De Madrid ha venido…

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 24-9-1961, pág. 29.

No un barco cargado de… De Madrid ha venido Eduardo Vargas. Para los que le conocemos con esto está dicho todo. Pero para los que no, este “todo” necesita una ligera explicación.

Eduardo Vargas es un auténtico quijote del siglo XX. En lo físico y en lo espiritual. Así, para que nada falte. En lo físico es alto, seco de rostro, avellanado… En lo espiritual es la “monda”. Siempre va, en sus empresas, por los lindes de lo razonable, es decir, por la línea a cuyo, borde está el abismo de la locura. Pero no cae en esta, no hay cuidado… Siempre sabe a donde va, sabe lo que quiere. Para perfilar la idea, para fijar con nitidez su personalidad añadiremos otra idea negativa. Eduardo es todo lo contrario de un “mendrugo”.

Si este hombre da un paso al frente, jamás, con su razón – que es la buena – retrocede. Es un valiente.

Eduardo vino al mundo, prácticamente, en un cesta que navegaba a la deriva en la desembocadura de la ría de Bilbao. Allí lo recogieron los tripulantes de unas boniteras de Portugalete. Y lo pusieron a buen recaudo. Hay precedentes de “nacidos” por el estilo. Moisés, por una parte, Amadís de Gaula, por otra.

Es, además de lo dicho, cazador y pescador. Y, en estos deportes, con una historia larga de contar… Y, por añadidura, con una preparación científica “algo serio”.

Que conste. Eduardo, como auténtico quijote, es un caballero andante enamorado de lo que su corazón ha elegido. De esto no hay más que hablar. Bueno, sí, permitidme citar un poemita de Juan Ramón

¡No la toques ya más,
que así es la rosa!

Eduardo Vargas ha venido a Navia con una misión concreta y noble. Él ha venido a cazar o pescar, lo que sea, el monstruo de Meiro. Y para eso viene muy preparado. ¡Ya o creo! Trajo cañas con sus cucharillas y sus devones. Y escopetas y rifles con sus cartuchos y sus balines. En fin… Él se ha leído libros y más libros. Él sabe.

Para tan ardua y difícil empresa, como buen caballero, ha elegido dos escuderos. Uno, Álvaro Delgado, el otro, yo. Le seremos fieles en sus triunfos. Pero también, si fuera preciso, en la adversidad. Su ánimo esforzado es contagioso. Él tiene fe en sí mismo. Y nosotros tenemos fe en él. Hemos de seguirle siempre, como auténticos lebreles. Por nuestra debilidad no dejará de caer la pieza. ¡Palabra, jefe!

Ilustración de Eduardo Vargas, dibujo realizado por Álvaro Delgado para este artículo, en el Eco de Luarca del 24-9-1961

Ya fuimos en una tentativa de entrenamiento a Meiro. Nuestro amo iba con decisión y valentía. Cuando llegamos al borde de un maizal en el cual había un barranco con espesuras de espino blanco y zarzas algo se movía entre estas plantas tan erizadas de espinas. Eduardo disparó un tiro de rifle y dijo con voz de triunfador: ¡Ya cayó el monstruo! Pero se acercó tanto al borde del ribazo que el que verdaderamente cayó fue él. Entretanto, si allí estaba, el monstruo huyó por arte de encantamiento. Álvaro y yo nos acercamos a nuestro amo, es decir, al lugar y lo vimos inmovilizado, como dormido, allá abajo. Para sacarlo nos quitamos los cinturones que sujetan nuestros pantalones y le echamos un “cable”. Se agarró fuerte y, tras no pequeñas dificultades, salió a “flote”. Se restregó los ojos y parecía salir de un profundo sueño.

– Cuéntenos, jefe, al por menor, lo que le ha pasado – dijo el escudero Álvaro.

– Estadme atentos – dijo.

A obra de doce o catorce estados de la profundidad de esta mazmorra, a la derecha mano, se hace una concavidad y espacio que cabe por ella un camión Pegaso. Por ella ofrecióseme a la vista un real y suntuoso palacio. De él salió a recibirme un venerable anciano, vestido con un capuz de bayeta morada. La barba, canísima, le pasaba, de la cintura. Me di cuenta de que estaba en un lugar encantado y que quien me hablaba era Montesinos. Este me contó cómo había sacado el corazón de su grande amiga Durandarte, y llevándole a la señora Belerna, como se lo mandó al punto de su muerte. Llevóme el anciano al interior del palacio y en él vi tendido un hombre de pura carne y de puros huesos, Montesinos me dijo: “Este es un amigo Durandarte, flor y espejo de los caballeros enamorados y valientes de su tiempo. Tiénenle aquí encantado Merlín, aquel francés encantador que dicen que fue hijo del diablo”. Hablóme con más detalles. Pero cuando en esto estábamos vi que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos sobre las cabezas al modo turquesco. Díjome Montesinos que toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerna que allí con sus dos señores estaban encantadas.

– Que me maten – le dije yo a Álvaro, compañero escudero, si nuestro amo no cree en los encantos y en los encantamientos. ¿Cómo es posible – añadí al amo – que en tan poco tiempo haya visto cosas tan fantásticas como las que cuenta?

– ¿Cuánto ha que caí? – preguntó.

– Cinco minutos – repuso Álvaro

– Eso no es posible porque allá me anocheció y amaneció, y torno a anochecer y a amanecer tres veces. De modo que, a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas.

Movidos por una tremenda curiosidad quisimos saber más. Pero Álvaro se me adelantó en las preguntas.

– Dígame, nuestro amo, ¿ha notado usted por allá abajo los avances de la ciencia tal como está después de pasada la primera mitad del siglo XX?

Y Vargas contestó. – De eso, nada.- Sin embargo, me di cuenta de que por allí se rendía todavía un gran culto en la poesía, como en el verdadero Siglo de Oro. Lo digo porque vi un edificio con grandes ventanales por los cuales se veían unos hombres graves y sesudos con batas blancas. En el frontis de tal edificio, escrita con letras de oro, había una dolora de Campoamor.

– ¿Y cuál dolora? – inquirió mi compañero.

La dolora decía así

Centro experimental de inseminación
artificial 

SELA

Nuestro barrio

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 13-8-1961, pág. 13.

Si yo dijera que el barrio de San Roque, de Navia, es un barrio alegre, no diría la verdad. La razón de que no lo sea para mi es clara. En San Roque se ama mucho. Y el amor, nadie lo ignora, lleva aparejado mucho dolor.

Yo, hace años, en la más pura de las inocencias, di un paseo por estas alturas naviegas. No quiero entrar en detalles. Pero lo cierto es que aquí, tuve que quedarme. Y aquí vivo.

En este barrio hay un “algo”, que flota en el ambiente, que se conoce más por sus efectos que por sus causas. Y este “algo” nos obliga a vivir en permanente estado de enamoramiento. Este es el resultado de mis experiencias. No me es posible dejar de amar. Amo más cada día. Pero todo, lo que Dios da, los árboles, los pájaros, las flores, las piedras…. Y, cuando llueve, amo también las pozas que se forman en la carretera de la estación. Y en las que se mira, por la noche, la luna, como si fueran espejos para hacerse su tocado.

Hay algunas mujeres solteras en Navia, con edad de reglamento, que si vivieran en nuestro barrio, o se dieran por él una vueltecilla de vez en cuando, otro gallo les cantaría… En el supuesto, claro, de que tengan ganas de casarse. Pero esta necesidad, por cierto, a mí, no me consta. Sin embargo, el amor es un deporte en que, el que más o el que menos, quiere llegar a la meta. Aunque después haya más de cuatro que les pese… Pero la vida es así.

Ahora, como ocurrió en los últimos años, se celebra la fiesta del barrio. La de San Roque. Habrá misa, habrá orquesta, habrá de todo… Pero en definitiva, para los efectos del amor, yo quiero advertir a la gente que este barrio es de cuidado. Ya lo dije, aquí hay un “algo”.

Yo, a pesar de los pesares siento una admiración tremenda por este lugar. Pero no sé expresarla con claridad. Mis palabras son torpes. Más parecen estar hechas con rugosidades de hachazos que con, lisuras de garlopa. Y no escarmiento, no dejo de escribir. Yo no soy el “ser” que tropieza dos veces en la misma piedra. Me paso la vida tropezando. Pero ¡qué se le va a hacer!

Acabaré diciendo, como dijo un cura y poeta: Góngora

Muda, la admiración habla 
callando

Sela

Monsieur Jean Camp, en Navia

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 13-8-1961, pág. 14.

En los últimos días, concretamente desde el 22 hasta el 25 de julio, hemos tenido entre nosotros, en Navia, a monsieur Jean Camp. Este señor es, como quien no dice nada, uno de los primeros, si no el primero, en tiempo y calidad de los hispanistas franceses. Hoy regenta la cátedra de Literatura Española en la Universidad de Aix en Provenza. Pero tiene su domicilio en Roquefort les Pins, la Riviera francesa.

Al señor Camp le acompañaba su amable y distinguida esposa, madame Camp. Antes de casarse era mademoiselle Teresa Bouisset. Dos nietos, a su vez, acompañaban a los señores de Camp, Silvia y Bernardo Hauser, nietos por la línea paterna, de Lionel Hauser, primo de Proust, escritor a quien yo admiro mucho, y del no menos admirable filósofo Bergson.

El señor Camp ha escrito, a través de cuarenta y tantos años, cerca de cien obras con estudios de nuestros más calificados autores clásicos y modernos. Es, pues, un verdadero amante, por vocación y devoción, de España. Obras son amores…

Ellos han venido a Navia por indicación de su hijo André, querido amigo mío. Director de la Sección española de Radiodifusión-Televisión Francesa.

Bien. Yo quiero hacer una croniquilla de tan breve estancia de los ilustres visitantes. Naturalmente, no va a estar a la altura de sus verdaderos merecimientos. Pero bueno. Me anima el buen deseo. Dijo Cervantes: “cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces”. Creo que se me entiende.

Llegaron los señores Camp a Navia el día 22 hacia las tres de la tarde. Después de la comida y un breve descanso me pidieron que les enseñara la estatua que está en el parque, de Campoamor. Lo hice. Yo me atreví a pedir al profesor Camp su juicio sobre la obra del vate asturiano. Y me refirió la opinión que le había oído a don Eugenio D’Ors: “La obra poética de Campoamor es como un organillo tocado por un ángel”.

Después de esto cogimos su coche y los llevé a Puerto de Vega. En este pueblo, y casi sin pensarlo, nos fuimos directos a la casa de Pedro Penzol. En esta casa la cordialidad y el afecto, para mí y para muchos, tienen su asiento. Madame Penzol, Pilar, estuvo como siempre muy amable. Nos enseñaron su casa que es particularmente interesante, y la huerta, y sus jardines. Y Pedro, después nos llevó a Santa Marina, para ver su iglesia, cuyos retablos nos explicó. Más tarde bajamos al muelle y puerto en momentos de calma y gran serenidad del tiempo.

El día 23, domingo, estuvimos hacia la una en la terraza de la cafetería Avenida, tomando el aperitivo y en amena charla. Justo Álvarez pagó la primera ronda.

En la tarde nos dedicamos a ver arte. Parte de la obra que, en varias casas naviegas tiene nuestro ilustre y querida, veraneante Álvaro Delgado. Primero en casa de Justo vimos el retrato de su hijo, Justín, acuarelas, óleos… E, inmediatamente, en la mía, en la nuestra, algo parecido.

Hacia las siete de la tarde de ese día subimos a Andés, donde está el Albergue Universitario. En este hay una hermosa capilla antigua remozada bajo la dirección de Álvaro. De él, obra de su mano hay un Cristo hecho al carbón que preside el altar y dos extraordinarios dibujos a los lados, una barca y un pez. De esta obra, en su totalidad nuestros huéspedes salieron encantados.

La tarde se iba. Pero antes de que el sol se ocultara todavía tuvimos tiempo para ir a ver el puertecillo de Ortiguera, en este viaje nos acompañó mi mujer. De soltera, mademoiselle María P. Lobete. Regresamos por un paraje encantador. Folgueras, Meiro, San Esteban…

Al día siguiente, el veinticuatro, alrededor de las once, quise llevar a los señores Camp al castro celta, de Coaña. De su visita quedaron real mente impresionados. Parece extraño que unas paredes desnudas, unas calles empedradas y unas piedras con agujeros despierten tanta admiración. Pero siempre que llevo gente allí ocurre esto. Para mí, particularmente, cada visita me produce una nueva emoción. Claro que yo en el castro no encuentro ningún valor arqueológico. De eso no entiendo. La tiene, en cambio, lírico, poético. Yo creo que allí, en su tiempo, han vivido las mujeres más hermosas de Asturias. Y las más delicadas. Y que el castro, pueblo, estaría todo él recubierto de enredaderas salpicadas de flores. Y que en los alfeizares de las ventanas habría tiestos con clavelinas color carmín, Y, etc., etc.

En la tarde lo primero que hicimos fue irnos a casa de Manolo Méndez para ver pinturas de Álvaro. Seguidamente, nos acercamos al fresno de las Aceñas. Y, un poco más tarde, otros dibujos de ciervos, en casa de Venancio Martínez.

No serían todavía las cinco cuando salimos hacia el puerto de Viavélez, en el concejo de El Franco. Detrás de nuestro coche, en moto, nos siguieron Justo y Álvaro. Viavélez es un pueblecillo marino delicioso. La tarde era clara sin sol directo. El pintor clavó su caballete en el muelle y se puso a pintar un paisaje. Le rodeaban, varios espectadores, algunos veraneantes, una pareja de la guardia civil y más gente. Pero, sobre todo, madame Camp y sus nietos no le quitaban ojo. La “entrada” al espectáculo no costaba nada. Entretanto el señor Camp, Justo y yo charlábamos de muchas cosas. Al final nos reunimos todos en una taberna. En ella tomamos unas hojas de jamón andorrano y un vinillo andaluz que calaba muy hondo. Justo no pagó una ronda, pagó dos. Fue feliz.

Yo no estuve presente, pero supe que a la hora de la cena se reunieron todos en un restaurante típico de Navia para comer reo. El reo es un pez de ría muy parecido al salmón.

A las nueve de la mañana del día veinticinco la familia Camp cogió su coche y se fue rumbo a Santiago de Compostela.

Esta digna familia, con su presencia, nos hizo pasar unos días deliciosos. Rompieron la monotonía, por lo menos, de mi vida vulgar.

Madame Camp, monsieur Camp.

¡Merci beaucoup!

Alejandro Sela

Yo no soy veraneante

Programas y folletos

Publicado en: Programa de las Fiestas de Navia 1961

Ni lo fui nunca. Ni tengo la ilusión de llegar a serlo.

La razón parece clara. Cuando se vive en un pueblo del norte con playa, pueblo donde otros veranean, no se le ocurre a uno la idea de marcharse a otra parte. ¿Para qué?

No hay duda. A mí me gustaría mucho irme a otra localidad, cada verano, si pudiera echarme un primer amor, con todas las ventajas que ello supone: insomnios con delicadas congojas, tiernas emociones… Pero no sé por qué me parece que la lista de mis primeros amores está ya agotada.

Durante el verano, pues, no siento la necesidad de moverme. Desde hace tiempo, todos los años, tengo derecho a unas vacaciones con sueldo. Pero así como a este sueldo, por necesidad, he tenido que ingeniármelas para darle un destino, con las vacaciones, francamente, no sé lo que hacer. Yo creo que si pudieran negociarse en Bolsa, como los bonos de Tesorería, las cedería… a la par

Por otra parte, carezco de las cualidades y los anhelos del veraneante. Este quiere playa y sol, mucho sol. A mí el sol, durante el verano, no me da frío ni calor. Quiero decir que no me interesa.

Es más. Experimento un verdadero placer en ver las lluvias de las tormentas veraniegas. Las gotas de agua, gordas, caen verticales y pesadas como la plomada. Y, juntas, forman corrientes rápidas en las calles que se atropellan para escapar por los enrejados del alcantarillado. Y el ambiente de la calle, la atmósfera, después de esas lluvias, me encanta. Y el goteo de las ramas de los árboles. Y tantas cosas.

Ignoro lo que es el veraneo en cuanto viajero como padre de familia, así como el hacer las maletas al ir y al venir, buscar billetes de autobús o de tren, y todo eso. Sospecho que tenga sus momentos de emoción. Al menos es una experiencia vital.

Y si no soy una atracción para los forasteros, colaboro con el Ayuntamiento para que estos salgan de Navia contentos. Los atiendo lo mejor que puedo. Si alguno de ellos, es un decir, me pregunta por una calle, no solamente se la digo, sino que cambio mi propia ruta para acompañarle e indicarle el sitio preciso. Me esfuerzo por ser servicial. Así aporto mi granito de arena para que haya cordialidad en la Humanidad. Y sé decir con cierta corrección: “Yes, mistress» y «Oui, madame». Esto para el supuesto de que sea una extranjera estupenda quien me dispense el honor de dirigirse a mí. Ya se dieron casos.

¿Qué cómo paso el verano?

No hay queja. En el paseo o en las terrazas de los bares, mi cuerpo está donde tiene que estar. Pero no así mi espíritu. No puedo con él. Se me escapa volando y se va, de belleza en belleza, como si fuera una abeja libadora…

SELA

Y otra vez Navia

Programas y folletos

Publicado en: Folleto Turístico “Navia”. Agosto-1961

Navia, como pueblo de veraneo, ni sube ni baja. Quiero decir que tiene su gente. Poco más o menos, todos los años la misma.

A mí me gusta que sea así. Y que siguiendo su evolución natural, para los que vivimos aquí, Navia no llegará a desfigurarse.

Lo digo porque, en los últimos años, ha habido pueblos de España que, por necesidades veraniegas, han dado tan fuertes estirones que de villitas se transformaron en ciudades. A mí esto me parece demasiado. Yo creo que a estos pueblos se les escapa el carácter, se les evapora el alma.

Las gentes de negocios, no creo que opinen como yo. En los pueblos de crecimiento rápido siempre hay más posibilidades de hacerse rico. Pero allá se las haya cada cual con su ventura. Yo no soy el tutor de ningún hombre de negocios.

Navia es un pueblecillo del norte de España, muy digno. Y que tiene de todo para verse uno perfectamente atendido. Cafés y bares con terrazas donde se pasa muy bien. A uno le sirven café y vinos de lo mejor y donde se puede “picar” lo que se quiera. Con ello no sólo se nutre el cuerpo sino que también se alegra el espíritu… Tiene playa. Y, sobre todo, el paisaje que le rodea es de maravilla.

La verdad es que en las cercanías no tenemos grandes monumentos. Ni románicos, ni góticos, ni cosas de esas. Pero, a pesar de todo, vamos viviendo. Hay, por cierto, en un concejo contiguo, en Coaña, un castro celta. Los celtas eran un pueblo guerrero. Pero no hay nada que temer. Hace tiempo que se han ido… Y aquí han dejado unas paredes, restos de alfarería y algunas piedras con agujeros. Con tan poca cosa los estudiosos se las arreglan para ir por el mundo dando conferencias.

Se me olvidaba. En Navia hay unas mujeres muy guapas. Mayores y menores. Pero sobre todo, de edades intermedias. En esta categoría las hay, francamente,

¡Estupendas!

SELA

Los vaqueiros de alzada

El Progreso de Asturias

Publicado en: El Progreso de Asturias. 26-5-1961

Hay una zona de tierra asturiana que tiene un particular interés histórico, En ella vivieron los famosos vaqueiros. Los vaqueiros de alzada.

Se acepta comúnmente que esa zona está comprendida entre los ríos Nalón y Navia. Sin que esto quiera decir que no hubo vaqueiros fuera de ella. Los hubo, pero en mucha menos densidad.

El núcleo vaqueiro abarca, poco más o menos, estos concejos: Belmonte, Cudillero, Navia, Tapia, Luarca, Salas, Tineo y Villayón.

Los vaqueiros dieron mucho qué hablar. Porque son, sin duda, lo más típico, lo que da más carácter a Asturias.

Vivían, dentro de los límites señalados, en las brañas. Es decir, en las alturas, fuera de la costa. Había brañas bajas y brañas altas. El invierno lo pasaban en las primeras y el verano en las últimas.

Se dice que formaban una agrupación racial. Pero con caracteres lo suficientemente borrosos para que no se distinguieran mucho del resto de los asturianos. Su origen no se sabe ciertamente. ¿Eran moriscos?, ¿normandos?, ¿celtas? Estos últimos han dejado rastros evidentes de su paso por Asturias. Antes, claro está, de la Era Cristiana.

Los vaqueiros, con el perfil que se les conocía en el siglo pasado, ya existían en el siglo VIII. Hay documentos que lo acreditan.

Vivían, fundamentalmente, de la ganadería. Ganado vacuno y lanar.

El motivo del éxodo veraniego hacia las montañas era la escasez de pastos. En las brañas bajas lo pasarían mal los ganados. En el verano, las alturas, limpias de nieve y de la hosquedad del clima, tenían pastos abundantes y muy ricos para que las vacas, dieran leche mantecosa.

Eran, los vaqueiros, gentes muy pobres. Hacían una vida sobria y elemental. Sus casas valían poco. Una parte, en algún caso circular, cubierta de losas o tapines. Y en su interior, a un lado el hogar y al otro el establo. En sus lechos, con colchones rellenos de hojas secas o de yerba, dormían de mala manera. Con la leche recogida hacían requesones, natas y mantequilla. Con la lana de las ovejas, con rueca y huso, hilaban. Y en las noches invernales se reunían en filandones, donde se contaban cuentos y se decían adivinanzas.

Por San Miguel de Mayo toda la familia cogía su ajuar y sus ganados y subían a las alturas. Sobre el testuz de las vacas, entre los cuernos, colocaban sus ropas y menaje. Y en algunos casos el berzo, cuna del niño que se criaba.

Por San Miguel de septiembre retornaban, bajaban. Entretanto las casas de las brañas bajas quedaban solas.

Su vida era, pues, eminentemente pastoril. Dura y poética, Verdadera, siempre. Y no ideal, de ficción. No como sucedía en lo bucólico literario, al estilo de La Diana de Montemayor y la Galatea de Cervantes, por ejemplo. Todos sabemos que esto era pura literatura.

En las tierras próximas al mar no vivían vaqueiros. Vivían los marineros y los aldeanos. Ocurría que en las alturas también había pueblos que no eran vaqueiros.

Unos y otros se llevaban mal. Los vaqueiros eran considerados por los otros como gentes odiosas, despreciables. Como una raza inferior. Esto, naturalmente, les dolía. En las iglesias – eran católicos – tenían para oír misa, un lugar acotado por una viga. Fuera de él, con esa separación, se colocaban los aldeanos. Y en las procesiones no podían llevar las andas de los santos. Y en los cementerios tenían un lugar aparte para ser enterrados.

No se casaban unos con otros, no se mezclaban entre sí. A veces, sin embargo, el amor les hacía una mala pasada. Y entonces había refriegas al estilo de capuletos y montescos. Había vaqueiras tan hermosas, encantadoras, que los mozos aldeanos derribaban las lindes de casta por menos de nada.

Los vaqueiros eran fuertes y decididos. Falta les hacía. Para defender sus ganados tenían que luchar con el peligro en permanente acecho, el oso y el lobo, verdaderas fieras que siempre hubo en Asturias para que lo idílico tuviera su contrapunto. Siempre han tenido en estas tierras las fieras y las alimañas lugares codiciados para el cobijo. Bosques de robles, castaños, fresnos, ansos, etc. y por medio de ellos, en profusión, tojos, helechos, zarzas, espinos, acebos…

Pues bien, por lo dicho, se comprende que los vaqueiros, en cierto modo aislados, tenían que tener sus hábitos y sus costumbres propios. A su estilo tenían una cultura. Una cultura realmente rústica, si así se puede decir. Pero llena de sinceridad, de ingenuidad.

Desde fines del siglo último, las diferencias entre aldeanos y vaqueiros puede decirse que han desaparecido, y todos están en régimen de igualdad. Las familias viven estabilizadas en sus caseríos. El sistema de vida ganadera se ha modificado sustancialmente.

Pero lo vaqueiro, quedó. Lo bueno. Los cuentos, las adivinanzas. Y sus músicas y bailes. Y también, cómo no, sus supersticiones, siempre llenas de encanto y sencillez.

Vestían a su modo. Montera, camisa de lienzo, chaqueta, jubón, botones relucientes, calzón y madreñas o zapatos, ellos. Camisa rayada, justillo, chaqueta con faldillas, manteo, pañuelo blanco al cuello y albercas o zapatos, ellas, En fin, sus trajes eran vistosos y artísticos.

Mozos y mozas iban a las fiestas. Pero formaban corro aparte. Sus bailes eran suyos. Sus canciones de ellos. Todo vaqueiro, sin trampa y sin mixtificación, Todo puro, formado en el crisol de los siglos.

Instrumentos de sus músicas eran una sartén que se golpeaba con una llave. Y un pandero.

Sus cantares eran de humor. Y, con frecuencia, de amor.

Véase:

 Vaqueiro, chincheiro 
de mala nación
comiste las papas
dixiste que non;

Comiste la lleite
dixiste que si,
vaqueiro, chincheiro
mal año pa ti.

El siñor cura non baila
porque diz que ten corona;
baile, siñor cura,baile,
que Dios todo lo perdona.

De la Espina para Oviedu
un carretero cantaba
al son de las campanillas
que su machito llevaba.

Vaqueirina, vaqueirina
non baxes por agua al río
que detrás de aquella peña
está el vaqueiro escondido.

Allá arriba, naquel altu
hay una nina vaquera;
quien fuera pastor de vacas
para guardarlas con ella.

Si quieres que yo te quiera
quita, galán, el sombreiru
y ponte la monterita
rodiada de terciopelu

Navia, 1961. Alejandro Sela

Poesía y mujer

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 3-9-1960

En la poesía lírica la mujer es elemento indispensable. Sin ella, no hay poema.

Por esa razón, cuando se habla de la gloria de un poeta, se exclusiviza, sin deber. Esa gloria, en justicia, no es unipersonal. Detrás del poeta o, mejor, en el centro del mismo, en su corazón, hay o ha habido una mujer.

Esta mujer fue el elemento fecundante e inspirador. Por esa fecundación, el poeta dio a luz su criatura: el poema.

Pero a la hora de los laureles, estos se van a la cabeza del poeta, la que exornan y dan el aura da la gloria. La mujer se queda en las tinieblas del olvido. A veces se la recuerda vagamente. Y, a lo más, se le llama musa. Pero no se la destaca.

Hay que darle a la mujer, haciéndola presente en cada caso, el relieve que merece en el fenómeno poético. Y hacerle su homenaje.

Pero así como el fruto del amor, el ser humano, resulta de la voluntad concorde, de hombre y mujer, la criatura poética en el fruto de una disconformidad.

El poeta ama, pero la mujer objeto de que sus delirios no lo quiere y no le corresponde a sus requiebros. En ese trance, en el sufrimiento pasional, el poeta escribe y alumbra la obra que le dará la gloria. Solo así surge el poema de más subidos quilates.

Unamuno dijo: “Sólo los amores desgraciados son fecundos en frutos del espíritu; solo cuando se le cierra al amor su curso natural y corriente es cuando salta en surtidor al cielo; solo la esterilidad temporal da fecundidad eterna”.

Es la mujer esquiva, pues, la colaboradora de la creación poética. La mujer amable y complaciente, no ha inspirado, que yo sepa, poema alguno digno de consideración.

La mujer ingrata desempeña un papel no desdeñable ante el poeta. Digno de la mejor loa. Al poeta le da la gloria, que se lo que, de verdad, este quiere. Y a la sociedad le da el fruto poético que, al par que emociones, contribuye a revelar los misterios del alma humana.

El poeta necesita, sin duda, dolor para producir. Pero dolor causado por alma de la mujer.

Uno de ellos, amador inagotable, Quevedo, lo dijo:

“Diome el cielo dolor y diome vida”.

 Y en otra ocasión se muestra orgulloso de su sufrimiento:

“Sabio en amar dolor tan bien nacido”.

Y el no menos consecuente Herrera, también “respira”:

“Procuré no rendirme al mal que siento
Y fue todo un esfuerzo desvarío
Perdí mi libertad, perdí mi brío
Cobré un perpetuo mal, cobré un tormento”.  

Pero, el hombre, de esa prisión “huir no piensa”:

“ni los lazos romper de esa cadena”.

Es curioso. Todos los grandes, poetas lo han sido, además, por la “ayuda” de la mujer del vecino.

Dante, tuvo a Beatriz. Petrarca, a Laura. Herrera, a la condesa de Gelves. Bécquer, a Julia. Garcilaso, a Isabel…

Todos ellos han sido unos donjuanes de tres al cuarto, pero han triunfado como poetas. A la sociedad, los donjuanes, no le interesa nada que los haya. Los poetas en cambio, sí. Y mucho.

El “no” de la mujer al poeta, siempre ha dado gran resultado.

Y el vale cuando es noble y sincero lo reconoce. Fue Bécquer, el gran Bécquer, el que escribió este verso sencillo y formidable:

“Poesía… eres tú”.

Es muy lícito, pues, aconsejar a la mujer que cuando vea ante sí, en trance de declaración amorosa un hombre con barruntos de poeta, tenga el “no” presto y sostenido. Y además de hacer un servicio a la sociedad no tendrá nunca de que arrepentirse, probablemente. Nunca hubo un poeta, en el orden de las expresiones terrenales, que pudiera ser considerado como un “buen partido”.

ALEJANDRO SELA

El monstruo del Meiro dio a luz

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 14-8-1960, pág. 19.

Ahora resulta que era hembra

Durante algún tiempo anduve con la mosca detrás de la oreja. ¡Ya me lo parecía a mí! La cuestión del sexo del monstruo del Meiro, el otro año, era un asunto no concreto, impreciso. Ahora, poco a poco, se van desvelando detalles.

Y ahí está a la vista lo último que se sabe. El monstruo de Meiro tiene siete hijos, siete. Este número se ha repetido en diversas constantes históricas y por muy varios motivos. Siete fueron los sabios de Grecia. Siete, los infantes de Lara. Siete, los pecados capitales. Y siete, las tres gracias…

Muy bien. Lo que no se sabe cierto es como los tuvo. Si con huevos, como una gallina. O por gestación interna como la hembra del jabalí, la jabalina. Y, precisamente en esto, está la divergencia de las gentes. Los que aseguran haberlo visto dicen que como no tiene plumas no puede cobijar las crías. En su contra otros opinan que no hace falta tener plumas para poner huevos. Y nos dan como ejemplo la culebra que no tiene plumas y los pone. Yo, francamente, en esto no tengo opinión.

Ilustración realizada por Álvaro Delgado para este artículo, en el Eco de Luarca del 14-8-1960.

A través del año, durante el invierno, el monstruo de Meiro fue visto muy de tarde en tarde. Algunos, al no verlo, creían que se había ido. Y que, por lo tanto, fue la serpiente de mar del año 1959, ¡Ya, ya!

Ahora, en 1960, vuelve, si es que se fuera. Y no solo, acompañado de su prole. Y, con ella, por las noches sale al campo y da muestras inequívocas de su existencia.

El monstruo, bueno monstrua, puesto que es madre, según datos recogidos dignos de fe, tiene los ojos fosforescentes como si fuera un gran gato. Y los hijos, por su puesto, como si fueran gatitos. Despiden por esos ojos unos conos de luz brillante y potente tal como si estuvieran alimentados por fuertes baterías. Lo cierto es que al deambular por los sembrados y por los montes esos conos de luz se entrecruzan y forman la más fantástica iluminación. Y que desconcierta por el pánico que impone, a los más, audaces contempladores.

Estas apariciones nocturnas son sin duda trascendentes y fecundas en consecuencia. Por ejemplo, en los lugares de las cercanías desde las nuevas apariciones ya no se corteja. En los pueblos del campo, los novios iban a ver a sus novias de noche, después del trabajo. Y es que, con diversos pretextos, el verdadero se lo callan, se quedan en casa. Y ellas, desesperadas, con los codos apoyados en el alfeizar de las ventanas esperan… lo que no viene. Así es.

¿De qué se alimentan, madre e hijos? No se sabe, la verdad. Hay quien cree que pacen en los prados y que, por consiguiente, son rumiantes como las vacas. Algunos no están de acuerdo y dicen que comen carroña como los negros cuervos. Los ecléticos creen que comen de todo, carne, pescado, yerbas…

En lo que hay más misterio aún es en el saber si tiene órganos adecuados para dar líquidos lácteos. Pero lo cierto es que nadie le levantó la pata para comprobarlo…

No se sabe si duermen, cuando duermen, en cuevas o al cielo abierto, entre los matorrales.

Y no faltan los que quieren organizar batidas de caza para eliminarlos. Pero eso no pasa de ser un modo de hablar. A la hora de la verdad, los habladores se echan atrás. Hay, en el fondo, un cierto temorcillo.

Por otra parte, no se sabe si son útiles a la agricultura o si son dañinos. No hay pruebas concluyentes.

Pero hay más. Puede suceder, y es lo más probable, que se trate de una especie nueva. La naturaleza es muy sabia. Y así como en otras épocas de la historia, o la prehistoria, se extinguieron determinados animales, puede suceder que ahora, para compensar aparezcan seres nuevos, frescos, que den un impulso vital al mundo. Y que, de verdad, buena falta le hace.

Pero hay algo gordo que está por averiguar. Y esto se me ocurre a mí. ¿Quién es el padre de esta distinguida camada de monstruos? Hay que suponer que lo tengan. Lo contrario científicamente no tiene explicación. A no ser que estemos en los albores de una nueva era. Y las cosas hayan de dar un nuevo giro al, por ahor, vigoroso problema de la paternidad.

Sin saber esto hay que andar con cautela, con pies de plomo. En torno a la clarificación del tema que tratamos se puede afirmar que nos queda todavía el rabo por desollar…

Sela

San Roque

Programas y folletos

Publicado en: Programa de las Fiestas de San Roque. Agosto-1960

El barrio de San Roque, de Navia, es un barrio algo que tal, distinguido. Y no, en principio, por razón de las personas que en él vivimos. No.

Es distinguido por su flora y por su fauna.

Su flora está dominada por el manzano, el espino blanco y el laurel. Su fauna, por el mirlo y el jilguero.

El mirlo, con su levita negrísima, como si fuera un tenor de ópera, desde las ramas elevadas de los árboles, en primavera y verano, nos tiene a todos pendientes de sus admirables cantos.

Los jilgueros, con sus vistosos colores y su vuelo saltarín, andan de aquí para allá, en grupos de cinco o seis, en quinteto o sexteto, exhalando las más delicadas melodías. Van desde el espino al manzano y desde éste al laurel en sus rondas con luz de día.

A éste, al jilguero, un poeta, Quevedo, le llamó flor, y dijo

Flor que cantas, flor que vuelas,
y tienes por facistol
el laurel, ¿para qué al sol
con tan sonoras cautelas
le madrugas y desvelas?
digasme,
dulce jilguero, ¿por qué?

Toda esta «gente», mirlos y jilgueros, que con nosotros convive, influye indudablemente en el carácter de las personas. Todos más o menos, tenemos algo de pajarito. Nos gusta volar, si no con el cuerpo, al menos con el alma.

Nos gusta, además, la Naturaleza a rabiar, los amaneceres claros y luminosos, los árboles, las florecillas que hay a los lados de los caminos. Y tenemos la ilusión de una vida mejor, más grata.

Una vez al año, tal día como hoy, en honor de San Roque, el santo del perrito, los vecinos de este barrio formamos un concierto de hermandad y de alegría.

Y, en tan solemne ocasión, convocamos a nuestros amigos de las cercanías a que vengan a vernos y a confraternizar en el baile y en el canto.

Y, en definitiva, en una alegría total.

Sela

Álvaro Delgado triunfa otra vez

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 5-6-1960

Álvaro Delgado, una vez más, nos obliga a tomar la pluma, a escribir. Pero lo hace de un modo que tiene gracia. Indirectamente, sin pedirlo, como quien no quiere la cosa…

El pinta o dibuja. Mucho, Y luego manda sus trabajos a las exposiciones que hay por esos mundos de Dios. Y triunfa. Y yo, con agrado, tengo que escribir unas líneas poniendo de relieve el éxito.

Álvaro va a esas exposiciones, que, por sus colores, yo llamo verbenas de arte. Y le dan, no falla, premio. Él es siempre caballero con premio. Siempre acierta a meter el aro por el cuello de la botella.

En el mes de febrero último, como se sabe, con un bodegón, obtuvo la medalla de oro del Gran Premio de Alicante. Y ahora, con un dibujo, consigue Primera Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Barcelona.

Entre la mente que piensa en Álvaro y la mano que ejecuta hay un acuerdo pleno. Saben dar en la claves del triunfo.

En esta época de confusionismo del arte, de vaivenes de lo concreto a lo abstracto, Delgado, se bandea muy bien. Y no pierde el rumbo.

Hace años que tiene enfilado el éxito. Y a él va y por él pasa. Y vengan medallas…

Desde este rincón de España, el occidente de Asturias, que Álvaro tanto quiere, le enviamos la más cordial de las felicitaciones.

Y los abrazos de rubrica.

Sela