Publicado en: La Semana Vitivinícola. 20-4-1974
“Yo no creo que la codicia esté en cortar árboles y venderlos. La codicia está en cortar y no plantar. Los árboles deben ser útiles al hombre”.
Soy, he sido toda la vida plantador, cultivador de árboles, Llevo más de cuarenta y cinco años en la faena.
Ahora vuelve a estar de moda hacer propaganda del árbol, ahora se ven más claras sus ventajas. Pero yo fui propagandista siempre y no se me hizo gran caso. En algún momento se me tuvo por un chalado o maniático forestal. ¿Cuántos, árboles he plantado? ¿35.000? ¿40.000? No lo recuerdo exactamente. Y todo con un patrimonio familiar de once montes, con una superficie total de poco más de seis hectáreas. No mucho.
Esta “manía” la llevo en la masa de la sangre, es heredada. Mi abuelo plantaba robles y nogales. Mi padre, castaños y pinos. Y yo eucaliptos, pinos, chopos, robles, fresnos y algún nogal.
Todo propietario de un terreno tiene siempre un rincón, una era, un patio o una linde amplia donde se puede plantar un árbol, dos, tres… Cuando no se puede plantar un bosque, se planta un árbol. Todo vale. Un pariente mío vendió hace diez años un eucalipto en 8.000 pesetas. Tenía treinta y ocho años.
La plantación no es un negocio apetitoso en principio. Los negociantes prefieren las empresas que dan un rendimiento inmediato o a corto plazo. Un árbol plantado hoy tarda años en dar dinero. Pero si se llega a tener una masa de monte, la venta, por entresaca, de los árboles, se puede hacer casi todos los años.
La plantación de árboles es la cosa más sencilla del mundo. Se hace un agujero en el suelo. Se pone un poco de abono – yo utilizo ceniza -. Se coloca la plantita en ese agujero y con la tierra se tapan esas raíces. Y ya está. Esto, en general. Pero el chopo se planta, por ejemplo, más sencillamente. Se coge una ramita de otro árbol, de un metro poco más o menos, se clava en el suelo y no hay más que hacer. Al cabo de diez o quince años será un árbol.
La ceniza es gran cosa como alimento de los árboles. Yo la compro en las panaderías. O la obtengo en la calefacción de la casa por combustión de carbón y tacos de madera mezclados.
Un eucalipto, por ejemplo, plantado sin ceniza, tarda en mis montes diez y siete años en ser vendible; con ceniza tarda siete u ocho solamente. La precipitación del crecimiento es sorprendente.
El árbol es un ser vivo. Necesita luz, aire que circule en su torno y limpieza del suelo, sobre todo en su infancia.
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Se dice que por la Edad Media, España, toda España, era un bosque. Y se cuenta y repite el caso de la ardilla. Una ardilla se subía a los árboles en los Pirineos y llegaba a Tarifa sin apearse. Iba saltando de copa en copa. Después los autores hablan de la codicia de los campesinos que lo fueron arrasando todo.
Hay que precisar. Yo no creo que la codicia esté en cortar árboles y venderlos. La codicia está en cortar y no plantar. Los árboles deben ser útiles al hombre. La frase que dice que los árboles mueren de pie puede tener un valor literario, pero no social ni económico. Un árbol que haya cumplido su ciclo vital debe ser sustituido por otro.
Tomás Borrás publicó con fecha 28-XII-1933, en A B C, un artículo titulado “España sin bosques”. Artículo, por cierto, premiado por la Asociación de Ingenieros de Montes. En él se dicen cosas como éstas: “El hombre comprende que el bosque es indispensable para la existencia, que sin el bosque la salud, la alegría y el trabajo son imposibles” “El árbol es la vida y el desierto vegetal la muerte.” “El árbol influye también en el alma de los hombres.”
Luis Calvo público también otro artículo en A B C, el 18-VI-1946, con el título “Afecto, delincuente”. Dice: “Recorremos los campos de España y se escuchan las viejas leyendas que dicen que todo fue bosque denso y hermoso como el robledal que cubrió el oprobio de las hijas del Cid.” “El que venga detrás, que arree.” “Si han desaparecido los bosques de España no es porque el español no ha conocido nunca el espíritu de la colmena, que es también espíritu forestal denso, dinámico y continuo, proyectado al beneficio de los que vienen detrás.” “Patriotismo es ir acrecentando la hijuela común, que no la estática adoración del pasado.”
El doctor Marañón, en el año 1954, dio una conferencia sobre árboles en Moyá (Barcelona). En ella, entre otras cosas, decía: “Plantar un árbol, verle crecer, amarlo, supone atenerse, humilde y dichosamente, al vasto ritmo de la vida, que está hecho de millones y millones de generaciones. Plantar árboles para nuestros nietos, árboles que no veremos fructificar, es una manifestación a la vez de heroísmo civil y confianza en Dios”. El doctor Marañón, me consta, con una azada hizo agujeros en su cigarral y plantó cipreses.
Voy, por primera vez, a revelar mi intimidad económica. Lo que en general la gente suele callar. Con el producto de la venta de árboles, hace veinte años, he podido hacerme una casa confortable y una huerta que tiene, en veinticinco áreas: 12 robles, 12 fresnos, 5 chopos, 4 nogales y muchos laureles y, además, algunos frutales: manzanos, perales y ciruelos… En nuestra huerta vive permanentemente una pandilla de mirlos. Y, por la primavera y el verano, una bandada de jilgueros. Unos y otros hacen sus nidos en esos árboles.
Con la venta de árboles me ha sido posible viajar y conocer repetidamente todas las provincias españolas. Y, en fin, satisfacer otras muchas necesidades. ¿Soy, pues, un hombre rico? No sé. Pero hay algo más seguro. Cuando se plantan árboles todos los años, como es mi caso, no hay manera de ser pobre. Imposible.
Yo siempre fui aficionado al dibujo. La estética del árbol, su plástica me interesa mucho. Por eso, cuando veo un árbol con especial estampa lo dibujo. Y así cientos de veces. Tengo la cabeza llena de esquemas de árboles perfectamente individualizados. Nunca he visto dos iguales.
Puedo, sin rebozo, decirlo. Los árboles son mis vidas paralelas, mis amigos y confidentes. Y, al mismo tiempo, mis hijos espirituales. Todos los días voy al monte. Todos los días los veo. A lo que me ayudó a vivir le debo cariño y gratitud.
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En mis viajes por España, viendo árboles me he emocionado muchas veces. No puedo olvidar los olivares y encinares de media España. Los alcornoques de Gerona y Extremadura, los pinos de Arenas de San Pedro (Ávila) y los de Riopar (Albacete), los árboles variados de la Merindad de Valdivieso (Burgos), los pinos de San Rafael y Navacerrada, los castaños de Béjar y Yuste, los chopos del río Carrión (Palencia) y del Najerilla (Logroño), las palmeras de Elche y Orihuela… Pero he de citar dos árboles inolvidables. El que hay en el parque de Soria, donde está hábilmente instalado en su copa el kiosco de la Banda Municipal, y el roble de la casa Codorniu, en San Sadurní de Noya. ¡Una joya!