BOUQUET I

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El gusto, las calidades del vino – escribía Pasteur en 1876 – dependen ciertamente en gran medida de la naturaleza especial de las levaduras que se desarrollan durante la fermentación de la vendimia. Debe pensarse que si se sometiese un mosto de uva a la acción de levaduras distintas, se obtendrían vinos de diversas naturalezas.

Se sabe que las levaduras de ciertos viñedos de nota, tienen influencia sobre la fermentación del mosto. Con ciertas levaduras se obtiene una fermentación más equilibrada y un vino que se conserva mejor. Con el empleo de ciertas levaduras se logra un bouquet que se desea.

El mosto, además, influye en la levadura. Estas deben seleccionarse. Hay que operar sobre todo con levaduras propias del viñedo de que se trate.

(La piel de uva contiene también una materia olorosa especial que da al vino un perfume que no debe confundirse con el bouquet).

El aroma o bouquet no se forma más que, a la larga, por el envejecimiento del vino. Al contrario, este perfume producido al principio, va siendo menos perceptible con la edad del vino y es el que da a los vinos de algunas cepas americanas un gusto poco apreciado; gusto a frambuesa  y almizcle, un gusto a serrín.

Este perfume es muy delicado en las cepas de moscatel, por ejemplo.

Los ácidos aseguran la buena fermentación del mosto, facilitan la conservación del vino y dan al vino un color más rico, más neto, un sabor más fresco y contribuyen a la formación del bouquet.

Acidez y azúcar deben estar en perfecta armonía.

Cada año debe anotar el viticultor cuidadosamente la acidez y el azúcar de los mostos, así como la calidad de los vinos. Con el tiempo obtendrá datos precisos que le indicarán lo que debe hacer para mejorar los mostos.

Pasteur echó por tierra la teoría de la generación espontánea de las levaduras en lo que se creía anteriormente. Demostró que las levaduras aparecían siempre formadas sobre la piel de la uva, algún tiempo antes de la vendimia.

Ácidos fijos: Tartárico, málico, etc. que existen en el mosto; ácido succínico que proviene de la fermentación y que da al vino un sabor vinoso especial; ácido tánico que proviene de los rastrones y hollejos, raspones, etc. Se hallan también en vinos, ácidos volátiles como el acético, butírico, etc. que provienen de la fermentación y que obran por sus vapores en el desarrollo del aroma o bouquet del vino.

Las levaduras aclimatadas pueden dar los mejores resultados.

Los ácidos se combinan en efecto con los alcoholes del vino (son muchos alcoholes) para formar poco a poco, éteres que constituyen una parte del bouquet, el cual no se forma, a la larga, a medida que envejece.

El azúcar, por la fermentación, no da solamente origen al alcohol, sino también a los productos secundarios glucosa, ácido succínico, etc. que tienen cierta importancia en la constitución del vino. Y una influencia considerable sobre la fregancia o bouquet.

(En ciertas regiones vitícolas como la francesa de Santernais, se cogen las uvas cuando comienzan a desecarse y cubrirse de un moho, el Botritys cinerea. Este hongo, conocido en Santernais bajo el nombre de podredumbre noble da un bouquet característico a ciertos vinos blancos de Gironda, del Rhin y Hungría).

La fragancia (o bouquet) está formada por sustancias volátiles originarias de la uva, pero comienzan a nacer por la fermentación y la combinación de los ácidos con los alcoholes para formar éteres. La formación de esos éteres es muy lenta, lo que explica porque la fragancia no se desarrolla bien más que al cabo de varios años.

Según Matieu los éteres más finos se producen por la acción sobre los alcoholes del vino de los ácidos volátiles, es decir, de aquellos que no provienen de enfermedades. De esto no debe deducirse que los vinos finos sean vinos enfermos solamente, aunque los catadores prefieren vinos que tengan un comienzo a otros vinos sanos, precisamente porque los ácidos volátiles del comienzo de enfermedad se encuentran esterificados y hayan dado al vino un bouquet más agradable. El exceso de acidez volátil no es pues un defecto; lo importante es detener su producción en límites prudenciales. Los ácidos volátiles que se encuentran en los vinos son el acético, el propiónico y el butírico.

El tanino sufre en el vino modificaciones químicas que se hacen profundas con el tiempo y que con tribuyen a los fenómenos de envejecimiento.

Los trasiegos al aire activan el envejecimiento de los vinos. La acción del oxígeno del aire opera sobre las levaduras debilitadas y vuelven a adquirir vigor.

Los trasiegos provocan una evaporación de ácido carbónico, la ausencia de trasiego evita esta pérdida de suerte que la permanencia sobre las heces es una práctica cuya principal ventaja es mantener en el vino una dosis precisa de ácido carbónico que da al bouquet mayor intensidad.

Durante mucho tiempo se ha creído que la transformación del azúcar por la levadura no daba más que dos productos: alcohol y ácido carbónico cuya suma de peso sería equivalente al peso de azúcar que habría fermentado. Pasteur demostró que se forman en realidad bastantes productos: glicerina, ácido succínico, ácido acético, alcohol propílico, alcohol butírico, alcohol amílico, etc., etc. cuyos productos tienen influencia en el sabor y aroma de los vinos.

Los ácidos fijos son los que permanecen en el residuo de la destilación cuando se destila el vino. En una palabra, los que no destilan. Los ácidos volátiles son los que se destilan con el alcohol, cuando se somete el vino a esta operación.

HAY QUE IR A JEREZ

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Los vinos españoles, como regla general, carecen de bibliografía. Para enterarse uno un poco hay que ir a los centros de producción. Hay que ir a ver con los propios ojos.

Hay, sin embargo, una excepción. Los de Jerez. Puedes estudiar estos vinos, a distancia, en la propia casa de uno, en su biblioteca. Y, para completar el conocimiento, se pueden adquirir en cualquier parte, en cualquier tienda española. Los vinos de Jerez están bien distribuidos.

Otros vinos españoles, de mesa, siendo buenos, salen muy poco de su región. Y, en algunos casos, salen al extranjero sin que el mercado español los conozca a fondo.

Pero, así y todo, conviene ir a Jerez. Y dar una vuelta por los pueblos preferentemente productores: Jerez, Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda y Chipiona. Por lo menos.

Yo, en los últimos diez años, he ido por allí tres veces. Y siempre se aprende algo nuevo.

Y es que la zona jerezana tiene una especie de cultura. Su conocimiento exige tiempo de estudio y meditación. Pero no acabará uno, a pesar de todo, de saber…Por allí se juntan conocimiento y embrujo. Que acaban, en definitiva, por reducirlo a vino.

Los libros de Pemartín y G. Gordon, le dan a uno la idea de los vinos que allí se hacen. Y, como dicen la verdad, uno se orienta bien.

La publicidad de los vinos me parece lícita en todo caso. Pero a su lado debe haber libros orientados hacia el estudio ponderado. Así se profundiza en el conocimiento.

Del vino de Jerez sabemos su historia y, a través de ella, su forma de evolucionar, su terminología…

SIN TÍTULO (Libros sobre vino)

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A uno le gustaría ser una persona culta. Pero no en sentido que se suele dar a esta expresión. Yo deseo ser culto en una especialidad: En vinos españoles. Pero no va a ser posible. La razón es clara: No encuentro libros que me faciliten lo que busco. No los hay, la verdad.

Hay, sí, libros técnicos. Pero estos no me interesan. Yo no quiero ser elaborador de vinos. Esos libros técnicos interesan a los que quieren ser profesionales con su conocimiento. Solamente.

Hay, sin embargo, una zona vinícola española que es una excepción. Jerez de la Frontera. Los vinos jerezanos tienen una bibliografía muy completa. Y, si uno quiere, puede enterarse. Con solo citar dos libros de Jerez ya digo la verdad. Estos: El Pemartín y el G. Gordon.

Cataluña, por ejemplo, tiene ocho o diez zonas productoras de vinos de primera calidad. Pero no hay ningún libro que nos lo explique. La historia de los vinos catalanes me gustaría conocerla. Pero… Es curiosa. En Cataluña hay buenos vinos y muy buenos escritores. Pero el tema ni tienta a estos. No hay tampoco lo que se pudiera llamar ensayos sobre el vino…

El tema es gordo. Ortega y Gasset se dio cuenta y nos lo dijo, que el problema del vino es cómico. Pero no le dio, por lo que sea, por estudiarlo. No hace mucho llegó a mis manos un libro editado en Bélgica que se titula “Connaissance du vin”. Su autor: Constant Bourquin, filósofo.

Yo creo que el vino puede ser un problema intelectual o un problema tabernario. En España creo que domina este concepto del vino.

Es curioso. En toda reunión afectiva o humana, el vino está presente. Bodas, bautizos… actos solemnes, homenajes.

Los intelectuales españoles, que da la casualidad que toman vino en su mayoría, no les seduce el tema de escribir de vinos ni de pensar en ellos.

A los buenos periodistas españoles, a los de los grandes diarios, no les tienta tampoco la idea de conocer y hablar de vinos. Nos hablan de fútbol, de toros, de lo humano y lo divino. Pero no de vino.

El tema del alcoholismo que también convendría estudiar lo tratan en la prensa al turuntuntun. Y los periodistas se dedican, sin grandes meditaciones, a dar palos de ciego. Y quién es la víctima de esos palos… ¿quién va a ser? El vino… solamente el vino.

Los maitres y los bodegueros en general de los grandes hoteles están en ayunas en cuanto al conocimiento del vino. He hecho investigaciones en este sentido. En todas partes me sueltan el mismo disco… Y esto me encalabrina. Y yo soy enemigo de la discografía vinícola.

Claro que escritores importantes hablaron con simpatía de ciertos vinos españoles. Pero la simpatía, por sí sola, no es conocimiento… El conocimiento supone estudio y meditación.

Pero ¿qué van a hacer?, ¿qué libro pueden estudiar?

En mis viajes he visto que los vinateros están dominados por la idea comercial. Y lo comprendo. El comercio es vida. Se oye hablar mucho de promociones. Pero también es vida el estudio espiritual de las cosas. La verdadera y perdurable fuerza está en el espíritu.

Las revistas vinícolas dicen, con frecuencia, cosas interesantes sobre vinos. Pero estas revistas no se venden en los quioscos. Nadie compra una revista de vinos para leer en el tren ni en sus vacaciones.

Un libro es algo que queda…

SIN TÍTULO (El pico de Panondres)

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El pico de Panondres domina a Navia. No se deja ver a diario. Se pasa mucho tiempo en coqueteo con nieblas que lo cubren. Álvaro lo cazó al desnudo. Las nieblas han dejado de ser tales. Se las ve en las alturas más blancas, más limpias. Son, ahora, nubes. Y se dejan acariciar por los rayos del sol. Viven una vida más suelta, más desgarrada, más etérea.

Lo que se ve de Navia es la parte de atrás de las casas, la más íntima, que da a la ría. Pero no se debe hablar. A lo mejor hay ropa tendida.

SIN TÍTULO (Colores)

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Lo negro, lo blanco, lo azul y lo dorado. Negro la peña sombreada. Blancas las olas. Azul el mar y doradas las arenas de la playa.

Una mujer, con pañoleta veraniega, se la ve envuelta en esa luz de colores.

¿Hará labor de punto con agujas de acero? Hará… En las tibiezas del verano preparará el abrigo para los días crudos del invierno

Reza una sirena…

SIN TÍTULO (Pescaderas)

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Cuando no hay bonito o no hay bocarte, en el verano, a las pescaderas se las ve así, “de brazos cruzados”. Mal asunto. Para la vida y para la muerte. Para la vida de las pescaderas y para la muerte de los peces.

El puerto de Navia no es un puerto pesquero ¡Nunca! Y, sin embargo, en él siempre hay lanchas pesqueras. El puerto de Navia es un puerto… de abrigo. En el verano y en el invierno ¡Siempre! ¡Toda la vida!

SIN TÍTULO (Caballos)

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Caballos como estos arrimados a una pared desconchada se ven todavía… Son de alguien de las brañas, de Busmargalí o el Vidural. Son caballos de carga. Y los días de mercado, de silla. Así están, en horas de sol, sujetos por una cuerda que se ata a una argolla que hay en la pared desconchada. Así se pasan la espera pacientes, dando patadas hacia adelante en busca de esa mosca montuna y pegajosa que les pica donde más les duele… Sus crines y sus colas largas

SIN TÍTULO (Castillo de Anleo)

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Anleo. Castillo del Marqués de Santa Cruz. Sobre esa suave loma el castillo… Las hiedras lo agarrotan y lo asfixian. El castillo abandonado se muere. Alegría romántica. Esto es tristeza.

En su torno laureles, espinos y zarzas separan las lindes de las fincas. Se percibe a lo lejos el monte de pinos, y más acá, el rastrojo de los trigales. Y el trigo en gavillas amontonado. Verano.

En primer término el maizal, el híbrido que morirá pronto. Con el comienzo del otoño.