Hay vino en Asturias

Vino, amor y literatura

Publicado en: Vino, Amor y Literatura (1971)

Es posible que haya mucha gente por España que no sepa que en Asturias hay vino. Pues sí, lo hay. Se produce en tres zonas. En Pelorde y Pesoz, en la cuenca baja del Navia, en San Antolín de Ibias y sus contornos, y en Cangas de Narcea y pueblos de su Ayuntamiento.

Al objeto de tomar el pulso a esos pueblos por su producción vitivinícola, un día de septiembre último – 1970 – resolví hacer un viaje de conocimiento. Tomé, en Navia, la carretera de Grandas de Salime y, a unos cincuenta kilómetros, está Pelorde. Poco después, Pesoz. No me detengo mucho. Esta zona la conocía de antiguo. En Pelorde hace vino Pepe de Barcia. Y en Pesoz, Álvarez Linera.

Ahora viene lo bueno. Llego al puerto del Acebo, ya dentro de la provincia de Lugo, doblo a la izquierda y me meto por el municipio de Negueira de Muñiz. Hay nieblas y, además, llueve. Y la carretera, de algún modo hay que llamarla, es estrecha y pésima. Cruzo un puente sobre el río Navia y entro de nuevo en Asturias. Me detengo en Marentes y visito a un vinícola, José Antonio Fernández Arias. Me recibe encantado y me obsequia por todo lo alto.

Más tarde paro en San Antolín y en Cecos. Y “veo” sus viñedos y sus vinos. Y subo un puerto de 1.315 metros. El Couño. Y aquí me detengo a hacer meditaciones un poco filosóficas. Las montañas asturianas son más bien montañas rusas…

Bajo el puerto, por el otro lado, y me doy cuenta de que, a la derecha, hay un bosque fantástico. Es Muniellos.

Llego a Ventanueva, y respiro. Ahora la carretera parece una sala. Más abajo está Cangas de Narcea, donde me detengo a comer con vino del país. Y hago algunas visitas.

Los vinos asturianos tienen un denominador común. Son flojos. Pero hay tinto y blanco. Y no está comercializado. Cada productor lo hace para sí y, acaso, para algún amigo. Y de ahí no pasan. Pero noto en los cosecheros su afán de pervivir. Quieren mantener una tradición.

Se cultivan en Asturias algo así como ochocientas hectáreas de viñedo.

El vino

Vino, amor y literatura

Publicado en: Vino, Amor y Literatura (1971)

La enología estudia la uva y lo que de ella procede. Lo principal, el vino.

El racimo, ya lo dijimos, tiene como sostén el escobajo o raspón.

Los hollejos. Se llama así a la piel de las uvas. En ella, en la piel, hay celulosa, agua, una sustancia cerosa que se ve a simple vista – pruina -, ácidos tártrico y málico, taninos y materias colorantes, sustancias nitrogenadas.

La pulpa. Ya se dijo lo que es.

La pepita o semilla. De ésta, si se quiere, se puede sacar aceite.

LA VENDIMIA.- Es ya se sabe, la faena de recogida de racimos y su transporte a la bodega.

MOSTO.- El líquido que resulta del pisado y estrujado de la uva o mejor, del racimo, es el mosto. Antes se pisaba “a pie”. Ahora, en general, se hace con máquinas. Antes, además, después del pisado se aplicaba la prensa de viga.

La composición del mosto es la siguiente:

Ácidos: Málico y tártrico y otros varios. Unos están solos. Y otros combinados. Con la acidez se logra que el mosto fermente bien, su gusto es más fresco, aviva el color del vino y facilita la clarificación.

Azúcares: La uva y, consiguientemente, el mosto tienen azúcares: la glucosa y la levulosa.

Taninos: Tienen un sabor áspero.

Materias colorantes: Estas se encuentran en los hollejos y dan el color de los vinos.

Sustancias nitrogenadas: En mínima cantidad.

Materias pécticas: Suavizan, a la larga, el paladar de los vinos.

Sustancias minerales: Son casi infinitas, pero en muy pequeñas cantidades: potasa, cal, magnesia, sosa, hierro, cobre…

Gases: Oxígeno y nitrógeno.

Ya tenemos el mosto. Pero… puede que no esté bien equilibrado en su composición para dar buen vino.

Si es así, hay que corregirlo dentro de los límites de la prudencia y de la legalidad. Aquí, en este momento, entra en juego la técnica y la capacidad del enólogo o del bodeguero.

¿Falta azúcar? Se evita en parte retrasando la vendimia. O se le añaden otros mostos concentrados por evaporación. El azúcar, en sí, no se puede añadir, salvo en casos excepcionales que la misma ley – Estatuto del vino – marca.

¿Falta ácido? Se le puede añadir ácido tártrico o ácido cítrico.

¿Sobra ácido? Se puede disminuir con carbonato de calcio puro, con carbonato potásico puro o con tartrato neutro de potasa. Y listo.

Yeso. La ley prohíbe añadir yeso al vino, pero con alguna excepción. Ya se dirá.

FERMENTACIÓN DEL MOSTO.- Obtenido el mosto, por el pisado de la uva, poco tiempo después – horas – empieza la fermentación tumultuosa. Es una especie de “hervidura”. ¿Por qué? Pues por la acción de las levaduras. Son éstas hongos de una sola célula, muy pequeñas, microscópicas. Se encuentran las levaduras sobre la piel de las uvas. Y se conservan en los terrenos de año en año y aun dentro de las bodegas como seres casi misteriosos. Descubrió su existencia Pasteur. Antes de este descubrimiento se creía que el mosto fermentaba “por las buenas”.

Hay muchas especies de levaduras. Pero tres son las principales: las elípticas, las apiculadas y las Pasteur.

Las levaduras producen algo que se llama encymas. Estas actúan sobre los azúcares – dulce del mosto -, y se produce la reacción transformadora – en diez a doce días, normalmente – del azúcar en alcohol y ácido carbónico.

Esta transformación se produce, repetimos, “hirviendo” naturalmente el mosto a una temperatura que pasa poco de los treinta grados. Hay que tener cuidado. El ácido carbónico es tóxico para la vida humana. Sale en forma de gas.

Apurando y sutilizando más el asunto, hay que reconocer que en la fermentación tumultuosa se producen más fenómenos químicos y bioquímicos.

El enólogo desempeña una especial función controlando la fermentación del mosto, vigilando la temperatura y otros aspectos del fenómeno.

GAS SULFUROSO.- Es la gran cosa para la elaboración del mosto y la obtención del vino. Es antiséptico y su uso está muy generalizado.

En principio el gas sulfuroso se obtiene muy sencillamente. Quemando azufre.

En el mosto el gas sulfuroso “hace la guerra”, es tóxico para los microorganismos dañinos, esa bichería indeseable que tanto abunda en los mostos.

Y, sin embargo, ese gas no molesta nada a las levaduras. Estas, así, desempeñan su función limpias de polvo y paja…

Por otra parte el sulfuroso ayuda a salir las materias colorantes de los hollejos y da otros resultados también beneficiosos.

En la práctica enológica se utiliza metabisulfito de potasa o sulfuroso líquido. El comercio da resuelta esta papeleta.

VINO TINTO.- Para obtener este vino, el mosto se fermenta con pepitas, hollejos y escobajo, todo junto. Al producirse el “hervido”, por la fuerza ascendente del ácido carbónico, sube todo ese “material” a la superficie de la cuba y allí flota. Es el sombrero. Se llama así.

VINO BLANCO.- Aquí se procede de otro modo. Nada de escobajo, nada de hollejos, nada de pepitas. El mosto se separa después del pisado. Y, solo, fermenta.

Nada de sombrero, “sinsombrerismo”. También se llama fermentación en “virgen”.

DESCUBE.- Terminada la fermentación a los diez o doce días, o más se procede al descube. El líquido resultante, ya vino, se traslada a otra vasija, llámese tinaja, tino… o lo que fuere.

Ahora empieza el tiempo su función depuradora. El tiempo sazona el vino.

Pero en las bodegas se realizan otra serie de operaciones convenientes para lograr una mayor perfección.

TRASIEGOS.- Se hacen varios, espaciados. Trasegar es una operación de cambio de vasijas para eliminar posos y, en definitiva, para purificar el vino. Y, a veces, para “hacerlo”.

Se suelen realizar con bombas por medio de tuberías.

CLARIFICACIONES.- Influye en la calidad de los vinos su claridad y brillantez. Para clarificar se suelen usar en algunos casos tierras. En España son especialmente aptas las de Lebrija (Sevilla), Pozáldez (Valladolid) y Almería.

¿Y cómo? Muy sencillo. Se pone la tierra en agua. Se deja así unas horas. Decanta. Se tira el agua. Y la tierra que queda se mezcla con unos litros de vino. Se forma una papilla que se mezcla con el vino del envase. Se revuelve. Y, después, por la acción de la gravedad, la tierra cae el suelo de tal envase arrastrando las impurezas que hay en el vino.

Para estos fines hay también una tierra americana especial. La bentonita.

OTROS CLARIFICANTES.- Sangre fresca, clara de huevo, leche desnatada, huesos molidos…

Y cola de pescado. Esta se obtiene de la vejiga natatoria del esturión, un pez del Volga. Este clarificante es de postín, se utiliza para vinos finos.

FILTRACIÓN.- A veces no basta la clarificación. Se va más allá con la filtración.

Se usan filtros de papel, de amianto y carbón vegetal en polvo, celulosa…

Curiosidad. También hay filtros esterilizantes. Son tan finos que retienen los microbios. En el supuesto de que los haya, naturalmente.

EL FRÍO.- Modernamente, y para bien, se utiliza en las buenas bodegas y cooperativas instalaciones frigoríficas. El frío, regulado, contribuye a la estabilidad y brillantez de los vinos. Y, por supuesto, se puede tener almacenado indefinidamente.

COMPOSICIÓN DE LOS VINOS.- Antes hablamos de la composición del mosto. Ahora diremos algo elemental de la composición de los vinos.

Agua. Casi el ochenta por cien de los vinos normales es agua. Sin paliativos.

Alcohol. Ya lo hemos dicho. En la fermentación del mosto se produce el alcohol y el ácido carbónico. Los vinos naturales pueden tener desde ocho hasta dieciocho grados. Que viene a ser, en conclusión, el tanto por ciento de su volumen. El alcohol colabora en el sabor, color, conservación y añejamiento. Y, claro, en los efectos que produce al que lo bebe…

Ácidos. Málico, tártrico, succínico, láctico, acético… Y más. Muchos más.

Distinguen los técnicos en acidez fija y acidez volátil.

Aldehídos. Son elementos volátiles que contribuyen al olor o aroma de los vinos. Los alcoholes, en contacto con el oxígeno, los producen.

Extracto seco. Si se somete el vino a evaporación se marchan el agua, el alcohol y otros jugos volátiles. Lo que queda es el extracto seco.

Taninos y materias colorantes. Lo mismo que el mosto. Materias minerales. Igual.

Glicerina. Es, en sí, dulce, espesa y contribuye a dar cuerpo a los vinos y suavidad al paladar.

Materias pécticas. Algo menos que en el mosto.

Claro. Si se someten los vinos a análisis minuciosos se encuentra en los mismos un número casi indefinido de elementos. Hablamos solamente de los de más “bulto”.

DEFECTOS DE LOS VINOS.- Hay casos en que los vinos tienen gustos y olores que proceden de defectos de elaboración o de los envases. Por ejemplo, a azufre, a tierra, a madera, a mohos, a metales…

ENFERMEDADES.- El vino se enferma como cada hijo de vecino. Hay ciertas bacterias que, en contacto con el aire, producen el picado de los vinos. Hay otras que, sin aire, perturban la calidad del vino.

Flores del vino. Ciertos vinos se enferman formando una capa de velo, nata o flor que al final es blanca.

La manita. Los vinos, con ella, son agridulces.

Enfermedad de la grasa. Con ella el vino se pone espeso como el aceite.

La vuelta. Ataca a los vinos tintos. Varios microbios unidos, de distinta especie, producen esta enfermedad.

Amargor. Lo dice el nombre.

En conclusión, el número de microbios y microorganismos que atacan a los vinos son muchísimos. Un buen enólogo o bodeguero, siempre en función de centinela, puede prevenir muchas enfermedades.

VINO ESPUMOSO (Champán).- Champán viene de Champaña, una región francesa. Lícitamente este nombre sólo puede utilizarse para los vinos que proceden de tal región. Pero, en general, se le llama champán al vino espumoso. Así lo entiende la gente.

Las zonas principales donde este vino se produce, en España, son: San Sadurní de Noya (Barcelona) y Perelada (Gerona).

Para obtener el espumoso blanco se suelen utilizar uvas tintas. A estas se les saca el jugo o pulpa, pero separándolo de la piel u hollejo para evitar la coloración tinta.

La elaboración se hace con gran delicadeza y esmero. Obtenido el vino por el procedimiento general, se suelen hacer mezclas para lograr una uniformidad de sabor con referencia a los años anteriores. Los vinos son, en principio, secos.

Antes del año se embotella. Y, al hacerlo, se le añade azúcar y levaduras. Por ello vuelve a producirse lentamente otra fermentación que dura varios años. En esta nueva fermentación surge bastante gas carbónico, que suele hacer fuerte presión en la botella.

Las botellas son especiales, muy resistentes. Y los tapones deben ser de corcho de la mejor calidad.

El vino espumoso embotellado se deposita en cuevas o sótanos con el fin de lograr una temperatura uniforme y otras ventajas.

Pasarán los años… Y hecho el vino se pone a la circulación comercial. Pero antes es preciso eliminar posos y cambiar los tapones. Se trata de operaciones sumamente cuidadosas. Conviene que quede en la botella el gas carbónico suficiente para que haga el “ruido” típico en su descorche.

Este momento de cambio de tapones se aprovecha para hacer en cada botella una “inyección” especial. Se trata de añadir lo que se llama licor de expedición. Este se compone de azúcar cande, cogñac y vino viejo. Con esto se da al vino el gusto adecuado y a satisfacción del posible consumidor.

Y se coloca el corcho, los bozales de alambre, papel de plata, etiquetado…

VINOS GENEROSOS.- Hay quien cree que los vinos generosos son vinos dulces. Pues no. Los vinos generosos son, en la mayoría de los casos, secos. Pero, claro, también pueden ser dulces.

Los vinos generosos que se producen en España son, en general, de gran calidad. He aquí los nombres de los pueblos que los producen: Jerez de la Frontera, Puerto de Santa María, Montilla, Lucena, Sanlúcar de Barrameda, Moriles, Rueda, La Seca, Pozáldez, Tarragona, Montánchez…

En estos tipos de vino cuenta mucho el aroma, el color y el sabor. Para elaborarlos hay que atar muchos cabos.

JEREZ.- Los terrenos de la zona gaditana donde se plantan las vides son de tres clases: Albarizas, Barros y Arenas. Las Albarizas son de la mejor calidad y blancas. Los Barros son pardos. Y las Arenas son tierras más sueltas.

Las cepas son de estas variedades: Palomino, Pedro Ximénez, Moscatel, Perruno, Albillo

La poda que se hace en Jerez es peculiar. Muy estudiada.

La elaboración de estos vinos obedece a los principios generales, pero muy condicionados. Los catadores son gente especial, especialísima, que marca rumbos… para la crianza y la obtención de los distintos tipos de vinos.

En principio, dentro del año, se obtiene un vino bueno, pero de tipo general. Logrado éste, con ayuda del tiempo y la orientación que señalan los catadores se obtienen las diferentes clases: Finos, Amontillados, Olorosos, Rayas…

Para cumplir lo que dicen los catadores se cuenta con “soleras”, vinos viejos, “criaderas” y la adición de alcoholes de la mejor calidad…

La mayoría de estos vinos se crían, además, con levaduras de flor. Y con bota abierta en algún tiempo. Se trata de unas levaduras distintas a las que actúan en la elaboración de los mostos corrientes.

MANZANILLA.- Se obtiene en Sanlúcar de Barrameda. Es un vino generoso que tiene un especial perfume, algo amargo y ligero.

Su color es pálido. Como una dama de la época romántica.

MONTILLA.- Los vinos de esta zona cordobesa y que comprende además Lucena, Moriles, Aguilar, Puente Genil… son también generosos.

Aquí se usa bastante la tinaja de barro para la fermentación del mosto. Pero la crianza del vino se hace en botas, en forma muy parecida a Jerez. Las botas son verdaderas pipas con cabida normal de treinta arrobas.

Colabora a la elaboración de estos vinos también la levadura de flor. Y los catadores.

La cepa más cultivada es la Pedro Ximénez. Y un poco las Baladí y Lairén.

A los vinos de esta tierra se les llama Vino de la Verdad porque salen al mercado con su alcohol natural, sin añadidos. Y de 16, 17 y 18 grados. Estos vinos, como los de Jerez, pueden llevar algo de yeso.

VINOS RANCIOS.- Estos son, generalmente, dulces. Los hay en Tarragona, Priorato, Alto Ampurdán.

Tienen mucho éxito entre señoras y caballeros. Y en horas punta…

MALVASÍA.- Es un vino dulce, de postre, que se obtiene con la cepa Malvasía. Es aromático y con un sabor delicioso. Se produce en Sitges (Barcelona). Y en Canarias.

MOSCATELES.- Son también vinos dulces. Y, generalmente, de excelente calidad. Los hay en Alicante, Castellón y otros puntos.

MÁLAGA.- Los vinos de Málaga son vinos de punto y aparte. Se obtienen de las cepas Pedro Ximénez y Moscatel.

Los hay: negro, lágrima y dulce.

Con pasificación de uvas y fermentaciones cortadas se obtienen distintos tipos. Vino Maestro, Dulce, Arrope, Tierno, Viejo y Color. Estos, a su vez, se mezclan. Pero a través de los años. Con parsimonia. Y, en fin, se obtienen los “málagas” que se ven en los escaparates de las tiendas.

Ciertos vinos catalanes

Vino, amor y literatura

Publicado en: Vino, Amor y Literatura (1971)

En el mes de septiembre de 1967 se me ocurrió dar un paseo turístico por Cataluña. Al acabar de comer en Igualada tomamos – me acompañaban dos hijas – la carretera de Vich. Aquí hay bastante que ver y que comer. (Me refiero al salchichón). En Moyá nos detenemos. Y es que en esta villa, en cierta ocasión, el doctor Marañón pronunció una conferencia Sobre el árbol o algo parecido.

En Ripoll, en el Monasterio, hay un pórtico que compite con el de Santiago de Compostela.

En Olot, a donde llegamos por la tarde, estaban de fiesta. Era el 8 de septiembre. Y vimos la procesión y el desfile de unos caballitos saltarines que, naturalmente, no conocíamos. Y también vimos su museo de pintura.

En Bañolas, al día siguiente, cuando el sol salía, en torno al lago, todo era paz y belleza.

Entramos de “arribada” en Rosas. Y aquí decidimos “limpiar fondos” durante tres días.

Como el tiempo era estupendo y la playa ad-hoc, los tres nos bañamos en aguas de Rosas.

Pero otro día se me antojó dar un paseo por la zona vitivinícola del Alto Ampurdán. En Perelada encontré unos vinos, de mesa y espumoso, que no sé cómo encarecer. Bien. Si algún día se le ocurriera a Sofía Loren venir a España para conocerme – y me temo que no va a venir – yo la invitaría a comer una fabada asturiana con vinos de Perelada. Tengo la seguridad de que, después de conocerme a mí y probar el convite dicho, volvería a Italia haciéndose cruces…

Los pueblos de la Costa Brava estaban atiborrados de turismo internacional.

En Barcelona me emociono un poco. Recuerdo que, de chaval, estuve allí viendo la Exposición Internacional. Ya ha llovido. Alguien me dice si conozco los vinos de Alella. Tengo que confesar que no. Pasé muy cerca y no lo sabía. Pero remedio la cosa comprando unas botellas en una tienda. Debo ir a Alella en otro viaje. Vale la pena.

Estuvimos en Villafranca del Panadés, Valls, Santa Creus, Montblanch, Poblet… En todos estos lugares adquirí vinos para “estudiar” en mi laboratorio particular.

Feliz año

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 19/26-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

HAY una época del año de subido valor emotivo y de particular interés de intimidad. Se sitúa en la última decena de diciembre. En ella están la Navidad primero y la Nochevieja después.

En esos días los miembros de las familias llevan o llevamos a los hogares, como las abejas, las máximas dulzuras.

Los que somos golosos de la buena fruta y de las confituras lo pasamos “bomba”. Entre las frutas está la uva. Y entre las confituras – yo las califico así – las pasas. Uvas de Almería o de donde sea. Y las pasas de Málaga, Denia…

Yo soy fiel a una tradición. Siempre, todos los años, me tomo en Nochevieja las doce uvas de la suerte al compás de las campanadas de un reloj. Y así, si hay algún día venturoso a través del año en mi vida, a las uvas se lo debo. Enlazo el efecto con la causa. Me parece natural.

La vitivinicultura ha sido siempre bien mirada por la Iglesia católica. Recuérdense los diferentes pasajes de la Biblia que hablan del vino y el uso diario que los sacerdotes hacen del mismo.

Por su parte, los creadores del estilo barroco o churrigueresco han elevado las uvas, casi divinizándolas, a los altares. Las columnas salomónicas de ese estilo están contorneadas con sarmientos de vid con sus frutos dorados. Y nosotros, cuando se da el caso, al hacer nuestras prácticas religiosas, en determinados templos, nos postramos de hinojos teniendo delante santos y racimos de uvas.

Somos muchos los que hacemos de este fruto un alimento preferido, en tanto lo hay, claro. Y entre personajes importantes de la literatura española tenemos excelentes “compañeros”. En el Quijote se lee lo siguiente: “Levantóse, en fin, el señor gobernador, y por orden del doctor Pedro Recio le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas”.

Es de notar la avidez y el cómo saboreaban las uvas Lazarillo de Tormes y su amo ciego. Copio del delicioso libro: “Acaesció que llegando a un lugar que llaman Almorox (Toledo) al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador les dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel tornábase mosto y lo que a él se llegaba.

Acordó de hacer un banquete, así por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dixo:

“ – Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hagas dél tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos y desta suerte no habrá engaño.

“Hecho así el concierto comenzamos, mas luego al segundo lance el traidor mudó el propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debía hacer lo mesmo. Como vio que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, más aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dixo:

“- Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que te has comido las uvas tres a tres.

“- No comí – dixe yo -, mas ¿por qué sospecháis eso?

“Respondió el sagacísimo ciego:

– ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que yo las comí tres aires y tú callabas.

Samaniego, que no en balde era de una región de uvas, La Guardia (Álava), nos dejó una fábula, la de «La zorra y las uvas», que es ejemplar. Veamos su final:

 “Al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas,
miró, saltó y anduvo en probaturas,
pero vio el imposible ya de fijo,
y entonces fue cuando la zorra dijo:
“No las quiero comer, no están maduras”.
No por esto te muestres impaciente
si se te frustra, Fabio, algún intento.
Aplica bien el cuento
y di: “No están maduras”, frescamente”.

Ahora veo claramente la eficacia pedagógica de esta fábula que los maestros de mi tiempo enseñaban a los niños. Somos muchos los hombres decididamente admiradores del amor y de sus causas. No me extraña nada que amigos míos, maridos, cuando ven mujeres hermosas digan, con honda pena por supuesto, como una raposa cualquiera:

– ¡No están maduras!

Quevedo

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 12-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

VUELVO sobre el tema Quevedo, poeta, y el vino. Pero creo que conviene hacer algunas precisiones sobre el estado de la cuestión “poesía”. Y sólo para algunos posibles lectores. Para otros no hace falta.

La poesía, antes que ser razón, es misterio. Y siendo misterio es encanto. Y por ser encanto es emoción. La poesía no es, no debe ser, para tener calidad, absolutamente clara y razonable. Tiene que ser otra cosa. Claridad y obscuridad mezcladas le van bien. Algo así como una mujer que dice que no con la boca y, sin embargo, al mismo tiempo, dice que con la mirada. Se dan casos.

Guillermo de Torre, crítico literario enterado, cita opiniones que te confirman en el criterio expuesto. Por ejemplo, el poeta inglés T. S. Eliot, premio Nobel, fallecido hace pocos años, decía que no estaba seguro de haber entendido todos los pasajes de un Shakespeare, sin dejar por ello de admirarle menos. Jaques Maritain acertaba a delimitar algo muy obvio: la diferencia entre el sentido poético y el sentido lógico. Más todavía, Herber Read exaltaba sin atenuantes la obscuridad como valor poético.

Ortega y Gasset y Baroja tuvieron una vez una discusión. Ortega decía que la gente lee lo que entiende. Y, por el contrario, Baroja opinaba que la gente lee, con más frecuencia, lo que no entiende.

En la vida diaria, corriente, estamos rodeados de muchas cosas que no entendemos con claridad y las aceptamos sin inconveniente. En diversas ocasiones he oído a maridos, más bien antiguos maridos, decir algo parecido a esto:

– A mi mujer no hay quien la entienda.

Y era verdad. Pero esos maridos no se dan cuenta de lo que no se entiende en las mujeres tiene todo el encanto de lo misterioso. Y que es este “no entender” lo que les ata más a ellas.

Quevedo, uno de los más altos y al mismo tiempo uno de los más hondos poetas de la historia literaria española, se sirvió del vino para darnos las más bellas imágenes en el arte de la poesía.

De ésta, de la poesía, dijo Cervantes, entre otras cosas: “Ella es hecha de una alquimia de tal virtud que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo, de inestimable precio”.

Y ahora, sin explicaciones, voy a reproducir cinco sonetos de Quevedo donde el vino juega un papel importante. A mí me parecen estupendos, pero cada uno debe arreglárselas como pueda para sacarles su jugo emocional.

Castiga a los glotones y bebedores que con los desórdenes suyos aceleran la enfermedad y la vejez

 Que los años por ti vueles tan leves
pides a Dios, que el rostro sus pisadas
no sienta, y que, las greñas bien peinadas,
no pase corva la vejez sus nieves.

Esto le pides y, borracho, bebes
las vendimias en tazas coronadas;
y para el vientre tuyo, las manadas
que Apulia pasta son bocados breves.

A Dios le pides lo que tú te quitas;
la enfermedad y la vejez te tragas,
y estar de ellas exento solicitas.

Pero en rugosa piel las deudas pagas
de las embriagueces que vomitas,
y en la salud que, comilón, estragas.

Al rey Baltasar, cuando profanó en el convite los vasos sagrados del templo

De los misterios a los brindis llevas,
¡oh Baltasar! los vasos más divinos,
y de los sacrificios a los vinos
en que injurias de Dios profano bebas.

Que a disfamar los cálices te atrevas,
que vinieron del templo peregrinos,
juntando a ceremonias desatinos
en la vajilla de blasfemias nuevas.

Después de haber, sacrílego, bebido
toda la edad de Baco en urna santa,
mojado el seso y húmedo el sentido,

ver una mano en la pared te espanta,
habiendo tu garganta merecido
(no que escribas) que corte tu garganta.

Médico que, para el mal que no quita, receta muchos

  La losa en sortijón pronosticada,
y por boca una sala de viuda,
la habla entre ventosas y entre ayuda,
con el denle a cenar poquito o nada.

La mula en el zaguán tumba enfrenada,
y por julio, un arrópenle si suda;
no beba vino, menos agua cruda;
la hembra, ni por sueños ni pintada.

Haz la cuenta conmigo, dotorcillo,
para guitarme un mal, ¿me das mil males?
¿Estudias medicina o Peralvillo?

Desta cura me pides ocho reales;
yo quiero hembra, y vino, y tabardillo,
y gasten tu salud los hospitales.

Otro soneto

 Estos son los obreros de rapiña,
que, viniendo a la viña los postreros
 trabajan menos, ganan más dineros
y aprisionan al dueño de la viña.

Al padre de la viña se le aliña
gentil vendimia en estos jornaleros,
pues el vino le encierran en sus cueros,
podan el pago y roban la campiña.

Ya que a la viña del Señor no vienen,
al señor de la vida has agarrado,
menos puras las almas que las cubas.

Y por miedo que al Profeta tienen,
al revés de la viña del pecado,
siendo Labrusca, se hacen unas uvas.

Gabacho, tendero de zorra continua

 Esta cantina revestida en faz;
esta vendimia en hábito soez;
este pellejo, que con media nuez
queda con una cuba taz a taz;

esta uva, que nunca ha sido agraz,
el que una vez bebe otra vez;
esta, que dejan a sorbos pez con pez
las bodegas de Ocaña y Santorcaz;

este, de quien Panarra fue aprendiz,
que es pulgón de la vina su testuz,
pantasma de las botas su nariz,

es mona que a los jarros hace el buz,
es zorra que al vender se vuelve miz,
es racimo mirándola a la luz.

(…y añade estos dos sonetos en el capítulo del libro, “Vino, Amor y Literatura”)

Bebe vino precioso con mosquitos dentro

  Tudescos moscos de los sorbos finos
caspa de las azumbres más sabrosas
que porque el fuego tiene mariposas
queréis que el mosto tenga marivinos.

Aves luquetes, átomos mezquinos,
motas borrachas, pájaras vinosas,
pelusas de los vinos envidiosas,
abejas de la miel de los tocinos,

liendres de la vendimia, yo os admito
en mi gaznate, pues tenéis por soga
al nieto de la vid, licor bendito.

Toma en el trago hacia mi nuez la boga,
que, bebiéndoos a todos, me desquito
del vino que bebisteis y os ahoga.

Prefiere la hartura y sosiego mendigo a la inquietud magnífica de los poderosos

  Mejor me sabe en un cantón la sopa
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico, que se engulle todo el mapa,
muchos años de vino en ancha copa.

Bendita fue de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa;
más quiere menos sastre que más capa;
que hay ladrones de seda, no de estopa.

Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien me sepa;
somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.

Más descansa quien mira que quien trepa;
regüeldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a fortuna, yo a la cepa.

Tiempo de uvas y vino nuevo. La vendimia

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 24-10-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

LAS UVAS DE LA BELLA, DE CUANDO CIRO BAYO VENDIMIABA PARA PAGARSE SU VUELTA A ESPAÑA

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

La vendimia es una faena de recolección de frutos. Los que hemos nacido en hogar agrícola sabemos de las emociones a que da lugar la recogida de frutos pendientes. Alegría y temor conjuntamente. Alegría al ver culminados los esfuerzos de tantas labores y operaciones realizadas en los cultivos. Y temor porque, a última hora, con demasiada frecuencia, viene “el tío Paco” con la rebaja de esas alegrías. El tiempo, con sus impertinencias, actúa de aguafiestas. Y, sobre todo, las lluvias. Los frutos del campo, cualesquiera que sean, quedan notoriamente perjudicados cuando se recolectan con humedades.

A pesar de todo, los agricultores españoles, por razones profundamente sicológicas y por herencia, en las faenas de recogida de frutos se “sueltan el pelo” y se dedican al musiqueo y al bailoteo.

No me es posible olvidar mi infancia y juventud en las esfoyazas o esfoyois – deshojado del maíz en los hogares asturianos – acabada la recogida. Aquí suena la gaita, el tambor y, a veces, el acordeón. Y con todas las consecuencias que esto trae consigo.

Pero la operación recolectora más española, más nacional, es la vendimia. Hay viñedos en casi toda España. Y en cada región le dan a la “manivela de la alegría” con su estilo peculiar.

Hay que reconocer, sin embargo, que en los últimos tiempos las fiestas de la vendimia tienen una apariencia unificada. En la recogida de la uva y su pisado, el vitivinicultor español se siente decididamente partidario de la monarquía electiva y nos da unas reinas con sus damas de honor que quitan el hipo… Y con ello nos hacen ver encantadoras primaveras en el otoño. A mí, particularmente, no me molestaría nada ser rey consorte en este tipo de monarquía.

En el pasado año – última decena de octubre – he visto la vendimia en Cebreros. Por casualidad. Yo iba hacia Andalucía – Huelva y Córdoba – para hacer lo que me gusta, probar vinos “sobre el terreno”. Al detenerme en Cebreros, sentado sobre una roca granítica, en medio de un paisaje de sierra, velazqueño, lo pasé muy bien. Vi los carros castellanos con sus mulas y los cestillos altos, color caoba, rebosantes de racimos. Pero el color dorado lo cubría todo: el sol de la tarde, las hojas de la vid y los sombreros de las vendimiadoras.

Más adelante, en ruta, un poco antes de legar a Torrijos me ocurrió un hecho altamente emotivo. Casi anochecía. Un tractor llevaba un remolque cargado de vendimiadoras. Y éstas, al verme adelantar y sin saber quién era, claro, me ofrecieron racimos de uvas tintas. A pocos metros de distancia detuve el coche, aparqué en forma y me fui hacia el remolque a buscar el regalo tan espontáneamente ofrecido. Acepté dos racimos hermosos. Quise, para corresponder, darles algún dinero y que después, en Torrijos, se compraran unos bombones. Pero con la máxima energía rechazaron mi pretendido regalo.

Las vendimiadoras de Torrijos, representantes sin duda de todas las vendimiadoras de España, me hicieron el más estupendo homenaje que se puede hacer “al vinícola desconocido”.

Después, en Manzanares, donde hice noche, cené los dos racimos de uvas dulcísimas. Que así me gustan.

He de referirme ahora a un vendimiador curiosísimo. Se trata de don Ciro Bayo, íntimo amigo de don Pío Baroja. Don Ciro, abogado y escritor singular, a comienzos de siglo hizo un viaje por media España, a pie y sin dinero. Salió de Madrid, bajó hasta Sevilla y se fue después por todo el Levante hasta Barcelona. Para sostenerse, durante algunos días del camino se dedicaba a trabajar a jornal para algún agricultor en las más variadas faenas. En cuanto reunía algunas pesetas proseguía el viaje. Y así todo el camino.

Cuando llegó a la provincia de Castellón, en “una aldea cuyo nombre no hace al caso – dice -, pero que desde ella en días serenos se ven las islas Columbretes, así llamadas por que se columbran desde la costa castellonense”, se hizo vendimiador. “Como los demás jornaleros, habían de trabajar de sol a sol, descontando dos horas al mediodía, por tres pesetas de jornal, una hogaza para todo el día, dos comidas diarias y vino a discreción”.

Acabada la vendimia, que fue a los tres días de mi contrata, quise echar el resto y ayudé a la pisa. Allá en el lagar, con otros compañeros, bailé diabólica danza, atabaleando, pisando y estrujando montones de uvas con los pies. Los próvidos racimos se reducen a escobajos, en tanto que el mosto, saliendo por un canal, se vierte en las tinajas donde ha de fermentar, hasta que una mano industriosa lo envase después vinificado”.

Todo esto lo dice don Ciro en su libro Lazarillo Español, obra premiada por la Real Academia Española.

Pepitas

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 12-9-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

La uva no es materia madre para hacer el vino. Es materia “prima”.

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El que toma mucho vino de pasto corre el riesgo de sentirse… “vaca”.

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En Sevilla y otros pueblos andaluces, por Semana Santa, el vino es el carburante de ese “motor” que se llama costalero.

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En la provincia de Cádiz se produce y se bebe mucho vino.

Es para apagar la sed que produce tanta…sal.

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Los vinos “enyesados” ocultan, tal vez, alguna lesión.

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El vino de San Martín es un vino de bastante capa. ¡Falta le hace!

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En una ocasión, sin saber cómo ni por qué, me encontraba en un pueblo de Cuenca que se llama Arrancacepas.

– ¿Y hay allí viñedos? – preguntará el lector.

– ¡Ya no!

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El vino andaluz de “rayas” es un vino pedagógico, para principiantes.

¡Es un vino de palotes!

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El vino tostado de Ribadavia es dulce y con un aroma delicioso. Debiera ser el vino de moda en las playas.

Si las mujeres van a ellas a tostarse por fuera. ¿Por qué no se deciden a hacerlo también por dentro?

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He podido comprobar que a las mujeres les gusta con preferencia el vino de aguja.

Ellas, las pobres, ¡siempre tan laboriosas!

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Las levaduras, en la formación del vino, actúan como los atletas por relevos. Primero las apiculadas. Después la elípticas. Y éstas, por fin, ceden los trastos a la levadura Pasteur.

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Copio de Ortega y Gasset: “La felicidad – decía Marimée – es como una gana de dormir”.

La historia de la literatura española está llena de personajes que tienen ganas de dormir y se duermen después de haber bebido vino. Citemos uno solamente, Sancho Panza. Éste, en diversas ocasiones, después de apurar la bota, se duerme como un bendito.

No se pierde nada con imitar a Sancho.

ALEJANDRO SELA

Quevedo, poeta del vino

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 15-8-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

Envío.- A Don José María de Soroa y Pineda, madrileño como Quevedo y maestro mío en la Moncloa. EL AUTOR

La Torre de Juan Abad es un pueblecillo de La Mancha, abierto, encantador, en la provincia de Ciudad Real. Hace pocos años estuve allí. Entré por la carretera de Montiel y Almedina. Y salí por la de Cózar y Villanueva de los Infantes.

Yo fui a la Torre como peregrino. Admiro a don Francisco de Quevedo como fenomenal amador… de lo que hay que amar.

La Torre de Juan Abad perteneció en su totalidad en censo, en señorío, al ilustre cojo. Lo había heredado de su madre. Y allí solía pasar lo que ahora llamamos vacaciones.

Quevedo, en su poesía, nos explica, en profundidad, lo que ocurre en nuestro espíritu, las reacciones que en este se dan cuando en los avatares de la vida las mujeres le dicen a uno que sí o que no. Y siempre a requerimientos nuestros, claro.

En los últimos tiempos mi admiración por Quevedo, no debilitada en ningún momento, ha subido, si cabe, todavía más. Ahora, para mí, sigue siendo el gran poeta del amor. Y el mejor poeta del vino. No lo dudo.

Quevedo era extraordinariamente inteligente. Y un gran trabajador. Estudiaba mientras comía, en el coche cuando viajaba. Y casi casi se puede decir que estudiaba cuando dormía. Nació en Madrid en el año 1580 y murió en Villanueva de los Infantes en septiembre de 1645.

En su tiempo La Torre tenía viñedos. Ahora también.

Quevedo fue el gran español del humor, de positiva gracia. Y con unan “chispa” profunda y desconcertante.

El vino, como idea, le fluía a la punta de la pluma. Naturalmente.

Él bebía. En una carta al duque de Medinaceli, dice: “…y admirándose de que yo como y bebo…”.

Blanco de sus saetas lo fueron muchas veces los taberneros.

Sueño del Juicio Final.- En este juicio “iba sudando un tabernero de congoja, tanto que, cansado, se dejaba caer a cada paso, y a mí me pareció que le dijo el demonio:

– Harto es que sudéis el agua no nos la vendáis por vino”.

En el mismo Sueño: “En esto dieron con muchos taberneros en el puesto, y fueron acusados de que habían muerto cantidad de sed a traición vendiendo agua por vino. Estos venían confiados de que habían dado a un hospital siempre vino puro para las misas; pero no les valió, ni a los sastres decir que habían vestido jesuses, y así todos fueron despachados como siempre se esperaba”.

En el Alguacil Endemoniado se dice: “Y un aguador que dijo haber vendido agua fría, fue llevado con los taberneros”.

Se refiere a los taberneros de la Torre de Juan Abad:

  Los taberneros de acá
no son nada llovedizos,
y así hallarán antes polvo
que humedades en el vino.

En una jácara se lee:

  Fue tabernero en Sevilla; 
as sedes se lo perdonen
pues midió lluvias morenas
con apellido de aloque.

En otra jácara:

  Porque después de las copas
andan muy bien las espadas,
que con agua fría pendencia
será prudencia de ranas.

El príncipe de Gales viene a España. En su honor se celebra en Madrid una fiesta de toros. Pero hace mal tiempo y llueve:

 Floris, la fiesta pasada
tan rica de caballeros,
si la hicieran taberneros
no saliera más aguada.

En el Sueño del Infierno: “Un demonio le pregunta a Mahoma, que acaba de llegar:

– Picarón -dice-, ¿por qué vedaste el vino a los tuyos?

Y respondió que porque si tras las borracheras que les dije en mi Alcorán les permitiera las del vino, todos fueran borrachos.

En el Buscón Pablo habla de su padre: “Dicen que era de muy buena cepa y, según él bebía, es cosa para creer”.

Astrana Marín refiere que Quevedo dedicó una obrecilla al duque de Osuna, donde “tan elegantemente se canta al vino, a Eros…

He aquí una parte:

  Sobre estos mirtos tiernos
y sobre verde lodo,
beberé recostado
en apacibles ocios.

O bien:

Mezclemos con el vino diligentes
la rosa dedicada a los amores.

Se refiere a Lope de Vega:

 Sus “suavidades (llamaste)
de arrope”, y has acertado
que es mosto dulce, y él hizo
dulce el mosto con su canto.

Felipe IV, de quien era secretario Quevedo, viaja hacia Andalucía. Duermen en la Membrilla “donde el sueño se midió por azumbres, y hubo montería de jarros, donde los gaznates corrieron zorras: hubo pendencias y descuidos de ropas”. En fin, que en el beber se exageró la nota.

Quevedo viaja con mal tiempo: “Fue la lluvia prolija, y yo temía más el vino en el cochero que el agua en el camino”.

En su época, el famoso Juanelo, a modo de ingeniero, trata de subir el agua del Tajo a Toledo. Inventó un artificio. De él decía Quevedo:

  Flamenco dice que fue
 y sorbedor de lo puro;
muy mal con el agua estaba
que en tal trabajo le puso.

Romance:

Besárante como al jarro
borracho bebedor besa.

Otro romance:

Escurrida como azumbre
del vino caro de Yepes.

El vino de Yepes siempre fue famoso. Tirso de Molina lo cita en sus Cigarrales de Toledo.

El doctor Marañón lo daba a sus invitados en su Cigarral de Menores. Yo estuve en Yepes. Su vino es blanco, fresco, muy rico.

  Sed a sed los españoles
aguardaremos al Cid,
que a pie bebemos a Toro
y a caballo a San Martín.

Este San Martín es San Martín de Valdeiglesias, siempre célebre por sus vinos. Otros le llaman simplemente al vino de este pueblo vino del Santo. También lo conozco y vale la pena dar una vuelta por allí.

Otro romance:

  Ribadavia, mi garganta
la tengo ofrecida a ti
por el San Blas de sus secas
sin humedades del Sil.

Otro:

 Yo hablaba, mas no le oía
porque sin duda el jarabe
de Esquivias le habrá subido
a las regiones mentales.

Y otro:

  Cuatro mohosos ojuelos
moradores del cogote
cuyas niñas eran viejas
y cuyo llanto era arrope.

Canción:

Que el vino
y el amor andan en cueros.

Sí. Recuérdese a Cupido.

Otra canción:

Que en lo que toca a besos, comedido,
menos de los que das al jarro pido.

Y otra:

Mira que tan afecta al santo eres 
que a San Martín la sangre beber quieres.

Lira:

 Pensaba yo, cuitado,
que allí había de ser muy regalado
pues los padres teatinos
beben siempre decrépitos los vinos;
y tan buenos a veces
que se pueden beber hasta las heces.

Poema de Los sopones de Salamanca:

  Uva, si quieres subir
a la cabeza después,
hante de pisar los pies
que no hay medrar sin sufrir.

Poema de los borrachos:

  Echando chispas de vino
y con la sed borrascosa,
lanzando en ojos de Yepes
llamas del tinto de Coca,
salen de blanco de Toro
hechos retos de Zamora
venidas de Sahagún
las cubas, que no las hojas.
Mondoñedo, el de Jerez
tras Ganchoso el de Carmona
de su majestad de Baco.
… … … … … … …
sumideros del vino
temed sus tretas
que, apuntando a las tripas,
da en la cabeza.

Sátira a una borracha:

 Mariquilla dio en borracha;
y ya todos en la aldea
han dado ahora en decirla
Mari-cuela.
Que no ha de morir en agua
es el signo de su estrella
que uno a decirlo vino
de Lucena.
… … … … … …  
Nadie la tenga por santa
aunque arrobada la vea;
 que con un “Pedro Ximénez”
se la pega.

Pepitas

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 20-6-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol

El “sombrero” de los mostos a veces está en el fondo de la cuba. Es decir, en los pies.

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Se dice en algunas partes: “La madre cría al vino”, Si es así, no queda otro remedio no queda otro remedio que reconocer que hay vinos de “mala madre”.

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Las uvas, en el envero, viven como “señoritas de piso”.

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Se cree que a ciertos turistas les gustaría ser, en Jerez, “clara de huevo”. ¡Y quedarse a “vivir” allí!

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Las abejas, en la colmena, tienen una reina. Y en las fiestas de las vendimias también hay otra reina.

Se trata de monarquías sin… soberano.

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Los podadores son los “peluqueros” del viñedo.

La Celestina y el vino

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 25-4-1970/2-5-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

(Concurso Literario sobre el Vino)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol

La Celestina no era una distinguida señorita.

Cuando Rojas le hace salir a escena estaba viuda. Era, pues, una señora.

Su marido la amaba con todo cariño… El procuraba siempre tenerle en casa “un cuero lleno y otro vacío”, “Jamás me acosté – dice – sin comer una tostada en vino y dos docenas de sorbos, por amor de la madre, tras cada sopa”. Su marido cumplía, por supuesto, con su deber. Obras son amores.

Sin embargo, después, sola, “cuando todo cuelga de mí, en un jarrillo mal pegado me lo traen que no cabe dos azumbres”. (Cada azumbre llevaba algo más de dos litros.)

Otras veces, la pobre, tiene que ir a por él. “Seis veces al día tengo de salir, por mi pecado, con mis canas a cuestas, a le henchir a la taberna”. Esto le ocupa, naturalmente, tiempo. Y para evitar esta incomodidad dice: “Mas no muera yo muerte hasta que me vea con un cuero o tinaja de mis puertas adentro. Que en mi ánima no hay otra provisión, que, como dicen: pan y vino anda camino, que no mozo garrido”.

Todo esto se lo dice Celestina a Melibea. Y añade: “Así que donde no hay varón todo bien fallece; con mal está el uso cuando la barba no anda de suso”.

Analicemos. La Celestina, de lo dicho, se deduce que es una viuda que no olvida a su marido. Es una viuda enamorada… Y que cree que Melibea debe tener su varón para saber lo que es bueno… O, en otras palabras, que el mejor regalo que puede haber para una mujer es un marido. Por la experiencia que tengo creo que La Celestina está en lo cierto. Por esto sólo, y no es poco, esta señora me inspira una gran simpatía. (Por la parte que me toca, como varón y como marido, esta actitud me produce una indudable emoción. ¡Gracias, Celestina!)

El calor es vida. De día y de noche. En verano y en invierno. “Pues de noche en invierno no hay tal escallentador de cama”. “Que con dos jarrillos destos que beba cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche”. “Desto – de vino – aforro todos mis vestidos cuando viene la Navidad”. «Esto me calienta la sangre”. “Esto me hace andar siempre alegre”. “Esto me para fresca.” “De esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año”. “Que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días”. Se ve, para Celestina, que es más importante el beber que el comer. Naturalmente. El vino es un alimento.

“Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral”.

“Esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza”. “Pone color al descolorido”. “Coraje al cobarde”. “Al flojo diligencia”. “Conforta los cerebros”. “Saca el frío del estómago”. “Quita el hedor del hálito”. “Hace potentes los fríos”.

Sigamos. “Hace sufrir los afanes de las labranzas”. “A los cansados segadores hace sudar toda agua mala”. “Sana el romadizo y las muelas”.

Más. “Sostiénese sin heder en la mar, lo cual no hace el agua”. Claro, el agua en el mar, en los barcos, se pudre. Y el vino queda invicto.

“Más propiedades te diría dello que todos tenéis cabellos”. ¡Ya es saber!

“Así, que no sé quien no se goce en mentallo”. “No tiene sino una tacha: que lo bueno vale caro y lo malo hace daño”. “Así que con lo que sana el hígado enferma la bolsa”.

¿Se puede decir más y mejor en loa del vino?

“Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para eso poco que bebo. Una sola docena de veces a cada comida”. ¡Vaya! No está mal.

La Celestina sabía beber: “¿Pues vino? No me sobraba de lo mejor que se bebía en la ciudad, venido de diversas partes: de Mombiedro, de Luque, de Toro, de Madrigal, de San Martín y de otros muchos lugares, y tantos que, aunque tengo la diferencia de los gustos y sabor en la boca, no tengo la diversidad de sus tierras en la memoria”. Esto se llama beber con sentido. La Celestina bebía, sencillamente, con conocimiento de causa.

Oigamos ahora una confesión sorprendente: “Qué harto es que una vieja como yo, en oliendo cualquier vino, diga de donde es”. Esto es, a mi juicio, tener auténtica cultura de vinos. Es apreciar el bouquet. De verdad.

Celestina, hablando con Pármeno, hace un elogio de la mamá de éste, su amiga de antaño, fallecida. Habla: “En mi ánima, descubierta se iba hasta el cabo de la ciudad con jarro en la mano, que en todo el camino no oía peor de: Señora Claudina”.

Y osadas (ciertamente) que otra conocía peor el vino y cualquier mercadería”. “Cuando pensaba que no era llegada, era de vuelta”. “Allá la convidaban, según el amor que todos la tenían”. “Que jamás volvía sin ocho o diez gustaduras, un azumbre en el jarro y otro en el cuerpo”.

Así le fiaban dos o tres arrobas en veces, como sobre una taza de plata. Su palabra era prenda de oro en cuantos bodegones había”.

“Si íbamos por la calle, donde quiera que hubiésemos sed entrábamos en la primera taberna y luego mandaba echar media azumbre para mojar la boca”. “Más a mi cargo que no le quitaran la toca por ello, sino cuanto la rayaban en su taja”.

La Celestina, no hay duda, rendía culto a la amistad.

Pondré cabe mi este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo”. Y, en cierto modo, repite la idea: “Esto me sostiene continuo en mi ser”.

Ningún autor, que yo sepa, toma esto en consideración. Sobre esta idea básica pervive en los comentaristas el velo indiferente del silencio. Menéndez y Pelayo, Cejador, Azorín, Maeztu, etcétera.

Estos señores nos hablan de los efectos: de la actuación “profesional” y, en cierto modo, “social” de Celestina. Y olvidan las causas determinantes de una vida, de un ser. El vino es consustancial con la célebre viuda.

Sin vino la Celestina no sería un tipo humano de gran relieve. Sería una mujer vulgar, un ser sin iniciativas, una paria. El vino la hace mujer fuerte, temperamental y resolutiva.

Fernando de Rojas, autor de La Celestina, era natural de La Puebla de Montalbán y ejercía su profesión de abogado en Talavera de la Reina, ambos pueblos de la provincia de Toledo. Vivió, pues, en una zona vitivinícola. Sus ideas, las expuestas sobre el vino, tienen el enorme valor de ser originales. Sin antecedentes. La mayoría de las ideas filosóficas contenidas en La Celestina, según los expertos, están tomadas de autores griegos y latinos. Si bien, es cierto, tocadas por la mano genial de Rojas. De la verdad de las ideas vinícolas esos expertos no dicen ni pío… Y es que los “grandes” de la literatura española cuando han querido, por comisión u omisión, hacer el tonto, lo han logrado de un modo… perfecto. La Celestina se publicó, en edición conocida, en el año 1499.

Sigamos con el texto celestinesco: “Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar”. “Porque quien la miel trata, siempre se le pega dello”. Y añado yo: Dime con quién andan y te diré quién eres. La Celestina anda con vino. Ella es, pues, vino. ¡Y con certificado de origen!