Autor: JFM
Conferencia en el Instituto Laboral «Manuel Suárez»
UncategorizedEl alcoholismo
InéditoPublicado en: Inédito (*)
Hace un año, aproximadamente, vi en un periódico diario un artículo sobre alcoholismo. Lo firmaba un médico. Decía que, en España, había un millón de alcohólicos. Pero reconocía que no había estadísticas.
Semanas más tarde, en el mismo diario, un periodista en otro artículo decía que en España había millón y medio de alcohólicos.
Después, meses después, en el referido diario otro médico escribía que en España había dos millones de alcohólicos.
Ahora, con fecha uno de noviembre, una revista de difusión nacional dice lo siguiente:
«Existe en España la escalofriante cifra de dos millones y medio de alcohólicos, cifra aproximada y calculada con una cierta benevolencia. Lo que supone que cerca de diez millones de personas están, directa o indirectamente afectadas por este problema».
Otra revista femenina de estos días – noviembre de 1.972 – en otro artículo dice: «En nuestro país se registra la considerable cifra del millón y medio de alcohólicos…».
En el supuesto de que uno de estos artículos diga la verdad, ya es suponer, los demás no la dicen. Y, si faltan a ella ¿Qué se pretende? ¿Es que se va a curar el alcoholismo español a base de afirmaciones demasiado frívolas? ¿Qué dirán los extranjeros que lean esto? ¿El fin justifica lo que se dice? No lo creo.
Los artículos referidos que hablan de alcoholismo no hacen referencias muy concretas en lo que se refiere a la bebida. Pero lo cierto es que las ilustraciones, las fotos que los ilustran, traen siempre botellas de vino.
La primera revista mencionada, por ejemplo, ilustra el artículo con dos fotos de un pobre alcohólico y a su lado, en las fotos, sendas botellas de vino.
La última revista ilustra su artículo con una gran foto de una señora bebiendo en porrón. Que tiene vino, claro.
Así pues según esos señores o señoras escritores el alcoholismo procede del vino. Solamente.
A mí me parece que hacer afirmaciones así, a la ligera, es escribir con mala uva.
Si vino quiere decir alcoholismo, o al revés, habría que reconocer que el Gobierno Español fomenta el alcoholismo. En el año último, no olvidando lo que se produce en España, importó vino de Argelia.
Va siendo hora de que se nos diga la verdad. El que la sepa, claro.
Convendría, además, que se especificara la clase de alcohol. Los que lo son del vino o los que lo son de anís o coñac. Y los que lo son de la coctelera o del whisky. Las nuevas generaciones, siempre más inexpertas, deben saber a lo que se exponen si beben. Pero en serio.
Declaro, por mi honor, si se me cree que yo no conozco ningún alcohólico del vino. Y vivo inmerso en la vida social como cada hijo de vecino. ¿En qué región o regiones viven los dos millones y medio de alcohólicos? Admito que los haya. Pero ¿Cuántos?
Estamos a dos pasos de que se diga que el productor o el vendedor de vinos se dedica al tráfico de estupefacientes. O de drogas.
Aclaro. Yo no vivo vinculado, ni directa ni indirectamente, a ningún negocio de vinos. Estudio vinos como amateur. Y bebo con prudencia lo que compro. Y creo que me hace bien.
Por otra parte, como español, me interesa mucho que no haya alcoholismo. La salud nacional nos interesa a todos.
(*) Posiblemente publicado en “La pámpana de Baco” en 1972, según refiere el autor en el artículo “El vino y el alcoholismo”, publicado en 1973, en “La Semana Vitivinícola”.
Resumen de «Vino, amor y literatura»
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La obra está destinada a un público amplio. Y que se supone que quiera llegar a un conocimiento básico del vino. Por ello el libro comienza dando unas pinceladas del cultivo de la vid y de la elaboración del vino. Y con la técnica más sencilla.
Se hace un breve análisis de obras capitales de la literatura española y que de un modo o de otro tratan del vino. Así, de Quevedo, poeta excelso del amor, genial hombre del humor, una de las cimas más altas de la literatura española. De Estebanillo González, obra de picaresca y con abundante lenguaje de germanía. Y la Celestina, obra dramática y filosófica, donde su autor Fernando de Rojas demuestra que el vino fue objeto de sus pensamientos muy meditados. Y otros autores. Y, al final, se copia una opinión de Juan Luis Vives, humanista universal, que figura en sus Diálogos, recomendando la prudencia y la moderación en la toma de los vinos.
La obra va ilustrada con algunos óleos pintados por el autor. Y fotos tomadas por el mismo en sus múltiples viajes por territorio español. En todo caso se busca claridad, precisión y sencillez, fórmula estilística clásica. Alain, filósofo francés, decía que con el lenguaje común, de la calle, se debía hacer arte literario. Y, a tal efecto, se utiliza en la obra, en lo posible, un lenguaje familiar y de tertulia. Buscando siempre la verdad, la amenidad y el buen humor.
La obra quiere ser imparcial estudiando vinos que sean buenos y no hayan tenido la difusión nacional o internacional que se merecen.
Hay en el libro relatos de viajes por todas las provincias españolas comprobando, sobre el terreno, la autenticidad de lo que se dice. Y hablando siempre con técnicos en materia vinícola, y otras gentes.
Se hacen apreciaciones sencillas para que cada cual, como aficionado, pueda llegar a formar juicio propio e independiente sobre los vinos que pruebe. Y se hacen observaciones sobre bouquet, color, amor, paisaje etc., etc.
El autor, como amateur, ha viajado siempre por cuenta propia sin subvenciones ni becas. Y, así mismo se ha costeado la edición del libro con distribución y propaganda.
Tampoco está el autor vinculado a ningún negocio de vinos. Ni directa, ni indirectamente. Vino, Amor y Literatura fue premiada por el Sindicato de la Vid, de Barcelona, en el mes de Diciembre de 1.971.
Vinos de España
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España se encuentra en óptimas condiciones para dar buenos vinos. Y los da. Dentro de ciertos límites tiene variedad de suelos y de climas. Desde Cádiz a Gerona, por una parte y desde Pontevedra a Murcia, por otra, se puede decir que no hay provincia que no de vino. De 8600 municipios, aproximadamente, que hay en España, unos 6000 lo producen.
Influyen decididamente en la producción vitivinícola, en primer lugar, el sol. Y, después el suelo y cuidados esmerados. Los vinos españoles en general en los últimos años han mejorado a ojos vistas. Ello se debe principalmente al gran desarrollo del cooperativismo que, por tener más medios, dispone de mejores instrumentos de elaboración. Y, además, a que hay muchos más técnicos con plena conciencia de lo que deben hacer.
Desde hace muchos años la gente de la calle tiene, sin que yo sepa por qué, jerarquizados los países que producen los mejores vinos. Y si esto pudo ser cierto en algún momento hay que reconocer que no puede dársela un valor eterno… Los países evolucionan. Hay que reconocerlo.
La planta de la vid tiene categoría de arbusto – menos que árbol, en tamaño – y tiene su estructura externa muy retorcida y nudosa. Algo parecido al roble… Su raíz es muy ramificada en general. Y, con ella, claro, se alimenta. Por razón de la poda se la obliga a dar donde técnicamente convenga, cada año, nuevos brazos, llámense pámpanos o sarmientos. Y estos, a su vez, dan los racimos. Si yo tuviera que dar, por cuenta propia, una definición de esta planta, diría así. La vid, cepa, es una señora algo coqueta que usa pendientes – racimos – solo en el verano. Y que estos pendientes unas veces son de oro y otras de azabaches.
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Cada tomador tiene, en España, si quiere, vino hecho a la medida, Blanco, tinto o clarete. Y, por supuesto de la «fuerza» que desee. Ligero – en torno a los diez grados -, normal – de unos trece – fuerte – de algo así como diez y siete -. Y, además, en distinto estado “de vida” o crianzas: frescos – del año -, adolescentes – de dos o tres años -, y reservas – de cuatro o cinco años en adelante-.Y si a todo añadimos los precios, se puede decir: En España hay vinos para todos los bolsillos…
La frase vinos corrientes puede ser y es con frecuencia equívoca. Vinos corrientes no quiere decir vinos malos. Vinos corrientes quiere decir solamente vinos no embotellados y, que, a veces, son muy buenos.
El vino embotellado en cierto modo tiene asegurada la continuidad del sabor en las diversas cosechas. El vino corriente, menos.
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Demos una vuelta por España probando vinos. Apreciemos su calidad. Y, sobre esta base, cada uno debe ser juez de lo que bebe. El gusto lo estimo personalísimo. A uno le gustarán los vinos secos, a otro los abocados – ni dulces ni secos – y a otros, los más bien dulces. Hay quien los prefiere tintos de mucha capa, hay quien claretes. Y otros, blancos. Según.
Situémonos en el centro de España. En Madrid. En esta provincia hay vinos muy respetables, dignos de toda consideración. Se puede ir en poco tiempo a Chinchón, Arganda del Rey y Colmenar de Oreja. Y, por otro lado, Navalcarnero, Villa del Prado, Aldea del Fresno y San Martín de Valdeiglesias.
No lejos de estos lugares hay un pueblo, de Ávila, en la sierra, que cuenta con un vino importante. Es Cebreros. Entre otras, hay una bodega, Blázquez, que vale la pena conocer.
La Mancha también está cerca de Madrid. Para ir a ella el camino es fácil, muchas rectas y pocas curvas, y nada de cuestas. Se puede uno detener, para empezar, en Mota del Cuervo. Y saliéndose de la carretera general, por Pedro Muñoz, se deben visitar Socuéllamos, Tomelloso, Argamasilla de Alba, Villarrobledo… O, hacia otra parte, Alcázar de San Juan, Daimiel, Manzanares, Valdepeñas…
Por encima de Madrid, en el mapa, está Castilla. Los vinos de esta histórica tierra debieran tener más nombre del que tienen en el ámbito nacional. Los hay, no solo buenos, sino también sorprendentes. En Valbuena de Duero está el vino especialmente refinado, el tinto Vega-Sicilia. Y en Peñafiel, el Protos, de la Cooperativa del Duero.
No se puede olvidar el Barrigón, clarete, de Cigales, a nueve kilómetros de Valladolid. En torno a Medina del Campo hay una serie de pueblos que producen unos vinos dignos de la mayor atención: Nava de Rey, Rueda, Pozaldez, La Seca… Casi todos son blancos y algunos, amontillados, realmente señoriales.
En Palencia dominan los claretes, equilibrados y sabrosos. Dueñas, Cevico de la Torre, Baños de Cerrato y Villamuriel los dan. Entre otros pueblos, claro.
En León hay dos zonas. Una, importante, con su centro en Cacabelos y Ponferrada, cerca Galicia. Y otra, al sur, con centros productores tan señalados como Valdevimbre y Ardón.
Al sur de la provincia de Burgos hay abundantes tierras vitícolas: Aranda de Duero, Gumiel de Hizán, Roa, La Horra…
Galicia tiene varias partes productoras de buenos vinos. En Orense, Barco de Valdeorras, La Rúa Petín, al este. Y al sur Verín y Monterrey. Por el oeste Rivadavia con sus tintos y tostados. Estos últimos, dulces.
En Pontevedra hay tres zonas productoras. El Condado, dentro de La Cañiza, con Arbo, Nieves, Salvatierra. Otra, muy notable, el Rosal, y en la costa, casi lindando con La Coruña, el Salnés, con su centro en Cambados. Aquí se producen Los Albariños, blancos, muy bien elaborados. A estos vinos se les da «lacón con grelos» y uno va que «arde».
Los vinos de La Rioja, blancos y tintos, tienen múltiples devotos. Se elaboran con esmero y van a todas partes. Uno se va al puerto de Herrera y, desde allí, se puede contemplar el panorama riojano. La Rioja tiene dos monasterios que hay que ver. El de San Millán de la Cogolla, de agustinos, y el de Valvanera, de benedictinos, donde está la Virgen patrona de la Vendimia riojana. Pueblos: Labastida, Cenicero, Navarrete, Laguardia, Elciego, Haro… Y nombres que «suenan» en los restaurantes: Lopez Heredia, Marqués de Murrieta, Marqués de Riscal…
Navarra también tiene «sus vinos”. Los pueblos que los producen son muchos. He aquí algunos: Felces, Olite, Tafalla, Estella, Lodosa…Recuerdo dos pueblos con vinos que «me van». Puente la Reina con su Sarria. Y Pamplona con Las Campanas.
Zaragoza produce vinos por Borja, Magallón…, y buenos. Pero hay otra parte, fabulosa por su belleza y contenido, y que gira en torno à Cariñena. Pueblos colaboradores, que también dan nombre a la zona, son: Almonacid de la Sierra, Alpartir, Cosuenda, Aguarón, La Paniza… El paisaje, por aquí, es vitivinícola cien por cien. Visítese, en Cariñena, la Cooperativa San Valero y tómense las muestras de lo que allí hay. Pero, otras bodegas, también tienen lo suyo.
Sigamos. Y acerquémonos a Tarragona. Y sabremos que los monjes de tres monasterios de esta provincia, allá por la Edad Media, sentaron cátedra como expertos vinicultores. Los de Scala Dei, Santes Creus y Poblet. El primero está hoy en ruinas, pero no los otros dos, que existen en su función puramente religiosa. El prior del primero, Scala Dei, dejó huella perenne. De ahí viene Priorato, nombre que tiene las más gratas resonancia vinícolas. En Tarragona hay vinos tintos, blancos y una modalidad especial de los dulces, los exquisitos rancios. Gandesa, Falset, Reus, Valls y otros puntos colman la medida de cualquier caminante por muy sediento que esté.
Barcelona tiene también vinos muy sonados. Y con justicia. San Sadurní de Noya con múltiples marcas de champán. Y que todos conocemos. Sitges con su deliciosa y dulce Malvasía. Villafranca del Panadés, con sus tintos y blancos especiales. Y con su Museo del Vino para que «se vea». San Esteban de Sesrovires con su Masía Bach con hondo prestigio de calidades, en vino de mesa y en champán. Y, por último, Alella, con su excelente blanco – marfil -, sus tintos que son algo así como ejemplares.
Gerona, rincón de España, para algunos no cuenta por importancia vitivinícola, pero lo cierto es que la tiene, y mucha. Dese el que pueda una vuelta por el Alto Ampurdán y verá cómo se cuidan sus viñedos y con cuanta delicadeza se elaboran sus vinos. He aquí algunos pueblos: Pont de Molins, San Clemente, Mollet, Capmany, Espolla, Garriguella… Y Perelada, con su castillo, donde se producen tintos, blancos y champán…non plus ultra.
Saltemos a Extremadura. En Badajoz hay que contar con Almendralejo y la zona de Los Barros. Y, más arriba, Castuera, Don Benito y Medellín. En este último lugar hay una bodega que embotella, Castillo de Medellín, que conviene probar.
Cáceres tiene muchos pueblos que producen vino. Pero embotella poco, Miajadas, Trujillo, Zorita, Cañamero, Montehermoso, Hervás, Logrosán. Pero hay un pueblo que no debe olvidarse, Montánchez. Y por dos «razones». Su jamón y su vino. El vino de Galán embotellado es algo más que especial.
Toro, en Zamora, tiene su famoso tinto de Toro. Es un vino de mucha capa.
Bajemos a Andalucía. Córdoba tiene vinos bien hechos. En Montilla, centro principal, llaman a sus vinos los de la verdad. La razón es clara. El sol es fuerte. Y esto hace que las uvas maduren mucho. Y, al ser así, su dulzura es grande. Y cuanto más dulces, al fermentar el mosto, más alcohol. Se puede tomar nota, en la capital, de las casas Carbonell y Cruz Conde. En Montilla, de Alvear, Cobos, Pérez Barquero, Montulia…En Lucena, Víbora. Y en otros pueblos también hay, Aguilar de la Frontera, Doña Mencía, Cabra, Puente Genil…
Estos vinos se pueden tomar de aperitivo o a cualquier hora, sueltos. Pero no conviene olvidar que pertenecen a la clase generosos. Esto quiere decir que son finos, secos y de fuerza. Los hay dulces también. Hijos, los más, de Pedro Ximénez, una cepa con solera.
También la Pedro Ximénez y la Moscatel dan los vinos malagueños tan notables y de gran calidad. Los suelos pizarrosos – se dice – dan alimento a esas cepas. Vélez-Málaga es uno de los centros más productores.
El nombre de Jerez está acuñado en la mente de todos. El vino que aquí se produce recorre los caminos del mundo, y representa a España cuando en alguna reunión se arma “jaleo». Tienen una larga historia. Son un legado árabe. Y que, poco a poco, han mejorado los cristianos. Jerez es un pueblo hondo y vistoso que nos brinda ocasiones para tomar. Su caballería refinada y la bravura de su tauromaquia nos dan «clima» para los sabores. Bajo la presidencia de San Ginés de la Jara, en las fiestas de la vendimia, los jerezanos echan la casa por la ventana… Domecq, González Byass, Palomino y Vergara…
Cerca está Puerto de Santa María, que también figura en la denominación de origen «Jerez». Y donde están las casas Terry, & Osborne…
Y Sanlúcar de Barrameda con su pálida manzanilla. Esta es un jerez hecho con levaduras oreadas por aires marinos.
Jumilla y Yecla son grandes pueblos de la provincia de Murcia que producen unos vinos muy solicitados en el extranjero. En Jumilla hay casas que “dan la hora». Bleda, Savín...
Villana, Pinoso y otros puntos de Alicante dan los vinos «fondillones» de los cuales solía hablar Azorín.
Valencia también está «surtida» de buenos vinos, tintos y blancos. Los nombres de Requena, Utiel, Cheste, Turís, Liria y Puebla del Duc no deben ser olvidados nunca.
Otras provincias, con algunos pueblos, también cuentan a la hora de hacer el balance de los vinos españoles. Salamanca, Huesca, Teruel, Castellón, Huelva, Granada, Almería. Y Vizcaya con su chacolí, vino ligero y acidillo.
Y, para finalizar, hagamos un epílogo que venga al caso. Luis Vives, humanista genial, dijo en su tiempo, a principios del siglo XVI: «Se debe beber, mas no desordenadamente. Come cuando tengas hambre y bebe cuando tengas sed, y el hambre y la sed te dirán cuándo, cuánto y hasta dónde».
Y ahora veamos lo que dice un médico moderno, de hoy. Se trata de Morris E. Chafetz, profesor de la Universidad de Harvard y director del departamento de alcohólicos del Hospital General de Massachusetts. En su reciente libro LIQUOR THE SERVANT OF MAN, al final, se lee esto: «Yo bebo vino y ¡a mucha honra! Y no sólo bebo yo, sino también mi mujer y mis hijos. Amo la vida y me gusta el placer. Y no me refiero únicamente a los placeres físicos, sino a todos los placeres. Me gusta contemplar un bello paisaje, o una ciudad antigua, o el paso de las nubes por el cielo…» Claro es que, para todo, tiene en cuenta la prudencia y el comedimiento.
Los vinos españoles
InéditoPublicado en: Inédito
Yo empecé a ser, por España, algo así como un turista intelectual. Visitaba catedrales, monasterios y museos. Únicamente. Pero, a la larga, esto solo, acabó por abrumarme. Las piedras de las catedrales españolas se me venían encima… Algo de esto le ocurrió a Don Pío Baroja.
Y abrí los ojos. Y me di cuenta de que mi turismo debía ser algo más que eso. Creía y creo que para amenizar mis viajes conviene tener en cuenta no solo la historia sino, además, la vida.
Y ésta, también, está en el campo. Me di cuenta, no sé cómo, de que en el campo español hay una «mina». Pero sin explotar turísticamente. Esa «mina» es el vino.
Y me hice «minero». Y me lancé en «tumba abierta” por los caminos españoles para probar y conocer ese «metal precioso», el vino.
Viajar, para mí, no es ni la felicidad ni la alegría. Es algo más complicado que todo eso. Es la vibración emotiva de conocer pueblos españoles. Y de curiosear en ellos y saborearlos. Y, en definitiva, tener que dejarlos… con pena. El turista, en cualquier caso, debe volver a su pueblo donde el deber le llama…
Las vacaciones son una conquista de los tiempos. Pero creo que a esas vacaciones debe dárseles un contenido vital y humano.
Turísticamente hablando yo soy un hombre de acción. Por eso no concibo las vacaciones de ese señor que se pasa un mes en una playa con la barriga al sol. O, en el mejor de los casos, cogiendo cangrejitos por las rocas costeras, y para que después nos venga con la monserga de que vivimos en la época de las prisas…
Creo que todo ser humano debe tener, alternativamente, dos vidas. Una seria, limpia y honesta. En cuanto que somos miembros de la sociedad. Y presidida por ese Dios íntimo que nos gobierna. Y otra más flexible, elástica y humorística. La vida de las vacaciones.
Para esta última, vida flexible, conviene tener un dios en broma al que podamos tutear. Para desempeñar este papel a las mil maravillas podemos servirnos de un dios clásico, de Baco. Pero con cuidado. De él debemos tomar lo bueno y desechar lo malo. Baco, en materia de libertades, se pasaba de la raya…
Por los datos que tengo Baco no tenía oficio ni beneficio. Y se las «apañaba” para estar siempre presente en las fiestas pueblerinas alternando con bacantes, vestales, diosas y sacerdotisas. Lo que hoy, hablando en plata, podríamos llamar artistas de cabaret…
Esto es demasiado. Baco era un «señorito», un hijo de «papa». Con su libreta de cheques y buena provisión de fondos. Esto, en los tiempos modernos, no sería tolerable.
Pero Baco tenía una cosa buena. Bebía vino. Este es el buen camino. Siempre que se tenga freno «a las cuatro ruedas» para detenerse a tiempo. No. No conviene llegar al vicio aunque después pueda uno arrepentirse.
El arrepentimiento es una idea hermosa. Pero presupone, necesariamente, la idea de pecado. Huyamos de los dos.
El mapa que se adjunta no es un censo de pueblos vitivinícolas españoles. Hay más, muchos más. Es otra cosa. Apunta a la idea del turismo, dar de beber al sediento caminante. O, mejor, al que debiendo beber no bebe por ignorancia. En vinos, España, como se verá, está perfectamente desarrollada…
Toma de vinos
InéditoPublicado en: Inédito.
Escrito en: 1972 (probablemente, según la alusión que hace en el artículo, a la reciente muerte de Gulbenkian).
Clarifiquemos ideas, si puede ser. Beber vino es, en la vida, en la mayoría de los casos, un acto accesorio. Bebemos en el bar o en el restaurante cuando, acompañados, hablamos de negocios. Y bebemos cuando estamos, si tenemos esa fortuna, al lado de alguna mujer hermosa. En ambos casos lo importante no es el vino…
Hay mucha gente que no bebe en soledad. O no suele hacerlo. O no quiere adquirir esa costumbre.
Imaginemos, por un momento, que tomar vino es un acto principal, aislado, y no social. Y entonces debemos prestarle la máxima atención.
En el beber intervienen estos momentos: En primer lugar la apreciación del color del vino; en segundo, el olfato después; el sabor. Y, por último, los efectos. Por el color el vino nos «llama». Por el olor nos «seduce». Por el paladeo lo » gustamos». Y por los efectos nos da… «la vida».
Lo que, en francés, se llama bouquet es, en castellano, aroma. Y no más que eso. A veces se usa ese vocablo galo sin la debida precisión. La culpa está en una razón fonológica, de sonido. Parece que bouquet tiene algo que ver con la boca. Y la realidad es que no.
El paladeo es un acto posterior a la apreciación del bouquet – aroma – y anterior a los efectos. Por el paladeo el vino se aproxima o aprisiona contra la lengua, donde están, precisamente, las papilas gustativas. En la boca le damos «pasaporte» para seguir su camino… Aun siendo el mismo vino no siempre sabe igual. Depende en muchos casos, de la hora en que se tome. No sabe lo mismo en la maña que en la tarde.
Y tampoco sabe igual cuando se toma solo, o en la comida. En este último caso la boca tiene, en vigor, sensaciones de las viandas que ingerimos. Y el vino al llegar a este lugar lleva también su carga gustativa. En ese momento es cuando se produce un roce o mezcla de sabores que se resuelven en matices variadísimos. En este momento, decimos, está en su cenit.
En esta razón, preferentemente, se funda la distinción de vinos de aperitivo y vinos de mesa. Los de aperitivo, generosos, se toman por lo general solos. Y los de mesa, por supuesto, con la comida. Estos son, normalmente, menos alcohólicos que aquellos. La diferencia es importante.
El vino nos produce efectos sensibles durante dos o tres horas seguidas a la toma. Y nos lleva a una situación anímica ¿Alegría? ¿Euforia? ¿Melancolía? En realidad en estas situaciones influye la cantidad que se ingiera y su graduación. Pero, además, habitualmente, el vino a la larga, configura nuestro estado permanente.
Tomar vino – beber – es una operación de ensayo personalísimo. Y con vinos diferentes en graduación y en edad. Y una vez que uno encontró su fórmula… ya está. Gulbenkian, famoso gastrónomo internacional, fallecido hace unos meses, decía: “El número ideal para disfrutar de un almuerzo es un solo comensal y un buen camarero». Es decir que llevaba las sensaciones gustativas al pensamiento. Para Gulbenkian el comer y el beber eran actos intelectuales primordiales. Y, por serlo, esencialmente humanos. No se puede repicar y estar en la procesión.
Los vinos de Cáceres
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Los vinos de Cáceres son, para mí, una realidad…Y una esperanza.
En Montánchez, hace dos meses, una tarde apacible, hablando con unas mujeres algo más que encantadoras, probé el único vino de marca que allí se elabora: El de las Bodegas Galán. Vale la pena ir a Montánchez. El vino en su aroma, sabor y efectos da una medida muy digna de atención. Para mí fue sorprendente.
Y, además, aproveché la oportunidad de estar allí para comprarme un jamón. De este jamón, al fin y al cabo extremeño, no hay nada que decir. Está dicho todo. Con el de Jabugo (Huelva) y Trevélez (Granada) forma el trío de la jamonería española. Un trío de ases.
Montánchez es un pueblo de montaña. Y, en su cima, tiene un castillo. Roquero, por supuesto.
Pueblos circundantes de Montánchez lo son: Alcuescar, Arroyomolinos, Torre de Santa María, Salvatierra, Valdemorales, Valdefuentes, Almoharín…
Bien. Las cepas que más se cultivan por estos lares son la Borba, la Cayetana y Pedro Ximénez. La primera, La Borba, da uvas de piel muy fina y de sabor dulce. Se cree que es la mejor.
Se vendimia a través de octubre. Y los mostos fermentan con casca. (Galán sin ella). Pero lo más notable en los vinos de la zona es la aparición por julio y agosto de una nata blanca sobre la superficie de los caldos. Revuelven estos en tal ocasión con un palo. Y así – dicen – el vino es mejor.
Según me dice un bodeguero estas natas – serán levaduras de flor – las vio en su tiempo, Don Juan Marcilla, y quedó maravillado. Pero no me dijo más.
Circulé por muchos pueblos de la provincia de Cáceres y probé vinos realmente buenos pero sin marca. Citaré algunos: Jarandilla, Jaraíz de la Vera, Plasencia, Montehermoso, Coria, Logrosan, Trujillo, Miajadas, Zorita, Berzocana… En todas partes le dan a uno lo que imprecisamente se llana vino del país.
Cáceres, está claro, necesita que el Estado le eche una mano para poner esto a punto, para su estudio y orientación. Como sea. La materia prima, excelente, está esperando.
Se me dijo en Montánchez que recientemente se constituyó una sociedad limitada con el nombre de Galán y Berrocal. Ella va a emprender una labor profunda para elaborar vinos de las mejores calidades. Esperemos.
Yo, al llegar a la provincia de Cáceres, me encontraba realmente acoquinado. Recordando lecturas históricas me daba cuenta que allí vivieron los romanos y que dejaron obras maravillosas. (El puente de Alcántara tiene más de setenta metros de altura). Y que en las mismas tierras nacieron heroicos conquistadores que llevaron por el mundo civilización, religión y cultura.
Y yo, hasta ahora, no hice nada de particular. Soy un ser gris. Pero después de tomar unos vasos de vino de Cáceres se me elevó la moral y me dije, recordando a Cervantes: de los hombres se hacen los obispos y no de las piedras. Pienso que todavía estoy a tiempo para hacer una obra romana o para conquistar un país de infieles… Cuidado, después de probar los vinos cacereños no se puede decir: De esta agua no beberé.
Don Gregorio y el árbol
Las Riberas del EoPublicado en: Las Riberas del Eo, 23-4-1960.
Todos estamos de acuerdo. En el Dr. Marañón lo que sobresalía era su profunda humanidad. Llegó a dar la mayor dimensión humana. No se sabe, no sé yo, de nadie que haya ido más lejos.
Su humanidad lo hacía comprender mejor a los hombres. Los hombres, es claro, lo comprendimos mejor a él. Se puede asegurar que estaba con todos, se entendía con todo el mundo. La fórmula de humanidad a que llegó es ejemplar. Y, por serlo, debe ponerse de relieve.
Yo, con todas las imperfecciones que se me quieran poner, soy un tipo humano, Hay un aspecto, un sentimiento, que me identifica con él. Plenamente. No hablaré de las ventajas que me lleva, que son tantas. Diré, solamente, lo que nos une.
Nos une, sencillamente, el árbol. El afecto al árbol, el pensar en él, ha ocupado buenos espacios de mi vida. Y cuando yo creía que estaba haciendo algo que no tenía mucho valor, en 1955, cuando se publicó su libro Efemérides y Comentarios, descubrí que Don Gregorio también pensaba en el árbol. Y que decía cosas que yo nunca oyera a otros. No hablaba del árbol como un maestro, como un sociólogo o como un técnico. No, nada de eso. Hablaba, como diría Shakespeare, como un hombre de este mundo. Sus palabras, al leerlas, las comprendí al instante.
En toda su vida miró el árbol con mucha atención. Éste, de seguro, le decía cosas. Pero hay que convenir que el amor al árbol no es, no puede ser, producto de «flechazo». Ese amor es de elaboración lenta. Poco a poco, por lo que sea, nos penetra e invade. No creo, además, que este sentimiento muera. Si acaso, muere con el individuo.
El árbol estuvo presente en toda su vida. “En su juventud y en su amor”, dijo. El día antes de su muerte, con su familia, fue a dar un paseo por la Casa de Campo madrileña. Ese día se despidió del árbol. Tenemos que creerlo así.
Todas las semanas, sábados y domingos, se refugiaba a escribir en su cigarral de los Dolores, en Toledo. Su casa está rodeada por centenares de olivos. Si, en sus descansos, se asomaba a una ventana, veía olivos.
Pero hay más. Tenemos que imaginarnos al Dr. Marañón con una azada en la mano haciendo un hoyo para plantar un árbol. Hay que hacerse a esta idea. González Rúa en una crónica dice: «Próximos a la mesa redonda de Don Álvaro de Luna, en el Cigarral, habían crecido unos cipreses que Marañón plantó por él mismo. Hablaba Don Gregorio de estos cipreses como si fueran criaturas suyas y señalaba con la mano noble y abacial en el aire tranquilo, el tamaño que tenían cuando los puso.»
No hay duda. El ciprés es un árbol hermoso. En Italia abunda mucho. Los pintó, en Florencia, Corot. Y en Roma, en la villa Médicis, nuestro Velázquez. Marangoni dice que «es, quizá, el más admirable de nuestros árboles: sano, odorífero, recatado, elegante”.
Dejémoslo. Al fin, hablar de Marañón: “Yo tenía aquel libro inmortal, tal vez el que más veces he leído, Las Geórgicas, del maestro del Dante”. Es decir, de Virgilio, poeta y hombre de campo.
“La paz y el bienestar se simbolizan en el árbol. Porque los hombres criados a la sombra de los árboles tienen que ser más comprensivos, más dúctiles, más generosos que los que, aun siendo de condición excelente, reciben sobre su cabeza los rigores del cielo, a plomo, sin la sutil celosía de las hojas.”
“El árbol copudo que se alza frente a la casa familiar, o el grupo de árboles al borde del camino, o el frutal ópimo, el bosque lleno de misterios, llaman bajo su sombra a los que se aman ya, e inducen, con su paz, a los enemigos, a deponer su rencor.»
“En España se habla mucho del odio al árbol. Quizá se exagera. Pero hay algo peor que el odio, el desconocimiento y el desprecio. Este desprecio al árbol es, creo yo, un pecado más que un error”.
“Plantar un árbol, verle crecer, amarlo, supone atenerse, humilde y dichosamente al vasto ritmo de la vida, que está hecho de millones y millones de generaciones. Plantar árboles para nuestros nietos, árboles que no veremos fructificar, es una manifestación a la vez de heroísmo civil y confianza en Dios.”
En su libro Amiel habla del paisaje. Y en este se integra el árbol. Véase: “Cosa extraña: para ver el paisaje es necesario vivir dentro de uno mismo. En realidad sólo vemos en su inmensa plenitud la naturaleza que nos rodea, cuando somos capaces de percibirla mirándola allá en el fondo del yo como reflejada en el agua profunda y tranquila de un pozo”.
La camioneta de Sánchez
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Yo no sé si digo bien, o digo mal. Pero hay cosas, la verdad, que si no me inspiran cariño, despiertan mi admiración, que se le aproxima bastante. Muchas de las cosas que utilizo, que me rodean, me atraen fuertemente. Sin hablarme, me encuentro muy bien cerca de ellas. Me recrean y las recreo. No me sucede lo mismo con los hombres en general. Hay bastantes que me cansan, los encuentro impertinentes, me molestan. Responde ello, probablemente, a una manera de ser, de ver la vida…
La Camioneta de Sánchez es una de esas cosas que me atraen, que me simpatizan. Y, como a mí, es posible que le ocurra a mucha gente. Es vehículo modesto, nada fachendoso, que se mueve casi a diario entre nosotros. Va de un lado para otro… Es algo vivo en nuestra tierra, entrañablemente unido a ella, donde parece que nació y se crió…
Esta camioneta un día de mercado es un mundo cargado de humanidad llena de interés. Allí vamos, las mujeres y los hombres, cada uno con sus problemas, sus inquietudes, sus afanes… Gentes de diversa condición, todos a una, fundidos en la más cordial de las comunidades. Dentro se ven labradores, médicos, guardias civiles, abogados, alcaldes de barrio, procuradores, marineros, jueces, amas de casa, tratantes de esto y lo otro, sacerdotes, veterinarios, parejas de novios etc., etc. Y arriba, en la baca, sacos de cebollas, de repollos, patatas, pan, jamones, cestas nuevas, calderos relucientes embutidos unos en otros como si fueran barquillos… De todo.
La gente que viaja en ella es, si así se puede decir, lo mejor de cada casa…No se da importancia ninguna, no presume.
En el coche de línea es otro cantar. Allí se oye a ciertas gentes protestar del servicio y darse pisto de haber viajado en «colectivo», en «trolebús” y en «huahua» o en “esliping”. En la camioneta de Sánchez no ha lugar… si alguien lo hiciera no se le escucharía, no se le haría caso… ¡Bah!
A la camioneta se le llama así y no es tal. Es un autocar confortable con todas las de la ley… No tiene letrero ninguno. No dice de donde viene ni a donde va. No lleva el nombre de su dueño. Nada y, sin embargo, la conocemos todos.
Es capitán de esta «nave” Alfonso Sánchez, amigo mío y de todos, que vive en el Espin… De él ya he dicho en un periódico que es el hidalgo del volante de por acá. Lo repito.
He hablado con Alfonso en la calle y en el café Martínez, de Navia.
– Dígame, Alfonso ¿cuándo comenzó su labor?
– En el año 1955 con una Citroën de 25 asientos. Y para prestar servicios Navia-Vegadeo, los sábados, y Navia-Figueras, los miércoles, para acudir los viajeros, atravesando en lancha, a Ribadeo.
– ¿Y la de ahora?
– Fue comprada en Grado el año 1944 marca GMC. Tiene 21 caballos de fuerza, y de cabida de 28 a 30 plazas… Su matrícula VA-3478.
– ¿Cuáles son los servicios que realiza?
– Muchos. Además de los referidos a los mercados de Vegadeo y Ribadeo, a Oneta el 9 de Septiembre, el día antes a los Remedios de Porcía, el 10 del mismo mes a Trevias, feria anual, a Boal cada quince días, a la Atalaya de Puerto de Vega, verbenas, a la Braña el 15 de agosto, Navia-la Caridad el 29 de septiembre, San Miguel, a Villaoril el día antes, el 14 de septiembre al Cristo de Candás, a Santa Ana de Montarés, cerca de Cudillero, a Mondoñedo por San Lucas, el 18 de Octubre, a Santa Lucia de Anleo el 13 de diciembre, a Avilés por estudios, a Santiago de Compostela, a Covadonga… Y después, viajes que surgen, bodas, excursiones etc., etc.
– ¿Y con las monjas de Navia también creo que sale?
-Si, por cierto, con ellas y sus niñas hago viajes a Avilés, Gijón, Oviedo, Cangas del Narcea, playa de Peñarronda…
Después del relato de tanto viaje yo realmente, me encuentro un poco mareado. Descansamos. Enciendo un pito, después de ofrecerle otro a Alfonso y pido un té. Alfonso no quiso tomar nada. Vuelvo a la carga.
– ¿Cómo le fue con el coche durante la escasez de carburante?
– Regular. Pero tuve que ponerle gasógeno. Fue por el año 45 y hasta el 46. Aquello era una lata.
– ¿Y cuando la escasez de gomas?
– Otro que tal. Esa penuria duró cinco años. Desde el 43 al 48.
– ¿Tuvo que interrumpir alguna vez el servicio?
– Ya lo creo. Seis meses, durante el año 1948, por falta de gomas.
– ¿Y cómo las consiguió?
– Con una tarjeta de Don Benito Castro. El me la ofreció.
– ¿Qué no conseguiría el bueno de Don Benito.
– Es verdad.
– Una pregunta importante ¿Cuántos accidentes tuvo en tantos años y en tanto viaje?
– En buena hora lo diga. Ninguno. Dios no me dejo nunca de su mano.
– Lo creo. Pero también es cierto que Alfonso es un “volante” sensato y prudente. Tal como es preciso serlo para que Dios le ayude a uno.
– Y de multas ¿qué?
– He pagado alguna. Pero de poca monta.
– Alfonso, ¿usted tendrá muchos viajeros que le son fieles?
– Y tantos. A la cabeza de todos está Don Ignacio Perillán.
– ¿Cuál es el más antiguo?
– Don Conrado Villar.
– También es un caballero ¿Dígame algo curioso?
-Sí. Pues cuando paso por Cartavio tengo que tocar siempre la bocina.
– Y ¿para qué?
– Para que me oigan los señores de la familia de Castro. Si no toco, inmediatamente llaman por teléfono a Navia a ver si me pasó algo. Es por amistad y cariño.
– Sin duda.
Ya está hecha la interviú, ya es acabada Hay que disculparme. Yo soy un periodista de poca altura. Mejor dicho, de cabotaje…
Parece que soy un hombre modesto. Pero no. Tengo mi orgullo. Oidlo:
¡Yo soy viajero en la camioneta de Sánchez!