El erizo y la liebre

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 11-7-1959

(Cuento de tradición oral)

Una liebre y un erizo se encontraron. Éste hacía tiempo que estaba picado por la fama de corredora que aquella tenía en toda la vecindad. Pero en un arranque de audacia le dijo:

– Liebre, te apuesto cinco duros a que corro más que tú. Vamos una carrera.

La liebre abrió los ojos desorbitadamente, al principio: Pero después se reía encorvando sus bigotes, esos bigotes finos y largos que tienen todas las liebres, y dejaba ver sus dientes blancos como espuma de leche. Le contestó:

– No hay inconveniente. Acepto la carrera ¿Cuándo la celebramos?

– Mañana, si te parece.

– Bien.

Se fueron cada uno a su casa. El erizo habló con su esposa, la eriza, de esta manera:

– Óyeme querida mía, hoy hice una apuesta con una liebre a que corro más que ella.

– ¿Estás loco?

– No, hermosa mía. Fíjate. Tú me ayudarás. Nos vamos al monte. Donde comienza la carrera me pongo yo, y donde termina te pones tú. Yo hago que salgo corriendo al empezar, pero me quedo escondido entre unas matas. Tú, en el lugar de la llegada, también estás entre unas matas. Cuando la liebre llegue corriendo, tú te levantas y dices: “Ya estoy aquí”. ¿Entiendes?

– Sí, sí. Muy bien.

Al día siguiente la eriza se fue al lugar señalado. Se escondió entre las matas. Poco después llegaron su marido y la liebre al sitio donde empezaba la carrera. Se saludaron muy cortésmente, cual corresponde a gente de finura.

– ¿Empezamos?

– Empezamos. A la una, a las dos, a las tres…

El erizo se escondió. La liebre se lanzó a toda velocidad. Pero un poco antes de llegar, la eriza salió de su escondite, y dijo:

– ¡Ya estoy aquí!

La liebre se quedó con dos palmos de narices. Le parecía imposible. Y dijo:

– Otra vez. Vamos a repetir en sentido contrario.

– Me parece bien – añadió la eriza.

A la una, a las dos y… a las tres.

La eriza se escondió. La liebre salió como un rayo. Un poco antes de llegar el erizo salió de las matas, y voceó:

– ¡Ya estoy aquí!

Y añadió:

– Dame los cinco duros.

– Toma. Pero ¿me concedes la revancha?

– Ya lo creo.

A la una, a las dos y a las tres…

Pero cuando la liebre llegó al otro lado cayó muerta, reventada.

Entonces se reunieron el erizo y la eriza y se marcharon del brazo.

Y fueron felices.

Y comieron perdices.

Y a mí no me dieron.

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