Publicado en: Inédito
¡Oh, campo!
¡Quien fuera poeta! Si yo lo fuera, ahora mismo, a la
vista de esta escena se me abrirían las compuertas de la inspiración y diría
maravillas…
Evocaría a Teócrito, a Virgilio, a Horacio y a gente
de esa. Hablaría de las abejas que van libando, de flor en flor, el néctar con
el cual, en los panales, elaboran sus ricas mieles… Hablaría de tantas
variedades como hay de pintados pajarillos que, con sus trinos, acogen tan
simpáticamente la nacarada aurora que viene…
¡Quien fuera poeta! Con un carro de yerba y un par de
vacas holandesas, si yo lo fuera, haría un poema en el cual pondría a la
Naturaleza por las nubes… Y haría también un canto en octavas reales a la
virtud del trabajo, que es lo que ahí se ve. Y etc., etc.
Para mí desgracia y para desventura tuya, amable
lectora, yo no soy poeta. La prueba está en que no tengo capa, ni chalina, ni
melena…
¡Ni musa!
Si yo tuviera musa, aunque no tuviera lo otro, yo creo
que me las arreglaría para decir algo que tal. Aunque, la verdad, contagiado
por los tiempos que corren, lo más probable es que no dijera nada. Ni pio.
Abandonaríamos ella y yo, del brazo, las hermosuras del campo y nos iríamos al
cine.
Ella admiraría el arte de Don Gregory Peck.
Y yo, a regañadientes, lo reconozco, el de… ¡Sofía Loren!