Publicado en: Turismo y Vida. Marzo-1972
por ALEJANDRO SELA
Estar en la Mancha y emocionarse es todo uno. En principio empecé a ir allí para tocar con la mano el espíritu cervantino o quizá, más el quijotesco. Por estas tierras, desde hacía mucho tiempo tenía “conocidos”. Don Quijote y Sancho. Y una mujer, princesa, con la que yo también había soñado… Dulcinea.
Al recorrer los caminos manchegos, más de cuatro veces me he fatigado y sudado de lo lindo. Pero para refrescarme y espiritualizarme siempre tenía a mano el vino, el mismo vino que Sancho llevaba en su bota. Y el que Don Quijote tomó, por un canuto, en la Venta. Y que le dieron las dos mozas de partido…
¡La Mancha! Sol, nobleza, valentía, amor… vino. Que es, en definitiva, todo junto, emoción.
Citemos algunos hitos del camino. El Toboso, Mota del Cuervo, Campo de Criptana, Tomelloso, Argamasilla de Alba, Almagro, Socuéllamos, Villarrobledo, Ruidera, Manzanares, Alcázar de San Juan, Puerto Lápice, Montiel, Villanueva de los Infantes, Belmonte, Valdepeñas…
Al paisaje manchego lo decoran: Molinos de viento, viñedos, trigales o barbechos, ovejas, pastores, ruinas de castillos, coloreadas perdices y un horizonte siempre abierto a la ilusión y a la esperanza. Y el agua plana, espejeante, de las lagunas de Ruidera….
Al vino, para saber lo que es, hay que darle ambiente. Y después de saborearlo, pensarlo.
En la Mancha hay mucho vino. Y, además muy barato. Mal asunto para el efecto psicológico. Y como, por otra parte, se vende en muchas tabernas de España, la gente, sin más, se cree que es un vino de albañiles.
Falta por demostrar, sin embargo, que los albañiles sean tontos. Pero hay más todavía. Después que los vinos de la Mancha salen de su tierra, nadie puede asegurar que sean auténticos hijos de María. Me refiero a la pureza…
Naturalmente, a mí me gustan ciertos vinos de la Mancha. Y mucho. Claro que no todos están Igualmente elaborados. Pero el “saboreador” del vino como el probador de cualquier cosa, debe ser en cierto modo, un investigador. Haciéndolo así siempre se puede decir “a mí no me la dan…”
Si se mira bien, en todas las regiones vinícolas hay sus fallos. Lo que la gente, en el lenguaje de la calle, llama “petardos”.
Señora, cuando su marido cobre una quiniela o herede a ese “tío de América”, con el que soñábamos todos, ponga en actividad sus lagrimales y suplíquele que la lleve a la Mancha.
¡Que tanto puede una mujer que llora!
Señorita, no sea tonta. Cuando se tiene por novio un “príncipe azul” – todos los maridos hemos sido el “príncipe azul” de mujeres resignadas – póngale como condición para dar el “sí” de boda que la lleve algún día a las lagunas de Ruidera. Allí se puede practicar el amor matrimonial sin… contaminación atmosférica. Para que se vea que no hablo a humo de pajas invito a mis lectoras a que prueben el vino “Don Quijote” de Daimiel. O el Guerola alambrado de Valdepeñas. Los dos, claretes, sin olvidar el blanco “Yuntero” de Manzanares.