El vino, su cómo y su por qué

Vid, Vino, amor y literatura

Publicado en: Vid. Abril-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

(Concurso Literario sobre el Vino)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol

Yo creo, y lo cree cualquiera, que los hombres somos morfológicamente semejantes. Fisiológicamente parecidos. Y por espíritu, sustancialmente diferentes. Esto en cuanto a cultura y carácter.

Cada ser humano tiene sus gustos y sus vocaciones. O sus inclinaciones.

El vino es un problema de gustos y efectos.

Todos los vinos son, genéricamente, iguales. Y, específicamente, diferentes.

Cada tomador o consumidor debe tener “su vino” o “sus vinos”.

Hay a quien le gustan los vinos ácidos. Otros los prefieren abocados o secos. O añejos, o frescos. O dulces.

No todos los vinos de las distintas regiones españolas nos “sientan” igual. Unos nos “caen” bien. Otros, regular. Y otros, mal. Todo con independencia de su calidad.

Hay vinos que no nos gustan y nos “van” bien. Y, al revés, otros que nos saben bien, y en los efectos, no nos hacen felices.

Nuestro estómago segrega unos jugos gástricos. Y el de nuestro vecino también. Pero no en la misma proporción.

Es preciso darle a cada estómago el vino que mejor le “encaje “.

Conviene hacer la experiencia. En España hay muchos vinos buenos en que poder elegir.

Para el aperitivo nos puede gustar un vino de Córdoba o de Cádiz. O de Rueda. Para la comida o almuerzo, un tinto, blanco o rosado del Priorato o de la Ribera del Duero. O un Jumilla, o un Valdepeñas. O un Cariñena. Y para postre, un Malvasía o un Pedro Ximénez.

El animal irracional, según Ortega y Gasset tiene su vida hecha. Basta, en todo, que se abandone a sus instintos. Pero el hombre, según el mismo, no. Tiene que elegir a diario entre múltiples caminos posibles. El ser humano es una máquina de preferir.

Debemos saber, cuanto antes, cuáles son nuestros vinos. Por sabor y por resultado.

Cuando nos sentamos a comer en un restaurante nos agrada encontrar “uno” de nuestros vinos. Qué es, exactamente, el que nos gusta y nos sienta bien.

Y nos place, además, encontrar aquellos platos que sean, en cuanto a sabor, dignos compañeros del vino que hemos elegido. Es preciso que el “menú” sea completo en viandas, en vinos y en postre.

No puede ser que uno coma y beba por recomendación. Debemos tener, por lo menos, la “cultura” suficiente para saber “qué es lo nuestro”. Y a tal efecto, todos y todo deben estar subordinados a nuestros deseos. El hotelero, el “maitre”, el cocinero, el bodeguero, el camarero…

Cada uno en su profesión debe estar subordinado al interés de la profesión misma. El que trabaja es de algún modo “criado” de alguien. Todos tenemos un amo más o menos velado. El político, el médico, el arquitecto, el abogado. Y, por supuesto, el funcionario.

 Nadie puede adivinar mis gustos. Y no hay quien, como yo, sepa mis necesidades.

“Sobre gustos no hay nada escrito” –  se dice. No es cierto. Sobre gustos hay muchas tonterías escritas. En algunos casos, libros enteros.

Nadie puede decirme qué mujer “me encanta”. No hay quien sepa qué cuadro he de poner en mi despacho para sentir la emoción del arte. Y no hay quien pueda, con autoridad, decirme qué vino he de beber para celebrar una fiesta íntima. Debo, como hombre, saber preferir.

La libertad es un bien humano. En ello todos estamos de acuerdo. Pero no es lo mismo la libertad política o social que la de tomar un vino. La libertad social tiene un límite que no se debe sobrepasar. Este límite está condicionado al respeto de los derechos de los demás. La libertad de beber vino es ilimitada, absoluta. A nadie perjudica que yo tome “mis vinos”.

Cometemos, con frecuencia, el error de creer que, en nuestra profesión, lo sabemos todo. De ahí viene el que por todas partes se dogmatice demasiado.

La gente dice que no entiende de vinos. Y entonces no falta quien le diga qué vino le… hará feliz.

La “cultura” en vinos, como cualquier otra cultura, hay que hacérsela, principalmente, a pulso. Fue el doctor Marañón quien dijo: “Que la verdadera cultura es la que hacemos, por vocación… fuera de la Universidad”.

Debiera haber en los pueblos notables los vinos más importantes de España. El consumidor debe tener al “alcance de la mano” en cualquier momento, sobre todo cuando viaja, el vino que precisa. O entre varios, uno de su preferencia.

¿Están bien distribuidos los vinos españoles dentro de la propia España? De ningún modo.

Hay cooperativas de producción. Bien. ¿Y no debiera haberlas de distribución? Claro que los vinos discretos en calidad deben tener su filiación, su marca. Al objeto de su indudable identificación.

Tengo mi experiencia. En restaurantes de fama, en España, he tenido que beber alguna vez el vino que le gustaba… al «maître». Y es que no tenían ninguno de los que yo pedía. Esto es algo así como si para casarme lo hiciera con la mujer que indicara… “el cura párroco”.

Por compromiso, y no por gusto, he tenido que ir algunas veces a banquetes de concurrencia numerosa. En estos casos todos tenemos que tomar vino de la misma marca y del mismo color. ¿Por qué? ¿No debiera ser posible que cada comensal pudiera pedir un vino, “su vino”?

“El surtido hace la venta”. Esta idea comercial es bien simple. Pero cierta. Cuando el cliente puede elegir va contento.

Y, sin ofender, ¿no puede ocurrir que en algún hotel o restaurante tengan para sus clientes solo los vinos que dan un buen margen comercial? Desgraciadamente, en algún caso, eso sucede.

Según la prensa, lo leí, los señores académicos de la Real Academia Española de la Lengua se reunieron a comer en un local de su docta Casa, no hace mucho. Todos, veinticuatro asistentes, tomaron exactamente el mismo vino. ¿Saben beber con refinamiento los señores académicos? ¿Tienen una mediana “cultura” de sus propios gustos? Me temo que no. Para saber de vinos, tal como deben saber de filología, convendría que visitaran con más frecuencia… las tabernas.

El vino nos aúpa del suelo que pisamos, dos eleva, y espiritualiza los actos solemnes de nuestra vida. A ésta, además, le da emoción y contenido. Un médico salmantino, Torres Villarroel, ya dijo, “hace años”, en su Vida, a propósito de un hermano de su bisabuelo: “Y el azadón, el arado y una templada dieta especialmente en el vino, a que se sujetó desde mozo, le alargaron la vida hasta una fuerte y apacible vejez”.

El viñedo, paisaje

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 14-3-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez comarcal de Castropol

El tema del paisaje me es muy grato. He vivido en él y en torno a él durante toda mi vida. Y esto lo digo desde la altura de una edad en cierto estado de madurez. El paisaje, el campo y la soledad han sido el ambiente de mi vida. Preferentemente.

El amor al paisaje es, aproximadamente, el amor a la libertad…

El hombre se ha afanado siempre en buscar la libertad en la vida social. Pero a mí me ha parecido que eso es algo así como buscar una aguja en un pajar.

El ser humano, en general, se ha lamentado en todo tiempo del estado de soledad. Y, por el contrario, ha dedicado sus mejores cantos a la libertad.

Siempre he creído que la libertad plena sólo es posible lograrla en la soledad.

La soledad no tuvo cantores. Bueno, sólo conozco uno, Nietzsche. Él dijo: “El valor de los hombres debe medirse por la cantidad de soledad que pueden soportar”. Si esta resistencia es una cualidad, yo la tengo.

La libertad se consigue, además, con libros. Lo dijo Vicente Espinel.

Desde niño tuve la intuición, dadas las debilidades de mi carácter, de que no podría ser nunca un conductor de pueblos. Ni faro piloto de ninguna empresa social sonada. Ahora puedo decirlo con seguridad, acerté.

Maeterlink dijo: “El sol del silencio madura los frutos del alma”.

Sánchez de Muniain opina que “el paisaje estimula toda la vida del espíritu”.

“El sentimiento hacia la naturaleza – anota Azorín – es cosa del siglo XIX. Ha nacido con el romanticismo poco a poco… Ha surgido el yo frente al mundo; el hombre se ha sentido dueño de sí, consciente de sí, frente a la naturaleza. Por primera vez, el romanticismo trae al arte esa naturaleza, en sí misma, no como accesorio…” Es, pues, ahora, el paisaje, un valor substantivo.

En los últimos tiempos, todos lo vemos, hay una fuerte inclinación de irse las familias al campo y al paisaje. Esto se manifiesta en las vacaciones y en los fines de semana. Pero ello es, en el presente, más que un valor positivo un valor negativo. Se va al campo para escapar al horror de la ciudad, para evitar su insalubridad y sus ruidos. Con el tiempo este valor negativo se hará positivo, de seguro. Se verá que es un verdadero encanto la soledad sonora, la música callada, como dijo el poeta.

Yo he experimentado, según las épocas, las sensaciones de toda clase de paisajes posibles en España. De mar, de río, de montaña, de valle, de llanura, de bosque… Y en ellos he hecho mis deportes, casi siempre solo y sin reloj.

He sido cazador y pescador. Estos deportes son honestamente interesados, pero se practican necesariamente en el paisaje. El cazador y el pescador vuelven a su casa, a su hogar, normalmente, el cazador con el trofeo colgado de su cinturón y el pescador con su cestillo de mano.

En los últimos años mis preferencias vocacionales se inclinaron decididamente por un tipo de paisaje que, por no vivir nunca en él, realmente no conocía. Me refiero al paisaje con viñas.

Yo he descubierto, para mí, un paisaje que me satisface plenamente. En él me muevo con la mayor desenvoltura. Desde hace algún tiempo he estado en las principales zonas vitícolas y vinícolas españolas. Y he hecho mis íntimas valoraciones para entender. Ortega y Gasset ha dicho: “La comparación es el instrumento ineludible de la comprensión”.

En mis viajes me he dado cuenta de una cosa quizá lamentable. El agricultor español no “ve” nunca su propio paisaje. Le quiere entrañablemente como hijo, pero de ahí no sale. El error es disculpable. Ve la tierra como instrumento de su profesión, dominado por una idea fundamentalmente económica.

En casi todas las regiones se creen que tienen lo mejor de España y así se lo dicen a la gente. Pero uno, por su parte, se forma sus propios juicios. Se puede afirmar que todos los paisajes de viñedos españoles son estupendos, realmente encantadores. Pero no mejores. Creo que cada uno tiene su particular seducción. Y que se deriva no sólo de los viñedos en sí, sino de los varios elementos secundarios que los conforman.

Al paisaje de los viñedos cordobeses le ayudan decididamente los olivos, las ondulaciones del terreno, la blancura de las casas, el sol… Lucena, Montilla, Aguilar, Moriles… Sentado en la cuneta de una carretera, al borde de un olivar, pude darme cuenta de los tallos contorsionados de ese árbol bíblico. Y que los andaluces, de esas contorsiones, han sacado sus propios bailes, llenos, algunos, de un misterio agitanado. Del mismo modo, los griegos, de los troncos de sus propios árboles, sacaron la columna…

En Jerez, a sus viñedos, hay que saborear su sainete asociándolos a la belleza del caballo cartujano, del toro y del cante. Y a sus pintadas ferias. Todo, maravilla de maravillas.

En el mes de abril último pude disfrutar del paisaje de Liria, enhebrando con el viñedo las sensaciones de la música, los aromas del azahar y tal cual olivo que se veía. Sí, bajo la capa de un sol de oro.

En un amanecer de primavera, en San Sadurní de Noya, con luces en estado de transición, con el sol casi apuntando, uno se da idea de lo que se puede lograr asociando la obra de Dios con la mano del hombre. Pisar estos paisajes, pulcros, limpios, parece una herejía…

Valdepeñas, Manzanares, Daimiel… La Mancha. Aquí se disfruta de la comodidad de la llanura, de los amplios horizontes, de las visiones ilimitadas. Uno, en este paisaje, se siente hombre valiente, justo, desfacedor de entuertos y amparador de viudas…

Peñafiel y Vega Sicilia, en las márgenes del Duero, nos dan la carga espiritual del viñedo asociado al chopo. Este, por su delgadez, apunta hacia el cielo. Y nos hace volar con la imaginación.

Vilella Baja – Priorato – nos hace pensar en el monasterio de Scala Dei, con su enjambre, en otro tiempo, de religiosos rezadores. Y a San Benito, el santo que en su Regla permite a sus monjes que tomen en cada comida una hemina de vino.

Villena, Monóvar y Yecla, con sus sierras grises. Y Jumilla, con su monasterio de Santa Ana, de franciscanos, con un viacrucis entre pinos. Y donde se puede saborear con un vino de altura un maravilloso silencio.

En Santander he descubierto, inesperadamente, un pequeño majuelo, delante de la iglesia de Santa María de Lebeña, monumento nacional, con un fondo de postes y picachos. Y todo ello envuelto en el algodón de unas nieblas.

Sí, señoras y señores, no acabaríamos nunca. Ved, además, viñedos-paisaje en Cariñena, Gandesa, Utiel, Málaga, el Condado de Niebla, León, Reguera, Alto Ampurdán, Alella, Toro, Almendralejo, Barco de Valdeorras, Sitges, Denia, Granada, Rueda, Cebreros, Arganda, La Roda, Félix, Puente Genil, Yepes…

La visión del paisaje en principio exige estudio, atención y pensamiento. Marangoni dijo que sería necesario escribir un libro titulado Para ver la naturaleza. Don Gregorio Marañón escribió: “Cosa extraña: para ver el paisaje es necesario vivir dentro de uno mismo. En realidad solo vemos en su plenitud la naturaleza que nos rodea cuando somos capaces de percibirla mirándola allá en el hondo del yo como reflejada en el agua profunda y tranquila de un Pozo”.

El viñedo, paisaje, es para mí tremendamente seductor. Y, por esto, siempre adquiero, después de verlo, unas botellitas de vino de la zona y las traigo a mi tierra. Más adelante, pasado el tiempo, en la intimidad con gentes de mi afecto, me resulta muy grato abrir una botella y tomar dos vasos o dos copas, según la clase. Y rememorar en el acto aquellos lugares donde el vino se produjo. Y hablar de ellos y contar las cosas que el recuerdo me sugiere. El vino así sabe muchísimo mejor. Es conveniente poner imaginación en los actos íntimamente solemnes – abrir una botella de vino es un acto solemne – y hacer poesía casera cuando hay una causa eficiente.

Es claro, yo salgo por España a cargar las baterías. ¿Cuáles baterías? Las del cuerpo… y las del alma.

En los sitios de los buenos viñedos hay también mujeres estupendas, por su simpatía y su belleza. Y los recuerdos de haberlas visto también tienen su emoción.

El hombre soltero o viudo siempre ve en la mujer no comprometida una ligera esperanza… Y el hombre casado ve, en todo caso, la ruta del cercado ajeno. Y esto atrae lo suyo…

Los hombres casados, especialmente, pueden evocar en la soledad las mujeres hermosas que se encuentran por los caminos. Y ejercitar ese honesto derecho que todo marido puede ejercitar:

¡El derecho a suspirar!

El vino y el amor

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 17-1-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

¿Qué es el amor? El amor es una cosa muy complicada, profunda, enorme. Es, sin duda, el rey de las pasiones, el amo. Esto desde un punto de vista especulativo. Pero desde el punto de vista práctico es la cosa más sencilla del Mundo. Se ve en la vida de la calle. Nunca falta un roto para un descosido.

Quevedo, en un soneto definitorio y maravilloso, dijo:

“El amor es en todo contradictorio de sí mismo.” 

¿Qué quiere decir con esto? Pues quiere decir, hablando en plata, que unos llegan al amor por el camino de la humildad. Y otros, sin embargo, por el camino del orgullo. ¡Cualquiera sabe!

¿Qué es lo que despierta el amor? ¿La inteligencia del hombre? ¿O el instinto de la mujer? ¿O es, por el contrario, el instinto del hombre y la inteligencia de la mujer?

Kant, a estos efectos, dice que la mujer a los catorce o a los quince años ya sabe lo que quiere. Y que el hombre hasta los treinta no sabe nada de nada. En mi opinión, esto está muy cerca de ser cierto.

Otros dicen que el amor es un episodio en la vida de los hombres. Y que en la mujer es la vida.

¿Influye el vino en el amor? Y si influye, ¿de qué modo; en más o en menos?

Se puede uno enamorar por flechazo, automáticamente. O se puede enamorar sin darse cuenta, por convivencia más o menos próxima.

¿Influye el vino en el flechazo? ¿Predispone a uno, lo inclina al amor? ¿O no? Yo creo que sí, que a los hombres por lo menos les “ayuda”.

El hombre enamorado frente a la mujer amada es muy poca cosa. Es tímido, se acoquina. Teme ser torpe. No sabe empezar. Piensa que, por no saber hablar, va a perder las posibilidades del triunfo.

Un vaso o dos de blanco, tinto o rosado, según, puede ponernos a punto para decidirse al asalto de esa fortaleza, frágil unas veces, diamantina otras, que es la mujer. El vino nos pone en las óptimas condiciones para ver la vida como la veía el Bosco: El jardín de las delicias.

El flechazo marca el comienzo. Después, con un poco de vino, el amor va sobre ruedas.

Cuando se llega al amor por convivencia, el vino obra como conservador, ya no se pierde…

He aquí lo que dice, en un par de versos, el libro árabe El collar de la paloma, del vino y del amor:

“Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino
mientras que el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.”

En este libro del siglo XI de Ibm Hazm, ya se dice una gran verdad. Un hombre y una mujer enamorados se bastan. Nada de “carabinas” masculinas o femeninas. Sin embargo, Ibm Hazm admite como tercero un vaso de vino. Un vaso de vino para ella y otro vaso de vino para él. El vino es un tercero estupendo. Es la “carabina” ideal.

Gil Blas de Santillana dice: “El amor hace en los enamorados el mismo efecto que el vino en los borrachos”. No lo creo. Son dos cosas diferentes. Que haya un cierto parecido es posible. En realidad, meras apariencias.

En el amor hay que decir o no alguna vez. En la borrachera nada. El amor es siempre bilateral. La borrachera es unilateral. En el amor hay que decir: te amo. En la borrachera no hace falta.

Cuando uno se encuentra “tarumba” por haber bebido demasiado no debe arrimarse a ninguna mujer. En ese estado se encuentra uno atontado y adormilado. Las mujeres quieren siempre a su lado hombres vivos… despiertos.

Algunos autores prestigiosos, por lo que sea, asocian el vino a la mujer y al amor.

García Figueras, en una conferencia sobre el vino y los árabes, dijo “… por eso el vino es uno de los temas de su poesía, generalmente asociado a la mujer y al amor”.

Molina y Cobos, en su folleto El vino de la verdad: Montilla y Moriles, dicen: “Del mismo modo la mujer logra su exultante eclosión de hermosuras en ese decenio esplendoroso e irrepetible que va de los veinticinco a los treinta y cinco años. Pero tratándose de Montilla y Moriles y de la mujer equivalente, nuestra devoción rebasa casi siempre los rígidos cánones arquetípicos y tiene márgenes más flexibles y generosos, pues ya se sabe que el inefable binomio vino-mujer es rebelde a racionales domesticidades algebraicas».

Castroviejo arrancó del folklore gallego esta encantadora estrofa:

  “Si queres tratarme ben
dame viño do Riveiro,
pan trigo de Ribadavia,
nenas do cban de Amoeiro.”

Hay una zarzuela española, creo que es Marina, en la que se dice:

“El vino hará olvidar las penas del amor...» 

Esto no pasa de ser una tontería. El mejor recuerdo que tengo de las historias de mis amores es precisamente eso, las penas.

Emborracharse con vino para olvidar penas de amor es lo más lamentable, lo más triste. El vino y el amor deben tratarse con mucho respeto. Deben vitalizarse recíprocamente. Son dos cosas buenas que no debe confundirse. El vino no debe utilizarse para olvidar nada, por otra parte, yo creo que deben dársele más altos destinos.

Al amor, si le quitamos las penas, queda prácticamente reducido a cero… Amiel cuando probó el alpiste del amor, por consumación, quedó plenamente decepcionado… Dijo, según el doctor Marañón: “Estoy estupefacto de la insignificancia de este placer, sobre el que se ha armado tanto Ruido”. (Téngase en cuenta que Amiel no era un cualquiera, era catedrático.)

Así como hay gentes que presumen de coleccionar sellos de correos, yo presumo de coleccionar penas de amor.

Sthendal, a quien también se le “daban” mal las mujeres, coleccionaba, sin remedio, penas de amor.

Don Juan Tenorio, el pobrecillo, era idiota. Y es que no conocía el “no” del amor.

Yo en penas de amor tengo verdaderos “tesoros”. Si pudiera ponerlas en un álbum como una colección cualquiera, otro gallo me cantara… en las “sociedades femeninas”.

En fin. Que el amor, para mí, es una fuerza de gravedad que actúa en sentido paralelo al suelo que pisanos.

Y que para darle un movimiento uniformemente acelerado hay que ayudarle con…

¡Un par de vasos de vino!

ALEJANDRO SELA

El vino y el mar

Bajamar 70, Vino, amor y literatura

Publicado en: Bajamar 70, Tapia. 1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

Para los artistas, dibujantes y pintores, la historia del vino parece clara. La hoja de parra, o de cepa, fue el primer “abrigo de señora”. O, si se prefiere, la primera “minifalda”. En el paraíso terrenal y lugares colindantes la hoja de vid fue la primera ¡y la última! moda.

Después, en la edad de las cavernas, por el frío, vino el vestirse con pieles de animal salvaje. Y, por último, con tejidos de Sabadell, Tarrasa y Barcelona. Aproximadamente.

Así, pues, en la época de nuestros primeros padres, ya existía el viñedo. Y por supuesto, su consecuencia, el vino. No hay más remedio que creerlo.

Noé llevó a su arca, además de animales, un sarmiento de vid. Después, en seco, lo plantó. E hizo la vendimia y el vino. Y, con éste, cogió el primer “enfile” de que nos habla la historia, los Libros Sagrados. El vino y sus efectos, la borrachera, tienen, pues, una brillante ejecutoria.

Noé fue el primer vitivinicultor y el primer patrón de barco de nombre conocido. Y el primer borracho.

¡Qué coincidencia!

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El vino es un líquido. Pero el mar también lo es. Este le ayuda a “vivir” a aquél. El agua salada, o sus vapores, dan sequedad a todo. En especial a las gargantas que respiran, como se respira en el mar, a los cuatro vientos.

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En todos los puertos hay “estaciones de servicio”, tabernas, en abundancia. Y el marino tiene siempre prisa en llegar a esos puertos para quitar la sed y “repostar”.

El marino usa, además, el insecticida del vino para matar el “gusanillo”. Y lo logra. Y esto lo hace en medio de un encantador “paisaje”. Son elementos de este “paisaje” el bocoy, la pipa, el barril, la damajuana, el pellejo, el jarro y el vaso… Y le da ambiente ese olorcillo de taberna que nos penetra con sólo abrir la puerta. ¿Qué allí no hay higiene? A la higiene de las tabernas… que le den morcilla. ¡Digo yo!

El marinero, en su sitio, o juega al tute o se coge la acordeón y canta

Chalanero, chalanero
qué llevas en la chalana.
Llevo rosas y claveles
y el corazón de una dama...

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En el vino se disuelven las amarguras de una soledad excesiva. Al marino, en viaje, le falta la mujer y los hijos. O la novia. Y si hace frío, además, el vino es su “aire acondicionado”.

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El vino ha sido siempre un premio a la culminación de un esfuerzo. Por eso un patrón de regatas decía a sus pupilos para animarlos:

– ¡Hala! ¡Hala! Que hay pelexo en tierra.

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El vino más marinero es el vino de bota. Tiene un ligero sabor a pez…

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El vino es como el juego de las siete y media. Si uno se pasa, se pierde.

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La vida, para que sea algo que tal, hay que calafatearla con vino.

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Cuando se bebe demasiado el hombre es un “cuero de vino”.

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Al último vaso que se toma en la taberna se le llama “la espuela”. Conviene, de vez en cuando, ser caballo. La vida es una carrera de obstáculos.

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A veces, a los marineros, por los efectos del vino se les ve un poco escorados.

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No siempre, pero en algún caso, los marineros entran en las tabernas de “arribada forzosa”.

Tienen la culpa “las malas compañías”.

¡Y que, a mí, no me parecen tan malas!

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Cuando se echa un barco al agua, se rompe en su casco una botella de champán. Que es vino.

¿No será esto un “aviso a los navegantes”?

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Botadura viene de bota…

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Los borrachos van por la calle de babor a estribor.

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Un barco, en alta mar, al garete, ha bebido “lo suyo”.

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El marino, en el barco, está en “bajamar”. Y sin embargo, en el puerto y en la taberna, en la “pleamar”.

¡Sin remedio!

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Al fuelle de la gaita le gustaría ser bota de vino…

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Hay marineros que, cuando se tercia, se “atracan” de vino.

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El marino quiere llegar a puerto para sacarse… la espina.

Cuando el marino empina el codo, si es de noche, ve las estrellas. ¡Hay que orientarse!

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Si un marinero entra en una taberna debe atar todos los cabos. Y salir con la cabeza levantada. Tal como corresponde a su dignidad.

No debe dejar ningún cabo suelto…

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Los marineros siempre están contentos cuando van al Barlovento.

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En los barcos hay una vela que se llama trinquete. Y un palo que recibe el mismo nombre.

Por eso los marineros, los pobrecillos, para “cumplir con su deber” tienen que trincar…

ALEJANDRO SELA

La borrachera

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 13/20-12-1969; Vino, Amor y Literatura (1971)

“Come cuando tengas hambre bebe cuando tengas sed, y el hambre y la sed, te dirán cuándo, cuánto y hasta donde”

por ALEJANDRO SELA

El hombre busca siempre normalmente lo que le gusta. En principio el hombre se aproxima a todo aquello que puede dar a su vida un contenido emocional. Hay, sin embargo, tres cosas a las cuales se entrega con preferencia para lograr esa emoción: el vino, las mujeres y el juego. En el uso de estas “drogas” el hombre a veces resbala y se cae, se pasa de listo.

Es curioso, los hombres más inteligentes, o los que tienen fama de serlo, son los que con más frecuencia se pierden. Se van, ciegos, en busca del placer inmediato y no se dan cuenta de que detrás de esos placeres está su cruz, su precio: ruina moral, desbarajuste económico y pérdida de salud. Y con todas las secuelas que esto trae consigo.

El placer, no hay duda, es, por ahora, un artículo caro.

Para andar por la vida con equilibrio hace falta tener inteligencia por partida doble. Una inteligencia, por decirlo así, objetiva. Y otra inteligencia, de administración, para controlar la primera.

Gentes con las dos inteligencias hay pocas. Por eso, aunque parezca paradójico, la gente inteligente pinta poco en la vida social. Seres completamente inteligentes, como digo, hay pocos. Los inteligentes, a secas, se pierden. Queda, por eliminación, para regir los puestos clave de la vida social de los pueblos, la gente mediocre, la vulgaridad. En este grupo está la gente honrada. Unos lo son por verdadera vocación de honestidad y otros por falta de capacidad para no tener vergüenza.

Yo, por múltiples razones, tengo que ser de lo más corriente. Pero hay que resignarse. La inteligencia no se compra ni se vende.

Del juego no entiendo nada y pada puedo decir. Sin embargo, y aunque ello suponga una ilusión, de mujeres y de vinos me considero mediadamente experto. El tema que más te gusta tratar es, sin duda, el de las mujeres y, en especial, en cuanto se relacionan con el amor. Pero en esta ocasión, y sintiéndolo mucho, debo darle de lado. En un artículo sobre vinos, al hablar del tema femenino los lectores podrían sentirse defraudados. Tengo, pues, necesariamente, para quedar algo bien, que hablar del vino.

Y, del vino, de sus efectos. El principal es, posiblemente, el que resulta de su abuso, la borrachera.

La borrachera lograda con bebidas exóticas o bebidas de las llamadas modernas es, para un español, la más deleznable de las borracheras. Me inspira el más profundo de los desprecios. Nada diré, directa ni indirectamente, de ella.

La borrachera más simpática es la del español que bebe vino y se pasa. Y la más disculpable. Un borracho español a base de vino puede justificarse de muchas maneras. Por ejemplo, diciendo que bebe por patriotismo. Cuando se conocen, como los conozco yo, los vinos españoles bebidos en la verdadera fuente, en origen, en el lugar de su crianza, es necesario tener una fuerza de voluntad sobrehumana, para evitar el enfile, Montilla, Lucena, Jerez, la Rioja, Alella, Jumilla, Cariñena, Perelada, Villafranca del Panadés, Liria, Peñafiel, Valdepeñas, Rueda, Toro, Albuñol, Málaga, Sitges, Priorato, Valdevimbre, Cebreros, San Martín de Valdeiglesias, Daimiel, Yepes, Colmenar de Oreja, Arganda, Puente Genil, Torrijos, Vega Sicilia, La Horta, Moriles, etc.

Estos nombres al citarlos y al oírlos producen en mi alma una vibración emotiva muy parecida a la vibración de las cuerdas de la guitarra de Andrés Segovia cuando toca Recuerdos de la Alhambra, de Tárrega. Pongamos por caso.

La Celestina y Estebanillo González sienten un verdadero placer no sólo bebiendo vino, sino también nombrándolo, oyendo hablar de él. En este aspecto yo soy un poco Celestino y otro poco Estebanillo. Es así, no lo puedo evitar.

Al llegar aquí, y por lo dicho, no tengo valor para hablar de la borrachera. Es más cómodo para mí ceder la palabra a un filósofo español de cultura universal, un genio de la Edad Media española: Luis Vives.

De Vives nos dice el doctor Marañón que fue un enfermo de gota por abuso del comer y del beber. En sus Diálogos da consejos a sus discípulos como un conocedor y un arrepentido. Sus palabras, pues, tienen un doble valor. Dejemos a Luis Vives que nos releve, con ventaja para el lector, y hable del tema:

– ¡Desdichado! ¿Qué piensas que es embriagarse?

– Darse buena vida; satisfacer a nuestro genio.

– ¿Cuál genio; el bueno o el malo?

– Si lo consideras bien, hallarás que la embriaguez no satisface gusto alguno, como las cosas propias de otros vicios e inclinaciones.

Embriagarse es perder el uso de la razón, del juicio, del albedrío y aun de los sentidos; es convertirse de hombre en bestia; en piedra, que es menos.

Lo que de esto se sigue es fácil de colegir: Hablar sin saber lo que se habla; descubrir el secreto que te pidieron callases; revelar negocios hasta poniendo a riesgo a tu persona, a los tuyos y aun a la patria; no hacer diferencia del amigo ni del enemigo, ni siquiera de la mujer y de la madre. Riñas, disputas, enemistades, contiendas, golpes, heridas y hasta muertes.

– Y aun sin hierro ni sangre, que muchos mueren de la borrachera.

– ¿Quién do querrá encerrarse en su morada con un perro o un gato antes que con un ebrio?

– Y a la embriaguez sigue la pesadez de cabeza y de todo el cuerpo, y embotamiento de los sentidos, y también la debilidad de los nervios, la perlesía y la gota. Se entorpece el entendimiento, se nubla la inteligencia y desaparecen la condura y la discreción.

– Comienzo a entender que la embriaguez es dañosísima, así que de hoy en adelante pondré cuidado de beber sólo hasta alegrarme, no hasta embriagarme.

– Es la alegría puerta de la embriaguez; nadie bebe con intento de embriagarse, pero a la alegría sigue la embriaguez porque es imposible detenerse en los términos de aquélla. Son invisibles las lindes que separan la una de la otra.

– Mientras el vino esté en el vaso, harás de él lo que quieras; cuando lo tienes en el cuerpo él hace de ti lo que quiere porque antes le tienes tú y después te tiene él. Cuando bebes, tratas el vino a tu antojo; cuando lo has bebido, él te trata a ti a su gusto.

– ¿Pero es que no se ha de beber nunca?

– Cuando los necios huyen de un extremo dan en el contrario. Se debe beber, mas no desordenadamente. Sólo la naturaleza enseña a los brutos, y la misma naturaleza, ayudada de la razón, no enseña al hombre. Come cuando tengas hambre y bebe cuando tengas sed, y el hambre y la sed te dirán cuándo, cuánto y hasta dónde.

De acuerdo. Dios nos puso a los hombres la cabeza encima de los hombros. Con ella debemos marcar el rumbo de nuestra existencia a través de ese océano maravilloso y encantador que es la España vitivinícola.

Nació Juan Luis Vives en Valencia el día 6 de marzo de 1492. Precisamente en ese año los Reyes Católicos acabaron la Reconquista tomando Granada. Y en el mismo año Colón hizo lo suyo.

Es curioso. Vives, como decimos, nació en Valencia. Pero en la calle de la Taberna o Bodegón del gallo.

Estebanillo González

Dyonysos, Vino, amor y literatura

Publicado en: Dyonysos. Julio/septiembre-1969; Vino, Amor y Literatura (1971)

¿Es novela? ¿Autobiografía? Para nuestro objeto, en el fondo, es igual. La hemos leído para practicar, en ella, la cinegética o caza de “perlas” relativas al vino. Hemos ido a su texto, lápiz en mano, como el cazador va con su escopeta por las quebradas de los caminos y de los montes en pos de la pieza. Y hemos logrado nuestro objetivo. Hay en este libro expresiones y decires, directos o indirectos, que hacen referencia a un modo personal de ver el vino. Pero buenísimas, encantadoras. Y, con frecuencia, sorprendentes.

Comienza así: “Yo, Estebanillo González, hombre de buen humor…”

Eso, buen humor. Es esencial para todo el que habla de vinos una cierta predisposición al optimismo. La seriedad doctoral, la gravedad con continente no es, en este caso, oportuna… Vino y seriedad petulante son, en verdad, incompatibles.

El humor, no hay duda, hace ver con frecuencia aspectos inéditos de la vida. Bergson decía que el humor, el buen humor, es una insurrección contra el envaramiento de ciertos individuos, una sublevación de la vida contra el lado mecánico de las acciones y de los pensamientos. Por su parte, André Maurois, opinaba que el humor “deshincha” ciertas formas de lo serio que nos oprimen, tranquilizándonos al quitarles su importancia. A Proust la comedia humana le fascinaba y le divertía.

En Francia hay muchas Cofradías para reunirse y tomar el vino con humor. Y, en España, entre otros, existe el Serenísimo Capítulo de Caballeros del Vino, con “jurisdicción” en Barcelona. En el artículo 15 de sus Estatutos se habla de los fines y espíritu jocoso del Capítulo.

Del humor se han servido, en sentido general, Shakespeare, Cervantes, Quevedo, Pío Baroja, K. Hito, Julio Camba, Galindo, Miquelarena…

Volvamos a Estebanillo. En el prólogo, en verso, hay varias estrofas vinosas. Copiemos una. Dice que él es

Mosquito de todos vinos
mono de todas tabernas
raposa de las cantinas
cuervo de todas las mesas.

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Entró en la tienda un valiente cuyos mostachos unas veces le servían de daga de ganchos, y otras de puntales de los ojos y siempre de esponjas de vino.

Los bigotes, ¡esponjas de vino!

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Visitaba infinitas veces a un convento que está muy cercano, de padres capuchinos, por razón de que me ponían a bien con Cristo con lindas tazas de Jesús llenas de vino y con muy espléndida pitanza.

Jesús. – Vaso de vino. Antiguamente había unos vasos que llevaban en el fondo, por dentro, la inscripción IHS. El bebedor cogía el vaso lleno de vino y pronunciaba la frase de ritual: «Hasta verte, Jesús mío». Y cuando el vaso quedaba vacío, después de apurarlo, se leía en lo alto lo dicho: IHS.

. . . . . .

 Alentéme cuanto pude, sirviendo de antídoto para volver en mí, el ser asistido de dicho capitán con animados sorbos de vi no y tragos de malvasía; que tengo por cosa asentada que estos licores me volvieron a mi primer ser; y que si después de muerto y engullido en la fosa con un cañuto o embudo me los echasen por su acostumbrado conducto, me tornaran el alma al cuerpo y se levantaría mi cadáver a ser esponja de pipas y mosquito de tinajas.

¿Qué tal? Se ve aquí una idea fenomenal de la fuerza y vitalidad del vino: resucitar a un muerto. Y dicho con humor, donosura y profundidad. Esta es, a mi juicio una “perla” de la mejor calidad.

. . . . . .

Y para informarme de qué tierra era, dónde nos mandaban ir, lo convidé a beber dos frascos de vino en una ermita del trago.

He aquí un nombre bien expresivo para bautizar una taberna. Ermita del trago.

Yo, por andar bien aforrado de paño y vino de Pedro Ximénez, no necesité de este santo milagro, y cuando acaso necesitara, por no echar sobre mi cuerpo la cosa que más aborrezco, que es el arrastrado y sucio elemento del agua, me quedara hecho otro Lázaro leproso. Si este divino santo convirtiera este milagro en el de la boda de Architriclino, y volviera aquel agua del puerto de Fanfino en vino de San Martín, te aseguro que dejara de seguir las galeras y que, dejando el mundo, me retirara a este sagrado a hacer penitencia de mis pecados en el húmedo yermo de su bodega o cantina.

Estebanillo, bebedor de vinos, siente profundo desprecio “por el arrastrado y sucio elemento del agua”.

. . . . . .

Encontré en la calle a un jornalero matante, que, por haber gastado con él algunas tripas del baúl, se había hecho amigo, y lo era de taza de vino y de los que ahora se usan.

Amigo de taza de vino: el que lo es sólo por el interés.

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Recibiéronme mis hermanas muy tibiamente, mirándome las dos con cara de probar vinagre… Tenía con ellas mil encuentros y rebates cada día, particularmente porque me aguaban el vino, bebiéndolo ellas puro.

Llegó el rompimiento a tal extremo, que no viendo en su boca enmienda, me resolví a que oliese la casa a hombre, echando el bodegón por las ventanas; y una tarde que me dieron una folleta de vino bebí de él, bautizado en una vecina fuente, estando la mesa con la vianda, y todos sentados a ella; dándole a la mayor con los platos, y a la menor con el frasco, y echando a rodar la mesa las dejé a las dos descalabradas, y yo me volví a mi hospital de Nápoles, donde haciendo la gata muerta y dando por disculpa de mi ausencia cuatro mil enredos…

¿Qué es eso? ¿Darle a Estebanillo vino con agua? Esto no lo perdona él ni a sus hermanas. Y armó una trapatiesta. Pero antes resolvió “que oliera la casa a hombre”.

Folleta: medida equivalente a un cuartillo.

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Diéronme los reverendos frailes limosna de potaje y caridad de vino, piedad que en ellos hallan todos los pasajeros.

Comimos al mediodía un gazpacho que me resfrió las tripas, y a la noche un ajo blanco que me encalabrinó las entrañas, y lo que más sentí que teníamos un pollito por repostería, el cual, debajo de los reposteros de dos pellejos lamidos, nos guardaba y conservaba dos botijas, cuyo licor, no siendo ondas de Ribadavia, eran olas del Betis.

Yo creo que ondas de Ribadavia quiere decir vino. Y olas del Betis, agua.

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En el poco tiempo que duró esta embarcación, no eché de menos La Mancha, pues por ser agudos mis camaradas y haberse todos mareado, fue mi barriga caldero de torreznos y candiota de vino.

Candiota.- Cuba de barro para vino.

. . . . . .

Y acordándome de lo bien que lo pasaba con mis tajadas de raya y colanas de vino.

Colanas.- Tragos, trinquis.

. . . . . .

Vuestra Reverencia advierta, pues es tan docto, que no hay mandamiento ni precepto divino que diga: “no comerás ni beberás”; y así, pues no voy contra lo que Dios ha ordenado, Vuestra Paternidad trate de que se me dé de comer y de beber.

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Medio pote de vino para cada plato y seis botas de respeto.

Pote.- Vaso de barro alto para beber.

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Señor mío, eso es añadir penas a penas; salir yo de la penas de la prisión, y darme a beber en taza penada, es querer car conmigo en la sepultura; vuesa merced me traiga una taza de descanso, y seremos buenos amigos.

Díjome que no había taza tan grande como a él le parecía que yo había menester; a lo cual respondí:

Tráigame un caldero de hacer colada, y cuando no venga lleno, suelo tiene.

Taza penada.-Vasija muy estrecha de boca. En ella sólo se podía beber muy lentamente.

. . . . . .

Yo iba tan herido de las estocadas del vino que ni conocí los que me llevaban preso ni supe si la cárcel era cárcel, mesón o taberna.

. . . . . .

Desbautizábase él en ver que yo visitaba por instantes la pipa de vino, que a la de cerveza siempre le guardé respeto, porque me pareció orines de rocín con tercianas…

Esto, si no es una estocada a la cerveza es, por lo menos, una puya.

. . . . . .

Diéronme por cárcel una taberna, que era lo que la mona quería…

Pedí de beber para echar abajo toda melancolía; a pocos lances y buenos me reventaban los ojos de alegría y la barriga de vino, y me echaba de la oseta.

Oseta.- En lenguaje de germanía hablar recio, jurando, y tal.

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Y sin reparar en digestiones de estómago, comió como leproso y bebió como hidrópico.

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Yo, escarmentado del trato de tales damas, y no en cabeza ajena, sino en la mía propia, me quise excusar, por estimar más morir gustando vinos de tabernas que vivir probando acíbares de celos.

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Llevando para el matalotaje del largo camino veinte frascos de vino y veinte sardinas saladas y diez panecillos bizcochados y otras menudencias de regalos de dulces, para quitar el amargor de la boca después de las grandes polvaredas…

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Asáronme las sardinas, ya sólo el olor que daban estando en las brasas, me bebí media docena de tazas de vino, y después, al sabor, dieciocho.

. . . . . .

Fuimos a visitar la taberna del blanco y tinto, aunque mis visitas eran tan cortas, que allí me salía el Sol y allí me hallaba la Luna.

Es decir, parece claro, que allí se pasaba el día entero.

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Estebanillo, si quieres vivir, no bebas (que era lo mismo que decirme: cáete muerto); y el vino que hasta aquí has despeñado por los conductos de la garganta es menester que salga alambicado por todo el cuerpo, en agua convertido.

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Coheché de tal manera al huésped, que apenas había dado fin a una cantimplora llena de clarete y nieve, cuando ya estaba otra apercibida y puesta a enfriar.

. . . . . .

Y entrándome en una posada, me trajeron un bizcocho y una azumbre de los de Ribadavia, el cual por ser mi paisano, me sosegó, la tormenta de la barriga.

. . . . . .Y, así, podríamos seguir tomando notas.