La borrachera

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 13/20-12-1969; Vino, Amor y Literatura (1971)

“Come cuando tengas hambre bebe cuando tengas sed, y el hambre y la sed, te dirán cuándo, cuánto y hasta donde”

por ALEJANDRO SELA

El hombre busca siempre normalmente lo que le gusta. En principio el hombre se aproxima a todo aquello que puede dar a su vida un contenido emocional. Hay, sin embargo, tres cosas a las cuales se entrega con preferencia para lograr esa emoción: el vino, las mujeres y el juego. En el uso de estas “drogas” el hombre a veces resbala y se cae, se pasa de listo.

Es curioso, los hombres más inteligentes, o los que tienen fama de serlo, son los que con más frecuencia se pierden. Se van, ciegos, en busca del placer inmediato y no se dan cuenta de que detrás de esos placeres está su cruz, su precio: ruina moral, desbarajuste económico y pérdida de salud. Y con todas las secuelas que esto trae consigo.

El placer, no hay duda, es, por ahora, un artículo caro.

Para andar por la vida con equilibrio hace falta tener inteligencia por partida doble. Una inteligencia, por decirlo así, objetiva. Y otra inteligencia, de administración, para controlar la primera.

Gentes con las dos inteligencias hay pocas. Por eso, aunque parezca paradójico, la gente inteligente pinta poco en la vida social. Seres completamente inteligentes, como digo, hay pocos. Los inteligentes, a secas, se pierden. Queda, por eliminación, para regir los puestos clave de la vida social de los pueblos, la gente mediocre, la vulgaridad. En este grupo está la gente honrada. Unos lo son por verdadera vocación de honestidad y otros por falta de capacidad para no tener vergüenza.

Yo, por múltiples razones, tengo que ser de lo más corriente. Pero hay que resignarse. La inteligencia no se compra ni se vende.

Del juego no entiendo nada y pada puedo decir. Sin embargo, y aunque ello suponga una ilusión, de mujeres y de vinos me considero mediadamente experto. El tema que más te gusta tratar es, sin duda, el de las mujeres y, en especial, en cuanto se relacionan con el amor. Pero en esta ocasión, y sintiéndolo mucho, debo darle de lado. En un artículo sobre vinos, al hablar del tema femenino los lectores podrían sentirse defraudados. Tengo, pues, necesariamente, para quedar algo bien, que hablar del vino.

Y, del vino, de sus efectos. El principal es, posiblemente, el que resulta de su abuso, la borrachera.

La borrachera lograda con bebidas exóticas o bebidas de las llamadas modernas es, para un español, la más deleznable de las borracheras. Me inspira el más profundo de los desprecios. Nada diré, directa ni indirectamente, de ella.

La borrachera más simpática es la del español que bebe vino y se pasa. Y la más disculpable. Un borracho español a base de vino puede justificarse de muchas maneras. Por ejemplo, diciendo que bebe por patriotismo. Cuando se conocen, como los conozco yo, los vinos españoles bebidos en la verdadera fuente, en origen, en el lugar de su crianza, es necesario tener una fuerza de voluntad sobrehumana, para evitar el enfile, Montilla, Lucena, Jerez, la Rioja, Alella, Jumilla, Cariñena, Perelada, Villafranca del Panadés, Liria, Peñafiel, Valdepeñas, Rueda, Toro, Albuñol, Málaga, Sitges, Priorato, Valdevimbre, Cebreros, San Martín de Valdeiglesias, Daimiel, Yepes, Colmenar de Oreja, Arganda, Puente Genil, Torrijos, Vega Sicilia, La Horta, Moriles, etc.

Estos nombres al citarlos y al oírlos producen en mi alma una vibración emotiva muy parecida a la vibración de las cuerdas de la guitarra de Andrés Segovia cuando toca Recuerdos de la Alhambra, de Tárrega. Pongamos por caso.

La Celestina y Estebanillo González sienten un verdadero placer no sólo bebiendo vino, sino también nombrándolo, oyendo hablar de él. En este aspecto yo soy un poco Celestino y otro poco Estebanillo. Es así, no lo puedo evitar.

Al llegar aquí, y por lo dicho, no tengo valor para hablar de la borrachera. Es más cómodo para mí ceder la palabra a un filósofo español de cultura universal, un genio de la Edad Media española: Luis Vives.

De Vives nos dice el doctor Marañón que fue un enfermo de gota por abuso del comer y del beber. En sus Diálogos da consejos a sus discípulos como un conocedor y un arrepentido. Sus palabras, pues, tienen un doble valor. Dejemos a Luis Vives que nos releve, con ventaja para el lector, y hable del tema:

– ¡Desdichado! ¿Qué piensas que es embriagarse?

– Darse buena vida; satisfacer a nuestro genio.

– ¿Cuál genio; el bueno o el malo?

– Si lo consideras bien, hallarás que la embriaguez no satisface gusto alguno, como las cosas propias de otros vicios e inclinaciones.

Embriagarse es perder el uso de la razón, del juicio, del albedrío y aun de los sentidos; es convertirse de hombre en bestia; en piedra, que es menos.

Lo que de esto se sigue es fácil de colegir: Hablar sin saber lo que se habla; descubrir el secreto que te pidieron callases; revelar negocios hasta poniendo a riesgo a tu persona, a los tuyos y aun a la patria; no hacer diferencia del amigo ni del enemigo, ni siquiera de la mujer y de la madre. Riñas, disputas, enemistades, contiendas, golpes, heridas y hasta muertes.

– Y aun sin hierro ni sangre, que muchos mueren de la borrachera.

– ¿Quién do querrá encerrarse en su morada con un perro o un gato antes que con un ebrio?

– Y a la embriaguez sigue la pesadez de cabeza y de todo el cuerpo, y embotamiento de los sentidos, y también la debilidad de los nervios, la perlesía y la gota. Se entorpece el entendimiento, se nubla la inteligencia y desaparecen la condura y la discreción.

– Comienzo a entender que la embriaguez es dañosísima, así que de hoy en adelante pondré cuidado de beber sólo hasta alegrarme, no hasta embriagarme.

– Es la alegría puerta de la embriaguez; nadie bebe con intento de embriagarse, pero a la alegría sigue la embriaguez porque es imposible detenerse en los términos de aquélla. Son invisibles las lindes que separan la una de la otra.

– Mientras el vino esté en el vaso, harás de él lo que quieras; cuando lo tienes en el cuerpo él hace de ti lo que quiere porque antes le tienes tú y después te tiene él. Cuando bebes, tratas el vino a tu antojo; cuando lo has bebido, él te trata a ti a su gusto.

– ¿Pero es que no se ha de beber nunca?

– Cuando los necios huyen de un extremo dan en el contrario. Se debe beber, mas no desordenadamente. Sólo la naturaleza enseña a los brutos, y la misma naturaleza, ayudada de la razón, no enseña al hombre. Come cuando tengas hambre y bebe cuando tengas sed, y el hambre y la sed te dirán cuándo, cuánto y hasta dónde.

De acuerdo. Dios nos puso a los hombres la cabeza encima de los hombros. Con ella debemos marcar el rumbo de nuestra existencia a través de ese océano maravilloso y encantador que es la España vitivinícola.

Nació Juan Luis Vives en Valencia el día 6 de marzo de 1492. Precisamente en ese año los Reyes Católicos acabaron la Reconquista tomando Granada. Y en el mismo año Colón hizo lo suyo.

Es curioso. Vives, como decimos, nació en Valencia. Pero en la calle de la Taberna o Bodegón del gallo.

Estebanillo González

Dyonysos, Vino, amor y literatura

Publicado en: Dyonysos. Julio/septiembre-1969; Vino, Amor y Literatura (1971)

¿Es novela? ¿Autobiografía? Para nuestro objeto, en el fondo, es igual. La hemos leído para practicar, en ella, la cinegética o caza de “perlas” relativas al vino. Hemos ido a su texto, lápiz en mano, como el cazador va con su escopeta por las quebradas de los caminos y de los montes en pos de la pieza. Y hemos logrado nuestro objetivo. Hay en este libro expresiones y decires, directos o indirectos, que hacen referencia a un modo personal de ver el vino. Pero buenísimas, encantadoras. Y, con frecuencia, sorprendentes.

Comienza así: “Yo, Estebanillo González, hombre de buen humor…”

Eso, buen humor. Es esencial para todo el que habla de vinos una cierta predisposición al optimismo. La seriedad doctoral, la gravedad con continente no es, en este caso, oportuna… Vino y seriedad petulante son, en verdad, incompatibles.

El humor, no hay duda, hace ver con frecuencia aspectos inéditos de la vida. Bergson decía que el humor, el buen humor, es una insurrección contra el envaramiento de ciertos individuos, una sublevación de la vida contra el lado mecánico de las acciones y de los pensamientos. Por su parte, André Maurois, opinaba que el humor “deshincha” ciertas formas de lo serio que nos oprimen, tranquilizándonos al quitarles su importancia. A Proust la comedia humana le fascinaba y le divertía.

En Francia hay muchas Cofradías para reunirse y tomar el vino con humor. Y, en España, entre otros, existe el Serenísimo Capítulo de Caballeros del Vino, con “jurisdicción” en Barcelona. En el artículo 15 de sus Estatutos se habla de los fines y espíritu jocoso del Capítulo.

Del humor se han servido, en sentido general, Shakespeare, Cervantes, Quevedo, Pío Baroja, K. Hito, Julio Camba, Galindo, Miquelarena…

Volvamos a Estebanillo. En el prólogo, en verso, hay varias estrofas vinosas. Copiemos una. Dice que él es

Mosquito de todos vinos
mono de todas tabernas
raposa de las cantinas
cuervo de todas las mesas.

. . . . . .

Entró en la tienda un valiente cuyos mostachos unas veces le servían de daga de ganchos, y otras de puntales de los ojos y siempre de esponjas de vino.

Los bigotes, ¡esponjas de vino!

. . . . . .

Visitaba infinitas veces a un convento que está muy cercano, de padres capuchinos, por razón de que me ponían a bien con Cristo con lindas tazas de Jesús llenas de vino y con muy espléndida pitanza.

Jesús. – Vaso de vino. Antiguamente había unos vasos que llevaban en el fondo, por dentro, la inscripción IHS. El bebedor cogía el vaso lleno de vino y pronunciaba la frase de ritual: «Hasta verte, Jesús mío». Y cuando el vaso quedaba vacío, después de apurarlo, se leía en lo alto lo dicho: IHS.

. . . . . .

 Alentéme cuanto pude, sirviendo de antídoto para volver en mí, el ser asistido de dicho capitán con animados sorbos de vi no y tragos de malvasía; que tengo por cosa asentada que estos licores me volvieron a mi primer ser; y que si después de muerto y engullido en la fosa con un cañuto o embudo me los echasen por su acostumbrado conducto, me tornaran el alma al cuerpo y se levantaría mi cadáver a ser esponja de pipas y mosquito de tinajas.

¿Qué tal? Se ve aquí una idea fenomenal de la fuerza y vitalidad del vino: resucitar a un muerto. Y dicho con humor, donosura y profundidad. Esta es, a mi juicio una “perla” de la mejor calidad.

. . . . . .

Y para informarme de qué tierra era, dónde nos mandaban ir, lo convidé a beber dos frascos de vino en una ermita del trago.

He aquí un nombre bien expresivo para bautizar una taberna. Ermita del trago.

Yo, por andar bien aforrado de paño y vino de Pedro Ximénez, no necesité de este santo milagro, y cuando acaso necesitara, por no echar sobre mi cuerpo la cosa que más aborrezco, que es el arrastrado y sucio elemento del agua, me quedara hecho otro Lázaro leproso. Si este divino santo convirtiera este milagro en el de la boda de Architriclino, y volviera aquel agua del puerto de Fanfino en vino de San Martín, te aseguro que dejara de seguir las galeras y que, dejando el mundo, me retirara a este sagrado a hacer penitencia de mis pecados en el húmedo yermo de su bodega o cantina.

Estebanillo, bebedor de vinos, siente profundo desprecio “por el arrastrado y sucio elemento del agua”.

. . . . . .

Encontré en la calle a un jornalero matante, que, por haber gastado con él algunas tripas del baúl, se había hecho amigo, y lo era de taza de vino y de los que ahora se usan.

Amigo de taza de vino: el que lo es sólo por el interés.

. . . . . .

Recibiéronme mis hermanas muy tibiamente, mirándome las dos con cara de probar vinagre… Tenía con ellas mil encuentros y rebates cada día, particularmente porque me aguaban el vino, bebiéndolo ellas puro.

Llegó el rompimiento a tal extremo, que no viendo en su boca enmienda, me resolví a que oliese la casa a hombre, echando el bodegón por las ventanas; y una tarde que me dieron una folleta de vino bebí de él, bautizado en una vecina fuente, estando la mesa con la vianda, y todos sentados a ella; dándole a la mayor con los platos, y a la menor con el frasco, y echando a rodar la mesa las dejé a las dos descalabradas, y yo me volví a mi hospital de Nápoles, donde haciendo la gata muerta y dando por disculpa de mi ausencia cuatro mil enredos…

¿Qué es eso? ¿Darle a Estebanillo vino con agua? Esto no lo perdona él ni a sus hermanas. Y armó una trapatiesta. Pero antes resolvió “que oliera la casa a hombre”.

Folleta: medida equivalente a un cuartillo.

. . . . . .

Diéronme los reverendos frailes limosna de potaje y caridad de vino, piedad que en ellos hallan todos los pasajeros.

Comimos al mediodía un gazpacho que me resfrió las tripas, y a la noche un ajo blanco que me encalabrinó las entrañas, y lo que más sentí que teníamos un pollito por repostería, el cual, debajo de los reposteros de dos pellejos lamidos, nos guardaba y conservaba dos botijas, cuyo licor, no siendo ondas de Ribadavia, eran olas del Betis.

Yo creo que ondas de Ribadavia quiere decir vino. Y olas del Betis, agua.

. . . . . .

En el poco tiempo que duró esta embarcación, no eché de menos La Mancha, pues por ser agudos mis camaradas y haberse todos mareado, fue mi barriga caldero de torreznos y candiota de vino.

Candiota.- Cuba de barro para vino.

. . . . . .

Y acordándome de lo bien que lo pasaba con mis tajadas de raya y colanas de vino.

Colanas.- Tragos, trinquis.

. . . . . .

Vuestra Reverencia advierta, pues es tan docto, que no hay mandamiento ni precepto divino que diga: “no comerás ni beberás”; y así, pues no voy contra lo que Dios ha ordenado, Vuestra Paternidad trate de que se me dé de comer y de beber.

. . . . . .

Medio pote de vino para cada plato y seis botas de respeto.

Pote.- Vaso de barro alto para beber.

. . . . . .

Señor mío, eso es añadir penas a penas; salir yo de la penas de la prisión, y darme a beber en taza penada, es querer car conmigo en la sepultura; vuesa merced me traiga una taza de descanso, y seremos buenos amigos.

Díjome que no había taza tan grande como a él le parecía que yo había menester; a lo cual respondí:

Tráigame un caldero de hacer colada, y cuando no venga lleno, suelo tiene.

Taza penada.-Vasija muy estrecha de boca. En ella sólo se podía beber muy lentamente.

. . . . . .

Yo iba tan herido de las estocadas del vino que ni conocí los que me llevaban preso ni supe si la cárcel era cárcel, mesón o taberna.

. . . . . .

Desbautizábase él en ver que yo visitaba por instantes la pipa de vino, que a la de cerveza siempre le guardé respeto, porque me pareció orines de rocín con tercianas…

Esto, si no es una estocada a la cerveza es, por lo menos, una puya.

. . . . . .

Diéronme por cárcel una taberna, que era lo que la mona quería…

Pedí de beber para echar abajo toda melancolía; a pocos lances y buenos me reventaban los ojos de alegría y la barriga de vino, y me echaba de la oseta.

Oseta.- En lenguaje de germanía hablar recio, jurando, y tal.

. . . . . .

Y sin reparar en digestiones de estómago, comió como leproso y bebió como hidrópico.

. . . . . .

Yo, escarmentado del trato de tales damas, y no en cabeza ajena, sino en la mía propia, me quise excusar, por estimar más morir gustando vinos de tabernas que vivir probando acíbares de celos.

. . . . . .

Llevando para el matalotaje del largo camino veinte frascos de vino y veinte sardinas saladas y diez panecillos bizcochados y otras menudencias de regalos de dulces, para quitar el amargor de la boca después de las grandes polvaredas…

. . . . . .

Asáronme las sardinas, ya sólo el olor que daban estando en las brasas, me bebí media docena de tazas de vino, y después, al sabor, dieciocho.

. . . . . .

Fuimos a visitar la taberna del blanco y tinto, aunque mis visitas eran tan cortas, que allí me salía el Sol y allí me hallaba la Luna.

Es decir, parece claro, que allí se pasaba el día entero.

. . . . . .

Estebanillo, si quieres vivir, no bebas (que era lo mismo que decirme: cáete muerto); y el vino que hasta aquí has despeñado por los conductos de la garganta es menester que salga alambicado por todo el cuerpo, en agua convertido.

. . . . . .

Coheché de tal manera al huésped, que apenas había dado fin a una cantimplora llena de clarete y nieve, cuando ya estaba otra apercibida y puesta a enfriar.

. . . . . .

Y entrándome en una posada, me trajeron un bizcocho y una azumbre de los de Ribadavia, el cual por ser mi paisano, me sosegó, la tormenta de la barriga.

. . . . . .Y, así, podríamos seguir tomando notas.

San Roque

Programas y folletos

Publicado en: Programa de las Fiestas de San Roque. Agosto-1963

El barrio de San Roque, de Navia, está llamado a los más altos destinos. Esto ya es seguro.

Por todo.

Este barrio crece y se multiplica. Cumple el precepto bíblico, sencillamente.

El que da una vuelta por San Roque se siente envuelto en un ambiente confortador y subyugante. Y cuando no, sorprendente.

El santo, en su humilde templo, lo gobierna todo. El inspira el genio de los hombres para que hagan casas. El estimula a la gente joven para que se instruya y sea buena. El hace que la tierra de las huertas sea fecunda y de los mejores frutos. Y él procura que las flores de los campos sean más hermosas y tengan los colores más vivos.

Todo lo que pasa por San Roque se contagia. Y adquiere un aire de frescura y novedad. Los hombres se hacen más ecuánimes, es decir, menos tontos.

¿Y las mujeres? ¡Ah! Ellas adquieren una mayor belleza y una especial donosura. Y si no lo son ya, se hacen un poquitín soñadoras….

¡Palabra!

Ya lo dije, el barrio de San Roque está llamado a los grandes destinos.

Sela

De Madrid ha venido…

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 24-9-1961, pág. 29.

No un barco cargado de… De Madrid ha venido Eduardo Vargas. Para los que le conocemos con esto está dicho todo. Pero para los que no, este “todo” necesita una ligera explicación.

Eduardo Vargas es un auténtico quijote del siglo XX. En lo físico y en lo espiritual. Así, para que nada falte. En lo físico es alto, seco de rostro, avellanado… En lo espiritual es la “monda”. Siempre va, en sus empresas, por los lindes de lo razonable, es decir, por la línea a cuyo, borde está el abismo de la locura. Pero no cae en esta, no hay cuidado… Siempre sabe a donde va, sabe lo que quiere. Para perfilar la idea, para fijar con nitidez su personalidad añadiremos otra idea negativa. Eduardo es todo lo contrario de un “mendrugo”.

Si este hombre da un paso al frente, jamás, con su razón – que es la buena – retrocede. Es un valiente.

Eduardo vino al mundo, prácticamente, en un cesta que navegaba a la deriva en la desembocadura de la ría de Bilbao. Allí lo recogieron los tripulantes de unas boniteras de Portugalete. Y lo pusieron a buen recaudo. Hay precedentes de “nacidos” por el estilo. Moisés, por una parte, Amadís de Gaula, por otra.

Es, además de lo dicho, cazador y pescador. Y, en estos deportes, con una historia larga de contar… Y, por añadidura, con una preparación científica “algo serio”.

Que conste. Eduardo, como auténtico quijote, es un caballero andante enamorado de lo que su corazón ha elegido. De esto no hay más que hablar. Bueno, sí, permitidme citar un poemita de Juan Ramón

¡No la toques ya más,
que así es la rosa!

Eduardo Vargas ha venido a Navia con una misión concreta y noble. Él ha venido a cazar o pescar, lo que sea, el monstruo de Meiro. Y para eso viene muy preparado. ¡Ya o creo! Trajo cañas con sus cucharillas y sus devones. Y escopetas y rifles con sus cartuchos y sus balines. En fin… Él se ha leído libros y más libros. Él sabe.

Para tan ardua y difícil empresa, como buen caballero, ha elegido dos escuderos. Uno, Álvaro Delgado, el otro, yo. Le seremos fieles en sus triunfos. Pero también, si fuera preciso, en la adversidad. Su ánimo esforzado es contagioso. Él tiene fe en sí mismo. Y nosotros tenemos fe en él. Hemos de seguirle siempre, como auténticos lebreles. Por nuestra debilidad no dejará de caer la pieza. ¡Palabra, jefe!

Ilustración de Eduardo Vargas, dibujo realizado por Álvaro Delgado para este artículo, en el Eco de Luarca del 24-9-1961

Ya fuimos en una tentativa de entrenamiento a Meiro. Nuestro amo iba con decisión y valentía. Cuando llegamos al borde de un maizal en el cual había un barranco con espesuras de espino blanco y zarzas algo se movía entre estas plantas tan erizadas de espinas. Eduardo disparó un tiro de rifle y dijo con voz de triunfador: ¡Ya cayó el monstruo! Pero se acercó tanto al borde del ribazo que el que verdaderamente cayó fue él. Entretanto, si allí estaba, el monstruo huyó por arte de encantamiento. Álvaro y yo nos acercamos a nuestro amo, es decir, al lugar y lo vimos inmovilizado, como dormido, allá abajo. Para sacarlo nos quitamos los cinturones que sujetan nuestros pantalones y le echamos un “cable”. Se agarró fuerte y, tras no pequeñas dificultades, salió a “flote”. Se restregó los ojos y parecía salir de un profundo sueño.

– Cuéntenos, jefe, al por menor, lo que le ha pasado – dijo el escudero Álvaro.

– Estadme atentos – dijo.

A obra de doce o catorce estados de la profundidad de esta mazmorra, a la derecha mano, se hace una concavidad y espacio que cabe por ella un camión Pegaso. Por ella ofrecióseme a la vista un real y suntuoso palacio. De él salió a recibirme un venerable anciano, vestido con un capuz de bayeta morada. La barba, canísima, le pasaba, de la cintura. Me di cuenta de que estaba en un lugar encantado y que quien me hablaba era Montesinos. Este me contó cómo había sacado el corazón de su grande amiga Durandarte, y llevándole a la señora Belerna, como se lo mandó al punto de su muerte. Llevóme el anciano al interior del palacio y en él vi tendido un hombre de pura carne y de puros huesos, Montesinos me dijo: “Este es un amigo Durandarte, flor y espejo de los caballeros enamorados y valientes de su tiempo. Tiénenle aquí encantado Merlín, aquel francés encantador que dicen que fue hijo del diablo”. Hablóme con más detalles. Pero cuando en esto estábamos vi que por otra sala pasaba una procesión de dos hileras de hermosísimas doncellas, todas vestidas de luto, con turbantes blancos sobre las cabezas al modo turquesco. Díjome Montesinos que toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerna que allí con sus dos señores estaban encantadas.

– Que me maten – le dije yo a Álvaro, compañero escudero, si nuestro amo no cree en los encantos y en los encantamientos. ¿Cómo es posible – añadí al amo – que en tan poco tiempo haya visto cosas tan fantásticas como las que cuenta?

– ¿Cuánto ha que caí? – preguntó.

– Cinco minutos – repuso Álvaro

– Eso no es posible porque allá me anocheció y amaneció, y torno a anochecer y a amanecer tres veces. De modo que, a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas.

Movidos por una tremenda curiosidad quisimos saber más. Pero Álvaro se me adelantó en las preguntas.

– Dígame, nuestro amo, ¿ha notado usted por allá abajo los avances de la ciencia tal como está después de pasada la primera mitad del siglo XX?

Y Vargas contestó. – De eso, nada.- Sin embargo, me di cuenta de que por allí se rendía todavía un gran culto en la poesía, como en el verdadero Siglo de Oro. Lo digo porque vi un edificio con grandes ventanales por los cuales se veían unos hombres graves y sesudos con batas blancas. En el frontis de tal edificio, escrita con letras de oro, había una dolora de Campoamor.

– ¿Y cuál dolora? – inquirió mi compañero.

La dolora decía así

Centro experimental de inseminación
artificial 

SELA

Nuestro barrio

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 13-8-1961, pág. 13.

Si yo dijera que el barrio de San Roque, de Navia, es un barrio alegre, no diría la verdad. La razón de que no lo sea para mi es clara. En San Roque se ama mucho. Y el amor, nadie lo ignora, lleva aparejado mucho dolor.

Yo, hace años, en la más pura de las inocencias, di un paseo por estas alturas naviegas. No quiero entrar en detalles. Pero lo cierto es que aquí, tuve que quedarme. Y aquí vivo.

En este barrio hay un “algo”, que flota en el ambiente, que se conoce más por sus efectos que por sus causas. Y este “algo” nos obliga a vivir en permanente estado de enamoramiento. Este es el resultado de mis experiencias. No me es posible dejar de amar. Amo más cada día. Pero todo, lo que Dios da, los árboles, los pájaros, las flores, las piedras…. Y, cuando llueve, amo también las pozas que se forman en la carretera de la estación. Y en las que se mira, por la noche, la luna, como si fueran espejos para hacerse su tocado.

Hay algunas mujeres solteras en Navia, con edad de reglamento, que si vivieran en nuestro barrio, o se dieran por él una vueltecilla de vez en cuando, otro gallo les cantaría… En el supuesto, claro, de que tengan ganas de casarse. Pero esta necesidad, por cierto, a mí, no me consta. Sin embargo, el amor es un deporte en que, el que más o el que menos, quiere llegar a la meta. Aunque después haya más de cuatro que les pese… Pero la vida es así.

Ahora, como ocurrió en los últimos años, se celebra la fiesta del barrio. La de San Roque. Habrá misa, habrá orquesta, habrá de todo… Pero en definitiva, para los efectos del amor, yo quiero advertir a la gente que este barrio es de cuidado. Ya lo dije, aquí hay un “algo”.

Yo, a pesar de los pesares siento una admiración tremenda por este lugar. Pero no sé expresarla con claridad. Mis palabras son torpes. Más parecen estar hechas con rugosidades de hachazos que con, lisuras de garlopa. Y no escarmiento, no dejo de escribir. Yo no soy el “ser” que tropieza dos veces en la misma piedra. Me paso la vida tropezando. Pero ¡qué se le va a hacer!

Acabaré diciendo, como dijo un cura y poeta: Góngora

Muda, la admiración habla 
callando

Sela

Monsieur Jean Camp, en Navia

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 13-8-1961, pág. 14.

En los últimos días, concretamente desde el 22 hasta el 25 de julio, hemos tenido entre nosotros, en Navia, a monsieur Jean Camp. Este señor es, como quien no dice nada, uno de los primeros, si no el primero, en tiempo y calidad de los hispanistas franceses. Hoy regenta la cátedra de Literatura Española en la Universidad de Aix en Provenza. Pero tiene su domicilio en Roquefort les Pins, la Riviera francesa.

Al señor Camp le acompañaba su amable y distinguida esposa, madame Camp. Antes de casarse era mademoiselle Teresa Bouisset. Dos nietos, a su vez, acompañaban a los señores de Camp, Silvia y Bernardo Hauser, nietos por la línea paterna, de Lionel Hauser, primo de Proust, escritor a quien yo admiro mucho, y del no menos admirable filósofo Bergson.

El señor Camp ha escrito, a través de cuarenta y tantos años, cerca de cien obras con estudios de nuestros más calificados autores clásicos y modernos. Es, pues, un verdadero amante, por vocación y devoción, de España. Obras son amores…

Ellos han venido a Navia por indicación de su hijo André, querido amigo mío. Director de la Sección española de Radiodifusión-Televisión Francesa.

Bien. Yo quiero hacer una croniquilla de tan breve estancia de los ilustres visitantes. Naturalmente, no va a estar a la altura de sus verdaderos merecimientos. Pero bueno. Me anima el buen deseo. Dijo Cervantes: “cada uno es como Dios lo hizo, y aún peor muchas veces”. Creo que se me entiende.

Llegaron los señores Camp a Navia el día 22 hacia las tres de la tarde. Después de la comida y un breve descanso me pidieron que les enseñara la estatua que está en el parque, de Campoamor. Lo hice. Yo me atreví a pedir al profesor Camp su juicio sobre la obra del vate asturiano. Y me refirió la opinión que le había oído a don Eugenio D’Ors: “La obra poética de Campoamor es como un organillo tocado por un ángel”.

Después de esto cogimos su coche y los llevé a Puerto de Vega. En este pueblo, y casi sin pensarlo, nos fuimos directos a la casa de Pedro Penzol. En esta casa la cordialidad y el afecto, para mí y para muchos, tienen su asiento. Madame Penzol, Pilar, estuvo como siempre muy amable. Nos enseñaron su casa que es particularmente interesante, y la huerta, y sus jardines. Y Pedro, después nos llevó a Santa Marina, para ver su iglesia, cuyos retablos nos explicó. Más tarde bajamos al muelle y puerto en momentos de calma y gran serenidad del tiempo.

El día 23, domingo, estuvimos hacia la una en la terraza de la cafetería Avenida, tomando el aperitivo y en amena charla. Justo Álvarez pagó la primera ronda.

En la tarde nos dedicamos a ver arte. Parte de la obra que, en varias casas naviegas tiene nuestro ilustre y querida, veraneante Álvaro Delgado. Primero en casa de Justo vimos el retrato de su hijo, Justín, acuarelas, óleos… E, inmediatamente, en la mía, en la nuestra, algo parecido.

Hacia las siete de la tarde de ese día subimos a Andés, donde está el Albergue Universitario. En este hay una hermosa capilla antigua remozada bajo la dirección de Álvaro. De él, obra de su mano hay un Cristo hecho al carbón que preside el altar y dos extraordinarios dibujos a los lados, una barca y un pez. De esta obra, en su totalidad nuestros huéspedes salieron encantados.

La tarde se iba. Pero antes de que el sol se ocultara todavía tuvimos tiempo para ir a ver el puertecillo de Ortiguera, en este viaje nos acompañó mi mujer. De soltera, mademoiselle María P. Lobete. Regresamos por un paraje encantador. Folgueras, Meiro, San Esteban…

Al día siguiente, el veinticuatro, alrededor de las once, quise llevar a los señores Camp al castro celta, de Coaña. De su visita quedaron real mente impresionados. Parece extraño que unas paredes desnudas, unas calles empedradas y unas piedras con agujeros despierten tanta admiración. Pero siempre que llevo gente allí ocurre esto. Para mí, particularmente, cada visita me produce una nueva emoción. Claro que yo en el castro no encuentro ningún valor arqueológico. De eso no entiendo. La tiene, en cambio, lírico, poético. Yo creo que allí, en su tiempo, han vivido las mujeres más hermosas de Asturias. Y las más delicadas. Y que el castro, pueblo, estaría todo él recubierto de enredaderas salpicadas de flores. Y que en los alfeizares de las ventanas habría tiestos con clavelinas color carmín, Y, etc., etc.

En la tarde lo primero que hicimos fue irnos a casa de Manolo Méndez para ver pinturas de Álvaro. Seguidamente, nos acercamos al fresno de las Aceñas. Y, un poco más tarde, otros dibujos de ciervos, en casa de Venancio Martínez.

No serían todavía las cinco cuando salimos hacia el puerto de Viavélez, en el concejo de El Franco. Detrás de nuestro coche, en moto, nos siguieron Justo y Álvaro. Viavélez es un pueblecillo marino delicioso. La tarde era clara sin sol directo. El pintor clavó su caballete en el muelle y se puso a pintar un paisaje. Le rodeaban, varios espectadores, algunos veraneantes, una pareja de la guardia civil y más gente. Pero, sobre todo, madame Camp y sus nietos no le quitaban ojo. La “entrada” al espectáculo no costaba nada. Entretanto el señor Camp, Justo y yo charlábamos de muchas cosas. Al final nos reunimos todos en una taberna. En ella tomamos unas hojas de jamón andorrano y un vinillo andaluz que calaba muy hondo. Justo no pagó una ronda, pagó dos. Fue feliz.

Yo no estuve presente, pero supe que a la hora de la cena se reunieron todos en un restaurante típico de Navia para comer reo. El reo es un pez de ría muy parecido al salmón.

A las nueve de la mañana del día veinticinco la familia Camp cogió su coche y se fue rumbo a Santiago de Compostela.

Esta digna familia, con su presencia, nos hizo pasar unos días deliciosos. Rompieron la monotonía, por lo menos, de mi vida vulgar.

Madame Camp, monsieur Camp.

¡Merci beaucoup!

Alejandro Sela

Yo no soy veraneante

Programas y folletos

Publicado en: Programa de las Fiestas de Navia 1961

Ni lo fui nunca. Ni tengo la ilusión de llegar a serlo.

La razón parece clara. Cuando se vive en un pueblo del norte con playa, pueblo donde otros veranean, no se le ocurre a uno la idea de marcharse a otra parte. ¿Para qué?

No hay duda. A mí me gustaría mucho irme a otra localidad, cada verano, si pudiera echarme un primer amor, con todas las ventajas que ello supone: insomnios con delicadas congojas, tiernas emociones… Pero no sé por qué me parece que la lista de mis primeros amores está ya agotada.

Durante el verano, pues, no siento la necesidad de moverme. Desde hace tiempo, todos los años, tengo derecho a unas vacaciones con sueldo. Pero así como a este sueldo, por necesidad, he tenido que ingeniármelas para darle un destino, con las vacaciones, francamente, no sé lo que hacer. Yo creo que si pudieran negociarse en Bolsa, como los bonos de Tesorería, las cedería… a la par

Por otra parte, carezco de las cualidades y los anhelos del veraneante. Este quiere playa y sol, mucho sol. A mí el sol, durante el verano, no me da frío ni calor. Quiero decir que no me interesa.

Es más. Experimento un verdadero placer en ver las lluvias de las tormentas veraniegas. Las gotas de agua, gordas, caen verticales y pesadas como la plomada. Y, juntas, forman corrientes rápidas en las calles que se atropellan para escapar por los enrejados del alcantarillado. Y el ambiente de la calle, la atmósfera, después de esas lluvias, me encanta. Y el goteo de las ramas de los árboles. Y tantas cosas.

Ignoro lo que es el veraneo en cuanto viajero como padre de familia, así como el hacer las maletas al ir y al venir, buscar billetes de autobús o de tren, y todo eso. Sospecho que tenga sus momentos de emoción. Al menos es una experiencia vital.

Y si no soy una atracción para los forasteros, colaboro con el Ayuntamiento para que estos salgan de Navia contentos. Los atiendo lo mejor que puedo. Si alguno de ellos, es un decir, me pregunta por una calle, no solamente se la digo, sino que cambio mi propia ruta para acompañarle e indicarle el sitio preciso. Me esfuerzo por ser servicial. Así aporto mi granito de arena para que haya cordialidad en la Humanidad. Y sé decir con cierta corrección: “Yes, mistress» y «Oui, madame». Esto para el supuesto de que sea una extranjera estupenda quien me dispense el honor de dirigirse a mí. Ya se dieron casos.

¿Qué cómo paso el verano?

No hay queja. En el paseo o en las terrazas de los bares, mi cuerpo está donde tiene que estar. Pero no así mi espíritu. No puedo con él. Se me escapa volando y se va, de belleza en belleza, como si fuera una abeja libadora…

SELA

Y otra vez Navia

Programas y folletos

Publicado en: Folleto Turístico “Navia”. Agosto-1961

Navia, como pueblo de veraneo, ni sube ni baja. Quiero decir que tiene su gente. Poco más o menos, todos los años la misma.

A mí me gusta que sea así. Y que siguiendo su evolución natural, para los que vivimos aquí, Navia no llegará a desfigurarse.

Lo digo porque, en los últimos años, ha habido pueblos de España que, por necesidades veraniegas, han dado tan fuertes estirones que de villitas se transformaron en ciudades. A mí esto me parece demasiado. Yo creo que a estos pueblos se les escapa el carácter, se les evapora el alma.

Las gentes de negocios, no creo que opinen como yo. En los pueblos de crecimiento rápido siempre hay más posibilidades de hacerse rico. Pero allá se las haya cada cual con su ventura. Yo no soy el tutor de ningún hombre de negocios.

Navia es un pueblecillo del norte de España, muy digno. Y que tiene de todo para verse uno perfectamente atendido. Cafés y bares con terrazas donde se pasa muy bien. A uno le sirven café y vinos de lo mejor y donde se puede “picar” lo que se quiera. Con ello no sólo se nutre el cuerpo sino que también se alegra el espíritu… Tiene playa. Y, sobre todo, el paisaje que le rodea es de maravilla.

La verdad es que en las cercanías no tenemos grandes monumentos. Ni románicos, ni góticos, ni cosas de esas. Pero, a pesar de todo, vamos viviendo. Hay, por cierto, en un concejo contiguo, en Coaña, un castro celta. Los celtas eran un pueblo guerrero. Pero no hay nada que temer. Hace tiempo que se han ido… Y aquí han dejado unas paredes, restos de alfarería y algunas piedras con agujeros. Con tan poca cosa los estudiosos se las arreglan para ir por el mundo dando conferencias.

Se me olvidaba. En Navia hay unas mujeres muy guapas. Mayores y menores. Pero sobre todo, de edades intermedias. En esta categoría las hay, francamente,

¡Estupendas!

SELA

Los vaqueiros de alzada

El Progreso de Asturias

Publicado en: El Progreso de Asturias. 26-5-1961

Hay una zona de tierra asturiana que tiene un particular interés histórico, En ella vivieron los famosos vaqueiros. Los vaqueiros de alzada.

Se acepta comúnmente que esa zona está comprendida entre los ríos Nalón y Navia. Sin que esto quiera decir que no hubo vaqueiros fuera de ella. Los hubo, pero en mucha menos densidad.

El núcleo vaqueiro abarca, poco más o menos, estos concejos: Belmonte, Cudillero, Navia, Tapia, Luarca, Salas, Tineo y Villayón.

Los vaqueiros dieron mucho qué hablar. Porque son, sin duda, lo más típico, lo que da más carácter a Asturias.

Vivían, dentro de los límites señalados, en las brañas. Es decir, en las alturas, fuera de la costa. Había brañas bajas y brañas altas. El invierno lo pasaban en las primeras y el verano en las últimas.

Se dice que formaban una agrupación racial. Pero con caracteres lo suficientemente borrosos para que no se distinguieran mucho del resto de los asturianos. Su origen no se sabe ciertamente. ¿Eran moriscos?, ¿normandos?, ¿celtas? Estos últimos han dejado rastros evidentes de su paso por Asturias. Antes, claro está, de la Era Cristiana.

Los vaqueiros, con el perfil que se les conocía en el siglo pasado, ya existían en el siglo VIII. Hay documentos que lo acreditan.

Vivían, fundamentalmente, de la ganadería. Ganado vacuno y lanar.

El motivo del éxodo veraniego hacia las montañas era la escasez de pastos. En las brañas bajas lo pasarían mal los ganados. En el verano, las alturas, limpias de nieve y de la hosquedad del clima, tenían pastos abundantes y muy ricos para que las vacas, dieran leche mantecosa.

Eran, los vaqueiros, gentes muy pobres. Hacían una vida sobria y elemental. Sus casas valían poco. Una parte, en algún caso circular, cubierta de losas o tapines. Y en su interior, a un lado el hogar y al otro el establo. En sus lechos, con colchones rellenos de hojas secas o de yerba, dormían de mala manera. Con la leche recogida hacían requesones, natas y mantequilla. Con la lana de las ovejas, con rueca y huso, hilaban. Y en las noches invernales se reunían en filandones, donde se contaban cuentos y se decían adivinanzas.

Por San Miguel de Mayo toda la familia cogía su ajuar y sus ganados y subían a las alturas. Sobre el testuz de las vacas, entre los cuernos, colocaban sus ropas y menaje. Y en algunos casos el berzo, cuna del niño que se criaba.

Por San Miguel de septiembre retornaban, bajaban. Entretanto las casas de las brañas bajas quedaban solas.

Su vida era, pues, eminentemente pastoril. Dura y poética, Verdadera, siempre. Y no ideal, de ficción. No como sucedía en lo bucólico literario, al estilo de La Diana de Montemayor y la Galatea de Cervantes, por ejemplo. Todos sabemos que esto era pura literatura.

En las tierras próximas al mar no vivían vaqueiros. Vivían los marineros y los aldeanos. Ocurría que en las alturas también había pueblos que no eran vaqueiros.

Unos y otros se llevaban mal. Los vaqueiros eran considerados por los otros como gentes odiosas, despreciables. Como una raza inferior. Esto, naturalmente, les dolía. En las iglesias – eran católicos – tenían para oír misa, un lugar acotado por una viga. Fuera de él, con esa separación, se colocaban los aldeanos. Y en las procesiones no podían llevar las andas de los santos. Y en los cementerios tenían un lugar aparte para ser enterrados.

No se casaban unos con otros, no se mezclaban entre sí. A veces, sin embargo, el amor les hacía una mala pasada. Y entonces había refriegas al estilo de capuletos y montescos. Había vaqueiras tan hermosas, encantadoras, que los mozos aldeanos derribaban las lindes de casta por menos de nada.

Los vaqueiros eran fuertes y decididos. Falta les hacía. Para defender sus ganados tenían que luchar con el peligro en permanente acecho, el oso y el lobo, verdaderas fieras que siempre hubo en Asturias para que lo idílico tuviera su contrapunto. Siempre han tenido en estas tierras las fieras y las alimañas lugares codiciados para el cobijo. Bosques de robles, castaños, fresnos, ansos, etc. y por medio de ellos, en profusión, tojos, helechos, zarzas, espinos, acebos…

Pues bien, por lo dicho, se comprende que los vaqueiros, en cierto modo aislados, tenían que tener sus hábitos y sus costumbres propios. A su estilo tenían una cultura. Una cultura realmente rústica, si así se puede decir. Pero llena de sinceridad, de ingenuidad.

Desde fines del siglo último, las diferencias entre aldeanos y vaqueiros puede decirse que han desaparecido, y todos están en régimen de igualdad. Las familias viven estabilizadas en sus caseríos. El sistema de vida ganadera se ha modificado sustancialmente.

Pero lo vaqueiro, quedó. Lo bueno. Los cuentos, las adivinanzas. Y sus músicas y bailes. Y también, cómo no, sus supersticiones, siempre llenas de encanto y sencillez.

Vestían a su modo. Montera, camisa de lienzo, chaqueta, jubón, botones relucientes, calzón y madreñas o zapatos, ellos. Camisa rayada, justillo, chaqueta con faldillas, manteo, pañuelo blanco al cuello y albercas o zapatos, ellas, En fin, sus trajes eran vistosos y artísticos.

Mozos y mozas iban a las fiestas. Pero formaban corro aparte. Sus bailes eran suyos. Sus canciones de ellos. Todo vaqueiro, sin trampa y sin mixtificación, Todo puro, formado en el crisol de los siglos.

Instrumentos de sus músicas eran una sartén que se golpeaba con una llave. Y un pandero.

Sus cantares eran de humor. Y, con frecuencia, de amor.

Véase:

 Vaqueiro, chincheiro 
de mala nación
comiste las papas
dixiste que non;

Comiste la lleite
dixiste que si,
vaqueiro, chincheiro
mal año pa ti.

El siñor cura non baila
porque diz que ten corona;
baile, siñor cura,baile,
que Dios todo lo perdona.

De la Espina para Oviedu
un carretero cantaba
al son de las campanillas
que su machito llevaba.

Vaqueirina, vaqueirina
non baxes por agua al río
que detrás de aquella peña
está el vaqueiro escondido.

Allá arriba, naquel altu
hay una nina vaquera;
quien fuera pastor de vacas
para guardarlas con ella.

Si quieres que yo te quiera
quita, galán, el sombreiru
y ponte la monterita
rodiada de terciopelu

Navia, 1961. Alejandro Sela

Poesía y mujer

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 3-9-1960

En la poesía lírica la mujer es elemento indispensable. Sin ella, no hay poema.

Por esa razón, cuando se habla de la gloria de un poeta, se exclusiviza, sin deber. Esa gloria, en justicia, no es unipersonal. Detrás del poeta o, mejor, en el centro del mismo, en su corazón, hay o ha habido una mujer.

Esta mujer fue el elemento fecundante e inspirador. Por esa fecundación, el poeta dio a luz su criatura: el poema.

Pero a la hora de los laureles, estos se van a la cabeza del poeta, la que exornan y dan el aura da la gloria. La mujer se queda en las tinieblas del olvido. A veces se la recuerda vagamente. Y, a lo más, se le llama musa. Pero no se la destaca.

Hay que darle a la mujer, haciéndola presente en cada caso, el relieve que merece en el fenómeno poético. Y hacerle su homenaje.

Pero así como el fruto del amor, el ser humano, resulta de la voluntad concorde, de hombre y mujer, la criatura poética en el fruto de una disconformidad.

El poeta ama, pero la mujer objeto de que sus delirios no lo quiere y no le corresponde a sus requiebros. En ese trance, en el sufrimiento pasional, el poeta escribe y alumbra la obra que le dará la gloria. Solo así surge el poema de más subidos quilates.

Unamuno dijo: “Sólo los amores desgraciados son fecundos en frutos del espíritu; solo cuando se le cierra al amor su curso natural y corriente es cuando salta en surtidor al cielo; solo la esterilidad temporal da fecundidad eterna”.

Es la mujer esquiva, pues, la colaboradora de la creación poética. La mujer amable y complaciente, no ha inspirado, que yo sepa, poema alguno digno de consideración.

La mujer ingrata desempeña un papel no desdeñable ante el poeta. Digno de la mejor loa. Al poeta le da la gloria, que se lo que, de verdad, este quiere. Y a la sociedad le da el fruto poético que, al par que emociones, contribuye a revelar los misterios del alma humana.

El poeta necesita, sin duda, dolor para producir. Pero dolor causado por alma de la mujer.

Uno de ellos, amador inagotable, Quevedo, lo dijo:

“Diome el cielo dolor y diome vida”.

 Y en otra ocasión se muestra orgulloso de su sufrimiento:

“Sabio en amar dolor tan bien nacido”.

Y el no menos consecuente Herrera, también “respira”:

“Procuré no rendirme al mal que siento
Y fue todo un esfuerzo desvarío
Perdí mi libertad, perdí mi brío
Cobré un perpetuo mal, cobré un tormento”.  

Pero, el hombre, de esa prisión “huir no piensa”:

“ni los lazos romper de esa cadena”.

Es curioso. Todos los grandes, poetas lo han sido, además, por la “ayuda” de la mujer del vecino.

Dante, tuvo a Beatriz. Petrarca, a Laura. Herrera, a la condesa de Gelves. Bécquer, a Julia. Garcilaso, a Isabel…

Todos ellos han sido unos donjuanes de tres al cuarto, pero han triunfado como poetas. A la sociedad, los donjuanes, no le interesa nada que los haya. Los poetas en cambio, sí. Y mucho.

El “no” de la mujer al poeta, siempre ha dado gran resultado.

Y el vale cuando es noble y sincero lo reconoce. Fue Bécquer, el gran Bécquer, el que escribió este verso sencillo y formidable:

“Poesía… eres tú”.

Es muy lícito, pues, aconsejar a la mujer que cuando vea ante sí, en trance de declaración amorosa un hombre con barruntos de poeta, tenga el “no” presto y sostenido. Y además de hacer un servicio a la sociedad no tendrá nunca de que arrepentirse, probablemente. Nunca hubo un poeta, en el orden de las expresiones terrenales, que pudiera ser considerado como un “buen partido”.

ALEJANDRO SELA