SIN TÍTULO (Castillo de Anleo)

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Anleo. Castillo del Marqués de Santa Cruz. Sobre esa suave loma el castillo… Las hiedras lo agarrotan y lo asfixian. El castillo abandonado se muere. Alegría romántica. Esto es tristeza.

En su torno laureles, espinos y zarzas separan las lindes de las fincas. Se percibe a lo lejos el monte de pinos, y más acá, el rastrojo de los trigales. Y el trigo en gavillas amontonado. Verano.

En primer término el maizal, el híbrido que morirá pronto. Con el comienzo del otoño.

SIN TÍTULO (Huellas en la arena)

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Huellas en la arena… y casetas de baño en la playa de Navia. Sombras alargadas delatan la caída de un sol que se va… ¿y qué? Mañana vuelve. Se va contento. Acarició la piel de la gente joven que es la gente de la playa. El niñito de pala y cubo. Y las mujercitas que abren su flor a la vida y que sueñan, con lo único que vale la pena… con el amor.

Mañana volverá el sol.

Los cuerpos que no lo son hacen labores de punto… o leen una novela en el borde de una peña.

Huellas en la arena… esto da idea de paisaje de luna con volcanes apagados. Se supone…

Paisaje de playa. Paisaje de cielo. Paisaje de luna…

BRAULIO IBÁÑEZ

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Nació en Luey, val de San Vicente, partido judicial de San Vicente de la Barquera. A los once días salió de allí. Sus padres se llamaban Felipe Ibáñez y María Suero. Con su madre se fue a Badajoz haciendo vida “por el mundo”. Vendían especias: anís, pimienta negra, cominos, clavo, tinta, papel y sobres. Con una caballería pequeña andaba por los pueblos. De allí fueron a Albalá, Cáceres, y allí vendían mercería y bisutería. Así, dos años. Braulio tenía siete años y ya “despachaba al público”. Después pasó Braulio a Talavera de la Reina y pueblos cercanos donde paró algún tiempo. Allí se dedicó a guardar puercos en el monte. Tales puercos comían bellotas. En Mejorá entró a prestar servicio en casa del tío Antón, a dos leguas de Talavera. Su amo al regresar del monte le daba “leña” con un palo para que no cenara. Ganaba 18 duros al año. Andaba por el monte descalzo. Estuvo a su servicio seis meses. Pero un día de tormenta perdió dos puercos. Tuvo miedo al amo y se fue a hacer noche en el tronco de una encina. Tenía entonces 8 años. Allí estaba cuando fueron a buscarlo. Le atizaron.

Se marchó a Segurilla. Hizo noche en una cuadra. En la casa donde durmió se hizo porquero y cuidaba una manada de diez y ocho a veinte unidades. Su amo se llamaba el tío Pepe. Dormía en la zahúrda. Allí pasó un año y medio.

Desde allí se fue a Madrid con su madre y trabajó en una tejera ganando una peseta diaria. Estaba entre los dos Carabancheles. Su madre también trabajaba en la tejera ganando seis reales. Así pasaron un verano.

Pasó a una hojalatería, de aprendiz, en la calle de Lavapiés, con once años. Esto le duró dos o tres años y llegó a ganar dos pesetas diarias.

Volvió a Extremadura de ambulante otra vez, pero haciendo cacharros de lata. Y con tal oficio, viajó, además, por Madrid, Toledo y otros sitios. También arreglaba sillas de paja. Entró después en el servicio militar. Lo pasó parte en Toledo y parte en África, en un total de cinco años. Empezó sirviendo en el Regimiento del Rey y cuando se licenció pertenecía al de Mahón n. 63. Fue soldado, cabo interino e instructor de quintos.

Vino, licenciado, a Valencia. Solo. Y después pasó a León y Galicia – 1931 -. Vivió el La Bañeza y Benavente trabajando de hojalatero. Luego en Lugo vendía caramelos y churros. Los churros los hacía él.

En 1934 vino a Barres, ayuntamiento de Castropol. Pero antes estuvo también en Reinante y Ribadeo trabajando y vendiendo artículos de alambre. Se casó en Barres. Y tuvo algún tiempo haciendo helados que había aprendido a hacer en Valencia.

Cuando salió del taller de Madrid, compró en 18 duros, un carro y un burro a unos gitanos. El gitano que se lo vendió se llamaba Alcanzabrevas, era muy alto.

Después de casado fue a Zaragoza, donde trabajó en teléfonos. Fue también a trabajar a Torrelavega y en las minas de hierro de Heras. También fue a Bilbao.

Le gusta andar, ver, cambiar de ambiente.

Tiene cuatro hijos, uno casado.

SIN TÍTULO (Las nubes)

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Jarcias por aquí… jarcias por allá.

Jarcias tensas…

Y palos y más palos que se cruzan…

Hay, sobre cubierta de estas lanchas una permanente lección de geometría. Ángulos, triángulos,… ¡Uf!

Pero al fondo, hacia el cielo, hay todo lo contrario. Nada de rigor, nada definido… libertad. Puro capricho… Las nubes no tienen forma. Unas se van y otras vienen en el eterno coqueteo de sus apariciones ¿somos guapas? dirán.

– ¡Claro que sois guapas, nubes de Asturias! ¡Tenéis tantos vestidos que os embellecen! Unas veces venís de gris, otras de rojo, otras doradas, otras, en fin, de blanco… Y, bajo esos colores, destacándoos del cielo azul…

Las pesqueras ahí están, juntas, arrimadas unas a otras, pasando el invierno en el puerto de Navia.

¡No se ha dejado ningún cabo suelto!

SIN TÍTULO (El angulero)

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En el rigor del invierno en Navia, a altas horas de la noche, si uno sale a dar una vuelta, se puede ver por las calles a algún hombre que lleva un cedazo mangado en un palo…

Es el angulero…

Pero no lleva solo el cedazo, lleva más cosas: Una lata vacía o un caldero y un farolillo de aceite…

Esta es la impedimenta del angulero.

El escenario donde trabaja esta gente es la ría. En lugares como este que se ve con luz reflejada de un sol que se ha ido… Pero, ya dije, en horas de madrugada. Y en marea llena, cuando salen muy bien.

Son muchas las gentes de Navia que van a la angula. Como en esos días el cielo suele estar anubarrado la oscuridad es casi plena. No hay luz de luna ni luz de estrellas…

Hay, solamente, la luz del farolillo del angulero. Que es una luz mortecina. Pero como son muchos que se colocan a ambos lados de la ría y, además, como es natural, se reflejan en las aguas, se multiplican.

Navia a la luz del angulero toma una coloración especial. Adquiere una cierta lucidez. Como novia en vísperas de boda.

¡Algo así!  

SIN TÍTULO (Las aguas de la ría de Navia)

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Cuando se ven las aguas de la ría de Navia con esta apacibilidad y sosiego, el alma se me inocula de candor y de inocencia. Me siento niño…

Me entran unos deseos locos de buscar unos camaradas como yo para ponernos a jugar en sus riberas. Unas veces nos dedicaríamos a la botadura de barquitos de papel, hechos con hojas de almanaque… Otras a tirar, con fuerza, piedras planas que van dando saltitos sobre el espejo de las aguas… Otras para alborozarnos cuando llegan esas bandadas de pececillos que van nadando por las veredas de la ría buscando la vida…

Y, por último, cuando tomáramos mayor confianza, nos subiríamos a ese par de botes. Y jugaríamos a ser Cristóbal Colón, Juan Sebastián Elcano o alguien por el estilo. Descubriríamos tierras hasta ahora ignoradas y pondríamos en ellas banderitas de papel en señal de conquista…

Al final estaríamos todos hechos unas calamidades de sucios y mojados. Y al regresar de nuestros descubrimientos, ya anochecido, nos recibirían nuestros papás que nos llevarían a casa. No de la mano.

¡Por las orejas!

SIN TÍTULO (Los botes)

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En la dársena del puerto de Navia hay embarcaciones fondeadas.

Se ve alguna, gasolinera (a motor). Pero las más son botes.

El bote siempre tuvo para mí un gran valor simbólico. El bote es la vida…

Para ir en uno y andar por la otra… hay que remar.

Todo tiene que ser a pulso. Hay que sudar…

Pero… dejemos de filosofías de quincalla. La verdad es que esos botes, cada uno, tienen su vela blanca… Y el viento por ella, lo empuja y lo mueve.

SIN TÍTULO (El mercado)

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Ya el sol es ido…

Y no hay luz de estrellas. Ni luz de luna. Todavía…

Hay, como se ve, media luz. Luz de tango

A media luz los dos…

Pero no es eso lo que yo quería decir. Lo que se ve es un preludio de noche oscura, cerrada…

Se suele creer que el mercado, donde se compra y donde se vende, es la prosa de la vida. Y sin embargo, la verdad es que hay un no sé qué de encanto, de misterio, en el ir y venir de las gentes…

Voces, barullo… El regateo…

Y por el suelo, en cestas o como cuadra, patatas, cebollas, verzas, rabizas,…

Y aquí y allí buhoneros con sus “existencias” tendidas por el suelo un poco al desaire. Uno vende loza, tazas, platos, vasos de noche, etc., etc. Otro, escarpidores, peinetas, pendientes y otros aderezos para el amor. Otro, juguetes… Ahí en la foto, se ve a una mujer enlutada ante su cacharrería de barro como si fuese un rebaño de ovejas de lo más dócil…

A veces se ve en el mercado una mujer remangada que tiene en la mano un cuchillo imponente. Nada de crímenes. Es la pescadera, la que vende el bonito…

El mercado es, en los pueblos, una manifestación artística. Es el gran bodegón.

En él hay una naturaleza muerta.

¡Y viva!

SIN TÍTULO (En este pueblecito)

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En este pueblecito que ahí veis viven mujeres hermosas…

¡Qué vecindario! Cuatro casitas como quien dice…

¡Y qué bien urbanizado! Nada de adoquines, nada de cemento… Y, como secuela, nada de arbitrios municipales…

El suelo es arena suave… Con los pies desnudos se pisa y no se nota…

Las mujeres que ahí viven a veces no lo son o no lo parecen. Tal vez sean hadas o sirenas… algo fantástico, soñado y no real.

Algunas usan gafas oscuras para defender sus ojos de la dureza de las claridades meridianas. Los ojos que emiten una luz como si fueran luceros de la mañana… Y de los que dijo un poeta,

Bien pueden alargar la vida al día
Suplir el sol, sustituir la aurora
Disimular la noche a cualquier hora…

No he de seguir. No está bien manchar papel con palabras tontas…

Góngora, por favor, di algo por mí,

Muda,
la admiración habla callando

 ¡Vaya lección!