Publicado en: La Semana Vitivinícola. 19/26-12-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)
por ALEJANDRO SELA
Perito Agrícola. Juez Comarcal de Castropol
HAY una época del año de subido valor emotivo y de particular interés de intimidad. Se sitúa en la última decena de diciembre. En ella están la Navidad primero y la Nochevieja después.
En esos días los miembros de las familias llevan o llevamos a los hogares, como las abejas, las máximas dulzuras.
Los que somos golosos de la buena fruta y de las confituras lo pasamos “bomba”. Entre las frutas está la uva. Y entre las confituras – yo las califico así – las pasas. Uvas de Almería o de donde sea. Y las pasas de Málaga, Denia…
Yo soy fiel a una tradición. Siempre, todos los años, me tomo en Nochevieja las doce uvas de la suerte al compás de las campanadas de un reloj. Y así, si hay algún día venturoso a través del año en mi vida, a las uvas se lo debo. Enlazo el efecto con la causa. Me parece natural.
La vitivinicultura ha sido siempre bien mirada por la Iglesia católica. Recuérdense los diferentes pasajes de la Biblia que hablan del vino y el uso diario que los sacerdotes hacen del mismo.
Por su parte, los creadores del estilo barroco o churrigueresco han elevado las uvas, casi divinizándolas, a los altares. Las columnas salomónicas de ese estilo están contorneadas con sarmientos de vid con sus frutos dorados. Y nosotros, cuando se da el caso, al hacer nuestras prácticas religiosas, en determinados templos, nos postramos de hinojos teniendo delante santos y racimos de uvas.
Somos muchos los que hacemos de este fruto un alimento preferido, en tanto lo hay, claro. Y entre personajes importantes de la literatura española tenemos excelentes “compañeros”. En el Quijote se lee lo siguiente: “Levantóse, en fin, el señor gobernador, y por orden del doctor Pedro Recio le hicieron desayunar con un poco de conserva y cuatro tragos de agua fría, cosa que trocara Sancho con un pedazo de pan y un racimo de uvas”.
Es de notar la avidez y el cómo saboreaban las uvas Lazarillo de Tormes y su amo ciego. Copio del delicioso libro: “Acaesció que llegando a un lugar que llaman Almorox (Toledo) al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador les dio un racimo de ellas en limosna. Y como suelen los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel tornábase mosto y lo que a él se llegaba.
“Acordó de hacer un banquete, así por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dixo:
“ – Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hagas dél tanta parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos y desta suerte no habrá engaño.
“Hecho así el concierto comenzamos, mas luego al segundo lance el traidor mudó el propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debía hacer lo mesmo. Como vio que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, más aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y, meneando la cabeza, dixo:
“- Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que te has comido las uvas tres a tres.
“- No comí – dixe yo -, mas ¿por qué sospecháis eso?
“Respondió el sagacísimo ciego:
– ¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que yo las comí tres aires y tú callabas.
Samaniego, que no en balde era de una región de uvas, La Guardia (Álava), nos dejó una fábula, la de «La zorra y las uvas», que es ejemplar. Veamos su final:
“Al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas,
miró, saltó y anduvo en probaturas,
pero vio el imposible ya de fijo,
y entonces fue cuando la zorra dijo:
“No las quiero comer, no están maduras”.
No por esto te muestres impaciente
si se te frustra, Fabio, algún intento.
Aplica bien el cuento
y di: “No están maduras”, frescamente”.
Ahora veo claramente la eficacia pedagógica de esta fábula que los maestros de mi tiempo enseñaban a los niños. Somos muchos los hombres decididamente admiradores del amor y de sus causas. No me extraña nada que amigos míos, maridos, cuando ven mujeres hermosas digan, con honda pena por supuesto, como una raposa cualquiera:
– ¡No están maduras!