EL ALDEANO. 30-5-1933. San Juan de Moldes

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EL ALDEANO. 30-5-1933. San Juan de Moldes. Pág. 3

UNA CONFERENCIA

El domingo a primera hora de la tarde, dio una conferencia en la “Unión Agrícola Ganadera” sobre “Abonos químicos” el Perito agrónomo D. Alejandro Sela siendo muy aplaudido por la numerosa concurrencia que llenaba el local y escuchaba desde fuera. 

Nuestra felicitación al querido amigo, y que persevere en esa labor, tan necesaria para nuestra agricultura. 

EL ALDEANO. 30-9-1931. Una conferencia

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EL ALDEANO. 30-9-1931. Desde Seares

Una conferencia.-

En la mañana del domingo 13 de septiembre, y a la salida de la misa, se reunió en el lugar denominado La Aldea el vecindario de este pueblo deseoso de escuchar la conferencia que organizada por la Biblioteca de Castropol iba dar D. Manuel Marinero sobre el tema “Los nombres del aldeano”. Pero el agua no cesó de caer en toda la mañana y en vista de ello la conferencia se dio en la escuela, galantemente cedida al efecto por la Sra. maestra, atención por la cual le renovamos desde estas columnas nuestro agradecimiento. 

En la escuela, pues, se acomodaron hombres, mujeres, viejos y niños, que todos acudían en masa a oír a Marinero, cuya palabra siguieron con ejemplar atención. Presidía la sala la bandera nacional, símbolo en esta ocasión, doblemente apropiado; con el conferenciante se sentaron en la plataforma D. Vicente Loriente y don Alejandro Sela

Este último inició el acto con levantadas palabras. Aludió a la Biblioteca de Castropol y a la labor cultural que está desarrollando en todo el concejo en la que deben colaborar todos; habló después del conferenciante, de su amor por esta tierra y sus problemas que estudia con cariño y conoce como pocos.

…/…

El Aldeano 15-7-1930. Nuevo perito agrícola

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EL ALDEANO. 15-7-1930. Vilavedelle 

Por el Corresponsal

NUEVO PERITO AGRICOLA

Con gran brillantez terminó los estudios de Perito Agrícola, en la escuela de la Moncloa (Madrid) el estudioso joven D. Alejandro Sela, de conocida familia de este pueblo. 

Al felicitarle cordialmente, así como a sus familiares, nos congratulamos de contar entre nosotros con un joven de sus condiciones dedicado a esta profesión, tan necesaria para el progreso agrícola de nuestra tierra. 

Bramido de mar y desolación de playas

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 12-1-1958, pag. 3; De vuelta del Eo (1960)

Hoy he ido a la playa. Está sola y triste. No se ve a nadie.

Yo tenía en la mente, más que nada, un concepto veraniego de la playa. Uno recordaba el escenario maravilloso donde campea la libertad y el colorido, donde ondea la vistosidad y la alegría. Faltan las mujeres con formas de Venus de Botticelli, faltan los niños que chapotean en las pozas o juegan con su balón de colores… Falta, en la playa, el bullicio; falta la vida.

A la entrada del invierno la playa está triste y sola.

Las nieblas borran la línea del horizonte y se ve, por con secuencia, un espacio más limitado y no se ven velas blancas inclinadas por el soplo de los vientos.

No hay huellas en la arena, no hay suelo arrugado. Hay una planicie bruñida, alisada por el peinado que en su ir y, venir, hacen las aguas. Las olas al llegar a la orilla, hacen subir las espumas por la ligera pendiente del arenal. Y luego se vuelven con la resaca o se sumen en el suelo movedizo y filtrador. Hay, en cualquier parte, una cáscara de almeja, viuda de otra a la que no volverá juntarse jamás. Hay algas tiradas por un lado y por otro.

El mar está hecho una fiera, ruge. Algunas olas que no se espumean en los bajos cercanos de arena llegan enterizos a los peñascos. Y, en ellos, se parten el alma.

¡Paff!

Y se deshacen en una humareda salitrosa y caladora.

El mar tiene colores poco estables. El cielo no se ve. Está celado por nubes de trapo, más o menos oscuras, que se suceden ágilmente por el empuje de los aires. Las aguas tan pronto se las ve verdosas como plateadas. O azules, o plomizas.

No se siente voz humana.

Es cierto que allá lejos, sobre una roca, se ve un hombre con una vara larga y fina en la mano. Es un pescador. Pero esto al mar no le dice nada.

Hay, sin embargo, un olor a bígaro que enamora.

El mar brama, está embravecido. ¿Cómo no ha de estarlo? No siente risas de niños que juegan, no ve mujeres hermosas.

El mar se aburre soberanamente y, claro, se desespera. Se ve desatendido, desconsiderado. Se pone al verse así, lleno de ira. Y maldice de su suerte. A mí no me extraña nada. Yo, en su caso, haría lo mismo.

No puede ver niños, no pue de ver mujeres guapas. No puede ver, realmente, lo único que vale la pena ver en el mundo.

Recordad. Hay días, en el verano, que el mar parece una seda. Está claro y riente. El por qué de estar así tiene su “miga”: Se siente feliz y contento. Se siente de verdad halagado. Se nota contemplado y acariciado.

¡Así, cualquiera! Pero no. Hoy el mar clama y ruge. La playa está triste y, además, húmeda y aterida de frío. Digamos, parodiando al poeta,

¡Dios mío, qué solas
se quedan las playas!

Algo digno de ver

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 8-12-1957

Hay cosas que deben saberse y que, por tanto, deben contarse. Vale la pena…

Hace días sin saber cómo ni cómo no, me enteré de algo que llamó mucho mi atención. Supe que en Navia había un barco de guerra. Así como suena. .

Pero, bueno, un barco de guerra… en miniatura. Un barco de guerra… para tiempos de paz. Lo ideal.

Lo vi. Está muy bien. Quedé maravillado.

Y esto es lo que debe saberse, lo que yo quiero contar.

El barco de guerra se llama Navia. Es una reproducción exacta de otro Navia de verdad que pertenece a la Gloriosa Marina de Guerra Española. Y que anda por los mares, poco más o menos, cumpliendo con su deber.

Hay que poner en antecedentes. Hace dos años largos, los hizo en Septiembre, vino a Navia un dragaminas de nuestra Marina oficial, acabadito, recién construido. Y que había sido bautizado con el nombre de Navia. Al saberlo las autoridades de esta villa le ofrecieron, de regalo, la bandera de combate. Y esta es la razón de su venida. La de abanderarse.

Muy bien. El dragaminas, a pesar de su calado, por un acto de pericia de su capitán, penetró en la ría y fondeó en el muelle con gran limpieza y soltura. Como si fuera un pesquero de Puerto de Vega.

Con este motivo hubo en Navia fiestas oficiales y particulares. Y etc. etc.

Marcelino Fernández Luceño con su dragaminas «Navia»

Pues bien, un hombre joven de Navia, Marcelino Fernández Luceño, se emocionó con la venida del dragaminas y se enamoró de él. Cuando se está casado, y Marcelino lo está, uno puede permitirse ciertos lujos…

Pero no se vio correspondido. El dragaminas se fue y Marcelino para vengarse y dar satisfacción a su amor, se le ocurrió una idea feliz. Hacer un navío a imagen y semejanza del “ingrato”.

Dicho y hecho. Con una escasez de medios que asombra, trabajando en las noches de dos inviernos, Marcelino tiene hoy en su casa el dragaminas Navia. Sencillamente, se valió de una lima, un taladro de mano y un soldador. Y media docena de fotos y un simple croquis. Nada más. Todo el barco es metálico, de alambre y chapa. Y tiene un motor eléctrico que funciona con pilas.

Conviene saber, además, que Marcelino no es un técnico en construcción naval. Pero ahí está el mérito. Su profesión, de la que vive, se ocupa en asentar partidas en el Debe y el Haber de los libros de una entidad bancaria.

José Ortega y Gasset dice en uno de sus libros que la división más radical que cabe hacer en la humanidad es esta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre si mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva.

Marcelino no es una boya a la deriva. Es lo otro.

Y gracias a eso tiene en casa su amor. ¡Como quien no dice nada!

Evocación marinera de la ría del Eo

De vuelta del Eo, Faro de Tapia

Publicado en: Faro de Tapia. 7-12-1957; Leído en Radio Luarca el 30-10-1957; De vuelta del Eo (1960)

La ría del Eo es, normalmente, plácida y tranquila.

En invierno, sin embargo, hay días crudos con vientos y chubascos que la azotan de lado a lado.

Los vendavales bajan de la montaña y producen fuertes oleajes que enturbian las aguas. Si coinciden con lluvias hay crecidas que arrastran lo que alcanzan a su paso: botes mal fondeados, troncos y ramas de árboles, animales muertos… Nunca, a pesar de todo, gracias a Dios, las riadas fueron de hecatombe…

Por otra parte, hay días de nordestes fuertes que vienen del mar y van hacia arriba. Como estos vientos se dan por rachas, con intermitencias, son, sin duda, más peligrosos para la navegación.

La ría del Eo, además, en el bajamar queda casi, al desnudo, descubierta. Y así, en algunas partes, exhibe lamas y lodos muy oscuros y, en otras, tesones de arenas amarillas que con la luz del sol parecen de oro…

En este estado, desde Castropol hacia arriba, queda un canalillo que permite la circulación de lanchas y botes muy malamente.

Por todas estas causas, y por otras, hay una técnica marinera de navegación. Hay que conocer las corrientes, hay que evitar las varadas. ¡Hay que saber!

Yo quiero hoy evocar, sencillamente, unos cuantos nombres de marineros que conocieron sus más recónditos secretos. A su lado nacieron, en ella vivieron, y, en sus riberas, murieron. Sus nombres sonaban mucho hace treinta años o poco más.

Todos ellos hicieron profesión sobre ella a base de remo o a base de vela. O, en algunas ocasiones, de botavara. Todavía sus nombres resuenan como un eco que no se desvanece.

A mí, especialmente, no se me olvidan. Cuando ellos eran hombres yo era un niño. Y entonces, para mí, a pesar de verlo, todo lo marinero tenía un algo de mito, de leyenda o de misterio envidiable.

A Puga, de Abres, lo recuerda, físicamente, de un modo vago. Pero oí hablar de él infinito. Los marineros de Abres eran casi todos pescadores en la ría. Bajaban con la marea en las tardes y pescaban casi siempre de noche, dando bogos con red en torno a los tesones.

Cientos y cientos de veces los vi pasar desde La Taraxe de Vilavedelle. Iban seis u ocho botes, algo separados, en línea, Sus remadores daban paladas apresuradas. Puga era uno de ellos, el de más nombre.

Los Revisos, de Vegadeo, eran tres hermanos. Los conocí. Eran fuertes y nobles. Tenían grandes lanchas que usaban para transportes. Arriaban arena de los tesones para la construcción, sal, maderas y, en fin, mercancías de todo género.

Primote era marinero de Castropol. Se dedicaba a la “barcaxe”, a pasar gente de Castropol a Ribadeo o a Figueras. Lo traté mucho. Era sencillo, servicial, sumamente atento.

De Figueras el marinero que más hondo recuerdo dejó en mi fue Lilao. Que bueno era Lilao. Este hombre llevaba gente, en su bote, desde Figueras a Castropol o a Ribadeo. Lilao usaba galochas, siempre lampas. Lilao era un hombre humilde, de lo más. Pero siempre reía, siempre…

En Ribadeo conocí un marinero, pescador típico, de poblada barba y que fumaba en pipa. Era el Altruán. Lo vi muchas veces coger su navío, era un bote de nada, y dejarse ir al son de la corriente hacia la boca de la barra, donde él pescaba. De lejos se veía como un punto negro flotando y meciéndose en las ondas que venían formadas de mar afuera. Siempre pescaba solo, como si fuera El Viejo de Hemingway.

Todos estos nombres que cito y otros más, por supuesto, se dieron en cuerpo y alma a la ría del Eo. Unas veces mojados, calados hasta los huesos, y otras, mal comidos, por la deshora.

Sus vidas se acompasaron al ritmo de las mareas. Y con ellas subían o bajaban en el bogar de su existencia.

Si la ría del Eo ha tenido héroes, esos son. Y no otros.

En las casas donde nacieron o vivieron no hay lápidas que los recuerden, no han sido todavía lapidados… Y, para su fortuna, no creo que lo sean nunca. Ni falta que hace.

Pero es preciso recordarlos. Sus vidas discurrieron libres de pasiones vanas y de ambiciones locas, justificándose en el temple de la dureza y de la honestidad.

Siempre como buenos, siempre como caballeros. Lo ideal.

Antes flotaban en sus lanchas sobre las ondas de la ría. Yo quiero que hoy floten sus nombres en las ondas de la radio que cruzan las nubes que tapan la misma ría del Eo.

¡Puga, Revisos, Primote, Lilao, Altruán…!

Un veraneante en Navia. El pintor Álvaro Delgado

El Progreso de Asturias

Publicado en: El Progreso de Asturias. Diciembre-1957 (Colaboraciones Amigas)

En el verano de 1955, al comienzo, apareció por Navia un hombre joven que se veía con frecuencia en torno al pueblo, sentado, dibujando o pintando una casa, un árbol o lo que fuera. Al poco tiempo, en un café, alguien me lo presentó.

Resultó ser Álvaro Delgado.

Desde entonces somos amigos. Mantenemos una relación cordial. En presencia y en ausencia. En presencia, durante tres veranos largos que lleva ya viniendo a Navia. Y en ausencia – él vive en Madrid – a través de frecuente correspondencia.

Delgado nació en Madrid el 9 de junio de 1923. Cuenta pues, 35 años. Pero, a pesar de su juventud, tiene ya su historia en la vida del arte español.

Veámosla. Fue primero, durante algún tiempo, discípulo de Vázquez Díaz. Y después formó parte de la escuela de Vallecas en unión de San José, Carlos Pascual de Lara y Gregorio del Olmo bajo la dirección de Benjamín Palencia. Era esta una organización en pandilla de rapazuelos totalmente ayunos de riquezas, que, a todo trance querían ser pintores. En el arrabal madrileño trabajaron dos años.

Delgado hizo exposiciones individuales en Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián. Santander, Zaragoza, Buenos Aires, Navia, Lisboa y Nueva York. Últimamente, en la primavera del año que corre, celebró exposiciones en Oviedo y Gijón. Todas con gran éxito. Tomó parte, además, en muchas colectivas.

Concurrió a las Bienales Hispanoamericanas de Cuba y Barcelona en 1954 y 1956, respectivamente. En la primera, la de Cuba, obtuvo un importante premio por un cuadro «Máscara» que hoy estará, sin duda, en algún museo de la Habana.

En 1955 ganó el Gran Premio de la Bienal de Arte Mediterráneo, en Alejandría. Consiguió esta alta distinción en competencia con los mejores pintores de Francia, Italia, Grecia, Turquía y Egipto. Y le dio, a no dudarlo, renombre universal.

Vivió Álvaro durante un año en París, en tres estancias. La primavera de 1956 la pasó por Italia.

Tiene cuadros en los museos de Arte Moderno y Arte Contemporáneo de Madrid. Y en los de Buenos Aires, Santo Domingo y otros países.

Esta es lo que pudiéramos llamar su ficha. Pero no lo es todo. Su vida hasta ahora breve está estupendamente aprovechada. Tiene un conocimiento hondo de las cosas. Ha trabajado reciamente. Ha leído lo indecible. Está al tanto de la historia y de las últimas corrientes del arte, de la literatura y de la poesía. Con él se puede hablar de lo que se quiera. Y hay que oírlo con atención siempre. Dice cosas.

Este hombre, con las cualidades referidas, ha cogido un entrañable amor a Asturias. Afinando más, a las tierras y a los pueblos del occidente asturiano. Ya lo dije, tres veranos lleva conviviendo con nosotros. Y cada verano tiene para él tres meses y medio. Diez meses largos lleva, pues, de permanencia efectiva en Asturias. Pero residiendo siempre, con su mujer y con su hijo, en Navia.

La vida de este pintor durante el verano, no es la de un veraneante más que descansa. Es otra. Es una vida perfectamente laboriosa y fecunda. En las mañanas trabaja en su estudio. Y por las tardes, se va a un lado y a otro a pintar paisajes, marinas preferentemente. Un día a Luarca, otro a Viavélez. O a Puerto de Vega, o a Castropol, o Tapia u Ortiguera o Figueras. Todo lo ve, todo lo pinta, todo le interesa.

Algunos días, sin embargo, descansa. Esos días los aprovechamos para dar un «voleo» un grupo de amigos. Unas veces vamos a Grandas de Salime, otras a Taramundi, otras a Ribadeo… Y siempre traemos un «carro» de fotos. Álvaro, tenía que ser, es el más experto en “película».

Esta zona asturiana, tan olvidada siempre, está poniéndose de moda. Está haciéndose ver. Y nada más justo. Hay belleza, por cualquier parte, a dar con un palo. Hay, cada día, más comodidad, más refinamiento. A ojos vistas se nota que esto marcha hacia metas de lo ideal. En la ría del Eo, en tierras gallegas, se está concluyendo un parador de Turismo que será algo notable. En Tapia, sobre las alturas de la playa, se está haciendo algo parecido. En fin…

Álvaro Delgado, como veraneante de por aquí, ha sido uno de los adelantados. Y como, además, pinta… En los tres veranos habrá hecho más de ciento cincuenta obras. Acuarelas, retratos al óleo y al carbón, óleos de paisaje, bodegones, etc. Todo lo que tiene importancia, en un sentido o en otro, él lo estabiliza y lo plasma en sus lienzos. Algo de su obra queda por aquí, pero la mayor parte le sigue, concluido el verano, a Madrid. Y desde allí, por venta, se va en todas las direcciones de la rosa náutica.

En este sentido, no hay duda, Asturias se universaliza.

¡Pudiéramos decir!

Alejandro Sela, Navia, Noviembre, 1957.

El otoño, la mujer y el amor

De vuelta del Eo, Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 24-11-1957; De vuelta del Eo (1960)

Estamos metidos en las envolturas del otoño. Esto es lo que se siente…

La naturaleza se marchita se muere. Una vez más todo cae. Esta es, por lo que se ve, una estación de angustia. Más aún, de agonía.

Pero solo agoniza lo que vive pegado al suelo. Lo que está en las alturas, sin embargo, muestra, si cabe, un mayor esplendor una mayor viveza. Hay muchas nubes, más densas, más variadamente coloreadas. El sol, de oro límpido, más que nunca se recrea en el juego del te veo y no te veo. Parece que se va… y vuelve.

Los árboles, los pobrecillos, se quedan con sus ramas a la intemperie. Sus hojas, ya amarillas, se separan de ellos y se deslizan una a una, planeando, hacia la tierra. Y luego los vientos las juntan y las mueven en oleajes de municipalidad. Y se siente o se ve, después, al barrendero que lleva su carretillo cargado de espumas amarillas.

Hace frío y no hace frío. Las lluvias vuelven. Por las noches en la cama y en el antesueño, sentimos el goteo de los tejados. El otoño nos trae también, contados días, unos vendavales de furia que hacen silbar a los hilos de los tendidos y adoptar posturas de cortesía a los árboles.

En este desmoronamiento de la Naturaleza hay algo que permanece intacto. Más todavía, adquiere una nueva fuerza. Y llega a la plenitud de su ser. Es la mujer.

La mujer en el otoño vale más que nunca. Es cuando, por todo, está más hermosa. Y cuando, por cierto, está más cerca de sí misma.

En la primavera y en el verano, la mujer se sale de su centro, se exterioriza, y procura vivir más para los demás que para sí. Se entrega al medio que la rodea, a la sociedad.

La tierra, pujante, en la primavera da a luz plantas y flores. La mujer entre tanto color, tanta competencia, se despersonaliza y desvanece. Nos pasa más desapercibida. Y en el verano con sus desenvolturas de playa, por la mañana, y en sus exhibiciones de elegancia en el anochecido, anda muy cerca de ser un fuego de artificio.

Lo mujer, en la primavera y en el verano, canta y ríe. Pero no interesa.

Pero en el otoño ¡ah, en otoño!

Entonces la mujer se aísla, se desarticula de la sociedad y vive con las velas recogidas. Y piensa, medita. En esos instantes hace balance de lo acaecido en las estaciones que se fueron.

Y si no está triste está melancólica, que le anda cerca. En su interior se juntan memorias y deseos, como dijo un poeta. Está pues, llena de vida.

A lo más, en el otoño, la mujer sonríe. Y este es el gesto que, en ella, no debiera ser nunca rebasable. En la sonrisa la mujer lo dice todo. Dice, no hay duda, lo inefable.

Su color ha salido de las sienas tostadas del verano y no ha llegado todavía a las palideces implacables del invierno. Se ve, en color, en un punto medio de equilibrio, de transición.

La mujer, huido el verano, sin abandonarse, ya no piensa tanto en el adorno y en el tocado. Va, por la calle, como diría Dante.

benignamente d’umiltá vestuta

Y entonces se la ve más natural, más próxima a la Divinidad, más cerca de Dios.

En esta estación es cuando más sufre y padece. Y, por ello, es cuando la mujer es más adorable. Inspira compasión, inspira ternura. Inspira, digamos lo de una vez, amor.

El amor de otoño es el mejor. El más perfilado, el más hondo. Cuando la naturaleza muere el amor crece más vigoroso y más lozano. Se cría en la cuna de la melancolía.

Quien no ha amado en el otoño no sabe lo que es cosa buena, no sabe lo que es amor.

Uno, que lo ha vivido y no ha perdido la memoria, lo recuerda. Y es que uno, en el deslizarse de la vida, se dedica a la profesión de filósofo ambulante.

Con una gabardina al hombro y una boina en la cabeza, por todo equipo, arrimado al quicio de una puerta observa y ve que el amor es inmutable, no cambia.

La mujer, como todo lo bueno, para estar mejor, tiene que estar en punto de plenitud. En el otoño lo está.

No, por favor, no me deis mujeres en la primavera ni en el verano. ¡No las aceptaría! Dádmelas, si alguien quiere hacerme el regalito, en el otoño…

Navia cuenta con un Asilo nuevo. El de Santa Rita y San Francisco

El Progreso de Asturias

Publicado en: El Progreso de Asturias. Noviembre-1957

Navia es una villa que, en los años últimos, dio un fuerte estirón en su crecimiento. En Navia se construye, se hacen casas. Los particulares, a su modo, van comprando solares y edificando lo que necesitan. Y el Estado, por otro porte, a través de organismos adecuados, da la mano a los que, si no tienen bastante dinero, cuentan con buena voluntad para crearse lo ideal, un hogar propio.

Entre lo construido, lo nuevo, se destaca sobremanera, por su belleza y por sus fines, una obra ejemplar: el Asilo.

Éste, colocado bajo la advocación de Santa Rita y San Francisco, se halla situado en un barrio de lo más sano del pueblo, de orientación al mediodía: el de San Francisco. A sus espaldas tiene las huertas más productivas. Y por su frente, los prados más jugosos.

Fue levantada esta obra a expensas de lo dejado por doña Rita Vilaret Sardó, fallecida no ha mucho, nacida en Cataluña, y viuda de don Francisco Rodríguez González, natural de Boal. Este matrimonio vivió muchos años en América, donde le fue bien. Y a la hora del descanso aquí se vinieron. Y tal cariño tomaron a esta tierra, que en sus últimos momentos le dejaron a Navia lo que se deja a quien más se quiere: su herencia.

Tiene el Asilo, que se desea sea atendido por religiosas, una capilla amplia y dependencias holgadas, para dar acogida gratuita a diez y seis desvalidos y viejos pobres del municipio de Navia y, si hubiese sitio, del concejo de Boal. Y cuatro plazas más, de pago, para quienes, teniendo algún medio económico, y faltos del calor de un hogar, quieran verse atendidos en el declinar de su existencia.

El capital fundacional excede de millón y medio de pesetas. Más adelante, si hubiera posibles, Estas admirable institución puede ser ampliada cuanto necesite. En ella está la puerta abierta para que los corazones nobles, si sus medios se lo permiten, puedan ayudar a su incremento. El artículo 8 de su reglamento dice: Ese caudal podrá aumentarse con legados, donaciones, limosnas y, en general, toda clase de adquisiciones de que la fundación se beneficiaría…

El órgano de representación del Asilo está a cargo de un patronato que preside el Sr. Cura párroco de la villa. Y la atención y cuidado de los asilados se ha encomendado a monjas Agustinas Terciarias Misioneras de Ultramar.  

Esta fundación, para que dé resultado, debe contar con el calor y lo ayuda de todo el concejo. El patronato que la rige así lo espera. El gesto de los donantes, al fin y al cabo no nacidos en Navia, y los fines que se persiguen, lo merecen.

Alejandro Sela

Un veraneante singular. Álvaro Delgado

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 27-10-1957

Álvaro Delgado lleva ya tres veranos viniendo a Asturias. Precisando más, a Navia.

Este hombre es, pues, un veraneante. Pero no un veraneante como los demás, del montón. Es un veraneante singular.

El veraneante, normalmente, es un ser que viene de alguna capital del interior. Se supone que viene cansado y está dispuesto en todo momento a darse buena vida. El veraneante no hace nada. Es posible que su descanso sea muy merecido. Aceptado.

Pero Álvaro Delgado vive en Madrid. Y allí, en su estudio de la calle de Antonio Toledano, pinta largo y tendido. Y en cuanto llega a Navia, siempre en el mes de junio, vuelve a pintar. O mejor sigue pintando.

Delgado en cuanto llega a Asturias tira de la manta. Y al tirar de la manta descubre lo que estaba tapado. ¿Y qué es lo que estaba tapado? Pues, sencillamente, la belleza de nuestros tierra.

El artista, el artista que lo es de verdad, es un descubridor. Nos enseña a ver lo que a la generalidad de la gente le pasa desapercibido. Cuando él planta su caballete el algún paraje no se debe dudar: allí hay belleza. Y él con sus pinceles, la fija, en un dos por tres, en un lienzo o en una tabla. Y después lleva su obra a Madrid, a Castilla. Y entonces es cuando quedan pasmados los que ven sus paisajes de maravilla. ¿Y eso es Asturias? – preguntan. ¡Claro que es Asturias! – dice Álvaro ¡Y qué remedio!

Álvaro Delgado y yo, durante el verano, nos vemos a menudo. A él le gusta mucho hablar de la mujer. Y a mí, del amor. Como no es posible hablar de la mujer sin referirse al amor. Y como, por otra parte, no es posible hablar del amor sin referirse a la mujer, dicho se está que nuestros ideales se entrecruzan y se rozan como si fueran floretes de dos aguerridos esgrimidores.

Ahora que se va, concluido el verano, quiero hacerle unas preguntas de interés para nuestros convecinos. Es domingo. Con unos amigos estamos en la terraza de un bar, al borde de la ría de Navia. Sobre nuestras cabezas hay el emparrado de unas enredaderas. Hay en torno nuestro mujeres, muchas mujeres guapas. Pero tienen novio… En las mesas que nos rodean se habla de amor en concreto. Nosotros, como si fuéramos filósofos, tenemos que hablar del amor en abstracto. Cuando uno se tiene que dedicar a hacer filosofía… ¡Malo! Los que nos rodean viven de ilusiones. Pero los de nuestra mesa… ¡De recuerdos!

¡Hay que resignarse!

Empiezo el interrogatorio. Dime, concretamente, ¿qué pueblos o qué rincones has pintado este verano?

– Te lo diré, empezando en Luarca y acabando en el Eo. En Luarca pinté primero un paisaje bastante grande tomándolo desde la capilla de San Antonio. En él aparece la Atalaya, el cementerio y una fábrica de conservas. Este cuadro lo hice por encargo. Hoy lo tiene en su poder don Pedro Miñor, una personalidad asturiana bien conocida en Luarca. Un tema con ligeras variantes lo repetí en dos oleos más pequeños. En uno aparece el Club Náutico. Los llevo a Madrid. Pinté un óleo del muelle de la ensenada donde se ven muchas barcas amarradas. Hice otro óleo más de La Atalaya vista desde Los Cantiles. Por cierto que cuando lo estaba realizando apareció por allí, de casualidad, una fuerte personalidad luarquesa. Me refiero a Villa Pastur. Este hombre, hablándome de muchas cosas, me hizo muy amena la tarde. Hice, además, un “gouache” con la ermita de San Timoteo para una portada del “Eco de Luarca”. En fin… En el último mes de mayo estuve en Luarca con el pintor Ricardo Macarrón y con el crítico de arte del diario “Ya”, Ramón D. Faraldo. Me animaron a que pintara cosas de Luarca.

– Muy bien. De Puerto de Vega ¿qué?

– Es un  pueblo muy bonito. Pero este año no pude hacer nada. Los dos veranos anteriores le hice varios óleos y algunas acuarelas. Otro año insistiré.

– ¿Y de Navia?

– Este es el año que más pinté a Navia. En el Espín, en el puerto y en algunos otros puntos encontré temas muy gratos para llevar a los lienzos. Ten en cuenta además que hice retratos y dibujos a mujeres de lo más distinguido de Navia.

Álvaro prosigue. En Ortiguera pinté un óleo. En Viavélez tres o cuatro de rincones encantadores de marinas con aguas sombreadas. De Tapia hice también varios óleos. La luz de Tapia tiene indecibles misterios. Cambia de una forma que no te puedes dar idea. Tapia es una mina, una mina a cielo abierto.

– Hablemos un poco del Eo.

– No faltaba más. En Castropol hice un óleo. No tuve tiempo para más. Bien sabes tú que esa es una de mis predilecciones. Pero hice muchas fotografías de sus lugares. Y tú, que me acompañaste, lo sabes también. Tengo en proyecto para otro verano de esa ría un sinfín  de cosas, he de tratarla como merece. Contigo la he paseado de parte a parte. Conozco Vilavedelle, Grandallana, Seares, Presa y en fin, ese maravilloso escenario de los amores de doña Rosa Pérez Castropol y don Antonio Cuervo. Y más arriba también conozco: Vegadeo, Taramundi, Añides, Penzol, Meredo, Sestelo, Presno. Y en conclusión un mundo nuevo y siempre sorprendente para mí por la cantidad de belleza que encierra.

Pienso, un poco vanidosillo quizá, que se va haciendo justicia a nuestra tierra. A Álvaro Delgado le creo. Si él viene voluntariamente a veranear por aquí por algo será ¡Algo tendrá el agua cuando la bendicen!

– ¿Qué piensas hacer con lo pintado?

– Exponerlo en Madrid y en Barcelona. En Madrid, en la sala Biosca se abrirá una exposición de mi obra el día uno del próximo febrero. Y en Barcelona en el siguiente mes de Marzo.

Se acabaron las preguntas y las respuestas. Como les dije hablé con Álvaro en la terraza de un bar. El lugar se despuebla. Es la hora de comer. Nos levantamos. Álvaro Delgado, ahora que te vas, ¡buen viaje!

Alejandro Sela