Publicado en: La Semana Vitivinícola. 17-1-1970; Vino, Amor y Literatura (1971)
¿Qué es el amor? El amor es una cosa muy complicada, profunda, enorme. Es, sin duda, el rey de las pasiones, el amo. Esto desde un punto de vista especulativo. Pero desde el punto de vista práctico es la cosa más sencilla del Mundo. Se ve en la vida de la calle. Nunca falta un roto para un descosido.
Quevedo, en un soneto definitorio y maravilloso, dijo:
“El amor es en todo contradictorio de sí mismo.”
¿Qué quiere decir con esto? Pues quiere decir, hablando en plata, que unos llegan al amor por el camino de la humildad. Y otros, sin embargo, por el camino del orgullo. ¡Cualquiera sabe!
¿Qué es lo que despierta el amor? ¿La inteligencia del hombre? ¿O el instinto de la mujer? ¿O es, por el contrario, el instinto del hombre y la inteligencia de la mujer?
Kant, a estos efectos, dice que la mujer a los catorce o a los quince años ya sabe lo que quiere. Y que el hombre hasta los treinta no sabe nada de nada. En mi opinión, esto está muy cerca de ser cierto.
Otros dicen que el amor es un episodio en la vida de los hombres. Y que en la mujer es la vida.
¿Influye el vino en el amor? Y si influye, ¿de qué modo; en más o en menos?
Se puede uno enamorar por flechazo, automáticamente. O se puede enamorar sin darse cuenta, por convivencia más o menos próxima.
¿Influye el vino en el flechazo? ¿Predispone a uno, lo inclina al amor? ¿O no? Yo creo que sí, que a los hombres por lo menos les “ayuda”.
El hombre enamorado frente a la mujer amada es muy poca cosa. Es tímido, se acoquina. Teme ser torpe. No sabe empezar. Piensa que, por no saber hablar, va a perder las posibilidades del triunfo.
Un vaso o dos de blanco, tinto o rosado, según, puede ponernos a punto para decidirse al asalto de esa fortaleza, frágil unas veces, diamantina otras, que es la mujer. El vino nos pone en las óptimas condiciones para ver la vida como la veía el Bosco: El jardín de las delicias.
El flechazo marca el comienzo. Después, con un poco de vino, el amor va sobre ruedas.
Cuando se llega al amor por convivencia, el vino obra como conservador, ya no se pierde…
He aquí lo que dice, en un par de versos, el libro árabe El collar de la paloma, del vino y del amor:
“Me quedé con ella a solas, sin más tercero que el vino
mientras que el ala de la tiniebla nocturna se abría suavemente.”
En este libro del siglo XI de Ibm Hazm, ya se dice una gran verdad. Un hombre y una mujer enamorados se bastan. Nada de “carabinas” masculinas o femeninas. Sin embargo, Ibm Hazm admite como tercero un vaso de vino. Un vaso de vino para ella y otro vaso de vino para él. El vino es un tercero estupendo. Es la “carabina” ideal.
Gil Blas de Santillana dice: “El amor hace en los enamorados el mismo efecto que el vino en los borrachos”. No lo creo. Son dos cosas diferentes. Que haya un cierto parecido es posible. En realidad, meras apariencias.
En el amor hay que decir sí o no alguna vez. En la borrachera nada. El amor es siempre bilateral. La borrachera es unilateral. En el amor hay que decir: te amo. En la borrachera no hace falta.
Cuando uno se encuentra “tarumba” por haber bebido demasiado no debe arrimarse a ninguna mujer. En ese estado se encuentra uno atontado y adormilado. Las mujeres quieren siempre a su lado hombres vivos… despiertos.
Algunos autores prestigiosos, por lo que sea, asocian el vino a la mujer y al amor.
García Figueras, en una conferencia sobre el vino y los árabes, dijo “… por eso el vino es uno de los temas de su poesía, generalmente asociado a la mujer y al amor”.
Molina y Cobos, en su folleto El vino de la verdad: Montilla y Moriles, dicen: “Del mismo modo la mujer logra su exultante eclosión de hermosuras en ese decenio esplendoroso e irrepetible que va de los veinticinco a los treinta y cinco años. Pero tratándose de Montilla y Moriles y de la mujer equivalente, nuestra devoción rebasa casi siempre los rígidos cánones arquetípicos y tiene márgenes más flexibles y generosos, pues ya se sabe que el inefable binomio vino-mujer es rebelde a racionales domesticidades algebraicas».
Castroviejo arrancó del folklore gallego esta encantadora estrofa:
“Si queres tratarme ben
dame viño do Riveiro,
pan trigo de Ribadavia,
nenas do cban de Amoeiro.”
Hay una zarzuela española, creo que es Marina, en la que se dice:
“El vino hará olvidar las penas del amor...»
Esto no pasa de ser una tontería. El mejor recuerdo que tengo de las historias de mis amores es precisamente eso, las penas.
Emborracharse con vino para olvidar penas de amor es lo más lamentable, lo más triste. El vino y el amor deben tratarse con mucho respeto. Deben vitalizarse recíprocamente. Son dos cosas buenas que no debe confundirse. El vino no debe utilizarse para olvidar nada, por otra parte, yo creo que deben dársele más altos destinos.
Al amor, si le quitamos las penas, queda prácticamente reducido a cero… Amiel cuando probó el alpiste del amor, por consumación, quedó plenamente decepcionado… Dijo, según el doctor Marañón: “Estoy estupefacto de la insignificancia de este placer, sobre el que se ha armado tanto Ruido”. (Téngase en cuenta que Amiel no era un cualquiera, era catedrático.)
Así como hay gentes que presumen de coleccionar sellos de correos, yo presumo de coleccionar penas de amor.
Sthendal, a quien también se le “daban” mal las mujeres, coleccionaba, sin remedio, penas de amor.
Don Juan Tenorio, el pobrecillo, era idiota. Y es que no conocía el “no” del amor.
Yo en penas de amor tengo verdaderos “tesoros”. Si pudiera ponerlas en un álbum como una colección cualquiera, otro gallo me cantara… en las “sociedades femeninas”.
En fin. Que el amor, para mí, es una fuerza de gravedad que actúa en sentido paralelo al suelo que pisanos.
Y que para darle un movimiento uniformemente acelerado hay que ayudarle con…
¡Un par de vasos de vino!
ALEJANDRO SELA