Publicado en: Hacia la ría del Eo (1957)
LUGAR
DEL SUCEDIDO
Seares es un pueblecillo o aldea que pertenece al concejo de Castropol, en el occidente asturiano. Dista de la capital, Oviedo, poco mas de veintiocho leguas. Está enclavado en una hondonada que forman poblados montes de pinos, robles y castaños. La altura más elevada corresponde al pico de Lodos, desde el cual se domina un paisaje de incomparable belleza: el que forman la ría del Eo y sus pueblos ribereños, Ribadeo, Castropol y Vegadeo.
El pueblo o, mejor dicho, la parroquia de Seares, la habitan alcurniados labradores, solamente. Y que viven – han vivido siempre – en una paz idílica o virgiliana. Como se quiera.
Pero ha
habido un tiempo de su historia en que esa paz se vio quebrantada por un
acontecimiento altamente emotivo, conmovedor.
En un barrio
de esa parroquia, el de Río de Seares, hay una casa, La Casoa, con traza de
haber sido construida y vivida por gentes de condición social elevada. Hoy es
una casa de labranza como cualquiera otra, pero está muy deteriorada. A simple
vista, sin embargo, se nota su ranciedad y su abolengo de origen. Claro. En
ella vivieron los Pérez Castropol, descendientes de un virrey en la isla de
Cuba durante la época colonial. Antes de construir La Casoa, la casa solariega
de estos señores estaba en Grandallana, el poblado más elevado de Seares.
También se conserva y la ocupan pujantes labradores.
En las cercanías
de esta última, casi al lado de la huerta, hay una ermita dedicada a Nuestra Señora
de la O, fundada por la familia. Tiene un retablo y una lamparita llenos de sencillez
y encanto
LOS
DOS AMANTES
En La Casoa nació el 15 de Junio de 1814, una mujer, Rosa Pérez Castropol, que había de dar – y sigue dando – mucho que hablar. Primero, por su belleza, y después, por su desventura.
Tuvo esta
mujer una vida breve, poco más de veintidós años. Fue repito, de delicada
hermosura, bellísima. Y esto explica que, al aflorar a la vida, moviera las
voluntades de los que la conocían a admirarla, a amarla y a quererla. Y, en
especial, las de aquellos jóvenes de los pueblos circundantes que pudieran
considerarse merecedores a ser aceptados al dulce y acongojado coloquio del
amor. Resultó elegido, entre más, Don Antonio Cuervo y Fernández Reguero,
también de estirpe hidalguesca. Nació éste el 10 de Diciembre de 1809 en la
Galea de Vegadeo, parroquia entonces de Piantón.
NOVIAZGO
Y BODA
Se hicieron
novios muy jóvenes. Cuatro años antes de su boda ya estaba el idilio en marcha.
Se conserva un poemita que lo acredita. Don Antonio, con ocasión de un viaje,
se despide de ella y, entre otras cosas, dice
Por esos ojos bellos
por esa boca amable
mi sed es insaciable,
mi pecho siento arder.
Auséntome yo de ellos;
quien sabe si mi amiga
con nuevo amor se liga
¡Oh, cuanto es el temer!
El noviazgo
era bien visto por ambas familias, la de ella y la de él. Había un remoto
parentesco entre sí. Venían, allá en la lejanía de la ascendencia, de un tronco
común.
Se casaron el 8 de mayo de 1835. La ceremonia se celebró en la capilla – hoy desmantelada – que hay dentro de La Casoa. El matrimonio no se inscribió en el Registro Parroquial hasta pasado algún tiempo. Pero por razones íntimas, puramente familiares. Y no políticas, como se sospechó.
La luna de
miel no dejó traslucir nada al exterior, como no fuera lo que es presumible en
ese estado de los amantes – todo el mundo lo sabía – que se habían casado por
amor. Recogimiento íntimo, monadas recíprocas cargadas de ternura, paseos en serenos
atardeceres en torno a la ensenada de Fondón y por las riberas de Vilavedelle,
la espera del fruto deseado, proyectos, ilusiones. Vida, en suma.
Cuando se
casaron Don Antonio tenia hechos los estudios de Derecho, pero no estaba
habilitado todavía para el ejercicio de la abogacía. Era preciso, por lo visto,
realizar una prueba de suficiencia ante la Audiencia. Él realizó el examen en
la de Oviedo el 6 de Junio de 1836. Al día siguiente, el 7, le escribió una
carta a su padre dándole cuenta, en forma bastante humorística, del buen
resultado de la prueba. Estaba presente, le había acompañado en el viaje a
Oviedo, su esposa Doña Rosa.
Pues bien,
esta vida esperanzadora se vio turbada por las exigencias de deberes
profesionales. Don Antonio tenía que ausentarse a La Coruña. Y allá se fue, y
allí, en La Casoa, se quedó Doña Rosa al cuidado de sus padres. En el estado en
que se hallaba nada mejor – entonces – que el hogar paterno para recibir lo que
pudiera llegar…
En sazón
llegó la enfermedad esperada, que tan dolorida y tan halagüeña es, a la vez,
para la mujer. Y el fruto apetecido. Una niña. En la pila bautismal se le puso
el nombre de Claudia Maria Rosa.
Doña Rosa
quedó mal del trance del alumbramiento, se debilitó, se agotó… Su marido fue
llamado a La Coruña en vista de la gravedad de lo que ocurría en la Casoa. Y
con la mayor premura, a caballo, emprendió el camino hacia Rio de Seares.
Caminos malos los de entonces, aunque fueran reales. Se dice, no lo duda nadie
en la parroquia, que mató tres caballos, remudándolos, en el viaje. Un poco
menos de treinta leguas.
MUERTE DE DOÑA ROSA Y DESESPERACIÓN DE DON ANTONIO
Entretanto
que esto ocurría Doña Rosa se murió, quedándose en sus labios yertos, sin
cumplir su destino, su último beso de amor…
Cuando llegó
Don Antonio el cuerpo de su mujer ya estaba enterrado en el camposanto
parroquial de Santa Cecilia de Seares. Se efectuó este enterramiento el día 1
de Noviembre de 1836.
El destino
reservaba a este hombre esa prueba de dolor hondo y fatal. Ya no vería más a su
Rosa…
No fue así, sin embargo. Hombre de leyes al cabo, el conocimiento de éstas se vio oscurecido por la arrolladora fuerza de su sentimiento. Y se fue a Seares, al cementerio. Y desenterró el cadáver de su mujer, le cortó algunos cabellos, y lloró, sin consuelo, en una escena que es, a no dudarlo, inefable…
A los pocos días
los labradores de la vecindad, a altas horas de la noche, se sintieron
sobrecogidos al oír la voz triste, doliente, de un hombre que cantaba penas,
cosa inaudita en tan sosegados lugares. Era Don Antonio Cuervo que iba a la Barcia,
donde está el cementerio, a cantar, anegada el alma de tortura, a los restos
fríos del cuerpo donde antes anidaba su amor.
He aquí su
cantar:
Solitaria mansión del sepulcro,
sólo en ti mi esperanza se encierra,
que, perdido el amor, es la tierra
un abismo de mal para mí.
Negro abismo, que ahoga implacable
en un mar de tristezas mi alma:
que de Dios la piedad me dé calma,
¡ay, Searila! reuniéndome a ti.
____
¡Cuántas veces gozosa, y conmigo
embargada de amores suaves
escuchaste el cantar de las aves
en la dulce mañana de Abril!
Poco tiempo duró nuestra dicha,
¡y cuán pronto acabó mi fortuna!
pues no quiero tampoco otra alguna
¡ay, Searila! viviendo sin ti.
____
Todavía afectado recuerdo
cuando en nuestra desgracia decías,
que en fatídicos sueños veías
de una tumba la lápida abrir.
Del destino ¡oh, visión pavorosa!
que alejabas de mí la alegría,
se cumplió la fatal profecía,
¡ay, Searila, que vivo sin ti!
____
En tus brazos morir ¡qué consuelo!
conmovida otra tarde dijiste:
infelice y siquiera me viste,
espirando apartada de mí.
Niña aún, y tan sola muriendo,
¡cuán amargo al morir te habrá sido!
no escuchar el acento querido
¡ay, Searila, anhelando por ti!
____
De la vida en el último aliento
tu tristísima voz me llamaba;
¡desgraciado de mí! ¿dónde estaba
que en tu angustia no pude acudir?
Por los campos buscando tu huella
vanamente que ahora me empeño:
que aturdido paréceme un sueño
¡ay, Searila, vivir yo sin ti!
____
Sueño horrible que el alma devora
que hasta el fondo taladra mi pecho,
sin poderme yo ver satisfecho,
que apetezco cual nadie sufrir.
Lo apetezco; y la vida me agrada
cuanto más me consumo y me mato,
pues no quiero me acuses de ingrato
¡ay, Searila, si vivo sin ti!
____
Que abomino de vida sin cielo
donde ver de tu sol los fulgores,
ni risueñas me alegran las flores,
cuando el alma se siente morir.
Y alegrarme jamás yo no quiero,
ni pagarle al amor más tributo
que los ojos no ven sino luto,
¡ay, Searila, no viéndote a ti!
____
Sola ahora y por todos dejada
en el lóbrego hogar de la muerte,
nadie hay, nadie que a él venga a verte,
si no viene tu amante infeliz.
Soledad a tu lado es mi vida,
que es sin ti toda vida el desierto,
no respiro, mi ser está yerto,
¡ay, Searila! si no es junto a ti.
____
Caminando la pálida luna
por la bóveda inmensa del cielo,
que comprende parece mi duelo,
no queriendo como antes lucir.
De la noche durante el silencio
tu sepulcro rodeando acompaña,
y en tristeza profunda me baña
¡ay, Searila! velándote a ti.
____
Mustia ahora la frente y doblada
sobre el pie de la lápida fría,
yo te espero ¡oh tremenda agonía!
como al ángel que mira por mí.
Yo te llamo: el momento me acerca;
que en el cielo felices y amantes
las dos almas se junten como antes,
¡ay, Searila, pues muero por ti!
Y así días y
días, o mejor noches y noches, durante muchos meses, vagó por los montes de las
proximidades pisando tojos, gancelas y folgueiras, y entre estas malezas se
dormiría extenuado, con sólo la luz débil pero vibradora de las estrellas. En
alguna ocasión se subía a la tapia del cementerio y, encaramado en ella, frente
a la tumba, prometía a su inolvidable Searila fidelidad eterna…
VIDA
ULTERIOR DE DON ANTONIO
Don Antonio
vivió cinco años sumergido en dolor profundo, totalmente inhibido de la vida
social. Por esa época compuso otro poema Horas
tristes. De él copio sólo este verso en el que decía que pasaba.
horas de horror sin tregua y sin olvido.
En el año
1841, con cierta resignación, comenzó a actuar en la vida profesional y
política. Quiso ser magistrado y no lo logró. Se lo designó agente fiscal, pero
no aceptó. Poco después se le nombró secretario del Gobierno Civil de La
Coruña, cuyo cargo desempeñó varios años. Tuvo en él una actuación brillante,
nobilísima. Con ocasión de una epidemia del cólera, se estimó tan meritoria su
actuación desde su puesto que el ayuntamiento de la Coruña le nombró hijo
adoptivo.
Fue, más
tarde, Fiscal de Marina en los tercios Navales del Norte.
El 28 de
Diciembre de 1854 tomó posesión del cargo de Gobernador Civil de Zamora, para
el que había sido designado por el Gobierno. El 18 de Julio de 1855 pasó a
desempeñar la misma función en Lugo. Y más tarde los de Albacete, Teruel,
Santander y Murcia. Cuando estaba nombrado para desempeñar el de Granada, en
1863, pidió el retiro que le fue concedido con una pensión de 7000 pesetas
anuales. Y se le concedió, además como reconocimiento de los servicios
prestados a la Patria, la Encomienda del Mérito Civil.
Desde
entonces hasta la fecha de su muerte vivió en torno a la ría del Eo. En Vegadeo
y Ribadeo. Y, por último, en Castropol donde murió el 2 de abril de 1890, a las
tres de la tarde.
VALORACIÓN DE ESTE AMOR
El amor de Don Antonio Cuervo fue, sin duda, hace tiempo que lo vengo diciendo, de gran relieve. Concedo que durante el noviazgo y el matrimonio no tuviera, aún siendo apasionado, nada de particular. Pero a partir del fallecimiento de Doña Rosa es cuando adquiere los caracteres de la sublimidad. Y que le hacen ser digno de figurar como un hito en la historia del amor universal.
Hay muchas
clases, muchas clasificaciones del amor: Quizá tantas como personas trataron la
materia. Por vía de ejemplo citaré a Stendhal. Este autor distingue el amor
pasión, el amor de buen tono, el amor físico y amor de vanidad. Esto figura en
su libro tan conocido Del amor. Este
hombre no sabía mucho del asunto, no podía saberlo. Nunca llegó a ser marido.
Le faltó la prueba del fuego… para llegar a enterarse. A través de su vida,
se sabe, tuvo ciertos “asuntillos”. La mayoría fallidos. Y, por consecuencia,
sufrió mucho. En ese sufrimiento adquirió algunos conocimientos y, con ellos,
escribió un libro…
Casanova fue
amante notable. Pero su amor fue, más bien, amor de arriero o de mesón.
Contenido espiritual es posible que no tuviera ninguno. El salió del paso, en
sus empresas, como una fiera en el brozal de la selva….
El
donjuanismo anda muy cerca de ser otro que tal…
Bueno.
Dejando a un lado otros amores típicos que ha habido, por el mundo, yo veo
ahora dos amores extremos, límites. Que son el amor udrí o de Bagdad y el amor
de Don Antonio Cuervo, es decir, de la Searila.
El amor udrí,
árabe, que pone de relieve muy claramente García Gómez en sus libros, es un
amor puro, limpio, infecundo en lo biológico, y cuya esencia radica en la
perpetuación del deseo. Amar, sólo amar, sin esperanza. Morir sin posesión.
El amor de La
Searila está en el polo opuesto, al otro lado: Amor al uso en el noviazgo y en
el matrimonio, y fecundo. Y extraordinario a partir de la muerte de uno de los
dos amantes.,
El amor de
Don Antonio Cuervo, en su viudez, fue un amor sin esperanza. Sin esperanza
terrena, por supuesto. Y en esto tiene un punto de contacto con su opuesto, el
amor udrí.
Aunque
parezca paradójico creo que estos dos amores son los más viriles, los más
elevadamente humanos. Los más refinados. Sólo el hombre puede amar así. “El
gozar ese apetito, el padecer, es fineza” dijo Quevedo.
AMOR
Y LOCURA
¿Fue Don
Antonio un loco? ¡Qué iba a ser! hay que aclarar esto. El que ama con pasión
auténtica se sale en cierto modo de la normalidad. Coloca el centro de su vida
en el amor. Aunque no le impida, por otra parte, ser un ser sociable y hasta
desarrollar una actividad seria. Pero esta “anormalidad” se da en el ser humano
en variadísimas escalas. En unos la pasión es más intensa y en otros menos.
Comparemos. Quevedo amó a Lisi de un modo fantástico. Pero al mismo tiempo que le escribía unos sonetos incendiarios desempeñaba misiones políticas y diplomáticas en la corte y en especial al servicio del Duque de Osuna, donde la cordura y la discreción eran esenciales. Loco de amor y, al mismo tiempo, cuerdo, perfectamente cuerdo, en todo lo demás. .
Fernando de
Herrera, beneficiado de la parroquia de San Andrés, de Sevilla, de su amor,
doña Leonor de Millán, también dijo infinitas “locuras”.
Decía
Quevedo:
A los suspiros di la voz del canto
Y Herrera:
Oye la voz de mil suspiros llena
y de mi mal sufrido el triste canto
Seamos
generosos. Añadamos una opinión más, de un poeta moderno, Antonio Machado.
Se canta lo que se pierde
Don Antonio fue
político, desempeñó cargos de alto honor y responsabilidad y jamás olvidó a
doña Rosa. Muerta ¡la amaba más!
Téngase en cuenta, además, que Quevedo y Herrera «suspiraban» por haber recibido reiteradas calabazas. Y no más que por eso…
En suma, que la anormalidad del amor es la más normal de las enfermedades. Es un, como si dijéramos, sarampión glorioso. Quien a través de su vida no lo padece por desventurado puede considerarse. Más aún. Si el ser humano no viene a este mundo a amar, pregunto yo desde aquí ¿a qué viene?
EL
POETA
¿Fue, a la
vista del cantar de la Searila, don Antonio, un poeta? Pues sí, fue poeta.
Claro que no un gran poeta. Si lo fuera, no había de estar a estas horas por
descubrir. Poco después de la Searila escribió otro poema relativo al mismo
tema Horas tristes y en su vejez El canto del cisne y el soneto a La Vejez que yo tengo a la vista
impresos por aquellas fechas, cuando él vivía.
Pero acerca
de la poesía, en esta ocasión, habría mucho que hablar. Es posible que a la
forma de versificar de Don Antonio podrían ponérsele ciertos reparillos. Pero
en la poesía hay algo más que palabras y gramática. Hay, no se olvide,
sentimiento… Y éste, en La Searila, es oro de ley. Con La Searila se han emocionado
muchos. Y basta…
No. perdón,
no basta. Hay que añadir como coletilla estas palabras de Platón. “El amor es
un poeta tan hábil que hace poeta a quien mejor le parece. Y lo es en efecto,
aunque antes haya sido extraño a las musas, tan pronto como el amor le
inspira”.
NADA
DE ROMANTICISMO
En un artículo publicado en un semanario, Las Riberas del Eo, de Ribadeo, el 5 de octubre de 1951, califiqué de romántica esta historia de amor. Hoy, mejor pensado, creo que no hubo tal romanticismo. Romanticismo en el sentido de ser entonces moda amar así. Eso no. En esa época, por otra parte tan romántica, no era costumbre que los viudos lloraran de ese modo la muerte de sus mujeres. Este amor no tuvo antecedentes ni consiguientes. Honradamente hoy creo que Don Antonio Cuervo no fue un comediante. Fue, sencillamente, un hombre. Y su mujer, Doña Rosa, no solo una mujer hermosa, sino algo que dentro del matrimonio vale más, buena; buenísima. Tanto, que supo merecer de su marido una pasión de amor irrefrenable, grandiosa.
Esto en
cuanto al fondo. Pero ni por la forma pueden calificarse de románticos los
versos de la Searila. Véase:
¡Cuántas veces oculto en mi refugio
escapando a la gente y a mí mismo
baño con llanto el césped y mi pecho
con mis suspiros agitando el aire!
¡Cuantas veces a solas e inseguro,
anduve por oscuras soledades
buscando con la mente la Alegría
que me robó la muerte despiadada!
. . . . . .
¡Oh valle que han llenado mis suspiros!
¡Oh río que mi llanto ha desbordado!
¿Es acaso
esto de algún poeta del siglo XIX? No. ¡Qué va! Es de Petrarca que vivió en
siglo XIV. Este hombre también lloraba por su amada muerta.
¿Y estos?
Tengo una parte aquí de tus cabellos
Elisa, envueltos en un blanco paño
que nunca de mi seno se me apartan
decójolos, y de un dolor tamaño
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan
Estos son de
Garcilaso, poeta que murió el 14 de octubre de 1536.
Lo peor que
puede creerse de don Antonio Cuervo es que fue un imitador de Petrarca y de
Garcilaso. Y entonces, por razón de la época, no puede decirse que fuera un
romántico.
Apuremos aún
más la cosa. Para mí, hay dos clases de romanticismo. Una, que se refiere a la
vida y al arte, que comienza en Cadalso y termina, con quien sea, a mediados
del siglo XIX. Y otra, general se puede decir, eterna, que sintetizó Rubén Darío
en este verso.
Quien que es, no es romántico
No. Don
Antonio no fue romántico de la primera clase. El romántico, y esto está a la
altura de la más modesta fortuna intelectual, buscaba el dolor, como moda, para
“recrearse en él”. Don Antonio no buscó ese dolor. El destino se lo puso de
frente y no tuvo más remedio que aceptarlo. Los románticos, por otra parte,
apuraban la vida y vivían poco. Don Antonio murió a los 81 años.
Larra,
prototipo de romántico, y Don Antonio, ante la falta del amor asible, adoptaron
posturas totalmente diferentes. Larra se pegó un tiro y Don Antonio aceptó la
vida, con todas sus secuelas, durante una viudez que duró 54 años. Don Antonio
era, antes que nada – y de esto hay pruebas indudables – católico, apostólico y
romano. Esto, en una época de libertinajes ideológicos suponía mucho…
Ortega y
Gasset ha dicho – y tomo la cita de Marañón -: “Un romántico es un hombre al que
el corazón se le ha subido a la cabeza”. Ya conocemos la vida de Don Antonio
Cuervo. Su cabeza fue despejada y su corazón no se movió del sitio donde había
pacido…
AMOR MÁS ALLÁ DEL MATRIMONIO
Unamuno dijo:
“¿Y no es acaso el acto de suprema unión lo que más supremamente separa?”.
Y León
Hebreo: “Se ama tanto tiempo como se desea, y cesando el deseo, cesa también el
amor” y que deseo y amor “ambos a dos viven y mueren juntamente”.
Miguel de
Unamuno y León Hebreo… ¡cepos quedos! A don Antonio Cuervo eso no le va…
Con él no rezan tales dogmas.
IRREVOCABILIDAD
DEL AMOR
En el
original de La Searila, autógrafo, que he tenido en mis manos, y en copias de
imprenta de la época, al final, hay una nota que dice:
“Searila,
nombre derivado de Seares, aldea de las riberas del Eo donde falleció en 1836
María Rosa Castropol al borde de cuya tumba nació la anterior composición, como
ahora al borde de la suya le da el
compositor la última mano no en el
fondo de los conceptos; sino en tal cual giro o dicción más o menos poéticos –
Antonio Cuervo – La Galea 19 de marzo de 1888”.
En esta nota
encuentro yo el timbre de gloria del amor de Don Antonio. A los cincuenta y dos
años de la muerte de Doña Rosa – y dos antes de la suya – se afirma en su amor,
quiere irse al otro mundo amando…
Y en
contraste, véase lo que a última hora dijo Petrarca:
Bien veo ahora como el mundo entero
serví de diversión; por cuya causa
siento grande vergüenza de mi mismo
De mi delirio es la vergüenza el fruto
y el arrepentimiento...
Y lo que dijo
Quevedo:
“¡Ay, amor! ¡Quien pudiera desengañar al mundo de tu engaño!
En ti veo juntos cuántos males esparció nuestra miseria
en todo el resto de la naturaleza”.
Ya se ve. Los
dos colosos de la poesía amatoria mundial en los últimos días de su vida, se
retractaron de haber amado, se volvieron atrás…
Y don Antonio
Cuervo, un poeta humilde nacido en la margen asturiana del Eo, al borde de su
tumba, se siente orgulloso de haber amado… a una mujer.
¡Casi nada!
ÚLTIMOS AÑOS
Desde su
retiro de la política, Don Antonio, – durante veintisiete años -, a pesar de
sus riquezas, vivió una vida de recato, en verdadera humildad franciscana. Es
notorio, lo sabe todavía la gente del Eo, que la capa con que se cubría en ese
tiempo era siempre la misma, raída, agotada… Y no exteriorizando su dolor,
sino, al revés, aprisionándolo y refugiándolo en lo más hondo de su ser,
haciéndolo entrañablemente íntimo. Su gozo consistía en acariciar unos cabellos
de mujer… Y añorar a ésta con gratitud: como si fuera un personaje de Dostoievski.
Y diría: “María Rosa me ha dado, en la vida, un instante de dicha”
Acabó sus
días, como si dijéramos, en la soledad de la belleza. Que no otra cosa es –
belleza – la ría del Eo en cualquier tiempo. Vendavales, nordesías, lluvias,
sol, nubes, cielo azul, apacibilidad, todo se conjuga a través del año, para
dar un colorido variado, ameno, a un paisaje de por sí vigoroso, de gran
calidad…
UN
DIAMANTE EN EL ARENAL
Insisto. El
amor de Don Antonio fue un amor sin par ni paralelo. Otros amores que perviven
en la memoria del mundo y vencen al olvido son diferentes. Dante cantó con
grandes dotes de poeta y de intelectual a Beatriz, la señora de Bardi, de la
cual obtuvo de soltera, al pasar, un saludo quizá inocente. Petrarca, cultísimo,
también cantó en sonetos y madrigales sublimes a Laura, la esposa de un señor.
Macías, trovador gallego, amó y lloró a alguien que no fue suyo. Cadalso adoró
a la actriz María Ignacia con pasión arrebatadora, que tampoco era su esposa.
Herrera lloró a la condesa de Gelves, casada.
Garcilaso
rimó con dolor de amor a Doña Isabel de Freyre, casada con el señor de Toro,
alias el Gordo.
Quevedo amó
durante veintidós años a Lisi y le hizo unos sonetos maravillosos. Pero el cojo
inmortal tuvo que casarse con una señora mayor de cincuenta años, con hijos, la
viuda de Cetina… Y no le hizo sonetos.
Espronceda
cantó con dolor profundo a Teresa con la cual, en vida, se portó regularmente.
Bécquer, para
muchas de sus rimas, se inspiró en el amor a Julia Espín, casada con un
ingeniero.
Tampoco
admite comparación el bien reciente de Ana Cecilia, la amada inmóvil. Este fue
un amor turbio.
El que tiene un cierto parecido es el de Rodríguez de la Cámara. Allá por el siglo XV, en Galicia, este hombre vagó errante por los montes y lloró desesperadamente mal de amores. Pero lloraba no a su mujer, sino a una esquiva e ingrata como hay tantas.
Y otros
amores, producto del genio de algunos escritores, aunque humanísimos, tales
como los de Romeo y Don Quijote, no pueden parangonarse al real y tangible de
la Searila.
A todos los
poetas antedichos, como tales poetas, los pongo yo en los cuernos de la luna,
pero en cuanto a hombres frente al problema del amor creo que fueron poquita
cosa al lado de Don Antonio Cuervo. Este señor fue un triunfador aunque los
laureles de tal triunfo le costaran tan caros.
Lo que singulariza este amor es su plenitud. Fue un amor perfecto hasta sus últimas consecuencias. Un amor más allá del sacramento del matrimonio. A los otros amadores inmortales les faltó la prueba de la unión legal para saber hasta dónde podían llegar en tanto como prometían…
Amor
completo, con flor y fruto. Aunque después el huracán del infortunio lo
arrasará todo. Sí. También Claudia María Rosa murió. Un año después de su
madre.
Don Antonio llegó al paroxismo del dolor en cuestión de amores; llegó a la linde de la resistencia humana, sin duda. Más allá sólo está… la muerte. Infierno o cielo, lo que Dios quiso. Cielo, probablemente…
Rosa y
Antonio fundieron su amor en el crisol del matrimonio. Y de él salió agrandado,
sublimado. Alquitarado y purificado por el dolor fue, además, bello como la
Searila misma, como una rosa…
Un amor así no
puede, no debe quedar escondido en este rincón brumoso de las Asturias. Hay que
sacarlo a la luz del mundo. Y ponerlo como paradigma de amor limpio, honesto y
cabal.
Por eso yo
creo, rectificando, que este amor no es romántico ni lírico ni cosas de esas.
La gesta de la Searila, para mí, es la epopeya del amor español. Mientras no
haya alguien que demuestre que hubo en España un amor más grande.
.
. . . . .
FINAL
Don Antonio hizo trasladar en vida suya los restos de Doñas Rosa del cementerio de Seares al de Piantón. Él, a su vez y a su hora, fue enterrado también en este último cementerio. En Piantón, pues, están los restos de los dos.
Es
inevitable. En este momento se me viene a la memoria un romance medieval. Aquel
que se titula Amor más poderoso que la
muerte. Se refiere a dos amantes que fueron enterrados en el mismo sitio.
Dice
De ella nació un rosal blanco,
dél nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan...