Publicado en: Caza y Pesca. Agosto-1956, pág. 491; Hacia la ría del Eo (1957); publicación parcial en el folleto literario Lugares y palabras. Navia: Río y literatura (2010)
El Navia es, de todos los ríos de España, uno de los más graves y
serios. Esta gravedad y esta seriedad resultan del concurso de ciertas
circunstancias que lo cualifican. Y que le hacen ser nada menos que un río
importante…
Al comienzo del mundo o en la Era Cuaternaria, o cuando fuera, tuvo el
Navia que realizar una labor titánica para formarse un cauce. Asombra
contemplar, siguiendo su curso, la enorme cantidad de resistencias que tuvo que
vencer entre tantas montañas para tener su lecho, por el cual se desliza y se
va al mar.
Nace en Piedrafita de Cebrero, Sierra de Ancares, en la provincia de
Lugo, muy cerca de la de León. Y su infancia es tierna y delicada como todo lo
que es nuevo en la Naturaleza. Un poeta, Quevedo, describe así los primeros
pasos de un río:
Torcido, desigual, blando y sonoro
te resbalas secreto entre las flores,
hurtando la corriente a los calores,
cano en la espuma y rubio con el oro.
Poco a poco, con ayuda de otros riachuelos y “regueiros”, se
personaliza y coge fuerzas. El Cruzul, primero, y más adelante el Cancelada, el
Ser, el Suarna, el Ibias….
En este su primer tramo, ya trabaja: cría truchas, mueve molinos de
piedra y riega prados y vegas. En la Puebla de Navia de Suarna está la mejor
muestra de esa labor fecunda. Y en el mismo trozo, además, se han encontrado,
no ha mucho, pepitas de oro.
Entra en Asturias por un lugar difícil y angosto. Se rebela, siente la
saudade, de su dulce madre, Galicia, y por el concejo de Nogueira vuelve a
Lugo. Pero por poco tiempo. El destino le impone su rumbo hacia la brava
Asturias. Y a ella se va, y en su mar, el Cantábrico, rinde sus despojos de
vida.
Pero antes ha de cumplir como bueno. Después de Navia de Suarna el
pueblo más notable que topa en su camino, es – ya en Asturias – Grandas de
Salime. En este lugar los Ingenieros españoles, en los últimos años, le han
hecho una presa. Allí, entre recias montañas, han acumulado hierro y cemento
sin tasa. Este enorme muro condiciona, no su vida, sino sus fuerzas. Y éstas,
con furia, mueven varios grupos de turbinas que producen copiosa energía eléctrica.
Tal energía no es otra cosa que solo espíritu. Espíritu de río.
Y por unos hilos metálicos que hay tendidos sobre el suelo español, ese
fluido se derrama en un noble y eminente quehacer patriótico. Mueve los motores
de nuestras fábricas y en las tinieblas de la noche, nos ilumina, nos da
luz….
Antes de realizar ése esfuerzo se para, se aquieta, acumula potencia y
se muestra a los ribereños como un lago alargado, terso y apacible. Es la calma
antes de la tempestad.
Este salto ya dio nombre y prestigio al río. De oídas, por lo menos,
toda España le conoce.
Y después de esta colosal peripecia, no tiene todavía el descanso. Ha
de bajar a Doiras, donde otro salto le espera. Ora presa y otro embalse
espejeante de montañas ariscas.
Quince kilómetros antes del mar se encuentra otro saltito, una pura
broma, un juego para quien ya tiene muchas horas de vuelo en eso de mover
turbinas. Es el salto de Vivedro.
Desde Doiras hasta Porto – unos 30 kilómetros, escasamente – es también
un venero de riqueza, pero no por sus fuerzas, sino por sus frutos. Este
espacio corresponde a la zona salmonera que tan excelente rendimiento da.
En este río, por ahora, se hace difícil la pesca. El cauce, en sus
márgenes, es abrupto, hosco. Se hace incómodo llegar a él. La carretera, es
cierto, pasa cerca, si nos atenemos a la distancia de proyección. Pero con mucha
diferencia de nivel. Los caminos o vericuetos, desde la carretera, bajan en
formas zigzagueantes para suavizar las cuestas.
Quien quiera pescar en el Navia ha de ser un deportista completo. Ha de tener, no sólo buenos brazos para manejar la caña, sino también buenas piernas para andar los caminos que llevan a los pozos salmoneros. El pescador «snob» en este río poco tiene que hacer. El saber esto no puede ser un obstáculo para el pescador deportista, de vocación. Al revés, será un incentivo.
A la altura de Serandinas, tiene un trozo acotado en favor del turismo,
que comprende cinco o seis pozos buenos. De ellos, el Córrago es el aureolado
de más fama. Y con motivo.
En algunos puntos la floresta que forman árboles diversos – fresnos,
robles, humeros – vivificada por las
aguas del río, casi cubre éste, y ello da lugar a que haya todavía pozos vírgenes
a la lanzada del señuelo, sea éste pluma, cucharilla o devón.
El río, al llegar a la altura de Espousende, cambia de sexo, se hace
ría. Y se dedica a “sus labores”. Riega las vegas de Porto y Coaña. Y da
abundosas hierbas en los prados que pacen las vacas de Armental.
Poco después llega a Navia, villa a la que da nombre. A su lado pasa
mansamente, sin hacer ruido. A lo más, se nota un rumor de corriente suave.
En este sitio dos puentes lo atraviesan, dándose la mano. Uno, el de la
carretera Santander – La Coruña y otro nuevo, sin usar, que pertenece al futuro
ferrocarril El Ferrol del Caudillo – Gijón. Y ya, hasta el mar – kilómetro y
medio – tiene a los bordes la escollera, obra del hombre, que no tiene otro
objeto que hacer viable la navegación al puerto. Muere el Navia en el Cantábrico, de mala gana. Se
rinde enfurecido a su destino. Su boca, la barra, realmente estrecha, echa una
espuma blanca, blanquísima. Como campo de nieve…