Los Campamentos. De Andés baja el amor.

De vuelta del Eo, Eco de Luarca, Programas y folletos

Publicado en: Eco de Luarca. 29-9-1957; De vuelta del Eo (1960); Revista del Descenso 2003.
Leído por: La Voz de Occidente-Radio Luarca el 21-9-1957.

En un barrio de Andés, El Aspra, hay una casa, una casona más bien, que yo, realmente, no sé de quién es. Desde hace años, durante los veranos, la ocupan unos mozos que vienen de todos los puntos de España y que, en ella, se concentran en un albergue de comunidad estudiosa.

En torno a esa casa hay verdes de prados y de pinares. Y pasan por allí, haciendo conmoverse a los árboles, aires frescos del mar Cantábrico. Dentro de la casona, los tales mozos, pasan el día dedicados a las labores intelectuales. Pero al cabo de la jornada, al atardecer, tienen dos horas, dos horitas, de descanso y libertad. En ese tiempo bajan a la villa, a Navia. Y entonces hacen lo que suele hacer la gente joven: decir lo que se siente…

El amor viene de Andés…

Hacia las ocho de la tarde bajan en riada lo que las gentes de Navia llamamos campamentos.

Los campamentos no son unos currutacos, ni unos pisaverdes. No pueden serlo. Sus vestiduras son tan simples, tan sencillas y tan iguales que no hay manera de que se distingan unos de otros. Un jersey azul, un pantalón blanco y unas botas de lona lo cubren todo.

De Andés viene el amor…

Cuando el sol se va ocultando, algodonosas nubes celan al rey de la luz. Hay en las tardes, a esas horas, una apacibilidad y un sosiego que sólo se ven turbados, en algún momento, por el piar de pájaros que van y vienen.

De los campamentos no hay nada que decir… de malo. A través de los años se ha comprobado que en las lides de amor huyen limpiamente de la trampa burda y ordinariota. Es el suyo un galanteo refinado, de buena ley. Hay elegancia en las formas, y en las intenciones. Lo mejor.

Las mujeres de Navia, las nuevas, saben todo esto de memoria. Y la acogida que dan a los campamentos, cada año, es cordial, efusiva.

Cordialidad de amor…

Flota en el aire de Navia, en el estío, un calorcillo de alegría que se vaporiza y desvanece como el humo de un pitillo de tabaco rubio. Hay, se intuye, un fluir de emociones que salen de ilusionados corazones primerizos.

Yo creo que Cupido hace “camping” en un prado de las cercanías de Navia. Y prepara los elementos y hace lo posible para que no falten esas emociones.

Ya se han ido este año los campamentos. Pero antes de salir, cada año y cada turno, en las primeras horas de la madrugada, recorren las calles de la villa con cantos de ronda. La luna brilla o no brilla. Depende. Pero en todo caso hay rasgueo de guitarra en el relente de la noche.

Y allí, ante cualquier casa donde vive una mujer guapa, hacen estación.

– Es a mí. A mí me cantan – piensan y dicen ellas en ese primer sueño que se quiebra con músicas de amor que vuela…

El amor en ese momento viene de Andés, es cierto. Pero anuncia que se va… con la música a otra parte.

¡Tristeza de adiós! ¡Tristeza de amor!

Pero un buen día retorna ¡Siempre vuelve el amor!

Navia, al concluir el verano, se queda un poco desolada y triste. Pero queda en algunas bocas un paladeo de regusto como si fuera de un bombón que se acaba.

El otoño, sin embargo, viene enseguida. Y trae sus amarillos, sus ocres y sus azules limpios y puros. Obra como un bálsamo que cura y suaviza las heridas donde las haya. Las hace restañar.

El otoño es la estación que, por lo menos, a todos distrae y entretiene. Vienen de Villaoril las castañas ensartadas en hilos como cuentas de rosario. Y los maizales se desnudan y se ríen, y nos enseñan sus bigotes y sus dientes de oro…

Pero las lluvias, primero, y los fríos, después, nos obligan a recogernos en nuestros hogares. Y se ve que en los amaneceres salen, por las chimeneas de las casas, humos negruzcos y espesos, pero tranquilos.

En ese recogimiento íntimo evocamos los buenos momentos del pasado. En el alma de muchas mujercitas quedan todavía huellas de un verano que se fue. Y piensan: – ¿Qué pasó? ¿Qué era aquello, Dios mío?

Lo diré, pero no con palabras mías. Con palabras de un poeta, de Bécquer:

 Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada;
oigo flotando en ondas de armonía
rumor de besos y batir de alas
mis párpados se cierran ¿Que sucede ?
¡Es el amor, que pasa!

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