Texto taquigráfico del discurso pronunciado por D. Alejandro Sela, en la cena – homenaje a D. Félix García “CHELE”, celebrada el día 13 de Abril de 1952, en el Hotel Mercedes de Navia.
Publicado en: Programa de Fiestas de San Roque, 1964
Bueno.
Voy a hablar. En realidad yo no he sido nunca partidario de las
charlatanerías de banquete, nunca me han gustado, por parecerme que lo que en
ellos se dice, a los postres, más que ideas puras y limpias, fruto de cabezas
despejadas, son más bien ideas turbias y enclenques, producto de excitaciones
alcohólicas.
Sin que esto suponga una excepción, allá va, allá voy. Si he de ser
orador algún día, creo que ya va siendo hora de empezar. A ello me anima sobre
todo la confianza de que me vais a juzgar, no por la brillantez de mi
exposición, sino por lo que veáis de sincero en lo que diga.
Quiero, si no justificar este acto – cada cual es libre para enjuiciar
– justificar el por qué he venido yo. Me interesa.
Esta cena o comida, entiendo yo, se celebra en honor de la buena
voluntad, de la sencillez y de la humildad. Cualidades todas ellas reunidas y
concordadas en una sola persona: Chele.
Ha sido, pues, la causa, tan honrosa, la que me ha movido a venir con
verdadero placer y contento.
Y ha querido, además, el azar, la suerte, traerme a esta casa que ha
sido mi hogar cerca de tres años, formando parte de una gran familia de la que
es timonel el nunca bien ponderado Benjamín, también humilde, trabajador y
caballero. ¡Ah!, se me olvidaba, y lector incorregible del “Coyote”.
Yo tengo a Chele, lo he tenido siempre, por una gran persona. Y
vosotros al acudir aquí, sin duda lo tenéis en una opinión que no es más baja
que la mía. Cuanto se haga y cuanto se diga en alabanza de este hombre, es
justo. Nadie como él personifica hoy las esencias más puras de esta villa de
Navia, uniendo por su edad, un pasado relativamente lejano con la actualidad
que vivimos. Y siempre actuando, en beneficio de todos, con el mismo espíritu:
jovial, alegre, voluntarioso y desinteresado.
Yo he venido hoy a cenar con Chele para disfrutar unas horas de
placidez y tranquilidad. Por unas razones o por otras, por dentro o por fuera,
mi vida es bastante intensa. Y así como el velero después de recorrer muchas
singladuras de mar embravecido y proceloso se refugia en una bahía para ordenar
su arboladura y su velamen, así yo recalé esta noche en esta ensenada, para dar
refacción a mi espíritu donde brilla la paz y la cordialidad en torno a un
hombre bueno.
Concurre en Chele una circunstancia que ejerce sobre mí un enorme
atractivo. Es ella la de no ser un hombre leído.
Chele, bien nacido, se ha formado a sí mismo en una vida llena de
humildad. Él es el artífice de su propia persona. En contacto con la lucha
diaria, ha tenido el gran instinto de asimilar las enseñanzas de los buenos y
dar de lado, despreciándolos, los malos ejemplos de los malvados. Se ha
formado, no por influencias de pedagogías ni retóricas, sino en la escuela de
la vida, que es la más pura fuente de conocimiento.
Soy yo, precisamente yo, muy leído, quizá excesivamente leído, el que
viene aquí a hacer un cálido y sincero elogio de una personalidad así
elaborada.
Los hombres de buen corazón y de alma transparente no necesitan
lecturas ni maestros para dar ejemplo de vida. Son seres puros y sanos, como
frutos selectos de la naturaleza.
Frente de estos hombres están – yo me incluyo – los que estudian, los
que están hartos de letras de imprenta y de tener maestros barbudos. Nosotros –
los así formados – ya no somos fruto de la naturaleza, sino más bien seres
artificiales, algunos de aparente vistosidad, pero en el fondo eso: puro
artificio. Por encima de lo que se llamó cultura o civilización, o cosas de
esas, solo hay una gran verdad, como dijo un gran ingenio: cada uno es como
Dios lo dio, y aún peor muchas veces.
Chele, pues, es un ser natural, formado en la vida. Yo, artificial,
formado en los libros. Pero a pesar de esta indudable diferencia en cuanto al
ser, hay algo que nos une y nivela.
Chele, con el corazón, va por la vida. Y yo, el que estudio, voy guiado
por una cabeza mejor o peor nutrida. Pues bien, los corazones y las cabezas
bien intencionadas no deben representar valores sociales dignos de estima. Para
nuestra actuación en la vida no hay alientos ni estímulos. Nosotros no tenemos
cupo en los repartos de incienso. Hemos llegado tarde.
En las columnas de los periódicos no habréis visto nunca nuestros
nombres para ensalzarlos un poco, no hay sitio. Esas columnas de periódicos
están abiertas de par en par para alabar, no los corazones ni las cabezas, sino
a los que tienen unas piernas en condiciones. ¿Y quiénes están bien de
piernas?. Lo sabe cualquiera: los futbolistas y las artistas de varietés.
Para ellos son las glorias y los laureles de la apreciación social.
Pero no importa. Chele es humilde por naturaleza y yo lo soy por
resignación. Ambos nos damos por servidos, no ya con que ese nos quiera bien,
sino con que el pueblo de Navia no nos quiera mal.
Yo recuerdo ahora las múltiples veces que, en época de fiestas, he
visto a Chele con manojos de cohetes. Me produjo la misma sensación que si
viera a una mujer con ramos de flores. Es decir, me produjo efectos agradables.
Ya sabéis para que quiere Chele la pólvora. Para prenderle fuego y
hacerla ascender por los caminos del cielo, guiada por una vara de avellano, y
producir a la altura de las nubes el fenomenal estampido. Así, con tanta
sonoridad, nos llama a todos a las fiestas, a la alegría y a la vida.
¡Qué contraste tan enorme! Los hombres cultos, las grandes mentalidades
del mundo, los conductores de pueblos, ¿sabéis para qué quieren la pólvora?
Para embutirla en los cartuchos de los fusiles y de los cañones. Y luego que
tienen muchos hechos, se reúnen en pomposas asambleas internacionales, arman
«el bollo» y llevan al ser humano, no a la alegría y a la vida, sino al
aniquilamiento o a la destrucción, al sacrificio, o la guerra y, en fin, a la
muerte.
El más grande de los españoles de todos los tiempos, Cervantes, ya dijo
en su Quijote que los montes crían letrados y las cabañas de los pastores
encierran filósofos. Chele, en su humildad, en su silencio, es las dos cosas.
Nada de arrogancias. Y sobre esta base de conocimiento humano, se destaca lo
que es más visible y da perfil a su ser: Chele es una persona, tiene personalidad.
Para mí, ser persona consiste en que en los actos de la vida se piense
con la cabeza propia y no con la del vecino. Chele no es el que pide consejos a
Juan o a Pedro para saber lo que tiene que hacer en cada caso. Cuando Chele
sale de casa sabe a donde va, cierto, seguro, sin mirar a los lados,
importándole un bledo que los que lo vean rían o lloren. A él no le interesa
saber eso. Eso, sí. Va siempre dispuesto a hacer bien a todos, si puede, y mal
a ninguno.
Y con el espíritu más elegante que pueda tener el ser humano: estar
siempre dispuesto a darlo todo, y no esperar ni pedir nunca nada.
Esto es enorme, caballeros.
La mayoría de los hombres cuando salimos de casa no sabemos ciertamente
o donde vamos. No sabemos con seguridad si vamos a hacer bien o mal; miramos a
los lados; nos preocupa lo que pueda pensar el vecino o el amigo; con
vanagloria buscamos el aplauso para nuestros actos, nos fijamos en lo que hacen
!os demás, pedimos consejos, nos mueve el interés más de lo que se supone la
gente, etc. etc. En una palabra, dudamos. No tenemos confianza en nosotros
mismos. Somos el tipo Hamlet, que si se nos ha de dar algún valor como tipo
humano es por contraste, solo por contraste, para que sobre el fondo de nuestra
mediocridad resalten los buenos, los mejores.
Yo he venido hoy aquí, además, ostentando una representación: la de los
pueblos de las orillas del Eo. Ribadeo y Castropol, por mi aunque indigno,
nacido en una de aquellas orillas, están representados. No podían faltar.
Muchos de los jóvenes de esos pueblos dimos aquí los primeros pasos al lado de
una mujer que nos sonreía. Y esos primeros pasos por cierto estaban iluminados
por unos farolillos que tú, Chele, colgabas de unas redes que previamente tus
manos delicadas pero viriles, tejían de rama a rama en los árboles del parque.
¡Farolillos! ¡Luciérnagas que disteis luz a nuestras primeras
ilusiones!
Chele, eres un poeta, un gran poeta. Con tus manos, por ser pintor,
embelleces nuestras moradas, recreas nuestra vista. Con tu gran corazón nos ennobleces.
Y con tus actos, llevas a nuestras almas la alegría y el contento.
¡Chele, eres un artista!
Yo siento que en estos momentos no nos acompañe alguna mujer de Navia.
Pero es igual. Yo sé que te quieren todas, una a una. Puedes estar orgulloso.
Nada hay que ensanche y eleve tanto el corazón de los hombres como el
saberse honestamente querido por almas de mujer. Puedes emocionarte un poco, si
quieres. En estos instantes pensarán todas en ti, sin duda. Las mayores, con
gratitud a lo que has hecho por ellas. Y las más jóvenes, que ya te conocen,
con la ilusión y la esperanza de que cumplas siempre lo que has creído ser tu
deber….
NOTA. – Chele nació en San Roque, el 13 de enero de 1.888.