El pobre miseria

Inédito

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Jesús y San Pedro iban de viaje.

Llevaban un burro para que les aliviara del cansancio en el camino. Pero se le cayó una herradura y andaba mal. Le fueron a un herrero para ponerle otra, pero el herrero no tenía hierro para hacerla. Buscó y buscó y encontró un trozo de plata. De ella hizo la herradura, y se la puso al asno.

Jesús y San Pedro siguieron camino. San Pedro creyó que el herrero era un hombre bueno y le dijo a Jesús:

– El herrero se portó bien y deberíamos premiarlo.

– Tienes razón, Pedro. Volvamos a buscarlo.

Y volvieron. Lo encontraron.

– Herrero obraste bien. Queremos pagarte. Pídenos tres cosas.

El herrero tenía tres nogales. Y contestó:

– Primero: Que el que se suba a estos nogales, no pueda bajar sin mi permiso.

– Concedido.

San Pedro le apuntaba con la mano para que pidiera ir al cielo al morir.

Pero el herrero no entendía o no quería entender…

– Segundo: Que el que entre en mi petaca no pueda salir sin mi permiso.

– Concedido.

– Y tercero: Diez años de vida y dinero a discreción.

– Concedido.

Jesús y San Pedro se fueron.

En los diez años siguientes el herrero vivió como un príncipe. Pero llegó la hora de su muerte. Y vinieron a buscarlo tres demonios. Tenía las barbas largas. Y, antes de irse, pidió permiso para afeitarse. Se lo dieron.

Tardaba. Los demonios vieron los nogales y se subieron a coger nueces. Pero después querían bajarse, y no pudieron. Le pidieron permiso al herrero para bajarse. Pero les pidió, para ello, que le concedieran diez años más de vida y dinero a discreción. El jefe de los demonios se lo concedió.

Vivió otros diez años como un rey. Y bajaron de nuevo los tres demonios a buscarlo. Les pidió, como antes, permiso para afeitarse y se fue. Los demonios vieron la petaca en una mesa que había en la forja y quisieron meterse dentro. Como eran muchos se convirtieron en hormigas. Él bajó afeitado y les dio una camada de palos.

Pero estando todos los demonios allí, surgió una crisis en el país. No se podía vivir. Todos los que trabajan inspirados por el diablo, como son los abogados y los comerciantes, estaban furiosos. Obligaron al herrero a soltarlos y los soltó.

El herrero se murió. Llamó a las puertas del cielo y San Pedro no le dio paso:

– Ya te dije aquel día que pidieras el cielo. Ahora no puede ser.

Y se fue. Llamó a las puertas del infierno y no le quisieron abrir. Los demonios le tenían miedo.

Y, en vista de ello, quedó en el espacio vagando como un pájaro que no tiene árbol donde posarse. Y por allí anda. 

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