Los árabes y el vino

La Semana Vitivinícola

Publicado en: La Semana Vitivinícola. 14/21-12-1974

por ALEJANDRO SELA

ARABIA, en Asia, es una elevada meseta, en gran parte desierto. En el primer milenio de nuestra Era los árabes se hallaban divididos en tribus independientes. La Meca era su centro religioso y comercial. Cada tribu tenía sus ídolos, pero el más famoso fue la piedra negra o la kaaba.

Con la aparición de Mahoma, nacido en la Meca, y gracias a él, los árabes se unen, se cohesionan, en lo político y en lo religioso. Mahoma nació en el siglo VI. Huérfano desde niño, se dedicó al comercio con auxilio de camellos, y se casó. Le fue bien en sus asuntos y, con independencia económica, se sintió en la necesidad de predicar una religión monoteísta: “No hay más que un Dios, Alá, y Mahoma es su profeta”.

La doctrina mahometana está en el Corán, código religioso y civil. Las doctrinas de Mahoma fanatizaron a las tribus árabes y se lanzaron a la guerra santa, a la conquista de un gran Imperio. Con este fin vinieron a España al mando de Tarik y Muza. Con la batalla de La Janda (Cádiz) comenzaron su conquista a principios del siglo VIII. Su estancia en España duró unos siete siglos hasta que los Reyes Católicos acaban con ellos, los vencen, conquistando su último reducto, Granada.

Los árabes eran apasionados y, cultivaron las ciencias y las artes, en especial la poesía.

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Es en sus poemas donde nos hablan del vino. En los libros del ilustre académico señor García Gómez se pueden tomar las notas que se quieran (Son estos libros, Poemas arábigo-andaluces, Cinco poetas musulmanes y el Collar de la paloma).

Dice García Gómez: “El tema báquico es otro de los más frecuentes en la lírica arábigo andaluza. La ley seca del profeta Mahoma no podía tener plena aceptación en España… Los bebedores solían congregarse, bien al alba, bien por la noche… El lugar de reunión solía ser una sala, el patio de la casa o una quinta de placer en el campo. El anfitrión cursaba las invitaciones en forma poética. Así:

 ‘El día está húmedo de rocío y la mejilla de la tierra se ha cubierto del
bozo de las hierbas. Tu amigo te invita
a gozar de dos calderos que cuecen, despidiendo excelente olor; de perfumes, de un porrón de vino, de un lugar delicioso.
Y más pondría, si quisiera; pero no está bien que para un amigo se despliegue demasiada pompa.’

“Estas reuniones eran, más que orgías, tertulias poéticas y literarias – sigue diciendo García Gómez -. Circulaban, primero, las mesitas volantes, platos llenos de delicadas viandas y golosinas. Después se ponía ante cada comensal una bandeja, un pomo, una copa y un aguamanil. En el centro del corro ardían candelas, cuyo reflejo hería los búcaros de narcisos, las carnosas hojas de las plantas de lujo y las pirámides de frutos brillantes. Circulaba el esbelto copero entre los invitados, con los jarros repletos de vino blanco – grandes perlas rellenas de oro líquido – o con las ánforas de rojo néctar, colmando las copas y escuchando requiebros”.

“Cuando el pitón de la vasija dejaba escapar el chorrito de líquido, ‘como el cuello de un ánade que picara un rubí’, el burbujeo de la copa evocaba ingeniosas comparaciones. Se recitaba, se improvisaba, y, de vez en cuando, se oía el canto de una esclava, que otras acompañaban con laúdes, tambures y bandolas. Ejercían su imperio simultáneo el sueño, la embriaguez y el amor.”

“Nuestros lechos sirvieron de vestido para nuestro vino, y para cubrirnos la tiniebla rasgó sábanas de su piel.”

“De corazón a corazón se acercaba el amor; de labio a labio volaba el beso.”

La mayoría de los fragmentos líricos eran con frecuencia metáforas aisladas. El pueblo árabe fue un gran creador de metáforas, de imágenes, de tropos… en fin.

Copiemos trozos sueltos de esas figuras literarias tomadas de diversos poetas.

“Bebe el vino junto a la fragante azucena que ha florecido y forma de mañana tu tertulia cuando se abre la rosa.”

“Cuando ofreces a los circunstantes – como el copero que sirve en rueda de vasos – el vino de tus mejillas, encendidas de pudor, no me quedo atrás en beberlo.”

“Que este vino lo hacen generoso los ojos de los que, al mirarte, te hacen ruborizar mientras que al otro lo hacen generoso los pies de los vendimiadores.”

«Copero, sirve en rueda el vaso, que el céfiro ya se ha levantado y el lucero ha desviado ya las riendas del viaje nocturno.”

“Se pasaba el tiempo escanciándome el vino de su mirada, y otras ve ces el de su vaso, y otros el de su boca.”

“En verdad bebí vino que derramaba su resplandor, mientras la noche desplegaba el manto de la tiniebla.”

“El vaso lleno de rojo néctar era, entre sus dedos blancos, como un crepúsculo que amanecía encima de una aurora.”

“Salía el sol del vino, y era su boca el poniente, y el oriente la mano del copero, que al escanciar pronunciaba fórmulas corteses.”

Y así podríamos hacer infinitas citas del vino tan delicadamente tratado. Los árabes nos dieron la gran lección: el vino es más que nada, poesía. Poesía pura.

A. S.

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