Villaoril

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 11-10-1959, pág. 5; De vuelta del Eo (1960)

Villaoril es un pueblo de labradores ricos que está a cuatro Kilómetros de Navia. En él existe una capilla que tiene una Virgen que, para todos, lleva el nombre del pueblo. Al lado de esta capilla hay un campo grande poblado de árboles, entre los que descuellan unos viejos robles, copudos, muy corpulentos.

En este lugar se celebra todos los años, el 28 de septiembre una renombrada fiesta, concurridísima. Se le llama “de las gallegas”. La razón es clara. Desde tiempos inmemoriales los más fervientes devotos de la Santa son gallegos. Y desde Galicia vienen los romeros por centenares. Téngase en cuenta que Lugo, la provincia gallega más cercana, está a cincuenta Kilómetros.

La capilla, por dentro, no está mal. Tiene un brillante retablo, dorado, del más puro estilo barroco. Sus paredes están llenas de exvotos que allí cuelgan los fieles agradecidos. Muletas de cojos liberados de su enfermedad desniveladora, cordones de hábitos en profusión, gorras de soldados de marinería, trenzas de pelo humano rubio o moreno, figuras en cera de animales toscamente modelados. Y etc., etc. Y todo ello recubierto de polvo y suciedad que delatan el paso del tiempo…

Los peregrinos o romeros empiezan a llegar temprano. Y, a su modo, en la capilla, desfilan ante la Virgen, depositan sus limosnas y rezan, bastantes en voz alta, con fervor que conmueve. Allí se ve una humanidad doliente que pide la curación de una enfermedad propia o de algún familiar, la vuelta feliz de un ser querido que está ausente o la salud de un animal que quedó en casa tendido en un lecho de paja…

A la hora de la misa mayor, hacia las doce, hay en torno a la capilla una multitud abigarrada y de mucho color. Algunos de los asistentes no ven al celebrante. Pero no importa. La fe traspasa, sin mácula, los muros del temple. Y la oración, por consiguiente, llega a oídos de quien ha de recogerla.

Acto seguido se celebra la procesión que va a la Fuente Santa, a ciento cincuenta metros de distancia, al lado de un río truchero. Esa Fuente, al fondo de un declive, está dentro de un recinto de pared. Y, en medio, tiene una alta cruz de piedra.

A cualquier lado que se mire, más cerca o más lejos, se ven maizales con espigas regordetas y algunas de sus hojas ya rubias, porque el otoño empezó su aniquiladora labor. Y pinos con sus ramajes de agujas color verdeoscuro. Y prados con sus hierbas frescas que darán la última siega del año. Suenan, al marchar el cortejo procesional, los estampidos de los cohetes. Y el cielo se recubre de unas nubecillas de humo que poco a poco se va desvaneciendo.

En el campo de la fiesta ya está todo en su lugar, en orden. Los taberneros con sus tenderetes cubiertos de lona empiezan a despachar bebidas. Los vendedores de empanadas, frutas, confituras y juguetería barata están en sus puestos. Y las vendedoras de castañas, sueltas y en collar. Y mis amigos los avellaneros de Navelgas con sus sacos panzudos, en estado…

Los asistentes, con sus familias o sus amigos, se van a los, prados a comer. A la sombra de un manzano o de un peral. Las empanadas de pito, al descubrirlas, exhalan un aroma seductor. Y el vino tinto, con sus fueros etílicos, va poco a poco quitando el secaño… de los que tienen secaño. Los rostros de las gentes se cambian de color lentamente. Les palideces del misticismo mañanero, se truecan en colores más vivos, rubicundos, colorados…

A la hora de la comida, cuando lo hay, como este año, el sol cae de plano.

En esta fiesta no hay banda de música, no hay tampoco orquestas que la amenicen. Pero hay gaiteros y acordeonistas. Unos tocan por aquí, otros por allá. Se baila con muchos sones. El baile es, se puede asegurar, federal.

Lo más típico, lo que da más color al ambiente, es verdaderamente su aspecto galleguista. Me refiero a los lisiados y a los tullidos que hay por todas partes. Y, sobre todo, por los caminos que afluyen al campo: “Una limosniña por amor de Dios”. “Compasión, siñonres, que nun o podo ganar”. En algún caso es tan dulce y poética la petición que parece que le habla a uno Rosalía de Castro: “Non pase, siñor, y me deixe aquí soliña con a miña desgracia”.

Aparecen unos de pie, los que tienen piernas. Otros, los que no, tirados por los caminos. Algunos se arrastran por el suelo detrás de los que tienen el corazón duro…

Delante de cada uno, en tierra, hay un pañuelo sucio, mugriento. Y, en él, reluciendo, brillando, monedas de calderilla blanca. De diez y cinco céntimos. Como antes, como siempre. Se da uno cuenta, los bienes de este mundo han subido, están por las nubes. La caridad, a pesar de todo, es barata. El Cielo hace tiempo que tiene los precios estabilizados. La Gloria Eterna, por la caridad, resulta ahora a precios de saldo.

De esta gente, humanidades incompletas, habló ya Valle-Inclán con garbo y con arte. Lo recuerdo emocionado.

Y, sin embargo, en Villaoril no hay tristeza. El vino, las músicas la esperanza de conseguir la gracia pedida, transforman los espíritus. Los tullidos y los lisiados mismos. ¿No están de fiesta?

El monstruo del Meiro

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 27-9-1959, pág. 7; De vuelta del Eo (1960)

EL PRIMERO QUE LO VIO FUE LUIS DE CIGOÑA. EL VECINDARIO ESTA EN VILO

Meiro, en el concejo de Coaña, es un pueblecillo de poco más de media docena de casas. Es, lo fue siempre, apacible, tranquilo. Pero ahora, desde hace casi un mes, ya no lo es. Un hecho inesperado, una aparición, dio al traste con la tranquilidad y sosiego de sus vecinos.

Y no sólo de Meiro, en verdad. Los pueblos de las cercanías también están alarmados: Coaña, Folgueras, Navia… En ellos no se habla de otra cosa.

Un día Luis de Cigoña, en el río, vio un bicho grande, raro, extraordinario. Fue a su casa a buscar un arma ofensiva para hacerle frente. Cuando volvió ya no vio nada.

En días sucesivos, si bien de raro en raro, otros vecinos lo vieron. Y la voz dando cuenta de su presencia se extendió como reguero de pólvora…

Tiene cabeza de cerdo y orejas de ser humano, dicen unos. Otros, por el contrario, alegan que tiene forma de cocodrilo y el cuerpo todo recubierto de conchas o escamas. Otros agregan que las patas delanteras son de hombre y las de atrás de gaviota. Y, finalmente, no faltan los que lo han visto sólo el rabo, largo, enorme, de color amarillo…

En general, sin embargo, todos coinciden en que es macho y no hembra.

Como vino a Meiro este monstruo. Ahí está el quid de la cuestión. Gentes que tienen preparación geográfica y zoológica dicen que es un ser salido de su área vital y que, al despistarse, se refugió en la ría de Navia y ahora no sabe salir. Los que presumen de más enterados opinan que bajó a Meiro, por el río de este nombre, un día de crecida. No escasean los que creen en la generación espontánea y, por consiguiente, lo consideran indígena, del lugar. O, en el peor de los casos, que es un ser antediluviano que vivió en letargo siglos y siglos y que ahora volvió a la vida movible más fresco que una lechuga.

Dibujo del Monstruo del Meiro, por Álvaro Delgado.

En fin, todo son hipótesis, todo son supuestos, todo cábalas.

La aparición de este ser plantea arduos problemas. De orden científico más que nada. ¿Es anfibio? ¿Es vertebrado? ¿Es vivíparo? ¿Es ovíparo? ¿Come carne? ¿Pace hierba?.

Todas esas interrogantes, por ahora, están en el misterio. Pero es de sospechar que pronto sea cazado o pescado y entonces se verá lo que hay del asunto.

Vivimos tiempos duros, excesivamente razonables. El cálculo matemático interviene en todo.

Parecía que no quedaba ya tiempo para que la fantasía de unos y otros pudiera echarse a volar y poner un poco de poesía y emoción en lo que se cuenta.

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos en los que a la vuelta de cada esquina había una sirena o un sátiro, un endriago o un vestiglo, una náyade o una ninfa. O algo parecido.

Y aquellos tiempos en que había una princesa encantada en un palacio de cristal amparada y protegida por un dragón que echaba largas lenguas de fuego por la boca. Y que un buen día aparecía un príncipe jinete en un caballo blanco con las más puras intenciones. Y que todo acababa en boda, y tal.

Partiendo de una realidad que indudablemente existe se dice lo más razonable y lo más disparatado. Todo a una. Y el curioso, al mismo tiempo que teme, ríe.

Son muchos, forasteros, turistas, los que aparecen por Meiro, preguntando, inquiriendo. No me extraña nada.

El sitio por donde pulula es bueno. Encantador. Pleno de belleza y tranquilidad. Parece imposible que un ser tan extraño haya asentado allí sus reales. El paisaje de Meiro se ha visto siempre amenizado por cantos de mirlo o de jilguero, por lo más fino y delicado de la pajarería. Ahora en esos lugares, a altas horas de la noche, se oye un bramido ronco y estridente que causa, al que no está en el verdadero secreto, hondo pavor…

Álvaro Delgado, pintor avispado e intuitivo, recogió datos muy fidedignos. Y, con ellos, reconstruyó el monstruo en forma tal que parece de verdad. Es, sin duda, su vivo retrato.

¡Parece que está hablando!

SELA

Nosotros, en Covadonga

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 20-9-1959, pág. 5; De vuelta del Eo (1960)

La villa de Navia o, mejor, un nutrido grupo de vecinos, con el Consejo Municipal al frente, se trasladó a Covadonga el día de la fiesta del santuario. El Consejo iba a hacer una ofrenda a la Virgen.

Salimos de Navia el día siete de Septiembre, a media tarde, en autobús. Convenía dormir en Oviedo.

Justo Álvarez, Álvaro Delgado y yo, dentro de la comunidad, formamos rancho aparte, si así se puede decir. Justo tenía provisión de fondos. Él era el encargado de pronunciar esa frase que tanto hay que repetir en los viajes ¿Qué se debe aquí?

La noche del siete al ocho fue de aúpa. Relámpagos y truenos perturbaron nuestro buen deseo de dormir tranquilos. No pudo ser. A las siete de la mañana del ocho, al amanecer, cuando cogimos el coche para reanudar nuestro viaje, llovía a cántaros. El cielo estaba encapotado, el día de verdad triste.

Nuestro ánimo estaba de capa caída. Esperábamos un día malo. En Pola de Siero llueve. En Nava llueve menos. En Infiesto nada. Cuando llegamos a Arriondas… hacía sol.

En esta villa nos apeamos. Eran las nueve de la mañana. Solicitamos en un bar sendos cafés y bocadillos. Estos llevan dentro unas ruedecillas de lomo que saben a gloria. Nuestro ánimo empieza a elevarse. Indudablemente hay un enlace entre el cuerpo y el espíritu. De la panza sale la danza…

En Cangas de Onís se afirma el buen día. Las nubes oscuras se han ido volando… El sol luce. Los viajeros de nuestro coche, entre los que van bastantes mujeres guapas, cantan y ríen.

En este lugar confluyen varias carreteras. Coches de diversas procedencias se ponen unos delante y otros detrás del nuestro. El camino está lleno de curvas. El viaje se hace ahora lentamente. Pero no tardamos en ver, en lo alto, las agujas de la basílica.

¡Covadonga!

Hay bulle bulle de gentes de diversa condición: aldeanos, seminaristas, guardias civiles, canónigos… Por el túnel que lleva a la cueva, entran los romeros, los devotos de la Santina. Las mujeres, como siempre, cubren sus cabezas con pañuelos de mano arrugados. Se les olvidó el velo…

Álvaro, Justo y yo queremos ver más, queremos subir a las cumbres donde están los lagos: el Enol y el Encina. Conseguimos un coche pequeño. Y a ellos vamos. Una carretera de doce Kilómetros, agreste, empinada, curva va curva viene, nos lleva allá. Pero hacemos parad: s a cada paso. Hay desde cualquier parte mucha visibilidad. El sol se ha consolidado. Respiramos con verdadera ilusión. Vemos el monte Auseva, debajo del cual está la Cueva. En frente suyo otro monte, el Ginés, muy alto. En su cima tiene una cruz de palo. Y, al fondo, en medio, sobre una loma, la basílica. Sus torres, dos, terminan en punta.

Pienso, un momento, en lo que a través del tiempo he leído. Aquí, en este escenario, tuvo lugar la gesta heroica, decisiva para España. El inicio de la Reconquista. Bullen en mi mente nombres y más nombres. Pelayo, Alkamán, Don Oppas…

Los autores árabes nos hablan de que Pelayo con treinta hombres y diez mujeres en los huecos de aquellas peñas, resistieron los persistentes embates de los honderos y saeteros de Alkamán. Y que esos hombres y esas mujeres se alimentaban de miel que las abejas fabricaban en las hendiduras de las rocas. ¿Historia? ¿Leyenda? El argumento es hermoso. Me quedo con él.

Cuando faltaban unos cuatro Kilómetros para llegar a los lagos, vemos una mujer sola, joven, que sube a pie por la carretera. Despierta nuestra atención. Álvaro, siempre oportuno en las cortesías, la invita con la mano subir a nuestro coche. Y ella acepta.

– ¿Va a los lagos? – Sí, claro. Es una mujercita bella. Y simpática. Y que sabe mucho.

– Aunque sea indiscreta la pregunta, por favor. ¿Quién es usted?

– He estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, de donde soy. Ejerzo el periodismo. Me llamo María Paz Salas.

– Gracias. Y Álvaro corresponde diciendo quienes somos.

– Nosotros tenemos ideas confusas acerca de los hechos históricos que ocurrieron por estos lugares. ¿Quiere usted hablarnos de esto?

– Con mucho gusto. Sánchez Albornoz opina esto… Américo Castro lo otro.

Y así, como quien no quiere la cosa, con gran sencillez, María Paz nos da la más inesperada y peripatética de las lecciones.

Avistamos el primero de los lagos, el Enol, y, desde el coche mismo, despacio, lo vamos viendo. Seguimos. Detrás de una montaña a no mucha distancia, está el otro lago, el Encina. En torno a éste hay un amplio campo en el cual pastan ovejas y vacas. Tiene ese campo verde, pequeños oasis, como si dijéramos de tojos y gancelas muy bajos, en flor. La de aquellos es amarilla. La de estos es color escarlata. Como el manto que le pusieron a Don Quijote en casa de los Duques.

El lago Encina es, por su belleza, un encanto. Sus aguas aparecen limpias y puras. Tal vez es agua de nieve. Y nieve se ve en una montaña imponente que está al otro lado. Es la Peña Santa.

En el lago flotan unos cuantos pájaros palmípedos. De vez en cuando se somormujan. Irán al fondo de las aguas a buscar el pan nuestro—de ellos—de cada día.

¡Qué bien se está por allí! María Paz se fija en las matas con florecillas. Justo, con sus prismáticos, mira y remira por todos lados. Y Álvaro saca fotos.

Las vacas, pequeñas, peludas, de raza casina, pastan las hierbinas que pueden coger del suelo. A veces con sus terneros se cansan, se acuestan. Ellas darán después poca leche. Pero rica, muy mantecosa.

No hay viento ninguno por aquellos parajes. Hay claridad y sosiego. Belleza y paz.

A un lado vemos una pequeña casa. En ella una mujer despacha durante el verano solamente comidas de urgencia, Picamos un poco de jamón y tomamos unos vasos de vino. Este vino es rojo, pero muy trasparente. De la Rioja.

E iniciamos el descenso. Nos llaman la atención grupos de árboles que hay entre las peñas que blanquean. Son hayas. No nos persiguen los osos, no vemos rebecos.

A la una de la tarde estamos en la explanada de la basílica. Sabemos que hubo una misa de pontifical en presencia de dos ministros del Gobierno y el Consejo Municipal de Navia.

A las dos en punto el Ayuntamiento de esta villa, invitó a una comida a las autoridades presentes y a los que fuimos buenos. Se celebró en el Hotel Pelayo. Muy bien.

A las tres y media de la tarde se inicia la vuelta. Volveremos por una carretera distinta a la de nuestra ida. Desde Cangas de Onís bajamos a Ribadesella. A nuestro lado, a la izquierda va con corrientes lentas, el río Sella. En sus entrañas tiene salmones y por su superficie reman, una vez al año, los piragüistas más famosos del mundo.

Pasamos, sin parar, per el largo puente de Ribadesella y entonces nuestro coche empieza una velocidad de retorno. Mayor, se entiende. ¿Qué se ve por estas tierras? Hemos de ver hasta Gijón prados, pomaradas con manzanas de pómulos sonrojados, maizales encandelados y muchos bosques de eucaliptus.

Pasamos por Colunga y no nos detenemos. A las seis de la tarde llegamos a Villaviciosa. Aquí, sí, nos apeamos y estiramos las piernas. En el parque, que está muy bien, hay unos árboles de corteza arrugada y muy altos. Son negrillos.

A las siete en punto tenemos Gijón a la vista. Automáticamente me acuerdo de Munuza. Una hora nos dan de asueto. Nos acercamos al muelle y vemos el palacio de Revillagigedo y la Rula. En la calle de Corrida, en la terraza de un bar, tomamos algo que nos va a servir de cena. Al final Justo entona la inevitable canción: ¿Que se debe aquí?

Salimos de Gijón ya de noche. Nuestros compañeros de coche, en el viaje, guardan silencio y… cabecean. Cuando llegamos a Navia los relojes habían dado ya las doce.

Los cuatro músicos

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 16-8-1959, pág. 33

(Cuento de tradición oral)

Una vez era un amo que tenía un burro ya viejo que no le prestaba servicio. En vista de ello, acordó llevarlo al bosque para darle muerte. Al saber esto, el animal se marchó de casa para vivir algunos días más. Iba por un camino y se encontró un perro. Y le dijo:

– Compañero ¿qué haces? Te veo triste.

– Sí, en verdad lo estoy. Soy ya viejo y como no puedo correr tras las liebres, mi amo me quiere matar. Yo cuando lo supe, decidí irme por el mundo para alargar la vida.

– Pues a mí me ocurre otro tanto. Soy viejo y no puedo llevar cargas. Y mi amo pensó lo mismo que el tuyo. Vente, vámonos juntos, y haremos una orquesta.

Y se fueron juntos. Al poco tiempo encontraron un pobre gato sentado en una piedra y dando maullidos.

– Gato, que te pasa ¿por qué maúllas? dijo uno.

– Pues como soy viejo y no tengo dientes para cazar ratones, mi amo me quería ahogar. Y yo, al saberlo, me marché de casa con la esperanza de vivir más.

– A nosotros, que también somos viejos, nos pasó lo mismo – dijo el asno. Vente con nosotros y entre los tres haremos una orquesta.

Y el gato se unió a ellos. Iban andando los tres amigos, cuando se encontraron un gallo que cantaba con toda la fuerza de sus pulmones. El asno le habló así:

– Buenos días, amigo. ¿Cómo cantas de esa manera?

– Es que mañana es domingo y mi amo le dijo a la criada que me tenía que matar para ponerme con arroz. Ahora canto así para despedirme de la vida…

– No lo tomes de esa manera. A nosotros nos pasó algo parecido y nos vamos por el mundo. Vente con nosotros y haremos una orquesta.

Y los cuatro se fueron andando, andando… hacia el bosque. Y tan cansados iban y tan hambrientos que acordaron descansar un poco. Pero se quedaron dormidos. A medianoche despertaron y vieron una luz allá lejos. El asno, que todo lo dirigía, dijo:

– Si os parece bien, vamos hacia la luz a ver de qué se trata. Tal vez las gentes que allí viven, nos den algo de comer.

-Sí, dijeron los otros a una.

Y se pusieron en camino. Llegaron a una casa grande. Por una ventana de la cocina vieron la luz y cuando estaban discutiendo, dijo el burro:

– Yo, como soy el mayor, voy a subirme con los pies delanteros hasta la cerradura de la puerta y mirar por el agujero lo que hay dentro.

Así lo hizo. Y vio que dentro había una mesa llena de los mejores manjares y siete ladrones en torno a ella, estaban comiendo con apetito y mucha alegría. Y les explicó a sus amigos lo que veía.

– Que feliz sería yo si pudiera comer algo de eso – dijo el perro.

– Y yo, dijo el gato.

– Y yo, añadió el gallo.

El burro se quedó pensando como harían para hacerse los dueños de aquel festín. Vamos a hacer de esta manera:

– Yo me pongo con los pies en la pared y sobre mis hombros el perro, sobre el perro, el gato y sobre el gato, el gallo y cuando yo diga a la una, a las dos y a las tres, romperemos todos a cantar y si los ladrones se marchan, nos haremos los amos de todo. ¿Preparados? A la una, a las dos, a las tres…

Y se pusieron todos a cantar. El burro rebuznaba, el perro ladraba, el gato maullaba y el gallo daba su quiquiriquí fuerte y agudo. Los ladrones, que formaban una banda, al oír aquella sinfonía inesperada, escaparon como alma que lleva el diablo. Los cuatro músicos entonces, entraron en la casa y comieron de todo, hasta que se hartaron. Después de bien comidos y bien bebidos, apagaron las luces y cada uno se fue a su puesto. El burro a la cuadra, el perro detrás de la puerta de entrada, el gato junto al hogar y el gallo se subió a una viga. Pasados unos momentos, todo se quedó en silencio. Los ladrones no se habían ido lejos, así y todo, y al ver el silencio que reinaba, dijo el jefe:

– Si os parece bien, yo voy a la casa para saber que era aquello que tanto miedo nos dio.

– Eso está bien, dijeron sus camaradas.

Y se fue. Entró en la casa y se dirigió a la cocina. Al ver los ojos del gato, creyendo que eran brasas, puso una cerilla en uno para encenderla. El gato se le tiró a la cara y lo arañó lo más que pudo. Al salir por la puerta, el perro le clavó los colmillos en una pierna. Al pasar por la cuadra, el burro le dio una coz mayúscula. Entretanto, como empezaba a amanecer, el gallo lanzaba su quiquiriquí.

Cuando llegó el pobre ladrón, todo asustado, al lugar donde estaban sus compañeros, les explico:

No quiero saber nada más de esa casa que tiene una bruja que me arañó, y en la puerta un hombre con un cuchillo que me lo clavó en un pie. Al pasar por el establo un caballo que me soltó un par de coces y en el tejado había un juez que decía: ¡Traédmelo aquí, traédmelo aquí!

Y los cuatro animales vivieron contentos muchos años. Y los ladrones tuvieron que ayunar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

SELA

Bosquejo histórico de la Agricultura

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 3-5-1959, pág. 7; (Cuartillas leídas por ALEJANDRO SELA a los alumnos del primer curso del Instituto Laboral de Navia con ocasión de la Fiesta del Libro)

Hagamos historia. Nada más natural que el que estudia agricultura y ganadería conozca la historia de una y de otra. ¿Cómo se llegó a los sistemas de cultivo que hoy tienen los agricultores? ¿Por qué se cuida y explota la ganadería?

Hablemos de esto un poco. Demos unas pinceladas sobre estos temas. En unos minutos, no vamos a enseñar nada. Solamente pretendemos excitar la curiosidad a pensar. Más adelante, a través de los cursos del Bachillerato Laboral, con estudio, se irán viendo las cosas más claras. Con el ejercicio de la inteligencia y con la madurez de la edad, se irá poniendo en claro la solución de estos problemas. Pero, hay que ir lentamente familiarizándose con los asuntos. Hablemos pues, de lo nuestro, de la agricultura. 

La agricultura es tan vieja como la Humanidad. En el Génesis ya se habla de que Adán y sus sucesores eran, a su modo, agricultores y pastores. En Asia está, según la historia, la cuna de la agricultura. Y en Asia salió a flote la civilización. Por un lado se extendieron los conocimientos agrícolas hacia China y el Japón. Y por otro, desde Asia, pasaron los conocimientos de la agricultura a Egipto. La feracidad de las orillas del Nilo atrajo a los labradores. Desde Egipto, como mancha de aceite, se extendieron esos conocimientos a Grecia y Roma. Grecia y Roma fueron, en la antigüedad, pueblos muy cultos. En todas las ramas del saber. De ahí pasaron los conocimientos agrícolas al resto de Europa, y claro está, a España.

El principio el cultivo casi puede decirse que no existía. El hombre se aprovechaba de los frutos que la naturaleza daba buenamente. Mejor dicho, la mujer hacía la recolección, como si dijéramos. El hombre, entretanto, cazaba y pescaba. Era preciso, allegar todos los recursos alimenticios indispensables para poder vivir.

Poco a poco, a través de los siglos, la Tierra se iba poblando. Había cada vez más gente, se comía más, aumentaban las necesidades. El ser humano tuvo que ingeniárselas para sacar de la tierra más Productos. Entonces apareció lo que verdaderamente llamaremos cultivo. Se descubrió que había unas plantas muy alimenticias, muy ricas en fuentes de energía vital, que sembrándolas daban resultado. Aparecieron los cereales, el trigo, el centeno, la avena. Se vio que esos granos machacados, molidos y cocidos, alimentaban. No hace falta que lo diga, apareció el pan. El pan ha sido y es el alimento fundamental del hombre. Pero…, ya lo sabéis, no sólo de pan vive el hombre. Había que proseguir la conquista de la naturaleza. Había que buscar más plantas aprovechables. La civilización avanzaba…

Los fenicios, lo sabemos todos, eran comerciantes. La agricultura no les interesaba. Andaban los más, embarcados por el Mediterráneo, vendiendo y cambiando los productos que otros pueblos producían.

Los cartagineses, por ejemplo, tuvieron en gran estima la agricultura. A Magón, un cartaginés, le llamó Columela, “el padre agricultura”. Magón escribió cuarenta libros sobre la ciencia agrícola. Hesíodo celebra la agricultura como “el secreto de la felicidad”. En la época de Alejandro Magno, se escribe poesía sobre la agricultura. O sea, que la agricultura era muy considerada. En Roma, Virgilio, en sus Geórgicas, poetizó también el cultivo de los campos.

Dediquemos unas palabras a Virgilio. Virgilio era de un pueblo italiano llamado Andes. Nació setenta años antes de Jesucristo y murió diecinueve antes de ese nacimiento. Vivió pues, cincuenta y un años. Virgilio era un hombre muy inteligente y estudioso. Empezó estudiando gramática y matemáticas en Milán. Siguió adquiriendo conocimientos. Su padre le dejó en herencia una granja, es decir, un caserío. Y se dedicó a cultivar la tierra. Y a observar. Hacía estudios para obtener cada año mejores cosechas. Y como sabía escribir con arte, anotó en las Geórgicas lo que aprendía. En las Geórgicas habla del cultivo de la tierra, del cuidado de los árboles, sobre todo de la vid, que era entonces, una gran riqueza, y de la agricultura y de la ganadería y, por último, de la apicultura, es decir, del cuidado de las abejas que producían la miel el azúcar de entonces. Las Geórgicas y otros libros de Virgilio, como las Bucólicas y la Eneida todavía hoy después de dos mil años se leen. Son libros hechos por un sabio poeta y agricultor.

Demos un salto a la historia. Avancemos mil quinientos años. En el siglo XV, en España, en Talavera de la Reina, nació otro escritor de agricultura, Gabriel Alonso de Herrera. Fue Sacerdote y Capellán del Cardenal Cisneros. Os dais cuenta de que estamos hablando de los tiempos de los Reyes Católicos. Ese Sacerdote, Herrera, escribió un libro muy importante titulado Agricultura General. En este libro recogió lo que se sabía de agricultura entonces en España. Fue un libro muy leído por los que querían saber cosas.

Abandonemos este terreno de los tratadistas antiguos. Hubo muchos, sin duda menos importantes.

Volvamos a recoger el hilo de la historia. Hablaba yo antes, de los primeros tiempos de la agricultura. Hablaba de cartagineses, griegos y romanos. Pues bien, en esos primeros tiempos de la agricultura, el hombre se fue dando cuenta de que necesitaba herramientas para trabajar la tierra. Primero eran herramientas hechas de piedra y de madera, y después de bronce y de hierro, según se iban descubriendo esos duros metales. Aparece el hacha, la azada, el rastrillo, el arado, y esos instrumentos sencillos que todos conocemos y que se ven hoy en todas las casas de los labradores.

Separémonos un poco. Digamos algunas palabras acerca del instrumento más importante de la agricultura. Me refiero al arado. Todavía se ve en los campos asturianos el arado romano que, como sabemos, es de madera. Tiene un palo central por el cual tira la yunta, el timón, una reja de hierro, y dos agarraderas, para llevarlo derecho en el trabajo. Este arado de madera, con pequeñas variantes, trabajó la tierra por lo menos treinta siglos. Hoy desde el siglo diez y nueve, el siglo pasado, ese arado romano se va arrinconando. Se ha inventado, después de grandes estudios, el arado de vertedera, todo de hierro. Ese arado que vemos en los campos cuando vamos de paseo, que ya tienen todos los agricultores. Recordadlo. La vertedera, esa pieza curvada que voltea la tierra hizo una revolución en los cultivos, aumentó enormemente la producción del campo. Recordadlo, repito, algún día os explicarán esto con detalle.

Otra máquina importante: La trilladora. En los tiempos antiguos, se separaba el trigo de la paja, pisando las espigas con caballerías. Después, hasta hace poco, golpeándolas con palos. Ya veis, el trabajo que hoy en una hora hace una trilladora, se tardaba antes varios días en realizarlo. Recordad la trilladora.

Tenemos que hacer un zig-zag en la historia. Volvemos a los primeros tiempos. En principio el hombre se dio cuenta de que las tierras no daban las mismas cosechas todos los años. El cultivo las empobrecía. El ser humano se dio cuenta, a su vez, de que había que alimentarla. Aparecieron los abonos. El primer conocimiento se tuvo del abono natural el estiércol. Todos sabemos lo que es. Más adelante aparecieron los guanos. Los guanos productos de excrementos de aves y las aves mismas podridas, aparecieron primero en las costas americanas del Pacífico. Islas de Chile y Perú. Muy importante. Después se descubren minas de abono, como el Nitrato de Chile, por ejemplo. Más cercano, en el siglo XIX los descubrimientos científicos dieron lugar a la aparición de los abonos químicos: Superfosfato de cal, Sulfato amónico, Potasa, etc., etc.

No olvidemos que estamos en un Instituto de Modalidad Agrícola Ganadera. En estos primeros tiempos de que tanto hablo, agricultura y ganadería se unieron. La agricultura necesitaba de la ganadería para que le diera abono, es decir, estiércoles, y animales que tiraran del arado y de los carros de transporte. Los animales se sostenían con lo que sobraba de los frutos que aprovechaba el hombre. Paja de cereales, forrajes, hierbas. Los animales daban también frutos alimenticios al hombre: Leche, carne, etc., etc.

 Mencionemos un hecho histórico notable que influyó en los destinos de la agricultura. El Descubrimiento de América. Colón y sus ayudantes españoles descubrieron un Nuevo Mundo. De allí trajeron semillas de patatas y maíz, por ejemplo. El tubérculo y ese cereal no se conocían en Europa. Piénsese por un momento nada más hasta qué punto ese hecho histórico repercutió en la economía asturiana. La patata y el maíz como todos vemos son fundamentales en nuestra agricultura. Por otra parte la cala de azúcar es la principal riqueza agrícola de la Isla de Cuba. Pues bien, la caña de azúcar se llevó de Andalucía de España, a América.

En fin, ahora situémonos en el siglo XIX. Este siglo merced al desarrollo de las ciencias aplicadas es el siglo de la verdadera revolución de la agricultura. La Química sobre todo dio un empuje enorme a la producción del campo. Y la mecánica aplicada también. Algún día os dirán con detalle vuestros maestros el porqué de esto. Paciencia.

En este siglo se empieza a estudiar la agricultura como profesión científica. Se crean los cuerpos de Ingenieros Agrónomos y Peritos Agrícolas como estudiosos del campo y de sus realizaciones prácticas. El cuerpo de Veterinarios como técnicos de la Patología y la Zootecnia. Se crea además en las Universidades la carrera de Ciencias Naturales donde se forman lo que pudiéramos llamar técnicos de laboratorio.

Bueno. Ahora estamos a mediados del siglo XIX. El Estado Español desde hace veinte años, creó docenas de Institutos Laborales en los pueblos del territorio nacional o permitió su creación a la iniciativa privada. Estoy hablando a alumnos de un Instituto. El Gobierno español prevee las necesidades de la sociedad futura. El campo español necesita producir más y el agricultor debe saber aplicar los conocimientos científicos con método y sistema. Es preciso laborar con sentido no sólo por las necesidades presentes sino también por las futuras previsibles. A vosotros estudiantes laborales se os encomienda una misión trascendente para vuestro destino individual y de la familia del campo español.

Y ahora a estudiar, señores. Suerte.

Álvaro Delgado

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 28-9-1958, pág. 5

Usted, lector dignísimo, seguramente habrá visto, por las carreteras del occidente asturiano, durante los últimos veranos, una moto que lleva dos…

El de atrás, con gafas amor, que porta a sus espaldas los bártulos de pintar, es Álvaro Delgado. Es, como se dice en el argot de la época, «el paquete».

El conductor de la moto es Justo Álvarez, ¿Quién no lo conoce? Justo es el más experto motorista que vieron los siglos. Y es, además, por su profesión, el verdadero alquimista del lugar. Ciencia y deporte perfectamente conjuntados.

Justo, Álvaro y la moto forman la más perfecta unidad. Sobre ella van aquellos como nacidos. No se sabe lo que es de carne y hueso. Si lo de arriba o lo de abajo. Yo, si la moto tuviera patas, diría que todo ello forma un centauro de dos cabezas. Pero no, he de callar. La mitología no tiene previsto este extraño caso.

SELA

Campoamor solo

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 30-3-1958, pág 3; De vuelta del Eo (1960)

Ramón de Campoamor es un poeta español, asturiano, de Navia. Esto naturalmente, lo sabemos todos.

Aquí está, en Navia, en efigie, estatuado en bronce. Hace más de doce años que lo veo casi a diario. Ni me dice ni le digo.

Sin embargo, yo lo miro siempre al pasar por su lado. Por lo menos de refilón. Y, la verdad, Campoamor me da pena. Lo veo tan aislado, tan solo…

Está sentado a cierta altura y tiene en la mano izquierda un libro abierto. Pero no lee. El brazo está hacia abajo, caído. Me da la sensación de que este hombre está cansado, aburrido, casi hastiado.

He aquí lo que un día fue gloria nacional. Ahora, en la soledad, da la impresión de no serlo. La candela de su gloria, por lo menos de momento, está apagada.

Nadie viene a ver a Campoamor, Si alguien lo mira no es como poeta, sino como estatua. La gente, lo noto yo, mira la obra de un escultor. Y de ahí no pasa. Obra que es, por cierto regularcilla.

Hay ocasiones en que algún forastero saca una foto a un familiar o a un amigo delante del monumento. Entonces el papel de Campoamor se reduce a ser… telón de fondo. O certificado de estancia. Poca cosa.

No, no se ve a nadie a su lado con calor de admiración ¡Qué va! Nunca vi persona alguna, hombre o mujer, niño o niña, que le lleve un puñadito de yerbas rematadas en flores. Que es el único regalo emotivo y tierno que se le puede hacer a un poeta.

¡Pobre Don Ramón!

Yo no soy nadie. Y, si soy alguien, necesariamente he de ser de lo más humilde. Pues bien, a mí, desde tan poca cosa, Campoamor me inspira compasión ¡A qué se llega!

En el verano, todos los años, en época de fiesta, le ponen delante un quiosco de tablas y barrotillo, provisional. Y, desde él, una orquesta toca a los vivos para que bailen. Desde sus instrumentos fluyen ritmos de tango, de fox o de rumba… Como las abejas de la colmena salen de allí, en revoloteo,  corcheas, fusas y semifusas y salpican lo que hay en torno. Y él, Campoamor, desde su asiento, con ojos de cansado lector, o de lo que sea, ve y oye todo.

Es muy posible que esté todavía rimando filosofías. A lo mejor es su sino, quizá siga creyendo que las mujercitas tienen para él, el pecho de cristal…

Escribo en un día de invierno muy crudo, lluvioso y helado. Campoamor está solo y brilla… como el charol. Está mojado. Y el libro abierto gotea…

Leo al respaldo del monumento, en letras esculpidas en bronce:

Por iniciativa de asturianos que residen en ambos continentes se levanta este monumento en Navia, su pueblo natal, al más profundo poeta del siglo XIX.

Y un poco antes:

La Patria nunca olvida a quien la enaltece.

Patria, Poeta…

Y decir que alguien, escribió algún día

... pero es más espantoso todavía
la soledad de dos en compañía.

Un pintor luarqués. Luis M. Iragorri

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 2-3-1958, pág. 24

Luis M. Iragorri es cartero de Navia. Hace ya unos veinticinco años que vive aquí ejerciendo su cargo a satisfacción de todos. Es un perfecto caballero. Yo lo he tratado siempre, desde hace bastantes años. Entre nosotros hay ciertas afinidades. Él, además de ejercer su profesión oficial, es pintor. Y yo soy aficionado a la pintura.

Hay, creo yo, dos clases de pintores. Los que estudian para ello, los que van a las academias, los que viajan. Que son los que viven afanosos de descubrir mundos nuevos al arte. Los que vuelan o quieren volar alto.

Y otra clase es la de aquellos que pintan porque sí, naturalmente, con humildad, muy calladamente. Por la misma razón que el prado da hierbas o el rosal rosas. Y no saben ni quieren saber nada de cubismo, surrealismo etc. etc. Mi amigo es de estos últimos.

Pinta, nunca dejó de pintar. Y para ello no fue a escuela alguna y no ha viajado. Los pinceles los tomó de la mano de su padre que también pintaba.

Luis M. Iragorri nació en Luarca. Es pues, de nuestra tierra. Y esta es razón más que sobrada para que se divulgue su nombre y se sepa de él. Por los que están aquí y los que están allá. Esta tierra nuestra, la del occidente asturiano, no da pintores. Hoy, tenemos poquísimos. Y esto es lamentable. Porque la pintura no es un vicio. Es, sin duda, una virtud…

El mérito de Luis está, realmente, en su enorme vocación de pintor. Con poco tiempo libre, con escasez de medios, ha pintado, pinta y si Dios quiere, pintará. Sus cuadros son, por lo menos, dignos, decorosos. Sus inclinaciones fueron siempre hacia el paisaje y, dentro del paisaje, las marinas. Él es un verdadero enamorado del mar.

Pero, además de esto, también se dedica a otra actividad merecedora de estima. Es constructor, en madera, de buques de vela o de vapor. Hace maquetas de unos navíos airosos, marineros…

Cito a Luis para hablar de sus cosas en un café. Y vino puntual, complacido. Tomamos sendos cortados y encendemos también sendos pitos.

– ¿Cómo fue eso, Luis, de que usted sea pintor?

– Por herencia. Mi padre era, en Luarca, carpintero y pintor de iglesias. Pero, además pintaba al óleo en lienzo o tabla, cuadritos para vender. Y retratos a lápiz. Y yo, casi sin darme cuenta, seguí sus pasos.

– ¿En qué fecha nació y qué vida hizo?

– Nací en Luarca el año 1899, donde viví hasta los 31 años. Me fui a esa edad, de cartero a Piedras Blancas, donde estuve dos años. Y después a Ribadesella y allí viví igual cantidad de tiempo. En Navia llevo unos veinticinco años. Siempre aproveché las tardes libres para pintar. La pintura, el producto de la venta de mis cuadros, me ayudó a vivir.

– ¿Cuántos habrá pintado en total?

– Unos ochocientos, más o menos.

– ¿Y a qué precios vendió?

– El cuadro más caro me dejó 1500 pts. Y el más barato 300.

¡Me quedo un poco sor prendido! Un pintor sin prensa, sin el aparato de la propaganda, ha hecho lo suyo… como quien no quiere la cosa. Ya decía yo que esto es una virtud…

– ¿Por qué sus cuadros son casi todos marinas?

– El agua me dominó, me atrae de un modo irresistible. El mar cuando está encabritado o fiero lo pinto con el mejor gusto. A veces pongo sobre el agua embarcaciones de vela, bergantines o fragatas. El agua, el mar, es siempre interesante. Cambia a menudo de color. Sus verdeazulados tienen su “miga”, son una papeleta…

– ¿Fue a alguna exposición?

– Si. En 1928, en una exposición organizada por el Ayuntamiento de Luarca, me dieron medalla de oro. En otra, organizada por el mismo, tiempo después, me dieron un premio de 500 pts.

– ¿A quién vende?

– A todo el mundo, al que desee comprar. En Navia hay pocas casas que no tengan algún cuadro mío. En Luarca habrá unos veinte. Y hay algunos que fueron o están en Nueva York, Buenos Aires, Puerto Rico, Gijón, Madrid.

– Sé, porque los vi, que usted también hace barcos. ¿Qué me dice?

– He hecho trece, solo de madera, con formón y gubia. Cada uno me llevó un año, en horas libres, claro. El mayor tiene sesenta centímetros de eslora.

– ¿A qué aspira?

– Mi ilusión es verme jubilado de cartero para tener tiempo libre. Quiero pintar todo el día, sin tregua, sin descanso, de sol a sol.

Ya está. Después de lo dicho u oído, no hace falta que yo haga comentarios. Los hace cualquiera.

Bramido de mar y desolación de playas

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 12-1-1958, pag. 3; De vuelta del Eo (1960)

Hoy he ido a la playa. Está sola y triste. No se ve a nadie.

Yo tenía en la mente, más que nada, un concepto veraniego de la playa. Uno recordaba el escenario maravilloso donde campea la libertad y el colorido, donde ondea la vistosidad y la alegría. Faltan las mujeres con formas de Venus de Botticelli, faltan los niños que chapotean en las pozas o juegan con su balón de colores… Falta, en la playa, el bullicio; falta la vida.

A la entrada del invierno la playa está triste y sola.

Las nieblas borran la línea del horizonte y se ve, por con secuencia, un espacio más limitado y no se ven velas blancas inclinadas por el soplo de los vientos.

No hay huellas en la arena, no hay suelo arrugado. Hay una planicie bruñida, alisada por el peinado que en su ir y, venir, hacen las aguas. Las olas al llegar a la orilla, hacen subir las espumas por la ligera pendiente del arenal. Y luego se vuelven con la resaca o se sumen en el suelo movedizo y filtrador. Hay, en cualquier parte, una cáscara de almeja, viuda de otra a la que no volverá juntarse jamás. Hay algas tiradas por un lado y por otro.

El mar está hecho una fiera, ruge. Algunas olas que no se espumean en los bajos cercanos de arena llegan enterizos a los peñascos. Y, en ellos, se parten el alma.

¡Paff!

Y se deshacen en una humareda salitrosa y caladora.

El mar tiene colores poco estables. El cielo no se ve. Está celado por nubes de trapo, más o menos oscuras, que se suceden ágilmente por el empuje de los aires. Las aguas tan pronto se las ve verdosas como plateadas. O azules, o plomizas.

No se siente voz humana.

Es cierto que allá lejos, sobre una roca, se ve un hombre con una vara larga y fina en la mano. Es un pescador. Pero esto al mar no le dice nada.

Hay, sin embargo, un olor a bígaro que enamora.

El mar brama, está embravecido. ¿Cómo no ha de estarlo? No siente risas de niños que juegan, no ve mujeres hermosas.

El mar se aburre soberanamente y, claro, se desespera. Se ve desatendido, desconsiderado. Se pone al verse así, lleno de ira. Y maldice de su suerte. A mí no me extraña nada. Yo, en su caso, haría lo mismo.

No puede ver niños, no pue de ver mujeres guapas. No puede ver, realmente, lo único que vale la pena ver en el mundo.

Recordad. Hay días, en el verano, que el mar parece una seda. Está claro y riente. El por qué de estar así tiene su “miga”: Se siente feliz y contento. Se siente de verdad halagado. Se nota contemplado y acariciado.

¡Así, cualquiera! Pero no. Hoy el mar clama y ruge. La playa está triste y, además, húmeda y aterida de frío. Digamos, parodiando al poeta,

¡Dios mío, qué solas
se quedan las playas!

Algo digno de ver

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 8-12-1957

Hay cosas que deben saberse y que, por tanto, deben contarse. Vale la pena…

Hace días sin saber cómo ni cómo no, me enteré de algo que llamó mucho mi atención. Supe que en Navia había un barco de guerra. Así como suena. .

Pero, bueno, un barco de guerra… en miniatura. Un barco de guerra… para tiempos de paz. Lo ideal.

Lo vi. Está muy bien. Quedé maravillado.

Y esto es lo que debe saberse, lo que yo quiero contar.

El barco de guerra se llama Navia. Es una reproducción exacta de otro Navia de verdad que pertenece a la Gloriosa Marina de Guerra Española. Y que anda por los mares, poco más o menos, cumpliendo con su deber.

Hay que poner en antecedentes. Hace dos años largos, los hizo en Septiembre, vino a Navia un dragaminas de nuestra Marina oficial, acabadito, recién construido. Y que había sido bautizado con el nombre de Navia. Al saberlo las autoridades de esta villa le ofrecieron, de regalo, la bandera de combate. Y esta es la razón de su venida. La de abanderarse.

Muy bien. El dragaminas, a pesar de su calado, por un acto de pericia de su capitán, penetró en la ría y fondeó en el muelle con gran limpieza y soltura. Como si fuera un pesquero de Puerto de Vega.

Con este motivo hubo en Navia fiestas oficiales y particulares. Y etc. etc.

Marcelino Fernández Luceño con su dragaminas «Navia»

Pues bien, un hombre joven de Navia, Marcelino Fernández Luceño, se emocionó con la venida del dragaminas y se enamoró de él. Cuando se está casado, y Marcelino lo está, uno puede permitirse ciertos lujos…

Pero no se vio correspondido. El dragaminas se fue y Marcelino para vengarse y dar satisfacción a su amor, se le ocurrió una idea feliz. Hacer un navío a imagen y semejanza del “ingrato”.

Dicho y hecho. Con una escasez de medios que asombra, trabajando en las noches de dos inviernos, Marcelino tiene hoy en su casa el dragaminas Navia. Sencillamente, se valió de una lima, un taladro de mano y un soldador. Y media docena de fotos y un simple croquis. Nada más. Todo el barco es metálico, de alambre y chapa. Y tiene un motor eléctrico que funciona con pilas.

Conviene saber, además, que Marcelino no es un técnico en construcción naval. Pero ahí está el mérito. Su profesión, de la que vive, se ocupa en asentar partidas en el Debe y el Haber de los libros de una entidad bancaria.

José Ortega y Gasset dice en uno de sus libros que la división más radical que cabe hacer en la humanidad es esta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre si mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva.

Marcelino no es una boya a la deriva. Es lo otro.

Y gracias a eso tiene en casa su amor. ¡Como quien no dice nada!