Publicado en: Eco de Luarca. Octubre-1954; NORTE. 16-9-1955; Hacia la ría del Eo (1957)
Vencido el verano, es cosa de rememorar un poco el pasado en cuanto a los hábitos y costumbres de las gentes en aquél, para conocimiento de las generaciones que están brotando.
Me surge el asunto por haber comido este año, como otros, avellanas de Villaoril. La avellana ha sido siempre, para mí, un fruto grato, una golosina. La avellana fresca y bien torrada, se entiende.
Se trata de un fruto privilegiado de las tierras de Asturias. Se da muy bien en ciertas zonas. Y a través del tiempo, han surgido los artesanos que saben ponerla a punto para darle el sabor más delicado. Pocas cosas hay mejores durante el verano, para regodeo de nuestros paladares, que un puñado de buenas avellanas. Las que se venden en Oneta y Villaoril, entre otros lugares, no fallan. Vienen, según mis informes, de las tierras fecundas de Navelgas.
La avellana se ha prodigado siempre en las fiestas del occidente asturiano. A ellas iba y va como elemento indispensable. Hasta el punto de poderse decir: sin avellanas no hay fiesta. Y en ellas se da cita con los retoños del árbol que la produce, que también colaboran en las fiestas. Nos referimos a las varas de los cohetes.
El avellano es, sin duda, un árbol festejero.
Pero la avellana, a través del tiempo, se ve claro, pierde terreno y categoría. Antes llegaba a las fiestas en sacos y en cestas, en abundancia. Abundancia que, por sí sola, implicaba señorío. Ahora, en muchos sitios, se venden en bolsitas de papel, casi contadas una a una. Es la mezquindad que indica, para los que conocimos lo otro, todo lo contrario de aquel señorío.
Antes era muy de rigor regalar a las mozas las avellanas. Era el presente obligado que ningún rapaz que se estimase en algo dejaba de cumplir. Y la mujer, cuando tenía confianza, las consideraba como un derecho de fuero. Y las pedía.
Aunque a primera vista no lo parezca la avellana desempeña en el amor un papel muy trascendente. Llegarse a una mujer, conquistarla, a cuerpo limpio, por tipo, es algo menos frecuente de lo que se supone en las “peñas” de los cafés… Para el buen éxito, la mujer hay que halagarla, no solo con palabras, sino con hechos. Y uno de esos “hechos” es el regalo, el presente, que acredita el recuerdo cuando se está ausente, y el buen ánimo y la buena disposición, y a veces, el sacrificio… Gastarse los cuartos por una mujer supone algo.
La avellana como tal “hecho”, desempeña su papel a las mil maravillas. Al comerla, produce un ligero mareo muy favorable a las palabras de afecto y a las concesiones honestas. En ese estado la mujer más intransigente se pone muy propicia al “sí”, cuando se le hace un requerimiento movido por sentimientos elevados y definitivos. Téngase en cuenta que el amor, lo sabe cualquiera, cualquiera que haya pasado por ello, es un estado de mareo recíproco, de anonadamiento lleno de acongojadas emociones.
La avellana, por otra parte, es muy adecuada para la gente joven, de buena dentadura. Romper la cápsula de la avellana supone vigor dental, fuerza, juventud. Por eso las mamás de las mozas, casaderas a las que hay que suponer dientes flojos, prefieren el presente a base de bombones, caramelos o algo que se disuelva en la boca en el más suave y dulce de los esfuerzos. Por la parte que les pueda corresponder, claro es.
Es frecuente. Una buena parte de los bombones que se regalan a las mozas suelen comerlos las mamás y, se dan casos, los papás. Los bombones predisponen el ánimo de casi una familia. La conquista con ellos, se hace más fácil probablemente, pero lo que se gana en facilidad, se pierde en mérito ciertamente. Una madre puede ser un buen aliado; pero resta valor de autenticidad a la empresa.
El hombre se muestra más satisfecho cuando la conquista es obra personal suya. Cuando está convencido de que su ingenio y sus virtudes deciden la voluntad de una mujer reacia en sus principios. La avellana es arma lícita. La comprobación de este aserto flota en el ambiente. A las primeras de cambio se ven sus buenos resultados.
Muchas parejas de buena voluntad han ido a la vicaría por algo tan simple como comer avellanas. Pequeñas causas, a veces, producen grandes efectos.
Es cierto que por ahí puede haber algún marido que guarde a las avellanas cierto rencor… Pero esto no es más que la excepción que confirma la regla.
Más, decididamente, la avellana une. Siembra el amor por donde quiera que va. No en balde la almendra comestible, el contenido, tiene el valor de un símbolo. Tiene forma de corazón…