Dos palabras

Hacia la ría del Eo

Publicado en: Hacia la ría del Eo (1957)

(Introducción al libro)

Reúno aquí unos cuantos trabajitos que se me ocurrió hacer no sé cómo, en ratos de ocio, durante los últimos años.

Una vez más vuelvo a tratar el tema que tanto me apasiona: La Searila. Ahora, para formar juicios, parto de la historia. Y no de la leyenda… En fin, no es cosa de entretenerse. Al final se verá lo que hay del asunto…

En todo caso, las ideas que expongo las hilvané con cariño. Más todavía, con amor…

Es decir, sin lógica.

Y siendo así, es preciso que me justifique. Lo haré de la mano y por boca de un admirado amigo, Don Francisco de Quevedo

 y permitidme hacer cosas de loco 
que parezco muy mal, amante y cuerdo

Brindis

Hacia la ría del Eo

Publicado en: Hacia la ría del Eo (1957); (Leído en la cena homenaje que se dio a Delgado en el Hotel Mercedes el 8 de octubre de 1955)

Acuarelas de Álvaro Delgado, en vuestro honor levanto mi copa, brindo por vosotras.

Pero esto, más que brindis, es una despedida. Os vais. Vuestro padrecito Álvaro os embalará con cuidado y os iréis a Madrid. Y de Madrid, Dios sabe a dónde… Saldréis pronto, antes de lo que yo quisiera. Os cogí cariño. Al saber vuestra ida, no lo puedo evitar, me pongo triste…

Ya he dicho quién es vuestro padre. Y vuestra madre… vuestra madre… es Navia. Sois hijas de los desposorios de un artista con una villa asturiana.

Debo ser sincero y hablar claro. Os parecéis más a vuestra madre que a vuestro padre. De éste acreditáis el pulso firme, sereno y resuelto. Pero, de ella, sois su vivo retrato. Tenéis la faz sonriente, llena de hermosura y encanto. A donde quiera que vayáis, iréis pregonando su belleza.

Vuestra madre, como yo, tendrá pena. Las madres siempre sienten la ausencia de sus hijas. Pero este sentimiento, ese dolor, tiene una compensación íntima muy honda. Es el orgullo de saber que fueron fecundas, que alumbraron seres, que regalaron vida…

Sois muchas hermanas, fruto de un solo verano. Todas diferentes y, sin embargo, ¡qué parecidas!. Unas tiráis a verde aceitunado, otras a rosa, otras a azul… Pero en cualquier caso sois transparentes y brillantes. Parecéis novias en la mañana de su boda. Cuando se recibe el último beso que se da a la pureza y, a veces, a la inocencia…

¡Oh, playa de Navia, con tus casetitas a rayas de colores! Te vas y te quedas. Te quedas para sufrir, en invierno, los chubascos y los cierzos crueles del Cantábrico. Y te vas, porque Álvaro te lleva con encajes de la ola rota y espíritu de verano.

¡Quién fuera mujer! y tuviera una edad “curiosa”. Si yo lo fuera, me iría a la playa que pintó Álvaro. Me tumbaría en la arena y miraría, anhelante, el horizonte, por donde vendría, de fijo un barco con las blancas velas desplegadas.

Y el barco velero ¿qué traería? ¡qué iba a traer! En ese barco de vela vendría… mi amor…

Álvaro Delgado y yo, en Luarca

Eco de Luarca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Eco de Luarca. 14-10-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Yo no soy contrario a la idea del turismo, de ver pueblos. Me parece bien. Y, sin embargo, a veces nos gastamos los dineros en ver lo extraño y no conocemos lo propio. Esto es más frecuente de lo que parece.

Yo, que he vivido siempre relativamente cerca de Luarca, no la conocía. O por lo menos tenía de ella una idea parcial, equivocada. Ahora comprendo que Luarca está muy bien.

Hace días que la he visto viajero con Álvaro Delgado. Los dos estábamos especialmente invitados por Pablo Gutiérrez. Uno y otro me fueron, poco a poco, desvelando las bellezas de Luarca. Álvaro, con agudeza de artista. Y Pablo, con amor de hijo.

Delgado, joven y notable pintor ya, ha cogido en dos veranos, especial cariño a la zona asturiana que comienza en Luarca y va hasta Galicia. Y se mueve con enorme curiosidad pintando aquí y allá.

En este nuestro viaje no iba con la idea de pintar. Pero llevaba su máquina fotográfica, instrumento que domina. Y con él se muestra tan artista como de costumbre… Ya conocía Luarca en buena parte. De ella, el año pasado, pintó acuarelas. Y este, óleos.

Pinta, sobre todo, pueblos marinos. El mar le encanta. Peñas, barcas, puertos, aguas, cielo… Todo eso que forma la rugosa línea divisoria entre océano y continente. O, si se prefiere, la línea de combate entre lo sólido y lo líquido…

Vimos Luarca en una mañana deliciosa de comienzos de otoño. El sol más amarillo que de ordinario rociaba las cosas de mar y tierra, las cuales, a su vez, estaban bañadas por finísimos azules. El día era claro con nubes blancas, pero con el barómetro bajo. Había que ver aquello con el temor de que el turbón lo malograse. Con mirada acuciante…

El aspecto de Luarca en un día así, desde el Faro, tiene difícil paragón. El mar batía las rocas de la costa un poco así como de jugueteo…

 ¡Y el camposanto! Yo no sé cómo explicarlo. Lo que en otros pueblos impone cierto pavor, en Luarca no. Al contrario. Instantáneamente uno piensa que en sitios así la muerte puede tener un destello de ilusión…

Desde las alturas, o mejor dicho, subiendo a ellas, por la Carril, o así, se ven las pizarras renegridas de las casas del muelle. Y, sobre ellas, el musgo y el culantrillo. Las plantas de humedad, de sombra…

Luarca fue en principio un pueblo marinero. Basta verlo. Y lo sigue siendo. Claro que ahora se desenvuelven, además, otras importantes actividades que son necesarias para la vida. La afición al mar pasa de padres a hijos por razones, para mí, poco claras. La vida del mar es dura, es angustiosa, es, con frecuencia trágica. Pero ningún pueblo pesquero, a pesar de todo, deja de serlo…

Sobre el suelo de los muelles, secando, se veían redes extendidas. Con sus plomos, sus corchos y su color de corteza de pino. Y la brillantez de alguna escama de pescado que se quedó allí pegada… Y olor a pez, a alga, a marisco. Todo fundido.

Delgado me hace ver la playa sombreada por la enorme altura del acantilado. Y, en su pequeñez, el encanto y la intimidad del parque de la villa. Y la Atalaya vista desde el muelle como algo que parece que está a medio camino del cielo…

El río, torcido, parte a Luarca por gala en dos. Sus aguas, como las de la mayoría de los ríos asturianos, son claras, brillantes. Y sus corrientes nerviosas, apresuradas, llevan tras si nuestra mirada embobada por colores tan gratos. Y que resultan de la mezcla del plateado de las aguas con las sienas de los pedruscos. Cuando las aguas escasean, como ahora, sobre alguna de sus piedras hay esa gaviota confianzuda que va… a lo suyo.

En resumen, Luarca me parece un pueblo con solera… Y con un gran predominio de líneas curvas. En las carreteras, en algunas calles, en los muelles, en el río… Uno piensa en los pueblos nuevos con calles tiradas a cordel… tan sosos.

Y con fuertes contrastes. Luz en las alturas y en los muelles…, y sombras espesas en algunas calles. Vida de marineros… y vida de los que no lo son. Calles horizontales… y calles empinadas, algunas con escaleras. Palmeras del trópico… en clima brumoso. Villa baja, al nivel del mar… y villa alta.

  De contrastes. ¡Y qué remedio! 
La villa blanca...
¡Bañada por el río Negro!

Hay algunos pueblos que, por razones turísticas, tienen la teoría de las mujeres hermosas. Luarca no. Luarca tiene la teoría… y la práctica. Al lado de la regla, el ejemplo. Como dijo Balmes.

Yo he oído decir, en muchas ocasiones, que hombre soltero que va a Luarca a vivir, palma. Es decir, que se casa. ¡Bueno! Es lo mejor que puede pasar. La belleza de las mujeres de Luarca tiene la virtud de despertar el sentimiento del amor. Qué bien.

El papel del hombre en este caso no es un mal papel. Se muestra más perfecto en su ser. Más cabal. Da la medida de su género. Fue Quevedo quien dijo: “Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. Dichoso es el que halla tal ocasión, y sabio el que la goza…”

Tapia, pintada por Álvaro Delgado

Faro de Tapia, Hacia la ría del Eo

Publicado en: El Faro de Tapia. 7-9-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Yo, por lo que sea, tengo que andar de un lado para otro. En este ajetreo que me traigo he pasado por Tapia cientos, infinitas veces. Y en horas cuando los pueblos deben verse, cuando tienen algo que decir a quien los mira. En los amaneceres y en las caídas de la tarde. En esos momentos la película virgen que llevamos en el alma queda más gratamente impresionada.

Al mediodía los pueblos no despiertan curiosidad ninguna en mí. Los veo abotargados, con pesadez de digestión y somnolencia de siesta. De verdad, no me interesan.

Siempre me ha parecido Tapia, yendo o viniendo, desde la carretera, un pueblo castellano. Un pueblo de meseta metido de rondón en la costa asturiana. Una villa desnuda y limpia. Por su fondo no tiene la escenografía de una loma, una montaña o una arboleda. Solo se ve el horizonte infinito. Y es que en Tapia, para bien o para mal, los árboles no impiden ver el bosque…

Es chocante. En ocasiones pueblos castellanos me han parecido pueblos de costa. Las lejanías me dieron sensación de océano…

Tapia es color o fusión de colores. Principalmente. Los verdes no tienen categoría. En esto se diferencia de casi todos los pueblos asturianos. Verdes los hay, sin duda. Pero yo los veo apagados o, mejor, acoquinados. Otros colores dominan el cotarro. Los grises plateados, sobre todo. Y los azules y, con frecuencia, por las tardes, los dorados y los rosa…

El sol, en Tapia, como en toda esta zona, no puede brillar a cuerpo limpio sino de ralo en ralo. Las nubes se lo impiden. Ha de hacer milagros, casi a diario, para embutir sus rayos por las partes más flojas de las nubes. Y como estas se zarandean por el soplo de las nordesías, esos rayos de sol, si quieren llegar al suelo tienen que andar algo así como de bailoteo…

Es frecuente, y prueba lo que digo, ver, a través de prados, cultivos y hasta en el mar esas carreras de sombras nubosas que huyen… ellas sabrán a donde.

En esta villa, en el verano, el sol sale del mar y muere o, mejor dicho, se acuesta también en el mar. Yo no sé de ningún otro pueblo de por aquí que tenga esta beca. Y esto le obliga a que en las aguas del mismo riele. Unas veces lo hace con buena cara y otras no tanto. Cuando está de buen humor es la consabida ascua de oro. Y cuando no, por no permitírselo nieblas marinas, se le ve apagado, descolorido, con cara de galleta de maría…

El mar espejo de cielo, aproximadamente, a veces cabrillea. Se mueve. Y entonces es cuando se ven en lontananza, cabeceando esas lanchas que van “a todo trapo” como si siguieran a la taulía… En estos días no hay comodidad para el paseo costero. Pero son deliciosas para ver tras una cristalera.

He visto y sufrido en Tapia días crueles, durísimos. De paso, siempre. Fue en invierno. Días con vientos casi de galerna y chubascos fuertes. Las olas del mar, enormes, se parten la crisma contra las peñas. Y una espuma fría helada, cala y envuelve a Tapia de parte a parte. Nubes de plomo, por su color y su peso, amenazan derrumbarse y dejar a uno allí tendido, aniquilado, sin respiro.

Son días, en lo físico, de espanto. Son, seguramente, algo que la Naturaleza impone a los tapiegos como pago de un tributo, para disfrutar, en el verano, esas tardes apacibles, brillantes y con un leve polvillo de oro que se deja ver.

Y, sin embargo, esos días de tormenta no son feos. ¡Qué han de ser! Son algo más que bellos, son fantásticos. Son, quizá, sublimes. Para la vida práctica, para el trabajo, lo reconozco, son, una ganga. Pero…

Pues bien, todas esas situaciones que acabo de enumerar no son estables por su color. Son fugaces, huidizas.

Lo mejor de Tapia, para mí, es su luz. Otros verán otra cosa. No hay inconveniente. Su belleza, la que con gusto le reconozco, que es siempre nueva, sorprendente, se la manda Dios cada día. Le viene del cielo.

En este sentido me da la sensación de ser una primera actriz de ópera que tiene foco, de muchos colores, que la ilumina desde el “paraíso”…

A Álvaro Delgado también le ha llamado mucho la atención la luz de Tapia. Pero a mí me lleva cierta “ventajilla”. Él es pintor, un excelente pintor. Y, claro, le ha entrado un irrefrenable deseo de llevar a sus lienzos esas luces tapiegas. Ya está metido en harina. Tiene tres cuadros listos. Y hará más.

Delgado veranea en las cercanías, en Navia, donde lo pasa muy bien. Eso dice él. Este es el segundo verano que pasa con nosotros. El año pasado pintó acuarelas, principalmente. Y éste, oleos. Recorre nuestra costa, que le encanta, desde Luarca a Castropol de “paquete” en la moto de un común amigo, cuyo nombre me está vedado decir. Pero es igual. Todo el mundo sabe quién es.

Se ha dicho – y se dice – que es muy difícil pintar paisaje en Asturias. Pintar bien, se entiende. Delgado está haciendo denodados esfuerzos para aprisionar los ambientes lumínicos de situaciones tan movedizas. Y creo que está logrando frutos de la mejor calidad. Se explica. Álvaro Delgado no es solo pintor. Es, además, poeta, un gran lírico, y pone en sus lienzos, a través de las hebras de sus pinceles, no solo la pasta colorante, sino también una gracia y un misterio inefables. Esto es, arte. Con lo cual la realidad – y en este caso la realidad es Tapia – queda mejorada en tercio y quinto…

El carácter de sus gentes

Hacia la ría del Eo, Programas y folletos

Publicado en: Folleto turístico, Navia. Agosto-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Quizá sea fácil, después de poco trato, conocer el carácter de un individuo. Pero es indudable que el problema se dificulta mucho cuando se trata de precisar el de una colectividad o pueblo. En este caso hay que averiguar qué es lo que domina, si la gente buena o la mala. Determinar este predominio supone algún conocimiento filosófico o de sociología y haber viajado mucho. Como yo no me encuentro en este caso es claro que, al hablar de esto me encuentro metido en un brete. En general, el carácter de un pueblo se muestra al visitante según la situación de su bolsillo. Si lleva dinero en él, los pueblos son, normalmente, acogedores… Y si no, suelen mostrársele hoscos y duros. Esto es una verdad como un templo.

Es cierto que, con frecuencia, en los cafés o en los coches de línea, se oyen juicios sobre las bondades de los pueblos. Pero de esto que le dicen a uno no hay que fiarse mucho. Un juicio adverso puede estar motivado por circunstancias personalísimas. O, al revés, un juicio halagüeño.

Uno habla de un pueblo según le fue…o le va en él.

No se puede olvidar. También hay que tener en cuenta el carácter del que juzga. Hay quien quiere, al visitar un pueblo, que le dejen en paz, que no le den la lata. Y hay quien quiere que le den cháchara en cada esquina. A alguien, al preguntar por una calle, le gusta que le saquen el sombrero y lo lleven de la mano Y, por el contrario, hay a quien no le interesa esto, ni pregunta por calle ninguna.

A primera vista parece que yo me encuentro en muy buenas condiciones para apreciar el carácter de las gentes de Navia. Pero no creo que sea cierto. Si bien no soy nativo y, por tanto, debo verme libre de la pasión cegadora, por otra parte tampoco soy forastero, ya que, por mi residencia aquí, hace años que he dejado de serlo.

Yo he sido, en la juventud arrogante, visitante de Navia en días solemnes. Y siempre me dio, para pasarlo bien, buena acogida y trato cordial. Y por esta razón Navia siempre me tiró… Y a mis paisanos los de las riberas del Eo, les ocurre otro tanto.

Hoy, casi no hace falta decirlo, Navia se halla a la altura de los pueblos más adelantados.

Esta villa es comercial e industrial. Pero por tener mar y río también es veraniega. En estas calendas, por algo será, se ocupa toda. No queda una habitación vacía. Y esto, indirectamente, también quiere decir algo en favor de su vecindario.

En resumen, después de exponer las anteriores ideas deshilachadas creo que el carácter de las gentes de Navia es

¡Bastante bueno!

El río Navia es tan así…

Caza y Pesca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Caza y Pesca. Agosto-1956, pág. 491; Hacia la ría del Eo (1957); publicación parcial en el folleto literario Lugares y palabras. Navia: Río y literatura (2010)

El Navia es, de todos los ríos de España, uno de los más graves y serios. Esta gravedad y esta seriedad resultan del concurso de ciertas circunstancias que lo cualifican. Y que le hacen ser nada menos que un río importante…

Al comienzo del mundo o en la Era Cuaternaria, o cuando fuera, tuvo el Navia que realizar una labor titánica para formarse un cauce. Asombra contemplar, siguiendo su curso, la enorme cantidad de resistencias que tuvo que vencer entre tantas montañas para tener su lecho, por el cual se desliza y se va al mar.

Nace en Piedrafita de Cebrero, Sierra de Ancares, en la provincia de Lugo, muy cerca de la de León. Y su infancia es tierna y delicada como todo lo que es nuevo en la Naturaleza. Un poeta, Quevedo, describe así los primeros pasos de un río:

Torcido, desigual, blando y sonoro
te resbalas secreto entre las flores,
hurtando la corriente a los calores,
cano en la espuma y rubio con el oro.

Poco a poco, con ayuda de otros riachuelos y “regueiros”, se personaliza y coge fuerzas. El Cruzul, primero, y más adelante el Cancelada, el Ser, el Suarna, el Ibias….

En este su primer tramo, ya trabaja: cría truchas, mueve molinos de piedra y riega prados y vegas. En la Puebla de Navia de Suarna está la mejor muestra de esa labor fecunda. Y en el mismo trozo, además, se han encontrado, no ha mucho, pepitas de oro.

Entra en Asturias por un lugar difícil y angosto. Se rebela, siente la saudade, de su dulce madre, Galicia, y por el concejo de Nogueira vuelve a Lugo. Pero por poco tiempo. El destino le impone su rumbo hacia la brava Asturias. Y a ella se va, y en su mar, el Cantábrico, rinde sus despojos de vida.

Pero antes ha de cumplir como bueno. Después de Navia de Suarna el pueblo más notable que topa en su camino, es – ya en Asturias – Grandas de Salime. En este lugar los Ingenieros españoles, en los últimos años, le han hecho una presa. Allí, entre recias montañas, han acumulado hierro y cemento sin tasa. Este enorme muro condiciona, no su vida, sino sus fuerzas. Y éstas, con furia, mueven varios grupos de turbinas que producen copiosa energía eléctrica. Tal energía no es otra cosa que solo espíritu. Espíritu de río.

Y por unos hilos metálicos que hay tendidos sobre el suelo español, ese fluido se derrama en un noble y eminente quehacer patriótico. Mueve los motores de nuestras fábricas y en las tinieblas de la noche, nos ilumina, nos da luz….

Antes de realizar ése esfuerzo se para, se aquieta, acumula potencia y se muestra a los ribereños como un lago alargado, terso y apacible. Es la calma antes de la tempestad.

Este salto ya dio nombre y prestigio al río. De oídas, por lo menos, toda España le conoce.

Y después de esta colosal peripecia, no tiene todavía el descanso. Ha de bajar a Doiras, donde otro salto le espera. Ora presa y otro embalse espejeante de montañas ariscas.

Quince kilómetros antes del mar se encuentra otro saltito, una pura broma, un juego para quien ya tiene muchas horas de vuelo en eso de mover turbinas. Es el salto de Vivedro.

Desde Doiras hasta Porto – unos 30 kilómetros, escasamente – es también un venero de riqueza, pero no por sus fuerzas, sino por sus frutos. Este espacio corresponde a la zona salmonera que tan excelente rendimiento da.

En este río, por ahora, se hace difícil la pesca. El cauce, en sus márgenes, es abrupto, hosco. Se hace incómodo llegar a él. La carretera, es cierto, pasa cerca, si nos atenemos a la distancia de proyección. Pero con mucha diferencia de nivel. Los caminos o vericuetos, desde la carretera, bajan en formas zigzagueantes para suavizar las cuestas.

Quien quiera pescar en el Navia ha de ser un deportista completo. Ha de tener, no sólo buenos brazos para manejar la caña, sino también buenas piernas para andar los caminos que llevan a los pozos salmoneros. El pescador «snob» en este río poco tiene que hacer. El saber esto no puede ser un obstáculo para el pescador deportista, de vocación. Al revés, será un incentivo.

A la altura de Serandinas, tiene un trozo acotado en favor del turismo, que comprende cinco o seis pozos buenos. De ellos, el Córrago es el aureolado de más fama. Y con motivo.

En algunos puntos la floresta que forman árboles diversos – fresnos, robles, humeros  – vivificada por las aguas del río, casi cubre éste, y ello da lugar a que haya todavía pozos vírgenes a la lanzada del señuelo, sea éste pluma, cucharilla o devón.

El río, al llegar a la altura de Espousende, cambia de sexo, se hace ría. Y se dedica a “sus labores”. Riega las vegas de Porto y Coaña. Y da abundosas hierbas en los prados que pacen las vacas de Armental.

Poco después llega a Navia, villa a la que da nombre. A su lado pasa mansamente, sin hacer ruido. A lo más, se nota un rumor de corriente suave.

En este sitio dos puentes lo atraviesan, dándose la mano. Uno, el de la carretera Santander – La Coruña y otro nuevo, sin usar, que pertenece al futuro ferrocarril El Ferrol del Caudillo – Gijón. Y ya, hasta el mar – kilómetro y medio – tiene a los bordes la escollera, obra del hombre, que no tiene otro objeto que hacer viable la navegación al puerto. Muere el Navia en el Cantábrico, de mala gana. Se rinde enfurecido a su destino. Su boca, la barra, realmente estrecha, echa una espuma blanca, blanquísima. Como campo de nieve…

Gente buena. Braulio Ibáñez

Eco de Luarca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Eco de Luarca. 15-4-1956; Hacia la ría del Eo (1957)

Braulio Ibáñez vende calendarios. O, lo que es igual, almanaques. O, si se prefiere, “reportorios”. Todo viene a lo mismo. En el occidente de Asturias lo conocemos todos. Recorre los pueblos, uno a uno, especialmente los días de mercado, pregonando su mercancía.

El calendario Zaragozano
¡Y el gallego!

Braulio, que poco pasa de los cincuenta, es amigo mío. Nos conocimos, hace bastantes años, en la baca de la camioneta de Sánchez, el hidalgo del volante de por acá. Dentro no se cabía. Era un sábado, día de mercado en Vegadeo. Llovía y hacía un frío cruel. Quizá fuera por el mes de enero. Él iba arropado y protegido por una zamarra con las solapas levantadas. Y yo con el amparo bien menguado de una gabardina. Y así, al “calor” de un transitorio infortunio que nos unía, comenzamos a hablar de cosas de la vida…

Y, desde entonces, en la temporada invernal, nos vemos todos los años.

Hoy nos encontramos en el café Oriental, de Navia. Vino a saludarme al rincón donde yo dedico algún tiempo de las mañanas a la lectura… Le invito a tomar un “cortado”. Y se sienta.

– ¿Cómo marcha el negocio, amigo Braulio?

– ¡Bah! Regular. Hay mucha competencia. En algunas tiendas también se vende esto. En mi negocio de vendedor ambulante hay que moverse mucho para “ir tirando”.

– Dígame ¿qué artículos expende con su comercio?

– Mire. Dos calendarios: el zaragozano y el gallego. Y también dos clases de tacos: el de cantares y el del Corazón de Jesús. Nada más.

– ¿Quiénes son preferentemente sus clientes?

– Los labradores, la gente del campo. Los calendarios no solamente dicen con claridad el tiempo que va a venir, sino que traen con toda exactitud las fases de la luna. Y esto tiene mucho valor para los cultivos. Ya sabe usted que hacer las siembras en el menguante o en el creciente tiene su importancia. Y la corta de maderas lo mismo. Y la matanza del cerdo para que se sale. Y otro tanto hay que decir de ciertas operaciones en animales domésticos…

– ¿Y cree en eso que está diciendo?

Braulio se sonríe. Como si fuera un personaje de novela. Con sonrisa sardónica – Vea y lea – me dice.

Leo. “Creciente, en GÉMINIS, a las 5:13 h de la tarde. Habrá días tranquilos de escasos nublados, pero ambiente húmedo, con rocíos y alguna niebla, y otros anubarrados y de lluvia, temporal bonancible por algunos días propicio para los campos. «Bien – le digo – en vista de esto daré las órdenes en mi casa para que vayan plantando el cebollín… ¡Por si acaso!»

Braulio vuelve a reírse… Le ofrezco un cigarrillo de los míos, de los que la Tabacalera vende con el nombre de Ideales. Son rubios ¡por el lado de fuera! Pero no fuma. Braulio no tiene vicios pequeños.

– ¿Cuantos pueblos recorre en el ejercicio de su comercio?

– Bastantes. Luarca, Navia, Trevías, Vegadeo, Puente Nuevo y algunos más. Donde hay mercado no fallo. Y antes de que se reúna la gente para éste, suelo recorrer las calles de las villas voceando el artículo por si surge algún comprador.

– ¿Cuándo comienza la temporada de venta?

– El día trece de Diciembre, en la feria de santa Lucía, de Anleo.

– ¿Y cuándo termina?

– Suelo rematar la temporada en el mes de marzo, en uno de los mercados de Trevías.

– ¿Y dónde tiene su casa, donde vive?

– En Barres. Allí tengo mujer e hijos, dedicados a trabajos de labranza.

– Y a la que se dedicará usted al terminar la temporada comercial

– Pues no señor. Concluida esta temporada realizo trabajos a base de alambre. Hago bozales para el ganado, ratoneras, hueveras, etc., etc. Después dedico algún tiempo a obras de latonería y construyo moldes para empanadas y de repostería, farolillos de aceite y cosas de esas. Y en el verano me pongo una chaquetita blanca y con un carrito también blanco voy a vender helados por Tapia, Castropol, Vegadeo…

– ¡Caramba! Usted, en el fondo, es un pozo de ciencia. ¿Dónde aprendió tanta cosa?

– A hacer trabajos de latonería, en Madrid. Helados, en Valencia. Y lo del alambre, en Extremadura.

– Y además, por lo que se ve, ha viajado…

– Mucho. Nací en un pueblo de la provincia de Santander muy cerca de la linde con Asturias. A los ocho días ya me llevaron por el mundo ¡La vida…! Desde hace veintidós años, como le dije, vivo en Barres.

– ¡Estupendo!

Braulio Ibáñez guarda como un tesoro el patrimonio que es más preciado por la gente humilde: la honradez. Él sabe sortear los avatares de la vida como un caballero que va siempre por el buen camino…

En esta mañana de invierno se ha tomado a mi lado un café caliente. Y se fue, de nuevo, a la calle a hacer su pregón.

El calendario Zaragozano
¡Y el gallego!

No se sabe, ciertamente, la trascendencia e importancia que, en el orden cultural, tienen los calendarios o almanaques, en los hogares de estos pueblos. En ellos se lee, por viejos y nuevos. A veces a la luz de un leño llameante. Y se van enterando de esas gotitas de filosofía o máximas que dicen verdades como puños y que tan hondo calan en sensibilidades por gastar ¡Cuantos no habrán aprendido a requebrar a una mujer con cantares de Narciso Díaz Escobar! Y eso también es adquirir cultura…

Siempre se encuentra algo que le viene bien a uno. Yo ahora, arranco la hoja de un calendario de cantares y leo esto de Campoamor:

 Las niñas de las madres que amé tanto 
me besan ya como se besa a un santo

¡Gran verdad! Pero en el fondo es halagüeña. Lo que se pierde en hombría se gana en santidad. ¡Y no es poco!

La xata pinta

Eco de Luarca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Eco de Luarca. 18-12-1955; Hacia la ría del Eo (1957)

Siempre que te veo, xata de la rifa, despiertas mi atención, me haces fijarme en ti. Y no dejo de emocionarme un poco. Porque no eres una xata más. Eres, cada año, la única. Por tus buenas partes, por tu belleza, te ves distinguida. Los hombres en algunas ocasiones, te engalanan con un collar de muchas campanillas al que van prendidas cintas de muchos colorines. Y te utilizan como señuelo para sacarse los cuartos unos a otros. ¡Cosas del mundo!

Los días de fiesta y los de mercado, con ese aspecto vistoso, te llevan a la villa y te pasean entre el bullicio de las gentes. Y los niños se acercan a ti con curiosidad. Parece como si quisieran estudiar la geografía en los mapas que forman las manchas de tus colores.

Un hombre va delante de ti. Te lleva y te guía con una cuerda. Y, por detrás, otro va tocando la gaita. En algún momento se te ve avergonzada y tristona. Tus negrísimos ojos reflejan melancolía. Es que, a lo mejor, te crees que el hombre que toca la gaita te la toca a ti. No te des por ofendida. No hay tal. El gaitero toca la gaita, porque le mandan, a los que compran boletos de la rifa. Y muchos lo merecen. ¡Claro que sí!

Eres, xata de la rifa, una realidad del campo. Pero para los que adquieren un numerito no pasas de ser una ilusión. Todos te desean y anhelan el ser dueños de tu belleza. ¡A ver!

Otras veces, se nota, vas ensimismada. Es cuando rememoras tu vida en familia al lado de tu madre y, saltarina y juguetona, buscabas la ubre sonrosada que te ofrecía por sus caños una leche pura y blanquísima. Y entonces era el dar cabezadas de impaciencia y el caerte, de gusto, la baba…

Ya eres mayor de edad. Pronto, después del sorteo, tomará un rumbo nuevo tu destino. Irás a un establo nuevo que todavía no conoces y vivirás en una aldea asturiana. Te esperan prados empinados, al abrigo de bravas montañas, y acotados por hileras de robles, castaños o mimbreras. O por paredes medio derruidas recubiertas por hiedras o zarzas con una cancela rústica a la entrada. Es igual.

A esos prados irás por caleyas, esmaltadas por gouños y con rodadas de carro. Y con polvo o con lodo, según el tiempo. Comerás yerbas frescas y lozanas y las flores que esas yerbas dan. ¡Y con qué contento!

Ya parece que veo por el prado, en torno tuyo, esos pajaritos de rabo largo que buscan para alimentarse los bichitos que con tu presencia salen espantados de sus cubiles. Después, anochecido, bajar al río de corrientes rugosas y transparentes para saciar la sed. Y ya de regreso, al calor del hogar, recostada en blanda cama, rumiar lo que traes en la panza con cara de hembra paciente y sufridora.

Pero llegará un día en que te sientas mal y sufras mucho. Y verás con ojos de espanto, a tu lado, tendida en el suelo, entre paja, la hermosura de una cría toda mojada que tu lamerás tiernamente para que se seque. Ella intentará levantarse, y, tambaleante, se arrodillará, pero al cabo dará con el hocico en el suelo. ¡Cómo te vas a reír de su inocente torpeza!

Pero de pronto cogerá fuerzas. Y de una embestida llegará a donde tiene que llegar. A la sonrosada fuente…

Fuego a bordo (cuento)

Eco de Luarca, Hacia la ría del Eo

Publicado en: Eco de Luarca. 6-11-1955; Hacia la ría del Eo (1957); Presentado al I Concurso de Cuentos del “Eco de Luarca”

Amelia me quería…

No me cabe duda ninguna. Pero es preciso explicar cómo he llegado a tener conocimiento de esta verdad. El hombre debe ser sincero en todo, no sólo en las cuestiones de negocios, sino también en los asuntos sentimentales cuando, sin habérselo preguntado, se decide a hablar…

En una ocasión… Era por mayo, en la primavera, cuando los líquidos sustanciosos de la tierra dan vigor y empuje a las plantas y cuando los corazones al salir de las frialdades invernales, laten con más brío, excitados por el sol radiante y unos verdes nuevos y resplandecientes.

Yo me encontraba en el café de costumbre, al fondo, sentado a una mesa que correspondía al turno de mi amigo Manolo el camarero. En otra mesa próxima a la puerta, con su padre, había una mujer joven que a mí, a pesar de la distancia, me pareció, por guapa, interesante. Hacía ya un largo rato que yo había llegado allí y ojeaba una novela recién comprada, nueva, con olor a tinta todavía. Mi atención al ver una mujer hermosa, se desentendió de la susodicha novela. Miraba a la joven reiteradamente, pero con la discreción posible para que su padre no se percatara. La cosa no era realmente difícil si se sabe que los padres con hija, no presentan demasiada atención a los jóvenes que leen novelas en las mesas de los cafés. Ella, por supuesto, pudo darse cuenta de mis frecuentes miradas, sin que me sea posible precisar ahora hasta qué grado me correspondía. Lo cierto es que las mujeres tienen especiales condiciones para la receptividad de ese fluido que es síntoma inequívoco de una verdadera vocación de amor.

Es difícil explicar cómo, en un momento, se siente uno atraído y excitado en las fibras más íntimas de su corazón, por la presencia de una mujer a la que, probablemente, no se había visto nunca. El fenómeno se da. En la vida ocurre casi a diario.

Al levantarse la joven y su padre para irse, yo sentí miedo de perder aquel hallazgo dorado que había encontrado inesperadamente cuando trataba de enterarme de una trama novelesca, producto de la fantasía de un señor. Pero la verdad es que entonces comenzó la auténtica novela de mi vida. Ya se verá más adelante el por qué.

Como iba diciendo… Sentí un gran temor de perder aquel lirio del campo… Movido por no sé qué misteriosas fuerzas me levanté y seguí sus pasos. Doblé las esquinas de varias calles en ese seguimiento como el más diligente de los detectives. Y, al fin los vi entrar en una casa. Allí vivían. Soborné al portero y supe el nombre de aquella muchacha a quien yo, sin más, amaba. Se llamaba y se llama Generosa.

Acerca de la ilicitud o inmoralidad del soborno a los porteros para saber el nombre y otras circunstancias de ciertas mujeres que interesan por golpe de vista en la calle, habría mucho que hablar. Pero yo, por ahora, quiero evitar esas habladurías. Bien conocida es la astucia de Basilio para birlarle a Camacho la hermosa Quinteria. A propósito del caso Don Quijote dijo que en la guerra y en el amor todas las tretas son lícitas. A Don Quijote me atengo, pues.

Vuelvo al hilo del asunto. A partir de ese día Amelia, una vecina a quien yo no trataba, comenzó a rondarme, a su modo, mirándome con cierto descaro. A través de una amiga común, supe que mis ojos eran soñadores, que mi tipo era un ideal y más cosas por el estilo. Digo esto, no sin cierto rubor, pero es lo que oí. No soy yo de los que aprovechan las oportunidades para tirarse faroles. Eso, nunca.

Amelia apeló a todos los procedimientos para hacerse visible en los lugares en que yo pudiera encontrarme. Y con una insistencia para mi, agobiante. Es terrible verse asediado por una mujer que a uno no le da más ¡Es terrible!

Yo, entretanto, me movía con diligencia para acercarme a Generosa. Y una vez a su lado, declarele un amor tierno, desinteresado y tal vez eterno. Así lo creía yo. Pero ella, por razones un tanto enigmáticas que las mujeres acaso comprenden, tardó varios meses en dejarme entrever fundadas esperanzas. Como hacen todas, posiblemente.

Así, pues, al correr del tiempo llegué a hablar con Generosa. Llegué a tener oportunidades de hablarle a solas, al oído, cosa que con tanto anhelo deseaba. Llegó a ser mi novia. Llegamos a más que eso todavía ¡No habíamos de llegar! Bien sencillo, hoy somos marido y mujer. Tenemos un niño y una niña, ya creciditos. Una pareja, el ideal de todo matrimonio, por lo general. Y sobre todo de aquellos matrimonios que no quieren gastarse mucho dinero en colegios.

Cuando me casé, después de un noviazgo de años, Amelia debió perder algunas ilusiones en lo que a mi persona respecta. Esto no lo sé seguro. Es una deducción lógica fundada en presunciones ¡Cualquiera penetra en el corazón de una mujer para saber la verdad de lo que siente!

Ahora viene lo grande. El día que, en el café, yo vi por primera vez a Generosa, Amelia se hallaba también en el local y en una mesa contigua. Por lo visto, esta mujer recogió las miradas que yo prodigaba a aquella como cosa propia y prendió en su corazón una llama que yo no tenía intención de inflamar en aquel blanco, ni por asomo. Francamente, no pude darme cuenta de nada. Generosa me deslumbró en forma tal que sólo ella, como mujer, me era visible.

Ahora se la verdad, porque me dio cuenta de ella alguien a quien Amelia tuvo por confidente. Por eso me explico bastante bien el por qué ésta, en alguna ocasión, llegó a decir de mí que era un ingrato. Bien injustamente, por cierto.

¡Hay qué ver! ¡Cómo nace el amor! De la manera más extraña, ilógica e inesperada. La razón no cuenta; el cálculo menos. Uno se encuentra invadido, sin aviso previo, por el morbo de ese feroz unas veces, y delicioso, otras, misterio.

Hoy Amelia también está casada. Y con un “americano” con coche nada menos. Vive en un país tropical. Pero viene a pasar temporadas aquí.

Nunca la olvidaré.

¡A Generosa!

Por IGNACIO

Entrevista a Álvaro Delgado

Eco de Luarca

Publicado en: Eco de Luarca. 9-10-1955

En la Biblioteca «Carlos Peláez», de Navia, me encuentro de cháchara con Álvaro Delgado, Gran Premio de la Bienal de Arte Mediterráneo. En este local tiene una exposición de la obra pictórica hecha durante el verano y que se compone de óleos, dibujos y acuarelas.

El domingo, día 2 del corriente, Pedro Penzol, dio en la sala, una conferencia sobre “Pintura moderna». Conferencia y exposición fueron un éxito completo. Lo que me dice Álvaro me parece que tiene interés. Lo expongo en forma de entrevista para que lo conozcan los asturianos.

– Dime, Álvaro ¿antes de este año tu conocías Asturias?

– Vine hace año y medio acompañando a Luis Álvarez, dueño de la Galería Velázquez, de Buenos Aires, nacido en Miñagón. Me trajo aquí en febrero o marzo de 1954.

– ¿Por qué viniste a veranear a Asturias, concretamente a Navia?

– En este primer viaje de que te hablo, bajé varias veces a Navia que me pareció hermoso para pintar. Como por otra parte había, hecho estupendos amigos aquí, decidí venir. Esos amigos son José Maria, de Miñagón y Carlos Álvarez, de Andés. Este me buscó casa para alojarme con mi familia y me ofreció el piso de una suya en el barrio de San Roque como sabes, para estudio.

 – En las correrías pictóricas por el occidente astur ¿conociste muchos pueblos?, ¿qué impresión te produjo cada uno de ellos?

– Una de las cosas que más me han divertido del verano han sido las correrías con Justín en su moto. Gracias a él he podido pintar y conocer toda la costa desde Luarca a Vegadeo. En todos los pueblos he encontrado encanto y en todos he pintado algo. Quizás el que más me ha gustado haya sido Castropol. Podría hacerse una extensa obra de paisaje alrededor de la bella ría del Eo. El tan soñado valle de Seares, la ensenada de Vilavedelle, el puerto de Figueras, la playa de Tapia, la entrada de Viavélez, el parque de La Caridad, esa especie de patio que semeja el pueblo de Ortiguera, la ría de Navia que conozco tanto y que tan hermosa me parece, la playa de Frejulfe, Puerto de Vega, la vista del puerto y del pueblo de Luarca desde el cementerio, que me dejó sorprendido, han sido motivos para mis acuarelas y puedo asegurarte que de todos estos lugares guardo recuerdos que posiblemente me empujen a volver a ellos otro año.

– ¿Qué viste bueno o malo en el carácter de los asturianos?

– De bueno, sobre todo, que son cordiales y generosos. Generosos como he visto en pocos lugares, y conste que conozco bastantes. Es cierto que he conocido asturianos que no son así, pero son esa famosa excepción que confirma la regla. Y lo que hay de malo en vosotros no os distingue de los de otras regiones. En todo caso lo gentil es que lo calle.

– Me parece discreto eso… ¿Qué te pareció la exposición, o mejor, la reacción de los espectadores ante ella?

– La exposición no quedó mal. Ten en cuenta su condición de improvisación. Faltan muchos detalles que coadyuvan al lucimiento. Uno de ellos es el de la luz adecuada, otro el de los marcos para las obras, etc., etc. Pese a ello, y dado los elementos de los que disponíamos, le hemos sacado el mayor partido posible. Aspiro a poder dar a este pueblo una muestra más acabada y ambiciosa de mi pintura. El pueblo ha respondido. Sobre todo su curiosidad. No se puede pedir más. El que guste o no ya sabes que obedece a causas más complejas. Lo bueno es que se discuta y sobre todo en un lugar en que una exposición de pintura es cosa rara. Te aseguro que el porcentaje de visitantes dado el número de vecinos de Navia es elevadísimo. Creo que en ninguna exposición madrileña ese porcentaje ha sido tan elevado. Podéis estar contentos de su significación.

Y ya está.

Aparece en este momento Justín con su moto y se lleva a Álvaro. Van hacia Luarca…

SELA