ÁLVARO DELGADO, TRIUNFA EN LIDES

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca, 28-02-1960. Pág. 12

En una exposición de pinturas celebrada en Alicante, en los últimos días, Álvaro Delgado nuestro amigo, el veraneante singular, obtuvo el primer premio. Medalla de oro y 50.000 pesetas. El cuadro que le dio el triunfo fue un bodegón.

Los bodegones de Delgado, generalmente de tamaño grande, son algo muy personalísimo. Con otro bodegón, en 1955, obtuvo en Alejandría, el Gran Premio de la Bienal allí celebrada.

El pintor de nuestras costas asturianas, del occidente, paisajes celebrados en Madrid y en otras partes, nos está demostrando que todas las temáticas a base de pincel le van.

A nosotros nos alegra grandemente este triunfo. Muchas veces hemos hablado de él en estas columnas ensalzándolo y poniéndolo como modelo de pintores. Y es que le veíamos trabajar y le oíamos hablar de arte. Y, sobre todo, le veíamos sus logros.

Todo asturiano que quiera comprobar personalmente el valor de esta pintura podrá hacerlo dentro de poco en Oviedo. El día 21 del próximo mes de abril abre una exposición en el local de la Caja de Ahorros de Asturias.

SELA

Álvaro Delgado triunfa otra vez

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 5-6-1960

Álvaro Delgado, una vez más, nos obliga a tomar la pluma, a escribir. Pero lo hace de un modo que tiene gracia. Indirectamente, sin pedirlo, como quien no quiere la cosa…

El pinta o dibuja. Mucho, Y luego manda sus trabajos a las exposiciones que hay por esos mundos de Dios. Y triunfa. Y yo, con agrado, tengo que escribir unas líneas poniendo de relieve el éxito.

Álvaro va a esas exposiciones, que, por sus colores, yo llamo verbenas de arte. Y le dan, no falla, premio. Él es siempre caballero con premio. Siempre acierta a meter el aro por el cuello de la botella.

En el mes de febrero último, como se sabe, con un bodegón, obtuvo la medalla de oro del Gran Premio de Alicante. Y ahora, con un dibujo, consigue Primera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Barcelona.

Entre la mente que piensa en Álvaro y la mano que ejecuta hay un acuerdo pleno. Saben dar en la claves del triunfo.

En esta época de confusionismo del arte, de vaivenes de lo concreto a lo abstracto, Delgado, se bandea muy bien. Y no pierde el rumbo.

Hace años que tiene enfilado el éxito. Y a él va y por él pasa. Y vengan medallas…

Desde este rincón de España, el occidente de Asturias, que Álvaro tanto quiere, le enviamos la más cordial de las felicitaciones.

Y los abrazos de rubrica.

Sela

El Cristo de Delgado

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 1-11-1959, pág. 12; De vuelta del Eo (1960)

He aquí la figura de Cristo en admirable síntesis. Es obra, de Álvaro Delgado. La dibujó en el verano último para presidir un templo, una capilla. Y en ella está.

Es curioso. Este dibujo con evidente claridad nos explica la totalidad de la obra anterior de Álvaro. Y esta obra, a su vez, nos explica por anticipado el dibujo que se ve. No parece sino que sus paisajes y sus retratos estuvieran pidiendo esto. Y esto llegó.

Álvaro Delgado no es un pintor abstracto ni un pintor concreto. Ni clásico ni moderno. No hay manera de colgarle una etiqueta definidora.

La obra de arte auténtica, por otra parte, se nos impone por sí sola, nos penetra como una saeta agudísima. Y no nos deja tiempo para hacer el tonto ni, por consiguiente, para decir tonterías. Nos emociona, nos conmueve. Y basta.

Si esa obra, además, representa al Hijo de Dios, la emoción es de lo más limpio…

Y de lo más puro.

Sela

El Cristo de Delgado

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 3-10-1959

Álvaro Delgado el pintor madrileño que tanto quiere a Asturias, incluyendo la ría del Eo y sus pueblos, ha iniciado un nuevo camino en su profesión de artista. Se ha metido a ejecutar arte sacro. A la vista está el Cristo que dibujó este verano en Navia. Sobre un tema ya viejo hizo algo verdaderamente nuevo, lleno de unción y lozanía. El empeño es difícil, ya que es un asunto tratado por los mejores pintores que tuvo el mundo, pero él, como siempre, ha salido airoso de la prueba. Ha triunfado en toda la línea. Ese Ser con figura humana está repleto de espiritualidad y fuerza. Lo que cuenta.

Con la fe – como dijo Unamuno – ha creado lo que no ha visto.

 Ya tenemos una crucifixión más: Velázquez, el Greco, Rouault, Sutherland, Delgado…

SELA

Cristo de Navia.

Nosotros, en Covadonga

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 20-9-1959, pág. 5; De vuelta del Eo (1960)

La villa de Navia o, mejor, un nutrido grupo de vecinos, con el Consejo Municipal al frente, se trasladó a Covadonga el día de la fiesta del santuario. El Consejo iba a hacer una ofrenda a la Virgen.

Salimos de Navia el día siete de Septiembre, a media tarde, en autobús. Convenía dormir en Oviedo.

Justo Álvarez, Álvaro Delgado y yo, dentro de la comunidad, formamos rancho aparte, si así se puede decir. Justo tenía provisión de fondos. Él era el encargado de pronunciar esa frase que tanto hay que repetir en los viajes ¿Qué se debe aquí?

La noche del siete al ocho fue de aúpa. Relámpagos y truenos perturbaron nuestro buen deseo de dormir tranquilos. No pudo ser. A las siete de la mañana del ocho, al amanecer, cuando cogimos el coche para reanudar nuestro viaje, llovía a cántaros. El cielo estaba encapotado, el día de verdad triste.

Nuestro ánimo estaba de capa caída. Esperábamos un día malo. En Pola de Siero llueve. En Nava llueve menos. En Infiesto nada. Cuando llegamos a Arriondas… hacía sol.

En esta villa nos apeamos. Eran las nueve de la mañana. Solicitamos en un bar sendos cafés y bocadillos. Estos llevan dentro unas ruedecillas de lomo que saben a gloria. Nuestro ánimo empieza a elevarse. Indudablemente hay un enlace entre el cuerpo y el espíritu. De la panza sale la danza…

En Cangas de Onís se afirma el buen día. Las nubes oscuras se han ido volando… El sol luce. Los viajeros de nuestro coche, entre los que van bastantes mujeres guapas, cantan y ríen.

En este lugar confluyen varias carreteras. Coches de diversas procedencias se ponen unos delante y otros detrás del nuestro. El camino está lleno de curvas. El viaje se hace ahora lentamente. Pero no tardamos en ver, en lo alto, las agujas de la basílica.

¡Covadonga!

Hay bulle bulle de gentes de diversa condición: aldeanos, seminaristas, guardias civiles, canónigos… Por el túnel que lleva a la cueva, entran los romeros, los devotos de la Santina. Las mujeres, como siempre, cubren sus cabezas con pañuelos de mano arrugados. Se les olvidó el velo…

Álvaro, Justo y yo queremos ver más, queremos subir a las cumbres donde están los lagos: el Enol y el Encina. Conseguimos un coche pequeño. Y a ellos vamos. Una carretera de doce Kilómetros, agreste, empinada, curva va curva viene, nos lleva allá. Pero hacemos parad: s a cada paso. Hay desde cualquier parte mucha visibilidad. El sol se ha consolidado. Respiramos con verdadera ilusión. Vemos el monte Auseva, debajo del cual está la Cueva. En frente suyo otro monte, el Ginés, muy alto. En su cima tiene una cruz de palo. Y, al fondo, en medio, sobre una loma, la basílica. Sus torres, dos, terminan en punta.

Pienso, un momento, en lo que a través del tiempo he leído. Aquí, en este escenario, tuvo lugar la gesta heroica, decisiva para España. El inicio de la Reconquista. Bullen en mi mente nombres y más nombres. Pelayo, Alkamán, Don Oppas…

Los autores árabes nos hablan de que Pelayo con treinta hombres y diez mujeres en los huecos de aquellas peñas, resistieron los persistentes embates de los honderos y saeteros de Alkamán. Y que esos hombres y esas mujeres se alimentaban de miel que las abejas fabricaban en las hendiduras de las rocas. ¿Historia? ¿Leyenda? El argumento es hermoso. Me quedo con él.

Cuando faltaban unos cuatro Kilómetros para llegar a los lagos, vemos una mujer sola, joven, que sube a pie por la carretera. Despierta nuestra atención. Álvaro, siempre oportuno en las cortesías, la invita con la mano subir a nuestro coche. Y ella acepta.

– ¿Va a los lagos? – Sí, claro. Es una mujercita bella. Y simpática. Y que sabe mucho.

– Aunque sea indiscreta la pregunta, por favor. ¿Quién es usted?

– He estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, de donde soy. Ejerzo el periodismo. Me llamo María Paz Salas.

– Gracias. Y Álvaro corresponde diciendo quienes somos.

– Nosotros tenemos ideas confusas acerca de los hechos históricos que ocurrieron por estos lugares. ¿Quiere usted hablarnos de esto?

– Con mucho gusto. Sánchez Albornoz opina esto… Américo Castro lo otro.

Y así, como quien no quiere la cosa, con gran sencillez, María Paz nos da la más inesperada y peripatética de las lecciones.

Avistamos el primero de los lagos, el Enol, y, desde el coche mismo, despacio, lo vamos viendo. Seguimos. Detrás de una montaña a no mucha distancia, está el otro lago, el Encina. En torno a éste hay un amplio campo en el cual pastan ovejas y vacas. Tiene ese campo verde, pequeños oasis, como si dijéramos de tojos y gancelas muy bajos, en flor. La de aquellos es amarilla. La de estos es color escarlata. Como el manto que le pusieron a Don Quijote en casa de los Duques.

El lago Encina es, por su belleza, un encanto. Sus aguas aparecen limpias y puras. Tal vez es agua de nieve. Y nieve se ve en una montaña imponente que está al otro lado. Es la Peña Santa.

En el lago flotan unos cuantos pájaros palmípedos. De vez en cuando se somormujan. Irán al fondo de las aguas a buscar el pan nuestro—de ellos—de cada día.

¡Qué bien se está por allí! María Paz se fija en las matas con florecillas. Justo, con sus prismáticos, mira y remira por todos lados. Y Álvaro saca fotos.

Las vacas, pequeñas, peludas, de raza casina, pastan las hierbinas que pueden coger del suelo. A veces con sus terneros se cansan, se acuestan. Ellas darán después poca leche. Pero rica, muy mantecosa.

No hay viento ninguno por aquellos parajes. Hay claridad y sosiego. Belleza y paz.

A un lado vemos una pequeña casa. En ella una mujer despacha durante el verano solamente comidas de urgencia, Picamos un poco de jamón y tomamos unos vasos de vino. Este vino es rojo, pero muy trasparente. De la Rioja.

E iniciamos el descenso. Nos llaman la atención grupos de árboles que hay entre las peñas que blanquean. Son hayas. No nos persiguen los osos, no vemos rebecos.

A la una de la tarde estamos en la explanada de la basílica. Sabemos que hubo una misa de pontifical en presencia de dos ministros del Gobierno y el Consejo Municipal de Navia.

A las dos en punto el Ayuntamiento de esta villa, invitó a una comida a las autoridades presentes y a los que fuimos buenos. Se celebró en el Hotel Pelayo. Muy bien.

A las tres y media de la tarde se inicia la vuelta. Volveremos por una carretera distinta a la de nuestra ida. Desde Cangas de Onís bajamos a Ribadesella. A nuestro lado, a la izquierda va con corrientes lentas, el río Sella. En sus entrañas tiene salmones y por su superficie reman, una vez al año, los piragüistas más famosos del mundo.

Pasamos, sin parar, per el largo puente de Ribadesella y entonces nuestro coche empieza una velocidad de retorno. Mayor, se entiende. ¿Qué se ve por estas tierras? Hemos de ver hasta Gijón prados, pomaradas con manzanas de pómulos sonrojados, maizales encandelados y muchos bosques de eucaliptus.

Pasamos por Colunga y no nos detenemos. A las seis de la tarde llegamos a Villaviciosa. Aquí, sí, nos apeamos y estiramos las piernas. En el parque, que está muy bien, hay unos árboles de corteza arrugada y muy altos. Son negrillos.

A las siete en punto tenemos Gijón a la vista. Automáticamente me acuerdo de Munuza. Una hora nos dan de asueto. Nos acercamos al muelle y vemos el palacio de Revillagigedo y la Rula. En la calle de Corrida, en la terraza de un bar, tomamos algo que nos va a servir de cena. Al final Justo entona la inevitable canción: ¿Que se debe aquí?

Salimos de Gijón ya de noche. Nuestros compañeros de coche, en el viaje, guardan silencio y… cabecean. Cuando llegamos a Navia los relojes habían dado ya las doce.

Álvaro Delgado

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 28-9-1958, pág. 5

Usted, lector dignísimo, seguramente habrá visto, por las carreteras del occidente asturiano, durante los últimos veranos, una moto que lleva dos…

El de atrás, con gafas amor, que porta a sus espaldas los bártulos de pintar, es Álvaro Delgado. Es, como se dice en el argot de la época, «el paquete».

El conductor de la moto es Justo Álvarez, ¿Quién no lo conoce? Justo es el más experto motorista que vieron los siglos. Y es, además, por su profesión, el verdadero alquimista del lugar. Ciencia y deporte perfectamente conjuntados.

Justo, Álvaro y la moto forman la más perfecta unidad. Sobre ella van aquellos como nacidos. No se sabe lo que es de carne y hueso. Si lo de arriba o lo de abajo. Yo, si la moto tuviera patas, diría que todo ello forma un centauro de dos cabezas. Pero no, he de callar. La mitología no tiene previsto este extraño caso.

SELA

Un veraneante en Navia. El pintor Álvaro Delgado

El Progreso de Asturias

Publicado en: El Progreso de Asturias. Diciembre-1957 (Colaboraciones Amigas)

En el verano de 1955, al comienzo, apareció por Navia un hombre joven que se veía con frecuencia en torno al pueblo, sentado, dibujando o pintando una casa, un árbol o lo que fuera. Al poco tiempo, en un café, alguien me lo presentó.

Resultó ser Álvaro Delgado.

Desde entonces somos amigos. Mantenemos una relación cordial. En presencia y en ausencia. En presencia, durante tres veranos largos que lleva ya viniendo a Navia. Y en ausencia – él vive en Madrid – a través de frecuente correspondencia.

Delgado nació en Madrid el 9 de junio de 1923. Cuenta pues, 35 años. Pero, a pesar de su juventud, tiene ya su historia en la vida del arte español.

Veámosla. Fue primero, durante algún tiempo, discípulo de Vázquez Díaz. Y después formó parte de la escuela de Vallecas en unión de San José, Carlos Pascual de Lara y Gregorio del Olmo bajo la dirección de Benjamín Palencia. Era esta una organización en pandilla de rapazuelos totalmente ayunos de riquezas, que, a todo trance querían ser pintores. En el arrabal madrileño trabajaron dos años.

Delgado hizo exposiciones individuales en Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián. Santander, Zaragoza, Buenos Aires, Navia, Lisboa y Nueva York. Últimamente, en la primavera del año que corre, celebró exposiciones en Oviedo y Gijón. Todas con gran éxito. Tomó parte, además, en muchas colectivas.

Concurrió a las Bienales Hispanoamericanas de Cuba y Barcelona en 1954 y 1956, respectivamente. En la primera, la de Cuba, obtuvo un importante premio por un cuadro «Máscara» que hoy estará, sin duda, en algún museo de la Habana.

En 1955 ganó el Gran Premio de la Bienal de Arte Mediterráneo, en Alejandría. Consiguió esta alta distinción en competencia con los mejores pintores de Francia, Italia, Grecia, Turquía y Egipto. Y le dio, a no dudarlo, renombre universal.

Vivió Álvaro durante un año en París, en tres estancias. La primavera de 1956 la pasó por Italia.

Tiene cuadros en los museos de Arte Moderno y Arte Contemporáneo de Madrid. Y en los de Buenos Aires, Santo Domingo y otros países.

Esta es lo que pudiéramos llamar su ficha. Pero no lo es todo. Su vida hasta ahora breve está estupendamente aprovechada. Tiene un conocimiento hondo de las cosas. Ha trabajado reciamente. Ha leído lo indecible. Está al tanto de la historia y de las últimas corrientes del arte, de la literatura y de la poesía. Con él se puede hablar de lo que se quiera. Y hay que oírlo con atención siempre. Dice cosas.

Este hombre, con las cualidades referidas, ha cogido un entrañable amor a Asturias. Afinando más, a las tierras y a los pueblos del occidente asturiano. Ya lo dije, tres veranos lleva conviviendo con nosotros. Y cada verano tiene para él tres meses y medio. Diez meses largos lleva, pues, de permanencia efectiva en Asturias. Pero residiendo siempre, con su mujer y con su hijo, en Navia.

La vida de este pintor durante el verano, no es la de un veraneante más que descansa. Es otra. Es una vida perfectamente laboriosa y fecunda. En las mañanas trabaja en su estudio. Y por las tardes, se va a un lado y a otro a pintar paisajes, marinas preferentemente. Un día a Luarca, otro a Viavélez. O a Puerto de Vega, o a Castropol, o Tapia u Ortiguera o Figueras. Todo lo ve, todo lo pinta, todo le interesa.

Algunos días, sin embargo, descansa. Esos días los aprovechamos para dar un «voleo» un grupo de amigos. Unas veces vamos a Grandas de Salime, otras a Taramundi, otras a Ribadeo… Y siempre traemos un «carro» de fotos. Álvaro, tenía que ser, es el más experto en “película».

Esta zona asturiana, tan olvidada siempre, está poniéndose de moda. Está haciéndose ver. Y nada más justo. Hay belleza, por cualquier parte, a dar con un palo. Hay, cada día, más comodidad, más refinamiento. A ojos vistas se nota que esto marcha hacia metas de lo ideal. En la ría del Eo, en tierras gallegas, se está concluyendo un parador de Turismo que será algo notable. En Tapia, sobre las alturas de la playa, se está haciendo algo parecido. En fin…

Álvaro Delgado, como veraneante de por aquí, ha sido uno de los adelantados. Y como, además, pinta… En los tres veranos habrá hecho más de ciento cincuenta obras. Acuarelas, retratos al óleo y al carbón, óleos de paisaje, bodegones, etc. Todo lo que tiene importancia, en un sentido o en otro, él lo estabiliza y lo plasma en sus lienzos. Algo de su obra queda por aquí, pero la mayor parte le sigue, concluido el verano, a Madrid. Y desde allí, por venta, se va en todas las direcciones de la rosa náutica.

En este sentido, no hay duda, Asturias se universaliza.

¡Pudiéramos decir!

Alejandro Sela, Navia, Noviembre, 1957.

Un veraneante singular. Álvaro Delgado

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 27-10-1957

Álvaro Delgado lleva ya tres veranos viniendo a Asturias. Precisando más, a Navia.

Este hombre es, pues, un veraneante. Pero no un veraneante como los demás, del montón. Es un veraneante singular.

El veraneante, normalmente, es un ser que viene de alguna capital del interior. Se supone que viene cansado y está dispuesto en todo momento a darse buena vida. El veraneante no hace nada. Es posible que su descanso sea muy merecido. Aceptado.

Pero Álvaro Delgado vive en Madrid. Y allí, en su estudio de la calle de Antonio Toledano, pinta largo y tendido. Y en cuanto llega a Navia, siempre en el mes de junio, vuelve a pintar. O mejor sigue pintando.

Delgado en cuanto llega a Asturias tira de la manta. Y al tirar de la manta descubre lo que estaba tapado. ¿Y qué es lo que estaba tapado? Pues, sencillamente, la belleza de nuestros tierra.

El artista, el artista que lo es de verdad, es un descubridor. Nos enseña a ver lo que a la generalidad de la gente le pasa desapercibido. Cuando él planta su caballete el algún paraje no se debe dudar: allí hay belleza. Y él con sus pinceles, la fija, en un dos por tres, en un lienzo o en una tabla. Y después lleva su obra a Madrid, a Castilla. Y entonces es cuando quedan pasmados los que ven sus paisajes de maravilla. ¿Y eso es Asturias? – preguntan. ¡Claro que es Asturias! – dice Álvaro ¡Y qué remedio!

Álvaro Delgado y yo, durante el verano, nos vemos a menudo. A él le gusta mucho hablar de la mujer. Y a mí, del amor. Como no es posible hablar de la mujer sin referirse al amor. Y como, por otra parte, no es posible hablar del amor sin referirse a la mujer, dicho se está que nuestros ideales se entrecruzan y se rozan como si fueran floretes de dos aguerridos esgrimidores.

Ahora que se va, concluido el verano, quiero hacerle unas preguntas de interés para nuestros convecinos. Es domingo. Con unos amigos estamos en la terraza de un bar, al borde de la ría de Navia. Sobre nuestras cabezas hay el emparrado de unas enredaderas. Hay en torno nuestro mujeres, muchas mujeres guapas. Pero tienen novio… En las mesas que nos rodean se habla de amor en concreto. Nosotros, como si fuéramos filósofos, tenemos que hablar del amor en abstracto. Cuando uno se tiene que dedicar a hacer filosofía… ¡Malo! Los que nos rodean viven de ilusiones. Pero los de nuestra mesa… ¡De recuerdos!

¡Hay que resignarse!

Empiezo el interrogatorio. Dime, concretamente, ¿qué pueblos o qué rincones has pintado este verano?

– Te lo diré, empezando en Luarca y acabando en el Eo. En Luarca pinté primero un paisaje bastante grande tomándolo desde la capilla de San Antonio. En él aparece la Atalaya, el cementerio y una fábrica de conservas. Este cuadro lo hice por encargo. Hoy lo tiene en su poder don Pedro Miñor, una personalidad asturiana bien conocida en Luarca. Un tema con ligeras variantes lo repetí en dos oleos más pequeños. En uno aparece el Club Náutico. Los llevo a Madrid. Pinté un óleo del muelle de la ensenada donde se ven muchas barcas amarradas. Hice otro óleo más de La Atalaya vista desde Los Cantiles. Por cierto que cuando lo estaba realizando apareció por allí, de casualidad, una fuerte personalidad luarquesa. Me refiero a Villa Pastur. Este hombre, hablándome de muchas cosas, me hizo muy amena la tarde. Hice, además, un “gouache” con la ermita de San Timoteo para una portada del “Eco de Luarca”. En fin… En el último mes de mayo estuve en Luarca con el pintor Ricardo Macarrón y con el crítico de arte del diario “Ya”, Ramón D. Faraldo. Me animaron a que pintara cosas de Luarca.

– Muy bien. De Puerto de Vega ¿qué?

– Es un  pueblo muy bonito. Pero este año no pude hacer nada. Los dos veranos anteriores le hice varios óleos y algunas acuarelas. Otro año insistiré.

– ¿Y de Navia?

– Este es el año que más pinté a Navia. En el Espín, en el puerto y en algunos otros puntos encontré temas muy gratos para llevar a los lienzos. Ten en cuenta además que hice retratos y dibujos a mujeres de lo más distinguido de Navia.

Álvaro prosigue. En Ortiguera pinté un óleo. En Viavélez tres o cuatro de rincones encantadores de marinas con aguas sombreadas. De Tapia hice también varios óleos. La luz de Tapia tiene indecibles misterios. Cambia de una forma que no te puedes dar idea. Tapia es una mina, una mina a cielo abierto.

– Hablemos un poco del Eo.

– No faltaba más. En Castropol hice un óleo. No tuve tiempo para más. Bien sabes tú que esa es una de mis predilecciones. Pero hice muchas fotografías de sus lugares. Y tú, que me acompañaste, lo sabes también. Tengo en proyecto para otro verano de esa ría un sinfín  de cosas, he de tratarla como merece. Contigo la he paseado de parte a parte. Conozco Vilavedelle, Grandallana, Seares, Presa y en fin, ese maravilloso escenario de los amores de doña Rosa Pérez Castropol y don Antonio Cuervo. Y más arriba también conozco: Vegadeo, Taramundi, Añides, Penzol, Meredo, Sestelo, Presno. Y en conclusión un mundo nuevo y siempre sorprendente para mí por la cantidad de belleza que encierra.

Pienso, un poco vanidosillo quizá, que se va haciendo justicia a nuestra tierra. A Álvaro Delgado le creo. Si él viene voluntariamente a veranear por aquí por algo será ¡Algo tendrá el agua cuando la bendicen!

– ¿Qué piensas hacer con lo pintado?

– Exponerlo en Madrid y en Barcelona. En Madrid, en la sala Biosca se abrirá una exposición de mi obra el día uno del próximo febrero. Y en Barcelona en el siguiente mes de Marzo.

Se acabaron las preguntas y las respuestas. Como les dije hablé con Álvaro en la terraza de un bar. El lugar se despuebla. Es la hora de comer. Nos levantamos. Álvaro Delgado, ahora que te vas, ¡buen viaje!

Alejandro Sela

De re artística

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 16-6-1957; De vuelta del Eo (1960)

Hay que ir a Oviedo.

Los que vivimos en los pueblos vamos a la capital de vez en cuando. Siempre tiene uno allí asuntos pendientes.

El último viaje mío no fue de esos, sin embargo. Fui por que tenía el compromiso – moral, se entiende – con un admirado amigo. Con Álvaro Delgado. El compromiso de estar presente en la apertura de la exposición de sus pinturas.

El camino que lleva a Oviedo desde Navia, a mí me gusta. Y, a pesar de haberlo visto tantas veces, nunca me cansa.

Salí de Navia con el alba, un día de primavera, brillante, diáfano. Al salir el sol, sus rayos, como si fueran espadas acariciantes, atravesaban, por sus ventanillas, el coche de línea.

Villapedre, Otur, Luarca… El camino desde Canero hasta Castañedo merece punto y aparte.

Este trozo de la ruta es algo, para mí, encantador. El Esva, que anda parejo con la carretera, es, como espectáculo, una delicia. Y, en sus orillas, prados, muchos prados, rebosantes de hierbas jugosas y de un verde especial.

Más allá, a los cuatro vientos, en la altura, La Espina, y, seguidamente, hacia abajo, Salas. Después otro río parece que juega con la carretera al matarile. Se acerca y se aleja, Un sin fin de chopos, en las márgenes jalonan su caudal. La esbeltez del chopo con su tallo fino, alargado, como si fuera una mujercita de película.

Ya estamos en Cornellana. Un bocadillo, con bisté caliente y pan corruscante, contenta nuestro paladar y nuestro estómago, que hacen valer sus fueros. En tanto lo engullimos nos entretenemos viendo salmones de cuerpo presente sobre las mesas del bar.

Seguimos. La cuesta de Cabruñana obliga a nuestro chofer a poner el coche en primera. Bajamos a Grado. Todo es naturaleza pujante por allí. Sobre la baca del coche ponen unos cestos repletos de fresas. Bien.

Arrancamos, arranca el coche. Y, pasado Peñaflor, a la derecha del camino, se ven muchos castaños viejos. Todavía.

Al poco rato vemos Trubia. Ya es pasada esa villa. Y, después de una cuesta con algunas curvas, empezamos a ver el Naranco, centinela vigilante que ampara y protege a la Vetusta de Clarín.

El día 20 de mayo de 1.957 fue un día de sol en Oviedo, Un gran día. En las espesuras del parque de San Francisco con sus ramajes entrecruzados hay concierto de pajarería…

Hacia las once de la mañana, en las salas de la Caja de Ahorros, Álvaro Delgado y Ricardo Macarrón, auxiliados por el docto personal de la casa, con cinceles y martillos, meten mano a unos cajones imponentes. Yo creí que iban a sacar allí máquinas de salto de agua. Pero no era eso. Eran cuadros embalados. Al salir de allí, donde venían emparedados, en contacto con el oxígeno y la luz, las figuras representadas respiraban a pleno pulmón, se esponjaban y desperezaban en la más briosa de las alegrías, en la más feliz de las libertades.

Ya decía yo que allí vería algo de fuerza. Pero resultó ser de fuerza… artística.

Poco después los cuadros fueron colgados en las paredes. Con arte. Este aquí. Aquel, mayor, al oro lado. En armonía de conjunto, vaya.

A las siete de la tarde del mismo día sigue el sol en sus esplendores. Hay bullicio de gentes que van y vienen por la plaza de la Escandalera. Suena en los altavoces la melodía de un tango. Una voz de hombre, finamente, nos dice que su mujer le salió… “rana”.

Al oír esto yo, discretamente, por lo bajito, le digo al afligido cantor: no me es posible hacer nada para remediar tu tristura. Si pudiera volver a tu mujer a la prístina naturaleza, lo haría. Pero no puedo.

Y seguí.

Instantes después la exposición de Álvaro se abre al público. Gentes refinadas, intelectuales de Oviedo, miran y remiran. Todo se vuelca en admiraciones, en complacencias ¡Ah!. La mano derecha del pintor no descansa. Las enhorabuenas no la dejan. Está roja, colorada, de tantas apreturas.

Seguidamente Ramón D. Faraldo, en el coqueto local de conferencias, pone los puntos sobre las íes de la pintura que se exhibe. Una voz recia, clara, de caballero, va hilvanando ideas en una pieza que es, por sí sola, una maravilla. La conferencia fue una obra de arte per se. Velázquez, Goya, Giorgione, Picasso… Álvaro Delgado. Y así.

Cuando salimos a la calle había ya luz de estrellas. Duermen los pajaritos del parque. Al menos no se les oye.

El altavoz, sin embargo, sigue en sus trece. Pero el dolorido tanguista no dice ni pío. Estará ya resignado. En su lugar la voz fuerte, viril, de un asturiano canta

Tengo de subir al árbol

tengo de coger la flor

y dársela a mi morena

que la ponga en el balcón

El hombre desciende del mono. Es lo que se dice. El asturiano es la prueba más clara de nuestra ascendencia simia.

¡Qué afán de querer subirse a los árboles a coger flores!