, clarete y tinto. Alella Vinícola – cooperativa – , con sus técnicos, marca la pauta a todos los vitivinicultores de la zona. Y así, sus vinos van de triunfo en triunfo.

Unos días en Barcelona hablando con unos y con otros me permitieron darme cuenta de cómo está el ambiente vinícola.

Otro día amanecí en San Esteban de Sesroviras. Y su paisaje es también, por sus viñedos, especialmente seductor. Aquí sólo visité la Masía Bach; su bodeguero señor Escudé me guio por bodegas y cavas, y una vez más quedé convencido de las altas calidades que se logran en los vinos catalanes. En la Masía Bach se producen espumosos y vinos de mesa.

Pasé a San Sadurní de Noya y Villa Franca del Panadés. Estos sitios me son muy familiares, los visité varias veces en otras ocasiones. Y en ellos compré lo que me gusta. Voy a tiro fijo.

En Sitges adquirí malvasías. A mí no me es posible conseguir sonrisas de mujer a cuerpo limpio y por tipo. Pero tengo un truco: las invito a una copa de malvasía. Y después, sin más, tengo las sonrisas que deseo…

Desde Sitges salté a Reus. Pero pasando antes por Vendrell y Valls. Por estos lugares los almendros, a mediados de febrero, ya estaban en flor. El paisaje, el campo todo, era algo así como una maravilla.

Reus es un centro vital. Especialmente en agricultura. En sus contornos hay avellanales, olivares. Y, por supuesto, viñedos. Los vinos de Reus son, por su composición y color, lo que yo llamaría vinos de caballero…

Y en Falset, que ya conocía, comprobé que está en la línea de ir siempre a más. Calidad, calidad y calidad. De la mano de un vecino y amigo, el señor Aguiló Bartolomé, me pude dar cuenta de que la Cooperativa Falsetense es ejemplar.

Un día, no recuerdo cuál, dejo Falset a las cinco de la mañana y paso por Alcañiz, Híjar, Belchite y Fuendetodos. Y para recalar en Cariñena a las nueve de la mañana. Y me llego en un momento a La Paniza para contemplar el “panorama”. Que es, por cierto, en torno a Cariñena, como dije otra vez, extraordinario.

En la Cooperativa San Valero, en Cariñena, hago mi acopio de vinos de todos los colores. Y con un sol espléndido bajo a La Almunia de Doña Godina para coger la carretera general…

La Costa del Sol (sus vinos)

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Abril¿?-1972

por D. ALEJANDRO SELA

La Costa del Sol es un trozo de suelo español que tiene unos límites no bien precisados. Ni falta que hace. Se sabe cuál es su centro: Málaga. Se puede entrar en esa costa, o por San Roque (Cádiz) o bajando de Levante por Almuñécar (Granada).

Esta última entrada, cuando se va par allí a curiosear en vinos, creo que es la más idónea. Pero conviene empezar las cataduras en Albuñol (Granada). En este pueblo de falda de montaña hay un vino trigueño, un poco moruno más bien. Y muy rico. Se toman unos vasitos de “arrancadera”, y se deben llevar unos litros en las faltriqueras del coche. Por si acaso.

Al pasar por Motril y ver su campo ya se nota que el sol empieza a cumplir una misión especial. Se hace “confitero”. ¿Cómo? Todo lo que toca al acariciarlo lo reduce a dulzuras… Caña de azúcar en lo que queda de Granada y – ya en Málaga – Frigiliana, higos de miel por cualquier parte y uvas y vino. El centro vinícola por excelencia de la Costa del Sol es Vélez-Málaga. Y, en su torno, otros pueblos colaboran con uvas y mosto. Véase: Torrox, Competa, El Bosque, Canillas de Aceituna, Almáchar, Benamargosa, La Viñuela… El paisaje por allí no es de llanura, pero es encantador. La sierra de Almijara extiende sus laderas por esos lugares.

La Industria que se deriva del viñedo se desdobla: En pasa y en vino.

La pasa se logra, sencillamente, así: La uva, está en la cepa lo más posible. Después se cortan los racimos y se llevan a los patios o paseros. Y, extendidos por sus suelos, el sol hace su oficio: evapora el agua de la uva. Y nos da hechas las pasas. Estas, una vez empaquetadas, van a todas partes.

¿Y los vinos? La técnica de elaboración de los vinos de Málaga no es nada sencilla,

He aquí los tipos más señalados:

Málaga lágrima. Procede del mosto que se desprende de las uvas sin presión alguna. Su color es de oro y, en cuanto a sabor, muy delicado.

Málaga blanco dulce. Procede de la cepa Pedro Ximénez. Su olor es fino y profundo.

Málaga seco. De la cepa anterior. La sequedad no es absoluta, pero ¡vaya!

Málaga moscatel. Procede de la cepa que le da nombre, moscatel. Su color es ambarino,

Málaga color. También procede de la cepa Pedro Ximénez, pero con añadidos de uvas negras selectas. Es casi un Jarabe oscuro.

Todos estos vinos se obtienen de soleras – vinos especialmente envejecidos en barricas – y con una técnica de mezclas sumamente depurada. Y años, bastantes años, de reposo y madurez.

Con este conocimiento, por tal zona, volvemos a la costa. Y podemos ver inmediatamente las cuevas de Nerja – un cielo bajo tierra -. Y el mirador de Europa. De cara al mar, claro,

Hemos de ir a Málaga, capital, y ver lo que hay en La Alcazaba, Gibralfaro, la Caleta, el Limonar.

A uno – y ese uno soy yo – le llama la atención un monumento al Jazminero y otro al Cenachero – marengo – vendedor de “pescaíto”. Y otro monumento más. Este a Díaz de Escobar. Él fue quien dijo:

“Quise llegar a la gloria;
en el camino te hallé,
y al mirarte tan bonita
dije al punto: ‘Ya llegué’.”

Preguntando se va a Roma. Y preguntando se entera uno de que allí hubo, en lo popular, mujeres “cantaoras” ejemplares: La Chilanga, La Chirrina, La Brígida, La Repompa… Y en los caballeros, un nombre lo llena todo, Juan Breva.

En lo artístico no debe olvidarse que en Málaga hay tallas estupendas de Pedro de Mena y una Piedad fenomenal de los Pissanis. Y óleos de Ribera, de Zurbarán, Morales y Murillo.

En la costa se verán, si se quiere, Torremolinos, Fuengirola, Marbella, Estepona. Y en sus playas, como si estuvieran en un pasero, mujeres inglesas, suecas, alemanas, tendidas como racimos de uvas doradas… por el sol “confitero”.

Pero el turista debe ser un poco explorador y romper los moldes de un viaje especialmente calculado y separarse de la costa para conocer más vinos y más pueblos: Cartágina, Campillos, Archidona, Mijas, Gaucín, Casares… Ojén. (Recuerda quien lee aquello de ¡Una copita de Ojén!)

Pero hay dos pueblos muy señalados. Antequera, con su Alcazaba, la cueva de Menga y la Peña de los Enamorados. Y Ronda, donde se entera uno de que Pedro Romero fue el Cervantes de los taurinos. Y que, además, la plaza de toros tiene un pórtico barroco… todas esas sierras malagueñas con unos pueblecillos que parecen nevados, y no hay tal. Son así porque están siempre recién encalados… Viajando por estos sitios, si uno va en coche acompañado de una mujer guapa, tiene reiteradamente que advertirle: “Agárrate que hay curva”. Y en las mismas tierras serranas, donde vive la cabra hispánica, se alojó, en su tiempo, José María “El Tempranillo”, un bandolero español inolvidable que “respetaba a las mujeres, amparaba a los ancianos y socorría a los pobres”. Evidentemente, España es diferente. Murió “El Tempranillo”, a los 27 años, el 24 de septiembre de 1834, en la Alameda, al norte de la provincia malagueña. Y allí está enterrado.

A través de las planicies manchegas

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Marzo-1972

por ALEJANDRO SELA

Estar en la Mancha y emocionarse es todo uno. En principio empecé a ir allí para tocar con la mano el espíritu cervantino o quizá, más el quijotesco. Por estas tierras, desde hacía mucho tiempo tenía “conocidos”. Don Quijote y Sancho. Y una mujer, princesa, con la que yo también había soñado… Dulcinea.

Al recorrer los caminos manchegos, más de cuatro veces me he fatigado y sudado de lo lindo. Pero para refrescarme y espiritualizarme siempre tenía a mano el vino, el mismo vino que Sancho llevaba en su bota. Y el que Don Quijote tomó, por un canuto, en la Venta. Y que le dieron las dos mozas de partido…

¡La Mancha! Sol, nobleza, valentía, amor… vino. Que es, en definitiva, todo junto, emoción.

Citemos algunos hitos del camino. El Toboso, Mota del Cuervo, Campo de Criptana, Tomelloso, Argamasilla de Alba, Almagro, Socuéllamos, Villarrobledo, Ruidera, Manzanares, Alcázar de San Juan, Puerto Lápice, Montiel, Villanueva de los Infantes, Belmonte, Valdepeñas…

Al paisaje manchego lo decoran: Molinos de viento, viñedos, trigales o barbechos, ovejas, pastores, ruinas de castillos, coloreadas perdices y un horizonte siempre abierto a la ilusión y a la esperanza. Y el agua plana, espejeante, de las lagunas de Ruidera….

Al vino, para saber lo que es, hay que darle ambiente. Y después de saborearlo, pensarlo.

En la Mancha hay mucho vino. Y, además muy barato. Mal asunto para el efecto psicológico. Y como, por otra parte, se vende en muchas tabernas de España, la gente, sin más, se cree que es un vino de albañiles.

Falta por demostrar, sin embargo, que los albañiles sean tontos. Pero hay más todavía. Después que los vinos de la Mancha salen de su tierra, nadie puede asegurar que sean auténticos hijos de María. Me refiero a la pureza…

Naturalmente, a mí me gustan ciertos vinos de la Mancha. Y mucho. Claro que no todos están Igualmente elaborados. Pero el “saboreador” del vino como el probador de cualquier cosa, debe ser en cierto modo, un investigador. Haciéndolo así siempre se puede decir “a mí no me la dan…”

Si se mira bien, en todas las regiones vinícolas hay sus fallos. Lo que la gente, en el lenguaje de la calle, llama “petardos”.

Señora, cuando su marido cobre una quiniela o herede a ese “tío de América”, con el que soñábamos todos, ponga en actividad sus lagrimales y suplíquele que la lleve a la Mancha.

¡Que tanto puede una mujer que llora!

Señorita, no sea tonta. Cuando se tiene por novio un “príncipe azul” – todos los maridos hemos sido el “príncipe azul” de mujeres resignadas – póngale como condición para dar el “sí” de boda que la lleve algún día a las lagunas de Ruidera. Allí se puede practicar el amor matrimonial sin… contaminación atmosférica. Para que se vea que no hablo a humo de pajas invito a mis lectoras a que prueben el vino “Don Quijote” de Daimiel. O el Guerola alambrado de Valdepeñas. Los dos, claretes, sin olvidar el blanco “Yuntero” de Manzanares.

Valladolid, o la espiritualidad

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Febrero-1972

por ALEJANDRO SELA

Valladolid, provincia que conozco bastante bien es, para mí siempre, incitadora de emociones. ¿De qué clase? De todas.

El punto de arranque, para quedar casi anonadado, está en el Museo de Escultura, Colegio de San Gregorio. Aquí, si se detiene uno un par de horas, se espiritualiza definitivamente. Viendo las “cosas” de Gregorio Fernández, Berruguete y Juan de Juni, el contemplador se eleva a lo más.

Yo, cuando estoy espiritualizado, puede decirse que soy “de aviación”. O un pájaro de plumajes poco vistosos.

Demos una vuelta, volando, para conocer los vinos de esta provincia, Como no hay montañas se puede volar sin temor.

Tres zonas hay especialmente señaladas vinícolamente hablando. Una, hacia el norte: Cigales, Mucientes, Fuensaldaña… Otra, al este: Peñafiel, Valbuena de Duero… Y la última más bien hacia el sur: Serrada, Pozáldez, La Seca, Dueñas, Nava de Rey…

La primera tiene fama por sus claretes. La segunda por sus tintos. Y la tercera por sus blancos. Son estos blancos de mesa y generosos.

En todos los lugares que cito hay casas que elaboran muy bien. Y logran estupendas calidades.

Los elementos fundamentales para obtener buenos vinos los hay en Valladolid. Sol, suelo y, en el vitivinicultor, voluntad de hacer las cosas bien.

Pero, lo sé, los vinos de estas tierras no están en todas partes. Me refiero a España. Ignoro las causas.

Yo, con toda la humildad que se quiera, me considero un explorador de vinos. Y, al hablar de ellos, quisiera que se me entendiera. Cuando, de viaje, se pasa por los lugares que cito, vale la pena detenerse a probar. Y, después, formarse su propio juicio. Que es, en definitiva, lo que cuenta.

Hay muchos pueblos españoles por los cuales no debe pasarse de largo… Si se beben los vinos que recomiendo, con la moderación que procede, el viaje acaba de espiritualizarse del todo. Creo que habrán oído hablar del espíritu del vino.

Si no se gusta de tomar el vino solo, puede acompañarse con corderillo asado de Peñafiel y queso y pan castellanos. ¿Solamente? Digo esto como ejemplo.

Pero, no se olvide, estamos volando. Y desde las alturas podemos ver chopos inhiestos como agujas y algunas masas de pinos de copa plana. Y, si es tiempo, trigales y amapolas…

Y dos castillos con mucha solera, de tal modo cuidados que parecen “del paquete”. Los de Medina del Campo y Torrelobatón. No se me olvida. En Valladolid hay unas castellanas como soles. Pero, cuidado, no quiero decir que sean redondas…

Vinos de Tarragona

Turismo y Vida

Publicado en: Turismo y Vida. Enero-1972

por ALEJANDRO SELA

Yo he ido a Tarragona. ¿Cuántas veces? Tres. Y en los últimos años. La primera entré por Amposta, la segunda por Vendrell y la tercera por Gardesa.

¿Y qué tal de vinos? Pues muy bien. En esta provincia hay algo así como seis zonas de producción bastante diferenciadas: Conca de Barberá (Valls Montblanch), Priorato (Falset, Vilella Baja, Marsá), Bajo Panadés (Vendrell), Ribera del Ebro (Flix), Tierra Alta (Gandesa) y Montsiá (Uldecona), y todos los vinos producidos, con un denominador común, bondad.

¿Bondad de qué? Bondad de aroma, de paladar y de efectos. Yo, después de tomar estos vinos siempre me siento inclinado a hacer el bien… Casi, casi me quedo en estados de beatitud.

Yo ya sé que este estado, es ideal para simpatizar con las mujeres hermosas. Pero, francamente, no bebo los vinos de Tarragona por esta razón. ¡Que va! Mal que bien voy viviendo sin esas simpatías.

Los del Priorato son los de más enjundia o de más nombre. Lo sabe todo el mundo. Pero, lectoras mías, hagan lo que yo, dense una vuelta, o más, por la provincia y “verán” maravillas.

Estos vinos, además cuando se toman por aquellas tierras, deben ser acompañados de “romesco” o de “xató”, o con calçotada de Valls. Y esto ¿qué es? ¡Misterio! No lo digo.

¿Y el paisaje? En este momento recuerdo con preferencia la cuenca y el cauce del río Ciurana. Su belleza quedó grabada en mí como si fuera hecha a buril. Es decir, al aguafuerte.

¿Algo más? Sí, mucho más. ¡Uf! Olivares de Tortosa, avellanales de Marsá…

Y en lo que toca a momentos hay a “dar con un palo”. Señora, señorita. ¿Quieren ustedes momentos romanos? Por allí hay murallas, acueductos, foros, anfiteatros, arcos, mosaicos. ¿Góticos y románicos? La catedral. Pero hay algo que está especialmente impregnado de las más puras esencias tarraconenses. Me refiero a los monasterios de Santes Creus y Poblet. En ellos hay sendas bodegas donde antiguamente se hacían sus vinos. Y más que ver, claro.