Más Quevedo

Vino, amor y literatura

Publicado en: Vino, Amor y Literatura (1971)

Todos los actos de nuestra vida tienen una causa o causas. Los hacemos por algo. A tal efecto los filósofos hablan, muchas veces, de causa próxima o de causa remota. ¿Cuál es la más importante? ¿Cuál es decisiva?

El estudio y la correspondiente reflexión puede ser motivo de muchas cosas. La cultura nos da nuevos ángulos de visión frente a los problemas. El conocimiento nos compromete.

La lectura de cierta poesía y su estudio ¿nos puede llevar a un más amplio conocimiento del vino? Yo no lo dudo. Siempre y cuando, claro está, se trate de poesía solvente.

El vino se puede ver como objeto comercial, como coadyuvante de una fiesta o como objeto de un estudio químico. O como causa de una filosofía o una poesía.

Dice Azorín: “El ideal humano – la justicia, el progreso – no es sino una cuestión de sensibilidad. Este arte, la poesía, no tiene por objetivo más que la belleza y nada más que la belleza al darnos una visión honda, aguda y nueva de la vida y de las cosas, afina nuestra sensibilidad, hace que veamos, que comprendamos, que sintamos lo que antes no veíamos, ni comprendíamos ni sentíamos. Un paso más en la civilización se habrá logrado; en adelante la visión del mundo será otra y nuestro sentir no podrá tolerar sin contrariedad, sin dolor, sin protesta, lo que antes tolerábamos indiferentemente; y, por otro lado, ansiará férvidamente lo que antes no sentíamos: necesidad de ansiar. El concepto del dolor ajeno, del sufrimiento ajeno, habrá sido modificado, agrandado, sublimado, al ser identificada y afinada la sensibilidad humana.”

Convencido de la certeza o verdad de estos ideales, me parece que no está de más seguir desempolvando y poniendo a flote la poesía de Quevedo. Hombres de su categoría intelectual hemos tenido pocos. No conviene desaprovechar ni una brizna de sus pensamientos. Y teniendo en cuenta que la poesía de tal señor va envuelta en filosofía, en paradoja, en humor, en misterio. Y en una emoción indefinible.

Vayamos viendo

Al mosquito del vino

 Mota borracha, golosa,
de sorbos ave luquete;
mosco irlandés del sorbete
y del vino mariposa.
De cuba rara vinosa
liendre del tufo más fino,
y de la miel del tocino
abeja, supla mosquito:
yo te bebo, y me desquito
lo que me bebes de vino.

A una dama vinosa

 y, si a bañarse en Baco el uso empieza,
subiráse luego a la cabeza
. . . . . .
No pongas en mi amor, ¡oh, reina!, tacha
que del amor se dice que emborracha.
. . . . . .
quejas al cielo doy de tu inclemencia
pues desprecias dormir con mi persona
echándote a dormir con una mona.

A mi señora Doña Ana Chanflón, fundidora de gustos, que de puro añeja se pasa la noche como cuarto falso.

Con enaguas la tusona
me parece una campana
y, como de fiesta va,
todos van a repicalla.
En-aguas no ha de llamarse
que es contradicción muy clara;
llámese en-vino, pues vemos
que el apetito emborracha.

Sátira de Don Francisco de Quevedo a un amigo suyo

 Y pues ponen por señas en tabernas
del vino que se vende, un verde ramo
o de una blanca sábana dos piernas.

Abunda en los autores clásicos la referencia de que en las tabernas donde había vino se ponía como indicativo un ramo verde.

Liras

El vino de manera
que el mismo Baco lo desconociera;
y un Jesús bien grabado
en el jarro. ¡Oh Cristo bautizado!
Al pronto hechas
mil vidriosas copas nada estrechas;
y en búcaros vistosos
antiguos vinos dulces y olorosos;
y el dios Baco brindaba
haciendo la razón que les faltaba.

A Mur

Si el vino zambolotudo;
que llama supia el picaño
doma tu sed todo el año
en el más barato embudo

Epigrama

 descansando la mano en un bufete,
tan crespo de copete
siendo indigno botero
hizo en Granada de vestir el vino
y fue su ejecutoria
salvoconducto de cualquier cochino.
Es imposible hacerse pepitoria
de su honor, de su hacienda y su nobleza
por no tener jamás pies ni cabeza.

LOS REFRANES DEL VIEJO CELOSO

Entremés

Justa, que tiene, a lo que imagino
todas las propiedades del buen vino.
Buen color, buen olor, más quien se atreve
a decir del sabor sin que lo pruebe

Los valentones y destreza

Entró de capa caída
como los valientes andan,
azumbrada la cabeza
y bebida la palabra.
Tajo no le tiro
menos le bebo;
estocadas de vino
son cuantas pego.

Los nadadores

Al agua no le temen
ni mis brazos ni espaldas,
mi gaznate está solo
reñido con el agua.
Yo soy pez de la bota
yo soy tenca Yllana,
y soy el peje Osorio
y el barbo de la barba.
De Sahagún soy cuba,
de San Martín soy taza,
soy alano de Toro
y soy de Coca Marta.
Soy mosquito profeso,
soy aprendiz de rana;
de Taberna y de loco
tengo el ramo, que basta.

Los Borrachos

 Siendo borrachos de asiento
andan ya de sopa en sopa,
con la sed tan de camino
que no se quitan las botas.
Vino y valentía
todo emborracha;
más me atengo a las copas
que a las espadas.
Todo es de lo caro
si riño o si bebo,
o con cirujanos,
o taberneros.

Romance

 Erase que era
(y es cuento gracioso)
de una viejecita
de tiempo de moros.
Pasa en lo arrugado
del anciano rostro,
uva en lo borracho
higo en lo redondo.

ROMANCE

La vida poltrona

 Yo, que he conocido
de este siglo el juego
para mí me vivo,
para mí me bebo.
. . . . . .
Que lo que yo anduve
ahorrando en cueros
glotón y borracho
él lo gaste en ellos.

Romance

 Los paños franceses
no abrigan lo medio
que una santa bota
de lo de Alaejos.
Después de yo muerto
ni viña ni huerto;
y para que viva
el huerto y la viña.

Quevedo

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 12-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

VUELVO sobre el tema Quevedo, poeta, y el vino. Pero creo que conviene hacer algunas precisiones sobre el estado de la cuestión “poesía”. Y sólo para algunos posibles lectores. Para otros no hace falta.

La poesía, antes que ser razón, es misterio. Y siendo misterio es encanto. Y por ser encanto es emoción. La poesía no es, no debe ser, para tener calidad, absolutamente clara y razonable. Tiene que ser otra cosa. Claridad y obscuridad mezcladas le van bien. Algo así como una mujer que dice que no con la boca y, sin embargo, al mismo tiempo, dice que con la mirada. Se dan casos.

Guillermo de Torre, crítico literario enterado, cita opiniones que te confirman en el criterio expuesto. Por ejemplo, el poeta inglés T. S. Eliot, premio Nobel, fallecido hace pocos años, decía que no estaba seguro de haber entendido todos los pasajes de un Shakespeare, sin dejar por ello de admirarle menos. Jaques Maritain acertaba a delimitar algo muy obvio: la diferencia entre el sentido poético y el sentido lógico. Más todavía, Herber Read exaltaba sin atenuantes la obscuridad como valor poético.

Ortega y Gasset y Baroja tuvieron una vez una discusión. Ortega decía que la gente lee lo que entiende. Y, por el contrario, Baroja opinaba que la gente lee, con más frecuencia, lo que no entiende.

En la vida diaria, corriente, estamos rodeados de muchas cosas que no entendemos con claridad y las aceptamos sin inconveniente. En diversas ocasiones he oído a maridos, más bien antiguos maridos, decir algo parecido a esto:

– A mi mujer no hay quien la entienda.

Y era verdad. Pero esos maridos no se dan cuenta de lo que no se entiende en las mujeres tiene todo el encanto de lo misterioso. Y que es este “no entender” lo que les ata más a ellas.

Quevedo, uno de los más altos y al mismo tiempo uno de los más hondos poetas de la historia literaria española, se sirvió del vino para darnos las más bellas imágenes en el arte de la poesía.

De ésta, de la poesía, dijo Cervantes, entre otras cosas: “Ella es hecha de una alquimia de tal virtud que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo, de inestimable precio”.

Y ahora, sin explicaciones, voy a reproducir cinco sonetos de Quevedo donde el vino juega un papel importante. A mí me parecen estupendos, pero cada uno debe arreglárselas como pueda para sacarles su jugo emocional.

Castiga a los glotones y bebedores que con los desórdenes suyos aceleran la enfermedad y la vejez

 Que los años por ti vueles tan leves
pides a Dios, que el rostro sus pisadas
no sienta, y que, las greñas bien peinadas,
no pase corva la vejez sus nieves.

Esto le pides y, borracho, bebes
las vendimias en tazas coronadas;
y para el vientre tuyo, las manadas
que Apulia pasta son bocados breves.

A Dios le pides lo que tú te quitas;
la enfermedad y la vejez te tragas,
y estar de ellas exento solicitas.

Pero en rugosa piel las deudas pagas
de las embriagueces que vomitas,
y en la salud que, comilón, estragas.

Al rey Baltasar, cuando profanó en el convite los vasos sagrados del templo

De los misterios a los brindis llevas,
¡oh Baltasar! los vasos más divinos,
y de los sacrificios a los vinos
en que injurias de Dios profano bebas.

Que a disfamar los cálices te atrevas,
que vinieron del templo peregrinos,
juntando a ceremonias desatinos
en la vajilla de blasfemias nuevas.

Después de haber, sacrílego, bebido
toda la edad de Baco en urna santa,
mojado el seso y húmedo el sentido,

ver una mano en la pared te espanta,
habiendo tu garganta merecido
(no que escribas) que corte tu garganta.

Médico que, para el mal que no quita, receta muchos

  La losa en sortijón pronosticada,
y por boca una sala de viuda,
la habla entre ventosas y entre ayuda,
con el denle a cenar poquito o nada.

La mula en el zaguán tumba enfrenada,
y por julio, un arrópenle si suda;
no beba vino, menos agua cruda;
la hembra, ni por sueños ni pintada.

Haz la cuenta conmigo, dotorcillo,
para guitarme un mal, ¿me das mil males?
¿Estudias medicina o Peralvillo?

Desta cura me pides ocho reales;
yo quiero hembra, y vino, y tabardillo,
y gasten tu salud los hospitales.

Otro soneto

 Estos son los obreros de rapiña,
que, viniendo a la viña los postreros
 trabajan menos, ganan más dineros
y aprisionan al dueño de la viña.

Al padre de la viña se le aliña
gentil vendimia en estos jornaleros,
pues el vino le encierran en sus cueros,
podan el pago y roban la campiña.

Ya que a la viña del Señor no vienen,
al señor de la vida has agarrado,
menos puras las almas que las cubas.

Y por miedo que al Profeta tienen,
al revés de la viña del pecado,
siendo Labrusca, se hacen unas uvas.

Gabacho, tendero de zorra continua

 Esta cantina revestida en faz;
esta vendimia en hábito soez;
este pellejo, que con media nuez
queda con una cuba taz a taz;

esta uva, que nunca ha sido agraz,
el que una vez bebe otra vez;
esta, que dejan a sorbos pez con pez
las bodegas de Ocaña y Santorcaz;

este, de quien Panarra fue aprendiz,
que es pulgón de la vina su testuz,
pantasma de las botas su nariz,

es mona que a los jarros hace el buz,
es zorra que al vender se vuelve miz,
es racimo mirándola a la luz.

(…y añade estos dos sonetos en el capítulo del libro, “Vino, Amor y Literatura”)

Bebe vino precioso con mosquitos dentro

  Tudescos moscos de los sorbos finos
caspa de las azumbres más sabrosas
que porque el fuego tiene mariposas
queréis que el mosto tenga marivinos.

Aves luquetes, átomos mezquinos,
motas borrachas, pájaras vinosas,
pelusas de los vinos envidiosas,
abejas de la miel de los tocinos,

liendres de la vendimia, yo os admito
en mi gaznate, pues tenéis por soga
al nieto de la vid, licor bendito.

Toma en el trago hacia mi nuez la boga,
que, bebiéndoos a todos, me desquito
del vino que bebisteis y os ahoga.

Prefiere la hartura y sosiego mendigo a la inquietud magnífica de los poderosos

  Mejor me sabe en un cantón la sopa
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico, que se engulle todo el mapa,
muchos años de vino en ancha copa.

Bendita fue de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa;
más quiere menos sastre que más capa;
que hay ladrones de seda, no de estopa.

Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien me sepa;
somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.

Más descansa quien mira que quien trepa;
regüeldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a fortuna, yo a la cepa.

Quevedo, poeta del vino

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 15-8-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

Envío.- A Don José María de Soroa y Pineda, madrileño como Quevedo y maestro mío en la Moncloa. EL AUTOR

La Torre de Juan Abad es un pueblecillo de La Mancha, abierto, encantador, en la provincia de Ciudad Real. Hace pocos años estuve allí. Entré por la carretera de Montiel y Almedina. Y salí por la de Cózar y Villanueva de los Infantes.

Yo fui a la Torre como peregrino. Admiro a don Francisco de Quevedo como fenomenal amador… de lo que hay que amar.

La Torre de Juan Abad perteneció en su totalidad en censo, en señorío, al ilustre cojo. Lo había heredado de su madre. Y allí solía pasar lo que ahora llamamos vacaciones.

Quevedo, en su poesía, nos explica, en profundidad, lo que ocurre en nuestro espíritu, las reacciones que en este se dan cuando en los avatares de la vida las mujeres le dicen a uno que sí o que no. Y siempre a requerimientos nuestros, claro.

En los últimos tiempos mi admiración por Quevedo, no debilitada en ningún momento, ha subido, si cabe, todavía más. Ahora, para mí, sigue siendo el gran poeta del amor. Y el mejor poeta del vino. No lo dudo.

Quevedo era extraordinariamente inteligente. Y un gran trabajador. Estudiaba mientras comía, en el coche cuando viajaba. Y casi casi se puede decir que estudiaba cuando dormía. Nació en Madrid en el año 1580 y murió en Villanueva de los Infantes en septiembre de 1645.

En su tiempo La Torre tenía viñedos. Ahora también.

Quevedo fue el gran español del humor, de positiva gracia. Y con unan “chispa” profunda y desconcertante.

El vino, como idea, le fluía a la punta de la pluma. Naturalmente.

Él bebía. En una carta al duque de Medinaceli, dice: “…y admirándose de que yo como y bebo…”.

Blanco de sus saetas lo fueron muchas veces los taberneros.

Sueño del Juicio Final.- En este juicio “iba sudando un tabernero de congoja, tanto que, cansado, se dejaba caer a cada paso, y a mí me pareció que le dijo el demonio:

– Harto es que sudéis el agua no nos la vendáis por vino”.

En el mismo Sueño: “En esto dieron con muchos taberneros en el puesto, y fueron acusados de que habían muerto cantidad de sed a traición vendiendo agua por vino. Estos venían confiados de que habían dado a un hospital siempre vino puro para las misas; pero no les valió, ni a los sastres decir que habían vestido jesuses, y así todos fueron despachados como siempre se esperaba”.

En el Alguacil Endemoniado se dice: “Y un aguador que dijo haber vendido agua fría, fue llevado con los taberneros”.

Se refiere a los taberneros de la Torre de Juan Abad:

  Los taberneros de acá
no son nada llovedizos,
y así hallarán antes polvo
que humedades en el vino.

En una jácara se lee:

  Fue tabernero en Sevilla; 
as sedes se lo perdonen
pues midió lluvias morenas
con apellido de aloque.

En otra jácara:

  Porque después de las copas
andan muy bien las espadas,
que con agua fría pendencia
será prudencia de ranas.

El príncipe de Gales viene a España. En su honor se celebra en Madrid una fiesta de toros. Pero hace mal tiempo y llueve:

 Floris, la fiesta pasada
tan rica de caballeros,
si la hicieran taberneros
no saliera más aguada.

En el Sueño del Infierno: “Un demonio le pregunta a Mahoma, que acaba de llegar:

– Picarón -dice-, ¿por qué vedaste el vino a los tuyos?

Y respondió que porque si tras las borracheras que les dije en mi Alcorán les permitiera las del vino, todos fueran borrachos.

En el Buscón Pablo habla de su padre: “Dicen que era de muy buena cepa y, según él bebía, es cosa para creer”.

Astrana Marín refiere que Quevedo dedicó una obrecilla al duque de Osuna, donde “tan elegantemente se canta al vino, a Eros…

He aquí una parte:

  Sobre estos mirtos tiernos
y sobre verde lodo,
beberé recostado
en apacibles ocios.

O bien:

Mezclemos con el vino diligentes
la rosa dedicada a los amores.

Se refiere a Lope de Vega:

 Sus “suavidades (llamaste)
de arrope”, y has acertado
que es mosto dulce, y él hizo
dulce el mosto con su canto.

Felipe IV, de quien era secretario Quevedo, viaja hacia Andalucía. Duermen en la Membrilla “donde el sueño se midió por azumbres, y hubo montería de jarros, donde los gaznates corrieron zorras: hubo pendencias y descuidos de ropas”. En fin, que en el beber se exageró la nota.

Quevedo viaja con mal tiempo: “Fue la lluvia prolija, y yo temía más el vino en el cochero que el agua en el camino”.

En su época, el famoso Juanelo, a modo de ingeniero, trata de subir el agua del Tajo a Toledo. Inventó un artificio. De él decía Quevedo:

  Flamenco dice que fue
 y sorbedor de lo puro;
muy mal con el agua estaba
que en tal trabajo le puso.

Romance:

Besárante como al jarro
borracho bebedor besa.

Otro romance:

Escurrida como azumbre
del vino caro de Yepes.

El vino de Yepes siempre fue famoso. Tirso de Molina lo cita en sus Cigarrales de Toledo.

El doctor Marañón lo daba a sus invitados en su Cigarral de Menores. Yo estuve en Yepes. Su vino es blanco, fresco, muy rico.

  Sed a sed los españoles
aguardaremos al Cid,
que a pie bebemos a Toro
y a caballo a San Martín.

Este San Martín es San Martín de Valdeiglesias, siempre célebre por sus vinos. Otros le llaman simplemente al vino de este pueblo vino del Santo. También lo conozco y vale la pena dar una vuelta por allí.

Otro romance:

  Ribadavia, mi garganta
la tengo ofrecida a ti
por el San Blas de sus secas
sin humedades del Sil.

Otro:

 Yo hablaba, mas no le oía
porque sin duda el jarabe
de Esquivias le habrá subido
a las regiones mentales.

Y otro:

  Cuatro mohosos ojuelos
moradores del cogote
cuyas niñas eran viejas
y cuyo llanto era arrope.

Canción:

Que el vino
y el amor andan en cueros.

Sí. Recuérdese a Cupido.

Otra canción:

Que en lo que toca a besos, comedido,
menos de los que das al jarro pido.

Y otra:

Mira que tan afecta al santo eres 
que a San Martín la sangre beber quieres.

Lira:

 Pensaba yo, cuitado,
que allí había de ser muy regalado
pues los padres teatinos
beben siempre decrépitos los vinos;
y tan buenos a veces
que se pueden beber hasta las heces.

Poema de Los sopones de Salamanca:

  Uva, si quieres subir
a la cabeza después,
hante de pisar los pies
que no hay medrar sin sufrir.

Poema de los borrachos:

  Echando chispas de vino
y con la sed borrascosa,
lanzando en ojos de Yepes
llamas del tinto de Coca,
salen de blanco de Toro
hechos retos de Zamora
venidas de Sahagún
las cubas, que no las hojas.
Mondoñedo, el de Jerez
tras Ganchoso el de Carmona
de su majestad de Baco.
… … … … … … …
sumideros del vino
temed sus tretas
que, apuntando a las tripas,
da en la cabeza.

Sátira a una borracha:

 Mariquilla dio en borracha;
y ya todos en la aldea
han dado ahora en decirla
Mari-cuela.
Que no ha de morir en agua
es el signo de su estrella
que uno a decirlo vino
de Lucena.
… … … … … …  
Nadie la tenga por santa
aunque arrobada la vea;
 que con un “Pedro Ximénez”
se la pega.