Publicado en: Las Riberas del Eo. 30-5-1959; De vuelta del Eo (1960)
(Cuento de tradición oral)
Una vez era una raposa que vivía en el monte. Y en él tenía también a su familia. La componían, con ella, el raposón y tres raposines.
Vivían en una ladera de ese monte, en una cueva que estaba disimulada a la entrada por una espesura de tojos y helechos. En las inmediaciones había un prado pequeño y, en la orilla de éste, un roble corpulento. En los días de fiesta el raposón, la raposa y los raposines jugaban a la sombra del roble, en el prado.
Un día, al amanecer, la raposa despertó al raposón y a los raposines, y les dijo:
– Tengo mucha hambre y según imagino, vosotros también la tendréis. Voy al pueblo o buscar gallinas y pollitos para comer hoy.
– Muy bien – dijeron todos a coro.
Salió la raposa al camino y se dirigió al pueblo. Iba muy contenta. Tanto que se sabe que iba cantando. Lará, lará, lará… Al llegar el pueblo vio una casa buena, de labrador rico, y con una huerta grande. Y se dijo: “En esta casa debe haber buenas gallinas y pollitos bien gordos. Voy a llamar a la puerta”.
– ¡Pun, pun!
– ¿Quién llama? – dijo una voz fuerte, de hombre, desde dentro.
– Soy yo, la raposa.
– ¿Y qué milagro, señora raposa? ¿Qué quería? – contestó el señor, abriendo la puerta.
– Mire usted buen hombre, tengo mucha hambre, mucha. A ver si hay manera de que me dé unas gallinas y algún pollito de los que tiene por la huerta.
– Con mucho gusto. Pero hoy no va o poder ser. Están sueltos y no los puedo coger, tal y cual, tumba y tamba. Vuelva mañana señora raposa, por favor. Y se los tendré todos metidos en un saco ¿Qué tal?
– ¡Oh, muy bien! Mañana mismo ¿eh? Hasta mañana señor.
Y se fue al monte triste pero al mismo tiempo ilusionada. Como tenía hambre iba comiendo moras de las zarzas de los caminos. Al llegar a la cueva contó a los suyos, que eran el raposón y los raposines, lo que había pasado. Todos se resignaron con la esperanza del mañana venturoso. Y como era ya tarde, enseguida de durmieron.
Vino el nuevo día. La raposa como el día anterior, se despertó bostezando. Y con más hambre que nunca.
– Bueno – les dijo a los miembros de su familia – . Ahora me voy a buscar lo prometido. Hoy comeremos todos, hasta hartarnos, gallinas y pollitos. Seremos felices.
La raposa se fue. El raposón y sus hijos como iban a comer comida de fiesta se fueron a jugar al prado. Los rayos del sol penetraban por entre las ramas del roble y el lugar, con aquella luz brillante, era ameno, de maravilla.
La raposa bajaba por el camino hacia el pueblo con los ojos que le brillaban de alegría. Y con el rabo, espantaba las moscas que querían acercársele. ¡Ah! ¡Es nada comer gallinas y pollitos!
Muy bien. Llegó a la casa del labrador rico. Se acercó a la puerta. Y llamó.
– ¡Pum, pum!
– ¿Quién llama? – dijo la misma voz del día anterior.
– Oh, no me conoce. Soy la raposa que vengo a buscar lo que me ofreció usted ayer.
– ¡Oh, qué alegría! – dijo el hombre. Tengo las gallinas y los pollitos metidos en un saco. Voy a buscarlo.
Vino pronto. Y entregó a la raposa un gran saco con algo que se movía dentro
La raposa cogió el saco y lo olfateó. Y dijo:
– Huéleme a can, pero pollos serán…
– Nada, señora raposa. No sea usted desconfiada. Ahí va lo mejor y más florido de mi gallinero ¡Quiquiriqui!
– Y la raposa se reía de gusto. Y con el saco al hombro se fue. E iba haciendo con la lengua, relamiéndose: Melerau melerau. Melerau melerau…
Pero tenía tanta hambre, tanta hambre, que en el medio del monte quiso comer si quiera una gallina para reponer fuerzas. Y no se le ocurrió otra cosa que abrir el saco.
¡Qué susto, Dios mío! Que ojos de espanto se le pusieron a la raposa al ver aquello. Porque amigos míos, en el saco no iban gallinas y pollitos. No iban, no. Iban media docena de perros fieros, melenudos y con unos dientes como colmillos de jabalí. Al ver la raposa, saltaron del saco afuera como tigres.
Guá, guá, guá. Guá, guá, guá. Guá, guá…
Y la raposa dio un salto y escapó corriendo, corriendo, monte arriba. Los perros la siguieron de cerca. Alguno llegó a morderle el rabo.
Decía la raposa toda agitada:
Arriba piernas
arriba zancas
que en este mundo
no hay más que trampas
Navia, mayo 1959