ECO DE LUARCA. 15-8-1965. Alejandro Sela, literato y pintor

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ECO DE LUARCA. 15-8-1965. Alejandro Sela, literato y pintor. Pág. 43.

Por MAR-K

Nace Alejandro Sela en el día de San Valentín patrono de los enamorados en un pueblecito cercano a Castropol donde tiene su casa solariega para contemplar el bello paisaje de la ría del Eo bien determinada por las villas de Ribadeo, Figueras y Castropol que reflejan sus siluetas en las claras aguas.

Ama al árbol y buena prueba de ello es que ha plantado muchos por aquellos alrededores que cuida con mimo. Hay a la vera de la ría de Navia un fresno que él estima mucho tanto que la gente ya lo ha designado con el hombre del “fresno de Sela”. Afirma que todo hombre debía de plantar árboles, escribir un libro y tener un hijo. El cumple estos postulados.

Escribió libros de ensayos “Hacia la ría del Eo” y “De vuelta del Eo” cuyos temas claves son el amor, el paisaje, costumbres, personajes, etc.

Se puede afirmar que la alianza “amor-paisaje” son el fundamento filosófico de su vida.

Ha viajado por toda España buscando contrastes con las bellezas de Asturias. Sus escritos leídos en las radios de Paris, Suecia y Holanda ensalzan la zona Occidental de Asturias. Es hombre de pocos amigos que ama la soledad. Porque en orden al pensamiento es lo más fecundo y entretenido. Sabe divertirse solo. Nosotros diríamos que tiene vocación de gran ermitaño, o un buen monje del Cister. Es perito agrícola y licenciado en Derecho.

Su lema en la vida es el amor con la fórmula quevedesca:

“Amo y no espero
porque adoro amando”.

Es pintor de afición. Nunca vende sus cuadros. Como su prosa no es ampulosa dice siempre lo que quiere en pocas palabras. Es un mérito. Sus pinturas tienen un aliento poético. Vino una vez a Navia hace veinte años y aquí se ha quedado entre el amor de los suyos entre libros y entre árboles porque los adora, y es que el amor es más fuerte que el hombre y como admirador de la Searila que muere de amor, él también sucumbe como literato y pintor. ¡¡Y es que hay amores…!!

LA VOZ DE ASTURIAS. 6-8-1965. Alejandro Sela, pintor y poeta

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LA VOZ DE ASTURIAS. 6-8-1965. Alejandro Sela, pintor y poeta

Por MARK

Nace Alejandro Sela en un día del mes de febrero correspondiente al de San Valentín, patrono de los enamorados, en un pueblecito cercano a Castropol, donde tiene su casa solariega asomándose al horizonte hermoso y recortado de la ría del Eo, en el que se reflejan en sus aguas, Ribadeo, las Figueras y Castropol. Este último es patria de poetas, artistas y jurisconsultos.

Lleva plantados muchos árboles que cuida personalmente. Él asegura que todo hombre debe de plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo.

En su faceta literaria tiene dos libros de ensayos, muy bien acogidos por los críticos, «Hacia la ría del Eo» y «De vuelta del Eo», en los que recoge temas del amor, el paisaje, costumbres, personajes. Puede afirmarse que la alianza «amor-paisaje» es, si así se puede decir, el fundamento filosófico de su vida.

Cultiva la pintura por pura afición. Nunca vendió ninguno de sus cuadros y ha viajado por toda España buscando siempre nuevos ángulos de visión, para centrarlos con las bellezas de Asturias. Ha sido uno de los mejores propagandistas de la zona Occidental en las radios de Paris, Suecia y Holanda. Es hombre de pocos amigos. Se encuentra bien en la soledad, porque ella da fecundidad al pensamiento. Se divierte solo. Es perito mercantil y licenciado en derecho. Referente al amor es su lema la fórmula quevedesca.

Amo y no espero
porque adoro amando.

Su pintura es de aliento poético. Hizo una exposición de Vegadeo donde presentó 18 cuadros. Resumiendo digamos que su trabajo literario es soberbio, ameno, porque en pocas palabras dice lo que desea, decir.

ECO DE LUARCA. 9-8-1964. Un cuadro de Alejandro Sela

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ECO DE LUARCA. 9-8-1964. Un cuadro de Alejandro Sela. Pág. 17

D. Alejandro Sela, un hombre polifacético, nos envía para este extraordinario dedicado a la Villa de Navia una fotografía que corresponde a un cuadro pintado por él, en uno de los más céntricos lugares de la villa. Entre los hermosos edificios de la Carretera General, queda este rincón donde las viejas casas se asoman al tráfico de la carretera. El carro de la panadería y el antiguo farol, son como dos recuerdos del pasado que permanecen aún en este instante en que la vida ha evolucionado de tal forma que, lo que hace cincuenta años era el último grito, hoy es arcaico y extemporáneo.

Gustosos reproducimos esta pintura del Sr. Sela, que si antes colaboró con nosotros enviándonos interesantes artículos y reportajes, lo hace ahora, en que su salud le impide concentrarse para escribir, con esta hermosa pintura que dedicamos a todos los amantes de la Vieja Navia, que se asoma, acaso por poco tiempo, a la carretera general.

REGIÓN. 22-8-1963. Alejandro Sela expone sus cuadros en Vegadeo

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REGIÓN. 22-8-1963. Alejandro Sela

Sela, esta especie de Leonardo del Eo, perito agrícola, abogado, juez, poeta, ensayista, literato, polemista y extravagante viajero, se nos sale ahora por la pintura”, escribe Álvaro Delgado. Todo lo que dice el pintor madrileño, acerca de Alejandro Sela, responde a una realidad. El perito agrícola, abogado, juez, ensayista, literato, polemista, y extravagante viajero en, Navia, sobre la dulce orilla, que don Ramón de Campoamor cantara. De Alejandro Sela pueden esperarse, en el teatro intelectual las más sorprendentes e interesantes aventuras. Cuando se cansa de dictar sentencias o aconsejar sobre cultivos, toma la pluma y escribe, a lo mejor un ensayo sobre los paisajes de la villa de Navia o un libro de versos sobre las riberas del Eo, que él ama de manera harto singular. Otras veces, con objeto de desintoxicarse del ambiente habitual, salta encima de la moto de un amigo y corre, sin preocuparse de la lluvia ni del viento, por aquellos caminos donde cabe encontrar tipos humanos dignos de tal nombre. Ahora, así por las buenas, ha inaugurado una exposición de pintura en la Casa de Cultura de Vegadeo. Y la gente, que sabe lo que vale Alejandro Sela, acude a ella desde todas las villas del Occidente.

El perito, abogado, juez, poeta y pintor, posee una categoría humana de primera calidad. Como todos los hombres que llevan mucho dentro, Alejandro Sela es una criatura sensible, abierta al diálogo, enternecida, capaz de comprender más allá de lo que, normalmente, comprenden la mayoría de las, personas.

Sela ha pintado, para la exposición de Vegadeo, paisajes del occidente asturiano: Tineo y Luarca, Navia y Castropol, Arbón y Figueras… Y alguno de Toledo y Colmenar de Oreja. Todos tienen, de forma sobresaliente, la huella de la acusada personalidad de este Alejandro Sela polifacético y amigo de cualquier clase de criaturas.

REGIÓN. 18-8-1963. Alejandro Sela expone sus pinturas en Vegadeo

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REGIÓN. 18-8-1963. Alejandro Sela visto por Álvaro Delgado. (Texto incluido en el Catálogo de la Exposición de pintura, celebrada en la Casa de Cultura de Vegadeo).

Por Álvaro Delgado

Sela, esta especie de Leonardo del Eo, perito agrícola, abogado, juez, poeta, ensayista, literato, arquitecto, polemista y extravagante viajero, se nos sale ahora por la pintura. Y nos muestra una serie de cuadros que francamente nos decepcionan.

Entendamos. Quien conoce a Alejandro sabe que es un gran dialéctico del amor.

Nos puso a todos en la pista de «la Searila» en un bello relato. Después contribuyó a la multiplicación de los noviazgos por toda esta zona cuando publicó aquello «De Andés bajó el amor”. Y en la terraza del Martínez, aquí en Navia, tiene cátedra abierta, viva y diaria sobre el tema.

Es lógico que sabiendo esto esperásemos que eligiese como motivo para sus pinturas lo que tanto ha cantado y tan ardorosamente defiende.

Pues no.

Sela, que es un astuto y utiliza lo sorprendente, nos ha dado lo que pudiéramos llamar los escenarios, pero nos ha escamoteado los personajes y las escenas. Y de aquí la decepción.

Y también la sorpresa.

Sabemos que estos cuadros están pintados en lugares donde se sucedieron las aventuras amorosas de Don Quijote, de Salicio y Nemoroso. De la Searila. Y… quizá, también del propio Alejandro, ya que en forma de Arte hay mucho de autobiográfico. Pero no aparecen las historias que esperábamos. Y este es el fraude.

Y es que Sela, como digo antes, es muy astuto y está muy al día y sabe que «la historia» en pintura no cuenta. Que vale más ponerle al cuadro una buena dosis de poesía. Y él la ha puesto en tal cantidad y en forma tal, que quedamos sorprendidos, encantados y olvidamos las tabarras sobre el Amor que nuestro amigo nos encaja en las terrazas de los cafés de Navia.

Y remendándole, decimos:

– ¡Ah! Esta exposición ha de verse.

Y hay que hablar de ella. Y ha de gustarles.

Y si no me enfado.

¡Palabra!

Feliz año

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 19/26-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

HAY una época del año de subido valor emotivo y de particular interés de intimidad. Se sitúa en la última decena de diciembre. En ella están la Navidad primero y la Nochevieja después.

En esos días los miembros de las familias llevan o llevamos a los hogares, como las abejas, las máximas dulzuras.

Los que somos golosos de la buena fruta y de las confituras lo pasamos “bomba”. Entre las frutas está la uva. Y entre las confituras – yo las califico así – las pasas. Uvas de Almería o de donde sea. Y las pasas de Málaga, Denia…

Yo soy fiel a una tradición. Siempre, todos los años, me tomo en Nochevieja las doce uvas de la suerte al compás de las campanadas de un reloj. Y así, si hay algún día venturoso a través del año en mi vida, a las uvas se lo debo. Enlazo el efecto con la causa. Me parece natural.

La vitivinicultura ha sido siempre bien mirada por la Iglesia católica. Recuérdense los diferentes pasajes de la Biblia que hablan del vino y el uso diario que los sacerdotes hacen del mismo.

Por su parte, los creadores del estilo barroco o churrigueresco han elevado las uvas, casi divinizándolas, a los altares. Las columnas salomónicas de ese estilo están contorneadas con sarmientos de vid con sus frutos dorados. Y nosotros, cuando se da el caso, al hacer nuestras prácticas religiosas, en determinados templos, nos postramos de hinojos teniendo delante santos y racimos de uvas.

Somos muchos los que hacemos de este fruto un alimento preferido, en tanto lo hay, claro. Y entre personajes importantes de la literatura española tenemos excelentes “compañeros”. En el Quijote se lee lo siguiente: “Levantóse, en fin, el señor gobernador, y por orden del doctor Pedro Recio le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas”.

Es de notar la avidez y el cómo saboreaban las uvas Lazarillo de Tormes y su amo ciego. Copio del delicioso libro: “Acaesció que llegando a un lugar que llaman Almorox (Toledo) al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador les dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel tornábase mosto y lo que a él se llegaba.

Acordó de hacer un banquete, así por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dixo:

“ – Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hagas dél tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos y desta suerte no habrá engaño.

“Hecho así el concierto comenzamos, mas luego al segundo lance el traidor mudó el propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debía hacer lo mesmo. Como vio que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, más aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dixo:

“- Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que te has comido las uvas tres a tres.

“- No comí – dixe yo -, mas ¿por qué sospecháis eso?

“Respondió el sagacísimo ciego:

– ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que yo las comí tres aires y tú callabas.

Samaniego, que no en balde era de una región de uvas, La Guardia (Álava), nos dejó una fábula, la de «La zorra y las uvas», que es ejemplar. Veamos su final:

 “Al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas,
miró, saltó y anduvo en probaturas,
pero vio el imposible ya de fijo,
y entonces fue cuando la zorra dijo:
“No las quiero comer, no están maduras”.
No por esto te muestres impaciente
si se te frustra, Fabio, algún intento.
Aplica bien el cuento
y di: “No están maduras”, frescamente”.

Ahora veo claramente la eficacia pedagógica de esta fábula que los maestros de mi tiempo enseñaban a los niños. Somos muchos los hombres decididamente admiradores del amor y de sus causas. No me extraña nada que amigos míos, maridos, cuando ven mujeres hermosas digan, con honda pena por supuesto, como una raposa cualquiera:

– ¡No están maduras!

Quevedo

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 12-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

VUELVO sobre el tema Quevedo, poeta, y el vino. Pero creo que conviene hacer algunas precisiones sobre el estado de la cuestión “poesía”. Y sólo para algunos posibles lectores. Para otros no hace falta.

La poesía, antes que ser razón, es misterio. Y siendo misterio es encanto. Y por ser encanto es emoción. La poesía no es, no debe ser, para tener calidad, absolutamente clara y razonable. Tiene que ser otra cosa. Claridad y obscuridad mezcladas le van bien. Algo así como una mujer que dice que no con la boca y, sin embargo, al mismo tiempo, dice que con la mirada. Se dan casos.

Guillermo de Torre, crítico literario enterado, cita opiniones que te confirman en el criterio expuesto. Por ejemplo, el poeta inglés T. S. Eliot, premio Nobel, fallecido hace pocos años, decía que no estaba seguro de haber entendido todos los pasajes de un Shakespeare, sin dejar por ello de admirarle menos. Jaques Maritain acertaba a delimitar algo muy obvio: la diferencia entre el sentido poético y el sentido lógico. Más todavía, Herber Read exaltaba sin atenuantes la obscuridad como valor poético.

Ortega y Gasset y Baroja tuvieron una vez una discusión. Ortega decía que la gente lee lo que entiende. Y, por el contrario, Baroja opinaba que la gente lee, con más frecuencia, lo que no entiende.

En la vida diaria, corriente, estamos rodeados de muchas cosas que no entendemos con claridad y las aceptamos sin inconveniente. En diversas ocasiones he oído a maridos, más bien antiguos maridos, decir algo parecido a esto:

– A mi mujer no hay quien la entienda.

Y era verdad. Pero esos maridos no se dan cuenta de lo que no se entiende en las mujeres tiene todo el encanto de lo misterioso. Y que es este “no entender” lo que les ata más a ellas.

Quevedo, uno de los más altos y al mismo tiempo uno de los más hondos poetas de la historia literaria española, se sirvió del vino para darnos las más bellas imágenes en el arte de la poesía.

De ésta, de la poesía, dijo Cervantes, entre otras cosas: “Ella es hecha de una alquimia de tal virtud que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo, de inestimable precio”.

Y ahora, sin explicaciones, voy a reproducir cinco sonetos de Quevedo donde el vino juega un papel importante. A mí me parecen estupendos, pero cada uno debe arreglárselas como pueda para sacarles su jugo emocional.

Castiga a los glotones y bebedores que con los desórdenes suyos aceleran la enfermedad y la vejez

 Que los años por ti vueles tan leves
pides a Dios, que el rostro sus pisadas
no sienta, y que, las greñas bien peinadas,
no pase corva la vejez sus nieves.

Esto le pides y, borracho, bebes
las vendimias en tazas coronadas;
y para el vientre tuyo, las manadas
que Apulia pasta son bocados breves.

A Dios le pides lo que tú te quitas;
la enfermedad y la vejez te tragas,
y estar de ellas exento solicitas.

Pero en rugosa piel las deudas pagas
de las embriagueces que vomitas,
y en la salud que, comilón, estragas.

Al rey Baltasar, cuando profanó en el convite los vasos sagrados del templo

De los misterios a los brindis llevas,
¡oh Baltasar! los vasos más divinos,
y de los sacrificios a los vinos
en que injurias de Dios profano bebas.

Que a disfamar los cálices te atrevas,
que vinieron del templo peregrinos,
juntando a ceremonias desatinos
en la vajilla de blasfemias nuevas.

Después de haber, sacrílego, bebido
toda la edad de Baco en urna santa,
mojado el seso y húmedo el sentido,

ver una mano en la pared te espanta,
habiendo tu garganta merecido
(no que escribas) que corte tu garganta.

Médico que, para el mal que no quita, receta muchos

  La losa en sortijón pronosticada,
y por boca una sala de viuda,
la habla entre ventosas y entre ayuda,
con el denle a cenar poquito o nada.

La mula en el zaguán tumba enfrenada,
y por julio, un arrópenle si suda;
no beba vino, menos agua cruda;
la hembra, ni por sueños ni pintada.

Haz la cuenta conmigo, dotorcillo,
para guitarme un mal, ¿me das mil males?
¿Estudias medicina o Peralvillo?

Desta cura me pides ocho reales;
yo quiero hembra, y vino, y tabardillo,
y gasten tu salud los hospitales.

Otro soneto

 Estos son los obreros de rapiña,
que, viniendo a la viña los postreros
 trabajan menos, ganan más dineros
y aprisionan al dueño de la viña.

Al padre de la viña se le aliña
gentil vendimia en estos jornaleros,
pues el vino le encierran en sus cueros,
podan el pago y roban la campiña.

Ya que a la viña del Señor no vienen,
al señor de la vida has agarrado,
menos puras las almas que las cubas.

Y por miedo que al Profeta tienen,
al revés de la viña del pecado,
siendo Labrusca, se hacen unas uvas.

Gabacho, tendero de zorra continua

 Esta cantina revestida en faz;
esta vendimia en hábito soez;
este pellejo, que con media nuez
queda con una cuba taz a taz;

esta uva, que nunca ha sido agraz,
el que una vez bebe otra vez;
esta, que dejan a sorbos pez con pez
las bodegas de Ocaña y Santorcaz;

este, de quien Panarra fue aprendiz,
que es pulgón de la vina su testuz,
pantasma de las botas su nariz,

es mona que a los jarros hace el buz,
es zorra que al vender se vuelve miz,
es racimo mirándola a la luz.

(…y añade estos dos sonetos en el capítulo del libro, “Vino, Amor y Literatura”)

Bebe vino precioso con mosquitos dentro

  Tudescos moscos de los sorbos finos
caspa de las azumbres más sabrosas
que porque el fuego tiene mariposas
queréis que el mosto tenga marivinos.

Aves luquetes, átomos mezquinos,
motas borrachas, pájaras vinosas,
pelusas de los vinos envidiosas,
abejas de la miel de los tocinos,

liendres de la vendimia, yo os admito
en mi gaznate, pues tenéis por soga
al nieto de la vid, licor bendito.

Toma en el trago hacia mi nuez la boga,
que, bebiéndoos a todos, me desquito
del vino que bebisteis y os ahoga.

Prefiere la hartura y sosiego mendigo a la inquietud magnífica de los poderosos

  Mejor me sabe en un cantón la sopa
y el tinto con la mosca y la zurrapa,
que al rico, que se engulle todo el mapa,
muchos años de vino en ancha copa.

Bendita fue de Dios la poca ropa,
que no carga los hombros y los tapa;
más quiere menos sastre que más capa;
que hay ladrones de seda, no de estopa.

Llenar, no enriquecer, quiero la tripa;
lo caro trueco a lo que bien me sepa;
somos Píramo y Tisbe yo y mi pipa.

Más descansa quien mira que quien trepa;
regüeldo yo cuando el dichoso hipa,
él asido a fortuna, yo a la cepa.

Tiempo de uvas y vino nuevo. La vendimia

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 24-10-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

LAS UVAS DE LA BELLA, DE CUANDO CIRO BAYO VENDIMIABA PARA PAGARSE SU VUELTA A ESPAÑA

por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

La vendimia es una faena de recolección de frutos. Los que hemos nacido en hogar agrícola sabemos de las emociones a que da lugar la recogida de frutos pendientes. Alegría y temor conjuntamente. Alegría al ver culminados los esfuerzos de tantas labores y operaciones realizadas en los cultivos. Y temor porque, a última hora, con demasiada frecuencia, viene “el tío Paco” con la rebaja de esas alegrías. El tiempo, con sus impertinencias, actúa de aguafiestas. Y, sobre todo, las lluvias. Los frutos del campo, cualesquiera que sean, quedan notoriamente perjudicados cuando se recolectan con humedades.

A pesar de todo, los agricultores españoles, por razones profundamente sicológicas y por herencia, en las faenas de recogida de frutos se “sueltan el pelo” y se dedican al musiqueo y al bailoteo.

No me es posible olvidar mi infancia y juventud en las esfoyazas o esfoyois – deshojado del maíz en los hogares asturianos – acabada la recogida. Aquí suena la gaita, el tambor y, a veces, el acordeón. Y con todas las consecuencias que esto trae consigo.

Pero la operación recolectora más española, más nacional, es la vendimia. Hay viñedos en casi toda España. Y en cada región le dan a la “manivela de la alegría” con su estilo peculiar.

Hay que reconocer, sin embargo, que en los últimos tiempos las fiestas de la vendimia tienen una apariencia unificada. En la recogida de la uva y su pisado, el vitivinicultor español se siente decididamente partidario de la monarquía electiva y nos da unas reinas con sus damas de honor que quitan el hipo… Y con ello nos hacen ver encantadoras primaveras en el otoño. A mí, particularmente, no me molestaría nada ser rey consorte en este tipo de monarquía.

En el pasado año – última decena de octubre – he visto la vendimia en Cebreros. Por casualidad. Yo iba hacia Andalucía – Huelva y Córdoba – para hacer lo que me gusta, probar vinos “sobre el terreno”. Al detenerme en Cebreros, sentado sobre una roca granítica, en medio de un paisaje de sierra, velazqueño, lo pasé muy bien. Vi los carros castellanos con sus mulas y los cestillos altos, color caoba, rebosantes de racimos. Pero el color dorado lo cubría todo: el sol de la tarde, las hojas de la vid y los sombreros de las vendimiadoras.

Más adelante, en ruta, un poco antes de legar a Torrijos me ocurrió un hecho altamente emotivo. Casi anochecía. Un tractor llevaba un remolque cargado de vendimiadoras. Y éstas, al verme adelantar y sin saber quién era, claro, me ofrecieron racimos de uvas tintas. A pocos metros de distancia detuve el coche, aparqué en forma y me fui hacia el remolque a buscar el regalo tan espontáneamente ofrecido. Acepté dos racimos hermosos. Quise, para corresponder, darles algún dinero y que después, en Torrijos, se compraran unos bombones. Pero con la máxima energía rechazaron mi pretendido regalo.

Las vendimiadoras de Torrijos, representantes sin duda de todas las vendimiadoras de España, me hicieron el más estupendo homenaje que se puede hacer “al vinícola desconocido”.

Después, en Manzanares, donde hice noche, cené los dos racimos de uvas dulcísimas. Que así me gustan.

He de referirme ahora a un vendimiador curiosísimo. Se trata de don Ciro Bayo, íntimo amigo de don Pío Baroja. Don Ciro, abogado y escritor singular, a comienzos de siglo hizo un viaje por media España, a pie y sin dinero. Salió de Madrid, bajó hasta Sevilla y se fue después por todo el Levante hasta Barcelona. Para sostenerse, durante algunos días del camino se dedicaba a trabajar a jornal para algún agricultor en las más variadas faenas. En cuanto reunía algunas pesetas proseguía el viaje. Y así todo el camino.

Cuando llegó a la provincia de Castellón, en “una aldea cuyo nombre no hace al caso – dice -, pero que desde ella en días serenos se ven las islas Columbretes, así llamadas por que se columbran desde la costa castellonense”, se hizo vendimiador. “Como los demás jornaleros, habían de trabajar de sol a sol, descontando dos horas al mediodía, por tres pesetas de jornal, una hogaza para todo el día, dos comidas diarias y vino a discreción”.

Acabada la vendimia, que fue a los tres días de mi contrata, quise echar el resto y ayudé a la pisa. Allá en el lagar, con otros compañeros, bailé diabólica danza, atabaleando, pisando y estrujando montones de uvas con los pies. Los próvidos racimos se reducen a escobajos, en tanto que el mosto, saliendo por un canal, se vierte en las tinajas donde ha de fermentar, hasta que una mano industriosa lo envase después vinificado”.

Todo esto lo dice don Ciro en su libro Lazarillo Español, obra premiada por la Real Academia Española.

Pepitas

La Semana Vitivinícola, Vino, amor y literatura

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 12-9-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)

La uva no es materia madre para hacer el vino. Es materia “prima”.

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El que toma mucho vino de pasto corre el riesgo de sentirse… “vaca”.

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En Sevilla y otros pueblos andaluces, por Semana Santa, el vino es el carburante de ese “motor” que se llama costalero.

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En la provincia de Cádiz se produce y se bebe mucho vino.

Es para apagar la sed que produce tanta…sal.

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Los vinos “enyesados” ocultan, tal vez, alguna lesión.

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El vino de San Martín es un vino de bastante capa. ¡Falta le hace!

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En una ocasión, sin saber cómo ni por qué, me encontraba en un pueblo de Cuenca que se llama Arrancacepas.

– ¿Y hay allí viñedos? – preguntará el lector.

– ¡Ya no!

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El vino andaluz de “rayas” es un vino pedagógico, para principiantes.

¡Es un vino de palotes!

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El vino tostado de Ribadavia es dulce y con un aroma delicioso. Debiera ser el vino de moda en las playas.

Si las mujeres van a ellas a tostarse por fuera. ¿Por qué no se deciden a hacerlo también por dentro?

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He podido comprobar que a las mujeres les gusta con preferencia el vino de aguja.

Ellas, las pobres, ¡siempre tan laboriosas!

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Las levaduras, en la formación del vino, actúan como los atletas por relevos. Primero las apiculadas. Después la elípticas. Y éstas, por fin, ceden los trastos a la levadura Pasteur.

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Copio de Ortega y Gasset: “La felicidad – decía Marimée – es como una gana de dormir”.

La historia de la literatura española está llena de personajes que tienen ganas de dormir y se duermen después de haber bebido vino. Citemos uno solamente, Sancho Panza. Éste, en diversas ocasiones, después de apurar la bota, se duerme como un bendito.

No se pierde nada con imitar a Sancho.

ALEJANDRO SELA

Gil Blas de Santillana

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 22-8-1970

Por ALEJANDRO SELA

Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol

El autor de esta novela picaresca es Lesage. Su traductor del francés, el Padre Isla. Se ha hablado mucho, hubo dimes y diretes, acerca de su auténtica paternidad. Que si Lesage se apropió de un texto hecho por otro, que si tal o que si cual. No entramos a dilucidar este asunto. No nos interesa.

La novela narra hechos ocurridos entre fines del siglo XVI y la primera mitad del XVII. Pero fue escrita al comienzo del siglo XVIII. Se escenifica por tierras españolas. Solamente. Y como está frecuentemente salpicada de referencias al vino, por eso le hemos metido el diente para subrayar o poner de relieve lo que de él se dice, pero en parte únicamente. La novela es amena, clara, interesante. Da para leer unos días. Y para pensar y soñar. Lo ideal como lectura.

Más de cien citas del vino he encontrado en ella. Gil Blas sabía leer. Y era o es muy delicado en sus expresiones. La frase “exquisitos vinos” la repite, según mis notas, más de doce veces. Pero usa, además, otras calificaciones: delicado, bueno, rico, sabroso, excelente, néctar… Y cuando el vino que toma no le gusta, le llama detestable, mediano… En una palabra, Gil Blas sabe por dónde se anda.

Creo que la verdadera historia del vino es pañol está en las obras literarias. Y por eso me meto con gusto en algunas de las para poner a flote lo que vale la pena que es conocido por todos. Se nota, lo noto yo, la sensibilidad del beber a través de los tiempos.

Gil Blas sale de Oviedo, su pueblo natal, y en un mesón de Peñaflor la hospedera, natural de Castropol, le sirve. Y aparece el gorrón, el pícaro aprovechado. Gil Blas pica y le invita a comer. Y el “fresco” bebía frecuentemente brindando unas veces a mi salud y otras a la de mi padre y de mi madre, no hartándose de celebrar su fortuna en ser padres de tal hijo. Al mismo tiempo echaba vino en mi vaso, incitándome a que le correspondiese. En efecto, no correspondía yo mal a sus repetidos brindis.

. . . . . .

Gil Blas, en sus andanzas, cae prisionero en una cueva de ladrones, donde hay de todo. Uno de ellos lleva a Gil a una bodega, donde vi una infinidad de botellas y grandes vasijas de barro bien tapadas llenas todas de exquisitos vinos. Los bandoleros se sientan a comer con mucho apetito. Convinieron todos en que parecía yo como nacido para ser copero cuyo.

Uno de los ladrones: Era hijo de un rico vecino de Madrid y le pusieron sus padres un preceptor que era bachiller de Alcalá. Este bachiller era inclinado a las mujeres, al juego y a la taberna. Y así salió el discípulo…

. . . . . .

Más adelante, huido de la cueva de los ladrones, se detiene a comer en alguna parte: Sentéme a una asquerosa mesa donde comí un pedazo de pan con un cuarteto de queso y bebí algunos tragos de un detestable vino que me trajeron.

. . . . . .

En Valladolid Gil Blas se coloca de criado con un tal doctor Sangredo. Y éste preguntaba a sus clientes:

– ¿Y bebe usted vino?

– Sí, señor, pero aguado.

– Justamente – continuó el médico – La vejez anticipada siempre es fruto de la intemperancia. Si usted hubiera bebido sólo agua clara toda su vida…

Define este doctor la vejez diciendo que era una tisis natural que nos deseca y consume. Fundado en esta definición lamentaba la ignorancia de los que llaman al vino leche de los viejos.

Este dictamen médico se encuentra en el primer tercio de la novela. Pero pasado el tiempo, después de varios años de aventuras, hacia la tercera parte del libro, Gil Blas vuelve a Valladolid y visita a su antiguo amo, ya jubilado, al que encuentra tomando agua… con vino.

Dice Gil Blas, al verlo, ¡Le he cogido a usted en el garito! Y añade: Encontróse el doctor algo atarugado con esta réplica.

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El hijo del barbero yo nos entramos los dos en una taberna. Presentáronnos un vino bueno, el cual me pareció mejor de lo que era por la gran gana que tenía de beberle.

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Bebimos perfectamente y después nos retiramos cada uno a su casa, en buen estado ambos; quiero decir moros van, moros vienen…

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Acompañó este exquisito guisado con vino que, según él decía, el rey no lo bebía mejor.

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Comenzamos entonces a roer nuestros rebojos y las preciadas reliquias de la liebre, alternando con tan frecuentes topetadas a la bota que en poco tiempo la dejamos enteramente pez con pez, sin que en este tiempo desplegase los labios ninguno de los tres.

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Si no estáis convidados os quiero llevar a una casita de los cielos, donde beberéis un vinito de los dioses.

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Cuando se sirvieron los postres les pusimos muchas botellas de los mejores vinos de España.

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Nosotros bebimos a discreción, ni más ni menos que nuestros amos, y todos estábamos bien compuestos cuando salimos de casa del señor Gregorio.

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Se refiere a los que alternaban con actrices. Nosotros vivimos y bebemos todos los días con ellas.

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Tratóse entonces si marcharíamos en aquel mismo punto o nos detendríamos primero a dar un tiento a la bota llena de exquisito vino que el día anterior había traído de Cuenca. Certifico la calificación. Yo he tomado vino de Cuenca en Tarancón, en Belmonte y en Mota del Cuervo.

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Bajamos al hondo de la cueva como el día anterior y pusimos a refrescar las botellas de vino en uno de los arroyuelos… Y después mandó traer las botellas que habíamos puesto a refrescar y comenzó a vaciarlas todas, ayudándole sus gentes y repitiendo a nuestra salud muchos brindis por irrisión.

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Empezaba a faltarnos el pan y nuestra bota se había convertido en un cuerpo sin alma.

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Soy del parecer que renovemos nuestras provisiones, y así, marcho con este fin a Chelva, que es una linda villa… Dicho esto cargó en el caballo la bota y las alforjas.

Volvió de Chelva con muchas cosas. No sólo traía la bota llena de exquisito vino y atestadas las alforjas de carnes asadas

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Pero como no vale nada el vino de esta posada, si usted gusta, en acabando de comer iremos a cierta parte en donde he regalar a usted con una botella más seco de Lucena y un exquisito moscatel de Fuencarral. Por esta vez es preciso correr el gallo; suplico a usted no me niegue este gusto.

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¡Hola! ¡Hola! Prudente capellán de monjas, vaya usted a refrescar ese exquisito vino de Lucena con que me ha convidado.

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¿Los poetas? ¡Perdone usted! – me respondió – Sería lástima dar a beber vuestro vino a semejantes sujetos; yo sé hacer mejor uso de él.

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A ningún borracho que ha dejado el vino se le debe fiar la llave de la bodega.

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GiI Blas era amigo del gobernador de Valencia. Y hasta tal punto que éste le debía el cargo a aquel. Este gobernador se muestra agradecido y le dice: Y pues estás determinado a vivir en el campo, le doy una pequeña quinta que tenemos cerca de Liria, distante cuatro leguas de Valencia.

Lo que me gusta mucho es que tendremos allí – en Liria – caza, vino de Benicarló y excelente moscatel.

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A cada bocado que comimos, mis lacayos de nueva fecha nos presentaban unos grandes vasos que llenaban hasta el borde de un vino rico de La Mancha.

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Bebimos abundantemente – en Liria – vino de Lucena otros muchos excelentes.

El lector se habrá dado cuenta. Se cita tres veces el vino de Lucena. Como yo estuve en este pueblo hace pocos meses, doy fe de que siguen siendo en estos tiempos excelentes los vinos de este hermoso lugar cordobés.

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Como dije al principio, hay en el Gil Blas de Santillana aproximadamente cien citas directas referentes al vino. Vale la pena que el curioso lector que no lo haya leído lo haga. Y verá las frases engarzadas en una prosa jugosa y sumamente entretenida.