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Una vez el demonio estaba sin criado. Pedro de Malas Artes lo supo y se ofreció como servidor. Al presentarse dijo el demonio:
– Te acepto.
El primer día lo mandó por leña al monte. Pero tardaba, no venía. Y el mismo demonio se fue a buscarlo. Y lo encontró acostado, dormido a la sombra de los árboles. Entonces el demonio sacó el cinto y, con él rodeó varios árboles. Y se los llevó.
Otro día lo mandó a por agua para amasar y cocer pan. Y no venía, también tardaba. Estaba Pedro de charla cortejando con otras mozas que iban a por agua. Sus pipas estaban vacías. El diablo las llenó y se fue con ellas.
Al llegar a casa habló con su mujer y acordaron que, puesto que Pedro era una mangante, no merecía vivir. Y decidieron matarlo. Pedro, que también acababa de llegar, a través de la pared, los oyó. Por la noche cogió una bota grande de vino que tenía y la acostó en su lugar en la cama. Él se puso debajo de ésta. A altas horas de la noche apareció en la habitación el demonio con un gran cuchillo. Y dio una cuchillada enorme en la cama. La sangre manaba a borbotones – eso creía él – del cuerpo de Pedro de Malas Artes. Y salía por debajo de la puerta.
Al día siguiente se levantó Pedro fue a dar los buenos días a sus amos. El demonio, para disimular, le preguntó qué había ocurrido que salía sangre por debajo de la puerta. Y Pedro le contestó:
– Nada, poca cosa. Un rasguño que me hice en una mano.
Pedro salió a la calle a dar una vuelta para abrir el apetito.
Y el demonio le dijo a su mujer que había que cuidar bien a aquel hombre, porque era muy poderoso…