Una asturiana de calidad

Las Riberas del Eo

Publicado en: Las Riberas del Eo. 20-12-1958

Doña Jimena, la esposa de Rodrigo Díaz de Vivar, al Cid Campeador, era una mujer asturiana. Y de estirpe regia. Su padre era el conde de Oviedo. Se llamaba Diego. Y la madre Cristina.

El Cid hizo a su prometida donación de arras: “Por decoro de su hermosura y por el virginal connubio”.  

Parece que la boda se celebró en León. Pero inmediatamente el Cid recibió orden de su rey Alfonso VI para desempeñar delicadas misiones en Oviedo. Una de ellas fue la de hacer de juez en algún caso. Se mostró ducho en su función judicial – dice Menéndez Pidal -.

Doña Jimena y don Rodrigo pasaron pues, la luna de miel en Oviedo. O mejor, en Asturias.

Doña Jimena fue una asturiana ejemplar, una gran mujer. Adoraba a su Cid. En el Cantar Primero del Poema de su nombre dice ella:

  • Escúchame oh Cid de la hermosa barba.
  • Doña Jimena, mi excelente mujer, os quiero tanto como a mi alma.

Llegaron, en el matrimonio, al supremo bien del amor: Querer y ser queridos.

¡Sabida delicia!

Ella seguía a su marido en sus empresas guerreras, pero en la torturante retaguardia, en la permanente inquietud de la incertidumbre, callada, humilde y con el vigilante cuidado de sus hijos. Esposa y madre. Muy limpiamente.

Don Rodrigo iba en pos del moro con todos los riesgos, para servir a su rey, para ganar una Patria. Pero en el fondo de su ser vibraba el recuerdo de su amor, su Jimena.

Siempre, o casi siempre hay en el guerrero triunfante, una causa primera, estimuladora, decisiva.

¡Razón de amor!

Asturias ha tenido un hombre. Don Pelayo. Él con una cruz en la mano y un puñado de asturianos esforzados inició la gran tarea. Y siglos después, una mujer, Doña Jimena, que desde un plano oscuro hizo posibles las gestas heroicas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, en buena hora nacido.

Uno y otra, Don Pelayo y Doña Jimena, movidos por el soplo de la Divina Providencia, la Virgen Santa María.

Desde las alturas bajó Esta al monte Auseva, a Covadonga. Traía para los asturianos, para los españoles todos, en su mano derecha un símbolo de belleza y amor. Traía en su mano… ¡Una rosa!