Publicado en: Turismo y Vida. Noviembre-1971
por ALEJANDRO SELA
A mediados de abril de 1948 alguien que me merecía confianza de susurro al oído:
-En Jumilla hay un vino muy bueno.
– ¿Dónde está Jumilla?
– En Murcia.
Pocos días después, en viaje, mi mujer y yo hacíamos noche en Villena. Aquí vimos un castillo y el monumento a un gaitero. (Yo, desde niño, y sin propósito de ofender a nadie, al que se dedica a la música de un modo o de otro, le llamo gaitero. Y a mí los que me conocen, por que toco mucho la bocina del coche, me llaman el gaitero de las carreteras. Bien. Al gaitero de Villena le llaman Chapí).
En Monóvar quise ver la casa de un señor a quien admiro, Azorín. Pero estaba cerrada.
El día 26 de tal mes y año entramos, en la mañana, en Jumilla. Y me compré dos docenas de botellas de vino de Asensio Carcelén, de Bleda y de Savín. Por razones que no hacen al caso no intenté ver ninguna bodega. Pero en Jumilla dormimos. Al probar los vinos quedé asombrado.
El pasado día 9 de octubre de este año, 1971, dormí, solo, en Valdepeñas, en el Motel El Hidalgo. En este Motel me di cuenta de que había una camarera impresionante. ¿Miss Europa? ¿Lady Universo?
Al día siguiente, antes de llegar a Alcaraz (Albacete), a las ocho de la mañana, tuve que detenerme varias veces. Las perdices, como aves de corral, andaban picoteando por la carretera. No quise hacerles daño.
¿Conocen ustedes, lectoras mías – siempre pienso que a mí no me leen los caballeros -, el paisaje tremendo e impresionante, de vegetación, que hay desde Alcaraz a Elche de la Sierra? ¿No, de verdad? Háganme caso, véanlo. Por esas tierras, más de sesenta kilómetros de carretera, lo que se ve no es humano. Es divino.
En Jumilla visito la bodega Carcelén. Don Juan, el jefe, me guía y me habla de los vinos del pueblo. Un Jumilla de la Cooperativa San Isidro sacó, en 1970, medalla de oro en Moscú. Y en Budapest, un Carcelén, Pura Sangre, no hace mucho, sacó otra medalla de oro. De las medallas de plata y cobre perdí la cuenta…
Así que los vinos de Jumilla, como las mujeres guapas, son de campeonato.
En Jumilla, que están en todo, hacen vinos de señora y de caballero.
En otras regiones vinícolas que tengo visto hacen los vinos como los hacia “su papá” y “su abuelito”. Pero en Jumilla no se duermen en los laureles. Con una veneración inmaculada a sus antecesores, procuran estar al día. Ir siempre a más.
Yo dije, hace poco, en alguna parte, y por razones vinícolas: Si yo fuera musulmán haría en Jumilla mi Meca.
Esto está que arde. ¿Por qué? Veo como cosa inmediata mi conversión
Señora o señorita, si cuando vayan ustedes a Jumilla ven en la plaza de la Constitución un moro descalzo, con los zapatos al lado, arrodillado y haciendo lo que hay que hacer frente al sol, por favor, no le pidan el carnet de identidad.
Ese moro soy yo.
¡Seguro!
La vendimia está ahí, todavía en muchos puntos del país. Ha venido con la puntualidad propia de una señorita con palabra de caballero.
Y con ella la inquietud, el trabajo y la alegría. Es decir, la emoción. Y no la felicidad.
La felicidad, creo yo, es una ilusión frívola. Algo así como un ideal de cupletista. Las gentes del campo español sin excepción, somos realistas. Y no soñamos nunca con quimeras.
La historia del arte, si se mira bien, tiene bastante contenido ampelográfico. Aunque ahora, hay que reconocerlo, está pasando un bache. Los pintores abstractos no pintan uvas ni racimos, ni siquiera artistas de cabaret. Y pintores de género ya no quedan. El género, como forma pictórica, no está de moda. Los pintores actuales no quieren saber nada con lo que se hace en el campo, con la agricultura profesional, con la escena del campo. Si queremos ver faenas laborales tenemos que volver la vista a Sorolla, Cecilio Pla y otros. En la actualidad sólo conozco uno, sencillamente bueno, extremeño, que pinta muchos viñedos en invierno. Es decir, sin uvas. Se trata de Ortega Muñoz.
Los músicos, sobre todo los líricos, fueron buenos “cultivadores” del campo. Recuérdese La alegría de la huerta, La rosa del azafrán, La pícara molinera, La del manojo de rosas… Y más. Pero tuvieron, así y todo, un lamentable olvido. No se escribió, hasta ahora, que yo sepa, una zarzuela que se titulara Las vendimiadoras. Sería un éxito. Esta zarzuela, que yo me imagino, tendría mujeres hermosas cantando el aria del otoño. Llevarían en brazos sarmientos con sus frutos. Y no tardaría en aparecer el coro de mozos, por que les gusta el verde, replicando al estilo de Marcos Redondo. La vendimia no se concibe sin el sombrero de paja. Este es, supongo yo, para todos los que vendimian, su “carnet de identidad”. Lo llevan las mozas, los mozos… En algún lugar de España, lo he visto, se lo ponen los monjes trapenses cuando vendimian…