SIN TÍTULO (Las aguas de la ría de Navia)

Inédito

Publicado en: Inédito

Cuando se ven las aguas de la ría de Navia con esta apacibilidad y sosiego, el alma se me inocula de candor y de inocencia. Me siento niño…

Me entran unos deseos locos de buscar unos camaradas como yo para ponernos a jugar en sus riberas. Unas veces nos dedicaríamos a la botadura de barquitos de papel, hechos con hojas de almanaque… Otras a tirar, con fuerza, piedras planas que van dando saltitos sobre el espejo de las aguas… Otras para alborozarnos cuando llegan esas bandadas de pececillos que van nadando por las veredas de la ría buscando la vida…

Y, por último, cuando tomáramos mayor confianza, nos subiríamos a ese par de botes. Y jugaríamos a ser Cristóbal Colón, Juan Sebastián Elcano o alguien por el estilo. Descubriríamos tierras hasta ahora ignoradas y pondríamos en ellas banderitas de papel en señal de conquista…

Al final estaríamos todos hechos unas calamidades de sucios y mojados. Y al regresar de nuestros descubrimientos, ya anochecido, nos recibirían nuestros papás que nos llevarían a casa. No de la mano.

¡Por las orejas!

La angula en la ría de Navia

Caza y Pesca, De vuelta del Eo

Publicado en: Caza y Pesca. Enero-1959; De vuelta del Eo (1960)

Hay en las aguas del mar un pescadito alargado, fino, que, por su sabor, es especialmente mimado por las personas que gustan de darse buena vida. Este cariño está inspirado, ya se entiende, en el deseo de comérselo. Es decir, de masticarlo y paladearlo.

Pero no se pesca en su propia salsa, el mar. Se pesca en las rías. En los sitios donde el agua salada se mezcla y funde con la dulce que traen los ríos. En Asturias se da.

En la ría de Navia se pesca. Todos los años hay campaña angulera. Y esto desde tiempo inmemorial. Pero, se dice que cada vez hay menos. Hace treinta o cuarenta años, se cogía angula a espuertas. Antes, corrientemente, no tenía valor, no estaba de moda.

En los últimos años, coincidiendo con la escasez precisamente, su importancia ha crecido enormemente.

El espectáculo de su pesca tiene color y sabor. Porque la angula no se pesca de día. No se puede o, mejor, no se ve. Y de noche, no siempre. Con la luz de la luna tampoco hay manera. Ni aún en las noches de cielo estrellado.

Queda, pues, limitada su pesca a las noches invernales. Cuando el cielo está encapotado por los temporales y hace un frío que pela. Es necesario también que la marea esté alta, subiendo.

Cuando uno se retira a casa hacia las once o las doce de la noche buscando el abrigo y el calor del hogar, es frecuente encontrar a algún hombre que lleva un cedazo mangado en un palo. Es el angulero.

Pero lleva, además, una lata vacía, que puede ser de pimentón o de aceite, y un farolillo.

Va el angulero con el peor traje que tiene. Y el peor traje siempre está remendado o deshilachado, casi harapiento.

Me ha sido posible ver, en alguna ocasión, a altas horas de la noche, la pesca de la angula en la ría. En sus bordes, por ambas márgenes, se ve a los pescadores con la luz del farolillo que cada uno tiene. Y dobladas las luces, porque se proyectan en el espejo de las aguas.

Hay un indudable encanto al ver docenas y docenas de luces mortecinas en tenebrosidad de una noche siempre cerrada y, como dije, por el frío, cruel.

El angulero, visto de cerca, en faena, parece un minero. Como éste tiene su lámpara, que es el farolillo. Y si no tiene en su torno las negruras de las capas carboníferas, tiene el túnel de la noche, mientras la noche dura.

El angulero, valiéndose del mango, pasa el cedazo por las aguas de la orilla a una regular profundidad. La angula, si la hay, anda en bandadas. Se saca el cedazo después de la pasada y el pececillo queda en seco sobre las mallas, retorciéndose. Y luego se vacía el cedazo en la lata como si fuera una palada de cualquier cosa.

Al despuntar el alba, con la más leve claridad del día, la angula desaparece, se va Dios sabe dónde. Ella sólo quiere y permite la luz del farolillo.

Hay en la angula, por ello, una cierta humildad, un cierto recalo. Nada de exhibicionismo. No quiere saber nada con el sol ni con la luna, ni con las estrellas.

Su cuerpecito, al salir del agua, brilla y emite destellos al chocar con él la luz débil y acariciadora del farolillo.

La angula, corrientemente, lo sabe cualquiera, se cuece o asa en una cazuelita de bordes bajos. En la cazuela misma llega a la mesa con el aceite hirviendo y las pequeñas manchas del pimentón sazonador.

La angula se pesca con un frío que pela. Y se come con un calor que abrasa.

¡No se anda con términos medios!

El río Navia es tan así…

Caza y Pesca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Caza y Pesca. Agosto-1956, pág. 491; Hacia la ría del Eo (1957); publicación parcial en el folleto literario Lugares y palabras. Navia: Río y literatura (2010)

El Navia es, de todos los ríos de España, uno de los más graves y serios. Esta gravedad y esta seriedad resultan del concurso de ciertas circunstancias que lo cualifican. Y que le hacen ser nada menos que un río importante…

Al comienzo del mundo o en la Era Cuaternaria, o cuando fuera, tuvo el Navia que realizar una labor titánica para formarse un cauce. Asombra contemplar, siguiendo su curso, la enorme cantidad de resistencias que tuvo que vencer entre tantas montañas para tener su lecho, por el cual se desliza y se va al mar.

Nace en Piedrafita de Cebrero, Sierra de Ancares, en la provincia de Lugo, muy cerca de la de León. Y su infancia es tierna y delicada como todo lo que es nuevo en la Naturaleza. Un poeta, Quevedo, describe así los primeros pasos de un río:

Torcido, desigual, blando y sonoro
te resbalas secreto entre las flores,
hurtando la corriente a los calores,
cano en la espuma y rubio con el oro.

Poco a poco, con ayuda de otros riachuelos y “regueiros”, se personaliza y coge fuerzas. El Cruzul, primero, y más adelante el Cancelada, el Ser, el Suarna, el Ibias….

En este su primer tramo, ya trabaja: cría truchas, mueve molinos de piedra y riega prados y vegas. En la Puebla de Navia de Suarna está la mejor muestra de esa labor fecunda. Y en el mismo trozo, además, se han encontrado, no ha mucho, pepitas de oro.

Entra en Asturias por un lugar difícil y angosto. Se rebela, siente la saudade, de su dulce madre, Galicia, y por el concejo de Nogueira vuelve a Lugo. Pero por poco tiempo. El destino le impone su rumbo hacia la brava Asturias. Y a ella se va, y en su mar, el Cantábrico, rinde sus despojos de vida.

Pero antes ha de cumplir como bueno. Después de Navia de Suarna el pueblo más notable que topa en su camino, es – ya en Asturias – Grandas de Salime. En este lugar los Ingenieros españoles, en los últimos años, le han hecho una presa. Allí, entre recias montañas, han acumulado hierro y cemento sin tasa. Este enorme muro condiciona, no su vida, sino sus fuerzas. Y éstas, con furia, mueven varios grupos de turbinas que producen copiosa energía eléctrica. Tal energía no es otra cosa que solo espíritu. Espíritu de río.

Y por unos hilos metálicos que hay tendidos sobre el suelo español, ese fluido se derrama en un noble y eminente quehacer patriótico. Mueve los motores de nuestras fábricas y en las tinieblas de la noche, nos ilumina, nos da luz….

Antes de realizar ése esfuerzo se para, se aquieta, acumula potencia y se muestra a los ribereños como un lago alargado, terso y apacible. Es la calma antes de la tempestad.

Este salto ya dio nombre y prestigio al río. De oídas, por lo menos, toda España le conoce.

Y después de esta colosal peripecia, no tiene todavía el descanso. Ha de bajar a Doiras, donde otro salto le espera. Ora presa y otro embalse espejeante de montañas ariscas.

Quince kilómetros antes del mar se encuentra otro saltito, una pura broma, un juego para quien ya tiene muchas horas de vuelo en eso de mover turbinas. Es el salto de Vivedro.

Desde Doiras hasta Porto – unos 30 kilómetros, escasamente – es también un venero de riqueza, pero no por sus fuerzas, sino por sus frutos. Este espacio corresponde a la zona salmonera que tan excelente rendimiento da.

En este río, por ahora, se hace difícil la pesca. El cauce, en sus márgenes, es abrupto, hosco. Se hace incómodo llegar a él. La carretera, es cierto, pasa cerca, si nos atenemos a la distancia de proyección. Pero con mucha diferencia de nivel. Los caminos o vericuetos, desde la carretera, bajan en formas zigzagueantes para suavizar las cuestas.

Quien quiera pescar en el Navia ha de ser un deportista completo. Ha de tener, no sólo buenos brazos para manejar la caña, sino también buenas piernas para andar los caminos que llevan a los pozos salmoneros. El pescador «snob» en este río poco tiene que hacer. El saber esto no puede ser un obstáculo para el pescador deportista, de vocación. Al revés, será un incentivo.

A la altura de Serandinas, tiene un trozo acotado en favor del turismo, que comprende cinco o seis pozos buenos. De ellos, el Córrago es el aureolado de más fama. Y con motivo.

En algunos puntos la floresta que forman árboles diversos – fresnos, robles, humeros  – vivificada por las aguas del río, casi cubre éste, y ello da lugar a que haya todavía pozos vírgenes a la lanzada del señuelo, sea éste pluma, cucharilla o devón.

El río, al llegar a la altura de Espousende, cambia de sexo, se hace ría. Y se dedica a “sus labores”. Riega las vegas de Porto y Coaña. Y da abundosas hierbas en los prados que pacen las vacas de Armental.

Poco después llega a Navia, villa a la que da nombre. A su lado pasa mansamente, sin hacer ruido. A lo más, se nota un rumor de corriente suave.

En este sitio dos puentes lo atraviesan, dándose la mano. Uno, el de la carretera Santander – La Coruña y otro nuevo, sin usar, que pertenece al futuro ferrocarril El Ferrol del Caudillo – Gijón. Y ya, hasta el mar – kilómetro y medio – tiene a los bordes la escollera, obra del hombre, que no tiene otro objeto que hacer viable la navegación al puerto. Muere el Navia en el Cantábrico, de mala gana. Se rinde enfurecido a su destino. Su boca, la barra, realmente estrecha, echa una espuma blanca, blanquísima. Como campo de nieve…